domingo, 13 de abril de 2025

Citas: El buen amigo - Cynthia Lorenzon


"Justi se acercó aun más al borde de la tabla. La altura era impresionante. Una línea dorada se perdía entre los edificios más distantes. Contempló la inmensidad de esa ciudad anaranjada que se extendía bajo sus pies: diminutos coches aceleraban demasiado hacia sus destinos. Otros enloquecían a bocinazos frente al semáforo. Personas cruzaban la calle por cualquier parte, corriendo para no ser pisadas. Se apuraban tanto… Nada parecía tan importante desde ahí arriba".

"El murmullo del tráfico distante se desvaneció bajo el sonido de la brisa rozando sus oídos. Brisa que acariciaba sus mejillas y aliviaba su frente cubierta de sudor. Comenzó a alzar las manos a los lados, casi sin darse cuenta, como si fueran alas que esa misma brisa elevara".

"—Ah, vos —dijo, meneando la cabeza mientras soltaba un resoplido.
Definitivamente, no tenía buena pinta.
Buscó el sobre de Justi entre los más apartados. Era uno de los más ligeros.
—Bueno, acá tenés —dijo, estirando el brazo para acercarle el sobre. 
Justi estiró su brazo también—. Pero ya no vengas la semana que viene, ¿sabés? Ya no vamos a necesitarte más.
—Disculpe, pero…, ¿qué pasó, por qué no? —preguntó Justi, sintiendo cómo se le estrujaban las entrañas. Bajó el brazo lentamente, sin haber tomado el sobre aún. Su jefe lo imitó.
—¿Por qué no? ¿Me tomás el pelo, pibe? Roque me contó lo que pasó.
—¿Roque? ¿El grandote? —El jefe lo miró, enarcando las cejas—. ¡Ese pedazo de hijo de puta casi me mata! ¿Le contó eso también? ¡Me sacudió el tablón en el que estaba parado! ¡Terrible pelotudo! No, disculpe, pero yo no estoy para ese tipo de bromas, ¿está bien? Casi me da un infarto, la puta que lo parió.
El jefe esperó un minuto antes de hablar, clavándole una dura y relampagueante mirada.
—Ese… “hijo de puta”, “terrible pelotudo”… es mi hijo. Y la puta que lo parió es mi esposa".

"—Mierda, guacho, ¡solo faltó que te meara un perro!
—Uno casi me muerde.
Alan estalló en una carcajada, y ver que Justi lo miraba muy serio solo provocó que la gracia se intensificara. Trató de calmar el ataque de risa sin éxito, y tuvo que agacharse hasta el piso, rodeándose la panza con un brazo porque empezaba a dolerle. Justi, frustrado con aquella reacción, le lanzó una mirada rabiosa y se acercó a darle una patada tan fuerte que le arrancó un insulto a viva voz y provocó que la mitad de su cerveza se derramara.
—La reconcha tuya, boludo, ¿te cuento que estoy en la lona y vos solo te cagás de risa? Pelotudo. —Alan respiraba hondo entre risas ahogadas y se masajeaba el muslo pateado—. Sí, soy chiste, ya lo sé… —concluyó Justi, con amargura.
—No, guachín, no sos un chiste —respondió Alan, recomponiéndose—. Es solo que la vida a veces parece una joda cósmica, ¿o no?".

"—Entonces… estamos los dos en la calle —concluyó.
—Parece que sí, pa.
—¿No me estás jodiendo?
—No te estoy jodiendo.
—No… no puede ser, boludo… ¡La reputa madre! —rezongó Justi, deslizándose por la pared hasta caer rendido en el piso.
—Dale, no te pongas tan amargo, amigo. Mirale el lado bueno: ahora sos libre, completamente libre. No le tenés que rendir cuentas a nadie por nada. Todo te puede chupar un huevo. Todo".

"Justi le había prestado atención, pero se había perdido en algún punto, al notar que el humo en sus pulmones traía consigo una ola de satisfacción que se arrastraba por su cuerpo y suavizaba todos sus músculos en tensión; y al ver cómo ese humo después subía lentamente, llevado por la suave brisa, y parecía danzar cuando era acariciado por otros elementos que lo mecían.
—Me encanta, capo, cuando me venís con esas mierdas profundas. Serías un buen pastor o algo de eso —dijo, y Alan estalló en una carcajada—. Ya te veo con una túnica hecha bosta y una barba kilométrica, parado en una caja en una esquina, gritándole a todo el mundo que tienen que escuchar la verdad de sus corazones —continuó entre risas—. Alan, el puto profeta.
—El profeta puto, en todo caso".

"—Sos hermosa, ¿te lo dije?
—Sí, ya me lo dijiste. Aunque no estoy segura si me lo dijiste vos o el vodka".

"Salió completamente vestido. Ella se acercó a la puerta del departamento, apenas lo vio, y comenzó a abrirla.
—Bueno, ahora sí.
Él avanzó muy despacio, todavía no se quería ir. Se detuvo a su lado y le sonrió.
—Esperá, tengo algo para vos —dijo ella.
Se giró y sacó de un cajón algo que sostuvo entre dos dedos con una sonrisa: una curita. Ambos rieron.
—Sé que no va a arreglar todos tus problemas, pero seguro te va a servir para que no se te infecte esto. —La abrió y se la puso con delicadeza sobre una herida pequeña en el mentón, que ya había cerrado, pero vuelto a abrirse al ducharse".

"»Tenés que darles por el culo, Jus, porque si no, te van a culear a vos. Es la ley de la supervivencia, amigo.
Justi se quedó pensando un poco al respecto.
—Darles por el culo… —repitió en voz baja, para sí mismo.
Echó el humo por la boca y miró a la distancia distraídamente.
—¿Sabés a quiénes me hubiera gustado darles por el culo? A los tipos que empezaron todo esto, toda mi… espiral de desgracia".

"—¿Ya terminaste con el berrinche?
Justi lo empujó abruptamente contra una pared.
—¡No es un berrinche! ¡No es un puto berrinche! —gritó, aplastando el pecho de Alan con una mano, mientras él se humedecía los labios—. No me quieras arrastrar a tu pozo, Alan, no quiero ser un fracaso como vos, ¿está claro? —dijo, y lo soltó bruscamente.
Se alejó solo, Alan se había quedado en el lugar.
—Viniste a mi pozo vos solito —le dijo a la distancia.
Justi se detuvo, restregó las manos por su frente y se dio la vuelta. Se encaminó hacia Alan dando zancadas y con una mirada ardiente.
—¡No quiero echar a perder mi vida!, ¿entendés? No es que crea que sos un fracasado, no es eso. Es que… —Hizo una pausa mirando al piso—. Bueno, un poco sí, pero solo en algunas cosas. A veces pienso que sos un genio en serio, y otras, alto pelotudo. Sé que vemos la vida de forma diferente. Para vos el mundo es un lugar triste, lleno de hijos de puta y lo mejor es pasársela dado vuelta. Y no le tenés miedo a nada porque no tenés nada que perder… Bueno, yo sí tengo algo que no quiero perder: mi libertad, además de mi puta cordura. ¿Y sabés por qué no quiero perderla? Porque también tengo esperanza —Alan soltó una risa ahogada—. De levantarme, de recuperar mi vida. ¿De qué mierda te reís? —preguntó, incrédulo—. ¿Vos no te sentís así, miserable?
—Un poco, pero no es tan malo.
—Bueno, ¡para mí esto es una puta mierda! Toqué fondo amigo… Esto es un desastre. —La desesperanza de su voz se había convertido en angustia.
—Amigo, sos muy dramático. Estás muy lejos de tocar fondo, todavía te queda un buen trecho. Aunque estás bastante bien encaminado, eso sí —agregó, sonriendo.
—Gracias por levantarme el ánimo —dijo Justi en tono irónico.
—No quiero levantarte el ánimo. Quiero que seas realista, Jus. Decís que querés recuperar tu vida. ¡Bien! ¿Qué parte, pa? ¿vas a volver a estudiar esa carrera embole que hacías, para poder trabajar en algo que no soportás? ¿Vas a llamar a la mina que te gorreó, a ver si vuelve con vos?
—Pará —dijo Justi, cerrando los ojos y restregando su frente otra vez.
—Ah, no, ya sé, ¡es que extrañás a la pirada de tu tía! Che, le podés pedir que te deje vivir en una de las cajas que tiene tiradas fuera…
—Basta, basta, ya entendí. El fracasado soy yo. Está bien. —Terminó de restregarse toda la cara hasta la pera.
—Bueno, no hace falta competir, pa. Somos un buen par de giles los dos —dijo, dándole unas palmadas en el hombro.
—Lo que quiero decir es… Yo sé que a vos no te importa, pero yo no quiero cagarla, Alan, no quiero hacer algo de lo que vaya a arrepentirme, ¿entendés? Por ahí tenés razón, no tengo ninguna vida que recuperar, pero sí tengo una que conseguir… Tal vez te parezca una boludez, pero tengo sueños, metas y objetivos que quiero cumplir, y lo que me decís solo me aleja de todo eso.
—Uy, “metas y objetivos” —dijo con tono burlón, gestualizando las comillas—. Sí, la verdad que me parece una huevada, pa. Lo respeto ¿eh?, pero sí, me parece una boludez.
—¿Tener metas y objetivos te parece una boludez? ¿Te parece mejor vivir así, a la deriva?
—¿Sabés que sí? —respondió, abriendo los brazos—. Oíme, pa, vos te propones toda una lista de metas y objetivos para tu vida… ¿Para qué? Ni siquiera son tuyos, papu, ¿te das cuenta de eso? Te los metió en la cabeza algún gil que quería sacarte el jugo, ¿sabés? Y hay alguien más que pensó los objetivos de ese gil. Otro más arriba, y otro encima de ese. ¿Y sabés quién está arriba de todos, pa? Un hijo de puta que en vez de corazón tiene un puto carbón. Esos manejan todo y a todos.
—Vos no… —empezó a decir Justi, pero fue interrumpido.
—¡Ah!, pará, hay otra…, la del conocimiento, pa, la iluminación personal —dijo, exagerando la voz, apoyando los dedos en la frente y elevándolos por sobre su cabeza—. ¿Sabés quién está arriba de todo ahí? La persona más triste del puto planeta. Uno piensa que son todos piolas y felices, y te re jugás para estar ahí, por cumplir todas esas metas, aunque sea de a una, despacito. Hasta que te avivas de que al final nada de toda esa mierda tenía que ver con tu felicidad, ni con disfrutar la vida. —Alan hablaba con vehemencia y movía las manos de un lado a otro—. Porque eso no lo podés controlar, en realidad. No lo podés anotar en tu listita. Es tu verdadera vida, pero la dejás ahí, a un costadito. Solo si se da la casualidad y si te sobra tiempo. ¿Y qué pasa si cumplís todas esas metas, pero en tu verdadera vida, la que dejaste a un costado, no pasó una mierda? Entonces no estás realmente vivo, papá, apenas estás sobreviviendo. Hasta que agarra el bajón, te desesperás y te terminás tirando abajo de un tren. Pero, ¡eh, no te podés quejar, flaco!, cumpliste tus metas, ¿o no? —Hizo una pausa mientras soltaba una risita desdeñosa—. Es así, pa. Es la peor y la mejor parte de la vida: lo ridícula que es. Eso que no podés calcular… Eso es lo esencial, amigo. Así que, ¿para qué tanto objetivo?, si todo es un puto azar. Justi meneaba la cabeza y miraba a la distancia sin centrarse en nada en particular.
—No todo es azar…
—¿No? Entonces decime qué carajo hacés acá.
Justi abrió la boca para responder, pero ese argumento era una bofetada de realidad difícil de rebatir. Alan se pasó una mano huesuda por el pelo antes de continuar.
—Ya te dije, pa… Lo único que hay de lo que podés sostenerte es la verdad de tu corazón. Seguila, amigo. Es el único camino que te va a dar algo.
—Bueno, “la verdad de mi corazón” me dice que todo esto es una puta mierda, y que haga las cosas bien… Y que siga buscando laburo, como un tipo derecho".

"—Che, viejo, no sé…, no estoy muy seguro de esto —dijo Justi, en voz baja.
Alan hizo oídos sordos mientras miraba hacia todas partes en busca de cámaras de seguridad y de potenciales testigos, evitando las luces del alumbrado, refugiándose en la oscuridad. Notó que habría alguien adentro al ver un auto estacionado a poca distancia, y que la cadena no tenía el candado fuera, sino adentro, pero no dijo nada. No quería espantar a su amigo, que lo seguía unos metros más atrás.
—Vamos —dijo Alan, cuando el momento pareció propicio, y cruzó la calle.
—Esperá, esperá… ¡Esperá, Dios, pará un poco!
—¿Qué? —preguntó con impaciencia, abriendo los brazos y mostrando las palmas.
Justi sacudió la cabeza y miró a Alan. Una mirada penetrante y turbada.
—No entremos.
—¿Cuál es el problema, Jus? ¿Te dieron ganas de ir a mear? —preguntó con cierta irritación.
—No…, no quiero entrar. Me arrepentí.
—Dale, amigo, no la cagues justo ahora.
—Escuchá…, esperá.
—No hay tiempo para tomarse un tecito y filosofar, Justi. Yo me mando. ¿Venís o no?
—Alan…".

"—Mirame, Jus. Mirame. —Justi lo intentó, pero su cara estaba en la oscuridad total—. Tenés miedo, ya lo sé. Pero escuchá: estamos juntos. 
Así que tranqui, amigo…, y respirá… Todo va a salir bien. No va a pasar nada, ¿está? Te voy a cuidar. Te lo juro —dijo en un tono ranquilizador, frotándole los brazos con ambas manos—. Solo seguime, ¿sí?".

"—Esto no va a ser suficiente —dijo él, sacudiendo la cabeza.
—No te voy a dar absolutamente nada más que esto.
—Es… Es un adicto. Y sé que va a querer tomar más apenas pueda.
—¿Querés darle drogas a tu amigo drogadicto para que no se drogue?
—Solo, no sé, tengo miedo de que se pase, o de que quiera hacer alguna mezcla que no pueda soportar. Estoy seguro de que se las va a ingeniar para conseguir, por muy hecho mierda que esté.
—Si estás tan seguro, lo mejor que podés hacer es no sumarle ninguna cosa más. Ahora andate, por favor.Justi se restregó la frente y después asintió, titubeante. Comenzó a ir hasta la salida, pero se detuvo a medio camino y volteó.
—Gracias... Sos un ángel.
La contempló por unos segundos antes de continuar su camino.
—¿Y vos sos…? —Oyó su voz mientras cruzaba el umbral.
—Justi.
Le dedicó una última sonrisa antes de salir".

"Entonces se alejó y buscó algo entre sus bártulos, con cuidado. Sacó con delicadeza una bolsa y la abrió. Adentro había otra bolsa y de ella sacó una carpeta azul. Se acercó a mostrársela.
Justi la tomó y abrió, y una tierna pintura de una flor apareció frente a sus ojos: claramente obra de unas pequeñas manitos. Detrás había más.
—Los hizo mi hija. A ella también le gustaba pintar, como a mí. Algunos los hacíamos juntos. Estos los hizo un par de años antes de morirse. 
Desde que falleció, yo me perdí... Ya nada tenía sentido y caí…, y no estuve ahí para mi esposa cuando más me necesitó... Perdí todo lo que me quedaba. La droga te mata. Solo que más lentamente que un gatillo. —Lo miró con una tristeza cuyo alcance apenas podía imaginar—. Ayudalo".

"Notó los puntos en su frente cuando él sacudió su pelo para ver mejor.
—¿Qué pija te pasó en la cabeza, boludo?
—Ah, Justi y el Cefe quisieron chequear si en serio tenía algo adentro del marote o si estaba vacío, estaban con la duda —dijo, riendo entre dientes".

"Ella resopló, meneando la cabeza y frunciendo el ceño.
—Te vas a terminar matando si seguís así...
—¿No sabías, ma? Yerba mala nunca muere".

"—Entonces…, ¿por qué volviste? ¿No te importa?
—Quería agradecerte.
—¿Solo eso?
Justi se acercó más y la besó con ternura.
—Eso y todo lo que vos quieras.
Emilia lo contempló por unos segundos mientras soltaba un largo suspiro, después apoyó la cabeza en su hombro y él le acarició el cuello desnudo.
—¿Vos sí estás soltero?
—Sí.
—¿Hijos? 
—No.
—¿Alguna chica atrapada en tu sótano?
—Tal vez esta noche —dijo con una pícara sonrisa, y ambos rieron".

"—Tenés un corazón enorme, Justi.
—Ni tanto. Pero me parece que en esto sí puedo ayudar. ¿Y sabés qué?, puede que también me sirva a mí. Nunca me sentí tan… —Su tono se fue diluyendo y ninguna otra palabra tomó forma.
—¿Tan qué?
Justi suspiró.
—Tan perdido".

"Dios, había sido un idiota. Un pelotudo. Emilia acababa de demostrarle que, incluso cuando todo delante de tus ojos parece negro, una luz puede iluminarte. Que incluso cuando menos lo esperás, las cosas pueden cambiar. Que nunca es tarde".

"—Decime algo, pa: ¿qué tengo? Dale, mirame —dijo, ahora sí, enfocado en sus ojos—. Mirame por un rato y decime qué tengo... Un carajo. Nada. Eso es lo que tengo. Bueno, ¿sabés una cosa?, con un raquetazo de merca tengo todo lo que podría querer en la vida. Ya está. Porque "nada" es todo lo que necesito. Y todo está más que bien, está recontra bien. ¿Entendés, papu...? Sí... Lo entendés. Yo sé que lo entendés. ¿Y te digo la verdad, amigo? Mi chupa un huevo si puedo o no puedo. Porque no quiero. No quiero parar. ¿Por qué carajo me iba a privar de esta zarpada maravilla?
—¿Por qué? Viejo… Porque te estoy perdiendo. Porque te extraño. Al verdadero Alan. Estás cada día más lejos de vos mismo. Antes eras un tipo relajado y divertido, a veces medio loco, pero en el buen sentido. Ahora sos un boludo arrogante que solo se escucha a sí mismo, y cuando no estás arriba estás tan desesperado por estarlo que parecés una puta bomba a punto de estallar. Te está desquiciando, está convirtiéndote en un demente. Y sí que tenés algo. ¿Querés saber qué? Una vida por delante, viejo. Amigos, que te quieren y se preocupan por vos. La falopa te deja tan ciego que no podés verlo. Lo único que podés ver es tu nariz, chabón.
—Mis amigos tienen su propia vida y sus propias preocupaciones.
—Viejo, me conocés. ¿Hace cuantos años somos amigos? Me conocés, sabés que voy a estar ahí para vos. Si en algún momento te falté, es porque no sabía que me necesitabas. Pero eso no va a volver a pasar, porque ahora tengo más claro que sos un pelotudo que no pide ayuda, así que voy a buscarte hasta encontrarte. No vas a poder escaparte de mí, capo.
Alan clavó su mirada seria, de semblante frío y ojos ardientes sobre él.
—Si vas a estar para mí siempre que te necesite, entonces vas a estar para mí ahora. Ya sabés para qué te necesito".

"—¿Estás bien? —gritó por encima del rugiente motor y de todos los demás sonidos. Justi pareció sorprenderse a sobremanera y le dirigió una corta mirada llena de terror.
—Nos van a alcanzar.
—No.
—Nos van a volcar el auto a los tiros —gimió.
—Hey. Mirame, Jus. No nos vamos a morir hoy, ¿me oís? Ni nos van a agarrar. Te lo prometo —dijo Alan. Lo miró de reojo—. Jus, ponete el cinturón.
Justi se removió en su asiento, tiró del cinturón de seguridad demasiado fuerte varias veces, pero no pudo desplegarlo. Rugió, desesperado, y se restregó toda la cara con una mano temblorosa.
—Respirá, Jus, respirá… Hacelo de nuevo, más lento".

"Lo que sí le importaba, lo único que tenía en su cabeza en ese momento, era un fragmento del tiempo repitiéndose en su mente una y otra y otra y otra vez: Justi con el arma en mano, apuntando al motociclista, ordenándole que fuese a arrodillarse con los demás. Justi poniéndose de su lado. Justi estando ahí para él, sacando esa fuerza escondida en su interior, esa valentía, pisoteando sus miedos para estar ahí… para él. 
Enfrentando al mundo a su lado".

"(...) y no podía evitar recordar las palabras de Alan una y otra vez —¿Sabes cuándo te das cuenta de que sos adicto?—, pero las apartaba sin miramientos, porque era lo más ridículo que había escuchado en toda su vida. Pero, sobre todo, porque Emilia le había dado una oportunidad real. Y estaba decidido a no echarla a perder".

"—Sé que no tenés dónde ir, pero tenés el parador, la tenés a ella, me tenés a mí. Y a Alan también, solo que… Creo que se hacen mal, el uno al otro.
Esas palabras quedaron grabadas en la mente de Justi por el resto de la visita, a pesar de no haber vuelto a hablar de ello. Se sentía entre el cielo y el infierno. Por un lado, su vida se desmoronaba entre la mierda y el fuego y la sangre, y, por el otro, se elevaba en la gloria misericordiosa de la mujer más extraordinaria de la existencia. Y él estaba en el medio…, pero no flotando, sino estirado, halado tan fuerte por ambos extremos que podía percibir cómo su cuerpo y su alma se despedazarían en cualquier instante".

"No podés acostumbrarte al dolor. Los golpes no te hacen más fuerte. Solo te debilitan más y más. Y de algunos no podés curarte jamás. Había recibido uno que había destrozado algo en su interior, dejándole un enorme vacío. Había perdido todo. Había perdido a la amistad más larga e importante de su vida. A un hermano. Y no quería perderla también a ella. No podría soportar otro golpe más... Pero tampoco podía seguir ocultándose tras ese disfraz de tipo digno".

"—Carajo —exclamó, mientras lo examinaba de pies a cabeza en busca de heridas—. Amigo, ¿qué mierda te pasó?
Justi lo tomó de los hombros y acercó su rostro al suyo.
—Te necesito.
—¿Qué carajo pasó? ¿¡Quién te hizo esto!? —preguntó casi en un grito, tomando su mano cubierta con un trapo empapado en sangre y sosteniéndola cerca de sí.
Justi se soltó y le corrió el pelo que tapaba sus ojos en un movimiento que intentó ser suave pero resultó torpe y brusco, y después deslizó ambas manos sobre sus mejillas, manchándolas de rojo, mientras clavaba su mirada azulada en esos ojos color miel.
—Si me amás, me vas a ayudar. Aunque la odies, me vas a ayudar".

"—¡¡Sos vos el que no lo entiende!! ¡No voy a perderte por culpa de una puta cualquiera! —gritó de pronto—. ¡No voy a dejar que vayas a hacer que te maten por dártelas de héroe! Acá no hay héroes Jus, solo boludos haciendo pendejadas.
—¡No le vuelvas a decir así, pedazo de pelotudo! —exigió.
Lanzó un puñetazo en su dirección, del que Alan logró protegerse con sus propios brazos. Justi volvió a intentarlo, pero la desesperación entorpecía sus sentidos y la mano le dolía y solo logró lanzarse encima de él con torpeza y aferrarlo de la ropa. Examinó sus ojos dorados buscando una pizca de comprensión y otro tanto de compasión.
—¡Está ahí por mi culpa, yo la metí en esta mierda, vos y yo! —dijo con la voz ronca y quebrada—. ¿No entendés? ¡Vos y yo le hicimos esto! 
Tenemos que sacarla de ahí, Alan. Me muero si le hacen algo, boludo, te juro que me muero. No podría vivir con eso, Dios…
Alan le dirigió una larga mirada con la que intentaba entrar en la profundidad de esos ojos, mientras un nudo estrangulaba su garganta.
—¿Tanto la querés?
—Alan…, la amo, chabón…
Alan lo escrutó durante varios segundos, apretando los dientes, rodeado de sombras que oscurecían su rostro y envolvían su corazón. Se tragó su frustración con amargura.
—¡Reaccioná, puta madre, decí algo, carajo! —dijo Justi, exasperado.
—Está bien, pa, tranquilo... Lo vamos a hacer juntos".

"—Pará. Quiero que esté consciente antes de mandarlo al otro mundo. Y quiero que me vea bien —dijo Lu, con esfuerzo.
—Sigue consciente. ¿Le parto la cabeza?
—No, eso dejámelo a mí —respondió. Se acercó a Alan un poco más, moviéndose con pasos pequeños y lentos. Sacó su Beretta y le apuntó directo a la cabeza, mientras escrutaba sus ojos y se deleitaba con el momento—. Una rata de alcantarilla menos —concluyó, por lo bajo.
Un estruendo ensordecedor y doloroso los azotó y colmó cada rincón. Se desplomó en el piso con un agujero sangrante en la cabeza, encima de su oreja derecha. Alan lo observó estupefacto, sin comprender por completo lo que acababa de suceder. De pronto una voz, que entendió que eran gritos en cuanto el zumbido de sus oídos se suavizó, pero sin llegar a comprender lo que esas palabras reclamaban. Esa voz le resultó familiar. 
Y reconfortante. Los tipos que lo rodeaban se voltearon todos hacia ahí.
Después se apartaron de él un poco. Entonces vio a alguien que se le había acercado, aunque no lo reconoció inmediatamente.
Justi reclamó el arma del caído.
—Pateala hasta acá —ordenó a uno de ellos con voz nerviosa. Alguien lo hizo y Justi la guardó en su bolsillo. Les apuntaba a todos con su revólver y sus ojos turbados, intercambiando entre uno y otro. Sudor helado goteaba por su frente—. ¡Hijos de puta de mierda! —acusó con voz quebrada al acercarse a su amigo—. ¡Debería matarlos a todos! ¡A vos! ¡A vos debería matarte! —gritó, apuntando al del martillo. El tipo le devolvió una mirada desafiante mientras apretaba aun más las muelas y la mano alrededor del mango ensangrentado.
—Dejalo, loco —interrumpió otra voz—. Lu está muerto… Ya nadie va a pagarte. Dejalo. Es Rata, amigo, dejalo en paz. —Era el del gesto apenado. El del martillo pareció pensarlo y lo soltó en el piso al cabo de unos segundos.
—¿Dónde está ella? ¡La chica! ¿¡Dónde está Emilia!?
Nadie respondió. Un par de tipos se miraron entre ellos. Entonces oyó a Alan toser y vio que intentaba decir algo con un dificultoso hilo de voz.
—No, no hables amigo, vos no hables…
Pero Alan continuó intentándolo.
—Ella… —Eso captó su atención. Arrimó la cabeza cerca de la boca de su amigo, sin dejar de apuntar a los otros—, ella está bien… Ya la saqué de…, de acá…
Justi lo miró con ojos brillantes.
Sintió amor por su amigo… El hijo de puta lo había logrado…, pero no iba a lograr salir de esta si no recibía atención inmediata".

"—Alan…, amigazo. Yo también te amo, boludo…, solo que no como vos quisieras... Pero eso ya lo sabías, ¿no? —Los ojos de Alan también se empañaron—. Sabés, tal vez no seas el tipo más honrado, pero sos un gran amigo.
Justi dejó que sus lágrimas se deslizaran con libertad mientras acercaba su frente a la de su amigo y la apoyaba en la de él. Alan las sintió caer sobre su propio rostro.
—Viejo, lo que hiciste ahí… Gracias".

"En cambio amar a alguien, a alguien que jamás te devolvería ese amor…, ese era uno de los dolores más grandes de la vida. Ese destino solo podía merecerlo un ser despreciable y enfermizo. Un fracaso. Un proyecto fallido de algún Dios malicioso".






Cynthia Lorenzon

domingo, 6 de abril de 2025

Citas: Heraldos de la muerte - David Sanz

x

 
 "—Esa historia es demasiado triste, ¿no crees? —apuntó ella, muy adormecida, con los ojos semientornados y una voz grave que arrastraba las susurrantes sílabas—. Los cuentos de hadas suelen acabar con finales felices.
—Los cuentos para adultos nunca tienen un final feliz, sino lógico".


"—¿Eres la Muerte?
—No… —respondió ella, negando con la cabeza y señalando hacia la pared de su izquierda—. Pero puedo avisarle, está en la sala de al lado.
—Ah, sentido del humor. Me gusta. Y más en ocasiones así. El mío casi lo perdí por completo cuando falleció mi mujer.
—Lo siento.
—Bah, han pasado más de diez años y todavía la sigo echando de menos. Pero no puedes autocompadecerte durante mucho tiempo. Hay que seguir adelante".

"—Pareces atribulada, casi ausente. ¿Qué te sucede? —dijo el hombre, al notar su mirada extraviada.
—Es complicado, no creo que pudieras entenderlo.
—Inténtalo, no tienes nada que perder. Ni tengo con quién compartirlo, ya ves.
Calíope miró a su alrededor, evaluando el entorno. El perro se había tumbado en un rincón, en silencio. Solo estaban ellos dos.
Y lo cierto era que quizá necesitaba hablar con alguien, por una vez, de lo que le rondaba a ella por la cabeza.
—Me he pasado toda mi existencia ayudando a los demás; es mi misión.
Y, sin embargo, llevo unos años pensando que no soy lo bastante competente para el cargo que ocupo.
El hombre se mesó los cuatro pelos que le crecían en la barbilla, reflexionando.
—Deberías echar la vista atrás y pensar en tus logros. Estoy seguro de que has tenido éxito en la mayoría de metas que te has propuesto.
—Pura suerte, nada más —admitió Calíope, agachando la cabeza.
—Paparruchas. No estás siendo objetiva.
—En serio, cuando me comparo con otras… profesionales como yo, no me veo a la altura. Soy un fraude. Cualquier día me descubrirán y perderé mi trabajo —respondió con tristeza, aguantando un mohín de angustia.
—Eso es el síndrome del impostor, claro. He convivido con gente que lo sufría".

"—Y tú, ¿qué quieres?
Calíope permaneció callada unos segundos, evocando sus mejores etapas del pasado.
—Quisiera inspirar a los demás… y al mismo tiempo sentirme reconocida.
—Mi jefe de redacción siempre me decía que el reconocimiento es más importante que el dinero. Maldito avaro. Y, aun así, mírame ahora: ¿de qué me valdría cualquiera de los dos?
—Para ser recordado.
—¿Y eso qué sentido tiene? En algún momento, nadie visitará nuestras tumbas".

"Muerte se materializó en una azotea. El sol estaba en su cénit, un duro contraste con la oscuridad nocturna que había dejado atrás en Londres.
Miró a su alrededor mientras el viento movía su túnica negra y descubría sus delgadas y blanquecinas piernas. Se hallaba en un edificio muy elevado.
No se veía ningún otro que pudiera rivalizar con él. Examinando el lugar, que parecía alzarse majestuoso sobre una ciudad cosmopolita, localizó a un hombre de rasgos asiáticos, con gafas y entrado en kilos, apoyado en el exterior de la cornisa más cercana, como si se dispusiera a saltar.
Perdón, no pretendía interrumpir. Por favor, sigue con lo tuyo.
El hombre se giró al escuchar aquella voz en su mente, tan fría e inquietante como una estalactita a punto de quebrarse.
—¡Oh, no! ¡Un shinigami! ¡Voy a morir!
Si te lanzas desde esta altura, sin duda. No hace falta ser científico".

"—Godric, hum, ¿no estarás metido en algún lío?
—Claro que no, Sencho. Ya me conoces —Muerte dudó por un instante.
¿Le explicaba sus preocupaciones a su amigo o se las guardaba dentro? —Todo va bien.
—Cuando regreses, prométeme que pasarás a verme. Este año hacemos la ruta de Shangri-La. El próximo es probable que estemos hilando en la zona más cálida, por la fortaleza de la Atlántida.
—Prometido.
Ambos se quedaron contemplando el horizonte, rumbo al Polo Sur, muy cercanos, cada uno rumiando acerca de sus propias inquietudes. A veces los amigos no necesitan nada más".

"—¿Podemos hablar ya de la misión, entonces? —preguntó la señora.
—Creo que antes deberías explicarnos quién eres—respondió Marina.
Soledad se quitó las gafas de pasta negra y las limpió con un trapito que había sacado de un bolsillo de la blusa.
Su sonrisa le dio a Sergio un poco de miedo.
Solo un poco".

"—Los británicos son muy fiesteros y de pubs. No perdonan ni una pinta —dijo Sergio, demostrando su limitado conocimiento de la cultura extranjera—. ¿Qué opinas, Soledad? Seguro que como psiquiatra tienes algo que decir.
—Psicóloga.
—Perdón, perdón.
—¡Ay, ¡qué agotador! —bufó la señora—. Sí, es probable que los sábados y domingos haya pocos laburantes. Y tenés razón, los británicos son como esponjas.
—Por lo que revela Calíope en sus notas, hay una investigación de células del bulbo raquídeo que está logrando resultados espectaculares. Os lo leo textualmente: «estas células producen enzimas y proteínas únicas que son capaces de contrarrestar por completo los efectos del envejecimiento.
Son moléculas con la capacidad de reparar daños celulares, prevenir la acumulación de toxinas y mantener la integridad genómica».
—Alucinante. No me entero de nada, pero es alucinante —confesó Sergio".

"—Somos un equipo —remarcó Sergio, como muestra de apoyo a sus palabras.
—No, te equivocas —puntualizó Marina, mirándolo a los ojos con una intensidad fuera de lo normal—. Teniendo en cuenta lo que vamos a hacer, lo que debemos hacer, somos heraldos de la muerte.
Sus palabras generaron un tenso silencio. Se observaron con evidente inquietud. El temor asomó en sus rostros. «¿Heraldos de la muerte…?» Sus implicaciones quedaron flotando en el aire, como un sombrío presagio de la realidad a la que se iban a enfrentar".

"Kike bajó del coche y ofreció la mano a Marina para ayudarla a salir.
Ella le sonrió.
—Empiezas a meterte en tu papel de guardaespaldas. Me gusta.
—Tendría que gastarme el sueldo de dos meses para comprarme un traje aquí. Es lo menos que puedo hacer.
—El dinero no lo es todo —dijo ella.
Kike le abrió la puerta del local.
No había clientes en su interior. Solo un empleado, que se aproximó a ellos con una mirada de tasador experto. Los evaluaba para deducir si eran dignos de acceder a ese sacrosanto espacio.
—Es cierto, Marina. Cuando lo tienes".

"—Kike, ¿te puedo hacer una pregunta indiscreta?
—Claro, dispara.
—Esta mañana, cuando te estabas cambiando… no pude evitar ver que tenías unas palabras grabadas en la… espalda.
—Donde acaba la espalda —precisó Kike.
—Sí, justo ahí —rio Marina—. ¿Qué pone? Me fascina la gente que se tatúa cosas.
—¿Por qué?
—Pues porque somos cambiantes. El que eras ayer se tatuaría una imagen. El que eres hoy, quizá no. Y el que serás mañana, o dentro de diez años, puede ser tan diferente a lo que has dejado atrás…
Marina suspiró y volvió a apretarse contra él. Tenía muchas ganas de llegar al restaurante, pero al mismo tiempo no quería que aquello se acabara nunca.
—Tu planteamiento es válido —reconoció Kike—. Sin embargo, creo que un tatuaje es también un mapa de quiénes hemos sido. Y en ocasiones es necesario recordarlo. Para no perder el rumbo, ¿sabes?
Marina asintió. Quizá algún día. Además, no tenía miedo a las agujas.
—¿Y entonces qué pone? No me dejes en ascuas.
—Es una frase de Borges, del primer relato que aparece en El Aleph.
—No he leído nada suyo —se disculpó.
—«Yo he sido Homero».
—¿Perdón?
—Es la frase que me tatué. «Yo he sido Homero». El relato se titula El inmortal y trata sobre el efecto que la vida eterna tendría en los hombres.
Muy adecuado en nuestra situación, ¿no crees?
—¿Cuándo te la tatuaste?
—Al cumplir los veinte. Justo después de una mala relación.
—¿Y qué significado tiene para ti? Porque yo no le encuentro mucho sentido.
—Es complicado de resumir. Pero lo voy a intentar —añadió al ver la cara de decepción de Marina por un instante—. Quiere decir que la inmortalidad se obtiene mediante los actos que uno ha hecho en vida. En la memoria de los otros. En las obras que dejamos atrás".

"Ahora, tras tanta planificación y esfuerzo, se sentía vacía.
Si tan solo pudiera conseguir su deseo…
Pero no debía obcecarse, sino disfrutar de los buenos momentos.
Y aquel chico era un tesoro. Sonrió con tristeza y le pidió un abrazo a Kike. Él se lo dio. Ambos lo necesitaban".

"—Sigo pensando que deberíamos destruir todo lo que hay en este laboratorio —apuntó Soledad—. No sería difícil. Y tenemos el tiempo contado.
—No somos vándalos, maldita sea —Sergio golpeó una mesa con el puño—. Tiene que haber otra forma. Sin violencia".

"Cruzaron miradas, intercambiaron sonrisas y se ruborizaron por tonterías, como si fueran adolescentes. Quizá el alcohol tenía la culpa.
Pasaron los minutos, las horas, y sin apenas darse cuenta, entre susurros y confidencias, ya era domingo. Estaban tan a gusto que les costaba cortar la conversación.
—¿Sabes? Tengo la extraña sensación de que después de Portchester no volveré a verte nunca más —musitó Sergio.
Ella permaneció en silencio, mirándolo con ternura, con una sonrisa que no terminaba de florecer.
—Es muy tarde, ¿no crees?
—Un mago nunca llega tarde, Marina. Ni pronto.
—Llega exactamente cuando se lo propone —respondió ella.
Se incorporó y se acercó a él, hasta situar su cara a centímetros de la suya. Sus labios, separados por apenas unos milímetros; un espacio infinito que él no se atrevió a cruzar.
Marina se apartó de él y se levantó del sofá, sin dejar de mantener la mirada. Ninguno la desvió ni un instante. Nadie sabía quién era el cazador y quién la presa".

"—Vamos, no seas tan delicado —dijo Soledad, cáustica—. Voy a pensar que te gustan los hombres.
Kike soltó una sonora carcajada que llenó el pequeño espacio con eco, como si fuera una caverna.
—Es que le gustan los hombres, Soledad —susurró Marina—. ¿No te habías dado cuenta?
Fue como una jarra de agua fría para la psicóloga, que se quedó boquiabierta.
—Entonces, ¿ustedes dos son pareja? —inquirió, señalando primero a uno y luego al otro.
—¡No, no! —dijo Kike, entre risas.
—¡Ni hablar! —manifestó Sergio, también riendo—. Somos compañeros de piso que se toleran a duras penas".

"—¿Qué llevas ahí? ¿Alguna ganzúa especial? ¿Un soplete?
—Explosivos —respondió Soledad, escueta.
Sergio palideció al instante.
—Dime que es un farol —balbuceó, dando unos pasos atrás—. Ja, ja, qué risa. ¿No?
—Voy a volar la puerta. No podemos perder más tiempo. Yo en tu lugar me pondría a cubierto".






David Sanz

viernes, 28 de marzo de 2025

Citas: Las máscaras de porcelana - Rubén Falgueras Pradas

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 "Cuando terminó de escribir me dio la nota, en la que se podía leer:

Nabar Balder Santos
Hotel Rey Juan Carlos I
Planta 14, habitación 234

—¿Quién es? —pregunté.
—Su nuevo compañero. Bob Myers se lo presentará y acto seguido quiero que se dirijan a la calle Pineda.
—¿Por algún motivo en especial?
—Un homicidio".

"—Buenos días.
Una inesperada voz surgida de la nada me sobresaltó hasta el punto de hacerme caer de culo. Provenía de un hombre un par de años mayor que yo, con el pelo largo y castaño, ojos marrones, nariz algo alargada y barbilla afilada; solo vestía unos pantalones negros de pijama, mostrando un torso atlético. Aunque no fue su físico lo que me sorprendió. Lo que hizo que tropezara hasta perder el equilibrio fue encontrarlo de repente colgado como si fuera un murciélago, atado por los pies a una cuerda que descendía del techo.
—¡¿Es usted gilipollas?! —grité.
Me levanté mientras clavaba mis ojos en los suyos.
—Si me dieran un euro cada vez que me lo dicen… —contestó en mi idioma.
»Agente Bob Myers, ¡qué alegría verle!
—Balder.
Bob permaneció detrás intentando evitar el contacto visual con él".

"Se fueron dejándome sola con Myers y Balder; bueno, sola con Bob, porque Nabar había desparecido. Lo busqué durante unos minutos sin éxito, hasta que finalmente apareció.
—¿A dónde has ido? —interrogué.
No obtuve respuesta. Comenzó a olfatear con insistencia, como si fuera un perro que busca un rastro.
—¿Se puede saber qué haces? —preguntó Bob algo irritado.
Nos ignoró y continuó con su tarea. Caminó por los alrededores, olisqueó el cuerpo durante varios segundos y luego se aproximó, acercándose hasta llegar a mi cuello e inspiró profundamente.
—Me estas asustando —le dije nerviosa.
—¿Es que no lo notáis? —preguntó rompiendo su silencio.
—¿El qué? —preguntó Bob.
—Este olor.
—Será el cuerpo —respondí paciente.
Inspiré profundamente esperando sentir el hedor a podrido del cadáver, pero fue entonces cuando entendí a qué se refería. No apestaba a descomposición por extraño que pareciera; el maldito cadáver olía bien: era un olor dulce y un poco floral.
—Dado que estamos en invierno, es normal que el cuerpo tarde en descomponerse —dijo Bob intentando explicar la situación.
—¿Y por eso huele a perfume? —cuestioné dubitativa.
—Eso no es lo que me intriga. Lo que me llama la atención es que es el mismo aroma que desprendía Eduardo Calleja cuando le encontramos —aclaró Nabar.
—¿Oliste el cuerpo de la primera víctima?
—Poner los cinco sentidos es parte de nuestro trabajo, que tengáis la nariz taponada no es mi problema".

"—¡Oiga! —interrumpió el neonazi—. Esto es brutalidad policial. Tengo derechos. ¿S’ha enterao usté?
Nabar se acercó por detrás y le dio una patada con fuerza en la parte posterior de una de sus rodillas para doblegarle.
—Hasta que no haya acabado contigo no tienes ningún derecho —amenazó el Inspector.
Aranda se levantó del suelo, Balder le agarró del cuello de la chaqueta y le obligó a mirarle a la cara.
—Ahora, montón de mierda, vas a explicarme por qué coño has traído ese cuerpo aquí".

"—Pareces hecha polvo.
Una voz masculina me sobresaltó. Me giré a un lado y a otro hasta que lo vi. A primera vista me resultó un tipo bastante raro. Estaba sentado en uno de los sillones. Vestía tejanos azules, zapatillas deportivas y una camiseta bastante ajustada. Era delgado, pero bien definido y tenía una perilla cuidadosamente recortada que no dejaba de acariciar.
Me llamó especialmente la atención que llevase gafas oscuras en el interior de una sala con las luces apagadas cuando aún no había amanecido.
—Disculpa, siento haberte asustado —se excusó con una sonrisa reluciente—. Permíteme que me presente, mi nombre es Ángel Balder Corega.
—¿Es pariente de Nabar?
No me miró a la cara, simplemente sonrió.
—¿Qué te hace pensar que soy pariente de esa persona? —me preguntó en un tono de voz difícil de descifrar.
—Tienen el mismo apellido —le contesté.
—Eso no basta. Seguro que habrá muchas personas con el mismo apellido.
Me quedé observando su rostro, no le pude ver los ojos porque sus gafas los ocultaban, pero pude observar ciertos rasgos semejantes.
—Se le parece bastante.
—Eres observadora y tampoco pareces tonta, ya entiendo por qué Nabar te escogió.
—Él no me escogió. Fue la comisaria Amanda Gallego.
No me dirigió la mirada en ningún momento, cada vez que hablaba parecía lo hiciera al vacío y eso empezó a fastidiarme.
—Bueno, ¿me cuentas qué habéis encontrado en Granada? —me preguntó, haciéndome recordar el caso de golpe. ¿Cómo diantre lo sabía? Quizá alguien de la comisaría le había informado, pero… ¿qué hacía en nuestra oficina?
—No podemos dar información de un caso a civiles —contesté irritada—. Aunque sea pariente de un compañero, es confidencial.
Arrugó la frente como si no entendiera qué estaba pasando. Por su aspecto calculé que tendría unos cuarenta años ¡y seguía sin mirarme el muy idiota! Me levanté del sillón para que me viera a la perfección. Seguía sin reaccionar.
—¿Me quiere usted mirar a la cara, maldita sea? —exploté.
Un instante después, el extremo de un bastón presionaba mi cuello.
—Un poco de respeto, niña. Seré ciego, pero mis oídos son más finos de lo que puedas imaginar".

"Estaba avergonzada por no haberme dado cuenta. Por suerte, en ese momento aparecieron los demás por la puerta del despacho, encabezados por el Inspector Balder, que nos miraba con cierto interés.
—Creo que os llevaréis bien —dijo sonriendo—, ¿verdad Hartigan?
Ángel bajó su bastón y se apoyó en él con ambas manos.
—Odio que me llames así —contestó.
—Te veo mejor que en otros tiempos.
—Puesto que nadie me quiere explicar lo que pasó en…
—Un momento —interrumpí casi a gritos—. ¿Este hombre es policía?
La pregunta fue ignorada por todos, solo Bob se acercó y me cogió por el brazo para arrastrarme a un rincón apartado.
—Este tipo lleva más de veinte años trabajando con la policía".

"Tras cerrar la puerta, oímos desde el descansillo cómo nuestro testigo gritaba a pleno pulmón: «¡Donne maledette, vaffanculo!».
—¿Era necesario que le cogieras de las pelotas? —le pregunté a Sofía al llegar al coche—. Nos podría demandar.
—Ya ha demostrado lo machista que es. Dudo que pase por la «humillación» que supondría para él una denuncia por agresión por parte de una mujer.
Lanzó una sonora carcajada y arrancó el motor para volver a la comisaría".

"—Me estás poniendo en una situación muy complicada, ¿acaso lo haces a propósito?
—Los topos del PDC están más cerca de lo que creemos —respondió mi compañero.
—El Inspector Rodríguez no tiene nada que ver con el soplo —replicó Amanda.
—¿Por qué acusas a un policía de ser un soplón, aunque sea fascista? —intervine.
—Abre los ojos, yanqui. La corrupción está por todas partes".

"—Todo buen acto siempre tiene una mala consecuencia".

"— Ahora que ya lo sabe todo no podré enviar de nuevo a Carranza de incógnito. Aunque, realmente, ya da igual, puesto que no aceptará nuestra ayuda, salvo que llevemos un pin de las SS. El muy estúpido se dejará coger por Doppelgänger.
—¿Dopun… qué? —preguntó la comisaria.
—Doppelgänger —la corregí—. En mitología germánica, es un monstruo o figura mítica con la misma apariencia de una persona: un doble. Dice la leyenda que aquel que lo vea morirá.
Dirigí la mirada hacia mi compañero, mostrando cierto orgullo por mis estudios antes de ser policía.
—Roba sus identidades, según el folklore, para cometer infinidad de atrocidades —concluyó Nabar.
Siempre tiene algo que decir, es increíble".

"—Andrea, ¿estás ocupada en estos momentos?
Consulté el reloj que colgaba de la pared, cerca de la puerta: marcaba las ocho y media de la tarde.
—No, ahora no tengo nada que hacer.
Los demás seguían ocupados en otros casos. La falta de personal era una auténtica molestia.
—Yo también he acabado con un asunto pendiente, pero esa no es la razón por la que te llamo... ¿Te apetece comer algo?
Creía que me iba a reprochar que no hiciera mi trabajo o algo mucho peor, pero me sorprendió gratamente. Desde que llegué, lo más bonito que me había dicho ese hombre había sido: «haz tu trabajo. ¡Coño!».
—Sí, ¿por qué no? —acepté con una sonrisa—. Pero, no será un restaurante caro ¿verdad? No tengo nada decente que ponerme.
—No. Nada caro —respondió enseguida—. Algo rápido, un chino o similar.
—¿Qué me dices de un McDonald’s? —propuse.
—¡No, por favor! No tengo precisamente buenos recuerdos.
—¿Les demandaste?
—No.
—¿Te demandaron?
—Nadie demandó a nadie y no sigas por ahí —zanjó sin alzar demasiado la voz—".

"—Nabar, ¿qué pretendes?
Mi compañero giró la cabeza y me miró sorprendido.
—¿Cómo dices? —preguntó confuso.
—Desde que he llegado, no has parado de tener detalles conmigo.
Estaba planteándole las sospechas que tenía acerca de él. Por un lado, delante de todos me trataba igual que a los demás, pero que me invitase a cenar a un restaurante... ¿No era para dudar?
—Me gusta ayudar.
—No me lo creo —le solté —. Nadie, por muy rico que sea, le da catorce mil euros a una desconocida.
—¿Y por qué crees que te los di? —preguntó desafiándome con la mirada.
—Quieres llevarme a la cama, ¿y si me niego?
—¡Ehh, para el carro yanqui! ¿Por qué crees que quiero hacer algo así?
—Maldita sea Nabar, me has dado dinero, me conseguiste un apartamento y ahora una cena solos... Una insinuación demasiado descarada, ¿no crees?".

"—Qué pronto han llegado —dijo el médico con una voz rota que me puso los pelos de punta—. Aún no lo he abierto...
—El tiempo corre —dijo Nabar.
—Pero el mundo no se acabará por una hora o dos —le respondió el forense—. Esperen fuera por favor".

"—¿No sería mejor volver en helicóptero? —pregunté.
—No, lo siento —contestó Nabar con la vista en la carretera.
—¿Por qué no? Sería bastante más rápido si…
—¿Sabes qué sería mejor? —dijo entonces con brusquedad—. Que me dejaras sacarles información a los sospechosos a mi manera.
—¿Perdona? Tu interrogatorio no fue para nada legal. ¡Maldita sea, le golpeaste la herida de la mano!
—Herida que fue consecuencia de tu disparo. No te hagas la santurrona.
—Sí, vale, pero no le he dado una paliza y le he estampado la cabeza encima de la mesa estando esposado.
—¿Te recuerdo que nos disparó y que casi mata a Bob?
—Pero nosotros debemos seguir las normas establecidas, Nabar, no usar los métodos de Guantánamo.
Balder resopló furioso y pisó con fuerza el freno. El impacto no fue fuerte, pero me llevé una buena sacudida.
—En primer lugar, yo hago mi trabajo a mi manera. Segundo, tú no eres nadie para decirme lo que debo hacer.
—¿Has oído hablar alguna vez de la Unidad de Asuntos Internos? —le pregunté con dureza—. No puedes golpear a alguien y pretender que no haya consecuencias.
—Veo que aún no has superado la edad del pavo de la policía —me contestó a la vez que ponía de nuevo en marcha el vehículo policial.
—Pues no, y quizá no quiera superarla, porque a diferencia de ti, yo creo en lo que representamos, y si no te gusta, pides un cambio de compañera, ¿entendido?
Nabar no me miró a la cara directamente, lo hizo de reojo, sin apartar la mirada del asfalto.
—Hubo una época en que yo también lo creía, pero como muchas otras creencias que se tienen, acaban por decepcionarte".

"Me quedé observándola unos instantes en que volvió nuevamente a su trabajo. Aunque tuviera los ojos rasgados, no eran los típicos ojos oscuros de los orientales, eran de color azul verdoso. Y teniendo en cuenta su peinado tan moderno, su aspecto no era precisamente muy típico de allí.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —me atreví.
—Soy medio española, medio japonesa —respondió sin levantar la vista del microscopio.
—¿Cómo has...?
—Porque sé que mi nombre confunde a la gente y todo el mundo me hace la misma pregunta.
Desde luego aquella respuesta me hizo sentir muy tonta.
—Mi padre se llama Ernesto Morgadas y mi madre Taeko Nishima —me dijo.
—Un momento, pero si todos te llaman Nakamura…
—Nabar es el que empezó a llamarme Nakamura —me corrigió sonriendo de nuevo—, en honor a Shunsuke Nakamura, un famoso jugador de fútbol japonés que vino a jugar a Barcelona y pasó brevemente por el Espanyol. Pero mi apellido real es Nishima, aunque los demás se hayan acostumbrado a llamarme como lo hace Nabar.
—Veo que tus padres prefirieron seguir la tradición.
—Mi padre me puso el nombre español, pero respetó la tradición de la cultura de mi madre al ponerme en primer lugar el apellido de mi familia nipona.
—¿Y eso por qué? —pregunté curiosa.
—No tengo ni la más mínima idea.
—¿Nunca te lo has preguntado?
—No. Eso de perder la cabeza para saber quién eres es una completa y una auténtica estupidez, una pérdida de tiempo —concluyó sin dejar de estudiar la máscara".

"—¿Y cuáles son esas otras maneras? —pregunté.
—Arrestar, interrogar, intimidar y obligar a que confiesen —dijo el Inspector—. Es la base de un buen policía.
—Esa es la base de Harry, El Sucio —le contesté, provocando que todos incluso Nabar estallaran en carcajadas".

"—Tengo algo Balder San —dijo alterada.
Balder leyó la relevancia de lo que había encontrado Clara en sus ojos y se giró hacia nosotros.
—Quiero que todos mováis vuestro trasero hacia el laboratorio. ¡Ya!
Le obedecimos en el acto, bajamos las escaleras y emprendimos el camino de regreso a la comisaría. Ya en el laboratorio en el que la química trabajaba, todos, incluido Ángel, nos acercamos al escritorio y lo rodeamos. Clara empezó a teclear y a manejar el ratón mostrándonos en la pantalla la máscara que Nabar había traído de Madrid.
—Tenías razón—dijo mirando a mi compañero—. Había algo en la máscara de Ortiz.
—¿Cómo lo sabías? —preguntó Bob.
—No lo sabía, lo deduje. Si mi teoría es correcta, y a Müller le enviaron para que nos asaltara, tenía que haber algo en esa máscara que querían ocultar.
—Entonces ¿Kaufmann está descartado? —preguntó Nino Carranza.
—Sí, y Müller también —confirmó Nabar muy seguro—. Aunque no se librará de pasar una temporadita en la cárcel.
—Muy hábil—continuó Clara—. Bueno, a lo que iba…, he examinado cada milímetro de porcelana durante horas cuando de repente…
Presionó distintos comandos del teclado e hizo que, con ayuda del ratón, la imagen de la máscara que aparecía en el monitor se moviera hasta mostrarnos el ángulo de las aberturas de los ojos. Justo en la parte inferior, Clara señaló un punto de color rojo.
—¿Veis eso? —preguntó.
—Una mancha de sangre —respondió Sofía.
—¡Correcto La Paglia San! Cuando analicé la sangre de las muestras extraídas de detrás de la máscara, pensé que serían de Ortiz, pero cada vez que la introducía en el sistema de ADN, me saltaba un error, ya que se estaban mezclando dos tipos de sangre diferentes.
—¿Acaso eso es posible? — preguntó Bob incrédulo.
—Es infrecuente —aclaró—. Al menos eso creo. Pero después de conseguir separar los dos tipos, averigüé el grupo sanguíneo de nuestro asesino: es cero positivo. Muy distinto al de Armando Ortiz, que es AB negativo.
—Si ya decía yo que tenía a una maga de la ciencia —elogió Nabar.
La cogió en brazos y dio vueltas con ella por la zona más espaciosa y abierta de la sala, y luego la besó. Para mí no fue ninguna sorpresa, pero los demás no daban crédito al ver aquella escena. Ángel se aclaró la garganta para que su hermano la dejase en el suelo nuevamente".







Rubén Falgueras Pradas

sábado, 1 de marzo de 2025

Citas: Love story - Erich Segal

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 "—Oye, necesito ese libro de mierda.
—¿Podrías controlar tus groserías, Preppie?
—¿Qué te hace estar tan segura de que fui a una escuela preparatoria?
—Pareces estúpido y rico —dijo ella levantándose las gafas.
—Te equivocas —protesté—. Actualmente soy inteligente y pobre.
—Oh, no, Preppie. Yo soy inteligente y pobre.
Me miraba fijamente. Sus ojos eran marrones. Okay, probablemente yo tenga pinta de rico, pero no iba a permitir que ninguna Cliffie, por más lindos ojos que tuviera, me tratara de tonto.
—¿Y qué carajo te hace tan pero tan inteligente? —pregunté.
—El hecho de que no te aceptaría ni un café, —contestó.
—Oye: yo no te he invitado.
—Eso —replicó— es lo que te hace tan estúpido".


"—¿Música 201? ¿No es un curso para graduados?
Ella asintió sin poder disimular muy bien su orgullo.
—Polifonía Renacentista.
—¿Qué es polifonía?
—Nada sexual, Preppie.
¿Por qué iba yo a seguir aguantando esto? ¿No lee ella el Crimson? ¿No sabe quién soy?
—Eh… ¿sabes quién soy?
—Sáa —respondió con una especie de desdén—. Eres el dueño del Barrett Hall.
No sabía quién era yo.
—No soy el dueño de Barrett Hall —argüí—. Resulta que mi ilustre bisabuelo lo donó a Harvard.
—¡Para que su deslustrado bisnieto tuviera el ingreso asegurado!
Era el colmo.
—Jenny, si estás tan convencida de que no valgo un pito, ¿por qué me coaccionaste a invitarte con un café?
Me miró fijamente a los ojos y sonrió.
—Me gusta tu cuerpo —dijo".

"Mientras hablaba miraba hacia todas partes, tratando de descubrir a Jenny. ¿Se habría ido caminando de vuelta a Radcliffe, sola?
—¿Jenny?
Me alejé tres o cuatro pasos de los hinchas, buscándola desesperadamente. Ella surgió de improviso detrás de unos arbustos, su cara envuelta en un echarpe, dejando ver sólo los ojos.
—Hola, Preppie. Hace un frío loco aquí afuera.
¡Cómo me alegró verla!
—¡Jenny!
Casi instintivamente la besé, con suavidad, en la frente.
—¿Quién te dio permiso?
—¿Qué?
—¿Te dije que podías besarme?
—Lo siento. Me dejé llevar.
—Yo no.
Estábamos casi demasiado solos allí afuera, y estaba oscuro y hacía frío y era tarde. La besé otra vez. Pero no en la frente ni con suavidad. Duró un largo delicioso momento. Cuando terminamos, ella permanecía aferrada a mis mangas.
—No me gusta —dijo.
—¿Qué?
—El hecho de que me guste".

"Hablamos en susurros.
—Hola, Jen…
—Sáa?
—Jen… qué dirías si te dijera…
Vacilé. Ella esperaba.
—Pienso… Pienso que te quiero.
Hubo una pausa. Después ella respondió suavísimamente.
—Diría… que tienes la cabeza llena de caca.
Y cortó.
Pero no me sentí desgraciado. Ni sorprendido".

"—Mira, Jenny, ¿qué tal si lo olvidamos?
—Gracias a Dios, estás emperrado en lo que respecta a tu padre —contestó ella—. Eso quiere decir que no eres perfecto.
—Oh… ¿Piensas que tú sí lo eres?
—Mierda, no, Preppie. Si lo fuera ¿estaría saliendo contigo?
De vuelta a lo mismo, como siempre".

"Estábamos sentados en mi cuarto un domingo por la tarde, leyendo.
—Oliver, te vas a arrepentir si te vas a pasar el tiempo mirándome estudiar.
—No te estoy mirando estudiar. Estoy estudiando.
—Mentiroso. Me estás mirando las piernas.
—Sólo de vez en cuando. Una vez por capítulo.
—Los capítulos de ese libro deben ser muy cortos.
—Escucha, monstruo narcisista: ¡No eres algo tan pero tan grandioso!
—Lo sé. ¿Pero qué puedo hacer si tú piensas que lo soy?
Tiré mi libro y crucé la habitación hasta donde ella estaba sentada.
—Jenny, por el amor de Dios, ¿cómo voy a leer a John Stuart Mill si a cada segundo me muero de ganas de hacer el amor?".

"—Oliver, ¿te dije que te quiero? —preguntó.
—No, Jen.
—¿Por qué no me lo preguntaste?
—Tenía miedo, sinceramente.
—Pregúntamelo ahora.
—¿Me quieres, Jenny?
Me miró y al responder no fue nada evasiva.
—¿Qué te parece?
—Me parece que sí. Espero. Puede ser.
La besé en el cuello.
—¿Oliver?
—¿Sí?
—En realidad no es que te quiera…
—¡Oh, Cristo! ¿Qué era esto?
—Te adoro, Oliver".

"—Quiero decir… ¡Cristo! Barrett: ¿lo haces o no?
—Raymond, como amigo te pido que no hagas preguntas.
—¡Pero Cristo, Barrett! ¡Las tardes, los viernes a la noche, los sábados a la noche! ¡Cristo, debéis hacerlo!
—Si estás seguro ¿por qué preguntas tanto?
—Porque no me parece saludable.
—¿Qué cosa?
—Toda la situación, Ol. Quiero decir que antes nunca fue así. Quiero decir… ese total congelamiento de detalles dedicados al gran Ray. Quiero decir… la situación no tiene garantías. Insalubre. Cristo: ¿qué hace ella que es tan diferente?
—Mira, Ray, es un maduro asunto de amor.
—¿Amor?
—¡No la pronuncies como si fuera una palabrota!
—¿Amor? ¿A tu edad? Cristo, lo siento mucho, viejo.
—¿Por qué? ¿Te preocupa mi salud?
—Tu soltería. Tu libertad. ¡Tu vida!".

"—Entonces no me dejes, Jenny. Por favor.
—¿Y qué hago con mi beca? ¿Y con París, al que no he visto en mi perra vida?
—¿Y nuestra boda?
Fui yo quien pronunció esas palabras, aunque por algunos segundos no estuve muy seguro de haberlo hecho.
—¿Quién dijo algo de boda?
—Yo. Lo estoy diciendo ahora.
—¿Quieres casarte conmigo?
—Sí.
Ella inclinó la cabeza, no sonrió, pero preguntó simplemente:
—¿Por qué?
La miré fijamente en las pupilas.
—Porque sí —dije.
—Oh —dijo ella—. Ésa es una muy buena razón".

"—¿Cómo van tus cosas, hijo?
Para ser un maldito alumno de Harvard y Oxford, era un estupendo conversador.
—Bien, señor. Bien.
Como no queriendo ser menos, mi madre dio su bienvenida a Jenny.
—¿Tuvistéis un buen viaje?
—Sí —contestó Jenny—. Bueno y rápido.
—Oliver conduce muy rápido —interpuso el Viejo Fósil.
—No tanto como tú, padre —repliqué.
¿Qué diría de esto?
—Oh, sí. Supongo que no.
Te cortarías un huevo si no, padre".

"—Padre, no has dicho una palabra acerca de Jennifer.
—¿Y qué se puede decir? Nos la has presentado como un hecho consumado, ¿no es así?
—Pero ¿qué es lo que piensas tú, padre?
—Pienso que Jennifer es admirable. Para una chica de su extracción, llegar a Radcliffe…
—Vamos al grano, padre.
—El caso no tiene nada que ver con la jovencita —dijo— sino contigo.
—¿Eh? —dije yo.
—Tu rebelión —agregó—. Eres un rebelde, hijo.
Padre, no veo por qué casarse con una preciosa y brillante chica de Radcliffe ha de ser rebeldía. Ella no es ninguna hippie medio loca, digo…
—Ella no es muchas cosas.
Ah, llegábamos. El maldito nudo de la cuestión.
—¿Qué te fastidia más, padre? ¿Que sea católica o que sea pobre?
Él respondió en una especie de susurro, inclinándose hacia mí:
—¿Qué es lo que más te atrae?
Estuve a punto de levantarme e irme. Se lo dije.
—Quédate aquí y habla como un hombre —dijo él.
¿Para oponerme a qué? ¿A un muchacho? ¿A una chica? ¿A un ratón? De todos modos me quedé.
El jodeputa mostró una enorme satisfacción cuando vio que permanecía sentado.
Podría decir que lo consideró como otra de sus victorias sobre mí.
—Sólo te pediría que esperéis un tiempo —dijo Oliver Barrett III.
—Define «un tiempo», por favor.
—Termina la Escuela de Derecho. Si esto es verdadero, podrá superar la prueba del tiempo.
—Es verdadero. ¿Por qué narices someterlo a una prueba arbitraria?
Mi deducción era clara, creo. Me estaba alzando contra él. Contra su arbitrariedad. Contra su compulsión para dominar y controlar mi vida.
—Oliver —él empezaba un nuevo round—. Eres menor…
—¿Menor para qué? —Me estaba poniendo furioso, mierda.
—No tienes todavía veintiuno. No eres legalmente un adulto.
—¡Guárdate tus minucias legales, cretino!
Quizás algunos comensales vecinos oyeron esta observación. Como para compensar mi barullo, Oliver Barrett III lanzó sus siguientes palabras en un murmullo:
—Si te casas con ella enseguida, no te voy a dar ni la hora.
¿A quién le importaba una mierda si alguien escuchaba?
—Padre, tú no sabes ni la hora.
Salí de su vida y comencé la mía".

"—Él es okay, —dijo Phil Cavilleri a su hija.
¿Qué significaba eso?
Yo ya no necesitaba que me definieran «okay», tan sólo quería saber cuál de mis pocas y circunspectas actitudes me había ganado ese afectuoso epíteto".

"—Te dije que era okay, Phil —dijo la hija del señor Cavilleri.
—Bien, okay —dijo su padre—. Pero aún tenía que verlo por mí mismo. Ahora lo veo. ¿Oliver?
Se dirigía a mí.
—¿Sí, señor?
—Phil.
—¿Sí, señor Phil?
—Eres okay.
—Gracias, señor. Me alegro. Realmente me alegro. Y usted sabe lo que siento por su hija, señor. Y por usted, señor.
—Oliver, —interrumpió Jenny—. ¿Puedes dejar de parlotear como un estúpido preppie, y…?
—Jennifer —interrumpió el señor Cavilleri—. ¿Puedes dejar de decir palabrotas?
El jodeputa es un huésped".

"De todos modos, después de toda clase de bendiciones, subió al ómnibus y nosotros esperamos y lo saludamos hasta que se perdió de vista. Fue entonces cuando la terrible verdad empezó a alcanzarme.
—Jenny, estamos casados.
—Sáa. Ahora puedo portarme mal".

"—Mándalos al diablo, Oliver. Yo no quiero desperdiciar dos días hablando al pedo con un puñado de aburridos preppies.
—Okay, Jen, ¿pero qué les digo?
—Que estoy embarazada, Oliver.
—¿Lo estás? —pregunté.
—No, pero si nos quedamos en casa este fin de semana quizás me quede".

"—¿Estás bien, Jen? —pregunté, queriendo decírselo en un sentido relativo. Me contestó con otra pregunta:
—¿Eres lo bastante rico como para pagar un taxi?
—Seguro —respondí—. ¿A dónde quieres ir?
—Algo así como… al hospital —dijo.
Yo sabía —en el veloz barullo de movimientos que siguió— que aquello había llegado. Jenny estaba por salir de nuestro apartamento y nunca volvería. Sentada allí, mientras yo juntaba unas pocas cosas suyas, me preguntaba qué estaría cruzando por su mente acerca del apartamento. Quiero decir, ¿qué querría mirar para acordarse?
Nada. Estaba simplemente sentada, inmóvil, sin fijar sus ojos en nada.
—Eh —dije—. ¿No quieres llevar algo en especial?
—Mmm, mmm… —Ella dijo «no», y después agregó como con retardo—: Tú".

"—¿Podrías abrazarme muy fuerte?
Puse una mano en su antebrazo —Dios, tan fino— y le di un apretón.
—No, Oliver —dijo—. Abrázame, realmente. Bien cerca de mí.
Tuve mucho, muchísimo cuidado —con los tubos y esas cosas— mientras me metía en la cama con ella y la rodeaba con mis brazos.
—Gracias, Ollie.
Fueron sus últimas palabras".

"—Oliver —dijo mi padre urgentemente—, quiero ayudar.
—Jenny está muerta —le dije.
—Lo siento —dijo en un atontado murmullo.
Sin saber por qué, repetí lo que había aprendido mucho antes de la linda chica, ahora muerta:
—Amar significa nunca tener que decir «Lo siento».
Y entonces hice lo que nunca había hecho en su presencia, y menos aún en sus brazos. Lloré".







Erich Segal