"Se tendió en la cama, de bruces contra la almohada, y gimió. La dulzura, la delicadeza de su amiga de la infancia; y ahora en peligro de volverse inaccesible".
"Inclinó hacia atrás la silla y contempló el escritorio como quien contempla una vida".
"Estaba adorando un rastro —¡no un pañuelo, sino huellas dactilares!—, mientras languidecía por el desdén de su dama".
"«En mis sueños te beso el coño, tu dulce coño húmedo. En mis pensamientos te hago el amor sin parar todo el día»".
"Su excitación rayaba en dolorosa, y la agudizaba la presión de las contradicciones: ella era familiar como una hermana, exótica como una amante; la conocía desde siempre y no sabía nada sobre ella; era fea, era hermosa; era aguerrida —con qué soltura se protegía de su hermano— y veinte minutos antes había llorado; la estúpida carta le gustó, pero la había conquistado".
"Te esperaré. Vuelve".
"Enamorado de ella, deseoso de conservar la cordura por ella, estaba, por supuesto, prendado de sus palabras".
"—¿Sabes por qué quería que me salvaras?
—No.
—¿No es evidente?
—No, no lo es.
—Porque te quiero".
"Él contuvo el impulso de reírse. Era el objeto amoroso de una colegiala enamorada.
—¿Qué demonios quieres decir con eso?
—Quiero decir lo que todo el mundo cuando dice esto. Te quiero".
"Quería un padre y, por la misma razón, quería ser padre. Era bastante ordinario ver tanta muerte y querer un hijo. Habitual, y por lo tanto humano, y tanto más lo deseaba".
"Extrajo una enseñanza simple, una cosa obvia que siempre había sabido y que todos sabían: que una persona es, entre todo lo demás, una cosa material, que se rompe fácilmente pero que no es fácil recomponer".
Ian McEwan
No hay comentarios.:
Publicar un comentario