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"Hasta el sol me confunde, me sangra en la piel caliente. Y los ojos, ardidos como si me hubiesen echado ácido, luchando por no llorar.
Un amarillo basura, fiebre, o un gris, gris chapa, gris enfermo el dolor.
Solo el dolor parece no morir nunca".
"Ellos tenían una sola preocupación: el fútbol. Cuando había partido los pibes se iban a lo de Hernán y yo me quedaba sola. Hernán era el único de los amigos de mi hermano que me daba bola. Me empezó a traer música, CDs truchos que metía en la misma Play. Yo le decía «hola» y «gracias», casi nada más, y él, un par de veces, me tiró: «Con música nunca estás sola»".
"Hernán puso música, Cri cri minal, repetía todo el tiempo la canción, y no sé por qué eso también me dio ganas de llorar. Me sequé con la toalla y me miré en el espejo. Antes no lloraba nunca. Traté de no cerrar los ojos para no ver lo que la tierra todavía quería mostrarme. Las lágrimas me lloraban solas.
Pensé en la tipa, en que ojalá no volviera. Me había pedido que viera y después no se lo pudo bancar.
Tú me robaste el corazón como un criminal, decía la canción y no quería escucharla. Se me agitaba la tierra en el estómago. Ese hijo mocho clavado en mi panza como se clava un hijo en el centro de su mamá.
Tenía que sacármelo. Abrí las canillas al máximo para que el ruido del agua se lo empezara a llevar.
Me acerqué al inodoro, me metí los dedos en la garganta hasta que llegó una arcada. Empujé más. Dolía. Vomité.
Olvidaba porque podía. Nunca sería una madre. No quería".
"Unos días después nos quedamos sin teléfono.
No lo extrañamos. A veces pensaba que ya no extrañábamos nada, que nos acomodábamos a cualquier cosa mientras estuviéramos cerca mi hermano y yo. No lo extrañamos porque casi no llamábamos a nadie ni nadie nos llamaba a nosotros. Los amigos entraban a casa; los demás ni se nos acercaban".
"Todos le decían que sí, que lo ayudarían a comprarlo, a traerlo, que no se preocupara. Pero cuando el Walter pidió que alguno se quedara conmigo porque no quería dejarme sola, nadie respondió. Entonces mi hermano sacó una pila de billetes del bolsillo y se la dio y ellos repitieron que se encargarían, que para eso estaban los amigos, que irían y volverían rápido y que enseguida lo ayudarían a cambiar el tanque.
Después de que se fueron, el Walter me miró y dijo:
—Estamos nosotros dos de nuevo, hermanita. Solos. No puedo echarle la culpa a ninguno.
No dije nada. Ya no esperaba nada tampoco. Si ellos no tenían la culpa, ¿quién? ¿Mi cuerpo? No podía solucionar lo que mi cuerpo veía".
"Hernán se había ido a la mañana. Ni siquiera se había llevado su joystick.
Ni un beso, ni chau, nada. Mientras fumaba uno mirando hacia la calle, supe que ya no podía esperar que su música volviera a entrar por esa puerta".
"El sol secaba lo que la lluvia del día anterior había hecho charcos y barro, para que volvieran a borrarse los pasos de los que ya no estaban: mamá, el viejo, la tía, Hernán, todos yéndose en fila como esas hormigas que ni que las quemes dejaban de hacer sus casas abajo de la tierra, donde no había verde ni llegaba la luz del sol y la carne de la Florensia se hacía huesos".
"El Walter llegó unos minutos más tarde.
Comimos los panchos a punto de rebalsar de mayonesa, con los dedos manchados, y las latas de cerveza fría en la otra mano, como tenía que ser. Mi hermano estaba contento, contagiaba. No le pregunté por qué. Charlamos de pavadas. Casi todo el tiempo hablaba el Walter, a veces con la boca llena, comiendo como un atolondrado. Yo lo escuchaba y me reía con él.
Más tarde me dio un beso y se fue al taller. No iba a volver hasta la noche.
Cuando cerró la puerta, dejé caer mi cuerpo en el sillón de la salita en donde seguro al otro día, y al siguiente, y en los cincuenta días que le siguieran iba a atender gente, a preguntar, tragando, si vivía o no, si respiraba o hacía cuánto y por qué sus pulmones se habían apagado, o quién se la había llevado. Pero ahora solo quería dormir".
"Al principio la tierra es fría, pero en la mano y después en la boca entra en calor. Separé un poco y lo levanté. Me lo llevé a la boca. Tragué. Cerré los ojos, sintiendo cómo la tierra se calentaba, cómo me quemaba adentro, y volví a comer un poco más. La tierra era el veneno necesario para viajar hasta el
cuerpo de María y yo tenía que llegar.
Me acosté en el suelo, sin abrir los ojos. Había aprendido que de esa oscuridad nacían formas. Traté de verlas y de no pensar en nada más, ni siquiera en el dolor que me llegaba desde la panza. Nada, salvo un brillo que miré con mucha atención hasta que se transformó en dos ojos negros. Y de a poco, como si la hubiera fabricado la noche, vi la cara de María, los hombros, el pelo que nacía de la oscuridad más profunda que había visto en mi vida".
"—Agua —le dije al flaco cuando lo vi venir caminando.
La mujer estaba detrás.
—Agua —volví a decir. Y con la boca muerta de sed—: María está viva.
Me llevaron al baño. Les cerré la puerta. Tomé agua con la misma desesperación que tenía en los recreos, cuando la seño Ana nos cuidaba y el agua de una canilla abierta era lo más rico del mundo.
Después me busqué en el espejo. Encontré lo que sabía: «Soy como ella —me dije—. Sé su nombre y que está viva. Quiero encontrarla. Yo me parezco a María. En los labios, en el pelo, en el color de mi piel está la tierra y está ella: unos ojos que son, para mí, un puntazo en la carne. No voy a dejar que quede ahí, viva y abandonada entre sombras»".
"Y ahí estaba ella ahora, la madre, buscando acercarse. Yo sabía que quería decirme algo pero no quería escuchar. Me estaba guardando toda para la tierra. Igual, se sentó enfrente mío y trató de agarrar mis manos.
—Hija —dijo, como para empezar a pedir algo, más con los ojos que con la boca—. Hija…
Le hice que no con la cabeza. Ya no siguió hablando. Solo los ojos.
—No, así no funciona —le dije, tratando de no mirarla, tratando de no recorrer con la cabeza el tiempo seco, los años guachos que me lastimaban el
cuerpo como una lija frotada sobre la piel, que hacían que ya no saliera nunca, nunca, la palabra «hija» para mí de la boca de una mujer—. Yo vine a comer la tierra de su hija —dije, y me levanté para salir sola a la intemperie a buscar una vida".
"No solo el amor acelera el ritmo cardíaco, también la música".
Dolores Reyes