martes, 9 de julio de 2024

Citas: Tapao: Muerte y misterio en el cañaveral - Mariano Cointte

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 "—Mierda. —Fue todo lo que atinó a decir Cacho cuando llegó al lado del joven.
Estévez, su subordinado inmediato, mano derecha y jefe de la brigada de emergencias, lo observó con una sonrisa sin diversión. Parecía comprender cuanto afectaba, profesionalmente, esa situación a Esquina.—Sí, la verdad que es una situación de mierda —dijo Estévez, reafirmando la sensación de Cacho. 
—Mierda, me olvidé el encendedor, ¿tenés fuego? —preguntó Cacho.
Estévez todavía no sabía si el «mierda» se refería al accidente o al encendedor, pero le prestó el suyo. Cacho encendió el cigarrillo y le dio una profunda calada".

"—Ingeniera García, Mantenimiento —dijo a modo de presentación.
Cacho, recién en ese momento se percató que era una señorita, y bastante agraciada en sus rasgos. El casco, la ropa de trabajo que usaba, la oscuridad y probablemente el cansancio generalizado que tenía, le habían dado las pistas incorrectas. Estrechó la mano de la mujer con firmeza, como muestra de respeto.
—Juan Esquina, Seguridad Industrial, pero todos me dicen Cacho.
No había ni atisbo de humor en la voz de Esquina, no era un intento de generar confianza, era solamente mostrar un hecho. La mujer lo midió de pies a cabeza con poco disimulo.
—Lo imaginaba más alto —acotó la mujer o, mejor dicho, se le escapó".

"—¿Vélez?, ¿se encuentra bien? —preguntó Cacho, poniéndole una mano en el hombro para reafirmarlo.
El enfermero lo miró con los ojos desorbitados.
—Le falta la cara —Fue todo lo que atinó a decir.
—Volcó y chocó con un árbol, suelen romperse la cara contra el parabrisas o el volante, ¿qué decís, Vélez? —repreguntó Esquina un poco afligido por la inusual reacción del enfermero.
—Cacho..., le falta la cara —repitió Vélez con la voz temblorosa y el rostro pálido".

"Continuó pedaleando entre el barro y pensando en su reciente encuentro. Algo no terminaba de cerrarle del tal Evaristo. Pero por más que insistió, no pudo deducirlo. En ese dilema se encontraba cuando notó que pedalear le costaba mucho más. Pensó que el barro debía estar más blando en esa zona, aunque a simple vista parecía casi igual que todo el trayecto realizado. Bajó la mirada y observó que la rueda delantera de la bicicleta se hundía mucho más en el camino lodoso, como si tuviera demasiado peso encima. Sofía sintió un escalofrío de atávica comprensión, siguió bajando la mirada hasta detrás de los pedales para ver la rueda trasera.
Dos pies, descalzos y pálidos, viajaban con ella en la parte trasera de la bicicleta.
—¡Ay, la puta madre! —gritó Sofía, y se arrojó de la bicicleta.
Antes de golpear el piso, ya había girado, desenfundado y con los ojos cerrados por el miedo y la aprehensión, disparó dos veces contra lo que fuera que estaba ahí".

"De repente notó una claridad más adelante, no es que hubiera luz precisamente, sino que la oscuridad parecía retroceder y dejar claro oscuros entre su eternidad. A lo lejos divisó los árboles al costado del camino, suspiró con alivio y bastante de desesperación. Ya no estaría en ese averno por el que había transitado, lejos de aquella..., cosa.
—Ya llego, ya llego, un poco más —murmuró, para darse un poco de ánimo.
—Ya llegamos. Sí —dijo una voz helada de mujer sobre su cabeza".

"Hipólito, Polo —para los amigos—, se dirigió al mini bar de la oficina, destapó la botella de bourbon importado que siempre tenía a mano y se sirvió una medida doble, que después apuró de un solo trago.
—Le voy a aceptar una medida, señor Costa —dijo divertido el subcomisario tratando de congraciarse y mostrarse cómplice.
Hipólito ni se dignó a mirarlo, concentró la mirada en el fondo de su vaso ancho y vacío.
—¿No está trabajando, subcomisario? —preguntó el dueño, más por preguntar que por verdadero interés, le fastidiaba el sujeto.
—Bueno, sí. Pero una medida no es problema si estamos entre amigos ¿O no? —Respondió el descarado policía, pero al ver que Hipólito ponía mala cara acotó enseguida—. Además, no voy a manejar ningún vehículo.
Para eso están mis subalternos.
Hipólito no sabía si reírse o llorar. Por eso despreciaba a los nativos, no tenían decencia ni respeto por el trabajo ni por ellos mismos. Siempre arrastrándose para conseguir una ventaja de parte de sus mejores, por mísera que esta fuera. Decidió no contestarle y se sirvió otra medida doble, que lo acompañó mientras se sentaba en el sillón de caoba de respaldo alto, detrás de su escritorio. Tomó muy lentamente un sorbo sin dejar de clavarle los ojos al subcomisario, que al cabo de un momento se puso nervioso y buscó un cigarrillo para encender.
—¡Acá no se fuma! —gritó Hipólito, y pudo notar que la mujer policía ahogaba una risa cuando el subcomisario casi se traga el cigarrillo por el susto.
—Pero..., usted estaba fumando —llegó a balbucear el subcomisario González, antes de callarse por temor a la mirada asesina de Hipólito.
—¡Graciela! ¿Dónde mierda está Juan Esquina? —vociferó de nuevo el dueño, desesperado por hacer que esa gente saliera de su espacio privado.
—Si seguís gritando así te vas a quedar sin garganta ¿Cuántas veces te dije? —respondió Cacho mientras entraba por la amplia puerta del nada pequeño despacho del dueño".

"—Tuvimos otro muerto en el cañaveral. El tercero en tres meses.
—Y eso, ¿qué? —respondió Leonor, levantando una ceja con total desinterés. Bebió un sorbo largo de su vaso ancho.
—Era un tal Hugo Mamaní —dijo Hipólito, mirando fijamente a su madre—. ¿Te suena? —indagó, sabiendo que su madre sabía.
La Leona no se amilanó, sonrió con sorna.
—¿Y qué? —desafió—. Uno entre varios, no perdí nada.
—Los otros dos eran Jonathan Quispe y Mario Puca ¿También te suenan? —insistió Hipólito.
La Leona lo miró con diversión, pero cierta alarma también.
—A esos dos no me los comí, por si estás preguntando eso —dijo la mujer con toda tranquilidad.
A Hipólito se le revolvió el estómago de solo pensarlo, aunque ya estaba acostumbrado a esas respuestas.
—Pero sabés quienes eran ¿O no?
—Siempre supe".

"—Me muero —atinó a decir, parte súplica y parte asumiendo lo inevitable.
—¿Y querés morirte? —preguntó el Adversario.
Era realmente amable, a su manera. Armando pensó antes de responder.
—No lo sé ¿Qué hay después? —preguntó.
Y el ser incomprensible soltó una carcajada divertida, después se puso serio, pero manteniendo esa sonrisa tranquilizadora.
—Nada.
—¿Nada? —repreguntó con cierta decepción.
—Todo ¿Qué esperabas? ¿Fuego, torturas, dolor? —inquirió el Adversario, divertido—. Humanos —agregó con resignación.
Hizo una pausa dejando que esa revelación calara hondo en Armando y continuó.
—¿Querés morirte?
—No —la respuesta fue inmediata, era puro instinto de supervivencia.
—Me imagino que sabés que hay un precio para no morirte.
—Lo imaginaba ¿Querés mi alma? —ofreció Armando, ya rendido y dispuesto a lo que fuera.
El Adversario soltó otra carcajada, aún más divertida que la anterior, hasta parecía sincera. 
—¿Para qué quiero eso? —preguntó, desconcertando aún más a Armando. No se esperaba que el encuentro fuera así.
—No sé. Es lo que dicen mis libros.
—Ah..., esos libros —dijo con sorna el ser incomprensible—. Nunca visité a ninguno de sus autores. No me divertían".

"—Entonces, ¿cuál es el precio?
—Te lo diré cuando lo venga a cobrar —respondió con una sonrisa inhumana—. Hasta ese momento..., vive —agregó y su figura se deslizó hasta fundirse en la oscuridad de su habitación.
Armando quedó paralizado durante muchos minutos, no pudiendo asimilar todavía lo que pasó. Cuando pudo reaccionar, solo atinó a decir una cosa.
—Mierda".

"Cacho se percató que lo observaban e hizo una mueca resignada.
—¿Qué pasa, Armando? —indagó.
—Nada. Solo los devaneos de un viejo —respondió el profesor, y siguió rastreando con la Mirada.
—No me vengás con eso. Estás pensando en el Zorrito.
—Es inevitable —dijo el profesor y las lágrimas le resbalaron involuntariamente por las regordetas mejillas.
Cacho se detuvo un momento y aplicó la Mirada en Armando. De a poco, el profesor fue recuperando la compostura.
—De nada sirve torturarse.
—No sé cómo hacés para seguir adelante. Yo no pararía de llorar.
—Fácil —contestó Cacho, y muy bajo agregó—. Me quedé sin lágrimas para seguir llorando".

"—Quiero respuestas... —susurró Sofía apretando los dientes y acercándose al rostro del otro.
—¿Leyó Arthur Conan Doyle? ¿Sherlock Holmes para ser más precisos? —preguntó Cacho, ya más calmado, pero todavía sonriendo.
Sofía ya estaba más desorientada que nunca: ¿Quién era ese hombre?
—Sí, por supuesto. Una de las muchas razones para ser policía.
—Detective, en todo caso —corrigió Cacho.
Sofía ya no sabía si patearlo, estrangularlo con su propia lengua o tirarlo en alguna de las cocinas de campaña de los tenderetes.
—Esquina... —amenazó la policía, con un dedo índice admonitorio.
—Como decía..., en El Signo de los Cuatro, la segunda o tercera novela de Sherlock, ya no recuerdo, porque las leí hace muchos años. Ahí está la respuesta a su pregunta.
—¡Eso no me dice un carajo! —replicó la policía muy fastidiada, pero apenas le dijo el nombre del libro, supo a qué se refería Esquina y un escalofrío involuntario le recorrió la columna.
—Sí, si lo hace —contestó Esquina con seguridad.
Luego le hizo un pícaro guiño con el ojo izquierdo, se dio media vuelta y se alejó tranquilamente atravesando la Feria.
—Por cierto, esta noche seguro nos veremos en el baile. También irá tu amiga Laura —acotó Cacho, sin darse vuelta.
Sofía quedó sin aire, mirándolo alejarse. No quería creer que se refería una de las frases más famosas de Sherlock Holmes: Cuando has eliminado lo imposible, lo que queda, por improbable que sea, ¿debe ser la verdad?".

"—¿Mejor? —inquirió Cacho, mirándola con comprensión.
—No debería haber usado este vestido —contestó Laura—, tampoco estas sandalias. No son precisamente para caminar por terreno desnivelado —acotó con un dejo de humor.
—Tal vez —respondió Cacho, y dudó antes de continuar—, pero la noche no sería la misma sin su estrella más hermosa.
En ese momento Laura casi se rompe un tobillo por lo sorpresivo de la respuesta. Lo miró estupefacta, pero él ya no la miraba, sino que la tomó suave pero firmemente por la cintura con el brazo derecho y con el izquierdo se convirtió en el ariete humano que abría el camino entre esa muchedumbre de mediocridad".

"Cacho ya estaba a unos pasos, así que el enfermero le hizo lugar para que se sentara con ellos en la banqueta.
—¿Alguna novedad? —preguntó Cacho al tiempo que se sentaba a horcajadas, mirando hacia los dos hombres mayores.
Goyo Vélez no entendió la pregunta, pero Armando sí.
—Ninguna. Todo bajo control —contestó el profesor, para mayor desconcierto del enfermero.
—¿Puedo saber de qué están hablando? —preguntó el enfermero.
Los otros dos se miraron un segundo, antes de contestar algo, cosa que incomodó aún más a Vélez.
—Gregorio, te lo vamos a explicar porque ya nos ayudaste bastante y sin pedir muchas explicaciones. Además, corrés peligro por el solo hecho de acompañarnos —comenzó Cacho.
Luego Armando explicó durante más de una hora la situación, resumida. El enfermero Vélez al principio pensó que estaban bromeando, pero una muestra sencilla de la Mirada terminó por espantarlo y convencerlo. Se arrepintió de haber pedido explicaciones, su hermoso mundo acababa de derrumbarse, tal vez para siempre".

"—¿Qué pasó en la pista exactamente? Estaba demasiado lejos y había demasiada gente en el medio para ver algo. De un momento para otro, todo el mundo corría para todas partes, huyendo despavoridos.
—No sabría explicarle —respondió el enfermero.
—¿Qué es eso que gritaba la gente? ¿Pata i’cabra? ¿Supay? —continuó indagando Laura.
—Nada, una superstición local —contestó Vélez, nervioso—. A veces la gente cree cosas increíbles y se asusta fácilmente por estos lares — agregó, pero a Laura no terminó de convencerla.
En lo poco que conocía al enfermero, pero por las veces que lo vio en acción, sabía que era un profesional experimentado. Pero ahora le temblaban un poco las manos y transpiraba a raudales. La ingeniera solo lo vio reaccionar así, una vez, cuando entró a la cabina del camión, el día del accidente".

"—Buenas noches —dijo Cacho, y todos devolvieron en murmullos el saludo—. Como ya varios sabrán, ocurrió un episodio de pánico en el complejo, hay muchos heridos.
Los murmullos aumentaron de intensidad.
—¿Es cierto que apareció el Pata i’cabra? —preguntó uno.
Todos callaron expectantes a la respuesta.
—Repito. Lo único que sabemos con certeza es que hay muchos heridos. Ya están atendiendo a los que quedaron en el complejo. Pero muchos otros deben estar por las calles o en sus casas. Por eso nos vamos a dividir en equipos y recorrer el pueblo tratando de auxiliar a quien lo necesite —explicó Cacho, tratando de hablar por encima del miedo de esos hombres curtidos, que ahora estaban asustados como niños con un cuento de viejas.
—¿Y si aparece de nuevo? —preguntó otro, con visible angustia.
El de la pregunta era un hombretón de al menos un metro noventa y ciento veinte kilos. Lo siguieron más murmullos de aprobación por la pregunta.
—¡Manga de maricones! —estalló Estévez con su característico don de gentes, o carencia del mismo— ¡No existe el «pata i’cabra»! ¡Brutos supersticiosos de mierda!".

"Los poetas y lugareños suelen decir que algunas noches se puede observar desde lejos el brillo de los tesoros escondidos en esos lugares inaccesibles.
También se dice que cuando subes la montaña en búsqueda del tesoro, llegando a la cima, una niebla te rodea y te pierdes hasta volverte loco, porque los tapaos no son para los que los buscan, sino para los que los encuentran".

"Los cinco se quedaron callados durante un lapso prolongado de tiempo, dejaban que la calma volviera poco a poco a su vida. Goyo sirvió una ronda más de café, limpió los ceniceros y se sentó. De los cinco, era el que estaba más entero, así que con ese don de gentes tan especial —que lo hacía tan buen enfermero—, decidió cambiar el eje de la conversación.
—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó, dando un ligero sorbo a su pocillo de café.
Cacho pareció resurgir del abismo profundo en el que se encontraba, en su mirada había nuevamente ese fuego frío e inescrutable tan característico.
—Ahora vamos a cazar un Familiar —contestó, con una media sonrisa que no tenía nada de divertida".





Mariano Cointte

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