miércoles, 28 de agosto de 2019

Citas: ¿Qué tengo de malo? - María José Caro


Árbol de Navidad:

"Me veo siguiéndolos, vestida con aquel pijama de Gasparín que había deformado de tanto jalar hacia abajo. Tal vez intentando convertirme yo misma en un fantasma".

"La única vez que vi llorar a mi padre fue junto a tío Mario. Había bajado a la cocina por un vaso de agua y terminé espiándolos al pie de la escalera. Mi padre tenía los ojos hinchados y la camisa salpicada de alcohol. 
«Estamos jodidos, compadre. ¿Qué vamos hacer?», decía presionándose las sienes. 
Alzó la mirada en mi dirección y luego la devolvió al cenicero que tenía en  frente sin decir nada. Su llanto contenido se convirtió en descontrolado. Tal vez mi presencia había sido un detonante. Tal vez nos recordó a los cuatro juntos en un día feliz y cada uno de nosotros se volvió un sollozo en la composición de su llanto. Subí corriendo a mi cuarto y me escondí entre las sábanas hasta que mis lágrimas se convirtieron en una prolongación inevitable de las suyas".

"Mi abuela no sabía mentir. Había ocultado la fotografía de boda de mis padres detrás de un florero para no tener que observarla. Tal vez se sentía cómplice del plan fallido en que nos habíamos convertido. Al final, ella también era un personaje sonriente de la foto, un testigo que no logró identificar las señales".

A mitad de la noche:

"Mi madre llegaba tarde de la oficina y siempre traía dulces en la cartera.
Yo la llamaba por teléfono al regresar de clases: Mamá, cómprame algo.
«Macarena, hay galletas en la cocina», refunfuñaba, pero igual compraba chocolates. Se sentía culpable y no sabía cómo manejarlo. Lloraba y otras veces nos gritaba sin razón. Su angustia era tan profunda que se le pelaban las manos, se abrían llagas que permitían ver otras capas de piel, como  buscando llegar al centro de su dolor".

"Cuando mi madre regresaba del trabajo se acercaba a mi dormitorio, me daba un beso en la frente y revisaba mi agenda de tareas. Después se acercaba al cuarto de Sergio y le revisaba los cuadernos. En cuestión de minutos, volvía a mi habitación. Se asomaba sonriente porque en el universo de los padres, las buenas notas significan buenas vidas".

"Después se echaba a mi lado y veíamos una telenovela hasta que el sueño me vencía. A la mitad de la noche me despertaba. A pesar de las cucharadas de agua de azahar, me despertaba. Abría los ojos y huía al cuarto de mi madre.
Corría porque tenía miedo de que algo sucediera. Huía porque la noche es el inicio de grandes cambios".

"Cuando abrí los ojos el mundo era distinto. Nos cubría la noche y el parque estaba oscuro. Sin embargo, en medio del caos algo subsistía. Mi hermano seguía allí, con la mirada fija.
Camuflado en la penumbra, nos esperaba un auto del otro lado de la calle. Se trataba del Lada rojo de mamá y tenía las luces encendidas. Llevaba largo rato detenido allí. Mi madre no fue a buscarnos, simplemente esperó del otro lado de la pista a que estuviéramos listos para volver. Aguardó con las manos sujetas en el timón, el regreso de esos dos pedazos suyos que se desmoronaban en una fría banca".

Charcos:

"No tenía amigas en el colegio. Las niñas me observaban desde lejos y murmuraban acerca de mí como si conocieran hasta mi ADN".

"Además, me conocía demasiado bien; ella iba en mi movilidad.
Sabía todos los cuentos sobre mi padre. Mi padre: el paracaidista, el médico, el capitán de submarino, el mejor amigo de Fujimori. Camila no me sacaba los ojos de encima. Las mentiras siempre terminan por volvernos transparentes. Las mentiras nacen, crecen, se reproducen, pero nunca mueren".

Pasajeros:

"Héctor no era como mi abuelo materno. Me asustaba. Siempre hablaba de política, del poder salvador de los golpes de estado y de sus tiempos como piloto de caza. En una ocasión me hizo llorar contándome que en la guerra de 1941 habían comido hasta perro. Sin embargo, su muerte me enfadaba, la tenía atascada y no sabía cómo escupirla".

"Cada uno de mis tíos se encontraba acompañado de sus hijos. Dos de mis primos se habían enlazado a su madre de los brazos y la llevaban hacia el ataúd. Metros a la izquierda encontré a mi padre. Estaba sentado en una banca desierta, cerca de una máquina expendedora de café. A su costado había dos vasos a medio consumir y una cartera. Parecía perdido como un niño abandonado en medio de una avenida transitada. Llevaba un terno negro una corbata gris. Por mi culpa estaba solo".

"Le conté a mi padre del accidente. De mi confusión con la bolsa de plástico. Me dijo que seguramente había estado pensando en el abuelo Héctor y todo en mi cabeza se había mezclado. 
Que la vida se construía casi siempre a partir de malos entendidos".

Fiesta:

"Me acerqué a la mesa y cogí algunos dulces. Tomé una servilleta y coloqué un par de trufas para mi amiga. Fue entonces que sentí un toque en el hombro y una voz plagada de gallos me habló:
—¿Quieres bailar?
Era alto, llevaba puesto un polo verde. Sus ojos eran del mismo color.
Pero no era cualquier verde, era del tono de las uvas. Solté la servilleta y los dulces de mi amiga rodaron bajo la mesa.
—No te preocupes. Primero termina de comer —dijo sonriendo.
Tragué lo más rápido que pude y lo seguí a la pista".

"Adriana bailaba salsa con el chico de camisa a cuadros. Se miraban directo a los ojos. Lo hacían con tal fijación que podían transportar una manzana entre sus frentes".

"Me llevó hasta el centro de la pista de baile. Avanzábamos lento, yo no quería soltarlo. Era la primera vez que un chico me tomaba de la mano. 
Las chicas del salón me contemplaban como si presenciaran mi matrimonio. Miguel podía elegir a cualquiera, pero estaba conmigo. Pensé que al final de la fiesta me pediría mi teléfono. Que me llamaría y hablaríamos por horas mientras hacía zapping frente al televisor. Que a partir de esa noche empezaría a vivir la vida de otra persona".

Farallones:

"Macarena llevaba mi nombre con un orgullo que yo no conocía. Desde que la vi sentí la urgencia de tenerla cerca".

"—¿Algo que nadie sepa? De niña fui mentirosa compulsiva. Antes estaba en tu colegio. Me cambiaron a uno más pequeño. Uno que nadie conoce.
—¿Por qué mentías? —preguntó haciendo girar su vaso.
Yo solo quería mantener su atención. Firmar un contrato que no involucrara a nadie más".

Las palabras:

"Los «te quiero» de mi madre se materializaban en trazos sobre una hoja de papel. Las monjas me entregaban sus palabras en un sobre sellado durante el retiro espiritual al que nos llevaban una vez al año".

"La semana previa al retiro, el basurero junto a su escritorio se llenaba de mensajes fallidos. Nunca intenté leerlos. Lo sentía como una traición. Ella hablaba solamente cuando tenía algo que decir. Hablaba sobre hechos concretos, no divagaba. 
Pero, sobre todo, decía su verdad. No me maquillaba la vida".

"Mi madre tenía los ojos verdes y la piel muy blanca, yo era una suerte de remedo barato. Poseía sus gestos, pero no sus facciones".

"Mi madre era un libro cerrado, pero nosotros latíamos dentro con toda su fuerza".




María José Caro 

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