viernes, 28 de marzo de 2025

Citas: Las máscaras de porcelana - Rubén Falgueras Pradas

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 "Cuando terminó de escribir me dio la nota, en la que se podía leer:

Nabar Balder Santos
Hotel Rey Juan Carlos I
Planta 14, habitación 234

—¿Quién es? —pregunté.
—Su nuevo compañero. Bob Myers se lo presentará y acto seguido quiero que se dirijan a la calle Pineda.
—¿Por algún motivo en especial?
—Un homicidio".

"—Buenos días.
Una inesperada voz surgida de la nada me sobresaltó hasta el punto de hacerme caer de culo. Provenía de un hombre un par de años mayor que yo, con el pelo largo y castaño, ojos marrones, nariz algo alargada y barbilla afilada; solo vestía unos pantalones negros de pijama, mostrando un torso atlético. Aunque no fue su físico lo que me sorprendió. Lo que hizo que tropezara hasta perder el equilibrio fue encontrarlo de repente colgado como si fuera un murciélago, atado por los pies a una cuerda que descendía del techo.
—¡¿Es usted gilipollas?! —grité.
Me levanté mientras clavaba mis ojos en los suyos.
—Si me dieran un euro cada vez que me lo dicen… —contestó en mi idioma.
»Agente Bob Myers, ¡qué alegría verle!
—Balder.
Bob permaneció detrás intentando evitar el contacto visual con él".

"Se fueron dejándome sola con Myers y Balder; bueno, sola con Bob, porque Nabar había desparecido. Lo busqué durante unos minutos sin éxito, hasta que finalmente apareció.
—¿A dónde has ido? —interrogué.
No obtuve respuesta. Comenzó a olfatear con insistencia, como si fuera un perro que busca un rastro.
—¿Se puede saber qué haces? —preguntó Bob algo irritado.
Nos ignoró y continuó con su tarea. Caminó por los alrededores, olisqueó el cuerpo durante varios segundos y luego se aproximó, acercándose hasta llegar a mi cuello e inspiró profundamente.
—Me estas asustando —le dije nerviosa.
—¿Es que no lo notáis? —preguntó rompiendo su silencio.
—¿El qué? —preguntó Bob.
—Este olor.
—Será el cuerpo —respondí paciente.
Inspiré profundamente esperando sentir el hedor a podrido del cadáver, pero fue entonces cuando entendí a qué se refería. No apestaba a descomposición por extraño que pareciera; el maldito cadáver olía bien: era un olor dulce y un poco floral.
—Dado que estamos en invierno, es normal que el cuerpo tarde en descomponerse —dijo Bob intentando explicar la situación.
—¿Y por eso huele a perfume? —cuestioné dubitativa.
—Eso no es lo que me intriga. Lo que me llama la atención es que es el mismo aroma que desprendía Eduardo Calleja cuando le encontramos —aclaró Nabar.
—¿Oliste el cuerpo de la primera víctima?
—Poner los cinco sentidos es parte de nuestro trabajo, que tengáis la nariz taponada no es mi problema".

"—¡Oiga! —interrumpió el neonazi—. Esto es brutalidad policial. Tengo derechos. ¿S’ha enterao usté?
Nabar se acercó por detrás y le dio una patada con fuerza en la parte posterior de una de sus rodillas para doblegarle.
—Hasta que no haya acabado contigo no tienes ningún derecho —amenazó el Inspector.
Aranda se levantó del suelo, Balder le agarró del cuello de la chaqueta y le obligó a mirarle a la cara.
—Ahora, montón de mierda, vas a explicarme por qué coño has traído ese cuerpo aquí".

"—Pareces hecha polvo.
Una voz masculina me sobresaltó. Me giré a un lado y a otro hasta que lo vi. A primera vista me resultó un tipo bastante raro. Estaba sentado en uno de los sillones. Vestía tejanos azules, zapatillas deportivas y una camiseta bastante ajustada. Era delgado, pero bien definido y tenía una perilla cuidadosamente recortada que no dejaba de acariciar.
Me llamó especialmente la atención que llevase gafas oscuras en el interior de una sala con las luces apagadas cuando aún no había amanecido.
—Disculpa, siento haberte asustado —se excusó con una sonrisa reluciente—. Permíteme que me presente, mi nombre es Ángel Balder Corega.
—¿Es pariente de Nabar?
No me miró a la cara, simplemente sonrió.
—¿Qué te hace pensar que soy pariente de esa persona? —me preguntó en un tono de voz difícil de descifrar.
—Tienen el mismo apellido —le contesté.
—Eso no basta. Seguro que habrá muchas personas con el mismo apellido.
Me quedé observando su rostro, no le pude ver los ojos porque sus gafas los ocultaban, pero pude observar ciertos rasgos semejantes.
—Se le parece bastante.
—Eres observadora y tampoco pareces tonta, ya entiendo por qué Nabar te escogió.
—Él no me escogió. Fue la comisaria Amanda Gallego.
No me dirigió la mirada en ningún momento, cada vez que hablaba parecía lo hiciera al vacío y eso empezó a fastidiarme.
—Bueno, ¿me cuentas qué habéis encontrado en Granada? —me preguntó, haciéndome recordar el caso de golpe. ¿Cómo diantre lo sabía? Quizá alguien de la comisaría le había informado, pero… ¿qué hacía en nuestra oficina?
—No podemos dar información de un caso a civiles —contesté irritada—. Aunque sea pariente de un compañero, es confidencial.
Arrugó la frente como si no entendiera qué estaba pasando. Por su aspecto calculé que tendría unos cuarenta años ¡y seguía sin mirarme el muy idiota! Me levanté del sillón para que me viera a la perfección. Seguía sin reaccionar.
—¿Me quiere usted mirar a la cara, maldita sea? —exploté.
Un instante después, el extremo de un bastón presionaba mi cuello.
—Un poco de respeto, niña. Seré ciego, pero mis oídos son más finos de lo que puedas imaginar".

"Estaba avergonzada por no haberme dado cuenta. Por suerte, en ese momento aparecieron los demás por la puerta del despacho, encabezados por el Inspector Balder, que nos miraba con cierto interés.
—Creo que os llevaréis bien —dijo sonriendo—, ¿verdad Hartigan?
Ángel bajó su bastón y se apoyó en él con ambas manos.
—Odio que me llames así —contestó.
—Te veo mejor que en otros tiempos.
—Puesto que nadie me quiere explicar lo que pasó en…
—Un momento —interrumpí casi a gritos—. ¿Este hombre es policía?
La pregunta fue ignorada por todos, solo Bob se acercó y me cogió por el brazo para arrastrarme a un rincón apartado.
—Este tipo lleva más de veinte años trabajando con la policía".

"Tras cerrar la puerta, oímos desde el descansillo cómo nuestro testigo gritaba a pleno pulmón: «¡Donne maledette, vaffanculo!».
—¿Era necesario que le cogieras de las pelotas? —le pregunté a Sofía al llegar al coche—. Nos podría demandar.
—Ya ha demostrado lo machista que es. Dudo que pase por la «humillación» que supondría para él una denuncia por agresión por parte de una mujer.
Lanzó una sonora carcajada y arrancó el motor para volver a la comisaría".

"—Me estás poniendo en una situación muy complicada, ¿acaso lo haces a propósito?
—Los topos del PDC están más cerca de lo que creemos —respondió mi compañero.
—El Inspector Rodríguez no tiene nada que ver con el soplo —replicó Amanda.
—¿Por qué acusas a un policía de ser un soplón, aunque sea fascista? —intervine.
—Abre los ojos, yanqui. La corrupción está por todas partes".

"—Todo buen acto siempre tiene una mala consecuencia".

"— Ahora que ya lo sabe todo no podré enviar de nuevo a Carranza de incógnito. Aunque, realmente, ya da igual, puesto que no aceptará nuestra ayuda, salvo que llevemos un pin de las SS. El muy estúpido se dejará coger por Doppelgänger.
—¿Dopun… qué? —preguntó la comisaria.
—Doppelgänger —la corregí—. En mitología germánica, es un monstruo o figura mítica con la misma apariencia de una persona: un doble. Dice la leyenda que aquel que lo vea morirá.
Dirigí la mirada hacia mi compañero, mostrando cierto orgullo por mis estudios antes de ser policía.
—Roba sus identidades, según el folklore, para cometer infinidad de atrocidades —concluyó Nabar.
Siempre tiene algo que decir, es increíble".

"—Andrea, ¿estás ocupada en estos momentos?
Consulté el reloj que colgaba de la pared, cerca de la puerta: marcaba las ocho y media de la tarde.
—No, ahora no tengo nada que hacer.
Los demás seguían ocupados en otros casos. La falta de personal era una auténtica molestia.
—Yo también he acabado con un asunto pendiente, pero esa no es la razón por la que te llamo... ¿Te apetece comer algo?
Creía que me iba a reprochar que no hiciera mi trabajo o algo mucho peor, pero me sorprendió gratamente. Desde que llegué, lo más bonito que me había dicho ese hombre había sido: «haz tu trabajo. ¡Coño!».
—Sí, ¿por qué no? —acepté con una sonrisa—. Pero, no será un restaurante caro ¿verdad? No tengo nada decente que ponerme.
—No. Nada caro —respondió enseguida—. Algo rápido, un chino o similar.
—¿Qué me dices de un McDonald’s? —propuse.
—¡No, por favor! No tengo precisamente buenos recuerdos.
—¿Les demandaste?
—No.
—¿Te demandaron?
—Nadie demandó a nadie y no sigas por ahí —zanjó sin alzar demasiado la voz—".

"—Nabar, ¿qué pretendes?
Mi compañero giró la cabeza y me miró sorprendido.
—¿Cómo dices? —preguntó confuso.
—Desde que he llegado, no has parado de tener detalles conmigo.
Estaba planteándole las sospechas que tenía acerca de él. Por un lado, delante de todos me trataba igual que a los demás, pero que me invitase a cenar a un restaurante... ¿No era para dudar?
—Me gusta ayudar.
—No me lo creo —le solté —. Nadie, por muy rico que sea, le da catorce mil euros a una desconocida.
—¿Y por qué crees que te los di? —preguntó desafiándome con la mirada.
—Quieres llevarme a la cama, ¿y si me niego?
—¡Ehh, para el carro yanqui! ¿Por qué crees que quiero hacer algo así?
—Maldita sea Nabar, me has dado dinero, me conseguiste un apartamento y ahora una cena solos... Una insinuación demasiado descarada, ¿no crees?".

"—Qué pronto han llegado —dijo el médico con una voz rota que me puso los pelos de punta—. Aún no lo he abierto...
—El tiempo corre —dijo Nabar.
—Pero el mundo no se acabará por una hora o dos —le respondió el forense—. Esperen fuera por favor".

"—¿No sería mejor volver en helicóptero? —pregunté.
—No, lo siento —contestó Nabar con la vista en la carretera.
—¿Por qué no? Sería bastante más rápido si…
—¿Sabes qué sería mejor? —dijo entonces con brusquedad—. Que me dejaras sacarles información a los sospechosos a mi manera.
—¿Perdona? Tu interrogatorio no fue para nada legal. ¡Maldita sea, le golpeaste la herida de la mano!
—Herida que fue consecuencia de tu disparo. No te hagas la santurrona.
—Sí, vale, pero no le he dado una paliza y le he estampado la cabeza encima de la mesa estando esposado.
—¿Te recuerdo que nos disparó y que casi mata a Bob?
—Pero nosotros debemos seguir las normas establecidas, Nabar, no usar los métodos de Guantánamo.
Balder resopló furioso y pisó con fuerza el freno. El impacto no fue fuerte, pero me llevé una buena sacudida.
—En primer lugar, yo hago mi trabajo a mi manera. Segundo, tú no eres nadie para decirme lo que debo hacer.
—¿Has oído hablar alguna vez de la Unidad de Asuntos Internos? —le pregunté con dureza—. No puedes golpear a alguien y pretender que no haya consecuencias.
—Veo que aún no has superado la edad del pavo de la policía —me contestó a la vez que ponía de nuevo en marcha el vehículo policial.
—Pues no, y quizá no quiera superarla, porque a diferencia de ti, yo creo en lo que representamos, y si no te gusta, pides un cambio de compañera, ¿entendido?
Nabar no me miró a la cara directamente, lo hizo de reojo, sin apartar la mirada del asfalto.
—Hubo una época en que yo también lo creía, pero como muchas otras creencias que se tienen, acaban por decepcionarte".

"Me quedé observándola unos instantes en que volvió nuevamente a su trabajo. Aunque tuviera los ojos rasgados, no eran los típicos ojos oscuros de los orientales, eran de color azul verdoso. Y teniendo en cuenta su peinado tan moderno, su aspecto no era precisamente muy típico de allí.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —me atreví.
—Soy medio española, medio japonesa —respondió sin levantar la vista del microscopio.
—¿Cómo has...?
—Porque sé que mi nombre confunde a la gente y todo el mundo me hace la misma pregunta.
Desde luego aquella respuesta me hizo sentir muy tonta.
—Mi padre se llama Ernesto Morgadas y mi madre Taeko Nishima —me dijo.
—Un momento, pero si todos te llaman Nakamura…
—Nabar es el que empezó a llamarme Nakamura —me corrigió sonriendo de nuevo—, en honor a Shunsuke Nakamura, un famoso jugador de fútbol japonés que vino a jugar a Barcelona y pasó brevemente por el Espanyol. Pero mi apellido real es Nishima, aunque los demás se hayan acostumbrado a llamarme como lo hace Nabar.
—Veo que tus padres prefirieron seguir la tradición.
—Mi padre me puso el nombre español, pero respetó la tradición de la cultura de mi madre al ponerme en primer lugar el apellido de mi familia nipona.
—¿Y eso por qué? —pregunté curiosa.
—No tengo ni la más mínima idea.
—¿Nunca te lo has preguntado?
—No. Eso de perder la cabeza para saber quién eres es una completa y una auténtica estupidez, una pérdida de tiempo —concluyó sin dejar de estudiar la máscara".

"—¿Y cuáles son esas otras maneras? —pregunté.
—Arrestar, interrogar, intimidar y obligar a que confiesen —dijo el Inspector—. Es la base de un buen policía.
—Esa es la base de Harry, El Sucio —le contesté, provocando que todos incluso Nabar estallaran en carcajadas".

"—Tengo algo Balder San —dijo alterada.
Balder leyó la relevancia de lo que había encontrado Clara en sus ojos y se giró hacia nosotros.
—Quiero que todos mováis vuestro trasero hacia el laboratorio. ¡Ya!
Le obedecimos en el acto, bajamos las escaleras y emprendimos el camino de regreso a la comisaría. Ya en el laboratorio en el que la química trabajaba, todos, incluido Ángel, nos acercamos al escritorio y lo rodeamos. Clara empezó a teclear y a manejar el ratón mostrándonos en la pantalla la máscara que Nabar había traído de Madrid.
—Tenías razón—dijo mirando a mi compañero—. Había algo en la máscara de Ortiz.
—¿Cómo lo sabías? —preguntó Bob.
—No lo sabía, lo deduje. Si mi teoría es correcta, y a Müller le enviaron para que nos asaltara, tenía que haber algo en esa máscara que querían ocultar.
—Entonces ¿Kaufmann está descartado? —preguntó Nino Carranza.
—Sí, y Müller también —confirmó Nabar muy seguro—. Aunque no se librará de pasar una temporadita en la cárcel.
—Muy hábil—continuó Clara—. Bueno, a lo que iba…, he examinado cada milímetro de porcelana durante horas cuando de repente…
Presionó distintos comandos del teclado e hizo que, con ayuda del ratón, la imagen de la máscara que aparecía en el monitor se moviera hasta mostrarnos el ángulo de las aberturas de los ojos. Justo en la parte inferior, Clara señaló un punto de color rojo.
—¿Veis eso? —preguntó.
—Una mancha de sangre —respondió Sofía.
—¡Correcto La Paglia San! Cuando analicé la sangre de las muestras extraídas de detrás de la máscara, pensé que serían de Ortiz, pero cada vez que la introducía en el sistema de ADN, me saltaba un error, ya que se estaban mezclando dos tipos de sangre diferentes.
—¿Acaso eso es posible? — preguntó Bob incrédulo.
—Es infrecuente —aclaró—. Al menos eso creo. Pero después de conseguir separar los dos tipos, averigüé el grupo sanguíneo de nuestro asesino: es cero positivo. Muy distinto al de Armando Ortiz, que es AB negativo.
—Si ya decía yo que tenía a una maga de la ciencia —elogió Nabar.
La cogió en brazos y dio vueltas con ella por la zona más espaciosa y abierta de la sala, y luego la besó. Para mí no fue ninguna sorpresa, pero los demás no daban crédito al ver aquella escena. Ángel se aclaró la garganta para que su hermano la dejase en el suelo nuevamente".







Rubén Falgueras Pradas

sábado, 1 de marzo de 2025

Citas: Love story - Erich Segal

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 "—Oye, necesito ese libro de mierda.
—¿Podrías controlar tus groserías, Preppie?
—¿Qué te hace estar tan segura de que fui a una escuela preparatoria?
—Pareces estúpido y rico —dijo ella levantándose las gafas.
—Te equivocas —protesté—. Actualmente soy inteligente y pobre.
—Oh, no, Preppie. Yo soy inteligente y pobre.
Me miraba fijamente. Sus ojos eran marrones. Okay, probablemente yo tenga pinta de rico, pero no iba a permitir que ninguna Cliffie, por más lindos ojos que tuviera, me tratara de tonto.
—¿Y qué carajo te hace tan pero tan inteligente? —pregunté.
—El hecho de que no te aceptaría ni un café, —contestó.
—Oye: yo no te he invitado.
—Eso —replicó— es lo que te hace tan estúpido".


"—¿Música 201? ¿No es un curso para graduados?
Ella asintió sin poder disimular muy bien su orgullo.
—Polifonía Renacentista.
—¿Qué es polifonía?
—Nada sexual, Preppie.
¿Por qué iba yo a seguir aguantando esto? ¿No lee ella el Crimson? ¿No sabe quién soy?
—Eh… ¿sabes quién soy?
—Sáa —respondió con una especie de desdén—. Eres el dueño del Barrett Hall.
No sabía quién era yo.
—No soy el dueño de Barrett Hall —argüí—. Resulta que mi ilustre bisabuelo lo donó a Harvard.
—¡Para que su deslustrado bisnieto tuviera el ingreso asegurado!
Era el colmo.
—Jenny, si estás tan convencida de que no valgo un pito, ¿por qué me coaccionaste a invitarte con un café?
Me miró fijamente a los ojos y sonrió.
—Me gusta tu cuerpo —dijo".

"Mientras hablaba miraba hacia todas partes, tratando de descubrir a Jenny. ¿Se habría ido caminando de vuelta a Radcliffe, sola?
—¿Jenny?
Me alejé tres o cuatro pasos de los hinchas, buscándola desesperadamente. Ella surgió de improviso detrás de unos arbustos, su cara envuelta en un echarpe, dejando ver sólo los ojos.
—Hola, Preppie. Hace un frío loco aquí afuera.
¡Cómo me alegró verla!
—¡Jenny!
Casi instintivamente la besé, con suavidad, en la frente.
—¿Quién te dio permiso?
—¿Qué?
—¿Te dije que podías besarme?
—Lo siento. Me dejé llevar.
—Yo no.
Estábamos casi demasiado solos allí afuera, y estaba oscuro y hacía frío y era tarde. La besé otra vez. Pero no en la frente ni con suavidad. Duró un largo delicioso momento. Cuando terminamos, ella permanecía aferrada a mis mangas.
—No me gusta —dijo.
—¿Qué?
—El hecho de que me guste".

"Hablamos en susurros.
—Hola, Jen…
—Sáa?
—Jen… qué dirías si te dijera…
Vacilé. Ella esperaba.
—Pienso… Pienso que te quiero.
Hubo una pausa. Después ella respondió suavísimamente.
—Diría… que tienes la cabeza llena de caca.
Y cortó.
Pero no me sentí desgraciado. Ni sorprendido".

"—Mira, Jenny, ¿qué tal si lo olvidamos?
—Gracias a Dios, estás emperrado en lo que respecta a tu padre —contestó ella—. Eso quiere decir que no eres perfecto.
—Oh… ¿Piensas que tú sí lo eres?
—Mierda, no, Preppie. Si lo fuera ¿estaría saliendo contigo?
De vuelta a lo mismo, como siempre".

"Estábamos sentados en mi cuarto un domingo por la tarde, leyendo.
—Oliver, te vas a arrepentir si te vas a pasar el tiempo mirándome estudiar.
—No te estoy mirando estudiar. Estoy estudiando.
—Mentiroso. Me estás mirando las piernas.
—Sólo de vez en cuando. Una vez por capítulo.
—Los capítulos de ese libro deben ser muy cortos.
—Escucha, monstruo narcisista: ¡No eres algo tan pero tan grandioso!
—Lo sé. ¿Pero qué puedo hacer si tú piensas que lo soy?
Tiré mi libro y crucé la habitación hasta donde ella estaba sentada.
—Jenny, por el amor de Dios, ¿cómo voy a leer a John Stuart Mill si a cada segundo me muero de ganas de hacer el amor?".

"—Oliver, ¿te dije que te quiero? —preguntó.
—No, Jen.
—¿Por qué no me lo preguntaste?
—Tenía miedo, sinceramente.
—Pregúntamelo ahora.
—¿Me quieres, Jenny?
Me miró y al responder no fue nada evasiva.
—¿Qué te parece?
—Me parece que sí. Espero. Puede ser.
La besé en el cuello.
—¿Oliver?
—¿Sí?
—En realidad no es que te quiera…
—¡Oh, Cristo! ¿Qué era esto?
—Te adoro, Oliver".

"—Quiero decir… ¡Cristo! Barrett: ¿lo haces o no?
—Raymond, como amigo te pido que no hagas preguntas.
—¡Pero Cristo, Barrett! ¡Las tardes, los viernes a la noche, los sábados a la noche! ¡Cristo, debéis hacerlo!
—Si estás seguro ¿por qué preguntas tanto?
—Porque no me parece saludable.
—¿Qué cosa?
—Toda la situación, Ol. Quiero decir que antes nunca fue así. Quiero decir… ese total congelamiento de detalles dedicados al gran Ray. Quiero decir… la situación no tiene garantías. Insalubre. Cristo: ¿qué hace ella que es tan diferente?
—Mira, Ray, es un maduro asunto de amor.
—¿Amor?
—¡No la pronuncies como si fuera una palabrota!
—¿Amor? ¿A tu edad? Cristo, lo siento mucho, viejo.
—¿Por qué? ¿Te preocupa mi salud?
—Tu soltería. Tu libertad. ¡Tu vida!".

"—Entonces no me dejes, Jenny. Por favor.
—¿Y qué hago con mi beca? ¿Y con París, al que no he visto en mi perra vida?
—¿Y nuestra boda?
Fui yo quien pronunció esas palabras, aunque por algunos segundos no estuve muy seguro de haberlo hecho.
—¿Quién dijo algo de boda?
—Yo. Lo estoy diciendo ahora.
—¿Quieres casarte conmigo?
—Sí.
Ella inclinó la cabeza, no sonrió, pero preguntó simplemente:
—¿Por qué?
La miré fijamente en las pupilas.
—Porque sí —dije.
—Oh —dijo ella—. Ésa es una muy buena razón".

"—¿Cómo van tus cosas, hijo?
Para ser un maldito alumno de Harvard y Oxford, era un estupendo conversador.
—Bien, señor. Bien.
Como no queriendo ser menos, mi madre dio su bienvenida a Jenny.
—¿Tuvistéis un buen viaje?
—Sí —contestó Jenny—. Bueno y rápido.
—Oliver conduce muy rápido —interpuso el Viejo Fósil.
—No tanto como tú, padre —repliqué.
¿Qué diría de esto?
—Oh, sí. Supongo que no.
Te cortarías un huevo si no, padre".

"—Padre, no has dicho una palabra acerca de Jennifer.
—¿Y qué se puede decir? Nos la has presentado como un hecho consumado, ¿no es así?
—Pero ¿qué es lo que piensas tú, padre?
—Pienso que Jennifer es admirable. Para una chica de su extracción, llegar a Radcliffe…
—Vamos al grano, padre.
—El caso no tiene nada que ver con la jovencita —dijo— sino contigo.
—¿Eh? —dije yo.
—Tu rebelión —agregó—. Eres un rebelde, hijo.
Padre, no veo por qué casarse con una preciosa y brillante chica de Radcliffe ha de ser rebeldía. Ella no es ninguna hippie medio loca, digo…
—Ella no es muchas cosas.
Ah, llegábamos. El maldito nudo de la cuestión.
—¿Qué te fastidia más, padre? ¿Que sea católica o que sea pobre?
Él respondió en una especie de susurro, inclinándose hacia mí:
—¿Qué es lo que más te atrae?
Estuve a punto de levantarme e irme. Se lo dije.
—Quédate aquí y habla como un hombre —dijo él.
¿Para oponerme a qué? ¿A un muchacho? ¿A una chica? ¿A un ratón? De todos modos me quedé.
El jodeputa mostró una enorme satisfacción cuando vio que permanecía sentado.
Podría decir que lo consideró como otra de sus victorias sobre mí.
—Sólo te pediría que esperéis un tiempo —dijo Oliver Barrett III.
—Define «un tiempo», por favor.
—Termina la Escuela de Derecho. Si esto es verdadero, podrá superar la prueba del tiempo.
—Es verdadero. ¿Por qué narices someterlo a una prueba arbitraria?
Mi deducción era clara, creo. Me estaba alzando contra él. Contra su arbitrariedad. Contra su compulsión para dominar y controlar mi vida.
—Oliver —él empezaba un nuevo round—. Eres menor…
—¿Menor para qué? —Me estaba poniendo furioso, mierda.
—No tienes todavía veintiuno. No eres legalmente un adulto.
—¡Guárdate tus minucias legales, cretino!
Quizás algunos comensales vecinos oyeron esta observación. Como para compensar mi barullo, Oliver Barrett III lanzó sus siguientes palabras en un murmullo:
—Si te casas con ella enseguida, no te voy a dar ni la hora.
¿A quién le importaba una mierda si alguien escuchaba?
—Padre, tú no sabes ni la hora.
Salí de su vida y comencé la mía".

"—Él es okay, —dijo Phil Cavilleri a su hija.
¿Qué significaba eso?
Yo ya no necesitaba que me definieran «okay», tan sólo quería saber cuál de mis pocas y circunspectas actitudes me había ganado ese afectuoso epíteto".

"—Te dije que era okay, Phil —dijo la hija del señor Cavilleri.
—Bien, okay —dijo su padre—. Pero aún tenía que verlo por mí mismo. Ahora lo veo. ¿Oliver?
Se dirigía a mí.
—¿Sí, señor?
—Phil.
—¿Sí, señor Phil?
—Eres okay.
—Gracias, señor. Me alegro. Realmente me alegro. Y usted sabe lo que siento por su hija, señor. Y por usted, señor.
—Oliver, —interrumpió Jenny—. ¿Puedes dejar de parlotear como un estúpido preppie, y…?
—Jennifer —interrumpió el señor Cavilleri—. ¿Puedes dejar de decir palabrotas?
El jodeputa es un huésped".

"De todos modos, después de toda clase de bendiciones, subió al ómnibus y nosotros esperamos y lo saludamos hasta que se perdió de vista. Fue entonces cuando la terrible verdad empezó a alcanzarme.
—Jenny, estamos casados.
—Sáa. Ahora puedo portarme mal".

"—Mándalos al diablo, Oliver. Yo no quiero desperdiciar dos días hablando al pedo con un puñado de aburridos preppies.
—Okay, Jen, ¿pero qué les digo?
—Que estoy embarazada, Oliver.
—¿Lo estás? —pregunté.
—No, pero si nos quedamos en casa este fin de semana quizás me quede".

"—¿Estás bien, Jen? —pregunté, queriendo decírselo en un sentido relativo. Me contestó con otra pregunta:
—¿Eres lo bastante rico como para pagar un taxi?
—Seguro —respondí—. ¿A dónde quieres ir?
—Algo así como… al hospital —dijo.
Yo sabía —en el veloz barullo de movimientos que siguió— que aquello había llegado. Jenny estaba por salir de nuestro apartamento y nunca volvería. Sentada allí, mientras yo juntaba unas pocas cosas suyas, me preguntaba qué estaría cruzando por su mente acerca del apartamento. Quiero decir, ¿qué querría mirar para acordarse?
Nada. Estaba simplemente sentada, inmóvil, sin fijar sus ojos en nada.
—Eh —dije—. ¿No quieres llevar algo en especial?
—Mmm, mmm… —Ella dijo «no», y después agregó como con retardo—: Tú".

"—¿Podrías abrazarme muy fuerte?
Puse una mano en su antebrazo —Dios, tan fino— y le di un apretón.
—No, Oliver —dijo—. Abrázame, realmente. Bien cerca de mí.
Tuve mucho, muchísimo cuidado —con los tubos y esas cosas— mientras me metía en la cama con ella y la rodeaba con mis brazos.
—Gracias, Ollie.
Fueron sus últimas palabras".

"—Oliver —dijo mi padre urgentemente—, quiero ayudar.
—Jenny está muerta —le dije.
—Lo siento —dijo en un atontado murmullo.
Sin saber por qué, repetí lo que había aprendido mucho antes de la linda chica, ahora muerta:
—Amar significa nunca tener que decir «Lo siento».
Y entonces hice lo que nunca había hecho en su presencia, y menos aún en sus brazos. Lloré".







Erich Segal