"Queridísimo padre:
No hace mucho me preguntaste por qué afirmo tenerte miedo. Como de costumbre, no supe qué responderte, en parte precisamente a causa de ese miedo que te tengo y en parte porque para explicarlo necesitaría tener presentes más factores de los que soy capaz de manejar al mismo tiempo cuando hablo. Esta respuesta que intento darte ahora por escrito será igualmente muy incompleta, porque también a la hora de escribir me atenazan el miedo y sus consecuencias, y porque las dimensiones del asunto van mucho más allá de lo que mi memoria y mi entendimiento son capaces de abarcar".
"Sabes muy bien lo que se puede esperar de «la gratitud de los hijos»—, pero sí habrías agradecido al menos algún tipo de correspondencia por mi parte, algún signo de comprensión y solidaridad; sin embargo yo, lejos de eso, no he hecho otra cosa que escabullirme de ti y refugiarme en mi habitación, en los libros, en los tipos raros que tengo por amigos, en ideas extravagantes; nunca te he hablado con franqueza, nunca he ido al templo para estar contigo".
"Tu juicio sobre mi persona se puede resumir así: no me acusas de indecencia ni de maldad en sentido estricto (a excepción quizá de mis recientes proyectos de matrimonio), sino de indiferencia, distanciamiento, ingratitud. Y me lo reprochas como si fuera culpa mía, como si hubiera estado en mi mano cambiar todo eso de un golpe de timón y tú no tuvieras la menor culpa, a no ser la de haberte portado demasiado bien conmigo Así es como lo pintas habitualmente, y en todo ello solo estoy de acuerdo con una cosa: yo también creo que no tienes la culpa de nuestro distanciamiento".
"Hace poco, por ejemplo, me dijiste: «Siempre te he apreciado, por más que en apariencia no me haya comportado contigo como suelen hacerlo otros padres, precisamente porque no soy capaz de fingir como otros»".
"Me habría encantado tenerte por amigo, por jefe, por tío, por abuelo, e incluso por suegro (aunque de eso no estoy tan seguro). Pero precisamente como padre fuiste demasiado fuerte para mí, sobre todo si tenemos en cuenta que mis hermanos varones murieron de pequeños, y mis hermanas llegaron bastante tarde, de modo que tuve que parar yo sólo el primer golpe, pese a ser demasiado débil para ello".
"Has ejercido sobre mí la influencia que tenías que ejercer; sólo te pido que dejes de interpretar como una singular maldad por mi parte el hecho de que sucumbiera a ella".
"Sólo recuerdo de primera mano un suceso de los primeros años. Quizá también tú lo recuerdes. Una noche me dio por gimotear una y otra vez pidiendo agua, no porque tuviera sed, sin duda, sino para fastidiar y al mismo tiempo distraerme. Después de intentar sin éxito hacerme callar con graves amenazas, me sacaste de la cama, me llevaste a la galería, cerraste la puerta y me dejaste
un rato allí sólo en camisón. No pretendo decir que fuera un error, ya que quizá en aquel momento ésa era la única manera de obtener el necesario silencio nocturno, pero este episodio revela con toda claridad el carácter de tus métodos educativos y el efecto que estos producían en mí. Seguramente aquello me hizo más obediente, pero abrió una herida en mi interior. Debido a mi manera de ser, jamás pude comprender la relación entre mi absurdo empeño en pedir agua, que a mí me parecía perfectamente natural, y el hecho extraordinariamente terrible de que me sacaras de casa. Pasados algunos años todavía me atormentaba la idea de que aquel hombre enorme, mi padre, el detentador del poder absoluto, pudiera, sin apenas motivo alguno, aparecer en plena noche, arrancarme de la cama y sacarme a la galería, demostrando con ello lo poquísimo que yo le importaba".
"Nunca he podido comprender tu absoluta insensibilidad ante el dolor y la vergüenza que pudieran causarme tus palabras y tus opiniones; era como si desconocieras por completo el poder que tenías. Por supuesto que yo también te habré molestado con mis palabras muchas veces, pero siempre he sabido que lo hacía, y me dolía, pero no podía contenerme ni retener mis palabras, de las que me arrepentía en el mismo momento de pronunciarlas".
"Por suerte, también había excepciones a esa regla, especialmente cuando sufrías en silencio y el amor y la bondad derrotaban y envolvían con su fuerza y su inmediatez todo lo que se les oponía. Aunque no sucedía muy a menudo, era maravilloso. Por ejemplo cuando, hace tiempo, en los veranos calurosos, te veía en la tienda, cansado, dormir una pequeña siesta después de comer, con el codo apoyado en el pupitre, o cuando venías los domingos acalorado a reunirte con nosotros en la casa de campo; o la vez que, estando mamá muy enferma, te vi agarrarte a la librería, tembloroso por el llanto; o cuando, durante mi última enfermedad, viniste a verme a la habitación de Ottla, pero te quedaste callado en la puerta, estiraste el cuello para verme en la cama y, por consideración, te limitaste a saludarme con la mano. En esos momentos uno se tumbaba a llorar de alegría, como yo vuelvo a llorar ahora cuando escribo esto".
"Acerca de Ottla casi no me atrevo a escribir, porque sé que al hacerlo pongo en peligro todo el efecto que espero conseguir con esta carta. En circunstancias normales, es decir, no hallándose ella en peligro o en un trance singular, no sientes por Ottla otra cosa que odio; a mí mismo me has confesado que, en tu opinión, se dedica a causarte penas y disgustos por sistema, y que mientras tú sufres, ella está contenta y se ríe de ti. O sea, una especie de demonio".
"Eres una parte tan débil y ciega como nosotros".
"Mis escritos trataban sobre ti, lo único que hacía en ellos era llorar lo que no podía llorar en tu pecho".
"Según tú, de pequeño no hacía más que estudiar, y luego, de mayor, no he hecho más que escribir".
"Siempre estuve convencido —y tu gesto de desaprobación era la prueba palpable— de que cuanto más lejos llegara, peor acabaría".
"Así pues, ¿por qué no me he casado? Había algunos obstáculos, como los hay en todas partes, pero la vida consiste precisamente en superarlos. Sin embargo, el obstáculo esencial, por desgracia invariable en todos los casos, es el hecho de que por lo visto soy mentalmente incapaz de casarme".
"Casándome, tendría una familia, la meta más alta que a mi parecer puede alcanzarse, y por tanto también la más alta que tú has alcanzado; así que por fin estaría a tu altura, y todas las humillaciones y abusos antiguos y eternamente renovados pasarían inmediatamente a la historia. Sería fabuloso, desde luego, pero precisamente ahí está el problema: es demasiado, no se puede aspirar a tanto. Es como el preso que tiene no sólo la intención de evadirse, lo que quizá sería factible, sino también, y al mismo tiempo, la de transformar la cárcel en un palacete para sí mismo. Pero si huye no puede transformar la cárcel, y si transforma la cárcel no puede huir".
"Si me imagino tan hermosa esa igualdad de rango que se establecería entre nosotros —y que tú podrías entender mejor que ninguna otra—, es porque haría de mí un hijo libre, agradecido, digno, sin sentimiento de culpa, y de ti un padre aliviado, ya no un tirano, sino un hombre satisfecho y capaz de ponerse en mi lugar. Pero para eso habría que borrar todo lo sucedido entre nosotros, es decir, borrarnos a nosotros mismos".
"Puedo tener dudas, pero está claro que he de acabar echándome atrás. La imagen del pájaro en mano y los ciento volando no puede aplicarse directamente a mi caso. En la mano no tengo nada, todo está volando, y aun así me veo obligado a escoger la nada: así lo exigen las circunstancias de nuestro conflicto y mi angustia ante la vida".
"Reconozco que luchamos el uno contra el otro, pero hay dos maneras de luchar. Por un lado, la lucha caballeresca, en la que se miden las fuerzas de dos rivales independientes: cada uno se vale sólo de sí mismo, gana para sí mismo, pierde para sí mismo. Y luego está la lucha del insecto que, al mismo tiempo que pica, chupa la sangre para alimentarse".
"No niego que hay algo de razón en tus argumentos, que por otro lado contribuyen a caracterizar aún mejor nuestra relación. Por supuesto, en la realidad las cosas no encajan tan limpiamente como los razonamientos de mi carta; la vida es algo más que un simple rompecabezas. Pero con las matizaciones que se derivan de esta objeción, que no puedo ni quiero exponer con detalle, hemos llegado, a mi parecer, a algo tan cercano a la verdad, que puede tranquilizarnos un poco a los dos y hacernos más llevaderas la vida y la muerte".
Franz Kafka
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