Un señor muy viejo con unas alas enormes:
"El mundo estaba triste desde el martes".
"Una mañana, Elisenda estaba cortando rebanadas de cebolla para el almuerzo, cuando un viento que parecía de alta mar se metió en la cocina. Entonces se asomó a la ventana, y sorprendió al ángel en las primeras tentativas de vuelo. Eran tan torpes, que abrió con las uñas un surco de arado en las hortalizas y estuvo a punto de desbaratar el cobertizo con aquellos aletazos indignos que resbalaban en la luz y no encontraban asidero en el aire.
Pero logró ganar altura. Elisenda exhaló un suspiro de descanso, por ella y por él, cuando lo vio pasar por encima de las últimas casas, sustentándose de cualquier modo con un azaroso aleteo de buitre senil. Siguió viéndolo hasta cuando acabó de cortar la cebolla, y siguió viéndolo hasta cuando ya no era posible que lo pudiera ver, porque entonces ya no era un estorbo en su vida, sino un punto imaginario en el horizonte del mar".
El mar del tiempo perdido:
"Frente a ella, apacentando su hambre reposada, estaba el viejo Jacob, un hombre que la quería tanto y desde hacía tanto tiempo, que ya no podía concebir ningún sufrimiento que no tuviera origen en su mujer".
"—Quiero morirme con la seguridad que me pondrán bajo tierra, como a la gente decente —prosiguió ella—. Y la única manera de saberlo es yéndome a otra parte a rogar la caridad para que me entierren viva.
—No tienes que rogárselo a nadie -dijo con mucha calma el viejo Jacob—. Te llevaré yo mismo.
—Entonces nos vamos —dijo ella—, porque voy a morirme muy pronto".
"Al viejo Jacob no se le ocurrió nada más que pedirle un poco de tiempo para arreglar las cosas. Había oído decir que la gente no se muere cuando debe, sino cuando quiere, y estaba seriamente preocupado por la premonición de su mujer".
"Hizo una entrada tan sigilosa que la mujer se sobresaltó.
—Dios Santo —exclamó—, creí que era el arcángel Gabriel.
—Pues fíjese que no —dijo Tobías—. Soy yo, y vengo a contarle una cosa.
Ella se acomodó los lentes y volvió al trabajo.
—Ya sé que es —dijo.
—A que no —dijo Tobías.
—Que anoche sentiste un olor de rosas.
—¿Cómo lo supo? —preguntó Tobías, desolado.
—A mi edad —dijo la mujer— se tiene tanto tiempo para pensar, que uno termina por volverse adivino".
"Tobías durmió casi todo el día. Clotilde lo alcanzó en la siesta y pasaron la tarde retozando en la cama sin cerrar la puerta del patio. Hicieron primero como las lombrices, después como los conejos y por último como las tortugas, hasta que el mundo se puso triste y volvió a oscurecer".
"—Yo se lo dije, Jacob —exclamó don Máximo Gómez—. Aquí lo tenemos otra vez.
Estoy seguro que ahora lo sentiremos todas las noches.
—Ni Dios lo quiera —dijo el viejo Jacob—. Este olor es la única cosa en la vida que me ha llegado demasiado tarde".
"Ella no pudo oírlo. En aquel momento navegaba casi a flor de agua en un mediodía radiante del Golfo de Bengala. Había levantado la cabeza para ver a través del agua, como en una vidriera iluminada, un trasatlántico enorme. Pero no podía ver a su esposo, que en ese instante empezaba a oír de nuevo la ortofónica de Catarino, al otro lado del mundo.
—Date cuenta —dijo el viejo Jacob—. Hace apenas seis meses te creyeron loca, y ahora ellos mismos hacen fiesta con el olor que te causó la muerte".
"—Soy el hombre más rico de la Tierra —dijo—. Tengo tanto dinero que ya no encuentro dónde meterlo. Y como además tengo un corazón tan grande que ya no me cabe dentro del pecho, he tomado la determinación de recorrer el mundo resolviendo los problemas del género humano.
Era grande y colorado. Hablaba alto y sin pausas, y movía al mismo tiempo unas manos tibias y lánguidas que siempre parecían acabadas de afeitar. Habló durante un cuarto de hora, y descansó. Luego volvió a sacudir la campanilla y empezó a hablar de nuevo. A mitad del discurso, alguien agitó un sombrero entre la muchedumbre y lo interrumpió.
—Bueno, mister, no hable tanto y empiece a repartir la plata".
"—Se va a morir con esa vida que lleva —dijo el viejo Jacob.
—Tengo tanto dinero —dijo el señor Herbert—que no hay ninguna razón para que me muera".
Muerte constante más allá del amor:
"—Entra —le dijo.
Laura Fariña se quedó maravillada en la puerta de la habitación: miles de billetes de banco flotaban en el aire, aleteando como la mariposa. Pero el senador apagó el ventilador, y los billetes se quedaron sin aire, y se posaron sobre las cosas del cuarto.
—Ya ves —sonrió—, hasta la mierda vuela".
"—Eres una criatura —dijo.
—No crea —dijo ella—. Voy a cumplir 19 en abril.
El senador se interesó.
—Qué día.
—El once -dijo ella.
El senador se sintió mejor. «Somos Aries», dijo. Y agregó sonriendo:
—Es el signo de la soledad".
"—Nadie nos quiere -suspiró él".
"Ella se abandonó a la misericordia de su destino. El senador la acarició despacio, la buscó con la mano sin tocarla apenas, pero donde esperaba encontrarla tropezó con un estorbo de hierro. -¿Qué tienes ahí?
—Un candado —dijo ella.
—¡Qué disparate! —dijo el senador, furioso, y preguntó lo que sabía de sobra-: ¿Dónde está la llave?
Laura Fariña respiró aliviada.
—La tiene mi papá -contestó-. Me dijo que le dijera a usted que la mande a buscar con un propio y que le mande con él un compromiso escrito asegurando que le va a arreglar su situación".
"—Si quiere yo misma voy por la llave —dijo Laura Fariña.
El senador la retuvo.
—Olvídate de la llave —dijo— y duérmete un rato conmigo. Es bueno estar con alguien cuando uno está solo".
"Entonces ella lo acostó en su hombro con los ojos fijos en la rosa. El senador la abrazó por la cintura, escondió la cara en su axila de animal de monte y sucumbió al terror. Seis meses y once días después había de morir en esa misma posición, pervertido y repudiado por el escándalo público de Laura Fariña, y llorando de la rabia de morirse sin ella".
El último viaje del buque fantasma:
"Lo contramataron a golpes y lo dejaron tan mal torcido que entonces fue cuando él se dijo, babeando de rabia, ahora van a ver quién soy yo, pero se cuidó de no compartir con nadie su determinación sino que pasó el año entero con la idea fija, ahora van a ver quién soy yo".
La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada:
"Eréndira estaba bañando a la abuela cuando empezó el viento de su desgracia".
"Hizo una imitación tan real del canto de la lechuza, que los ojos de Eréndira sonrieron por primera vez.
—Es mi abuela —dijo.
—¿La lechuza?
—La ballena".
Gabriel García Márquez
No hay comentarios.:
Publicar un comentario