domingo, 2 de mayo de 2021

Citas: Virginia Woolf - Niel Nicolson

x


"Una tarde de verano mientras peinábamos las altas hierbas con nuestras redes sin atrapar nada, Virginia se detuvo de pronto, y apoyándose en su bastón de bambú como un salvaje descansaría sobre su azagaya, me preguntó: «¿Cómo es ser niño?».
Yo, sorprendido, repuse: «Bueno, Virginia, ya lo sabes. Tú también has sido niña. Yo no sé cómo es ser tú, porque nunca he sido mayor». Fue la única ocasión en que conseguí sacar lo mejor de ella, dialécticamente.
Creo que intentaba reunir información para el retrato de James en Al faro, que estaba escribiendo en aquel momento, puesto que James era más o menos de mi edad.
Me explicó que no le resultaba de gran utilidad rememorar su propia infancia porque las niñas no son como los niños. «Pero ¿de niña eras feliz?», pregunté".

"Como su madre, Julia fue una de las mujeres más bellas de su tiempo.
De joven posó para Watts, Burne-Jones y su tía la fotógrafa Julia Margaret Cameron, a quien debemos una imagen de Julia claramente prerrafaelita, a menudo de una contención trágica y, como Virginia, siempre bella pero nunca bonita. Lo que más llama la atención de estos retratos es la serenidad de la mirada, como si la vida fuera una constante prueba de carácter que ella superara triunfalmente, pero tal vez esta impresión responda a la inmovilidad que exigía la fotografía en sus comienzos: no se puede mantener una sonrisa más de un instante sin que parezca falsa".

"«Somos un fracaso —escribió Virginia a Emma Vaughan—. No podemos brillar en sociedad. No sé cómo se hace.
No somos populares. Nos sentamos en los rincones y parecemos mudas deseando un funeral»".

"En ocasiones, al escribir a Madgc Vaughan, su confidente literaria de entonces, experimentaba en términos torpes con una nueva visión de la literatura: «un mundo vago y de ensueño, sin amor, ni corazón, ni pasión, ni sexo… Pues aunque para ti son sueños y yo no puedo expresarlos de forma aceptable, todas estas cosas me resultan absolutamente reales». Podría haber estado definiendo Las olas".

"La diferencia con Cambridge estaba en la presencia de las dos chicas. En su círculo de la universidad no habían admitido a ninguna chica porque, aunque sabían que existían algunas instituciones femeninas en las afueras, consideraban a las universitarias igual que los monjes verían a las monjas, algo no disponible y por tanto no deseable. En consecuencia la mayoría de ellos eran homosexuales, pero no de forma irremediable. Ahora se enfrentaban a dos chicas que no solo los igualaban en inteligencia sino que, como recordaría Leonard, eran asombrosamente bellas. Más adelante Leonard escribió: «Para un joven resultaba casi imposible no enamorarse de ellas»".

"Vanessa, que acabaría convirtiéndose en la más reservada y solitaria de las hermanas, era por
entonces la más atrevida. «Sus maneras calmadas ocultan volcanes», escribió Virginia de su hermana, y a ella misma le dijo: «De todos nosotros, eres el ser humano más completo»".

"En abril de 1916, por ejemplo, Virginia le escribió: «No hay duda de que estoy perdidamente enamorada de ti. No paro de pensar en lo que estarás haciendo y tengo que dejarlo porque me da muchas ganas de besarte»".

"Virginia apenas opuso resistencia, le escribió a su esposo emotivas cartas de amor («Anoche me levanté y me vestí después de que te fuiste porque quería regresar contigo. Representas todo lo mejor y yo yazco aquí, pensando en ti.»)".

"Vita invitó a comer a Virginia con Clive y Desmond MacCarthy. Desde el punto de vista de Vita, la fiesta fue un gran éxito. Escribió a su padre: «Simplemente adoro a Virginia Woolf y tú también la adorarías. Te rendirías ante su encanto y personalidad. Es completamente natural. Viste de un modo bastante atroz. Pocas veces he quedado tan prendada de alguien». Las anotaciones en el diario de Virginia sobre Vita no eran tan halagadoras: «No es muy de mi gusto severo: recargada, bigotuda, con los colores de un periquito y toda la soltura de la aristocracia pero sin el genio del artista»".

"Intentaban tocar con la punta de los dedos lo que únicamente puede asirse con la mano entera, dejando tiempo y espacio para la retirada por si alguna de ellas se arrepentía. Les costó dos años de amistad alcanzar cierta intimidad y tres de intimidad admitir que se querían".

"En 1924 yo tenía siete años y mi hermano Ben nueve. Virginia pasaba a menudo un par de noches en Long Barn y nosotros esperábamos con ilusión sus visitas, sin saber qué le movía a venir. (Una mujer, que debió haber sido más sensata, me dijo en una ocasión: «Te das cuenta de que tu madre quiere a Virginia ¿no?», a lo que yo, inocentemente, repliqué: «Sí, pues claro que la quiere, todos la queremos»)".

"«Siempre me desmorono cuando tengo noticias tuyas. Dios mío, cuánto te quiero. Dices que no uso palabras cariñosas. No deja de parecerme un comentario curioso cuando me despierto con el alba persa y me digo: “Virginia, Virginia”»".

"Escribió a Vita:
Ayer por la mañana estaba desesperada… No conseguía sacarme ni una palabra; y al final dejé caer la cabeza entre las manos, hundí la pluma en la tinta y escribí las siguientes palabras, de manera casi automática, en una hoja en blanco: Orlando: una biografía. Tan pronto lo hice el éxtasis inundó mi cuerpo y mi cerebro se llenó de ideas. Escribí con rapidez hasta las doce… Pero escucha: supón que Orlando resulta ser Vita; y que todo trata sobre ti y los deseos de tu carne y el atractivo de tu mente (corazón no tienes, tú que vagabundeas por los caminos con Campbell)… ¿te importaría?".

"Años más tarde escribió a Edward Sackville-West: «Es el único de mis libros que a veces puedo leer con placer. No es que lo escribiera con placer, sino más bien en una especie de trance en el que supongo nunca más volveré a caer»".

"Según Leonard a Virginia le apasionaba viajar, aquella «mezcla de euforia y relajación» que le refrescaba la mente con vistas, ruidos y olores nuevos. Virginia toleraba las incomodidades y nunca se impacientaba. Lo importante era el viaje, no el destino, cuanto más despacio fueran, mejor".

"Su afecto por Vita se resumía en una frase: «No puedo negar que en mi corazón arde un rescoldo moribundo por ti»".

"Quería que la gente sacara lo mejor de sí en su presencia: los posaderos tenían que ser hospitalarios, los intelectuales entretenidos, los niños vivos. Solía aprovechar nuestros silencios. Un día, mientras lanzábamos trocitos de pan a los patos, nos preguntó: «¿Cómo describiríais el ruido del pan al caer en el agua?». «¿Chai?», sugerimos. «No».
«¿Chof?». «No, no». «¿Cómo, entonces?». «Umf», dijo ella. «¡Pero esa palabra no existe!». «Ahora sí»".

"Una vez fuimos solos a Londres en tren. Mientras salíamos de la estación local, me susurró:
—¿Ves a aquel hombre del rincón?
—Sí.
—Es un conductor de autobuses de Leeds. Ha pasado las vacaciones con su tío, que tiene una granja cerca de aquí.
—Pero, Virginia, ¿cómo es posible que sepas todo eso? Nunca le habías visto.
—Desde luego que no.
Y luego, durante la media hora que duró el viaje, me explicó la historia de la vida de ese hombre que permaneció chupando su pipa, completamente ajeno al hecho de que ahora pertenecía a la historia de la literatura del siglo XX".

"Ahora que un acontecimiento tan terrible, tan profundamente personal, las había acercado de nuevo, Virginia encontró no solamente palabras de consuelo que pronto se habrían agotado, sino una actitud, a menudo expresada en silencio, y luego, cuando el dolor fue amainando, expresada por recuerdos y bromas compartidos que Vanessa no aceptaría de nadie más y, menos que nadie, del padre de Julian, Clive. Años más tarde, muerta ya Virginia, Vanessa le escribió a mi madre: «Recuerdo aquellos días después de enterarme de la muerte de Julian, yacía en un estado de irrealidad y oía la voz de Virginia que no callaba nunca, haciendo que la vida siguiera adelante porque de otro modo se habría detenido»".

"«Nunca llegas a escapar de la guerra. Hay muy pocos autobuses. El metro está cerrado. No hay niños. No se pierde el tiempo. Todo el mundo va con máscara antigás. Todo es tenso y siniestro. La noche es tan frondosa y lúgubre que una espera encontrarse un tejón o un zorro rondando por las calles. Es un regreso a la Edad Media con todo el espacio y el silencio del campo instalado en este bosque de casas negras»".

"El 25 de enero de 1941 Virginia Woolf cumplió cincuenta y nueve años. No padecía los achaques propios de edades avanzadas, como la sordera o la pérdida de memoria, y aunque comentó a diversas personas que habían empezado a temblarle las manos, no hay muestras de ello en sus manuscritos, que escribió con letra elegante y clara hasta el final. Sus cartas eran animadas, y las escritas a Vita, especialmente afectuosas, como si buscara un renacimiento de su amor: «Cómo anhelo oír de tus labios lo que te ha estado preocupando, porque nunca te zafarás de mí ¡no!». «Cuánto dependo de ti y me molestaría cualquier palabra que te hiriera o preocupara». Una vez más: «Qué puede una decir, salvo que te quiero y he tenido que pasar esta extraña tarde silenciosa sentada a solas y pensando en ti»".

"Su diario ofrece algunas pistas más sombrías. El 26 de enero escribió que estaba «en un pozo de desesperación» que, sin embargo, pareció durar poco; y el 8 de marzo se refirió a su «desaliento» pero escribió: «Superaré este estado de ánimo y retornaré con vivos colores». Varios factores contribuyeron a su depresión".

"Me has dado la mayor de las felicidades posibles.
Has sido en todos los sentidos todo lo que se puede ser. No creo que haya habido dos personas más felices hasta que me sobrevino esta terrible enfermedad. Ya no puedo luchar contra ella, sé que estoy arruinando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y sé que lo harás. Ya ves que ni siquiera puedo escribir esto como es debido. No puedo leer. Lo que quiero decir es que toda la felicidad de mi vida te la debo a ti".

"Has sido infinitamente paciente e increíblemente bueno conmigo.
Quiero decir que… todo el mundo lo sabe. Si alguien hubiera podido salvarme habrías sido tú. Lo he perdido todo menos la certeza de tu bondad. No puedo seguir arruinándote la vida por más tiempo.
No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que hemos sido nosotros".

"Concluidas las investigaciones, fue incinerada en Brighton con Leonard como único testigo y sus cenizas se enterraron en el jardín de Rodmell, con las últimas palabras de Las olas como epitafio:
Contra ti me alzaré invicta e implacable, oh muerte".




Niel Nicolson

No hay comentarios.:

Publicar un comentario