Estaciones de tren:
"Cuando la conociste, aún no sabías que no eras feliz. Muchas historias comienzan así".
"Mientras lo piensas, la pantalla de tu móvil se ilumina. Es tu hija mayor.
Tiene doce años. A veces se te pasa por la cabeza que si te preguntaran quién es la mujer de tu vida responderías que es ella. Al menos, es la única por la que has sabido mantener el mismo amor desde el principio".
"Un día fuiste a correr y pensaste en ella. Desde entonces no has dejado de hacerlo. De repente, todas las canciones que escuchas cuando corres te hacen pensar en ella y, en ocasiones, te asalta una duda: ¿te enamoraste de ella porque necesitabas que alguien te recordara lo mejor de ti?".
"El hombre de al lado dibuja en un cuaderno. Su hija pequeña le pide que le dibuje el fondo del mar. Él se esfuerza: corales, peces, un pulpo de largos tentáculos.
—Pero, papá, ¡falta un tiburón! ¡Yo quiero un tiburón!
Y él lo intenta otra vez y dibuja un tiburón con una aleta deforme y una mandíbula exorbitante.
Las niñas ríen.
La mujer también. De repente la miran a ella como si formara parte de aquella familia.
—¿Tienes hijos?
—No. No tengo.
Fuera, a través de la ventana del avión, no se ve nada. Solo oscuridad".
"Allí estás. Has aparcado el coche en una estrecha calle del centro.
Escuchas cómo la lluvia golpea las ventanas del vehículo. La esperas desde hace unos minutos. Te viene a la cabeza de nuevo el asunto de los budistas y la conciencia. Mientras estás ahí, atento por si aparece, has salido de tus tres estados habituales. Sonríes. No sabes cuántos estados budistas ocupa la alegría, la felicidad. Lo que sabes es que en tu vida ella empieza a abarcarlos todos".
"Lo que más te gusta de ella no es que sea guapa. Hay muchas chicas que lo son. Te gusta cómo te mira, cómo se ríe de ti, cómo tú se lo permites.
Os decís hola y la abrazas. Te gusta tenerla así, tan cerca".
"La observas hablar con la dependienta, y te suena el teléfono. Es tu hija.
Sales de la tienda, pero sigues observándola a través del cristal. Te ves a ti mismo hablando con tu otra vida, con esa vida a la que ella no pertenece".
Sofia:
"Quiero contarte una historia de amor, la tuya. Aunque sabrás, supongo, que no todas las historias de amor acaban bien".
"Llevo tiempo pensando en cómo contarte esto. Por dónde empezar. Los comienzos son importantes: condicionan el resto de la historia".
"Tomé buenas decisiones, muy mala también. Incluso hay algunas que aún no he tomado. Entendí que la mayoría de nosotros acabaríamos convirtiéndonos en equilibristas que habitan las lindes de lo escarpado. El abismo estaba siempre ahí. No me malentiendas, no es una metáfora. Los años te hacen entender que hace falta muy poco para echarlo todo a perder".
"No te creas, Sofía, que esto de acertar en la vida es fácil.
Pero sobre todo me quedé con una cosa: cada vez hay más piedras en esa mochila que todos llevamos. Peso: esa es la palabra".
"Uno crece con unos ideales en la cabeza. Yo quería a un padre que quisiera mucho a mi hijo. Él, una familia que no estuviera llena de silencios, de distancia.
Es cierto, todos buscamos lo que no pudimos tener".
"Solo sé que un mes después de mis veintiocho, tu padre me acompañó a una clínica que tenía las paredes muy blancas. Me desnudé y me pusieron una de esas batas de papel. Yo cerré los ojos. Piensa en algo bonito, me dijeron.
Pero no podía pensar en nada bonito. Unas horas después me desmayé en una cafetería a la que había entrado para tomarme un zumo de naranja.
Tenía el estómago vacío y estaba aún bajo los efectos de la anestesia. Me levanté tambaleándome y conseguí llegar hasta el baño. Me caí. Tu padre me cogió y nos quedamos los dos en el baño, abrazados en el suelo. Él me sujetaba pero tú ya no estabas ahí.
No sé si la juventud se pierde en un día. Yo sé que la perdí entonces, en el suelo de ese baño".
"¿Sabes?, los hijos que no nacen también cuentan. Los padres que nunca llegan a serlo, lo son para siempre. De alguna manera extraña. De esas maneras que nunca salen en el diccionario".
"La vida es así, Sofía. Miras atrás y tardas tiempo en entender el dolor. Porque el dolor cambia pero no desaparece. Adquiere nuevas formas, ocupa distintos lugares".
"Hace poco me dijeron que cuando pensara en ti encendiera una vela.
Pero no lo he hecho. Por eso te enciendo un relato. Para ti, Sofía, porque comprendí las cosas cuando ya era demasiado tarde. Y también para tu padre.
Este es un relato para los dos.
Pero perdona, porque estas cosas ya las sabrás. En realidad, Sofía, yo solo quería contarte una historia de amor".
Pan de molde:
"Él tuvo un lío hace poco pero nunca se lo dijo. Ella leyó un mensaje en su teléfono. La pantalla se iluminó y un «I miss you» con corazoncito incluido la inundó durante unos segundos. Ella no le preguntó nada y dejó que él dijera, que él hiciera. Pero no hizo, no dijo. Simplemente dejó que las cosas pasaran.
En silencio, viendo lentamente cómo se precipitaban los días en un saco roto.
Esperó a que ella hablara, a que ella dijera. Siempre fue constante en todo, incluso en la torpeza".
La casa más vacía del mundo:
"La vida no rendía tributos a la muerte. Las cosas continuaban existiendo, indiferentes y encantadoras en su eterno mutismo".
Piscinas vacías:
"Me invitaban a los cumpleaños porque las madres se apiadaban de mí y de mi pobre padre, aunque no me extrañaría que cualquiera de ellas se hubiera querido ir a la cama con él, como compensación, también, para que no estuviera triste. Qué extraña manía tenemos los seres humanos de querer reparar cosas ajenas".
"Yo tenía seis años cuando desapareció. Él, tres. Recuerdo que en mi séptimo cumpleaños le pregunté a mi padre si él habría cumplido ya cuatro.
Me contestó que en el cielo no se cumplían años.
Los muertos no tienen edad".
El Serengueti:
"Hace años te hubiera escrito una carta, como aquella vez que te mandé una con las fotos que nos hicimos en Bruselas, pero ahora me he acostumbrado tanto a este cacharro que no sabría ni cómo empezar a escribirte a mano. Te pondría, quizás, «Hola». Y luego un «¿Cómo te va?». Original, ¿eh?
En realidad, no sé qué quiero decirte".
"Así que el otro día, aunque llegara a casa cansado, aunque no pudiera dejar de pensar en ti, me senté frente al ordenador y me puse a escribir unas cuantas líneas que tenían mucho que ver contigo y conmigo".
"De niño pensaba que al llegar a los treinta, a los cuarenta, sería alguien importante, alguien que salvara vidas. No sé, un policía, un piloto de guerra o un escritor que supiera boxear, como Hemingway. La vida no me ha convertido en nada de eso. Decir «la vida» es cobarde. He sido yo".
"Te dicen que te pasas la vida buscando lo que tienes —o tenías— delante de las narices. Estabas ahí, tan cerca. Sin embargo, nunca te vi como te veo ahora, como alguien real".
"Esta es mi vida. No sé si lo cobarde sería irse o quedarse".
"Me da la sensación de que te he buscado mucho tiempo en los nombres equivocados de las cosas".
Después de la lluvia:
"Me enamoré de una mirada que no era para mí, que era para las cosas quietas, como la belleza de los colores de un cuadro".
"Ahora pienso que desde que no estás llueve muy a menudo. Y las cicatrices me vuelven a recordar que donde ahora hay piel un día hubo herida, puntos, vendas y sangre. Me vuelven a recordar que dolía".
Migas:
"¿Lo quieres? ¿Te quiere? ¿Cómo lo sabes? ¿Hay grietas cuando te acercas?".
Los nombres de los acantilados:
"—¿Ves como no tenías que tener miedo? —le dijo.
—No tenía miedo —mintió ella.
Entonces lo volvió a mirar y lo confundió con alguien al que creyó haber conocido tiempo atrás. Sintió un escalofrío. Lo miró a los ojos y vio en ellos un mar que había dejado de reflejar los acantilados para reflejarse solo a sí mismo".
Lo que sostiene el mundo:
"Cuando iba a cerrar los ojos, lo vi; el clavo que durante todos esos años había estado ahí, en el mismo sitio.
No se había movido en todo aquel tiempo, con sus días, sus minutos y sus segundos. Mientras yo rezaba, mientras las dudas anegaban mi cabeza, ese clavo había estado ahí, inmutable.
Lo que está fijo es lo que nos ha de sobrevivir. Con el amor, creo, no ocurre lo mismo".
Derrumbe:
"Salieron a la calle y él encendió un cigarrillo. El semáforo se puso en rojo y ambos se detuvieron en silencio. Tampoco habría servido de nada decir algo, y ninguno de los dos lo hizo. Miraban los coches.
Él quiso decírselo.
«Estoy-enamorado-de-ti. Estoy-enamorado-de-ti.»
Sin embargo, no encontró la manera. Entonces cruzaron el paso de cebra y se despidieron en el semáforo con un abrazo frío. De vuelta al trabajo ella se preguntó algunas cosas importantes. Pero solo podía pensar en sus manos".
El rastro de los caracoles:
"No recuerdo muchas cosas de mi infancia, pero sí la lluvia. Salir corriendo por la puerta de atrás y quedarme quieta. Levantar la cabeza hacia el cielo, abrir la boca e intentar tragar gotas de agua. Quería formar parte de la lluvia.
Estas son algunas de las cosas que recuerdo.
Pero uno no escoge su propia memoria. Solo es verdadera la primera imagen del recuerdo, a partir de entonces cada vez que volvemos atrás es para deformar esa primera instantánea".
"En la vida solo hacemos dos cosas: acumular, y después tirar.
Construimos la vida alrededor de cosas que desechamos cuando han cumplido su
función".
"Tengo algunas fotos de mamá de cuando era joven. No sé si llegaré a la misma edad que tenía ella cuando murió. Es extraño ser mayor que tu madre muerta.
Mi madre me dejó con mis abuelos cuando yo era una niña. Murió con treinta y cinco años. Padecía la misma enfermedad que yo. La vi muerta, en la caja.
Aquí y ahora, desde la cama donde escribo, viendo el final de las cosas, empiezo a entender que la vida era solamente intentar trazar un camino, dejar una marca. Por muy pequeña e insignificante que fuera. Como el rastro de los caracoles".
Cuídate:
"No sé si recordarás aquel poema escrito en un idioma que no conocíamos.
Llevaba el nombre de un mes. No sé de qué mes se trataba. Me dirás que tampoco es que los nombres importen demasiado, y eso es bien cierto".
"Las palabras «todo aquello» son una buena manera de no decir más que eso: todo aquello. Pero nunca encontré el tiempo".
"Ella me enseñó a no guardar trastos inútiles, pero no me dijo qué había que hacer con las decisiones torcidas del corazón. Con los sentimientos equivocados. Me contó de niño que escoger un camino significaba dejar de tomar todos los demás. Yo la creí".
"Cuando tenía una vida hecha de decisiones y de responsabilidad, cuando había construido un discurso con el que sustentar mi existencia y la de aquellos que me rodeaban, sin quererlo, me convertí en un arquitecto mediocre".
"Durante un tiempo viví una versión cinematográfica de la vida: una buena carrera, un prestigio que tal vez llegara demasiado pronto, una mujer bonita e inteligente, un hijo maravilloso. Tics verdes en las casillas de la vida perfecta.
Lo tenía, me decía a mí mismo: lo tenía. Me felicitaban. Me aplaudían en las conferencias. Palmadas en la espalda.
Yo también me aplaudí durante mucho tiempo".
"Un día, después de clase, salí a dar un paseo con una mujer que no era la mía. Tuve frío aunque no sé si hacía frío. La besé. Como se besa lo ajeno, como si entrara de puntillas en una habitación a oscuras".
"Me gustaría volver atrás para ser niño y poder sentarme con ella en aquel viejo sofá de terciopelo verde. Le volvería a preguntar por las cosas que no sirven. Le preguntaría por la niña de la foto.
«No, abuela, no he tirado la fotografía, la he guardado en un cajón, bajo un montón de papeles inútiles.»
«¿Sirven de algo los hijos a los que no conocemos?»
Nunca miro la fotografía. Me basta con saber que está ahí, que existe, aunque sea a miles de kilómetros de distancia, esa niña que no sabrá nada de todo esto. Pensé en escribirle. Nunca lo haré, ahora lo sé".
"«Cada uno de nosotros guarda algo desconocido de las vidas ajenas.»"
La siberia del amor:
"Cuando él se sentó, ella ya sabía que ocurría algo.
Llevaba tiempo pensando en preguntarle qué estaba pasando, pero evitar la obviedad había sido lo más fácil.
Ahora, sin embargo, ella observaba detenidamente su manera incómoda de hablar acerca de tonterías. Su mirada triste, la manía de actuar como si no ocurriera nada y estuvieran compartiendo una noche cualquiera.
—Quería hablar contigo —le dijo él.
—Estamos hablando.
—Creo que me he enamorado —dijo él".
"—No puedo continuar como si esto no fuera conmigo, contigo, con nosotros dos —dijo él.
—No hables de nosotros dos cuando te estás follando a Elena.
—No hables así, no digas eso.
—Te molesta que diga follar, prefieres que diga hacer el amor, ¿es eso?
Perdona entonces. Hablemos en términos de amor, puedes empezar tú".
"El pasado. Era el pasado, que llamaba a la puerta.
Le volvería a decir «te quiero» a la otra. Ahora ella sería la otra.
«Me da miedo tu pasado», le había dicho muchas veces ella".
El origen de las certezas:
"Cuando la conocí empecé a poner nombre a mis días. Era menuda, sonriente. No la vi muchas veces".
El muro:
"La vi recitando poesía en un bar de Barcelona y su voz, sus gestos, la manera de entornar los ojos: todo eso era real, lo más real que me ha ocurrido en mucho tiempo".
"En mi mundo ideal, las personas serían como las cerraduras, siempre responderían a la misma llave. Pero las cerraduras pueden cambiar cuando uno menos se lo espera. Y ahí está el muro. Lo veo. Me estrello".
La tostadora:
"Hay muchos tipos de ruidos. Está el ruido de la calle. El de los pájaros al amanecer. El de las cosas que de repente llegan y el de aquellas que se marchan".
"Los peores ruidos son los que no se oyen, los que hacen que las cosas desaparezcan sin que sepamos muy bien por qué".
Agudo como el mundo:
"La noche del día en que la conoció no pudo dormir. A ella le pasó lo mismo, pero no se lo dijo a nadie. A veces, no decir las cosas es otra manera de constatarlas.
También somos lo que callamos".
"Nunca fue amiga de los espacios que dejaban las palabras, de los huecos que no sabía cómo rellenar. Tenía esa manía desde pequeña, ya en las ilustraciones de los cuadernos de vacaciones era incapaz de dejar un espacio sin colorear. Le horrorizaba el blanco, el vacío".
Polen:
"—¿Le puedo hacer una pregunta? —dijo él.
—Sí, claro.
—¿Llama mucha gente a este teléfono?
—Muchos, sí.
—¿Por qué lo hacen? ¿Son viejos que de repente se caen en la bañera o se levantan sin poder mover un brazo?
—Bueno, no exactamente, no hace falta ser viejo. Llama todo tipo de gente.
—¿Qué es lo que quieren?
—Hablar, supongo.
—¿Hablar?
—Quizás se sientan solos.
—Menuda tontería —terminó él. Lo dijo casi indignado".
Puentes:
"Mi padre había muerto hacía dos semanas y lo habíamos enterrado con un traje gris marengo, y en el bolsillo del pantalón, el reloj de cadena del abuelo. Como si le fueran a servir de algo el traje, el reloj o el bolsillo.
Llevaba tiempo conectado a una máquina. Muerte cerebral. Coma.
Un día desconectamos la máquina porque se había acabado la esperanza.
Como si la esperanza fuera algo cuantitativo. Acumulativo incluso".
"—¿Tú crees que la gente se vuelve cruel de repente? —dije.
—¿Por qué dices «gente» si me lo estás preguntando a mí?".
Laura Ferrero