sábado, 30 de julio de 2022

Citas: El castillo de San Severino - Martín Iguarán

 

"La escalera mecánica estaba fuera de servicio. Las personas se apiñaban y subían con aire cansino. Al final de la escalera una vieja de piel apergaminada y pelo gris pedía lastimosamente limosna a los gritos. La miré por un breve instante y me sonrió con aire ladino.

¡Vos! ¡Vos! ¡Vos! —gritó con su boca desdentada– ¡Corré que te va a agarrar! ¡Te va a agarrar!
Me sobresaltó y retiré la mano con el billete que iba a darle.
Las carcajadas desagradables de la vieja me persiguieron mientras enfilaba para la salida".

"Solté una carcajada.
—Se ve que los Castro somos algo así como los parientes pobres. Aunque en realidad no significa nada.
—¿Cómo, que no? ¡El muerto tiene el mismo apellido que el fundador del pueblo!".

"—Siempre pensás en lo peor —replicó ella.
—Si uno piensa y se prepara para lo peor, entonces no pasa. Es la Ley de Murphy".

"—¿Querés parar?
—Sí, creo que sí. Tengo que largar un meo.
—¡Fran!
—¿Qué?
—¡No seas tan vulgar! Podrías decir: «tengo que hacer mis necesidades» o algo parecido. ¿Qué es eso de «largar un meo»?
—Boluda, sos muy porteña. Sorry, gor —dije imitando un tono nasal de cheto de Palermo16—. Tengo que hacer mis necesidades".

"Estaba a punto de bajar el cierre del pantalón cuando una exclamación ahogada de Marisa me llamó la atención.
Me torné a mirar y vi lo que la había sorprendido.
Encaramado sobre una tranquera, a menos de dos metros, me escrutaba un pajarraco gigantesco, envarado.
No me alarmé. ¿Qué motivo tenía para asustarme? Era solo un pájaro.
El carancho17 tenía un pico blanquecino, patas naranjas y una corona negruzca. Sostenía una rata en el pico. Abrió las alas pero no emprendió el vuelo. Se quedó allí, mirándome, y en el momento menos esperado la rata soltó un espasmo, chilló, y el carancho le desgarró el cuello.
Me estremecí involuntariamente y trepamos nuevamente al auto".

"Llegamos a una especie de manzana con aires coloniales. Había sido construida sobre una elevación de terreno que difícilmente podía ser natural. Ahí, las casas estaban pegadas la una a la otra, las ventanas tenían vidrios intactos, y de hecho, estaban enrejadas, con acero forjado hacía al menos sesenta años. Una pequeña vereda de adoquines conectaba toda la cuadra, en la cual los árboles, aunque retorcidos y de ramas largas y concéntricas, crecían a intervalos regulares. Algunas construcciones parecían de hecho habitadas.
Nos acercamos a la más entera, una pintada de naranja claro, acaso para contrastar con el aspecto depresivo del resto del pueblo, y leí en voz alta una placa atornillada junto a la puerta.
—«Museo Histórico y Social de San Severino» —rezaba el cartel.
—¿Esto es un museo? Naaah —exclamó Marisa con incredulidad.
—Eso dice".

"—¿Qué hacemos?
—¿Seguís sin señal?
Marisa revisó su teléfono, y yo hice lo mismo con el mío. Estábamos sin cobertura. Esos aparatos se habían convertido en cacharros inútiles, salvo para jugar al Candy Crash.
—¡La puta madre! —exclamé, pero no sabía a quién dirigía el insulto: si a Alberto Aliaga Morejón, por haberse muerto, a mi madre, por haberme metido en ese atolladero, o a mí mismo, por haber sido tan tonto de acceder".

"Fruncí el ceño.
—¿La viste correr?
Marisa sacudió la cabeza.
—No… se habrá metido en los pastizales.
—Sí, supongo, pero… ¿Por qué?
—Se asustó. No deben tener muchos visitantes por acá.
—A mí no me pareció que estuviera asustada.
Marisa levantó las palmas, como exclamando «No me pidas respuestas que no tengo». Me mordí el labio".

"—Venimos por un tema algo deprimente —expliqué—. Hace unos días falleció Alberto Aliaga Morejón. Era pariente lejano mío y tengo que encargarme de los trámites de la sucesión. ¿Usted lo conocía?
Al mencionar el nombre de Morejón, la expresión de Bernardo experimentó el cambio más inesperado. Su calidez afable se enfrió en una fracción de segundo, las comisuras de sus labios se doblaron hacia abajo, y el brillo en sus ojos se apagó como si alguien hubiera tendido un manto invisible sobre ellos. El cambio operó de forma completa, física y emocionalmente. Se envaró en el asiento y noté —en ese momento lo atribuí al cansancio del viaje— una cierta frialdad.
—Sí —respondió en tono monocorde—. Todos lo conocíamos".

"—Cuando mi mamá me llamó y me contó, me sorprendí mucho —expliqué—. Me sorprende más que no tuviera mujer o hijos.
—Yyyyy, no, él no era de esos.
Fruncí el ceño.
—Disculpe, ¿Quiere decir que era gay?
La señora Torres alzó sus gruesas cejas y sacudió la cabeza con una sonrisa.
—No, nada de eso. Quise decir que no era hombre de familia. Y hay quienes creen en el pueblo que eso era para bien.
Marisa me pasó el mate y mientras yo ingería a fondo —no hay nada mejor que un buen mate de campo, no la versión light de los porteños— inquirió:
—¿A qué se refiere con eso?
—Le daba fuerte a la bebida —respondió la señora Torres sin el menor rubor—. Whisky, aguardiente, todo lo que fuera fuerte y quemara. De toda la vida. Desde que era chico.
«Así que alcohólico. Maravilloso. Un encanto mi pariente». Eso pensé mientras mordía una galletita".

"—Normalmente no se cierra —explicó—. Pero la policía pidió que cerrara, después que se lo llevaron.
Noté que omitía mencionar el cadáver.
—¿No precintaron también?
Ella dudó brevemente y dijo:
—Ah, sí, esa cosa… se debe haber volado con el viento.
La puerta era maciza: tuvo que empujarla con el hombro para entrar.
La seguimos de inmediato y de esa manera, nos zambullimos en la oscuridad del Castillo de San Severino".

"La señora Torres iba encendiendo las lámparas a gas, que al parecer, eran ubicuas en ese sitio. Sin iluminación artificial, dependíamos de los tenues rayos que penetraban por las ventanas, lo que combinado con las lámparas a gas, creaba islas de luz en medio de un mar oscuro y taciturno".

"Un grito agudo y elevado me erizó los pelos de la nuca. Me volví, alarmado, al igual que la señora Torres, para identificar el origen de ese chillido, y me sorprendí al ver a Marisa, sonriendo de lado a lado, excitadísima, frente a una fotografía en blanco y negro.
Fruncí el ceño enojado.
—¿Te volviste loca?
Me miró, revolucionada, y no acusó recibo de mi recriminación.
—¿Sabés lo que es esto?
Dirigí la mirada hacia la fotografía que señalaba. El marco estaba recamado de oro (¿Será oro de verdad?, me pregunté) y la imagen consistía en dos caballeros, uno sentado y otro de pie a su lado, con un trasfondo negro. Los dos usaban bastón. Portaban bigotes prolijamente recortados, corte raya al costado y miraban con seriedad contenida a cámara. El que estaba sentado tenía las piernas cruzadas, enfundadas en un pantalón gris perla. El otro tenía botas negras, cubiertas con polainas blancas. La cadena, seguramente de un reloj, surgía del pecho del que estaba sentado y cruzaba su costado hacia el bolsillo del saco.
—¡Es un daguerrotipo! —exclamó entusiasmada.
Los dos la miramos con expresiones monocordes.
—Fue el primer proceso fotográfico disponible para el público en general —explicó—. Lo inventaron en 1839, en Francia. La técnica consistía en pulir una plancha de plata o cobre plateado; se creaba una imagen usando el calor, que se convertía en fija al sumergir la plancha en una solución de hiposulfito de sodio. Durante más de veinte años fue el método más popular para sacar fotografías; después fue reemplazado a partir de 1860 por la impresión en álbum, un método que también fue inventado en Francia y funcionaba a través de los negativos. Muy pocos fotógrafos siguieron usando daguerrotipos hasta finales del siglo XIX. Los que subsisten son incunables; están todos en museos y son patrimonio histórico.
—Ah, mirá vos.
El entusiasmo fanático en el rostro de Marisa se enfrió considerablemente ante lo que consideraba una falta imperdonable de interés en su anécdota.
—Mi amor, te creo que es una maravilla —aclaré, a modo de disculpa—. Pero no vamos a tener a la pobre de Carmen esperando. Después vemos eso.
Para demostrar que no la hería en lo más mínimo mi aburrimiento ante unas fotos viejas, asintió vigorosamente y se adelantó para caminar lado a lado con la señora Torres.
—Los hombres son así, ¿No, Carmencita? No prestan atención a las cosas lindas".

"Pasando la biblioteca, al final del pasillo, había una puerta, la penúltima del piso, que conducía a un cuarto sorprendentemente bien preservado. Era muy austero, apenas una cama y algunos artículos personales, pero no nos molestaba. La cama era individual y su antiguo propietario debía ser un gigante, porque medía más de dos metros.
Nos instalamos allí.
Marisa contemplaba la cama de pie.
—Pobrecito Fran. Encontraste la única cama en condiciones de la casa y es individual. Te vas a tener que apretar conmigo toda la noche.
—Las cosas que hago por la familia —suspiré—. Este tipo de cosas me recuerda que tengo una vida de mierda.
Nos miramos y reímos.
—Aunque posta, si querés vamos a la cama de Alberto.
—¿Dormir en la cama del muerto? ¡Claro que no!
—Yo solo decía…
—Jaja".

"Marisa, sin resuello, estaba parada en el vestíbulo de la entrada, la puerta abierta detrás de ella, transpirada, las mejillas arreboladas, el pelo desordenado y algunas magulladuras y cortes.
—¿Qué te pasó? —exclamé.
No me respondió enseguida. Estaba congelada. La envolví en una manta, le ofrecí café, que aceptó gustosa, e hice lo posible para que entrara en calor.
—Me perdí en el bosque —dijo al fin en un tono hosco.
La miré con incredulidad.
—¿En el bosque de afuera?
—Sí.
—Pero…
—Por favor, no lo digas.
—Pero Marisa…
—No. Lo. Digas.
Me callé y la observé, desconcertado, mientras bebía el café y se frotaba las manos. Poco a poco, fueron recuperando su color habitual.
Finalmente, levantó la cabeza y sus ojos brillantes me encararon con dureza.
Hay algo mal en esta casa".

"—¿Quieren que los lleve a cabalgar?
—Uy, te pido disculpas. Se nos hizo un poco tarde. Ya nos tenemos que ir… mañana será.
La chica nos miró con afabilidad.
—¿Dónde se están quedando?
El vino me había soltado la lengua.
—En la casa de Alberto Morejón. La llaman el Castillo.
El cambio en el ambiente fue tan notable como inmediato. Las charlas superpuestas cesaron y brotó un silencio embarazoso. Los comensales nos escudriñaban con desconfianza y la chica estaba demudada. Había palidecido de repente.
—¿En… en el Castillo? —balbuceó.
—Sí… —empecé a decir, inquieto por la reacción—. El señor Morejón falleció y vinimos a hacernos cargo de la sucesión.
—¿Ustedes son familiares de él? —exclamó ella, casi gritando.
Marisa y yo intercambiamos una mirada, alarmados.
—No —me apresuré a decir—. Solo soy el abogado de la sucesión...
—Ah —dijo la chica, algo más aliviada.
Se marchó rápidamente a la cocina, y no la volvimos a ver. El resto de los comensales volvieron lentamente a sus mesas, pero advertimos miradas de soslayo, como si hubieran aprendido que éramos portadores de un nuevo y contagioso virus.
Azorados, Marisa y yo nos miramos sobre los platillos con restos de flan.
Ella fue quien rompió el silencio y dijo:
—Supongo que el paseo a caballo se cancela, ¿No?".

"Debemos haber parecido ridículos: arrimados el uno al otro, aferrándonos a palos de limpieza, mirando en todas direcciones en alerta…
Llegamos a la planta baja y nos asomamos para escudriñar los pasillos, tan vacíos como siempre. Fuimos hacia la cocina. Estaba tal y como la habíamos dejado. Continuamos revisando puertas y ventanas, y todo estaba en orden. Nuestro desconcierto crecía.
Volvimos al punto de inicio, el vestíbulo de entrada, y allí vimos algo que nos paralizó:
La puerta principal estaba abierta de par en par.
Esa puerta estaba cerrada cuando bajamos. Por lo tanto, no podía ser la fuente del ruido que escuchamos.
Marisa me dirigió una mirada intranquila y caminó con reluctancia hacia allá. Salimos al exterior. Estaba desolado y desértico; nada de qué sorprenderse ahí.
Caminé hacia las puertas y las cerré. Esperé por unos segundos, a ver si algún declive en los goznes las hacía abrirse solas, pero permanecieron tercamente cerradas, casi burlándose de mí.
—Fran…
—Yo tampoco le encuentro explicación me adelanté. No me gusta.
—No es eso.
Me di vuelta. Marisa señalaba detrás de mí, hacia el bosque de jacarandás. Seguí con la mirada lo que apuntaba y me estremecí.
En un nítido contraste con los árboles resecos, desnudos como víctimas de algún terrible crimen, se paraba una chica. Entrecerré los párpados y agucé la vista.
Era la misma chica alta, de expresión abúlica y desconectada, que nos encontramos cuando llegamos a San Severino. Estaba muy rígida, contemplando el Castillo, y no parecía haber advertido nuestra presencia. Seguía usando el mismo atuendo que la primera vez que la vimos".

"—No me gusta esto, Fran. Me quiero ir.
—No nos precipitemos.
Marisa abrió los ojos como platos.
—¿No nos precipitemos? ¿Te escuchás a vos mismo?
—A ver, ¿Qué ha pasado, en concreto? Vimos a una chica rara. Nada más. Carmen mencionó que una chica traía víveres. A lo mejor es ella.
Marisa me escudriñó con escepticismo.
—¿Y esa chica aparece y desaparece de la nada, no siente frío, el viento no la afecta? ¿Algo más?
—Marisa…
—No me hagas decirlo.
Ya intuía lo que venía a continuación, y era renuente a siquiera abordar el tema.
—No puedo ser la única que pensó en la palabra con efe.
Como guardé silencio, incómodo, ella prosiguió.
—Bien, veo que ya lo pensaste pero no lo vas a decir. ¿De qué tenés miedo? ¿De que te tilde de loco? Entones estamos locos los dos.
—Vos sabés que yo no creo en esas cosas —dije con un carraspeo agrio.
—Hay que reevaluar lo que creemos o no. Yo creo que esa chica es un fantasma".

"Se tendió un manto de silencio. No sabía cómo reconducir la charla después de revelaciones tan aciagas. Lencina nos contemplaba con ojo analítico.
—Sé que vinieron por la muerte del viejo Morejón —nos dijo, y dimos un respingo—. Todos en el pueblo los conocen, y saben que están viviendo en el Castillo. No les gusta eso. Para nada".

"—La gente había acumulado mucha bronca contra él, pero el asunto se resolvió por su cuenta. En el 84, un chico llamado Carlos Raúl Domínguez lo fue a buscar y lo encontró mientras reparaba unas alambradas. Sin decirle nada, le descerrajó un escopetazo en el pecho.
Lencina le asestó una chupada al mate, mientras nosotros lo observábamos demudados. Yo tenía la mente en blanco. No sé en qué pensaría Marisa".

"—A veces olvido que sos abogado —dijo Marisa—. Acabas de hablar con tu madre y con otra persona de confianza y les mentiste a ambos.
—En mi defensa, decirles «la casa está embrujada» no hubiera funcionado.
—¿Qué hacemos ahora?
—Hay que pagar la llamada.
—¿Y después?
—Volvemos a la casa embrujada".

"—Quizás es el viento.
—Yo creo…
Marisa no llegó a completar la oración. Uno de los daguerrotipos colgados en el pasillo se soltó de sus soportes, cayó en el piso con un estampido seco, y se hizo añicos.
—¿Lo viste? ¡¿Viste eso?! ¡Se cayó solo! ¡No lo tocamos!
No fue el único: ante nuestros ojos atónitos, los daguerrotipos caían, uno por uno, y el piso se poblaba de los incunables hechos trizas.
Uno de ellos aterrizó especialmente cerca de Marisa, y esta dio un respingo y pegó un gritito.
Los rasguños se hacían más fuertes y se desplazaban escaleras abajo".

"Tras unos segundos, la normalidad se impuso y volvió a ser la Marisa de siempre. El aura la abandonó, sus músculos se relajaron. Di un paso hacia atrás. Me sentía mal por la manera en que la sacudí. Nunca había hecho algo parecido antes.
—¿Fran?
Su voz sonaba vacua, hueca.
—Me preocupaste. Parecía que estabas en la luna.
Más tarde, pensé que era más similar a una fase de autismo: algo la había absorbido y el entorno perdió significado.
—Sí… no sé… tuve una sensación muy rara.
Reculó y se apoyó contra la pared.
El rasgado detrás de las paredes había cesado. Las lámparas volvieron a funcionar con normalidad. Una incipiente experiencia nos indicó que el episodio había terminado.
—No es la primera vez —observé—. ¿Qué sentiste?
—Frío —contestó—. Muchísimo frío. Como si me enterraran viva.
Regresamos a nuestro cuarto. Marisa estaba conmocionada por su experiencia, y aunque la interrogué en profundidad, fue incapaz de describir qué había visto. Solo recordaba las sensaciones que había adquirido. El frío gélido en el cuerpo. Dolor en las muñecas. Una presión insoportable en el cuello. Profanación. Angustia, pánico.
Memoria emocional. La amnesia me preocupaba, por supuesto, pero no podía adivinar las ramificaciones que ese evento depararía para nuestro futuro".

"Vimos a Bernardo llegar a caballo. Nos bajamos del auto, y observamos cómo su sonrisa se desvanecía lentamente mientras contemplaba nuestras caras. No teníamos intención de fingir afabilidad y se notaba a la legua que algo nos había pasado.
Para mi sorpresa, no tuve que dar rienda suelta a la introducción que había preparado en mi cabeza.
Se acercó a nosotros con renuencia y dijo:
—La vieron.
No era una pregunta".

"—Perdón, pero, ¿Cómo iba a «ganarle al fantasma»? Los fantasmas son inmortales… y él no.
Bernardo se rascó la nuca.
—Las apariciones se repitieron con los años, pero son cada vez menos frecuentes. Hubo un pico a mediados de los ochenta, con un promedio de una por mes. Luego otro entre 1991 y 1992, y un tercero en los 2000. Luego descendieron en número e intensidad. Solo hubo tres en los últimos quince años. Cada pico de apariciones coincidió con una de las catástrofes que golpeó al pueblo. Hay quienes creen que el fantasma está perdiendo fuerza. Es como si…
—… se desprendiera poco a poco de este mundo —dijo Marisa.
Bernardo la miró sorprendido".

"Durante mucho tiempo creí saber, y en realidad, era un ciego. Marisa sí sabía y podía ver. Pero hay que recordar que todo tiene dos caras: aquel que atisba el abismo debe estar preparado para que el abismo le devuelva la mirada…".










Martín Iguarán

Citas: Heartstopper - Alice Oseman

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 "—¿Eres amigo de Nick Nelson Ahora? ¿En serio?
—Emmm... sí.
—¡Pero es uno de los muchachos de rugby! Es amigo de Harry Greene, por el amor de Dios. 
—¿Qué tiene? ¡Nick es realmente agradable!
—VAMOS. Es un jodido "chav". Llama a todos "amigo" y probablemente arroja comida a las personas en el autobús.
—... Aunque a mi no me llama amigo.—... Estás enamorado de él.
—¿Qué? Eso no es... Yo... Yo no me enamoro de cualquier chico que sea agradable conmigo. Probablemente sea hetero de todos modos".


"—¡Bien, me gustas y te quiero en el equipo!
—¡¡Jaja!! ¡Bien!
"Me gustas", "me gustas", "me gustas", "me gustas", "me gustas", "me gustas", "me gustas", "me gustas", "me gustas", "me gustas", "me gustas".


"Oye, solo queria comprobar que estás bien. ¡Ben es un idiota!".
"Sí, estoy bien, no te preocupes! :)"
"¿¿Estás seguro??"
—...
5 minutos después
"Puedes hablarme sobre eso si quieres
Suena como una situación bastante seria
Pero no tienes que
Si no quieres
Pero soy tu amigo y me importa".

"—Gracias por estar ahí.
—¿En general o en la sala de música?
—Bueno...
"ambos".
"No ha problema :)♥"
"♥".

"—Charlie, debes renunciar a él.
—No puedo".

"—¿Vas a salir?
—Sí, con amigos.
—¿Tao?
—No... se llama Nick. Él esta en mi clase.
—Mm.
—¿Qué?...
—Pásalo bien".

"—¿Qué pasa?
—Creo... me enamore de un chico heterosexual...
(...)
—No creo que sea heterosexual".

"—Entonces Nick esta enamorado de Charlie, ¿cierto? ¡Todos lo hemos estado pensando!
—Ellos se ven realmente cercanos.
—Pero Nick no es gay, ¿o sí?
—Bueno, supongo que no sabemos.
—Él no se ve gay. ¿Y no estaba enamorado de esa chica Tara Jones?
—No se puede saber si las personas son homosexuales solo por su aspecto. Y gay o heterosexual no son las únicas dos opciones. De todos modos, es muy grosero especular sobre la sexualidad de las personas. Vayan a casa, chicos".

"—¿Por qué pasas tiempo con él?
—Somos amigos.
—Pero ¿por qué?
—Somos solo...
—¿Solo sientes pena por él porque es gay? No, espera, ¿¡tú crees que le gustas!? Oh Dios mío, ¡qué triste!
—¿Sabes qué, Harry? JODETE. Tú eres un patético, homofóbico, imbécil, obsesionado consigo mismo y realmente me disgustas.
—...
—Feliz maldito cumpleaños".

"—Em... entonces... ¿no estás enamorado de nadie en este momento?
—Bueno... yo no diria eso.
—Jaja... ¿Cómo es ella entonces?
—... ¿Solo asumes que es una chica?
—Entonces, ¿no es una chica?
—...
—¿Te gustaría... salir con alguien que es una chica?
—No lo sé... quizás.
—¿Te gustaría... besar a alguien que no es una chica?
—Yo... no lo sé.
—¿Te gustaría besarme?
—Sí".






Alice Oseman

viernes, 29 de julio de 2022

Citas: El hombre semen - Violette Ailhaud

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"Le Saule Mort, 19 de junio 1919


Decidí contar lo que pasó después del invierno de 1852 porque, por segunda vez en menos de 70 años, nuestro pueblo acaba de perder todos sus hombres sin excepción. El último murió el día del Armisticio, el 11 de noviembre pasado.
Para nosotras las mujeres no hay victoria sino vacío y junto mis lágrimas con las de todas las mujeres, alemanas o francesas, que habitan una casa sin hombre".

"La historia que les cuento hoy, en la noche de mi vida, se llevó a cabo en lengua provenzal. En esa época no teníamos otro idioma que ese, heredado de nuestros padres. El dialecto provenzal —la jerga, dicen los escupidores— es mi idioma materno y lo admiro por su resistencia. No obstante, decidí escribir nuestra historia en francés para que mi testimonio se propague más allá de nuestra región y porque amo también este segundo idioma. Lo aprendí, lo adopté como se adopta una patria, lo enseñé".

"El tiempo nos presiona, nos oprime. Pronto tenemos la impresión de que este tiempo nos guié".

"Yo, después de días de gritos y llantos, había transformado mi dolor en odio y en violencia. Engrasaba mis fusiles, disparaba y las otras hacían lo mismo. Cada mujer del pueblo había aprendido al lado de su padre, cuando la edad no hacía todavía diferencias entre niñas y niños, a dosificar el polvo y disparar".

"El primero de mayo, después de varios meses de una espera vana y asfixiante, Rose, la hija del panadero, sacó su vestido de novia. No era de su ajuar pero era su vestido más bonito. Recuerdo que era azul oscuro y que hubiese querido tenerlo. Se lo puso a un espantapájaros que clavó al borde del acantilado. Recuerdo que lloraba de rabia. En el cuello del vestido, anudó el modesto collar de azahares de cera que la familia arrancó a su pobreza.
Nosotras, las demás, no intentamos nada para impedírselo, pero compartimos sus lágrimas hasta agrietarnos los ojos y la cara. Rose debía haberse casado en abril. Entonces la madre del joven que iba a casarse con Rose fue a buscar la tenida de matrimonio de su hijo y con ella hizo un segundo espantapájaros que tomó la manga del primero. Desde entonces, nuestro pueblo de mujeres vive bajo la mirada de esta pareja que nunca fue y cuyas siluetas inmóviles dan la espalda al valle. Es nuestra señal para decir que aquí hay vida".

"Lo concebí como un objeto, aunque es un hombre. Había programado nuestra relación como un simple intercambio funcional, pero mis sentimientos arremetieron como una crecida del río Asse, una ola insuperable que barrió mis resoluciones, mis elecciones, mi voluntad.
Habíamos previsto todo ante la venida de un hombre. Nuestro primer objetivo era su semen, luego su fuerza de trabajo y, por último, su presencia.
Nunca su amor".

"Estoy totalmente conmocionada. No sé ni qué hacer, ni lo que va a pasar. Para el caso, estoy enamorada. Para el caso, fui la primera a quien tocó. Pero nada indica que me va a elegir".

"Era felicidad de una parte y era herida de otra. Una herida que se esforzaba en cicatrizar, pero rascábamos la costra sin pausa para hacerla sangrar, para que vinieran aún más ideas, pensamientos, otros recuerdos del futuro que vendría".

"De pronto siento la respiración del Juan en mi nuca. Sigo pasando páginas, pero las palabras del libro se borran. Estoy totalmente prendida de ese viento ligero dentro del cual unos pelos escapados de mi moño parecen jugar a dejarse rizar. Aunque no nos estemos tocando, siento el calor del cuerpo del Juan y su olor".

"Al final del verano, una noche, el Juan hizo su bolso. Dijo: «Mañana retomo mi camino». No dije nada. Sabía que era su deber, su derecho, su libertad, su camino. Tenía todo el tiempo para llorar después, cuando hubiese partido. Sonreí y disfruté de mi hombre hasta el amanecer, como la primera vez. La vida daba vueltas. Había sido dura y bella para nosotros. Aún sería todo eso".








Violette Ailhaud

domingo, 24 de julio de 2022

Citas: H. P. Lovecraft - Michel Houellebecq

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"La vida es dolorosa y decepcionante. Por lo tanto, es inútil escribir más novelas realistas".


"En 1908, a la edad de dieciocho años, es víctima de lo que se ha dado en calificar de «depresión nerviosa» y se sume en un letargo que se prolongará unos diez años. A la edad en que sus antiguos compañeros de clase, dando con impaciencia la espalda a la infancia, se adentran en la vida como en una maravillosa e inédita aventura, él se enclaustra en su casa, sólo habla con su madre, se niega a levantarse en todo el día, da vueltas en bata durante toda la noche.
Además, ni siquiera escribe.
¿Qué hace? Puede que lea un poco. No estamos seguros ni de eso. De hecho, sus biógrafos tienen que reconocer que no saben gran cosa de esa época y que, según todas las apariencias, al menos entre los dieciocho y los  veintitrés años, Lovecraft no hace absolutamente nada".

"Tal vez sea cierto que Lovecraft no podía convertirse en adulto; pero lo que está claro es que no lo deseaba. Y teniendo en cuenta los valores que rigen el mundo adulto, difícilmente podemos reprochárselo. Principio de realidad, principio de placer, competitividad, desafío permanente, sexo y empleo… nada para entonar aleluyas".

"Es obvio que la vida no tiene sentido. Pero tampoco la muerte. Y es una de las cosas que hielan la sangre cuando uno descubre el universo de Lovecraft. La muerte de sus héroes no tiene el menor sentido. No trae consigo el más mínimo sosiego. No permite en modo alguno concluir la historia. De forma implacable, HPL destruye a sus personajes sin sugerir nada más que el desmembramiento de una marioneta".

"Y para quien quiera conocer el estado de los modos de pensar dejando caer una sonda rápida y precisa, el éxito de Lovecraft ya es, por sí solo, un síntoma".

"Las historias de Sherlock Holmes se centran en un personaje, mientras que en Lovecraft no encontramos ningún auténtico espécimen humano. Evidentemente, se trata de una diferencia importante, muy importante; pero no realmente esencial".

"Absolutamente incapaz de dejar una carta sin respuesta, de hostigar a sus acreedores cuando no le pagan sus trabajos de revisión literaria, subestimando de forma sistemática su contribución a relatos que sin él ni siquiera se habrían publicado, Lovecraft se comportará durante toda su vida como un auténtico gentleman.
Por supuesto, le gustaría llegar a ser escritor. Pero no es lo que más le importa en el mundo".

"Pero sobre los procedimientos de composición que utilizaba HPL no aprendemos mucho. Si bien el Libro de razón puede proporcionarnos algunas primeras piedras, no nos da indicación alguna sobre la forma de ensamblarlas. Y quizá sería pedirle demasiado al autor. Es difícil, tal vez imposible, tener talento y a la vez comprender ese talento".

"A veces, en lugar de la oscilación armoniosa de las frases, prefiere una cierta brutalidad, como en El ser en el umbral, que empieza así: «Cierto es que le he metido a mi mejor amigo seis balas en la cabeza, y sin embargo espero demostrar con el presente relato que no soy su asesino». Pero siempre elige el estilo contra la banalidad".

"Un odio absoluto hacia el mundo en general, agravado por una particular repugnancia hacia el mundo moderno. Eso resume bastante bien la actitud de Lovecraft. Muchos escritores han consagrado su obra a precisar los motivos de esa legítima repugnancia. Pero no Lovecraft. En él, el odio a la vida precede a la literatura".

"Lovecraft era un arquitecto innato, y tenía muy poco de pintor; sus colores no son auténticos colores; son más bien atmósferas o, para ser preciso, iluminaciones, cuya única función es realzar las arquitecturas descritas".

"Howard Phillips Lovecraft es un ejemplo para todos los que quieren aprender a malograr su vida y, llegado el caso, a triunfar con su obra. Aunque esto último no está garantizado. A fuerza de practicar una política de total no compromiso con las realidades vitales, uno se arriesga a caer en una apatía completa e incluso a dejar de escribir; y eso es justamente lo que estuvo a punto de pasarle a Lovecraft en varias ocasiones. Otro peligro es el suicidio, que hay que aprender a sortear; Lovecraft tuvo siempre a mano, durante varios años, una botellita de cianuro. Puede ser un truco enormemente útil, siempre que uno aguante el tipo. Lovecraft lo aguantó, no sin dificultades".

"Es conmovedor comprobar que, en el momento de su muerte, su capital está casi a cero; como si hubiera vivido el número exacto de años que le habían concedido su fortuna familiar (bastante pobre) y su propia capacidad para el ahorro (bastante grande)".

"En el universo de Lovecraft, la crueldad no es un refinamiento intelectual; es una pulsión bestial, que se asocia a la perfección con la más lóbrega estupidez. Y los individuos corteses, refinados, de maneras delicadas… son las víctimas ideales".

"Todas las ficciones sentimentales se han hecho añicos. La pureza, la castidad, la fidelidad, la decencia se han convertido en estigmas ridículos. Actualmente, el valor de un ser humano se mide por su eficacia económica y su potencial erótico: es decir, justamente las dos cosas que Lovecraft más detestaba".

"La vida que escapa de su envoltura carnal es para él una vieja enemiga; él la ha denigrado, ha luchado contra ella; no tendrá una sola palabra de arrepentimiento. Y fallece, sin más incidentes, el 15 de marzo de 1937.
Como dicen los biógrafos, «una vez muerto Lovecraft, nació su obra». Y así es; empezamos a otorgarle su verdadero lugar, igual o superior al de Edgar Poe; en cualquier caso, decididamente único".

"Toda gran pasión, ya se trate de amor o de odio, termina produciendo una obra auténtica. Podemos lamentarlo, pero hay que reconocerlo: Lovecraft se sitúa más bien del lado del odio; del odio y del miedo. El universo, que intelectualmente él concibe como indiferente, se vuelve estéticamente hostil. Su propia existencia, que podría haber sido tan sólo una serie de triviales desengaños, se convierte en una operación quirúrgica y una celebración invertida, especular".

"Su obra de madurez siguió siendo fiel a la postración física de su juventud, transfigurándola. Ahí radica el secreto profundo del genio de Lovecraft, ahí nace el límpido manantial de su poesía: logró transformar su asco por la vida en una hostilidad activa.
Ofrecer una alternativa a la vida en todas sus facetas, constituir una oposición permanente, un recurso permanente a la vida: tal es la misión más elevada del poeta en esta tierra. Howard Phillips Lovecraft cumplió esta misión".




Michel Houellebecq

miércoles, 20 de julio de 2022

Citas: Edgar Poe y sus obras - Jules Verne

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"He aquí, mis estimados lectores, un novelista americano de envidiable reputación.
Muchos de ustedes, sin dudas, ya lo conocen por su nombre, pero poco por sus obras. Permítanme, por consiguiente, contarles sobre el hombre y su obra. Ambos ocupan un importante lugar en la historia de la imaginación, porque Poe ha creado un género aparte, que solo procede de él mismo, y del cual me parece que se ha llevado el secreto".


"El señor Charles Baudelaire era digno de explicar al autor americano a su manera y no le desearía al autor francés otro comentarista de sus obras presentes y futuras que un nuevo Edgard Poe. Ambos nacieron para comprenderse.
No intentaré explicarles lo inexplicable, lo incomprensible, el imposible producto de una imaginación que Poe llevó, en ocasiones, hasta el delirio".

"Pasemos de prisa por estos momentos de miseria, de lucha, de éxito, de desesperación, del novelista mantenido por su pobre esposa y sobre todo por su suegra, quien lo amó como a un hijo hasta más allá de la tumba y digamos que luego de una larga estancia en una taberna de Baltimore, el 6 de octubre de 1849, un cuerpo fue hallado en la vía pública. Era el cuerpo de Edgard Poe. El pobre desgraciado respiraba aún y fue llevado al hospital donde el delirium tremens se apoderó de él, y murió el día siguiente, apenas a los treinta y seis años". 

"Si los personajes de Poe no están locos, deben evidentemente llegar a estarlo por haber abusado de su cerebro, como otros abusan de los licores fuertes. Ellos llevan a límites extremos el espíritu de reflexión y deducción, los cuales son los más terribles analistas que conozco y, partiendo de un hecho insignificante, llegan a la verdad absoluta".

"Procuro definirlos, pintarlos, delimitarlos y no lo consigo, porque escapan al pincel, al compás, a la definición. Es mejor, queridos lectores, mostrarlos en el ejercicio de sus funciones sobrehumanas".

"He aquí el punto de partida, pero no es suficiente. En efecto, subir, subir siempre está bien, pero respirar es también necesario. Pfaall lleva además un cierto aparato destinado a condensar la atmósfera, por enrarecida que ella esté, en cantidad suficiente como para poder respirar".







Jules Verne

sábado, 16 de julio de 2022

Citas: La Hermana Menor - Mariana Enríquez


"Silvina es la menor de seis hermanas, sus padres están cansados de criar hijas. Años más tarde, ella dirá que se sentía como «el etcétera de la familia»".

"Escribe Blas Matamoro en su ensayo dedicado a Silvina Ocampo, titulado «La nena terrible», de su libro Oligarquía y literatura (Ediciones del Sol, 1975): «El enfrentamiento de los niños terribles pasa por el odio a la familia, y se detiene allí: como hijos de la gran burguesía, no tienen oposición fundamental contra todo el orden social, pero su calidad de marginados familiares les crea una oposición parcial con una de las instituciones fundamentales de ese orden como lo es la familia. Los niños terribles asumen el Mal, no la Revolución.»
Y hay algo retorcido, algo perverso, en esa fascinación de Silvina niña esperando a los mendigos sobre el cedro".

"Siempre me quedó la añoranza de la pobreza. Después crecí y me di cuenta de que la riqueza tiene sus ventajas. Pero la pobreza te da libertad, uno no está temiendo perder nada, no está atado a nada»".

"A mi familia le parecía muy mal que yo tuviera esas amistades. Tenía miedo de que me robaran algo, de que me contagiaran alguna enfermedad, de que me hicieran quién sabe qué cosa. Una vez alguien de los míos me dijo: “No podés tener trato con esa gente. Así nunca vas a lograr que te respeten.” Y yo le respondí: “Yo no quiero que me respeten. Yo quiero que me quieran”».

"Hermana de Victoria Ocampo, esposa de Adolfo Bioy Casares, amiga íntima de Jorge Luis Borges, una de las mujeres más ricas y extravagantes de la Argentina, una de las escritoras más talentosas y extrañas de la literatura en español: todos esos títulos no la explican, no la definen, no sirven para entender su misterio".

"También vivía noches de pánico cuando su madre, Ramona Aguirre, salía a cenar o al teatro; ella creía que nunca iba a volver, que la abandonaría. Amaba a su madre pero también a sus niñeras, pasaba mucho más tiempo con ellas. Y hablaba muy poco. Los adultos le preguntaban si le habían comido la lengua, y la sola idea de que alguien pudiera mutilarla así la aterraba".

"Recuerda Silvina, en Encuentros con Silvina Ocampo, de Noemí Ulla: «Nadie me dijo que estaba muriendo. Había un barullo en la casa... y era de noche, yo me hacía la que estaba durmiendo, pero miraba a ver qué pasaba. Había un movimiento en la casa completamente inaudito a esa hora. Después mi madre estaba rodeada de señoras, me llamaron a la sala para que saludara a las visitas y mi madre estaba toda de negro. Entonces yo me acerqué a darle un beso a mamá y ella me dijo: “¿Sabés que Clarita se fue al cielo?” Yo supe que esa frase era una cosa oscura, horrible como un precipicio, a pesar de que ella me lo dijo tratando de hacer –supongo– una voz tranquila, más bien sonriente. Ahí supe que se había muerto, a pesar de que me lo dijo así".

"¿Adónde iría Silvina en esos días, cuando desaparecía, cuando nadie sabía de ella? ¿Al encuentro de algún amante o a vagabundear, a pasear, a recorrer la ciudad? Es un misterio".

"Dice en el documental televisivo Las dependencias (1999), de Lucrecia Martel: «Mi madre y mi padre eran amigos de las Ocampo y yo las conocía a todas menos a Silvina. Mi madre me dijo tenés que conocerla porque es la más inteligente de las Ocampo. Silvina vivía en este departamento –de la calle Posadas– con su madre.
En cuanto la vi a Silvina me enamoré. Fue un flechazo".

"El 31 de diciembre de 1937 escribe: «No dejaré pasar este día sin escribirte dos líneas aunque sea. Me extraña tu silencio. ¿Estás enojada?".

"Quiero amarte y no amarte como te amo;
ser tan impersonal como las rosas;
como el árbol con ramas luminosas
no exigir nunca dichas que hoy reclamo;
alejarme, perderme, abandonarte,
con mi infidelidad recuperarte".

"Noemí Ulla le dio otra, más precisa: «No estamos de acuerdo sobre cómo nos conocimos. Él recuerda una cosa y yo otra. Es que uno no conoce a las personas la primera vez que las ve, a veces no les presta atención. Cuando uno se fija en una persona, recién ahí la conoce".

"El romance fallido de Borges con la escritora María Esther Vázquez ocupa varias entradas del verano de 1964, que la pareja pasó en Villa Silvina, en Mar del Plata. Silvina aparece como saludablemente celestina, curiosa, con ganas de ser confidente y también criticona, maliciosa, irritada.
Entrada del 20 de febrero: «Silvina me dice: “Tenemos casamiento seguro. Tenemos casamiento pronto.
Tenemos casamiento en mayo.”» Sus temores: «Él está demasiado enamorado, demasiado pendiente. Y no se baña".

"La entrada del 21 de febrero de 1964, por ejemplo, en Mar del Plata. «Cuando vuelvo del mar a la carpa, Silvina y Borges están conversando; Silvina, detrás de la lona, en el compartimentito para vestirse; Borges en el centro de la carpa, a la vista de toda la playa, con una camisa rabona (de las llamadas remeras) y sin pantalones ni calzoncillos. “Estás en bolas”, le digo, arreándolo detrás de la lona. “Ah caramba”, comenta con ecuanimidad. “Como no ve”, comenta después Silvina, “está como con una careta.»".

"Y, por supuesto, las diferencias y discusiones, que se van acentuando con los años. 12 de diciembre de 1959: «Silvina está enojada porque su libro no gustó a Borges, que no dijo una palabra al respecto. Menos mal que existe el precedente de mi libro: tampoco le gustó y tampoco dijo nada»".

"El 12 de mayo de 1986, según consigna Bioy en su diario, Silvina tuvo su última conversación con Borges, por teléfono: «A eso de las nueve cuando íbamos a tomar el desayuno, llamó el teléfono. Silvina atendió.
Pronto comprendí que hablaba con María Kodama. Silvina le preguntó cuándo volvían; María no contestó a esa pregunta. Silvina habló también con Borges y volvió a preguntar cuándo vuelven. Me dio el teléfono y hablé con María. Le comuniqué noticias de poca importancia sobre derechos de autor (una cortesía para no hablar de temas patéticos). Me dijo que Borges no estaba muy bien, que oía mal y que le hablara en voz alta. Apareció la voz de Borges y le pregunté cómo estaba.
“Regular, nomás”, respondió. “Estoy deseando verte”, le dije. Con una voz extraña, me contestó: “No voy a volver nunca más.” La comunicación se cortó. Silvina me dijo: “Estaba llorando.” Creo que sí. Creo que llamó para despedirse.»".

"Los que la recuerdan ya no recuerdan a una mujer hermosa, pero lo era. Lo había sido".

"Silvina no se dejaba retratar: tuvo que perseguirla hasta debajo de los muebles. Su vestido negro corto deja ver las fantásticas piernas. En esa foto extiende la mano hacia la cámara y tapa por completo su cara. Está descalza y se cubre el vientre con un brazo. No es un gesto de rechazo, ni siquiera de protección: sencillamente, la mano tapa la cara, como si detuviera la cámara".

"–¿Y no me va a preguntar lo que todos quieren saber? ¿Si era lesbiana?
–¿Era?
–Yo creo que no. Creo que es un invento. Su vida era Bioy".

"Había tres televisores. Le pregunté para qué. Es que cuando mis nietos comen acá cada uno quiere ver un programa diferente, entonces les hemos puesto un televisor a cada uno, me explicó. Ella miraba mucha televisión. Le gustaban Los tres chiflados, Benny Hill y Laurel y Hardy. La hacían reír a gritos. Con sus nietos veía a Los Muppets. Bueno. Ella enseguida quedó encantada con el italianito. Él me dice por lo bajo «no hay azúcar». Le digo «tenés azúcar». Silvina, con ese modo muy particular, dice «ay, voy a ver». Se levanta, se va, y al rato vuelve, se apoya en la puerta que daba al comedor como se apoyaban las divas del cine mudo. Nos mira y nos dice: «Las hormigas se comieron todo el azúcar.» Eso la define perfectamente".

"Escribe Jovita en Los Bioy: «Una mañana, cuando Silvina y Adolfito estaban a punto de partir nuevamente de viaje a Europa, Alejandra llamó por teléfono. La atendí yo y me pidió si podía pasarle con la señora. Silvina estaba cambiándose. Ese día Silvina estaba muy nerviosa, como siempre; el señor era muy puntual para todo y la apuraba: “Vámonos, Silvina, terminá de una vez”, y ella corriendo de aquí para allá. El hecho es que esa mañana había querido que le probara una pollera de terciopelo para usar en el barco cuando cruzaran la línea del Ecuador –se hacía una fiesta– y esa pollera necesitaba unos ajustes. Estábamos en eso cuando vino el señor a apurarla y ella inmediatamente se sacó la pollera y se quedó sin nada debajo... Fue en ese barullo de preparativos que llamó Pizarnik.
»–Decile que no estoy –me dijo Silvina.
»Se lo comuniqué a Alejandra pero no me creyó.
»–¿Cómo no va a estar si sé muy bien que todavía no se ha ido? Dígale que me atienda por favor, que va a ser la última vez que la molesto.
»Le dije que esperara un momento, que tal vez había regresado y yo no lo sabía, pero la respuesta de Silvina fue que por favor dejara de molestarla y no la atendió. Era el 26 de septiembre de 1972. Algunas horas después supimos que Alejandra se había suicidado".

"Me mira y me dice «ay, parecen neumáticos». Parecían. Y después ella dijo «querés café» y trajo café, pero no trajo azúcar. De lejos me dijo «querés azúcar». Bioy le dijo: «¿Cómo le vas a decir querés azúcar? ¡Traé la azucarera!» Ella dijo que ya le había puesto azúcar al café. Yo lo tomo y era el café más amargo y quemado imaginable. Y Silvina me dijo: «¿Está bien de azúcar?» Con una sonrisa. Tenía una cosa de maldad. Al día siguiente la llamo para agradecer la comida y me dice: «Te tengo que confesar algo, mirá, Hugo, el café no tenía azúcar.»
Esas travesuras, esas cosas de perversidad que están en los cuentos, estaban en la vida de ella".






Mariana Enríquez

martes, 12 de julio de 2022

Citas: Chicas muertas - Selva Almada

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"La copa de la morera era un cielo verde con los destellos dorados del sol que se colaba entre las hojas. En algunas semanas estaría llena de frutos, las moscas se amontonarían zumbando, el lugar se llenaría de ese olor agrio y dulzón de las moras pasadas, nadie tendría ganas de sentarse a su sombra por un tiempo. Pero estaba hermosa esa mañana. Solo había que cuidarse de las gotas peludas, verdes y brillantes como guirnaldas navideñas, que a veces se desprendían de las hojas por su propio peso y allí donde tocaban la piel, quemaban con sus chispazos ácidos.
Entonces dieron la noticia por la radio. No estaba prestando atención, sin embargo la oí tan claramente.
Esa misma madrugada en San José, un pueblo a 20 kilómetros, habían asesinado a una adolescente, en su cama, mientras dormía.
Mi padre y yo seguimos en silencio".


"Me senté en su silla y agarré el vaso que había dejado. El metal estaba helado. Un pedazo de hielo flotaba en la borra del vino. Lo pesqué con dos dedos y empecé a chuparlo. Al principio tenía un lejano gusto a alcohol, pero enseguida solo agua.
Cuando apenas quedaba un pedacito, lo hice crujir entre mis muelas. Apoyé la palma sobre el muslo que asomaba en el borde del short. Me sobresaltó sentirla helada. Como la mano de un muerto, pensé. Aunque nunca había tocado a uno.
Yo tenía trece años y esa mañana, la noticia de la chica muerta, me llegó como una revelación. Mi casa, la casa de cualquier adolescente, no era el lugar más seguro del mundo. Adentro de tu casa podían matarte. El horror podía vivir bajo el mismo techo que vos".

"No sabía que a una mujer podían matarla por el solo hecho de ser mujer, pero había escuchado historias que, con el tiempo, fui hilvanando. Anécdotas que no habían terminado en la muerte de la mujer, pero que sí habían hecho de ella objeto de la misoginia, del abuso, del desprecio".

"Mirta y Germán la acompañaron hasta la vereda. El nene, cuando vio que la madre encaraba para el auto, estacionado en el cordón, quiso ir con ella. Pero, desde adentro, el conductor le dijo que no con tal seriedad que el niño se refugió en las polleras de su tía haciendo pucheros. Sarita volvió, lo besó y le prometió que le traería un regalo a la vuelta.
Pero nunca más regresó de ese paseo".

"Sin embargo, una sola vez sentí que realmente estábamos en peligro. Veníamos con una amiga desde Villa Elisa a Paraná, un domingo a la tarde. No había sido un buen viaje, nos habían ido llevando de a tramos. Subimos y bajamos de autos y camiones varias veces. El último nos había dejado en un cruce de caminos, cerca de Viale, a unos 60 kilómetros de Paraná. Estaba atardeciendo y no andaba un alma en la ruta. Al fin vimos un coche acercándose. Era un auto anaranjado, ni viejo ni nuevo.
Le hicimos seña y el conductor se echó sobre la banquina. Corrimos unos metros hasta alcanzarlo. Iba a Paraná, así que subimos, mi amiga junto al hombre que conducía, un tipo de unos sesenta años; yo en el asiento de atrás. Los primeros kilómetros hablamos de lo mismo de siempre: el clima, de dónde éramos, lo que estudiábamos. El hombre nos contó que volvía de unos campos que tenía en la zona. 
Desde atrás no escuchaba muy bien y como vi que mi amiga manejaba la conversación, me recosté en el asiento y me puse a mirar por la ventanilla. No sé cuánto tiempo pasó hasta que me di cuenta de que sucedía algo raro. El tipo apartaba la vista del camino e inclinaba la cabeza para hablarle a mi amiga, estaba más risueño. Me incorporé un poco. Entonces vi su mano palmeando la rodilla de ella, la misma mano subiendo y acariciándole el brazo. Empecé a hablar de cualquier cosa: del estado de la ruta, de los exámenes que teníamos esa semana. Pero el tipo no me prestó atención. Seguía hablándole a ella, invitándola a tomar algo cuando llegáramos. Ella no perdía la calma ni la sonrisa, pero yo sabía que en el fondo estaba tan asustada como yo. Que no, gracias, tengo novio. Y a mí qué me importa, yo no soy celoso. Tu novio debe ser un pendejo, qué puede enseñarte de la vida. Un tipo maduro como yo es lo que necesita una pendejita como vos. Protección. Solvencia económica. Experiencia. Las frases me llegaban entrecortadas.Afuera ya era de noche y no se veían ni los campos al borde de la ruta. Miré para todos lados: todo negro. Cuando me topé con las armas acostadas en la luneta del auto, atrás de mi asiento, se me heló la sangre. Eran dos armas largas, escopetas o algo así.
Mi amiga seguía rechazando con amabilidad y compostura todas las invitaciones que él insistía en hacerle, esquivando los manotazos del hombre que quería agarrarle la muñeca. Yo seguía hablando sin parar, aunque nadie me prestara atención. Hablar, hablar y hablar, yo que no hablo nunca, un acto de desesperación infinita.
Entonces lo mismo que me había helado la sangre, me la devolvió al cuerpo. Yo estaba más cerca que él de las armas. Aunque nunca había disparado una.
Por fin las luces de la entrada a la ciudad. La YPF adonde paraba el rojo que nos llevaba al centro. Le pedimos que nos bajara allí. El tipo sonrió con desprecio, se corrió del camino y estacionó: sí, mejor bájense, boluditas de mierda.
Nos bajamos y caminamos hasta la parada del colectivo. El auto anaranjado arrancó y se fue. Cuando estuvo lejos, tiramos los bolsos al piso, nos abrazamos y nos largamos a llorar".

"Tal vez María Luisa y Sarita llegaron a sentirse perdidas, momentos antes de su muerte. Pero Andrea Danne estaba dormida cuando la apuñalaron, el 16 de noviembre de 1986".

"Andrea se habrá sentido perdida cuando se despertó para morirse. Los ojos, abiertos de golpe, habrán pestañeado unas cuantas veces en esos dos o tres minutos que le llevó al cerebro quedarse sin oxígeno. Perdida, embarullada por el repiqueteo de la lluvia y el viento que quebraba las ramas más finas de los árboles del patio, abombada por el sueño, completamente descolocada".

"El Viejo me daba un poco de miedo. Era muy flaco, como si su propio cuerpo le estuviera chupando las carnes hacia adentro, y esto lo obligara a encorvarse, la piel encogida como una camiseta recién lavada. No recuerdo su cara, pero sí que tenía las uñas largas como las mujeres. Sucias y amarillas, sus garras consumidas se deslizaban sobre mi panza hinchada, dibujando una cruz varias veces mientras murmuraba cosas que no llegaba a entender.
Su mismo aspecto descarnado le daba una apariencia santa.
La pieza donde atendía era pequeña y oscura, mal ventilada. La llama de las velas prendidas acá y allá, siempre en sitios diferentes, permitían ver solo un fragmento de la habitación, pintada a la cal para mantener lejos a las alimañas. Nunca pude hacerme una idea completa de cómo era ese cuarto, qué muebles había, ni reconocer las caras de las estampas en las paredes o amontonadas arriba del altarcito de turno.
Vivía solo y de lo que le dejáramos a voluntad. A veces plata, a veces yerba, azúcar, fideos, a veces un pedazo de carne".

"El curandero Rodríguez murió hace muchísimos años, tirado en una cama del hospital San Roque, adónde van a morir los viejos solos, sin familia y sin dinero.
Habrá tenido un entierro de pobre, el cuerpo metido en un féretro mal clavado, sin anillas de bronce, para qué si no había deudos para cargarlo, sin lijar, sin barnizar. Un cajón un poco más fuerte que un cajón de manzanas. Habrá pesado muy poco el pobre viejo. Sin responso ni la bendición del cura, pues no hay misericordia para aquellos que conocen el secreto, aquellos que tienen poderes que ofenden a Dios. 
Habrá sido enterrado en una parcela alejada, de esas que se recuestan casi sobre el alambrado que divide los terrenos del cementerio de los campos lindantes, un alambre de púas para que las vacas no se crucen a mordisquear los tallos de las flores, vencidas en los frascos, los días de verano. Una parcela alejada, donde sepultan a los que no tienen a nadie".

"Nunca me tiraron las cartas y la idea me pone un poco nerviosa. Tengo miedo de que ella no haya comprendido que no es de mí de quien quiero averiguar cosas si no de María Luisa, Andrea y Sarita. No quiero conocer mi futuro. No quiero que saque a la luz ningún quiste del pasado".

"Tal vez esa sea tu misión: juntar los huesos de las chicas, armarlas, darles voz y después dejarlas correr libremente hacia donde sea que tengan que ir".

"Mi madre hablaba de estas historias en voz alta y con indignación y siempre era la compañera de chisme de turno la que le hacía señas para que hablara más bajo, la que nos señalaba a los niños diciendo: cuidado, que hay ropa tendida… como si hablar de eso fuera mala palabra o, peor, les diera un pudor inmanejable".

"El último día que pasaron juntas, como si Sarita supiera que sería la última vez y quisiera dejarle una enseñanza para siempre, tuvieron una charla que Mirta no olvidará jamás.
Su hermana le dijo: Nunca te dejes atropellar por nadie. Vos tenés que hacerte valer. Nunca dejes que un tipo te ponga un dedo encima. Si te pegan una vez, te van a pegar siempre".

"Cuando se conoció la noticia del asesinato de Andrea todos estos prejuicios parecieron encontrar su cauce y su razón. A nadie parecía extrañarle que un crimen tan brutal hubiera ocurrido en ese lugar. Enseguida se habló de sectas, de rito satánico, de hechicería.
Sin embargo, hay algo de ritual en la manera en que fue asesinada: una sola puñalada en el corazón, mientras estaba dormida. Como si su propia cama fuera la piedra de los sacrificios".

"Se arrima a la mesa con el mate pronto y se sienta. Empuja el sobre hacia mí.
Te traje algo.
Lo miro, miro el sobre, pero me quedo quieta.
Es una foto de mi hermana.
Todavía no vi ninguna foto de María Luisa. Solo un retrato a lápiz en el diario.
Me gustaría saber cómo era ella realmente. El dibujo que vi era tosco, parecía uno de esos identikits que confeccionan en la policía. Sin embargo, las manos no me responden y sigo mirando el sobre sin abrirlo, sin tocarlo siquiera. 
Es una foto de ella en la morgue, me dice por fin".


"Una también es de su cuerpo, en el sitio donde la encontraron. Está tomada a cierta distancia, es una fotografía en blanco y negro. Se ve el cuerpo de una mujer flotando en el agua. Me hace acordar a la pintura de John Millais, la de Ofelia muerta.
Como el personaje de Hamlet, María Luisa yace boca arriba. Como en el cuadro, las hojas planas de los juncos se inclinan sobre la laguna, la superficie está cubierta de pequeñas plantas acuáticas. No son esas flores lilas que la reina Gertrudis llama Dedos de Muerto, con las que Ofelia había tejido sus coronas, sino esas otras a las que les dicen Lentejas de Agua. Un árbol, que no es el sauce del que cae la pequeña Ofelia, sino uno de copa achaparrada, echa su sombra sobre el cuerpo de María Luisa".

"La muerte, para las dos, llena de angustias".

"Me acuerdo que entonces se decía que al otro día del crimen, Gloria había ido a la peluquería. A todo el mundo le horrorizaba la imagen: una madre a la que le ocurre lo peor que puede pasarle a una madre, sentándose en el sillón de la peluquera. Ese gesto que también podría haberse tomado como una manera de distraerse de la pesadilla que estaba viviendo, fue interpretado enseguida como un signo de culpabilidad.
De una madre con una hija muerta esperamos, al parecer, que se arranque los pelos, que llore desconsoladamente, que agite el brazo pidiendo venganza. No soportamos la calma. No perdonamos la resignación".

"En la década del ochenta mi mamá trabajó como enfermera en un sanatorio de mi pueblo. El doctor Favre era del equipo médico. En los tiempos muertos de las guardias, muchas veces hablaron sobre el crimen de Andrea. Para el doctor era una pregunta sin respuesta, que volvía una y otra vez: ¿cómo pudo el asesino entrar a la casa, matar a la chica, tomarse el tiempo de acomodar su cuerpo al punto de que pareciera dormida, volver a salir y que ni la madre ni el padre ni el hermanito que
dormían en la otra habitación, pegada, con una puerta que comunicaba ambas piezas, no hayan escuchado absolutamente nada?
Favre murió hace algunos años. Su eterna pregunta, sin respuesta".

"Cuando le cuento que estuve en la tumba de Andrea, me pregunta si todavía está la plaquita que él le puso. Sí, está. Es una placa sencilla y dice:
Mi amor por vos es eterno.
Tu novio. Eduardo".

"La muerte violenta de una persona joven, en una comunidad pequeña, siempre es una conmoción".

"Mi vida después de la muerte de mi hermana nunca más fue igual. Mis padres quedaron destruidos: mi mamá deprimida y mi papá muy entregado. Mi hermano, con doce años, a cargo de los dos porque yo enseguida me fui a estudiar a Buenos Aires. Creo que solo dos veces más dormí en esa casa y de la mano de mi mamá.
Después nunca más. Cuando iba de visita los fines de semana seguía de largo hasta la mañana siguiente o dormía en casa de amigas del barrio. Creo que lo mío fue una manera de escapar".

"De chica me encantaba ir al cementerio. Las tardes soleadas, los domingos de invierno, con bolsas de crisantemos o dalias, flores que plantaba la abuela en su jardín con el solo objeto de adornar las tumbas de nuestros muertos. También los domingos de verano, pero a la mañana temprano, antes de que el sol picara sobre nuestras cabezas, a esa hora en que los cipreses que crecían en el camino principal todavía despedían un olor fresco y los nichos y los panteones proyectaban su sombra sobre las tumbas en tierra. Llevaba otras flores de estación en las bolsas y siempre claveles y clavelinas que duran más, que no se dejan vencer tan fácilmente, tan dócilmente por el calor. Y hojas de helecho serrucho, que también aguantan.
Sobre todo dos tumbas me causaban fascinación y espanto, un sentimiento romántico, oscuro, que una nena de siete u ocho años no podía explicarse. Eran dos tumbas, en nichos enfrentados, que se miraban. En una, una muchacha muy joven que había muerto de una enfermedad. En la de enfrente, un muchacho apenas mayor que ella, muerto en un accidente. La foto de ella era una foto de estudio, de esas que en la década del cuarenta o del cincuenta se hacían las mujeres alguna vez en su vida, antes de la de casamiento. La de él, de libreta de enrolamiento, serio y con el cabello muy corto pues seguramente coincidía con su época de conscripto.
No sé si me lo contaron o me lo inventé, pero recuerdo que me gustaba verlos porque antes de morir ellos dos habían sido novios. La muerte se la llevó a ella primero. Y poco después vino por él. Así decían las fechas en las plaquitas de bronce.
Creo que también de los epitafios habré sacado lo de la enfermedad y lo del accidente. Nunca me iba del cementerio sin pasar a verlos. Me paraba en el medio, pero alejada unos cuantos pasos, de manera que mi ubicación me daba una perspectiva en la que parecía que las dos fotos se estaban mirando. Y sentía que no había amor más grande que el de esos dos que hacía rato no serían más que polvo enamorado".

"Creo que mi relación con la muerte era mucho más natural en la infancia. Quizá porque nos habían dicho que el padre de mi primo, que además era como mi hermano mellizo, había muerto en un accidente antes de que naciéramos. O porque muchos de nuestros perros y gatos habían muerto prematuramente, cruzando la ruta, atropellados por un camión. O porque así también había muerto el hijito de un vecino; y una chica que iba a mi escuela; y otro vecino, un muchacho, el Buey Martín, en su moto, a la salida de un baile. Entonces la muerte no era solo cosa de viejos o de enfermos".

"Escuchaba decir que tal había muerto en la flor de la vida y me parecía una imagen hermosa.
Después mi percepción cambió. No sé en qué momento ni a cuento de qué, empecé a tener miedo. Dejé de ir al cementerio porque a la noche soñaba que ellos venían a buscarme.
De algún modo, mis encuentros con la Señora cambiaron esos sentimientos. Las tardes que pasamos juntas fueron parecidas a esas tardes de excursión al cementerio.
Una especie de reconciliación".

"Esos huesos que reposan en un nicho junto a los del muchachito que murió joven, de un ataque al corazón, y a la beba que recién empezaba a vivir, no son los restos de
Sarita Mundín. ¿Dónde estás, Sarita? ¿Quién es la otra chica muerta?".

"Salgo a las seis en punto. Apenas atravieso el portón de la entrada, escucho unos ruidos tras de mí. Debe ser el encargado, pienso, pero no me doy vuelta para
comprobarlo.
Dicen que cuando uno se va del cementerio, por ninguna razón debe mirar para atrás".

"Hace un mes que comenzó el año. Al menos diez mujeres fueron asesinadas por ser mujeres. Digo al menos porque estos son los nombres que salieron en los diarios, las que fueron noticia".

"Ayer me despedí de la Señora. El mazo de tarot estaba, como siempre, sobre el paño verde, pero no lo desarmamos, no giré las cartas con la mano derecha, no hice preguntas. Me dijo que ya es hora de soltar, que no es bueno andar mucho tiempo vagando de un lado al otro, de la vida a la muerte. Que las chicas deben volver allí adonde pertenecen ahora".

"Tres velas blancas. Mi adiós a las chicas.
Una vela blanca para Andrea. Una vela blanca para María Luisa. Una vela blanca para Sarita y si Sarita está viva, ojalá que sí, entonces esta vela es para esa chica sin nombre que apareció hace más de veinte años a orillas del río Ctalamochita. Un mismo deseo para todas: que descansen".

"El verano anterior al asesinato de Andrea lo pasé en el campo, en la casa de mis abuelos. Era el último verano que pasaría allí, con mi tía Liliana que estaba por casarse y mudarse al pueblo, a su nueva casa. Una siesta íbamos para lo de la Teya, una vecina y confidente suya, una mujer con hijos ya grandes. Había unos cinco kilómetros de distancia entre la granja de la Teya y la del abuelo. Ese año yo había pegado un estirón y estaba tan alta como la tía, que era petisa. Caminábamos despacio aunque el sol pelaba. Íbamos del brazo. Sabía que mi tía no sería la misma cuando se casara, que esta intimidad que compartíamos desde que yo era chiquita y que se había hecho más estrecha a medida que iba creciendo, tampoco sería la misma.
En adelante, ella viviría con un hombre, su esposo. Nunca más dormiríamos juntas ni podríamos quedarnos hablando pavadas hasta cualquier hora. Ese paseo era especial.
No se lo dije porque no quería que nos pusiéramos tristes. Pero creo que a ella le pasaba algo parecido. Entonces me contó una historia que yo siempre había oído fragmentada, como escuchan los niños conversaciones que no deben. No sé si me la contó por pura casualidad o porque para ella también ese paseo por el campo tenía el sabor del último y quería contarme algo que fuera importante para ella.
Unos años atrás andaba sola por ese mismo camino de tierra. También iba para lo de la Teya, a la hora de la siesta, a escuchar la radio debajo de los árboles, tomar mate y contarse chismes. A mitad del trayecto, de entre los sembrados que crecían a los costados de la callecita de tierra, se le apareció el Tatú, un primo cuarentón que hacía tiempo se la venía comiendo con los ojos. El Tatú era soltero y nunca se le había conocido una novia ni había ido a un baile.
Qué hacés, chambón, me asustaste, le dijo la tía amagando seguir su ruta. Pero él no le contestó nada y le manoteó un brazo, se lo agarró tan fuerte que parecía que se lo iba a arrancar de cuajo. La tía empezó a tironear para soltarse y ahí él le agarró el otro brazo. Por un instante lo tuvo tan cerca que le sintió el aliento a vino y a cigarrillo. Tenía los ojos como dos tizones encendidos. Empezó a arrastrarla. Se la quería llevar adentro del maizal.
Pensé que si me metía en el maizal primero me iba a violar y después me iba a matar, me dijo con la voz temblorosa. Estoy segura de que me mataba.
El Tatú era un hombre fuerte, pero también estaba borracho y mareado por la calentura. La tía era una muchacha menuda. Nunca se explicó de dónde sacó la fuerza necesaria para zafarse de las manos toscas que se cerraban sobre sus brazos. Pero pudo soltarse y hasta darle un empujón que lo hizo trastabillar entre los cascotes de la cuneta seca. Corrió tanto que pensó que iba a reventar, como lo caballos.
Nunca tuve tanto miedo y nunca tuve tanto valor como esa vez, me dijo.
Los ojos le brillaban, pero tal vez era el sol que estaba tan fuerte que dibujaba espejismos a lo lejos.
Después el abuelo le dio una paliza al Tatú y él nunca volvió a acercarse a la tía y ojalá que a ninguna otra muchacha.
Seguimos caminando, más apretadas la una contra la otra, los brazos pegajosos por el calor.

El viento norte frotaba entre sí las hojas ásperas de las plantas de maíz, cimbreaba las cañas maduras, sacándoles un sonido amenazador que, si afinabas el oído, podía ser también la música de una pequeña victoria.




Buenos Aires, 30 de enero de 2014".










Selva Almada