lunes, 31 de octubre de 2022

Citas: El Exorcista - William Peter Blatty

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"La sombra se movió. El curdo se quedó esperando como una vieja deuda. 
El hombre vestido de color caqui clavó la mirada en unos ojos húmedos y desteñidos,como si el iris estuviera velado por la membrana de una cáscara de huevo.
Glaucoma. Antes no hubiera podido querer a este hombre.
Sacó la cartera y buscó una moneda entre los billetes rotos y arrugados: unos
dinares, un carnet de conducir iraquí, un almanaque, de plástico descolorido, de doce años atrás. En el reverso tenía la inscripción: LO QUE DAMOS A LOS POBRES ES LO QUE NOS LLEVAMOS CON NOSOTROS CUANDO MORIMOS".

"—¡Porque está allí, querida!
—¿En el guión?
—No, en el tema.
—Bueno, pero sigue sin tener sentido, Burke. Ella no haría eso.
—Sí que lo haría.
—No, no lo haría.
—¿Mandamos llamar al autor? ¡Creo que está en París!
—¿A qué ha ido allí? ¿A esconderse?
—No. A fornicar".

"—¡Vamos, no seas tonta! —le espetó Dennings—. Lo que ocurre es que me he pasado toda la tarde en un maldito té, ¡Un té con los profesores!
Chris se apoyó sobre el bar.
—Conque en un té, ¿Eh?
—¡Sigue riéndote como una boba!
—Te has emborrachado en un té —dijo secamente— con unos jesuitas.
—No, los jesuitas estaban sobrios.
—¿No beben?
—¿Cómo que no? —gritó—. ¡Bebían como condenados!
¡Nunca en mi vida he visto a nadie beber tanto!".

"—Ahora dime cómo te encuentras.
Ella respondió encogiéndose de hombros, abatida.
—¿Estás malhumorada? Vamos, cuéntame.
—No sé.
—Cuéntaselo a tu tío.
—Creo que yo también voy a tomar algo —dijo, y fue a buscar un vaso.
—Sí, es bueno para el estómago. Bien, ¿Qué te pasa?
Lentamente, ella se sirvió vodka.
—¿Nunca has pensado en la muerte?
—¿En qué?
—En la muerte. ¿Nunca has pensado en ello, Burke? ¿En lo que significa? ¿En lo que realmente significa?
Levemente cortante, respondió:
—No sé. No, nunca pienso en eso. Sólo hago el muerto. ¿A qué diablos viene todo esto?
Ella se encogió de hombros.
—No sé —contestó en un tono suave. Dejó caer el hielo en el vaso y lo contempló, pensativa—. Sí... sí, lo sé —rectificó—. Yo... bueno, lo he pensado esta mañana... una especie de sueño... casi al despertarme. No sé. Quiero decir que me ha impresionado un poco... lo que significa..., el fin, ¡El fin!, como si nunca lo hubiera sabido. — Sacudió la cabeza—. ¡Cómo me he asustado! Sentí que huía de este maldito planeta a millones de kilómetros por hora.
—Tonterías. La muerte es un alivio —respondió Dennings.
—No para mí, Charlie.
—Bueno, tú vives a través de tus hijos.
—¡Déjate de idioteces! Yo no soy mis hijos.
—Gracias a Dios. Una ya es suficiente.
—¡Piénsalo, Burke! No existir... ¡Nunca más! Es...".

"—Si quieres, puedes invitar al señor Dennings.
—¿El señor Dennings?
—Bueno, creo que estaría bien.
Chris se rió.
—No, no estaría bien. Querida, ¿Por qué habría de invitarlo?
—Porque te gusta.
—Sí, por supuesto que me gusta. ¿Y a ti?
No respondió.
—¿Qué pasa, querida? —Chris instó a su hija.
—Te vas a casar con él, mamita, ¿Verdad?
No era una pregunta, sino una lúgubre afirmación.
Chris estalló en carcajadas.
—¡Por supuesto que no, pequeña! ¡Qué cosas se te ocurren!
¿El señor Dennings? ¿De dónde has sacado esa idea?
—Pero te gusta.
—También me gusta la pizza, ¡Pero nunca me casaría con ella!
Querida, es un amigo, sólo un viejo amigo".

"—Querida, la gente se cansa —le contestó cariñosamente.
—Mamá, ¿Por qué permite Dios eso?
Por un momento, Chris dejó vagar la mirada. Estaba desconcertada. Perturbada.
Como era atea, no le había enseñado religión a su hija. Creía que sería deshonesto.
—¿Quién te ha hablado de Dios? —le preguntó.
—Sharon.
—¡Ah!
Tendría que hablar con ella.
—Mamá, ¿Por qué permite Dios que nos cansemos?
Al ver aquellos ojos sensibles y advertir su sufrimiento, Chris se rindió. No podía decirle lo que creía.
—Bueno, lo que ocurre es que, después de un cierto tiempo, Dios nos echa de menos, ¿Sabes, Rags?, y quiere que volvamos con él".

"A la mañana siguiente, cuando Chris abrió los ojos, se la encontró en su cama, medio dormida.
—¿Qué diab...? ¿Qué estás haciendo aquí? —se rió Chris.
—Mi cama se movía.
—Tontuela. —Chris la besó y la arropó. Duérmete.
Todavía es muy temprano.
Lo que parecía ser la mañana, fue el comienzo de una noche sin fin".

"El apartamento era un cobertizo. Ayuda Social. Todos los meses, unos pocos dólares de un hermano.
Ella se sentó a la mesa. La señora de Fulano. El tío Mengano. Todavía con acento de inmigrantes. Él esquivaba aquellos ojos, que eran pozos de tristeza, ojos que pasaban los días mirando por la ventana.
No tendría que haberla dejado nunca".

"Fue al baño. Diarios amarillentos sobre las baldosas. Manchas de herrumbre en la bañera y el lavabo. Un viejo corsé en el piso.
Simientes de su vocación. Desde aquí, él había huido hacia el amor.
Ahora el amor se había enfriado.
Por la noche lo oía silbar atravesando los rincones de su corazón como un viento extraviado y lloroso".

"—Bueno, es algo más que psiquiatría, Tom. Usted lo sabe.
Muchos tienen problemas de vocación, de sentido de su vida. Porque, ¡Caramba!, no todo el problema se reduce a lo sexual, porque también cuenta la fe, y yo no lo puedo ignorar, Tom. Es demasiado. Necesito cambiar de ambiente. Tengo mis propios problemas, mis dudas.
—¿Qué hombre inteligente no los tiene, Damien?".

"Anotó el nombre.
—Dile que la examine y me llame después —le aconsejó—. Y, por el momento, olvídate del psiquíatra.
—¿Estás seguro?
Emitió una afirmación sarcástica sobre la rapidez con que la gente pretende reconocer las enfermedades psicosomáticas, mientras que es incapaz de admitir lo opuesto, o sea, que las enfermedades del cuerpo son, a menudo, la causa de una aparente enfermedad mental".

"Él le preguntó si alguna vez había oído a Regan decir palabras feas u obscenas.
—Nunca —respondió.
—Bueno, eso tiene mucho que ver con sus mentiras. No es lo común, de acuerdo con lo que usted me cuenta, pero en ciertos trastornos mentales puede...
—Espere un momento —lo interrumpió Chris, perpleja—. ¿Cómo se le ha ocurrido que pueda decir obscenidades? ¿Es eso lo que ha dicho usted o yo lo he entendido mal?
Él la contempló durante unos momentos con cierta curiosidad, pensó y luego aventuró, cautelosamente:
—Sí, yo diría que dice obscenidades. ¿No la ha oído nunca decirlas?
—Todavía no.
—Pues a mí me ha dicho unas cuantas mientras la examinaba, señora.
—¡Está bromeando! ¿Como qué, por ejemplo?
Adoptó una actitud algo ambigua.
—Bueno, yo diría que su vocabulario es bastante extenso.
—Pero, ¿Qué? ¡Dígame un ejemplo!
Él se encogió de hombros.
—¿Se refiere usted a “mierda” o “me cago en...”?
El médico se sintió más aliviado:
—Sí. Ha empleado esas palabras.
—¿Y qué más ha dicho? Literalmente.
—Pues me aconsejó que alejara mis dedos de mierda de sus órganos genitales.
Chris abrió la boca, horrorizada.
—¿Ha usado esas mismas palabras?
—Es común, mistress MacNeil, y yo no me preocuparía en absoluto por eso. Es parte del síndrome".

"—¿Quieres que te lea un rato?
Ella denegó con la cabeza.
—Bueno, entonces trata de dormir.
Se inclinó, la besó y apagó la luz.
—Buenas noches, pequeña.
Chris estaba ya casi en la puerta, cuando Regan la llamó nuevamente.
—Mamá, ¿Qué me pasa?
Se la veía obsesionada. Su tono era desesperado.
Desproporcionado para su edad. Por un momento, la madre se sintió agitada y confundida. Pero en seguida recobró la serenidad.
—Ya te lo he dicho, querida; son los nervios. Has de tomar esas píldoras un par de semanas, y estoy segura de que te pondrás bien. Bueno, ahora a dormir, ¿Eh?
No hubo respuesta. Chris esperó.
—A dormir, ¿Eh?
—Está bien —murmuró Regan".

"—Bien, tengo que irme —le dijo a Chris—. Mañana he de decir la misa de seis en la capilla Dahlgren.
—Yo tengo la misa de los irlandeses. —Dyer sonrió alegremente. Después, sus ojos se dirigieron a un lugar de la habitación, detrás de Chris, y dijo de pronto—: Bueno, parece ser que tenemos visita, mistress MacNeil —le advirtió, con un movimiento de la cabeza.
Chris se volvió. Y no pudo contener su asombro al ver a Regan en camisón, orinando a chorros sobre la alfombra. Mirando fijamente al astronauta, Regan dijo con voz desmayada:
—Usted se va a morir allá arriba.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Chris angustiada, corriendo hacia su hija—. ¡Oh, Dios mío, mi pequeña, ven, ven conmigo!".

"Los ojos de mistress Perrin continuaban sombríos.
—No sé lo que piensas de mí —dijo pausadamente—. Muchas personas me asocian con el espiritismo.
Pero no es así. Lo que sí creo es que tengo un don —continuó con sencillez—.
Pero no es oculto. De hecho, a mí me parece natural, perfectamente natural. Como católica, creo que pisamos dos mundos.
Aquel del que somos conscientes en el tiempo. Pero, de vez en cuando, una mujer rara como yo percibe destellos del otro mundo, y ese otro, creo... está en la eternidad.
Bueno, la eternidad no tiene tiempo. El futuro es presente. De modo que cuando, a veces, siento lo otro, creo ver el futuro. ¿Quién sabe? Tal vez no.
Quizá todo sean coincidencias. —Se encogió de hombros—. Pero yo creo que sí.
Y si fuera así, seguiría creyendo que es natural. Pero lo oculto... —Hizo una pausa, para elegir las palabras—. Lo oculto es algo diferente. Yo me he mantenido lejos de eso. Creo que es peligroso abordarlo. Y en eso está incluido el jugar con el tablero Ouija".

"—Hurgó en su bolsillo—. ¿Dónde están mis gafas? ¡Ah, sí, aquí están! —Las encontró en un bolsillo del abrigo—. Muy bonita la casa —comentó mientras se ponía las gafas y contemplaba la parte superior de la fachada—. Se ve muy acogedora.
—¡Dios santo, qué alivio!
¡Creí que me ibas a decir que estaba hechizada!
Mistress Perrin la observó.
—¿Por qué habría de decirte una cosa así?".

"—¡Mamá, ven aquí, ven aquí, tengo miedo!
—¡Voy en seguida, pequeña!
Chris corrió por el pasillo hacia el dormitorio de Regan.
Gemidos. Llantos. Ruidos, al parecer, de los muelles del colchón.
—¡Oh, mi nenita! ¿Qué pasa? —exclamó Chris mientras encendía la luz.
¡Dios mío!
Regan yacía, rígida, boca arriba, con la cara bañada en lágrimas, contraída por el terror y aferrada firmemente a los lados de su estrecha cama.
—Mamá, ¿Por qué se agita? —gritó—. ¡Hazla parar! ¡Tengo mucho miedo!¡Hazla parar! ¡Mamá, por favor, hazla parar!
El colchón se agitaba violentamente de la cabeza a los pies".

"La llevaron hasta su última morada en el atestado cementerio, donde las lápidas imploraban vida.
La misa había sido solitaria, como su misma existencia".

"Se preguntaba por qué el amor había esperado tanto, por qué había aguardado hasta el momento en que los límites del contacto y la renuncia humana se habían reducido al tamaño de aquel recordatorio que llevaba en la billetera: In Memoriam...".

"—¡“Chivas Regal”!
—¿De dónde has sacado el dinero? ¿Del cepillo de los pobres?
—No seas tonto; eso sería quebrantar mi voto de pobreza.
—¿De dónde lo has sacado, pues?
—Lo he robado.
Karras sonrió y movió la cabeza en un ademán de apercibimiento amistoso, mientras traía un vaso y un jarrito de peltre para el café.
Los fregó en el diminuto lavabo del baño y dijo:
—Te creo.
—Nunca he visto una fe más profunda".

"Dyer le desató los cordones y le quitó los zapatos.
—¿Me vas a robar ahora los zapatos? —murmuró Karras confusamente.
—No. Yo adivino el futuro leyendo las arrugas.
Cállate y duerme.
—Eres un jesuita ratero.
Dyer sonrió ligeramente y lo tapó con un abrigo, que sacó del armario.
—Mira, alguien tiene que ocuparse de las cosas materiales. Lo único que hacéis vosotros es pasar las cuentas del rosario y rezar por los hippies".

"Deslizándose como una araña, rápidamente, detrás de Sharon y cerca de ella, con el cuerpo doblado en arco para atrás y la cabeza casi tocándole los pies, estaba Regan, que sacaba la lengua de la boca, y la volvía a meter en ella, mientras silbaba igual que una víbora.
—¡Sharon! —dijo Chris atontada, mirando aún a Regan.
Sharon se detuvo. Regan también. Sharon se volvió y no vio nada. Y luego gritó al sentir la lengua de Regan lamiéndole los tobillos.
Chris empalideció.
—¡Llama al doctor en seguida!
¡Que venga ahora mismo!
Adondequiera que iba Sharon, Regan la seguía".

"—Cuando yo le pregunte, contésteme con movimientos de cabeza.
¿Entiende?
Regan asintió.
—¿Tienen sentido sus respuestas? —le preguntó.
—Sí.
—¿Es usted alguien que Regan haya conocido antes?
—No.
—¿De quién haya oído hablar?
—No.
—¿Es usted una persona que ella inventó?
—No.
—¿Es usted real?
—Sí.
—¿Parte de Regan?
—No.
—¿Alguna vez fue parte de ella?
—No.
—¿A usted le gusta ella?
—No.
—¿Le disgusta?
—Sí.
—¿La odia?
—Sí.
—¿Por algo que ella hizo?
—Sí.
—¿Usted la culpa por el divorcio de los padres?
—No.
—¿Tiene algo que ver con los padres?
—No.
—¿Con un amigo?
—No.
—Pero la odia.
—Sí.
—¿Está castigando a Regan?
—Sí.
—¿Quiere hacerle daño?
—Sí.
—¿Matarla?
—Sí.
—Si ella muriera, ¿Moriría usted también?
—No.
La respuesta pareció turbarlo, y bajó la vista, pensativo. Los muelles de la cama crujieron cuando se cambió de lugar. En la asfixiante quietud, la respiración de Regan parecía salir de unos pulmones pútridos. Allí. Y, sin embargo, lejos. 
Lejanamente siniestra.
El psiquíatra levantó de nuevo la vista y la clavó en aquella horrenda cara contraída. Sus ojos brillaban agudos, especulando con las posibilidades.
—¿Hay algo que ella puede hacer para que usted se vaya?
—Sí.
—¿Me lo va a decir?
—No.
—Pero...
Bruscamente, el psiquíatra abrió la boca, asombrado y dolorido, cuando se dio cuenta, con horrorizada incredulidad, de que Regan le estaba apretando los genitales con una mano tan fuerte como una pinza de hierro. Con los ojos desmesuradamente abiertos, luchó por librarse. No pudo".

"—Por el momento la desconocemos. La niña necesita un examen exhaustivo por un equipo de expertos, dos o tres semanas de estudio realmente intensivo en una clínica, por ejemplo, la “Clínica Barringer”, en Dayton.
Chris desvió la mirada.
—¿Tiene algún inconveniente?
—No, ninguno —suspiró ella—. Sólo que he perdido la esperanza, eso es todo.
—No la entiendo.
—Es una tragedia interior.
El psiquíatra habló por teléfono a la “Clínica Barringer” desde el despacho de
Chris. Quedaron en que llevarían a Regan al día siguiente.
Los médicos se fueron.
Chris se tragó el dolor del recuerdo de Dennings, junto con el recuerdo de muerte y de gusanos, de vacíos y soledad indecible, y de quietud, tinieblas, bajo la tierra, donde nada se mueve, nada... Lloró brevemente y empezó a hacer las maletas".

"—...una remota posibilidad a lo sumo, ya que la posesión está vagamente relacionada con la histeria por el hecho de que el origen del síndrome es casi siempre la autosugestión. Su hija tiene que haber conocido la posesión, creído en ella
y conocido algunos de sus síntomas, de modo que ahora su subconsciente formaría el síndrome.
Si es posible establecer eso, se puede intentar una forma de cura por autosugestión. En estos casos, yo sería partidario del tratamiento por shock, aunque supongo que la mayoría de mis colegas no estarían de acuerdo. Bien, le repito que es una posibilidad remota, y ya que usted se opone a que internemos a su hija, voy...
—¡Dígame el nombre, por Dios! ¿Qué es?
—¿Ha oído hablar alguna vez de exorcismo, mistress MacNeil?".

"—Bueno, si insiste... A propósito —dijo al salir de la cocina—, sé que es una posibilidad entre un millón, pero me gustaría que le preguntara usted a su hija si vio a míster Dennings en su dormitorio aquella noche.
Chris caminaba con los brazos cruzados.
—Mire, en primer lugar debo decirle que no tenía ningún motivo para subir.
—Sí, lo comprendo. Es verdad; pero si unos investigadores ingleses no se hubieran preguntado nunca “¿Qué es esta fungosidad?”, hoy no tendríamos la penicilina. ¿No le parece? Por favor, pregúnteselo. ¿Lo hará?
—Cuando mejore algo, se lo preguntaré.
—No le puede hacer daño. Mientras tanto... —Habían llegado a la puerta de entrada, y Kinderman titubeó, avergonzado. Se llevó los dedos a los labios en un gesto de duda—. Mire, me repugna tener que decirle esto, pero...
Chris se puso tensa, esperando un nuevo impacto; la premonición resonaba otra vez en su sangre.
—¿Qué?
—Para mi hija..., ¿Podría firmarme un autógrafo? —Se había puesto colorado, y Chris estuvo a punto de echarse a reír de alivio, de sí misma, de la desesperación y de la condición humana".

"—¡Oh, por favor! ¡Oh, no, por favor! —gemía lastimeramente.
—¡Vas a hacer lo que yo te ordene, lo harás!
El rugido amenazador, las palabras, provenían de Regan, cuya voz, áspera gutural, rezumaba veneno. En un instante, sus facciones se transmutaron horriblemente en las de la personalidad diabólica y maligna que había aparecido en el transcurso de la hipnosis. Y ahora, rostros y voces, mientras Chris observaba atónita, se intercambiaban velozmente.
—¡No!
—¡Lo harás!
—¡Por favor!
—¡Lo harás, puerca, o te mataré!
—¡Por favor!
—Sí.
Regan tenía los ojos desmesuradamente abiertos, y parecía retroceder frente a algo odioso, terminante, chillando ante el terror del desenlace. Luego,de pronto, la cara diabólica se apoderó de ella una vez más, la inundó. La habitación se llenó de un hedor insoportable, y un frío helado se filtró por las paredes. Los golpes cesaron, y el penetrante grito de terror de Regan se convirtió en una risa gutural y canina, de victoriosa furia. Rugía con una voz profunda, ensordecedora.
Bruscamente, con un grito áspero, Chris corrió hasta la cama; Regan estalló en cólera contra ella. Con las facciones infernalmente contraídas, alargó una mano, cogió a Chris por los pelos y, de un tirón, le hizo bajar la cabeza.
—¡Aahhh, la madre de la puerca! —rugió Regan con voz gutural—. ¡Aahhh!".

"—Es usted amigo del padre Dyer, ¿Verdad?
—Sí.
—¿Íntimo?
—Sí, íntimo.
—¿No le dijo nada de la fiesta?
—¿De la que celebró usted en su casa?
—Sí.
—Pues bien, me dijo que parecía usted humana.
Ella no captó su significado, o prefirió ignorarlo.
—¿No le habló de mi hija?
—No. No sabía que tuviera usted una hija.
—Pues sí; ya con doce años.
¿No se lo dijo, de verdad?
—No.
—¿Ni le dijo lo que ella hizo?
—Le repito que no me habló para nada de ella.
—Ya veo que los curas saben sujetar su lengua...
—Depende —respondió Karras.
—¿De qué?
—Del cura".

"—De modo que eres tú..., ¿Eh? ¡Te han mandado a ti!
Bueno, no tenemos que temer nada de ti en absoluto.
—En efecto. Soy tu amigo. Me gustaría poder ayudarte —dijo Karras.
—Empieza, pues, por aflojar estas correas —gruñó Regan. Había levantado las muñecas, y Karras pudo ver que estaban sujetas con una correa doble.
—¿Te molestan? —le preguntó.
—Mucho. Son una molestia infernal. —Sus ojos brillaron, astutos.
Karras vio los rasguños de su cara, las grietas de sus labios, que, al parecer, se había mordido.
—Temo que te puedas hacer daño, Regan.
—Yo no soy Regan —rugió, manteniendo la horripilante sonrisita, que ahora le pareció a Karras una expresión permanente.
—¡Ah, claro! Bien, entonces creo que deberíamos presentarnos.
Yo soy Damien Karras —dijo el sacerdote—. ¿Quién eres tú?
—El demonio".

"—¿Le han dado algún tranquilizante? —preguntó.
Chris abrió los grifos.
—Sí, “Librium”. Quítese el jersey, lo lavaremos.
—¿Qué dosis? —preguntó él, mientras se lo quitaba con la mano izquierda limpia.
—Espere, que le ayudaré. —Le tiró del jersey por la parte de abajo—. Hoy le hemos dado cuatrocientos miligramos, padre.
—¿Cuatrocientos?
Chris había conseguido levantarle el jersey hasta la altura del pecho.
—Sí, sólo esa dosis nos permitió atarla con las correas. Y aun así, hubimos de aunar nuestras fuerzas para...
—¿Le ha administrado usted a su hija cuatrocientos milígramos de una sola vez?
—Vamos, padre, levante los brazos. —Él los levantó, y ella tiró suavemente del jersey—. Es increíble la fuerza que tiene".

"—Digamos que es una locura.
—Bien, de cualquier modo, eso sucede fuera de la posesión.
—¡Vaya! —exclamó cansinamente—. He aquí a una atea y un sacerdote...
—La mejor explicación para cualquier fenómeno —dijo Karras, pasando por alto la observación— es siempre la más sencilla que se presente y que incluya todos los hechos".

"—¿Me hará un favor? —le preguntó.
—¿Qué?
—Vaya al cine a ver una película.
Ella se secó un ojo con el dorso de la mano y sonrió.
—Detesto las películas.
—Pues vaya a visitar a una amiga.
Chris se puso las manos en la falda y lo miró cariñosamente.
—Tengo un amigo aquí —dijo al fin.
Él sonrió".

"—Antes me gustaría ver a su hija —dijo Merrin.
Ella pareció desconcertada.
—¿Ahora mismo, padre?
Él volvió a mirar hacia arriba, con distante atención.
—Sí, ahora mismo.
—Debe de estar durmiendo.
—Creo que no.
—Bueno, si...
De repente, Chris retrocedió al oír un ruido que venía de la planta alta. Era la voz del demonio, tonante y apagada a la vez, que gruñía como si pronunciara un sepelio.
—¡Merriiiinnnnn!
Luego, un tremendo y escalofriante puñetazo, asestado contra una pared del dormitorio.
—¡Dios Todopoderoso! —musitó Chris".

"Durante un momento, Dyer la contempló; luego dijo en voz baja:
—Pero si todo el mal del mundo le hace pensar que puede existir el demonio, ¿Cómo explica usted todo el bien que hay en el mundo?".

"—He venido a despedirme.
—Se acaban de marchar.
Kinderman se detuvo, desilusionado.
—¿Que se han ido?
Dyer asintió.
Kinderman miró por la calle y movió la cabeza. Luego se volvió hacia Dyer.
—¿Cómo está la pequeña?
—Parecía estar bien.
—¡Estupendo! Eso es lo único que importa. —Desvió la mirada—. Bueno, a trabajar de nuevo —jadeó—. ¡Adiós, padre! —Volvióse, dio un paso hacia el coche—patrulla y luego se detuvo para considerar a Dyer especulativamente—. ¿Va usted al cine, padre? ¿Le gusta?
—Sí.
—A mí me regalan invitaciones. —Vaciló un momento—. Y tengo una para la sesión de mañana por la noche en el “Crest”. ¿Le gustaría ir?
Dyer tenía las manos en los bolsillos.
—¿Qué proyectan?
—Cumbres borrascosas.
—¿Quién trabaja?
—Heathcliff, Jackie Gleason y, en el papel de Catherine Earnshaw, Lucille Ball. ¿Qué le parece?
—Ya la he visto —dijo Dyer inexpresivo.
Kinderman lo miró, con aspecto de derrotado. Desvió la mirada.
—Otro más —murmuró. Luego pasó su brazo por el del sacerdote y, lentamente, empezaron a caminar por la calle—. Me hace recordar una frase de la película
Casablanca —dijo cariñosamente—. Al final, Humphrey Bogart le dice a Claude Rains: “Louis, creo que éste es el comienzo de una hermosa amistad.” A propósito, ¿Sabe usted que se parece un poco a Bogart? —comentó el detective.
—Conque usted también se ha dado cuenta, ¿Eh?
Al buscar el olvido, trataban de recordar".





William Peter Blatty

domingo, 30 de octubre de 2022

Citas: El aro - Koji Suzuki

"Notó que le faltaba el aire, no exactamente como si se ahogara, pero sí como si tuviera un peso sobre el pecho. Tomoko llevaba algún tiempo quejándose para sus adentros de lo injusta que era la vida, pero ahora, al adentrarse en el silencio, parecía que fuera otra persona. Al bajar las escaleras el corazón le empezó a latir con fuerza y sin motivo.
Las luces de un coche que pasaba arañaron la pared al pie de las escaleras y se escabulleron. Cuando el motor del coche se alejó hasta dejar de oírse, la oscuridad de la casa pareció hacerse más intensa. Tomoko bajó las escaleras intentando hacer mucho ruido y encendió la luz del vestíbulo de la planta baja.
Se quedó sentada en el retrete, enfrascada en sus pensamientos, bastante rato después de terminar de orinar. El violento palpitar de su corazón aún no había parado. Nunca le había pasado nada parecido.¿Qué le estaba sucediendo? Respiró hondo varias veces para calmarse, se puso de pie y se subió los shorts y las bragas al mismo tiempo".

"Seguía detrás de ella, quieta, observando y esperando. Esperando a que llegara el momento. A los diecisiete años Tomoko no sabía lo que era el auténtico terror. Pero sí sabía que hay miedos que crecen solos en la imaginación".

"—¿Ves lo que te digo? Pero lo que hay antes de nacer y lo que hay después de la muerte… De eso no sabemos nada.
—¿Después de la muerte? Cuando mueres, se acabó, simplemente desapareces. No hay nada más, ¿no?
—Eh, ¿has estado muerto alguna vez?
—No —Asakawa negó con la cabeza con expresión seria.
—Bueno, entonces no lo sabes, ¿verdad? No sabes adonde vas después de la muerte".

"Mientras bajaban por la pasarela, Ryuji preguntó:
—Eh, Asakawa, ¿realmente son tan importantes una esposa y una criatura?
Era una pregunta muy poco propia de Ryuji. Asakawa no pudo aguantar la risa al responder:
—Algún día lo descubrirás.
Pero realmente Asakawa no pensaba que Ryuji fuera capaz de tener hijos como cualquier otra persona".

"—¿Qué edad debe de tener ahora Sadako? —preguntó Asakawa.
Ryuji llevaba un buen rato encogido en el asiento de atrás, sin decir una palabra.
—Mmm… Yo nunca la he conocido en persona. Pero si sigue viva, debe de andar por los cuarenta y dos o cuarenta y tres años.
¿Si sigue viva? Asakawa se preguntó por qué Hayatsu había usado aquella expresión. ¿Acaso estaba desaparecida? De pronto se sentía lleno de dudas. ¿Y si habían hecho todo el viaje a Oshima solo para descubrir que nadie sabía si estaba viva o muerta? ¿Y si aquel lugar era un callejón sin salida?".

"—Ya no esperaba volver a oír nunca el nombre de Sadako
Yamamura. Hace una eternidad…
Arima estaba rememorando su juventud. Echaba de menos la energía juvenil que había tenido cuando se marchó de la compañía de teatro comercial en la que había estado y fundó una compañía nueva con sus amigos.
—Señor Arima, cuando hace unos minutos usted ha recordado el nombre por el que le preguntaba, ha dicho «aquella Sadako Yamamura». ¿Qué ha querido decir con eso?
—Aquella chica, déjeme ver, ¿cuándo fue que se unió a nosotros?
Creo que llevábamos pocos años funcionando. La compañía estaba apenas despegando, y cada año teníamos más chavales que querían venir con nosotros. En todo caso, aquella Sadako era extraña.
—¿En qué sentido era extraña?
—Mmm… —Arima se llevó la mano a la mandíbula y pensó un momento. «Ahora que lo pienso, ¿por qué me da la impresión de que era extraña?»
—¿Tenía algo especial, algo que destacara?
—No, si uno la miraba, era una chica normal. Bastante alta, callada. Siempre estaba sola.
—¿Sola?
—Bueno, normalmente los becarios intiman mucho entre ellos. Pero ella nunca intentó relacionarse con los demás.
—En todas las compañías siempre había alguien así. A Yoshino le costaba imaginar que aquello era lo único que la hiciera destacar.
—¿Cómo la describiría usted con una sola palabra?
—¿Con una palabra? Mmm… diría que era inquietante.
La había definido como «inquietante» sin dudarlo. Y Uchimura la había llamado «aquella chica tan siniestra». Yoshino no pudo evitar sentir lástima por una joven soltera de dieciocho años a la que todo el mundo calificaba de inquietante. Empezaba a imaginarse una mujer de aspecto grotesco.
—¿Qué era lo que la hacía inquietante?
Ahora que se paraba a considerarlo, a Arima le pareció raro que sus recuerdos de una becaria que solamente estuvo allí durante un año hacía un cuarto de siglo pudieran parecerle tan recientes. En el fondo de su mente había algo que retenía su fuerza. Algo había pasado, algo que había servido para fijar aquel nombre en su memoria.
—Ah, sí, ya me acuerdo. Fue en esta misma sala.
Arima examinó el despacho del presidente. Ahora que rememoraba el incidente, podía recordar con nitidez incluso la disposición de los muebles en aquella época, cuando aquella sala todavía se usaba como despacho central.
—Mire usted, hemos ensayado en este espacio desde que empezamos, pero antes era mucho más pequeño. Esta sala en la que estamos ahora era nuestro despacho central. Ahí había taquillas, y teníamos una mampara de cristal esmerilado por aquí… Exacto, y ahí había un televisor… Bueno, ahora tenemos otro distinto —Arima iba señalado mientras hablaba.
—¿Un televisor? —Yoshino frunció el entrecejo y cogió el bolígrafo con más fuerza.
—Sí. Uno de aquellos antiguos en blanco y negro.
—Vale. ¿Y qué pasó? —Yoshino lo apremió a que continuara.
—Se había acabado el ensayo y casi todo el mundo se había ido a casa. Yo no estaba contento con una de mis líneas, así que vine a repasar mi papel otra vez. Estaba justo ahí… —Arima señaló la puerta—.
Estaba ahí de pie, mirando la sala, y a través del cristal esmerilado vi que la tele parpadeaba. Y pensé, bueno, hay alguien viendo la tele. Y no me equivocaba, no. Estaba al otro lado de la mampara, así que yo no podía ver qué había en la pantalla, pero sí que veía la luz temblorosa en blanco y negro. No había sonido. La sala estaba oscura y al pasar al otro lado de la pantalla me pregunté quién estaría delante de la tele y miré la cara de aquella persona. Era Sadako Yamamura. Pero cuando llegué al otro lado de la mampara y me puse a su lado, en la pantalla no había nada. Por supuesto, yo simplemente di por sentado que la acababa de apagar. En aquel momento todavía no tenía dudas. Pero…
Arima parecía reticente a continuar.
—Por favor, continúe.
—Hablé con ella. Le dije: «Será mejor que te vayas a casa deprisa, antes de que dejen de funcionar los trenes». Y encendí la lámpara de la mesa. Pero no se encendía. Miré y vi que no estaba enchufada. Me agaché para enchufarla y fue entonces cuando me di cuenta: el televisor tampoco estaba enchufado.
Arima recordaba con nitidez el escalofrío que le había recorrido la espalda cuando vio el enchufe tirado en el suelo.
Yoshino quería confirmar lo que acababa de oír.
—¿Y está seguro de que el televisor estaba encendido a pesar de estar desenchufado?
—Así es. Aquello me hizo temblar, se lo aseguro. Levanté la cabeza s:n pensarlo y miré a Sadako. ¿Qué estaba haciendo allí sentada, delante de un televisor desenchufado? No me miró directamente, sino
que siguió con la vista clavada en la pantalla y una débil sonrisa en los labios.
Arima parecía recordar hasta el detalle más pequeño. Estaba claro que el episodio le había dejado una huella profunda.
—¿Y se lo contó a alguien?
—Naturalmente. Se lo conté a Uchy… Es decir, a Uchimura, el director, al que acaba de conocer… Y también a Shigemori.
—¿El señor Shigemori?
—Él fue el verdadero fundador de la compañía. En realidad, Uchimura es nuestro número dos.
—Aja. ¿Y cómo reaccionó el señor Shigemori al oír su historia?
—En aquel momento estaba jugando al mahjongg, pero se quedó fascinado. Siempre sintió debilidad por las mujeres, y parecía que a ella llevaba un tiempo observándola, planeando hacerla suya. Y aquella noche, después de beber varias copas, empezó a decir locuras, a decir:
«Esta noche voy a entrar en el apartamento de Sadako». No supimos qué hacer. No eran más que tonterías de borracho. No nos las podíamos tomar demasiado en serio, pero tampoco le podíamos seguir la corriente. Al cabo de un rato todo el mundo se fue a casa y Shigemori se quedó solo. Y al final nunca supimos si había ido al apartamento de Sadako aquella noche o no. Porque al día siguiente, cuando Shigemori apareció en el local de ensayos, parecía una persona completamente distinta. Estaba pálido y silencioso, y se limitó a quedarse sentado sin decir nada en absoluto. Luego se murió, allí mismo, como si se hubiera quedado dormido. Yoshino levantó la vida, asombrado.
—¿Cuál fue la causa de la muerte?
—Parálisis cardíaca. Hoy lo llaman «fallo cardíaco súbito», creo. Se estaba forzando al máximo para estar listo para el estreno y creo que fue más allá de sus fuerzas".

"De pronto habló como si acabara de tener una idea.
—Tal vez debamos aclarar esto. ¿Qué estamos haciendo aquí exactamente?
—Vamos a buscar a Sadako, claro.
—¿Y qué hacemos cuando la encontremos?
—La devolvemos a Sashikiji y la enterramos.
—Así que ese es el sortilegio. Estás diciendo que eso es lo que ella quiere".

"—¿Estás cavando una fosa o algo?
Ryuji suspiró. Asakawa frunció el ceño e hizo el gesto de mirarse el reloj.
—¡Y deja de mirarte el puto reloj! —Ryuji le apartó la mano de una palmada. Miró un momento a Asakawa y volvió a suspirar. Se agachó y susurró con tranquilidad—. Tal vez deberías hacer un descanso.
—No hay tiempo.
—Te lo digo, tienes que mantener la calma. El pánico no te va a llevar a ninguna parte".

"Sin embargo, al cabo de un rato la cara de una mujer apareció en la entrada de la cueva. El sol poniente quedaba a su espalda, así que su cara permanecía en la sombra y no pudieron distinguir su expresión, pero se dieron cuenta de que era un ama de casa cincuentona del vecindario.
—¿Qué hacéis cavando un agujero aquí, chicos? Sería un horror que os quedarais enterrados vivos ahí dentro —dijo la mujer, mirando el interior de la cueva.
Asakawa y los otros dos chicos se miraron. Por jóvenes que fueran, habían percibido algo extraño en su advertencia. No era «Dejadlo estar porque es peligroso», sino «Dejadlo estar porque si es quedáis enterrados vivos ahí va a ser horrible para la gente del vecindario como yo». Los estaba advirtiendo por el bien de ella".

"—Eh, Asakawa —Ryuji hizo una pausa y levantó la vista. Asakawa no contestó—. ¡Asakawa! ¿Algún problema por ahí arriba?
Asakawa quería decir: «Ningún problema. Estoy bien».
—Llevas todo este rato sin decir palabra. Por lo menos, ya sabes, podrías dar gritos de ánimo o algo. Me estoy poniendo un poco melancólico aquí abajo.
Asakawa no dijo nada.
—Bueno, pues, ¿por qué no una canción? Algo de Hibari Misora, quizá.
Asakawa siguió sin decir nada.
—¡Eh, Asakawa! ¿Sigues ahí? Yo sé que no te me has desmayado.
—Estoy… estoy bien —consiguió decir.
—Un coñazo es lo que eres".

"—Si me entiendes, bajarás al pozo.
«Pero no lo entiendo. ¿Cómo voy a entender algo así?»
—No tienes tiempo para vacilar. Casi se te ha acabado el tiempo —La voz de Ryuji se fue volviendo amable—. No creas que puedes vencer a la muerte sin plantar batalla.
«¡Gilipollas! ¡No quiero oír tu filosofía vital!»
Pero al final empezó a subirse al borde del pozo.
—Así me gusta. ¿Crees que puedes hacerlo?
Asakawa se agarró a la soga y bajó por la pared interior del pozo.
Tenía la cara de Ryuji delante.
—No te preocupes. Ahí abajo no hay nada. Tu peor enemigo es tu imaginación".

"Y luego habían hecho su aparición en el mundo. Sadako estaba respirando. El sonido de la respiración surgió de la nada y lo rodeó. «Sadako Yamamura, Sadako Yamamura». Las sílabas se repetían en su cerebro, y la cara terroríficamente hermosa que conocía por las fotos se le apareció, sacudiendo la cabeza con gesto coqueto. Sadako Yamamura estaba allí. Asakawa empezó a cavar compulsivamente en la tierra bajo sus pies, buscándola. Pensó en su cara bonita y en su cuerpo y trató de retener aquella imagen. «Los huesos de aquella chica preciosa cubiertos de mis orines». Asakawa removió el barro con la pala. El tiempo ya no importaba. Antes de bajar se había quitado el reloj. La fatiga extrema y el nerviosismo habían atenuado su irritación, y se olvidó del límite temporal bajo el que estaba trabajando. Era como estar borracho.
Perdió la noción del tiempo. Solamente podía medirlo mediante el número de veces que el cubo bajó al pozo donde él estaba y por los latidos de su corazón.
Al final, Asakawa agarró una piedra grande y redonda con las dos manos. Era lisa y agradable al tacto y tenía dos agujeros en la superficie. La sacó del agua. Le lavó la tierra de las cavidades. La cogió por lo que alguna vez debieron de ser los orificios auditivos y se sorprendió a sí mismo cara a cara con el cráneo. Su imaginación lo cubrió de carne. Unos ojos grandes y claros regresaron a las cuencas vacías y profundas, y alrededor de los dos orificios centrales creció la carne y formó una elegante nariz. Tenía el pelo largo mojado y le caía agua del cuello y de detrás de las orejas. Sadako Yamamura parpadeó dos o tres veces con sus ojos melancólicos para sacudirse el agua de las pestañas. Cogida entre las manos de Asakawa, su cara tenía un aspecto dolorosamente distorsionado. Con todo, su belleza seguía incólume.
Sonrió a Asakawa y luego frunció los ojos como si estuviera enfocando.
«Tenía ganas de conocerte». Mientras pensaba aquello, Asakawa se desplomó allí mismo. Oyó la voz de Ryuji procedente de lo alto.
—¡Asakawa! ¿No se te acababa el tiempo a las diez y cuatro?
¡Alégrate! ¡Son las diez y diez!
—Asakawa, ¿me oyes? Sigues vivo, ¿verdad? La maldición se ha roto. Estamos salvados. ¡Eh, Asakawa! Si te mueres ahí abajo, acabarás igual que ella. Si te mueres, no me maldigas, ¿vale? ¡Eh, Asakawa! ¡Contéstame si estás vivo, mandita sea! Asakawa oyó a Ryují pero no se sintió salvado. Estaba encogido como en un sueño, como si estuviera en otro mundo, con el cráneo de Sadako Yamamura abrazado contra el pecho".

"—¡Eh, Ryuji, levanta!
De pronto tuvo un mal presagio. Vislumbró algo al fondo de su mente. Acercó la oreja al pecho de Ryuji. Quería oír los latidos del corazón de Ryuji a través de su gruesa sudadera, saber que seguía
vivo. Pero cuando su oreja estaba a punto de tocar el pecho de Ryuji, Asakawa se encontró de pronto en una presa de cuello, atenazado por dos manos poderosas. A Asakawa le entró el pánico y empezó a forcejear.
—¡Te pillé! ¿Pensabas que estaba muerto, verdad?".

"—¿Ryuji? —preguntó Asakawa con un tono de voz extrañamente alterado.
—¿Qué?
—Gracias por todo lo que has hecho. Estoy realmente en deuda contigo.
—No te me pongas sentimentaloide.
—Si no fuera por ti, yo estaría… Bueno, ya sabes. Gracias, en todo caso.
—Déjate de chorradas. Me vas a hacer vomitar. La gratitud no vale un miserable yen".

"En el mismo momento en que Asakawa se estaba metiendo en su cama del hotel Hot Springs de Oshima, Ryuji dormitaba sentado al escritorio de su apartamento. Sus labios descansaban sobre un ensayo a medio escribir y su saliva emborronaba la tinta de color azul oscuro.
Estaba tan cansado que su mano seguía cogiendo su amada pluma Montblanc. No se había pasado a los procesadores de texto.
De pronto sus hombros experimentaron una sacudida y su cara se crispó de forma antinatural. Se levantó de un salto. La espalda se le puso recta como una tabla y los ojos se le abrieron mucho más que de costumbre cuando se despertaba. Normalmente tenía los ojos un poco oblicuos, y cuando los abría tanto le cambiaba la cara, se volvía un poco más guapo. Tenía los ojos inyectados en sangre. Había estado soñando. Ryuji, que normalmente no tenía miedo de nada, estaba temblando de
pies a cabeza. No se acordaba del sueño. Pero la tensión de su cuerpo y sus temblores atestiguaban el terror del sueño. No podía respirar. Miró el reloj. Las 9.40 h. No pudo reconocer de inmediato la importancia de aquella hora. Las luces estaban encendidas —el fluorescente del techo y la lamparilla que tenía delante en el escritorio— y había mucha luz, pero todo seguía estando demasiado oscuro. Sintió un miedo instintivo a la oscuridad. Su sueño había estado regido por una oscuridad como ninguna otra.
Ryuji giró en su silla y miró el reproductor de vídeo. La cinta fatídica seguía dentro. Por alguna razón ahora no podía apartar la vista.
Se lo quedó mirando. Su respiración se volvió entrecortada. Le pasaron imágenes a toda velocidad por la mente que no dejaban sitio para el pensamiento lógico.
—Así que has venido…".

"—¡Oooooooooh! —gimió Asakawa. Por fin había entendido la naturaleza del sortilegio.
«Es obvio lo que he hecho esta semana y Ryuji no. Me llevé la cinta a casa, hice una copia y se la enseñé a Ryuji. El sortilegio es sencillo. Cualquiera puede hacerlo. Haz una copia y muéstrasela a alguien. Ayúdala a reproducirse enseñándosela a alguien que no la haya visto".







Koji Suzuki

sábado, 29 de octubre de 2022

Citas: Los otros - Alejandro Amenabar

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"GRACE: (rotunda) Como verán, las tareas domésticas se han descuidado  desde que los criados desaparecieron, hace casi una semana.
SEÑORA MILLS: ¿Desaparecieron, así por las buenas?
GRACE: Se esfumaron. Sin previo aviso. Ni siquiera cobraron sus salarios  ni se llevaron sus pertenencias.
SEÑORA MILLS: ¡Qué cosa más extraña!".

"GRACE: Los médicos nunca fueron capaces de encontrar una cura.
SEÑORA MILLS: ¿Para qué?
GRACE: Se llama Xeroderma Pigmentosum. Básicamente es una fuerte alergia a la luz. Los niños padecen una fuerte alergia a la luz. Son fotosensibles y jamás deben ser expuestos a una claridad superior a ésta. Les produciría erupciones, llagas y falta de aire en cuestión de minutos. A largo plazo podría ser fatal.
SEÑORA MILLS: ¡Santo cielo!
GRACE: Ya le dije que vivir en esta casa no es fácil para alguien que no está acostumbrado. Cualquier sonido extraño, un crujido, una puerta, una ráfaga de aire, resulta muy diferente en la oscuridad. ¿Es usted miedosa? ¿Cree en los fantasmas y todos esos embustes?
SEÑORA MILLS: No, señora.
GRACE: Bien. (Pausa.) Bien".

"GRACE: No me gustan las... fantasías, las ideas raras. ¿Sabe a lo que me refiero?
SEÑORA MILLS: Creo que sí, señora. Ya me dijo antes que...
GRACE: Mis hijos tienen a veces ideas raras, pero no hay que hacerles caso. Por algo son niños...
SEÑORA MILLS: (algo confusa) Claro, señora".

"GRACE frunce el ceño, como si prestara atención a algo.
En la lejanía se oye el llanto de un niño, distorsionado por la reverberación de la casa.
Cuando los lamentos son claramente reconocibles, GRACE avanza a paso rápido hacia una puerta lateral.
GRACE: Nicholas. Sale.
GRACE: (confusa) ¿Nicholas?
NICHOLAS: ¿Qué pasa?
GRACE: ¿Por qué llorabas?
NICHOLAS: No lloraba, estaba leyendo.
GRACE: Pero acabo de oírte...".

"NICHOLAS: ¿Es verdad que has visto a un niño?
ANNE: Sí, se llama Víctor.
NICHOLAS: ¿Es un fantasma?
ANNE: No seas tonto. Los fantasmas no son así.
NICHOLAS: ¿Cómo son?
ANNE: (cansinamente) Ya te lo he dicho mil veces. Llevan sábanas blancas arrastran cadenas".

"Sobre el rostro de NICHOLAS oímos cómo se cierran las cortinas y queda todo en penumbra.
ANNE vuelve a la cama.
Casi al instante oímos de nuevo el ruido de las cortinas, al ser bruscamente descorridas.
ANNE chasquea con la lengua, en señal de fastidio.
ANNE: Ya vale, Víctor. Nicholas, dile que deje en paz las cortinas. A mí no me hace caso.
VOZ DE VÍCTOR: (susurranda y crispante) ¡Basta ya! ¡Salid los dos de mi cama!
NICHOLAS da un respingo y se encoge aún más. Su respiración se acelera.
ANNE: (con frialdad) Esta es nuestra cama.
VOZ DE VÍCTOR: No, es mía.
NICHOLAS: Anne, deja de poner esa voz.
ANNE: Tú cállate, cobardica. Mira, Víctor, como te pongas pesado, llamaré a mi madre y te echará de aquí a patadas. Tú no conoces a mi madre.
VOZ DE VÍCTOR: (amenazante) Y tú no conoces a mis padres.
NICHOLAS: ¡Deja de poner esa voz!".

"GRACE: (a la SEÑORA MILLS) Por cierto, he tenido que aguantar el ruido de Lydia correteando encima de mi cabeza. Ha estado organizando tal revuelo que parecía que hubiera tres personas. Haga el favor de decirle que no hace falta armar tanto alboroto para hacer un poco de limpieza. No podría soportar otro ataque de jaqueca.
La SEÑORA MILLS mira a GRACE momentáneamente extrañada, pero finalmente acepta.
SEÑORA MILLS: Se lo diré, señora.
La SEÑORA MILLS se retira.
GRACE continúa bordando. De repente, un ruido sobre su cabeza la obliga a mirar al techo. Unos pasos apresurados corretean de un lado a otro. GRACE sigue la trayectoria del sonido como si se tratara de un mosquito.
De pronto se hace un repentino silenció.
Algo cae al suelo, armando un pequeño estruendo.
GRACE: (para sí) Esto ya es demasiado... (Mirando al techo.) ¡Lydia, maldita sea, baja aquí inmed...!
GRACE ve por la ventana algo que la deja sorprendida.
Plano subjetivo de GRACE: la SEÑORA MILLS está en el sendero central, hablando con LYDIA, que sostiene una cesta con flores.
La SEÑORA MILLS señala hacia la segunda planta de la casa y la muchacha niega con la cabeza".

"Nos acercamos lentamente a su oído...
Muy levemente, mezclado con el ruido de las hojas del jardín, percibimos una amalgama de susurros desdibujados, hasta el punto de que resulta casi imposible distinguir lo que dicen.
Resuena una especie de gemido sobrenatural seguido de una respiración intensa.
GRACE retrocede intentando situar la procedencia de las voces, pero aunque éstas parecen sonar justo a su lado, no tienen una loca-lización específica.
VOZ DE LA ANCIANA: Ella está aquí, ella está aquí....
VOZ DE VÍCTOR: Mamá, dice que ella está ahí....
VOZ DE LA ANCIANA: Nos está mirando. (La voz deriva en un gemido lastimero.) ¡Nos está mirando! ¡Nos está mirando!
VOZ DE MUJER: Sshh...
GRACE abre bien los ojos, intentando desmenuzar lo que tiene delante, pero sólo ve un par de muebles y una pared.
Descubre que la puerta de la sala se encuentra abierta, y además se cierra lentamente. El hecho de que al otro lado sólo haya oscuridad hace imposible comprobar quién está tirando del pomo".

"GRACE: ¿Señora Mills?
SEÑORA MILLS: (volviéndose) ¿Sí?
GRACE: ¿Sabe usted qué puede ser esto?
GRACE avanza hacia la anciana y le muestra el álbum.
SEÑORA MILLS: (como si fuera evidente) Es un libro de fotografías, señora.
GRACE: Sí, pero todos están como dormidos. Mire.
SEÑORA MILLS: No están dormidos, señora... Están muertos.
GRACE mira a la anciana, entre la sorpresa y el terror.
SEÑORA MILLS: Es un libro de difuntos".

"SEÑORA MILLS: El dolor por la pérdida de un ser querido puede empujar a hacer cualquier cosa".

"La SEÑORA MILLS y TUTTLE miran hacia la salida.
De pronto, el rostro de la anciana, generalmente afable y hasta ingenuo, adquiere un tono turbio y sombrío.
SEÑORA MILLS: (con complicidad) Ahora está convencida de que son fantasmas.
TUTTLE: (apoyándose sobre el rastrillo) ¿No será arriesgado dejar que se vaya?
SEÑORA MILLS: (fríamente) No se preocupe. La niebla no la dejará ir muy lejos.
TUTTLE: Sí, la niebla. La niebla..., claro.
TUTTLE continúa su labor, amontonando rastrojos. De pronto se detiene y nuevamente se apoya sobre el rastrillo.
TUTTLE: (señalando los tres montones) ¿Ycuándo... cuándo cree que deberíamos destapar... todo esto?
SEÑORA MILLS: Cada cosa a su tiempo, señor Tuttle, cada cosa a su tiempo. Por cierto...
Uno de los montones se ha desmoronado parcialmente, dejando ver una cruz de piedra erosionada.
TUTTLE: ¡Vaya!
TUTTLE coge un puñado de rastrojos de la carretilla y los deposita sobre la sepultura, tapándola de nuevo".

"GRACE: ¿No te dije que no te sentaras en el suelo?
ANNE: Estoy sobre la alfombra.
GRACE: Es igual. Así se mancha. ¿Se puede saber por qué nunca haces lo que ted...?
Silencio. GRACE muestra una expresión de absoluto terror.
Las manos que juegan con las muñecas son largas y huesudas. En ese momento somos conscientes de que la silueta de la niña podría ser la de una  mujer mayor,
agazapada en la esquina. De hecho, las costuras del vestido parecen estar a punto de estallar. No obstante, la voz de resulta inconfundible.
GRACE camina lentamente hacia la figura...
FIGURA: (con voz de Anne) No sabía cómo quitármelo".

"GRACE abandona la habitación.
SEÑORA MILLS: (mirada perdida, hablar pausado) Primero nos grita y nos insulta, luego maltrata a Lydia, y ahora nos quita las llaves. ¿Sabe, señor Tuttle? Creo que se me ha acabado la paciencia. ¿A usted no?
TUTTLE: Oh, sí... desde luego.
Pausa.
SEÑORA MILLS: (a TUTTLE) Será mejor que vayamos a destapar las lápidas".

"TUTTLE: ¡Oh, sí! ...Señora, ¿se acuerda de las tumbas que andaba buscando? Ya las encontré.
GRACE: ¡No quiero ver ninguna tumba!
SEÑORA MILLS: Debería verlas, señora. Y así comprobaría... (Su tono suena más siniestro que nunca.) .. .que los fantasmas existen.
GRACE: ¡Los fantasmas no existen!
TUTTLE: (acercándose a GRACE) Oh, sí, señora. Se lo puedo asegurar... Existen, claro que sí".

"GRACE, con la vieja foto entre las manos, abre desmesuradamente los ojos.
En la imagen aparecen retratados la SEÑORA MILLS, LYDIA y el SEÑOR TUTTLE. Sus cuerpos están distribuidos en un sofá, intentando formar una extraña composición triangular...
Los tres tienen los ojos cerrados. Al pie de foto está impreso:
Diciembre, 1891
GRACE: (balbuceando) M-m-muertos... (Lanza un sollozo y se lleva una mano a la boca.) ¡¡Están muertos!!".

"SEÑORA MILLS (V.O.): Íbamos a decírselo tarde o temprano. Sólo queríamos encontrar el momento oportuno para hablar con usted.
GRACE: ¿Sobre qué?
SEÑORA MILLS (V.O.): Sobre la casa... Sobre... la nueva situación.
GRACE: ¿Qué situación?
SEÑORA MILLS (V.O.): Debemos aprender a convivir... Los vivos con los muertos.
GRACE es presa de un llanto histérico.
GRACE: Dios mío... ¡Si están muertos, déjennos en paz!".

"GRACE: Nadie nos echará de esta casa... mientras estemos muertos".







Alejandro Amenabar

viernes, 28 de octubre de 2022

Citas: El árbol de las brujas - Ray Bradbury


 

"El pueblo estaba lleno de árboles. Y pasto seco y flores muertas ahora que había llegado el otoño. 
Y muchas cercas para caminar por encima y aceras para patinar y una cañada donde echarse a
rodar y llamar a gritos a los del otro lado. Y el pueblo estaba lleno de…
Chicos.
Y era la tarde de la Noche de las Brujas.
Y todas las casas cerradas contra un viento frío. Y el pueblo lleno de fríos rayos
de sol. Pero de pronto el día se fue.
De abajo de todos los árboles salió la noche y tendió las alas".

"Buuum. Ocho puertas de calle cerradas de golpe. Ocho muchachitos ejecutaron una serie de hermosos saltos por encima de tiestos, barandillas, helechos muertos, arbustos, y aterrizaron sobre el césped seco y almidonado de los jardines. Galopando, atropellándose, se apoderaban de una última sábana, ajustaban una última máscara, tironeaban de extraños sombreros hongo o pelucas, gritando por cómo los llevaba el viento, cómo los ayudaba a correr; felices en el viento, o soltando maldiciones infantiles cuando las máscaras se les caían o se les torcían o se les metían en las narices con un olor a muselina, como el aliento caliente de un perro; o sencillamente dejando que la pura alegría de vivir y de estar fuera de noche les colmara los pulmones y les formase en las gargantas un grito y un grito y un… ¡griiitooo!".

"El viento de la puerta que se abrió de pronto casi barre del porche a los chicos. Se tomaron por los codos unos a otros, gritando. Entonces, dentro de la casa, la oscuridad inspiró. Un viento de succión entró por la puerta. Tironeó de los chicos, los arrastró por el porche. Tuvieron que echarse hacia atrás para que no los remolcara al interior del vestíbulo negro. Se debatieron, gritaron, se aferraron a las barandas del porche. Pero de pronto el viento cesó.
La oscuridad se movió en la oscuridad".

"Pues allí estaba el Árbol.
Y nunca en la vida habían visto un árbol semejante.
Se alzaba en el centro de un patio amplio, detrás de la mansión terriblemente misteriosa. Y este árbol tenía casi treinta metros de altura, y era más alto que los altos tejados, y exuberante y redondo y frondoso, y estaba cubierto de una infinita variedad de hojas otoñales, rojas, pardas y amarillas.
—Pero… mirad, oh —cuchicheó Tom—. ¿Qué es eso allá arriba, en ese árbol?
Porque del árbol colgaban toda clase de calabazas de las más diversas formas y tamaños y de muchas tonalidades y matices de anaranjado brillante y amarillo humo.
—Un árbol calabacero —dijo alguien.
—No —dijo Tom.
Entre las ramas altas sopló el viento y agitó levemente el cargamento rutilante.
—Un Árbol de las Brujas —dijo Tom. Y tenía razón".

"Una nubecilla de humo pareció escapar de la boca de Tom:
—Árbol de Todas las Brujas…
Todos los chicos repitieron en un murmullo:
—Árbol… de Todas las Brujas.
Y luego silencio.
Y durante el silencio las últimas triples y cuádruples velas del Árbol de Todas las Brujas se encendieron en constelaciones titánicas, entretejiéndose entre las ramas negras y espiando a través de los tallos y las hojas crepitantes.
Y ahora el Árbol se había convertido en una inmensa Sonrisa sustancial".

"De la parva de hojas emergía una mano blanca y descarnada, una mano flotante.
Y detrás, deshaciéndose en sonrisas, oculta por un momento pero ahora visible mientras se deslizaba hacia arriba, una calavera blanca.
Y lo que fuera una deliciosa piscina de hojas de roble, olmo y álamo donde patalear y hundirse y esconderse, era ahora el lugar donde menos querían estar. Pues la blanca mano descarnada volaba por el aire. Y la calavera blanca se elevaba revoloteando ante ellos.
Y los chicos cayeron hacia atrás, tropezando unos con otros, con jadeos de pánico, hasta que en una masa informe y aterrorizada rodaron por tierra y se revolcaron y manotearon la hierba para ponerse a salvo, atropellándose, tratando de echar a correr.
—¡Auxilio! —gritaron.
—Oh, sí, auxilio —dijo la Calavera".

"Un millón de asesinatos diminutos ocurrieron en algún lugar.
—¡Enciende tu calabaza, Pip!
—Auxilio… —gimió una vocecita angustiada.
Miles de alas remontaron vuelo. En algún sitio una bestia enorme batió el aire como un tambor sordo.
Las nubes, como telones de gasa, se corrieron despejando el cielo. Y allí estaba la luna, un ojo enorme.
Miró abajo…
Un sendero desierto.
No se veía a Pipkin en ninguna parte.
En lontananza, hacia el horizonte, algo oscuro se desmigajó, danzó y se escurrió alejándose en el frío aire estelar.
—Auxilio… auxilio… —gimió una voz que se perdía a la distancia.
Y calló.
—Oh —se lamentó el señor Mortajosario—. Esto sí que es grave. Me temo que algo se lo haya llevado.
—¿Adónde, adónde? —balbucearon estremeciéndose los chicos.
—A la Comarca Ignota. El Lugar que os quería mostrar. Pero ahora…
—¿No querrá decir que esa Cosa de la barranca, Eso, o Él, o lo que sea, era… la Muerte? ¿Qué se apoderó de Pipkin y… huyó?
—Decir que lo tomó en préstamo sería más correcto, quizá para pedir rescate —dijo Mortajosario.
—¿Puede hacer eso la Muerte?
—A veces, sí.
—Oh, diantre. —Tom sintió que se le humedecían los ojos—".

"Los chicos corrieron en la oscuridad por el sendero de lienzo.
—¡Atentos al crimen, muchachos! ¡Muerte!
Los pilares a ambos lados del corredor se animaron de pronto. Unas figuras seestremecieron y se movieron.
El sol dorado bañaba los pilares.
Pero era un sol con brazos y piernas, envuelto en ceñidos vendajes de momia.
—¡Muerte!
Una criatura tenebrosa le asentó al sol un golpe terrible.
El sol murió. Los fuegos se extinguieron".

"—¿Y es ése el origen de la Noche de las Brujas?
—Esas largas meditaciones nocturnas, muchachos. Y siempre allí, en el centro, elfuego. El sol. El sol sucumbiendo para siempre bajo el cielo frío, aterrorizando alhombre primitivo. Aquélla era la Gran Muerte. Si el sol desaparecía para siempre,entonces ¿qué?".

"La hoja afilada bajó de golpe: ¡hissssssss!
—¡Señor Mortajosario, apiádese de nosotros!
—¡Cállate! —Alguien le dio a Tom un golpecito en el codo. El señor Mortajosario estaba echado junto a él—. Ése no soy yo. Es…¡Samhain! —gritó la voz desde la niebla—. ¡El Dios de los Muertos! ¡Asícosecho, y así!".

"—Eh, mirad. ¡Ese perro!
Un perro salvaje, despavorido, trepaba por las rocas a toda carrera.
Y la cara del perro, los ojos, algo en los ojos…
—¿No será…?
—¿Pipkin? —dijeron todos.
—Pip… —gritó Tom—. ¿Aquí nos encontramos? Entonces…
Pero ¡funnm! La guadaña cayó.
Y lloriqueando de terror, el perro rodó sobre sí mismo y resbaló cuesta abajo.
—Aguántate, Pipkin. ¡Te reconocemos, te vemos! ¡No te asustes! No… —Tom silbó.
Pero el perro, que gemía con la dulce y adorada y asustada voz de Pipkin, ya noestaba allí.
Pero ¿no devolvían las colinas un eco de aquel gañido?
—Encontradme. Encontradme. Encontraaaaadme…
«¿Dónde?», pensó Tom. «Cuernos ¿dónde?»".

"—Brujas, brujas por todos lados —dijo Tom sorprendido—. ¡Nunca pensé que hubiese tantas!
—Legiones y multitudes, Tom. Europa estaba inundada hasta los topes. 
Brujas bajo los pies, debajo de las camas, en los sótanos y en las buhardillas.
—Caramba caramba —dijo Henry-Trampitas orgulloso en su disfraz de Bruja —.¡Brujas de verdad! ¿Podían hablar con los muertos?
—No —dijo Mortajosario.
—¿Engañar a los diablos?
—No.
—¿Meter a los demonios en las bisagras de las puertas y hacerlos chirriar a medianoche?
—No.
—¿Cabalgar en palos de escoba?
—Nopo.
—¿Hacer estornudar a la gente?
—Lástima, pero no.
—¿Matar a personas clavando alfileres en muñecos?
—No.
—Bueno, diantre ¿qué podían hacer?
—Nada.
—¡Nada! —gritaron todos, ultrajados.
—¡Ah, pero ellas creían que podían, muchachos!".

"El humo se arremolinaba en el cielo. En las encrucijadas había brujas colgadas, cuervos apretados en la plumosa oscuridad.
Arriba los chicos colgaban de las escobas, los ojos fuera de las órbitas, estupefactos.
—¿Alguno quiere ser bruja? —preguntó por último Mortajosario.
—Humm… —dijo Henry-Trampitas estremeciéndose en sus harapos de bruja—. ¡Y yo no!
—No es broma ¿en, muchacho?
—No es broma.
Las escobas los llevaron lejos de las carnes carbonizadas y el humo.
Aterrizaron en una calle desierta, en un lugar abierto, en París.
Las escobas se les desplomaron, muertas".

"Pipkin.
—Pip, por todos los diablos ¿qué haces aquí? —gritó Tom.
Pip no dijo nada.
La boca de Pip era de piedra.
—Uff, es sólo roca —dijo Ralph—. Es sólo una gárgola tallada aquí hace mucho tiempo, que se parece a Pipkin.
—No, yo lo oí llamar.
—Pero, cómo…
Y entonces el viento les trajo la respuesta. Sopló alrededor de los altos muros de Notre Dame. Tocó la flauta en los oídos y el caramillo en las bocas abiertas de las gárgolas.
—Ahhh… —suspiró la voz de Pipkin.
Los cabellos se les erizaron en las nucas
—Oooooo —murmuró la boca de piedra.
—¡Escuchad! ¡Es él! —dijo Ralph, excitado".

"La lluvia le brotó de los ojos como lágrimas.
Los muchachos levantaron las manos como para tocar la barbilla de Pipkin, Pero antes que alcanzaran a tocarla…
Un rayo cayó del cielo.
Restalló en azul y blanco.
La catedral entera se conmovió. Los chicos tuvieron que aferrarse con ambas manos a cuernos de demonios y alas de ángeles para que no los derribaran.
Trueno y humo. Y un gran alud de roca y piedra.
La cara de Pipkin desapareció. Arrancada por el rayo, cayó en el espacio y se hizo añicos contra el suelo".

"Se habían acostumbrado tanto a que Pipkin les deparase fantásticas sorpresas, apareciendo en los muros de Notre Dame, o apretujado en un sarcófago de oro, y habían esperado que Pipkin, como un muñeco de resorte, saltara de pronto de una montaña de calaveras de azúcar, les sacudiera una mortaja en las caras y se pusiera a cantar.
Pero no. De pronto, nada de Pip. Ni rastros de Pip.
Y tal vez nada de Pip nunca más.
Los muchachos se estremecieron. Un viento frío sopló una niebla desde el lago".

"Tom Skelton, disfrazado de calavera y huesos, sin ganas de entrar, queriendo extraerle una última gota a esa fiesta favorita, envió sus pensamientos por el aire
nocturno hacia la extraña casa del otro lado de la cañada. 
Señor Mortajosario ¿quién es USTED?
Y el señor Mortajosario, allá arriba, en el tejado, le envió la respuesta:
Creo que tú lo sabes, muchacho, creo que tú lo sabes.
¿Volveremos a encontrarnos, señor Mortajosario?
Dentro de muchos años sí, vendré por ti.
Y un último pensamiento de Tom:
Oh, señor Mortajosario, ¿dejaremos de tenerles miedo alguna vez a la noche y a la muerte?
Y el pensamiento volvió:
Cuando lleguéis a las estrellas, muchacho, si, y viváis para siempre allí, todos los miedos desaparecerán, y la Muerte misma morirá".





Ray Bradbury