"En la estación, los parientes avanzaban junto al tren humeante. A cada paso agitaban el brazo levantado y hacían señas.
Un joven estaba de pie tras la ventanilla del tren. El cristal le llegaba hasta debajo de los brazos. Sostenía un ramillete ajado de flores blancas a la altura del pecho. Tenía la cara rígida.
Una mujer joven salía de la estación con un niño de aspecto inexpresivo. La mujer tenía una joroba.
El tren iba a la guerra".
"Apagué el televisor.
Papá yacía en su ataúd en medio de la habitación".
"En todas las fotos quedaba congelado en medio de un gesto. En todas las fotos parecía no saber nada más. Pero papá siempre sabía más. Por eso todas las fotos eran falsas. Y todas esas fotos falsas, con todas esas caras falsas, habían enfriado la habitación".
"En Rusia me cortaron el pelo al rape. Era el castigo más leve, dijo.
Apenas podía caminar de hambre. De noche me metía a rastras en un campo de nabos. El guardián
tenía un fusil. Si me hubiera visto, me habría matado. Era un campo silencioso. El otoño tocaba a su fin, y las hojas de los nabos estaban negras y pegadas por la helada.
No volví a ver a mi madre".
"La abuela abre la puerta del cuarto de baño. Luego mira en dirección a la bañera. No ve al abuelo. El agua negra se derrama por el borde negro de la bañera. El abuelo ha de estar en la bañera, piensa la abuela, que cierra tras de sí la puerta del cuarto de baño.
El abuelo deja correr el agua sucia de la bañera".
"Un acceso de tos sacude la cabeza de mamá y le arranca saliva de la boca. El cuello se le arruga por el esfuerzo. Es corto y grueso. Alguna vez debió haber sido bello, antes de que yo existiera.
Desde que yo existo, los senos de mamá son fláccidos, desde que yo existo, mamá está enferma de las piernas, desde que yo existo, mamá tiene el vientre caído, desde que yo existo, mamá tiene hemorroides y las pasa negras y gime en el retrete.
Desde que yo existo, mamá habla de mi gratitud como hija y rompe a llorar y con las uñas de una mano se rasca las uñas de la otra. Tiene los dedos duros y agrietados".
"Cuando una abeja se te mete en la boca, te mueres. Te pica en el paladar, y el paladar se te hincha tanto que acaba asfixiándote, decía el abuelo".
"Temí que la muerte pudiera entrar en mí por esas rodillas abiertas, y al punto puse las palmas de mis manos sobre las heridas.
Y como aún estaba viva, llegó el odio".
"La noche no es un monstruo, en ella sólo hay viento y sueño".
Herta Müller
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