"¡Naturalmente no era más desgraciado de cuanto él mismo no fuera consciente! Julia Bride habría estado segura de ello… ¡si hubiera sufrido todo cuanto ella suponía que él había sufrido!".
"Algo en la visión de su antiguo padrastro todavía relativamente joven —con la confusión y el inmenso componente de rectificación, por no hablar del rango de contradicción que esta visión introducía en la imagen favorita de la señora Connery con respecto a su propio pasado agraviado— provocó una vez más, incluso en aquel momento, la aceleración de la claridad y la dureza de su juicio, aquello que hubiera podido expresar como una repugnancia retrospectiva que había crecido en ella en los últimos tiempos, el sentimiento de toda la locura, la vanidad y vulgaridad, la mentira, la maldad, la falsificación de toda una vida en interés de no se sabe qué miserable frivolidad ni qué absurdo precepto, en medio de los cuales había sido condenada, tan ignorante y lastimosamente, a vivir, a vagar, a caminar a tientas, a la deriva, desde los albores de su conciencia".
"—¡Vaya, has crecido de un modo tan encantador!… ¡Eres la muchacha más bonita que he visto en mi vida!
Por supuesto que la joven era la muchacha más bonita que había visto en su vida. Era la jovencita más hermosa de todas cuantas hubieran visto en su vida personas mucho más privilegiadas que él".
"Era bueno verle, escucharle y sentir su presencia, y aquellas sensaciones demolieron, de un golpe providencial, gran parte de las horribles inconveniencias del pasado que le adjudicaba; se aferró a él como su apoyo frecuente en tareas de socorro, como un remedio curativo, como redentor de alguna poción universal de sanación… preciado incluso al extremo del perjurio, si el perjurio fuera requerido".
"Entretanto, no había nadie que no sintiera deseos de provocarla para hacerle pagar hasta el último centavo el precio de su belleza".
"—¿Quién es, entonces, la persona en cuestión de la que usted…?
—Un ser adorable, Julia. La señora de David E. Drack. ¿Has oído hablar de ella? —inquirió casi en un susurro.
Nueva York era una ciudad muy grande, y ella no había tenido tal honor.
—¿Es viuda…?
—¡Oh, sí, ella no es…
Se contuvo a tiempo.
—… Sí, es una verdadera viuda.
Él le hablaba íntimamente, pero parecía que la miraba ahora, en el momento presente, con una dureza patética.
—Julia, tiene millones".
"No hubo más que un momento en el que una mirada del joven, de un brillo especial que ella nunca le había visto antes, le inspiró una ligera duda acerca de la actitud que tomaría; se sentía segura, no obstante, en armonía con la sensación de no haber incrementado los riesgos cuando, un momento después, él indicó de pronto:
—Parece dar por hecho que hemos sido culpables; que usted ha sido culpable de algo que nunca debió haber ocurrido, ¿no es cierto? ¿Acaso hicimos algo alguna vez en secreto, por debajo de la mesa, o de algún modo clandestino para no ser descubiertos? ¿Qué hicimos sino intercambiamos nuestras juveniles promesas con la mejor fe del mundo, públicamente, con regocijo, y con el pleno consentimiento de todas las personas allegadas a nosotros? Me refiero, por supuesto —dijo él con su grave y amable sonrisa—, hasta que se produjo nuestra completa ruptura, cuando entendimos que, en la práctica, financieramente, y dada la dureza del mundo y de la vida, no podríamos lograr nada juntos".
"—Yo cuidaré de usted.
(...)
—¿Mentirá por mí como un caballero?
—¡En la medida de lo posible hasta que mi rostro se torne
negro!".
Henry James
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