domingo, 6 de abril de 2025

Citas: Heraldos de la muerte - David Sanz

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 "—Esa historia es demasiado triste, ¿no crees? —apuntó ella, muy adormecida, con los ojos semientornados y una voz grave que arrastraba las susurrantes sílabas—. Los cuentos de hadas suelen acabar con finales felices.
—Los cuentos para adultos nunca tienen un final feliz, sino lógico".


"—¿Eres la Muerte?
—No… —respondió ella, negando con la cabeza y señalando hacia la pared de su izquierda—. Pero puedo avisarle, está en la sala de al lado.
—Ah, sentido del humor. Me gusta. Y más en ocasiones así. El mío casi lo perdí por completo cuando falleció mi mujer.
—Lo siento.
—Bah, han pasado más de diez años y todavía la sigo echando de menos. Pero no puedes autocompadecerte durante mucho tiempo. Hay que seguir adelante".

"—Pareces atribulada, casi ausente. ¿Qué te sucede? —dijo el hombre, al notar su mirada extraviada.
—Es complicado, no creo que pudieras entenderlo.
—Inténtalo, no tienes nada que perder. Ni tengo con quién compartirlo, ya ves.
Calíope miró a su alrededor, evaluando el entorno. El perro se había tumbado en un rincón, en silencio. Solo estaban ellos dos.
Y lo cierto era que quizá necesitaba hablar con alguien, por una vez, de lo que le rondaba a ella por la cabeza.
—Me he pasado toda mi existencia ayudando a los demás; es mi misión.
Y, sin embargo, llevo unos años pensando que no soy lo bastante competente para el cargo que ocupo.
El hombre se mesó los cuatro pelos que le crecían en la barbilla, reflexionando.
—Deberías echar la vista atrás y pensar en tus logros. Estoy seguro de que has tenido éxito en la mayoría de metas que te has propuesto.
—Pura suerte, nada más —admitió Calíope, agachando la cabeza.
—Paparruchas. No estás siendo objetiva.
—En serio, cuando me comparo con otras… profesionales como yo, no me veo a la altura. Soy un fraude. Cualquier día me descubrirán y perderé mi trabajo —respondió con tristeza, aguantando un mohín de angustia.
—Eso es el síndrome del impostor, claro. He convivido con gente que lo sufría".

"—Y tú, ¿qué quieres?
Calíope permaneció callada unos segundos, evocando sus mejores etapas del pasado.
—Quisiera inspirar a los demás… y al mismo tiempo sentirme reconocida.
—Mi jefe de redacción siempre me decía que el reconocimiento es más importante que el dinero. Maldito avaro. Y, aun así, mírame ahora: ¿de qué me valdría cualquiera de los dos?
—Para ser recordado.
—¿Y eso qué sentido tiene? En algún momento, nadie visitará nuestras tumbas".

"Muerte se materializó en una azotea. El sol estaba en su cénit, un duro contraste con la oscuridad nocturna que había dejado atrás en Londres.
Miró a su alrededor mientras el viento movía su túnica negra y descubría sus delgadas y blanquecinas piernas. Se hallaba en un edificio muy elevado.
No se veía ningún otro que pudiera rivalizar con él. Examinando el lugar, que parecía alzarse majestuoso sobre una ciudad cosmopolita, localizó a un hombre de rasgos asiáticos, con gafas y entrado en kilos, apoyado en el exterior de la cornisa más cercana, como si se dispusiera a saltar.
Perdón, no pretendía interrumpir. Por favor, sigue con lo tuyo.
El hombre se giró al escuchar aquella voz en su mente, tan fría e inquietante como una estalactita a punto de quebrarse.
—¡Oh, no! ¡Un shinigami! ¡Voy a morir!
Si te lanzas desde esta altura, sin duda. No hace falta ser científico".

"—Godric, hum, ¿no estarás metido en algún lío?
—Claro que no, Sencho. Ya me conoces —Muerte dudó por un instante.
¿Le explicaba sus preocupaciones a su amigo o se las guardaba dentro? —Todo va bien.
—Cuando regreses, prométeme que pasarás a verme. Este año hacemos la ruta de Shangri-La. El próximo es probable que estemos hilando en la zona más cálida, por la fortaleza de la Atlántida.
—Prometido.
Ambos se quedaron contemplando el horizonte, rumbo al Polo Sur, muy cercanos, cada uno rumiando acerca de sus propias inquietudes. A veces los amigos no necesitan nada más".

"—¿Podemos hablar ya de la misión, entonces? —preguntó la señora.
—Creo que antes deberías explicarnos quién eres—respondió Marina.
Soledad se quitó las gafas de pasta negra y las limpió con un trapito que había sacado de un bolsillo de la blusa.
Su sonrisa le dio a Sergio un poco de miedo.
Solo un poco".

"—Los británicos son muy fiesteros y de pubs. No perdonan ni una pinta —dijo Sergio, demostrando su limitado conocimiento de la cultura extranjera—. ¿Qué opinas, Soledad? Seguro que como psiquiatra tienes algo que decir.
—Psicóloga.
—Perdón, perdón.
—¡Ay, ¡qué agotador! —bufó la señora—. Sí, es probable que los sábados y domingos haya pocos laburantes. Y tenés razón, los británicos son como esponjas.
—Por lo que revela Calíope en sus notas, hay una investigación de células del bulbo raquídeo que está logrando resultados espectaculares. Os lo leo textualmente: «estas células producen enzimas y proteínas únicas que son capaces de contrarrestar por completo los efectos del envejecimiento.
Son moléculas con la capacidad de reparar daños celulares, prevenir la acumulación de toxinas y mantener la integridad genómica».
—Alucinante. No me entero de nada, pero es alucinante —confesó Sergio".

"—Somos un equipo —remarcó Sergio, como muestra de apoyo a sus palabras.
—No, te equivocas —puntualizó Marina, mirándolo a los ojos con una intensidad fuera de lo normal—. Teniendo en cuenta lo que vamos a hacer, lo que debemos hacer, somos heraldos de la muerte.
Sus palabras generaron un tenso silencio. Se observaron con evidente inquietud. El temor asomó en sus rostros. «¿Heraldos de la muerte…?» Sus implicaciones quedaron flotando en el aire, como un sombrío presagio de la realidad a la que se iban a enfrentar".

"Kike bajó del coche y ofreció la mano a Marina para ayudarla a salir.
Ella le sonrió.
—Empiezas a meterte en tu papel de guardaespaldas. Me gusta.
—Tendría que gastarme el sueldo de dos meses para comprarme un traje aquí. Es lo menos que puedo hacer.
—El dinero no lo es todo —dijo ella.
Kike le abrió la puerta del local.
No había clientes en su interior. Solo un empleado, que se aproximó a ellos con una mirada de tasador experto. Los evaluaba para deducir si eran dignos de acceder a ese sacrosanto espacio.
—Es cierto, Marina. Cuando lo tienes".

"—Kike, ¿te puedo hacer una pregunta indiscreta?
—Claro, dispara.
—Esta mañana, cuando te estabas cambiando… no pude evitar ver que tenías unas palabras grabadas en la… espalda.
—Donde acaba la espalda —precisó Kike.
—Sí, justo ahí —rio Marina—. ¿Qué pone? Me fascina la gente que se tatúa cosas.
—¿Por qué?
—Pues porque somos cambiantes. El que eras ayer se tatuaría una imagen. El que eres hoy, quizá no. Y el que serás mañana, o dentro de diez años, puede ser tan diferente a lo que has dejado atrás…
Marina suspiró y volvió a apretarse contra él. Tenía muchas ganas de llegar al restaurante, pero al mismo tiempo no quería que aquello se acabara nunca.
—Tu planteamiento es válido —reconoció Kike—. Sin embargo, creo que un tatuaje es también un mapa de quiénes hemos sido. Y en ocasiones es necesario recordarlo. Para no perder el rumbo, ¿sabes?
Marina asintió. Quizá algún día. Además, no tenía miedo a las agujas.
—¿Y entonces qué pone? No me dejes en ascuas.
—Es una frase de Borges, del primer relato que aparece en El Aleph.
—No he leído nada suyo —se disculpó.
—«Yo he sido Homero».
—¿Perdón?
—Es la frase que me tatué. «Yo he sido Homero». El relato se titula El inmortal y trata sobre el efecto que la vida eterna tendría en los hombres.
Muy adecuado en nuestra situación, ¿no crees?
—¿Cuándo te la tatuaste?
—Al cumplir los veinte. Justo después de una mala relación.
—¿Y qué significado tiene para ti? Porque yo no le encuentro mucho sentido.
—Es complicado de resumir. Pero lo voy a intentar —añadió al ver la cara de decepción de Marina por un instante—. Quiere decir que la inmortalidad se obtiene mediante los actos que uno ha hecho en vida. En la memoria de los otros. En las obras que dejamos atrás".

"Ahora, tras tanta planificación y esfuerzo, se sentía vacía.
Si tan solo pudiera conseguir su deseo…
Pero no debía obcecarse, sino disfrutar de los buenos momentos.
Y aquel chico era un tesoro. Sonrió con tristeza y le pidió un abrazo a Kike. Él se lo dio. Ambos lo necesitaban".

"—Sigo pensando que deberíamos destruir todo lo que hay en este laboratorio —apuntó Soledad—. No sería difícil. Y tenemos el tiempo contado.
—No somos vándalos, maldita sea —Sergio golpeó una mesa con el puño—. Tiene que haber otra forma. Sin violencia".

"Cruzaron miradas, intercambiaron sonrisas y se ruborizaron por tonterías, como si fueran adolescentes. Quizá el alcohol tenía la culpa.
Pasaron los minutos, las horas, y sin apenas darse cuenta, entre susurros y confidencias, ya era domingo. Estaban tan a gusto que les costaba cortar la conversación.
—¿Sabes? Tengo la extraña sensación de que después de Portchester no volveré a verte nunca más —musitó Sergio.
Ella permaneció en silencio, mirándolo con ternura, con una sonrisa que no terminaba de florecer.
—Es muy tarde, ¿no crees?
—Un mago nunca llega tarde, Marina. Ni pronto.
—Llega exactamente cuando se lo propone —respondió ella.
Se incorporó y se acercó a él, hasta situar su cara a centímetros de la suya. Sus labios, separados por apenas unos milímetros; un espacio infinito que él no se atrevió a cruzar.
Marina se apartó de él y se levantó del sofá, sin dejar de mantener la mirada. Ninguno la desvió ni un instante. Nadie sabía quién era el cazador y quién la presa".

"—Vamos, no seas tan delicado —dijo Soledad, cáustica—. Voy a pensar que te gustan los hombres.
Kike soltó una sonora carcajada que llenó el pequeño espacio con eco, como si fuera una caverna.
—Es que le gustan los hombres, Soledad —susurró Marina—. ¿No te habías dado cuenta?
Fue como una jarra de agua fría para la psicóloga, que se quedó boquiabierta.
—Entonces, ¿ustedes dos son pareja? —inquirió, señalando primero a uno y luego al otro.
—¡No, no! —dijo Kike, entre risas.
—¡Ni hablar! —manifestó Sergio, también riendo—. Somos compañeros de piso que se toleran a duras penas".

"—¿Qué llevas ahí? ¿Alguna ganzúa especial? ¿Un soplete?
—Explosivos —respondió Soledad, escueta.
Sergio palideció al instante.
—Dime que es un farol —balbuceó, dando unos pasos atrás—. Ja, ja, qué risa. ¿No?
—Voy a volar la puerta. No podemos perder más tiempo. Yo en tu lugar me pondría a cubierto".






David Sanz