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"A los veintidós años, en primavera, Sumire se enamoró por primera vez. Fue un amor violento como un tornado que barre en línea recta una vasta llanura. Un amor que lo derribó todo a su paso, que lo succionó todo hacia el cielo en su torbellino, que lo descuartizó todo en un arranque de locura, que lo machacó todo por completo. Y, sin que su furia amainara un ápice, barrió el océano, arrasó sin misericordia las ruinas de Angkor Vat, calcinó con su fuego las selvas de la India repletas de manadas de desafortunados tigres y, convertido en tempestad de arena del desierto persa, sepultó alguna exótica ciudad amurallada. Fue un amor glorioso, monumental. La persona de quien Sumire se enamoró era diecisiete años mayor que ella, estaba casada. Y debo añadir que era una mujer. Aquí empezó todo y aquí acabó (casi) todo"
"En aquella época, Sumire luchaba literalmente con uñas y dientes para convertirse en escritora profesional. Por infinitas que sean las opciones que puedan tomarse en esta vida, para ella no había otra que la de ser novelista. Su decisión era firme como una roca eterna, innegociable. Entre su vida y sus creencias literarias no se abría una grieta donde cupiera un cabello".
"Sus compañeros de estudio eran en su mayoría unas medianías (a decir verdad, yo era una de ellas), seres aburridos, mediocres sin remedio. Ésa fue la razón de que, antes de pasar a tercero, Sumire cursara la solicitud para abandonar los estudios y se perdiera lejos de la universidad.
Había llegado a la conclusión de que era una pérdida de tiempo. También yo lo creo así. Pero, si se me permite formular una anodina teoría general, en nuestra vida imperfecta las cosas inútiles son, en cierta medida, necesarias. Si de la imperfecta vida humana desaparecieran todas las cosas inútiles, la vida dejaría de ser, incluso, imperfecta".
"Sumire me citó el párrafo.
«El hombre, al menos una vez en la vida, debe perderse en un erial y experimentar una soledad absoluta, sana, un poco aburrida incluso. Y así descubrirá que depende completamente de sí mismo y conocerá sus capacidades potenciales».
—¿No te parece fantástico? —me dijo—. Todos los días plantado en lo alto de una montaña mirando trescientos sesenta grados a tu alrededor, hasta donde alcanza la vista, vigilando que desde ninguna montaña se alce una humareda negra. Y ése es todo tu trabajo. Aparte, puedes leer cuanto quieras, escribir novelas. Al llegar la noche, grandes osos peludos merodean por fuera de la cabaña. Ése es, exactamente, el tipo de vida que yo quiero llevar. Comparado con eso, el Departamento de Arte de la universidad es una porquería.
—El problema es que todo el mundo debe bajar algún día de la montaña — aventuré yo. Pero a ella, como de costumbre, no le emocionaron mis opiniones realistas y vulgares".
"A Sumire no se la podía calificar de belleza en el sentido convencional del término. Tenía las mejillas hundidas y la boca un poco demasiado larga. La nariz era pequeña, ligeramente respingona. Era muy expresiva y le gustaba el humor, pero raras veces se reía a carcajadas. Era bajita y hablaba en tono agresivo incluso estando contenta. Un lápiz de labios o un delineador de cejas no creo que los hubiera utilizado en toda su vida. Que hubiese tallas de sujetador dudo que lo supiera a ciencia cierta.
A pesar de ello, Sumire poseía algo especial que cautivaba a los demás. Soy incapaz de explicar con palabras en qué consistía. Pero, al mirar sus pupilas, siempre podías verlo allí reflejado".
"Habría sido mejor que lo hubiese advertido de buen principio, claro está, y es que yo estaba enamorado de Sumire. Desde la primera vez que intercambiamos unas palabras me sentí fuertemente atraído hacia ella y, poco a poco, esa atracción fue mudando hacia un sentimiento sin retorno".
"Mientras pegaba mi cuerpo al de esas chicas, pensaba a menudo en Sumire. Porque, en algún rincón de mi mente, su imagen siempre estaba más o menos presente. Incluso soñaba que, en realidad, era a ella a quien tenía entre mis brazos".
"A partir de aquel momento, y en su fuero interno, Sumire empezó a llamar a Myû «Sputnik, mi amor». Sumire amaba la resonancia de esa palabra. Le traía a la memoria la perra Laika. El satélite artificial atravesando en silencio la oscuridad del espacio. Las dos negras y brillantes pupilas de la perra atisbando por el pequeño ojo de buey. ¿Qué debía de mirar en aquella soledad infinita del cosmos?".
"—La verdad, ¿sabes?, es que no entiendo muy bien eso del deseo sexual —me había confesado Sumire en una ocasión poniendo una cara terriblemente reconcentrada. (Creo que fue poco antes de que abandonara la escuela. Se había bebido cinco daikiris de plátano y estaba muy borracha)—. ¿En qué consiste? ¿Tú qué piensas?
—El deseo sexual no es algo que pueda entenderse. —Como de costumbre, le di una opinión sensata—. Es algo que simplemente existe".
"Sumire y yo nos parecíamos mucho. Ambos devorábamos libros con la misma naturalidad que respirábamos. Cuando teníamos un momento libre, nos sentábamos en un lugar tranquilo y volvíamos interminablemente una página tras otra. Novelas japonesas, novelas extranjeras, obras nuevas, clásicos, libros de vanguardia, best sellers, leíamos cualquier cosa que nos provocara excitación intelectual. Éramos asiduos de las bibliotecas y podíamos pasarnos todo el día entretenidos husmeando por las librerías de viejo de Kanda. No había conocido a nadie, aparte de mí mismo, que leyera con tanta pasión, con tanta profundidad y diversidad, y creo que a Sumire le ocurría lo mismo".
"—Quizá lo que tú necesites sea tiempo y experiencia. Eso es lo que me parece a mí.
—Tiempo y experiencia —repitió Sumire y alzó la vista hacia el cielo—. El tiempo pasa deprisa. Pero ¿y la experiencia? Ni me la menciones. No es que me enorgullezca de ello, pero no siento ningún deseo sexual. Y un escritor sin deseo sexual, ¿qué experiencias puede tener? ¡Si es como un cocinero sin apetito!
—Yo no sé adónde habrá ido a parar tu deseo sexual —le dije—. Quizás esté escondido en algún rincón. Quizás haya emprendido un largo viaje y se haya olvidado de regresar. Pero enamorarse, al fin y al cabo, no tiene ninguna lógica. A lo mejor, de repente, el deseo aparece de la nada y te atrapa. Mañana mismo.
Sumire apartó la mirada del cielo y la clavó en mi rostro.
—¿Como un tornado a través de la llanura?
—Si quieres llamarlo así".
"—¿Por qué debió de ponerme mi madre el nombre de una canción tan terrible? — preguntó Sumire haciendo una mueca.
Myû se colocó bien la servilleta sobre las rodillas, esbozó una sonrisa imparcial y clavó la mirada en el rostro de Sumire. Tenía las pupilas muy oscuras. En ellas se mezclaban diversos colores, pero eran nítidas y transparentes.
—Y la melodía, ¿te parece bonita?
—La melodía sí lo es.
—Entonces yo me conformaría con que la música sea hermosa. En este mundo, no todo puede ser correcto o bonito".
"Cuando vio al padre de Sumire, Myû se quedó sin habla durante unos instantes. Sumire pudo oír cómo aspiraba una bocanada de aire. Sonó como unas cortinas de terciopelo descorridas con suavidad para que la luz natural del sol de una mañana serena despierte a un ser bienamado. «Debería de haber traído un par de anteojos de ópera», pensó Sumire. Pero ella ya estaba acostumbrada a la teatral reacción de la gente —especialmente a la de las mujeres de mediana edad— ante el físico de su padre. «¿En qué consiste la belleza? ¿Qué valor debe de tener?», solía preguntarse Sumire con extrañeza. Pero nadie contestaba. Sólo se producía aquel indiscutible efecto".
"«Sí, estoy enamorada de ella», se convenció Sumire. Sin duda alguna (el hielo es, al fin y al cabo, frío, y la rosa es, al fin y al cabo, roja). Y este amor me conducirá a algún sitio. No puedo impedir que esta fuerte corriente me arrastre. Ya no tengo elección. Tal vez me lleve a un mundo especial que jamás he conocido. A un lugar lleno de peligros, quizá. Donde se esconda algo que me inflija una herida profunda, mortal. Tal vez pierda todo lo que poseo. Pero ya no puedo volver atrás. Sólo puedo abandonarme a la corriente que discurre ante mis ojos. Aunque me consuma entre las llamas, aunque desaparezca para siempre".
"—¿Estabas durmiendo? —preguntó Sumire, sondeándome.
—¡Mmm! —solté un pequeño gruñido. En un acto reflejo lancé una mirada al despertador, a la cabecera de la cama. Las agujas del reloj eran grandes, fluorescentes; inexplicablemente, no alcancé a ver la hora. La imagen que se proyectaba en mi retina y la zona de mi cerebro donde se procesaba la información estaban desconectadas. Como una anciana que no lograse enhebrar una aguja. Lo único que intuí fue que a mí alrededor todavía era noche cerrada, que debía de ser más o menos la hora que Scott Fitzgerald llamó «noche profunda del alma».
—Pronto amanecerá.
—¡Ah! —dije con lasitud.
—Cerca de casa hay un hombre que todavía cría gallos. Debe de tenerlos desde antes de la devolución de Okinawa. Enseguida cantarán. Tal vez antes de media hora. ¿Sabes? A decir verdad, ésta es la hora del día que más me gusta. El cielo negrísimo de la noche empieza a clarear por el este y los gallos cantan con todas sus fuerzas, como si se vengaran de algo. ¿Hay gallos cerca de tu casa? —Al otro extremo de la línea telefónica sacudí ligeramente la cabeza—. Te estoy llamando desde la cabina del parque.
—Ya —dije.
A unos doscientos metros de su apartamento había una cabina. Sumire no tenía teléfono en casa y siempre iba andando hasta allí para llamar. Era una cabina telefónica normal y corriente.
—Oye, me sabe muy mal llamar a estas horas. De verdad te lo digo. A estas horas, cuando aún no han cantado los gallos. A estas horas, cuando la pobrecita luna está flotando en un rincón del cielo de Oriente como un riñón desahuciado. Pero ¿sabes? Para llamarte he tenido que recorrer un camino negro como la boca de un lobo. Agarrando con mi pequeña mano la tarjeta telefónica que me dieron el día de la boda de mi prima. En ella aparecen los dos novios con las manos unidas. Tú ya sabes cómo me deprimen estas cosas, ¿verdad? Llevo el calcetín derecho diferente al calcetín izquierdo. Uno tiene un dibujo de Mickey Mouse, el otro es un calcetín de lana liso. Mi habitación está manga por hombro y no puedo encontrar nada. Mejor no decirlo en voz alta, pero mis bragas dan pena. Tanto que un ladrón de ropa interior pasaría de largo. Si unos gamberros me mataran, con esta pinta no creo que hallara la paz. Así que ya no te pido que me compadezcas, pero ¿no podrías decirme algo con pies y cabeza? Aparte de esas crueles interjecciones tipo «¡Ah!» o «¡Mmm!». No estaría mal una conjunción o algo por el estilo. Sí, eso es. Algún «pero» o un «sin embargo».
—No obstante —dije yo. Estaba agotado, sin fuerzas siquiera para soñar.
—«No obstante» —repitió ella—. De acuerdo. No deja de ser un progreso. Claro que no es más que un pasito.
—Por cierto, ¿querías algo?".
"—Oye —dijo Sumire. E hizo una sutil pausa. Igual que un anciano guardabarrera que cerrara un paso a nivel antes de la llegada del tren para San Petersburgo—. Te pareceré estúpida diciéndotelo así, pero la verdad es que me he enamorado.
—¡Hum! —Me pasé el auricular de la mano derecha a la izquierda. Me llegaba el ruido de la respiración de Sumire. No sabía qué decirle. Y, como suelo hacer cuando no sé qué decir, pronuncié las palabras más inapropiadas.
—¿No será de mí?
—No es de ti —contestó Sumire. Oí cómo encendía un cigarrillo con un mechero barato—. ¿Estás libre hoy? Me gustaría que nos viéramos y hablásemos.
—¿De que te has enamorado de alguien que no soy yo?
—Sí, de que me he enamorado apasionadamente".
"Pero es extraño ver una estatua de tu propio padre. Imagínate que levantan una a tu padre en la plaza de delante de la estación de Chigasaki. Te sentirías rara, ¿no? Mi padre era, en realidad, un hombre de baja estatura, pero, en la estatua, parecía un gigante imponente. Entonces lo pensé. Que, en este mundo, lo que ven nuestros ojos no tiene por qué ser verdad. Sólo tenía cinco años.
«Si a mi padre le levantaran una estatua, no me impresionaría tanto», se dijo Sumire. Porque en realidad su padre ya era demasiado guapo para ser una persona de carne y hueso".
"Myû alargó la mano derecha hacia el centro de la mesa.
—Dame la mano.
Cuando Sumire le ofreció su mano derecha, Myû la tomó como si la envolviera. Su palma era cálida y suave.
—No hay de qué preocuparse. Así que no pongas esa cara tan reconcentrada. Tú y yo nos llevaremos bien.
Sumire tragó saliva. Y las facciones de la cara se le relajaron. Cuando Myû la miraba de frente, tenía la sensación de ir empequeñeciéndose más y más. Quizás acabara desapareciendo como el hielo expuesto a la luz del sol".
"—A partir del lunes que viene ven tres veces por semana a mi despacho. Lunes, miércoles y viernes. Con que llegues a la oficina a las diez y regreses a casa a las cuatro es suficiente. Así evitarás las horas punta, ¿no? No puedo pagarte mucho, pero el trabajo en sí no es difícil y durante el tiempo libre puedes leer libros. Sólo que tendrás que tomar clases particulares de italiano dos veces por semana. Hablando español no te será muy difícil aprender el italiano, ¿verdad? Además, encuentra un hueco para hacer prácticas de inglés y de conducir, ¿podrás?
—Creo que sí —respondió Sumire. Pero sonó como si una persona desconocida. hablara en su lugar desde la habitación de al lado. «En estos momentos, me pidiera lo que me pidiese, me ordenara lo que me ordenase, le diría sin dudar que sí».
Sujetándole todavía la mano, Myû la miraba fijamente. Sumire pudo ver, nítida, su imagen reflejada en las negrísimas pupilas de Myû. Como si fuera su propia alma, absorbida hacia el otro lado del espejo. Por esa imagen, Sumire sintió amor y al mismo tiempo pánico".
"—Humm —dijo Sumire. Parecía estar reflexionando sobre mi pequeña aventura sexual. Tal vez consideraba la posibilidad de incluirla en su novela—. Después de todo, tú has tenido muchas experiencias, ¿verdad?
—No he tenido muchas experiencias —protesté con calma—. Me han pasado cosas por casualidad.
Ella le dio vueltas a la idea mientras se mordisqueaba las uñas.
—Pero, para estar alerta, ¿qué hay que hacer? No basta con pensar, llegado el momento: «¡Va! ¡Voy a estar alerta! ¡Voy a aguzar el oído!», para conseguirlo al instante, ¿no te parece? ¿No podrías decirme algo un poco más concreto? Ponme un ejemplo.
—Primero es preciso serenarse. Contando, por ejemplo.
—¿No hay otra manera?
—Pues también puedes pensar en un pepino dentro de la nevera en una tarde de verano. Por supuesto, es sólo un ejemplo.
—Espera un momento —atajó Sumire después de una pequeña pausa—. ¿Tú haces siempre el amor imaginándote un pepino dentro de la nevera una tarde de verano?
—No siempre.
—¿Pero sí a veces?
—A veces sí —reconocí.
Sumire hizo una mueca y sacudió varias veces la cabeza.
—Eres más raro de lo que pareces.
—Todos los seres humanos tenemos nuestras rarezas —repliqué yo".
"—La casa de Myû está muy cerca del restaurante. No es muy grande, pero es preciosa. Terraza soleada, plantas, un sofá italiano de piel, altavoces Bose, una colección de grabados, un Jaguar en el garaje. Allí vive solamente Myû. La casa que comparte con su marido está en Setagaya. Y los fines de semana regresa allí. Pero ella normalmente vive sola en el apartamento de Aoyama. ¿Y qué crees que me enseñó en el piso?
—Las sandalias de piel de serpiente preferidas de Mark Bolan guardadas en una urna de cristal. Una valiosa e inolvidable reliquia de la historia del rock and roll. No les falta una sola escama. En el arco figura su autógrafo. Irresistible para las fans.
Sumire hizo una mueca y suspiró.
—Si se inventara un coche que funcionase con bromas estúpidas, tú llegarías bastante lejos.
—Es que en este mundo también hay personas con las reservas de inteligencia agotadas —dije con humildad".
"—¿Cómo pudiste dejar el piano así por las buenas? —le preguntó con un titubeo Sumire—. Si no te apetece hablar de ello, no lo hagas. Es que me parece, no sé cómo decirlo, algo extraño. Hasta entonces habías sacrificado muchas cosas para ser pianista, ¿no es eso?
Myû dijo en voz baja:
—No es que hubiera sacrificado muchas cosas por el piano. Lo había sacrificado todo. Todas y cada una de las cosas consustanciales al crecimiento. El piano me había exigido que le ofreciera cada gota de mi sangre, cada pedazo de mi carne, y yo jamás le había dicho que no. Ni una sola vez".
"—No paro de pensar en el tabaco. No logro conciliar el sueño y, cuando consigo dormirme, tengo unas pesadillas horribles. Voy estreñida. Ni puedo leer ni soy capaz de escribir una sola línea.
—Eso le sucede a todo el mundo al dejar de fumar. Es temporal. Pasa antes o después —dije.
—Es muy fácil hablar cuando se trata de los demás —replicó Sumire—. ¿Verdad que tú no has fumado en toda tu vida?
—Si no se pudiera hablar respecto a lo que atañe a los demás, el mundo sería un lugar deprimente y peligroso. Piensa en lo que hizo Josif Stalin".
"—Quizá no pueda volver a escribir novelas. No hace mucho tiempo que pienso en ello con frecuencia. Que yo no soy más que una estúpida, una niña ingenua de las muchas que van por ahí mirándose el ombligo y persiguiendo sueños irrealizables. A lo mejor tendría que ir cerrando la tapa del piano y bajar del escenario. Antes de que sea demasiado tarde.
—¿Cerrar la tapa del piano?
—Es una metáfora".
"Sumire permaneció diez o quince segundos callada.
—¿No estarás consolándome, alentándome, o algo por el estilo?
—No te estoy consolando ni alentando. Es una realidad que habla por sí misma.
—¿Como el río Moldau?
—Como el río Moldau.
—Gracias —dijo Sumire.
—De nada —repuse yo.
—A veces puedes ser realmente dulce, ¿sabes? Como las navidades, las vacaciones de verano y un perrito recién nacido juntos".
"Me la imaginé colgando el auricular y saliendo de la cabina. Las agujas del reloj marcaban las tres y media de la madrugada. Fui a la cocina, me bebí un vaso de agua, volví a deslizarme entre las sábanas y cerré los ojos. Pero el sueño no acudió tan fácilmente. Al descorrer las cortinas apareció la luna, flotando blanca y taciturna en el cielo como un huérfano inteligente. Comprendí que no podría volver a dormirme.
Hice café, llevé una silla junto a la ventana, me senté y me comí unas cuantas galletas con queso. Y, leyendo, esperé a que llegara el amanecer".
"Quizá se deba a eso, pero desde la adolescencia me he habituado a trazar una frontera invisible entre mí mismo y los demás. Empecé a tomar una distancia perpetua ante el otro, fuera quien fuese, y a mantenerla mientras estudiaba su actitud.
Aprendí a no creerme todo lo que la gente dice. Mis únicas pasiones sin reservas han sido los libros y la música. Y, tal vez como lógica consecuencia de todo ello, me fui convirtiendo en una persona solitaria".
"Cada vez que nos veíamos nos pasábamos horas hablando. Por más que habláramos, jamás nos cansábamos. Los temas de conversación eran infinitos.
Hablábamos con mucha más confianza y entusiasmo que cualquiera de las parejas que había a nuestro alrededor. Sobre novelas, sobre el mundo, sobre el paisaje, sobre la lengua.
Siempre pensaba lo maravilloso que sería si fuésemos novios. Deseaba sentir el calor de su piel sobre la mía. Incluso soñaba con casarme con ella, con vivir a su lado. Sin embargo, no había ninguna duda al respecto: Sumire no abrigaba hacia mí ningún sentimiento romántico, y tampoco despertaba en ella el más mínimo deseo sexual. A veces, cuando me visitaba y se nos hacía tarde hablando, se quedaba a dormir. Pero en ello no había la menor insinuación. A las dos o tres de la madrugada bostezaba, se escurría entre las sábanas, hundía la cabeza en mi almohada y se quedaba dormida. Yo me acostaba en el futón extendido sobre el suelo, pero permanecía despierto hasta el amanecer, sin poder conciliar el sueño, presa de obsesiones, de dudas, de sentimientos de repugnancia hacia mí mismo y, a veces, de irreprimibles reacciones físicas".
"—Oye, ¿esto no te parece una especie de defección?
—¿Defección? —Durante unos instantes no la entendí.
—Traición. Abjurar de tu fe, de tus ideas.
—¿Por encontrar un trabajo, vestirte bien y dejar de escribir?
—Sí.
Sacudí la cabeza.
—Hasta ahora escribías porque lo deseabas. Si ya no te apetece, no tienes necesidad de hacerlo. No porque dejes de escribir va a incendiarse ninguna aldea. O a hundirse algún barco. O a alterarse el flujo y reflujo de las mareas. O la revolución va a retrasarse cinco años. A eso nadie puede llamarlo traición".
"—No acabo de entenderlo. ¿Y tú? ¿Tú estás dentro de una ficción?
—La mayoría de personas de este mundo se encuadran a sí mismas dentro de una ficción. Y yo también, claro. Piensa en la transmisión de un coche. Pues es como una transmisión que te conecta con la cruda realidad. Que regula la fuerza que viene del exterior a través del engranaje, hace que todo sea más fácil de aceptar. Y así protege tu cuerpo vulnerable".
"—Trabajando todos los días, lo quiera o no tendré que llevar una vida regular. Es posible que incluso deje de llamarte a las tres y media de la madrugada. Ésta es otra ventaja, ¿verdad?
—Una gran ventaja —repuse—. Claro que voy a sentirme un poco solo viviendo tú tan lejos.
—¿De verdad?
—Claro. Hasta el punto de que podría arrancarme mi inmaculado corazón y enseñártelo".
"—Oye —me dijo.
—¿Sí?
—Aunque sea una lesbiana estúpida, ¿seguirás siendo amigo mío?
—Aunque fueras una lesbiana estúpida, no me importaría. Mi vida sin ti sería como Los grandes éxitos de Bobby Darin sin Mackie Navaja.
Sumire me miró con los ojos entrecerrados.
—No acabo de entender la metáfora, pero lo que quieres decir es que te sentirías muy solo, ¿verdad?
—Sí, más o menos —dije".
"Sumire apoyó la cabeza en mi hombro. Llevaba el pelo recogido hacia atrás, sujeto por el pasador, y sus pequeñas y bonitas orejas quedaban al descubierto. Unas orejas preciosas, parecían recién hechas. Suaves y sensibles. Podía sentir su aliento sobre mi piel. Ella llevaba unos pantalones cortos de color rosa y una sobria camiseta azul marino descolorida. Por debajo de la camiseta se perfilaban sus pequeños pezones. Un ligero olor a sudor flotaba en el aire. A su sudor, al mío, o a una sutil mezcla de ambos. Me entraron ganas de abrazarla. Me asaltó un impulso irrefrenable de tumbarla contra el suelo. Pero sabía que era inútil. Desearlo no me llevaba a ningún sitio. Se me hizo difícil respirar, mi campo de visión se redujo violentamente.
El tiempo se detuvo y empezó a dar vueltas y más vueltas. Bajo mis pantalones, el deseo se volvió turgente y se endureció como una piedra. Me sentí confuso, turbado. Pero me sobrepuse. Me llené los pulmones de aire fresco, cerré los ojos y, sumido en aquella oscuridad incoherente, conté despacio. El impulso que había sentido era tan violento que incluso mis ojos se anegaron en lágrimas".
"—Tú también me gustas —dijo Sumire—. Más que nadie en el mundo.
—Después de Myû, claro.
—El caso de Myû es un poco distinto.
—¿Distinto? ¿De qué modo?
—Lo que siento hacia ella es diferente de lo que siento hacia ti. Es decir…, no sé, ¿cómo te lo explicaría?
—Nosotros, los vulgares estúpidos heterosexuales, tenemos una expresión bastante útil —dije—. En estos casos basta con decir sencillamente: «Me la pone dura»".
"»Pero hay una cosa que sí tengo clara. Y es que me gustaría que estuvieses conmigo. Tan lejos de ti me siento muy sola, aunque Myû esté conmigo. Y cuanto más lejos me fuera, más sola me sentiría, seguro. Me gustaría que pensaras lo mismo yo".
"»En los hoteles dormimos en habitaciones separadas. Myû es muy susceptible con respecto a eso. Sólo una vez, en Florencia, hubo un error en la reserva y dormimos las dos juntas en una habitación grande. Las camas eran individuales, estaban separadas, pero por el simple hecho de compartir habitación con ella el corazón se me hinchó de gozo. Vi cómo salía del baño envuelta en una toalla, cómo se cambiaba de ropa. Por supuesto, la miré de reojo mientras leía, haciendo como quien no ve. Myû tiene un tipo espléndido. No iba completamente desnuda, se cubría con una escueta ropa interior; tiene un cuerpo que levanta suspiros. Delgada, las nalgas prietas, una obra de artesanía. Me gustaría que la vieras —aunque resulte un poco raro por mi parte hablar así.
»Imaginé que aquel cuerpo fino y suave me abrazaba. Al encontrarme en la misma habitación que ella, dentro de la cama, pensando obscenidades, me vi arrastrada paulatinamente hacia el lugar equivocado. Quizá se debiese a la excitación, pero aquella noche se me adelantó la regla. ¡Qué mala suerte! ¡Hum! No creo que sirva de mucho contarte esto por carta, pero, en fin, ha sido una de las cosas que me han sucedido".
"Al acabar el partido de fútbol, me hundí en la butaca, dejé que mi mirada se perdiera en el techo mientras imaginaba a Sumire en la aldea francesa. ¿O había partido ya hacia algún rincón de las islas griegas? A lo mejor estaba tumbada en la arena contemplando las blancas nubes que flotaban en el cielo. En todo caso, estaba muy lejos de mí. Roma, Grecia, Tumbuctú, Aruanda, ¡qué más daba! Se encontraba muy lejos, lejísimos. Y, en el futuro, tal vez se alejara aún más. Mientras pensaba en ello me invadió la angustia. Me sentí como un insecto absurdo en una noche ventosa, adherido a un alto muro, sin razones, sin planes, sin creencias. Sumire decía que me echaba de menos. Pero a su lado estaba Myû. Yo no tenía a nadie. Yo… estaba solo.
Como siempre".
"Se oyó una voz por megafonía: «Se ruega a los pasajeros del vuelo 275 de Air France con destino a París que se dirijan a la puerta de embarque…». Dentro de aquel sueño incoherente —o, tal vez, en medio de aquella vigilia incierta— pensé en Sumire. Por mi cabeza discurrieron entrecortadamente, como en un documental antiguo, momentos y lugares que habíamos compartido. Sin embargo, inmerso en el bullicio del aeropuerto, con aquella multitud de pasajeros yendo y viniendo, el mundo que nos pertenecía a Sumire y a mí se veía miserable, impotente, falto de precisión. Nosotros no teníamos, ni ella ni yo, la inteligencia precisa, ni siquiera el talento que pudiera compensar esa carencia. No había ningún pilar que nos sustentara. Éramos casi dos ceros sin límites. Dos existencias insignificantes que iban de un estadio de la nada a otro estadio de la nada".
"—Oye —dijo Sumire—, ¿puedo abrazarte?
—¿Quieres abrazarme?
—Sí".
"»Y entonces lo comprendí. Habíamos sido unas magníficas compañeras de viaje, pero, en definitiva, no éramos más que dos solitarios pedazos de metal trazando su propia órbita cada una. Desde lejos parecían bellos como estrellas fugaces. En realidad, sólo éramos prisioneras sin destino encerradas cada una en su propia cápsula. Cuando las órbitas de los dos satélites se cruzaban casualmente, nos
encontrábamos. Quizá simpatizábamos. Pero sólo duraba un instante. Momentos después volvíamos a estar inmersas en la soledad más absoluta. Y algún día arderíamos y quedaríamos reducidas a nada".
"«¡Amo a Myû!». Si esta situación se prolonga, yo me iré perdiendo poco a poco. Todos los amaneceres y todos los atardeceres irán arrancándome un pedazo tras otro. Dentro de poco, mi existencia se habrá diluido en la corriente y yo me habré convertido en «nada»".
"Ella dice: «Yo no debo poner punto final a nada.
Son ellos quienes tienen cosas que liquidar, no yo»".
"Myû desistió, cerró el libro. Alzó la cabeza, contempló el cielo nocturno. No se veía ninguna estrella, debía de estar encapotado. La luna, en cuarto creciente, también estaba velada. Debido a la iluminación, su cara se reflejaba de un modo extrañamente nítido en el cristal encastado de la ventana. Myû permaneció largo tiempo inmóvil contemplando su rostro. «También esto acabará un momento u otro», se dijo a sí misma. «Anímate. Cuando haya pasado, seguro que será una historia divertida para contar. ¡Yo encerrada toda la noche en la noria de un parque de atracciones en Suiza!»
Pero ésta no será una historia divertida. La verdadera historia aún ha de empezar".
"Myû suspiró. Alzó la cabeza y sonrió.
—A mí, desde niña, me había gustado establecer mis propias normas, sin fijarme en lo que me rodeaba, y seguirlas. Era una niña independiente, concienzuda. Había nacido en Japón, iba a una escuela japonesa, había crecido jugando con amigos japoneses. Por eso me sentía completamente japonesa, pero, a pesar de ello, era de nacionalidad extranjera. Para mí, en sentido estricto, Japón era, al fin y al cabo, un país extranjero. Mis padres no eran del tipo que insiste machaconamente en las cosas, pero esto, sólo esto, sí me lo metieron en la cabeza desde pequeña: «Tú aquí eres extranjera». Y yo decidí que, para vivir en este mundo, debía hacerme fuerte".
"»A los diecisiete años perdí la virginidad y, desde entonces, me acosté con no pocos hombres. Salí con muchos chicos y, además, si se daba la ocasión, me acostaba con hombres a quienes apenas conocía.
Pero, amar a alguien…, amar a alguien de corazón, ni una sola vez. A decir verdad, no tenía tiempo. La idea de convertirme en una pianista de primera categoría ocupaba por entero mi alma, dar un rodeo o desviarme de mi camino ni siquiera se me había pasado por la cabeza.
“¿Qué me falta?”, cuando me di cuenta de ese vacío, ya era demasiado tarde".
"—Yo antes estaba viva, ahora todavía lo estoy, estoy realmente frente a ti, hablándote. Pero lo que hay aquí no es mi verdadero yo. Lo que ves no es más que una sombra de lo que alguna vez fui. Tú estás realmente viva. Pero yo no. Incluso las palabras que pronuncio ahora me suenan vacías como el eco".
"Después, aún me queda una duda. Si esta orilla en la que Myû está ahora no es el mundo de su imagen real original (es decir, si esta orilla era la orilla opuesta), ¿quién diablos soy yo, qué hago aquí compartiendo simultánea e íntimamente mi existencia con ella?".
"«Lo que importa no son las grandes ideas de los otros sino las pequeñas cosas que se te ocurren a ti», me dije en voz baja".
"Bañado por la pálida luz de la luna, mi cuerpo carecía de todo hálito de vida, igual que una figurilla de barro. Alguien se ha valido de un maleficio, como los que hacen los hechiceros de las islas de las Indias Occidentales, y ha insuflado mi vida transitoria a ese pedazo de barro. Aquí no existe la llama de la vida verdadera. La vida de mi auténtico yo se encuentra aletargada en alguna parte y una persona sin rostro la ha metido en una bolsa y está a punto de llevársela".
"Myû reflexionó unos instantes con los labios firmemente apretados. Luego dijo:
—¿No me odias?
—¿Porque Sumire haya desaparecido?
—Sí.
—¿Y por qué habría de odiarte?
—No lo sé. —En su voz se traslucía una especie de cansancio contenido durante largo tiempo—. Tengo la impresión de que no es sólo a Sumire a quien no volveré a ver. Que tampoco te veré a ti jamás. Por eso te lo pregunto.
—Claro que no te odio —respondí.
—Pero, en el futuro, vete a saber, ¿no es así?
—Yo no odio de ese modo a la gente".
"La figura de Myû, de pie en el pequeño puerto de aquella isla griega, con su vestido blanco ceñido y sujetándose de vez en cuando el sombrero para que no se lo llevara el viento, era tan efímera y adecuada que no parecía real.
Apoyado en cubierta, no pude apartar los ojos de ella. Por un instante, el tiempo se detuvo y esa imagen quedó impresa, con toda nitidez y para siempre, en las paredes de mi memoria".
"Pero yo sólo sentía una soledad profunda, indescriptible. Sin darme cuenta, el mundo que me rodeaba había perdido definitivamente sus colores".
"No había ninguna señal de vida. Los días eran todos terriblemente largos, la temperatura de la atmósfera era o tórrida o gélida. El vehículo que me había llevado hasta allí había desaparecido sin que yo me diera cuenta. No podía ir a ninguna otra parte. Lo único que podía hacer era ir sobreviviendo en aquel lugar valiéndome de mis propias fuerzas".
"Comprendí de nuevo lo importante, lo irreemplazable que era Sumire para mí. De una manera que sólo ella conocía lograba mantenerme ligado a este mundo. Cuando la veía y hablaba con ella, cuando leía sus textos, mi mente se expandía en silencio y era capaz de vislumbrar escenas que jamás había visto. Ella y yo podíamos unir nuestros corazones. Sumire y yo habíamos abierto nuestros corazones y nos los habíamos mostrado, el uno al otro, igual que una pareja joven se desnuda y se muestra sus cuerpos. Eso era algo que no había experimentado jamás en ningún otro lugar ni con ninguna otra persona y, para no malograr este sentimiento —aunque jamás lo habíamos formulado con palabras—, lo tratábamos con un cuidado exquisito".
"Al perder a Sumire, muchas cosas murieron en mi interior. De la misma forma que desaparecen muchas cosas de la playa cuando se retira la marea. Lo único que me ha quedado es un mundo deforme y vacío. Un mundo frío y tenebroso. Las cosas que surgieron entre Sumire y yo jamás podrán renacer en ese nuevo mundo. Soy consciente de ello.
En la vida de las personas hay una cosa especial que sólo puede tenerse en una época especial. Es como una pequeña llama. Las personas precavidas y con suerte la preservan con todo cuidado, la hacen crecer, la llevan como una antorcha que ilumine sus vidas. Pero, una vez se pierde, esa llama no puede volver a recuperarse jamás. Yo no sólo he perdido a Sumire. Junto con ella también he perdido esa preciada llama".
"«Hacemos cosas que no se pueden traducir en palabras», me diría tal vez Sumire. (Aunque, al fin y al cabo, ella me lo diría a mí con palabras)".
"Con todo, jamás volveré a ser el mismo. A partir de mañana seré una persona distinta. Pero nadie de los que me rodean se dará cuenta de que he vuelto a Japón transformado en otro. Porque exteriormente nada habrá cambiado. No obstante, algo dentro de mí ha quedado reducido a cenizas, ha desaparecido. Ha corrido la sangre.
Dentro de mí, alguien, algo, se irá. Con la mirada baja, sin una palabra. La puerta se abrirá, la puerta se cerrará. La luz se apagará. Para mí, tal como soy ahora, hoy es mi último día. Éste es mi último atardecer. Cuando amanezca, yo, tal como soy ahora, ya no estaré aquí. Una persona distinta habrá ocupado mi cuerpo".
"¿Por qué tenemos que quedarnos todos tan solos? Pensé. ¿Qué necesidad hay? Hay tantísimas personas en este mundo que esperan, todas y cada una de ellas, algo de los demás, y que, no obstante, se aíslan tanto las unas de las otras. ¿Para qué? ¿Se nutre acaso el planeta de la soledad de los seres humanos para seguir rotando?".
"Las estrellas visibles permanecían inmóviles, cada una en su lugar, como clavadas en el cielo. Cerré los ojos, agucé el oído y pensé en los descendientes del Sputnik que cruzaban el firmamento teniendo como único vínculo la gravedad de la tierra. Unos solitarios pedazos de metal en la negrura del espacio infinito que de repente se encontraban, se cruzaban y se separaban para siempre. Sin una palabra, sin una promesa".
"»…Por cierto, hay algo que me estoy preguntando desde hace rato. Luce usted un bronceado muy bonito. No tiene nada que ver con el asunto que nos ocupa, pero ¿ha ido usted a algún sitio durante las vacaciones de verano?
—No, a ningún lugar en especial —dije".
"—¿Qué sugiere que hagamos entonces?
—¿Qué le parece colgarlo por los pies del techo con una cuerda hasta que pida disculpas? —dije.
—No estaría mal. Pero, como usted sabe, si lo hiciéramos, nos despedirían. A usted y a mí".
"»Desde que murió mi perro, empecé a pasar mucho tiempo encerrado en mi habitación, leyendo. Y es que el mundo de los libros me parecía mucho más real que el mundo que me rodeaba. Allí se abrían paisajes que jamás había visto. Los libros y la música se convirtieron en mis mejores amigos. En la escuela también tenía algunos buenos amigos, pero jamás encontré a uno a quien pudiera hablarle con el corazón en la mano. Cada día, cuando nos veíamos, charlábamos, jugábamos al fútbol. Pero sólo eso. Cuando tenía problemas, no se los contaba a nadie. Pensaba por mi cuenta, sacaba mis propias conclusiones y actuaba solo. Pero no sentía la soledad. Creía que eso era lo normal. Que los seres humanos, al fin y al cabo, deben seguir su camino solos".
"«Ya ves, continuamos viviendo, cada uno a su manera, incluso ahora», pensé. Por profunda y fatal que sea la pérdida, por importante que sea lo que nos han arrancado de las manos, aunque nos hayamos convertido en alguien completamente distinto y sólo conservemos, de lo que antes éramos, una fina capa de piel, a pesar de todo, podemos continuar viviendo, así, en silencio. Podemos alargar la mano e ir tirando del hilo de los días que nos han destinado, ir dejándolos luego atrás. En forma de trabajo rutinario, el trabajo de todos los días…, haciendo, según cómo, una buena actuación. Al pensarlo, me sentí terriblemente vacío".
"Quizá todas las cosas ya estén perdidas de antemano secretamente en algún lugar remoto. Al menos existe un lugar tranquilo donde todas las cosas van fundiéndose, unas sobre otras, hasta conformar una única imagen. A medida que vamos viviendo no hacemos más que descubrir, una tras otra, como si tirásemos de un hilo muy fino, esas coincidencias. Cerré los ojos e intenté recordar el mayor número de cosas bellas perdidas. Intenté retenerlas en mi mano. Aunque sólo fuera un instante".
"—Voy a buscarte.
—Me encantará que lo hagas. Averiguo dónde estoy y te llamo otra vez. Además, me he quedado sin monedas. Espérame, ¿eh?
—Tenía muchas ganas de verte —dije.
—Yo también tenía muchas ganas de verte a ti —dijo Sumire—. Después de dejar de verte lo comprendí todo muy bien, a la perfección. Lo vi tan claro como si todos los planetas, de mutuo acuerdo, se hubiesen alineado uno junto al otro. Que te necesito de verdad. Que tú eres una parte de mí, que yo soy una parte de ti. Oye, creo que en algún lugar (no sé dónde, en alguna parte) he degollado algo. Con el cuchillo afilado y el corazón de piedra. Simbólicamente, como cuando hacían las puertas en China. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo?
—Creo que sí.
—Ven a buscarme".
Haruki Murakami
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