"Uno de sus admiradores, Beverly Tucker, que la había visto a menudo en escena, recordaba años después su presencia sobre el escenario: «Tenía una figura infantil, ojos grandes, muy abiertos y misteriosos; bajo su extraño sombrero, como los que se llevaban hace cien años, caía una cascada de pelo ondulado de negro color cuervo que inundaba la frente".
"El 26 de dicho mes ardió el teatro de Richmond, un antiguo edificio de madera. Setenta y dos hombres perdieron la vida, el duelo y la compasión se extendieron por la ciudad y la opinión pública habría visto con malos ojos que Mr. Allan llevara al niño al orfanato. En consecuencia, Edgar pudo quedarse, con gran satisfacción de la señora Allan, que no tenía hijos propios. Ahora era tratado como un miembro de la familia, y este cambio debió de agradar tanto al niño —que hasta entonces sólo había visto pobreza y grasientas posadas— que cubrió para siempre sus impresiones y recuerdos tristes y espantosos".
"Uno de sus mejores amigos era Robert Stanard, algo más joven que él y cuya madre, Jane Craig Stanard, extraordinariamente bella, produjo con su bondadosa y comprensiva naturaleza una impresión inextinguible en el joven Poe. Es difícil saber si esta tímida y callada adoración que él le profesaba debe ser llamada amor".
"Te vi el día de tu boda cuando un rubor ardiente mudó tu semblante…".
"Cuando por fin apareció el libro, en diciembre de 1829, Poe llevaba ya algunos meses viviendo en casa de su tía Maria Clemm, que en lo sucesivo y hasta el final de sus días cuidaría de él, adoptando desde entonces el papel de una verdadera madre en la difícil y siempre amenazada existencia del escritor".
"Seguramente Edgar también había expresado abiertamente su punto de vista al airado viejo y había asestado con ello un duro golpe en su amor propio al hombre más rico de Virginia, golpe que éste ya no estaba dispuesto a perdonar. Poe también lo había entendido así porque un año después le escribió: «Cuando me despedí de usted en el muelle, sabía que no le volvería a ver»".
"Los cadetes vivían en barracones, tres en cada habitación, en la que como único lujo había una estufa. Continuamente se producían vejatorios controles de habitaciones y taquillas. Era poco menos que imposible no infringir una de las 304 ordenanzas, de las que la número 173 decía: «Ningún cadete debe tener sin permiso novelas, poesía y otros libros que no correspondan al curso»".
"Otra importante consecuencia del premio fue que el miembro más destacado del jurado, John Pendelton Kennedy, fijó su atención en Poe. Kennedy no sólo era el más conocido y popular de los escritores, sino un miembro del Congreso y fiscal general; en suma, una de las personalidades más relevantes de la ciudad. Kennedy perdió a Poe de vista cierto tiempo después de conocerle, pero se acordó enseguida de él cuando supo que el joven escritor intentaba en vano conseguir un puesto de maestro en una escuela municipal. Inmediatamente le invitó a cenar a su casa y se sintió muy impresionado cuando recibió como respuesta la siguiente carta:
«Su amable invitación a cenar hoy me ha llegado al corazón. Por desgracia no puedo ir precisamente debido al lamentable aspecto de mi vestimenta. Puede imaginarse lo doloroso que es para mí hacerle esta aclaración, pero es necesaria. Si usted puede llevar su amistad hasta el extremo de prestarme veinte dólares, le iré a visitar mañana. De otro modo será imposible y tendré que conformarme con mi destino»".
"Pregunte a Virginia. Déjela decidir. Ella debe escribirme de su propia mano una carta de despedida, despedida para siempre; preferiría morir y mi corazón se rompe…, pero no diré nada. (Posdata para Virginia:) Mi querida, mi entrañable Sissy, mi querida mujercita, reflexiona bien antes de romperle el corazón a tu primo
Eddy…".
"Edgar recibió numerosos consejos bienintencionados como éste a lo largo de su vida, y naturalmente tampoco faltaron los buenos propósitos de su parte; incluso en ocasiones llegó a dejar la bebida durante un tiempo asombrosamente largo, hasta que una nueva desesperación conseguía vencerle. El mismo lo expresó claramante más tarde: «Mis enemigos atribuyen la locura a la bebida y no la bebida a la locura.» No se puede llamar borracho a un hombre que apenas aguantaba un vaso y al que el olor del alcohol le daba asco".
"Cuando se le hizo el reproche de que su preferencia por lo terrorífico e inquietante remitía a modelos alemanes, explicó:
«Esa acusación atestigua mal gusto y las bases sobre las que descansa evidentemente han sido investigadas con mucha imprecisión. Supongamos en primer lugar, por una vez, que esas piezas de fantasía sean alemanas o lo que se quiera. Habría que añadir que es el momento actual el que inclina a tal preferencia por lo alemán. Mañana no seré otra cosa que alemán, de la misma forma que ayer era todo lo contrario. Mis amigos podrían culpar con el mismo derecho a un astrónomo de que se ocupara demasiado de la astronomía, o a un escritor de ética que tratara prolijamente la moral. La verdad es que, con algunas excepciones, los eruditos no han podido encontrar en ninguna de esas historias los signos de ese tipo de seudohorror que calificamos de alemán porque nos hemos acostumbrado a identificar con esa extravagancia a algunos autores de segundo orden de la literatura alemana. Si en muchas de mis creaciones el tema principal es el miedo, yo afirmo que ese terror no viene de Alemania sino del alma, que yo he sacado ese terror de fuente legítima y lo he llevado después hasta su legítimo resultado»".
"El mismo Poe con sus historias del detective aficionado Dupin fundó la criminología como ciencia. También intentó profundizar en el conocimiento del alma de asesinos y delincuentes, porejemplo en El gato negro, en El corazón delator o en El demonio de la perversidad, narración en la que alguien que ha cometido un crimen perfecto no soporta que nadie sepa nada de esta estremecedora obra maestra y cae en la paradójica e imperiosa necesidad de hablar él mismo de aquello que de otra forma nadie habría sabido. Son verdaderos paseos por el infierno del miedo y de la locura, ofrecidos en una lengua de impecables frases sonoras, en una prosa de gran musicalidad, y precisamente por eso la mayoría de las veces difícil de traducir. Poe también se sumergió en estos abismos, y de tales tinieblas del alma y del espíritu extrajo la condición que él mismo ponía al artista: mantener siempre una actitud de crítica que controlase su actividad".
"Sin duda alguna, también aquí Poe era consciente del problema, aunque durante toda su vida esperara en vano una auténtica comprensión. Seis años más tarde escribiría al perplejo George Eveleth:
«Usted me pregunta: ¿Puede explicarme más o menos qué tremendo dolor ha sido el causante de que usted lleve esa vida tan deplorable y extraña? Sí, sí puedo, y puedo darle incluso más que una explicación. Ese dolor fue el más grande que persona alguna pudiera soportar. Hace seis años, a mi mujer, a la que quería más de lo que hombre alguno puede querer, se le reventó un vaso sanguíneo mientras cantaba. Su vida se dio por perdida, yo le dije adiós para siempre y pasé junto a ella todo el tiempo de su lucha con la muerte".
"Me volví loco y en medio de mi locura tuve momentos de una terrible clarividencia. Durante estos ataques de enajenación bebí; Dios sabecuánto y lo a menudo que lo hice. Y, entiéndame bien, mis enemigos atribuyeron la locura a la bebida y no la bebida a la locura".
"Pero la terrible e inacabable oscilación entre esperanza y desesperación no hubiera podido soportarla por más tiempo sin perder totalmente la razón. Así, acepto desde la muerte del ser que era mi vida un destino nuevo, pero, ¡oh Dios!, un destino atormentado".
"La desesperada carta de respuesta de Poe suena algo patética y quejumbrosa, pero una de sus frases se confirmó después con una diferencia de tiempo relativamente insignificante: «Sin el verdadero, delicado y puro amor de una mujer no llegaré a vivir ni un año»".
"Más tarde le escribí una carta en la que le abría totalmente mi corazón, y le confesaba que no podía seguir soportando esta lucha. ¡Cómo se rebelaba mi alma al escribir las palabras que pugnaban por salir, pero que yo nunca me había decidido a decirle, ni siquiera por amor a usted…!".
"Yo intenté reavivar su ánimo, que decaía rápidamente; por eso le dije que esperaba que en pocos días estaría de nuevo en compañía de sus amigos y que me alegraría mucho de poder contribuir de alguna manera a su bienestar y a su comodidad. Al oír estas palabras profirió un fuerte grito y me dijo con vehemencia que lo mejor que podía hacer por él su mejor amigo era meterle una bala en la cabeza, que preferiría desaparecer bajo tierra para no tener que seguir viendo su propia degradación".
Walter Lennig
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