"NACÍ EN EL hospital de Rotunda el 5 de junio de 1932. Pertenezco al grupo intermedio de mis hermanos, pues nueve de ellos nacieron antes que yo y otros doce después. De los veintidós que éramos, sobrevivieron diecisiete, ya que cuatro murieron siendo niños, pero quedaron todavía trece para dar cohesión a nuestra familia".
"Ella no quiso aceptar esta realidad, la realidad inevitable —al menos eso parecía entonces— de que no tenía ni cura ni, por supuesto, esperanza. Pero ella no podía ni quería creer que yo tuviera un retraso mental. No disponía de nada en qué basarse, ni siquiera la más mínima evidencia de que, aunque mi cuerpo estuviera paralizado, mi cerebro no lo estaba".
"Al darse cuenta de que los médicos no le hacían ningún bien diciéndole que ella no tenía nada que esperar de mí, o dicho de otro modo, que debía olvidarse de que yo era no un ser humano, sino una cosa a la que alimentar, lavar y cuidar constantemente, mamá decidió desde entonces arreglárselas por sí misma. Yo era SU hijo y, por tanto, un miembro de SU familia. No importaba todo lo torpe e inútil que fuera, porque ella tomó la determinación de tratarme exactamente igual que a mis demás hermanos, y nunca como la “cosa extraña” del cuarto trastero de la que nadie habla, y menos cuando hay visita".
"Todo daba la razón a los argumentos de mis familiares en el sentido de que yo era un retrasado mental al que nadie podía ayudar. Y otra vez empezaron a hablar de llevarme a un internado.
—¡Nunca! —decía mi madre de un modo casi violento cuando le decían algo—. Sé que mi hijo no es ningún retrasado mental. Es su cuerpo el que está enfermo, pero no su cerebro. Estoy segura.
¿Pero estaba segura? Para sus adentros ella le pedía a Dios que le diera alguna prueba de que estaba en lo cierto, porque sabía que una cosa es creer y otra completamente distinta tener pruebas".
"Tampoco Paddy pudo quedarse parado por más tiempo. Puso mi cochecito contra la tapia, y trepó de tal modo que solamente con su brazo podía tocar las manzanas y las peras.
—¡Ya está bien, no os lo llevéis todo! —gritó Paddy, mientras los demás se hacían con un buen puñado de fruta.
Bajaron, seleccionaron la fruta entre los cinco, y nos sentamos a un lado del camino para comérnosla.
—Nos arreglaremos con esto hasta que lleguemos a casa —dijo Peter, dándome de comer una pera.
—Tendremos que confesarnos de esto —replicó Paddy, adoptando algo así como una expresión devota.
—En realidad no es pecado —repuso Peter, sin dejar de masticar su pera—. Nadie las echará en falta.
—¡Alguien viene! —dijo nuestro amigo Bob, moviendo la cabeza hacia los lados, como si fuera un perro.
Peter nos guiñó un ojo y se arrastró muy despacio, para echar un vistazo rápido. Al poco regresó, casi sin aliento.
—¡Imbéciles! ¡Es un poli! —dijo, jadeando.
Paddy se puso muy pálido. Parecía incapaz de moverse:
—¿Qué os pasa? —dijo un tanto indeciso.
—¡Corre! —gritó Bob, pegando un salto.
—¡No podemos dejar a Christy aquí!
Peter se detuvo cuando los pasos se oían cada vez más cerca. Entonces tuvo una idea: ¡Rápido! —dijo, volviéndose hacia los demás—. Ponedlo todo debajo del cojín del coche de Christy".
"Mamá se dio cuenta del cambio que estaba experimentando, y estaba segura de conocer la causa, pero no me dijo nada. La verdad es que ella me entendía mejor que nadie. Yo no deseaba engañarla, porque siempre encontraba un modo u otro de averiguar si me sentía triste o contento.
Parecía tener los mismos sentimientos que yo. Había advertido que casi siempre estaba triste, con grandes cambios de humor y cada vez más encerrado en mímismo. Ni siquiera tenía ya ganas de arrastrarme por el suelo como antes, sino que me limitaba a tumbarme en el sillón más ancho que encontrara, con la mirada perdida en la chimenea o en la pared".
"Ya tenía diez años y medio y, sin embargo, cada vez me iba encerrando más en mí mismo. Mamá no dejaba de intentarlo, pero no había nada que pudiera levantarme el ánimo, nada que hiciera volver a la vida al niño feliz de tiempos pasados. Ese niño había muerto. Y, en su lugar, había surgido un infeliz de grandes ojos, siempre silencioso, y en continua tensión, con los nervios a flor de piel".
"—Inténtalo —me dijo.
Apreté los puños y refunfuñé algo, con lo que quería significar que yo no era lo bastante bueno como para presentarme.
—Eso es una tontería —replicó—. Tú no tienes por qué ser un genio, pero al menos inténtalo".
"Sabía que ya no era un niño, pero tampoco un adulto. Estaba a medio camino entre la feliz ignorancia de la niñez y el despertar de los dolores y frustraciones de la adolescencia".
"¿Qué es lo que era yo?, me preguntaba. ¿Acaso una broma pesada de Dios? Mi vida parecía no tener rumbo fijo ni valor. Estaba prisionero, tras unos muros que se habían cerrado sobre mí cuando me convertí en adulto.
Deseaba ardientemente ser libre; quería, con todas mis fuerzas, romper mis ligaduras y escapar".
"Recordaba Lourdes y a las personas que conocí junto a la gruta, y nuevamente intenté ser como ellos: pacientes, alegres, resignados con el sufrimiento, sabedores de la recompensa que les esperaba en la otra vida… Pero no me sirvió de nada. Estaba bastante apegado a lo puramente humano".
"—¿Qué te propones?
—Oh, me olvidé de decírtelo —respondió mi madre, con mucha tranquilidad, mientras ponía la mesa para la cena—. Voy a construir una casa para Christy en la parte de atrás del jardín.
—Dios mío —repuso papá, mirándola fijamente—. ¿Quieres que nos desahucien? ¿No te das cuenta de lo que estás haciendo? Las autoridades podrían…
—Sí, sí, ya lo sé —dijo mamá, con mucha calma—. Pero ahora tómate la cena, como un buen chico, o se te enfriará.
—Solo lo harás, pasando por encima de mi cadáver —replicó mi padre, con la boca repleta de estofado.
—Primero, te enterraría, por supuesto —dijo mamá, con su imperturbable tranquilidad".
"Desde allí pude ver a mamá, rodilla en tierra, con un cubo lleno de cemento a un lado y una vasija con agua al otro. Con la mano derecha empuñaba una paleta. ¡Se la veía muy satisfecha, contemplando la hilera de bloques que acababa de levantar!
Aquella noche, tras servir la cena, se fue con toda tranquilidad a proseguir con su trabajo. Minutos después, papá, que había salido al patio a buscar no sé qué, la vio. Al principio se quedó parado, luego, poco a poco, se acercó a la pared en construcción. Y la tocó con el pie.
—¿Qué es esto? —preguntó—. ¿Qué te crees que estás haciendo?
Mamá alzó la vista.
—Estoy construyendo la casa de Chris —respondió, mientras agarraba otro bloque".
"En ese momento se acercaron mis hermanos albañiles. Mi padre se volvió hacia ellos, y les dijo:
—Mirad, chicos, vuestra madre está intentando hacer nuestro trabajo.
—Está horrible —dijo Paddy, moviendo la cabeza, con desaprobación, tras contemplar la hilera de bloques—. Ni siquiera los has puesto al mismo nivel, mamá.
—Las mujeres —añadió Peter— siempre están tratando de ser como los hombres. Vete a tu cocina, mamá.
—Pues, bueno, si es un trabajo de hombres, continuadlo vosotros —fue su contestación.
Después se puso en pie y se limpió las manos en el delantal. A continuación dio media vuelta y se marchó, pero al pasar cerca de mí me lanzó una sonrisa.
Los cinco albañiles se miraron unos a otros.
—¡Venga! —dijo papá, en cuanto ella se hubo metido en casa—. ¡Vamos a empezar!".
"De esta forma se construyó mi casa del jardín. La obra tuvo que superar muchas vicisitudes, y por momentos daba la impresión de no acabarse nunca.
La principal causa de los retrasos era la falta de dinero. Las veinte libras de mamá se acabaron enseguida, y hubo que paralizar la tarea.
Un día, mi padre me preguntó qué me parecían aquellas cuatro paredes y sus cimientos.
—Es como si fuera una sinfonía incompleta —le contesté".
"—¿Estás asustado? —me preguntó, señalando a una diminuta estatua de metal que estaba sobre la repisa de la chimenea.
Yo me limité a sacudir la cabeza.
—¿Sabes? —continuó sin dejar de mirarme—. Estás asustado, pero eres demasiado testarudo para reconocerlo. Eso está bien".
"—No hay nada que tú no puedas conseguir, Christy —me dijo, poniéndome la mano en el hombro—. Y recuerda que yo estoy aquí para ayudarte".
"—¿Qué quieres que te escriba? —me preguntó Eamonn espontáneamente y con la pluma en la mano.
Yo estaba mirando por la ventana las ramas de los árboles, que ondeaban bajo un luminoso cielo de primavera, y tras pensar un poco, me volví hacia mi hermanito, que me aguardaba impaciente.
—Mi biografía —respondí.
Mi pobre hermano dejó caer la pluma sobre la mesa, con gran estruendo.
—¿Tu… qué?".
"—Hay dos reglas principales, que son indispensables para escribir cualquier historia. Primera, debes tener una historia que contar, y segunda, debes contarla de tal modo que el lector tenga la sensación de estar viviéndola. Ahora, déjame darte unas indicaciones concretas: siempre que puedas utiliza frases cortas mejor que largas. Ya que has pintado cuadros con el pincel, tienes que hacer algo parecido con la pluma. Empieza a practicar".
"—Todo esto está muy bien, pero habrá que usar el diccionario para leerlo.
Hubiera querido entonces arrojarle la mesa, pero él se limitó a sentarse, con las manos posadas plácidamente en las solapas. Yo estaba enfadado, pero sabía que había algo de verdad en lo que acababa de decir".
"—Christy, he estado pensando en tu porvenir. Tienes talento y originalidad. Pero tu problema es cómo desarrollarlos. ¿Hasta dónde puedes llegar?
—Creo que no muy lejos —contesté.
—Lo sé —repuso el doctor—. La educación es algo que no tiene precio; pero en tu caso es totalmente esencial".
"Una tarde, me sentía muy solo y bastante envidioso de Peter y Paddy, que habían salido con sus amigos. Estaba cansado de leer. Por un momento, me senté un tanto malhumorado y sin ganas de hacer nada. En ese momento, llegó Francis para hacer el dictado. Tomó la pluma y esperó. Yo quería expresar algo, pero ignoraba la forma de hacerlo. No dejaba de pensar, mas era imposible, las palabras no me salían. Y, como de costumbre, no dejaba de contemplar mis manos totalmente inútiles. Entonces, me acordé de mi pie izquierdo.
—Lárgate de aquí, Francis —grité.
Mi hermano me miró con expresión lastimera
—Vete —le dije—. ¡Largo!
Se levantó y se deslizó fuera de la habitación, como un conejo asustado. Inmediatamente me arrojé sobre la cama, me quité el zapato y el calcetín izquierdo con el otro pie, y, tras colocar un lápiz entre mis dedos, empecé a escribir.
Escribí sin pausa y sin prestar atención a todo lo que me rodeaba durante horas y horas. Me sentía otra persona. Ya no me consideraba un desgraciado.
Ni tampoco me sentía frustrado. Era una persona libre, podía pensar, vivir, crear… De repente, la puerta se abrió y entró el doctor Collis. Me detuve, tratando de ocultar el pie, e intenté sonreír diciendo algo así como que hacía mucho frío aquella noche. Él no pareció inmutarse, y se sentó junto a la chimenea, poniéndose a hablar de nuestros temas habituales de conversación.
Pasado un rato, abordó el asunto del libro.
—¡Así que has tenido que pedir ayuda a tu viejo amigo, el pie izquierdo! —me dijo.
Algo tímidamente le enseñé el pie.
—Me pregunto cuánto tiempo podrás utilizarlo. ¿Acaso no te basta con el dictado? Lo entiendo, no le diremos nada a Eirene Collis. Pero no vuelvas a usarlo, si no es imprescindible.
Me sentí mucho más tranquilo. Sea como fuere, volvía a ser el mismo. Y aunque no llegara a conocer las alegrías de un baile, al menos podría disfrutar de la magia de los creadores".
Christy Brown
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