"Nada lo diferenciaba de la multitud, excepto el hecho de que no quería destacar.
Pero mirándolo, nadie habría dicho precisamente eso. Sólo se veía un joven esquelético de ojos lobunos, muy parecido a los demás componentes del tropel de jóvenes que, finalizada la guerra, avanzaban dando empellones bajo el resplandor publicitario de las luces de los neones y el reclamo de las llamativas marquesinas".
"Y ahora él era uno de ellos. Había pisado el muelle después de descender por la pasarela aquella misma mañana, un inmigrante, un novato, un refugiado.
Había emergido del barracón de aduanas una hora después, cien por cien norteamericano. Y ni siquiera había tenido que mentir. Lo único que había tenido que hacer era guardar silencio. Había pasado casi veinticinco meses, setecientos cincuenta y tres días para ser exactos, guardando silencio.
Silencio. No hables. No te muevas. Podrían oírnos".
"—¿Algún sueño?
—Yo no sueño.
Se quedó mirándome fijamente.
—No sueño —le repetí".
"—¿Así que estuvo en Alemania durante la guerra?
Nadie sabrá que estamos aquí. Ni siquiera se ve desde el exterior.
—Estuve en Europa.
—¿Es usted judío, señor Van Pels?
—¿Lo es usted, doctor?".
"—¿Y su familia? ¿Vino con ella a este país?
(...)
—Mis padres están muertos. —Siguió mirándome—. Víctimas de la guerra.
—Las palabras fueron un susurro sibilante en el siniestro despacho.
—¿Hermanos o hermanas?
(...)
—Ni hermanos ni hermanas.
—¿Algún familiar que haya sobrevivido?
(...)
Negué con la cabeza.
—Lo siento —murmuró, y vi que se lo repensaba. Fuera lo que fuese lo que hubiera hecho yo durante la guerra, y el hombre seguía preguntándose al respecto, no había sido un camino de rosas. Muy prácticos estos anglicismos. Desde el principio sirvieron para diferenciarme de otros desplazados y novatos, de los greenies, que era como nos llamaban los que llevaban ya una generación en este país, o incluso sólo una década—. Debe de haber sido difícil.
Difícil. Ah, las palabras que se nos ocurren para mantener a raya lo impensable".
"—¿No has tenido nunca la sensación de que querías irte y a la vez la sensación de que querías quedarte? —preguntó con sonsonete, parodiando a Jimmy
Durante. Le sorprendía también la familiaridad que yo tenía con los artistas y las estrellas de cine norteamericanas—. Es un signo de ambivalencia —dijo, comentando aún sobre mis pies".
"Cualquier existencia previa es un rumor que he oído por casualidad. En lugar de recuerdos, tengo instintos; en lugar de un pasado, tengo este inexplicable, ilícitamente adquirido y completamente destacable presente".
"—Estuve en Auschwitz. —Mi voz raspó como una llave que entra en una cerradura oxidada.
Levantó la vista del bloc de notas amarillo.
—¿Como vigilante o como prisionero?
El jodido hijo de puta.
—Como prisionero.
(...)
—Pensé que me había mencionado que estuvo en Ámsterdam.
—Y estuve allí. Hasta agosto del 44. El 4 de agosto, para ser exactos.
Fui arrestado y enviado a Westerbork, luego a Auschwitz.
—¿Por qué motivo?
—¿Cree que necesitaban algún motivo?".
"—La verdad es que no consigo recordarlo. Me crea o no.
—Le creo. Es un fenómeno común entre la gente que ha estado en los campos.
—Yo no soy como ellos —dije con voz ronca.
—¿Se refiere a que no es judío?
—Me refiero a que me niego a vivir en el pasado. No hablo sobre ello.
Nunca pienso en ello. Cuando mi mente viaja hacia el pasado, se detiene en la pasarela del barco a bordo del cual llegué aquí".
"—¿Te sientes culpable?
—¿Culpable? —repetí.
—Culpable. —Mintz separó los dedos de la placa, cogió un diccionario inglésalemán y se puso a hojearlo.
—Sé lo que significa esa palabra. —La rabia de mi voz me asustó. Era un lujo que no podía permitirme".
"Cierro los ojos, pero Ana, mi padre y mi madre, y todos ellos, incluso el pobre Pfeffer, siguen impresos en el interior de mis párpados. No hay forma de alejarse de ellos".
"Pero cuando el amanecer golpeó las ventanas, supe que no regresaría nunca. No podía volver a aquel mundo".
"No es lo que intento hacer. El hecho de que no vaya pregonando que soy judío no significa que te haya traicionado".
"De vuelta a casa la noche siguiente, me detuve a comprar una camelia.
Me había dicho que no le comprara flores, pero sabía que no lo decía en serio.
Además, no se trataba de un ramo que se marchitaría en unos pocos días, sino de una planta que seguiría floreciendo".
"—Es dinero —le expliqué—. Dinero que guardo por si alguna vez tenemos que huir.
Los ojos que me miraron estaban pegajosos de sueño.
—¿Huir?
—Irnos de aquí. Ir a otro sitio.
—¿Por qué?
—Porque a veces la gente tiene que hacerlo".
Ellen Feldman
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