jueves, 30 de marzo de 2023

Citas: Lazos y arena, humo - Stephanie Martínez

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 "Para casi todos fue una muerte sorpresiva, nadie puede predecir que un autobús va a decapitar a una chica, mucho menos a ella, que nunca se dignaba en usar el transporte público; podría decirse que fue una muerte poética, pero nadie tendría el valor de decir que tanta sangre seria poético en algún sentido".


"Al tocar su brazo sus ojos se cruzaron y ella palideció como si viese fantasmas, la sangre comenzó a salir como si se abriese la herida una vez más, colocó una servilleta del bar y salió casi a trote, tal y como si escapara de un cuarto en llamas".

"–¿Cómo sabes que veo el futuro? ¿cómo sabes de ella, cómo…? –Las preguntas se agolpaban en su garganta, impaciente por entender lo que sucedía.
El veterinario la miró con un gesto amable, pero algo melancólico, casi podía sentirse la sombra de una pérdida en su rostro. Él la interrumpió antes de que continuara con su interrogatorio.
–Deja de preocuparte del cómo y comienza a pensar en el porqué".

"–Es uno de los pocos usos de mi naturaleza, déjame explicártelo: veo el pasado, de esta manera impresiono señoritas cuando las invito a comer.
–Dime, ¿acaso a ellas también las amenazas con un arma?
–Claro que no, tú eres un caso especial. –Él miró el arma y luego le guiño un ojo a Stephanie en tono de coquetería".

"–Dime, ¿cómo te llamas? –Su voz era apacible mientras siguió hablando–. Es extraño decirte jovencita siempre; yo soy Lenardo Uriel Icaro Gerard, todos me llaman Lui, veterinario pobre y conquistador mediocre. –Apartando el plato Lui la miro con una expresión paternal.
Esbozó una sonrisa amplia de esas que les lanzaba a sus conquistas, pero no le valió de nada, solo obtuvo como respuesta un suspiro.
–Stephanie…– Hizo una pausa y se levantó para ir a la parte trasera del lugar.
–Espera, ¿solo eso, y el apellido?
–Por ahora solo eso tendrás".

"–Eres un chico extraño. –Stephanie lo vio y sonrió enormemente al decirle las palabras con la voz más dulce que tenía.
–Sin duda lo soy. –Enrique guiño un ojo y volvió a mirar al cielo.
Mientras él miraba las estrellas ella se colocó más cerca y acarició su rostro, la piel tersa y el reflejo que provocaba la luna sobre sus pestañas la hacía desearlo, él la miró detenidamente sin decirle nada, poco a poco se acercó, los dedos de Enrique se deslizaron por su cintura para atraerla más hacia él, ella agacho un poco su cabeza para facilitarle un beso, pero él se detuvo unos segundos, ella simplemente no deseaba parar y lo besó. Él comenzó a ser más apasionado, sin duda sabia como hacerlo, todo su cuerpo se sincronizaba, sus dedos acariciaban su espalda bajo la blusa, el tacto de cada dedo la estremecía; sin parar de besarse ella introdujo débilmente su lengua y comenzaron a danzar hábilmente dentro, excitándolo más y más. Al terminar de besarse sus cuerpos se precipitaban más cerca, casi queriendo ser uno, sin decir nada ella miró al cielo y las vio: decenas de estrellas avanzaban dejando ver su destello fulgurante; Enrique las vio, pero se perdió en los ojos de Stephanie, recargó su cabeza en el hombro de ésta y suspiró".

"Stephanie no soportaba fingir estar cómoda un segundo más, sabía que esa situación no era para ella, sin duda pese a que él fuese a morir pronto, no merecía la carga que era ilusionarse con una relación normal; el simple latido de su corazón, sus suspiros e incluso sus besos eran demasiado buenos para ella, lo mejor era alejarlo. Colocó sus manos en los hombros de él y lo alejó, sin embargo y sin pensarlo dos veces él la sujetó y la atrajo hacia sí, dándole un beso aún más dulce que el anterior, no planeaba rendirse, hasta que ella lo abofeteó. Al notar que del labio de Enrique emanaba una delgada línea de sangre constante, ella supo que se había pasado de la raya, él sin embargo la miró preocupado y un tanto amoroso, como si un animal salvaje lo hubiera herido sin intención.
–Discúlpame si me propasé –su voz era tranquila, buscando que ella dejara de mirarlo incómoda.
–No fue por eso, joder –con un tono de reproche e incredulidad Stephanie desvió la mirada.
Stephanie sostenía su cabello agachando la cabeza y entrelazando los dedos por las leves ondas que se formaban a causa de la humedad nocturna.
La situación no podía confundirla más, siempre había sangre en la intimidad, pero casi en su totalidad había sido derramada por ella, nunca se habían comportado tan consternados.
Normalmente un hombre la lastimaría y le haría rogar por más, pero si ella era la que provocara una herida no habría disculpas, solo una reprimenda, un golpe seco que no le provocaba otra cosa más que desprecio hacia sí misma. Eso era lo que ella esperaba, pero este chico no la golpeó, incluso se disculpó, quizás habría preferido una paliza en lugar de esos tiernos ojos mirándola con compasión.
–¿Entonces por qué si no? Mira que si voy rápido…
Stephanie colocó su dedo índice sobre los labios de Enrique para callarlo, sus palabras avanzaban como una fría corriente de agua que la hacían perder el control y desear besarlo otra vez.
–¿Puedes callarte un segundo? –respiro hondo y prosiguió–. No, no vas rápido, en realidad vamos bastante lento para mi ritmo habitual.
–Pero, ¿es que acaso es normal para ti enamorarte de desconocidos?
–No me enamoro –sonrió de una forma casual, como cuando alguien dice algo irracional– eres una maldita ternura, me lio a los chicos, follamos y listo. –Secó la sangre del labio de él y se chupó el pulgar mientras él la miraba boquiabierto.
–¿Podrías intentar enamorarte de mí? –sus dulces palabras se perdían en la soledad de las vías, casi cual náufrago a la deriva, esperando la salvación".

"–Es hora de irme, nadie tiene lo que desea.
–Pero aún está precioso el cielo, quédate aún más. Anda, duerme aquí.
–Número uno, no quieres tener sexo; número dos, no duermo con nadie; y número tres, tú escondes algo y sinceramente no deseo saberlo".

"Mientras Stephanie caminaba por las calles podía escuchar su corazón latir como loco, cada paso era un grito en la oscuridad de la noche, un susurro por piedad, sus demonios habían permanecido dormidos por meses y de pronto los escuchaba; al sentirse vulnerable, abrió su corazón a los verdugos de sus actos. No se habría podido contener y le habría hecho daño, como casi lo hizo esa misma noche mostrándole su muerte… algunas personas llegaban a la locura y otras simplemente preferían terminar con la espera ellos mismos".

"–¿Qué pasa? –Le preguntó él quitando un mechón de pelo de su cara para verle bien los ojos.
–Nada, solo que ahora sé que nombre debe tener.
–¿El perro aún no tiene nombre?, ¿Qué clase de dueña eres?
–Lo encontré apenas ayer, ahora es mío y se llamara Ross.
–Curioso, ¿y se podría saber por qué?
–En realidad es gracias a ti.
–Pero yo no conozco a nadie llamado Ross.
–Cuando te toqué, vi este mismo lugar; el clima era tan hermoso y ustedes disfrutaban del mar, me recordó a una palabra gaélica, precisamente Ross.
–¿Sabes gaélico?
–Un poco, es una larga historia y por hoy estoy harta de recordar. Anda, vamos a jugar con Ross".

"–Dime Stephanie, ¿sales con Enrique? –Sus cejas se arquearon y una leve sonrisa apareció en su rostro tan pronto le preguntó a Stephanie.
–Vas directo al grano, ¿no?, él y yo solo pasamos el rato. –La expresión de Stephanie se volvió seca y algo molesta.
–Me horroriza escuchar eso, ¿acaso te gusta ser una chica fácil? –Los ojos de Dayana se abrieron y su expresión fue casi la de una madre molesta con su hija.
–Sin dudas sabes cómo ofender a alguien normal, pero para tu suerte no soy normal.
–Lo puedo notar, dado que ves cosas sobre mí, así que tengo el derecho a ser entrometida.
–Te concederé la razón y te contare por qué no me enrollo con nadie, ¿vale?
–Dime, te escucho. –Dayana apartó su plato y colocó los codos sobre el mantel para apoyar su rostro entre las manos.
–Cuando creces odiando a la figura masculina, te das cuenta que la felicidad en pareja es ilusión, todos te usan y prefieres la distancia.
–Pero, ¿qué tiene que ver? tuviste padres y de seguro eran una pareja.
–No sabes nada de mi vida, nada es lo que parece en las putas familias. –Sin contenerse aventó el plato hacia el suelo enfurecida.
Dayana dio un pequeño salto al asustarse con el sonido del cristal rompiéndose, pero no le dio mayor importancia.
–Discúlpame, es solo que yo no tuve una familia. –Con una delicada voz Dayana hablo tranquilamente.
–Lo lamento, pero eso debió ser un alivio. Créeme, me habría ido mejor –Stephanie apartó la mirada mientras proseguía–. Ya dejemos esto ¿vale?
–Está bien, es solo que deberías darle la oportunidad, pude ver que él está enamorado de ti.
Dayana se alejó un poco de la mesa y miró a Stephanie impaciente.
–Se cómo termina, no quiero otro herido que lamentar".

"–Ella lo supo, éramos iguales, algo estaba mal en nuestro interior. Mierda, aléjate de mí, no soy algo que te convenga.
–No eres algo eres alguien y no me iré, punto. Te enamorarás de mi como yo estoy enamorado de ti.
–No sucederá. –Las lágrimas caían gota a gota sin que ella se inmutara, ya era tan normal que no les prestaba importancia.
Enrique le besó la mejilla, lo cual hizo que llorara aún más. Ella sonrió un poco, una sonrisa torcida a medio llenar.
–Eso no me ayuda. –Colocó la mano delicadamente tras de su propio cuello y presionó las uñas, Enrique la miró sorprendido y un tanto asustado; las lágrimas cesaron mientras las gotas de sangre dibujaron hermosas líneas en su espalda.
Las cortinas ondeaban debido al viento y la lluvia, pero ni Enrique ni Stephanie deseaban moverse para cerrarlas, el aroma era placentero y fresco. Ella soltó su mano y lo miró atentamente, su rostro demostraba algo de confusión.
–¿Ves? no soportarías conocer todos mis secretos.
–No necesito saberlos todos para comprender que mi corazón te escogió".

"–Me gustas, pero perturbas mi control, no sé cuánto aguantaré…
Las pupilas de Stephanie eran grises preciosamente enmarcadas por sus pestañas, eran los ojos más lindos que él había visto, notaba el peligro latente, pero deseaba más, deseaba que consumaran su ansia y no se daría por vencido, aunque ella terminase matándolo".

"–¿Qué demonios piensas? –Lui la miró y su voz se tornaba poco a poco más grave.
Stephanie le dio un giro a su muñeca y el arma quedó apuntando hacia ella, la colocó sobre la cama y los miró, sus ojos parecían tranquilos, pero no podían evitar sentirse desconcertados, que querría decir ese gesto…
–Mátenme. –Stephanie los miró muy seria, su voz se volvió grave, casi ronca, era evidente que reprimía lo que sentía.
Dayana se incorporó y la abrazó, entre lágrimas y sollozos le dijo lo que sentía, a su vez Enrique las miró de pie, cerca de ambas, era como si supiera que uno de los dos debía morir y se reusaba a dejar que ella se fuera tan rápido de este mundo.
–¿Qué dices?, No, no, no, tú no puedes pedirnos eso, no tiene sentido luchar tanto para que termines dándote por vencida sin intentarlo".

"–Lo que faltaba, mi querido amigo– dio unos pasos y se dirigió hacia la rocola, Dayana lo ignoró y volvió a lo que limpiaba–. Espero que Lui este bien dentro... –Lui caminó lentamente dirigiéndose a Dayana, la cual estaba de espaldas lavando los trapos de limpieza.
–Hablaba del disco de Lui Armstrong. –Lui la observó y alzando las cejas le extendió el ramo de rosas blancas.
–Gracias, pero no las quiero –la voz de Dayana era seca y sin rastros de alegría por el regalo.
–Que cruel, en verdad eres mala, ofenderme así… yo solo quiero darte una ofrenda sincera de paz.
Bajando los ojos, tornando la voz algo ronca, la miró y le lanzó una sincera sonrisa, podía notarse su preocupación.
–Está bien, gracias, como supiste... Olvídalo ya lo sé, seguro lo viste como lo hace ella. –Dayana se giró para llevar el ramo tras el mostrador y ponerlo en una vasija de metal que parecía pertenecerle a la confitería, dado que tenía grabado en color verdoso casi negro la palabra bastones de caramelo.
–Pude verlas mientras te cuidaba, por lo cual sé que las rosas son tus favoritas y que amas el color azul.
–¿Quién te dio el permiso de ver mi vida? –Dayana estaba tan molesta que dejó caer la vasija regando las flores y el agua en sus pies–. Maldita sea... el pasado es pasado, déjalo así... parece que jamás podré olvidarlo, gracias por nada, vete –los gritos de Dayana resonaban hacia la calle, dado que estaba casi junto a una de las ventanas".

"–Es momento de irme, ¿segura que no deseas compañía?, bueno tienes a Ross, pero me refería a…–Sin el valor para encarar las cosas dejó de hablar, mientras el pequeño perrito se removía en el sofá de terciopelo que usaba como cama.
–No es por ti, solo no quiero que peligres, déjame estar con mis demonios".









Stephanie Martínez

viernes, 24 de marzo de 2023

Citas: El comedor de relojes: Uróboros - D. F. Gallardo

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"—¿Qué es lo que pone ahí, mi reina? —cantó él, escudriñando el papel que le enseñaba, sin lograr desentrañar su significado.
—No te han importado ni sentiste curiosidad por aprender y leer las hojas que te escribo —afirmó; su decepción era evidente.
—¡A mí no me gusta leer, me gustas tú! —y amagó con besarla".


"—¿Cómo que se va a largar? ¿Quién, padre? —no daba crédito.
—Lo que yo te diga, criatura —ratificó—; y averigua con qué trajín le calentó las ideas el muchacho del molino en tu ausencia, que al marcharse estuvo tu padre más caviloso que de costumbre.
—¿Pero ese lelo a qué leches vino, a llenaros la cabeza de preocupaciones?! No sea así, padre jamás nos haría esa jugarreta.
—Por ti… —le dispensó una triste sonrisa—. Por ti lo que sea, incluso aventurarse en el érebo y despilfarrar la salud que le reste si con ello consigue facilitarte la vida… ¡ni que sea una miaja!
—Yo no deseo eso… —entre el novio y su padre organizándole un futuro idóneo, sintió que ella no era dueña de su destino".

"—¿Viene o no? —farfulló el cochero, arrasado por el aguacero; se trataba de un viejo de piel recia y kilométrica barba grisácea, caída por debajo de las pantorrillas, enmascarado con un antifaz.
Sin igual a nada en lo que hubiese posado sus ojos en la vida, el vehículo rivalizaba en extravagancia con el conductor, dándole la impresión de no pertenecer a una época o estilo concreto, sino que  aglomeraba partes del todo y a la vez estaba fuera del tiempo; salpicado de lodo, guijarros, y briznas de hierba, las finas gotas de agua que lo bañaban, multiplicaban en su centelleante carrocería la irradiación de las farolas, encendidas en la prieta jornada.
—S-supongo que sí —contestó, visiblemente incómodo con él.
—A mí las indecisas me provocan arcadas —doblaba el cuerpo desde su asiento en el pescante—. ¡O se sube alguien o me largo!
Mostrándose por completo de acuerdo con él, resolló harta de impaciencia la bestia que tiraba del pesado armatoste en solitario: un formidable percherón de capa tono café y crines de ceniza, aún más inmenso a los que se emplearían en la guerra en ciernes.
—¡Ya estoyyy! —voceó la periodista—. ¡Aguante un pocooo! —alzando el vuelo en el zaguán rompió a correr peldaños abajo, al tiempo que la anciana, acompañada por su fiel e inseparable gallo, se personaba por el pasillo sin perder ripio de la escena".

"—Madre, he pecado.
—¿Y te arrepientes de ello, hijo?
—Sí, madre.
—¿Haces propósito de enmienda?
—Sí, madre.
—Explícame tus pecados, criatura.
—Unas personas se burlaron de mí y yo, ejem, en venganza… ensucié (metafóricamente hablando), la memoria de sus difuntos.
—¡Halaaaaaaaaaa! Abreviando: que te cagaste en sus muertos".

"—Si fuerzas a un niño a leer, este terminará por odiar los libros; con el ejemplo de la religión viene a ocurrir un proceso idéntico —armándose de un plumero, se le sumó a la patrulla de limpieza".





D. F. Gallardo

lunes, 6 de marzo de 2023

Citas: Éfetrix 14 - Carmelo Monsalve

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 "Rhelisa tomó su cara y la alzó para que sus miradas se cruzaran.
Contempló el rostro de su madre con una sorpresa que alivió cualquier sentimiento por la reprimenda. En cierta manera, inevitable, después de todo, era la primera vez que veía a otro edlin. Su madre poseía un rostro ligeramente ovalado. Piel lisa y aparentemente igual de fina que la suya.
Cejas cortas. Ojos que contenían tres colores rodeando la pupila, divididos en tres segmentos del mismo tamaño que se entrecerraron junto a la sonrisa de labios carnosos. Las orejas, pequeñas en proporción a su cabeza, y la nariz de tres agujeros, dos para sus órganos humanos y uno para la álix...
Era más preciosa de lo que había imaginado.
—Hola —saludó Rhelisa.
—Hola —dijo Misel".


"—Y la álix necesita nuestro cuerpo porque los elementos que forman el aire de este planeta son
mortales para ella. Ambas especies tuvimos grandes dificultades desde el primer día. Evolucionar conjuntamente fue el único camino posible para sobrevivir".

"—Es raro —le dijo, notando el mismo calor que había sentido en el útex.
—¿El qué?
—Ponerle cuerpo y cara a la edlin que me ha hablado durante estos seis años. Había momentos en los que creía que no eras real. La especie que éramos antes...
—Los humanos —ayudó Rhelisa.
—¿Tenían estos pensamientos?
—Solían reflexionar sobre las cosas que hacían, aunque todo su proceso evolutivo era más espaciado que el nuestro. A tu edad podían brincar por toda la habitación, pero no tenían pensamientos tan complejos. O eso es lo que se cree. Recuperar la verdad de nuestros comienzos es, también, complicado".

"—Siento algo extraño que proviene de lo que está en el suelo. ¿Es necesario?
—¿Qué sientes exactamente?
—Incomodidad.
—¿Algo más? ¿Dolor?
—No, dolor no.
—Eso es... una buena noticia, mi querida mezcla. Hay una cosa que no te he dicho: padeces una enfermedad, pero tranquila, mientras ese aparato esté contigo, estarás bien.
—¿Qué tipo de enfermedad tengo?
—Que tengas un buen descanso —le dijo Rhelisa.
Misel permaneció observando la forma difusa que se dibujaba en la capa más fina alejarse hasta que se quedó sola. La primera vez que lo estaba, y eso sí que producía dolor".

"—A veces contemplo lo que nos rodea y descubro algo que antes no sabía.
Detalles que complementan a otros detalles. Muchas veces es confuso.
—Como con el pórix el primer día que saliste del útex... Una mejora evolutiva —comentó Rhelisa, asintiendo para sí misma.
—¿Es malo?
Rhelisa negó enérgicamente. Se acercó y se inclinó hasta ponerse a su altura.
—Todo lo contrario, mi pequeña mezcla. Los edlins tenemos una expresión para eso: «puede ser el térilo que abra otro camino».
Rhelisa sonreía con una emoción que hacía mucho tiempo que no mostraba. Una sensación agradable, que recorrió con escalofríos el cuerpo de Misel y provocó que se le humedecieran los ojos.
—¿Otro camino para qué?
—Para que siga habiendo paz. Para que podamos seguir juntas".

"—¿Te acuerdas de la historia de Merdal el Incursor? —preguntó Akari. Milt negó con la cabeza.
—Merdal fue uno de los mejores pilotos que hemos tenido los alixenos.
Su historial está lleno de anécdotas sobre sus proezas y sus victorias. Una de ellas sucedió cuando fue emboscado por fuerzas orisenas. Consiguió sobrevivir en una batalla en desventaja y aterrizar la nucinx25 con solo cuatro de los diez propulsores.
»Su escuadrón de tierra se desplegó alrededor de la zona de aterrizaje para evitar que los rodearan. El plan era defender el perímetro hasta que llegaran las fuerzas de rescate. Un plan sencillo y posible gracias a que solo se habían desviado un poco de la zona controlada por los alixenos. Pero esa ligera desviación los había llevado a una zona hasta arriba de Inestabilidad.
Ya sabes lo que dicen de esos lugares...
—«Donde tienes Inestabilidad, no metas la álix» —recitó Milt.
—Más bien: «Inestabilidad hasta las orejas, problemas hasta el culo». Y con razón. Los encontró un silio alterado por la Inestabilidad. Era algo así como un felino con muchas partes de silios salvajes; seguramente ni siquiera tenía culo, normal que estuviera cabreado.
Akari recuperó la taza de café y se la llevó a los labios. Bebió otro sorbo y la dejó en el suelo.
—Fue una batalla injusta —continuó—; una fuerza antinatural contra un pequeño escuadrón de edlins. En pocos minutos solo quedaba Merdal. La criatura se acercaba masticando vísceras del último incursor al que había matado. Merdal no parecía tener muchas probabilidades de sobrevivir, pero lo hizo gracias a la idea más ridícula y desesperada que podía tener un edlin en ese momento. Se lanzó a comerse a uno de sus compañeros. La maldita quimera pensó que era otro silio y lo dejó. Nada une más que compartir la comida con un nuevo amigo.
Akari se partió de risa. Milt sonrió, más comedido.
—¿Cuál es la verdadera razón de que me hayas contado esta historia? — preguntó Milt, borrando todo el buen ambiente que se había creado. Lo conocía demasiado bien.
—Yo soy como Merdal. A veces hay que tomar decisiones drásticas, aunque sean del todo absurdas".

"—¿Qué es lo que solíamos decir de los asesinatos por la noche? — preguntó Akari en voz alta al salir.
—«Los gritos sonarán cuando la ciudad despierte» —recitó Milt, apoyado en un pilar, no muy lejos.
—¿Habrá gritos por ese cerdo que he matado ahí arriba?
—Es posible. ¿Ha valido la pena?
—Completamente".

"Si existía alguna forma de apagar sus sentimientos, quería descubrirlo en ese momento porque las preguntas sobre lo que había escuchado dominaban toda su mente. No obstante, fue atrapada por los brazos de su madre antes de que pudiera decir nada. Un abrazo que le robó todas las preguntas, salvo dos.
—¿Estás decepcionada?
—Nunca estaré decepcionada, Misel. Eres especial, tan especial que merece la pena correr riesgos por ti, aunque nadie más que yo sepa verlo.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué riesgos?
—Los que vamos a tomar a partir de ahora para que estés sana y salva.
Misel se separó lentamente y tomó aire para la segunda pregunta, tal vez, la que más miedo le generaba.
—¿Quién es ese Heken?
Rhelisa abrió la boca, sorprendida.
—Mi pequeña y astuta mezcla, ¿has estado escuchando? —Rhelisa volvió a apretarla con una fuerza que casi dolía—. Heken es tu padre".

"—Es una gran edlin, ¿verdad? Guapa, tierna, paciente, inteligente... Era, y sigue siendo, perfecta para lo que hacemos aquí. —Heken paseó hasta el recipiente—. ¿Sabes lo que hacemos aquí, Misel?
Misel se había hecho esa misma pregunta infinidad de veces, después de todo, su vida era ese lugar y, salvo el día de la prueba, no había salido nunca. Pese a ello, no contestó. No podía. No encontraba la fuerza para hacerlo.
—Te lo diré: criamos silios para experimentar con ellos. Silios como este.
—Heken palmeó el cilindro—. Silios como el que te mostró Doltare en la prueba. Silios como tú.
—¡Mentira! —le gritó Misel. Una respuesta casi involuntaria a lo que le estaba diciendo. Luego dudó—. Es mentira, ¿verdad?
—Nada me gustaría más que decirte que no, pero eso es lo que eres: una creación. Rhelisa se ofreció voluntaria como alixena para crear la mitad de lo que eres y yo puse la otra mitad de los ingredientes. Eres un «producto»; nuestro producto. Algo engendrado con la única finalidad de que fueras compatible con silios artificiales. —Heken volvió a palmear el recipiente de la mesa—. Sois dos criaturas que han nacido para juntarse".

"Akari salió corriendo. Emís lo imitó. No tardó mucho en entender que estaba perdida. Se asfixiaba y sus piernas amenazaban con tirarla al suelo en cada zancada. Correr era una jodida idea de mierda para ella. Miró hacia atrás. La ola tenía zonas que respetaban las mismas reglas que cuando estaba en calma. Una de ellas era transparente; una gran masa de agua, pero solo agua.
Se desplazó paralelamente a la ola. Activó la integración que reforzaba sus pulmones y envío tanta seina como fue capaz en el poco tiempo que le quedaba. Tomó una gran bocanada de aire justo antes de que chocara contra ella. Decir que la ola había perdido fuerza al adentrarse tierra adentro no era mentira, pero tampoco era del todo cierto. La arrastró y ella no pudo más que contentarse con ver el mundo girar, intercambiándose entre una visión difusa llena de colores y el tronco de un árbol que se acercaba a gran velocidad...
Despertó con el vaivén de un movimiento. Abrió los ojos y vio a Akari llevándola en brazos.
—¡Bájame, joder! —pidió, escurriéndose por un lado. Al aterrizar en el suelo, todo su cuerpo se quejó de la maravillosa idea que había tenido.
—¿Sigues viva? —Era una pregunta de respuesta evidente que la sorprendió por la expresión genuina de Akari. Lo preguntaba en serio.
—Viva, sí; entera, no lo tengo tan claro".

"—Te preguntaría si te alegras de verme, pero seguramente me dirás que no —le dijo entre mordiscos.
—Puedes estar seguro".

"—De acuerdo, Sorbitos, siéntate y ponte la membrana. Nos vamos de este jodido bosque.
Akari asomó por su lado dispuesto a sentarse en el asiento del copiloto.
—¿Tengo que volver a repetirte que no puedes sentarte ahí?
—Creía que ya éramos amigos.
Emís bufó.
—Vuelve atrás antes de que te dé una patada en el culo. Solo el salvador de Edlast puede sentarse ahí".

"—Estoy contigo —susurró Rhelisa, empujándola—. Recuerda lo que dije.
—Tengo miedo.
—El miedo es temporal si no piensas en él".

"Y mientras el tiempo transcurría en ese lugar sin saber cuándo volvería a tener el control de su cuerpo, Misel repetía una y otra vez la misma idea, como si fuera lo único de esos acontecimientos que no pudiera creer posible: su madre había roto su promesa".

"—¿Qué ha pasado con tus ansias de venganza?
—Eso me pregunto yo —respondió Akari, riéndose. Luego miró al techo y se puso serio—. Quería que Misel llegara a la Confederación para demostrar que no me equivocaba. Pero mientras más tiempo paso con esa niña, más quiero protegerla para que viva la vida que no le han dejado vivir.
Quiero salvarla, Emís. —Sonrió para sí mismo—. Me gustaría que todo lo que he hecho tenga algún sentido y que la paz siga adelante, pero si no puedo, al menos, me gustaría conseguir eso.
«Y yo que pensaba que era la única a la que estaba cambiando», pensó, sonriendo.
—Tal vez, y solo tal vez, es posible que yo también quiera lo mismo —dijo Emís".

"—¿Sabéis? Tengo otra historia para esto.
Emís se giró hacia el edlin.
—¿Quieres que te escupa en el café?
—Vivo con la esperanza de que algún día te gusten mis historias.
—Morirás con ella".






Carmelo Monsalve

viernes, 17 de febrero de 2023

Citas: El chico del ukelele - David Rees

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 El día que me conociste


"Digamos que es tu primer día de clase. Imagínatelo. Me da igual si es en la academia de inglés, tu nuevo instituto, el máster de tus sueños o el curso de jardinería al que te apuntaste después de jubilarte. Lo importante es que lo imagines con fuerza".

"Si te fijas, todas esas situaciones tienen caras nuevas, conversaciones incómodas donde predominan los monosílabos y un campo de juego donde ganan los que menos miedo tienen. Podríamos hablar de jugadores, pero yo prefiero llamarles oportunidades. Una oportunidad para ti y para todos los que son como tú. Y ahí están, esperándote todas esas oportunidades. Y tú, ahí, esperando a ver quién gana".

"Yo di por hecho algo, y le pregunté: «Después de tantos años subiéndote a los escenarios, tú ya de nervios nada claro, ¿no?». David me miró con cara de sorpresa y me dijo: «Los nervios son los encargados de recordarte que aún sientes y te emociona hacer lo que te los provoca. Yo los sigo teniendo y no los cambiaría por nada. Por muchos escenarios a los que te subas, nunca los pierdas»".

"Estás volviendo a casa con tu oportunidad y la conversación deja de ser superficial. El modo automático ya no funciona. Ya no hay guion predeterminado. Estás en vivo y en directo. Igual piensas que estoy exagerando, pero créeme que por mis adentros no hay nada más que esto. Llega ese
momento y siento en mi cabeza la presión, se me hielan los labios y pienso:
«No la cagues, no la cagues, no la cagues», como un disco rayado en mi mente. Todo por ese «miedo» a que cualquier palabra que salga de mi boca haga que esa persona, aún semidesconocida, me coloque en una casilla de la que me cueste horrores escapar. O lo que es lo mismo, desaprovechar esa oportunidad".

"Una parte de mí siempre me pide silencio, por si acaso me paso. Por si acaso cualquier cosa que diga suena a que estoy presumiendo y le resulto pedante.
Lo ideal es encontrar el equilibrio, pero eso no es lo mío. Me quedo en ese limbo entre no decir nada y decirlo absolutamente todo y me agobio, y para equilibrarlo acabo enumerando todo lo que se me da mal".

"Hemos hablado de los nervios y de las primeras impresiones, pero no te olvides de que esto es mi presentación y por eso, antes de empezar mi historia, quiero adelantarte (y sobre todo avisarte), que, aunque me llame El Chico del Ukelele, soy un tanto más que eso. Y ahí, sin querer, ya me he presentado.
Ya puedes pensar en mí en forma de unas cuantas letras, aunque igual eso es muy largo. Si quieres, puedes llamarme Ele. Como la letra L. La verdad es que, miedos aparte, me hace ilusión que lo único que conozcas de mí hasta ahora sea que tenga un ukelele. O que al menos me gusten. Ambas cosas son ciertas y están muy arriba en esa lista de cosas que me hacen quien soy. Pero por favor, ni se te ocurra enjaularme".

El día de todos los días

"El enemigo se sienta un par de mesas detrás de mí. Para mí tiene cara de dragón. Cada vez que algo sale de su boca quema con palabras lo que tiene a su alrededor. Es mucho más grande, fuerte y popular que yo, aunque eso tampoco es difícil".

"A veces lo que más quema no es la paliza, sino sentirte obligado a esconderte día tras día".

"¿Por qué yo? ¿Tengo algo que no tengan los demás? ¿Me falta algo que debería tener? Igual es porque no hago deporte, como el resto. Es una tontería, pero, visto lo visto, una tontería puede convertirse en un espectáculo para todo el colegio, y ahora la escuela de música. Los niños siempre han jugado al fútbol y a mí me da miedo enfrentarme al balón. Desde que tengo uso de razón sé que quiero invertir mi tiempo en aprender música, de todas las formas posibles y de momento empezando por mi ukelele. No pienso cambiarlo por un balón".

"El enemigo es muy rápido, juega al fútbol y es de los mejores en velocidad; pero en cuanto me haya alcanzado ya estaremos fuera del baño y no se atrevería a agredirme de ninguna manera. Solo me haría cosas que pudiera defenderlas más tarde como una simple broma, pero una broma deja de ser una broma cuando para uno de los dos no es graciosa. Ya sea unas palabras, una bajada de pantalones o un tortazo en la cara. Si el otro no se ríe, deja de hacerlo. Y si ya sabes que no se ríe y lo haces de nuevo, desde mis ojos no hay otra palabra que no sea bullying. No tienen que pegarte una paliza para sentirte así, espero que nadie nunca te pida esa justificación, como siempre me lo han hecho a mí".

"Mamá, quiero ser mayor. Mamá, ¿por qué no soy mejor? Quiero decirte que necesito olvidar todo esto, pero no sé si soy capaz de articular esas palabras. Decirle todo lo que ha pasado y lleva pasando desde hace meses me asusta casi tanto como una pelea con el dragón. Las consecuencias que predice mi cabeza pueden ser la solución a todos mis problemas o una catástrofe absoluta que desencadene una vida mucho más complicada de lo que todavía es".

El día que el chico del ukelele se enamoró

"Y justo cuando pensaba que la conversación se iba a acabar Uve devuelve la pelota a mi campo. Me hace la pregunta más directa que me han hecho jamás. Y yo le contesto como si fuera un piloto automático.
—¿Estás seguro de que quieres a Eme?
—No.
—¿Entonces por qué sigues intentándolo?
—Porque me da miedo que nunca nadie más se enamore de mí.
Probablemente la peor razón que haya existido para sentir amor. Pero suficiente como para cerrar la conversación con Uve".

"Empiezo con un «Esto no se me da muy bien» y acabo con un «me gustaría ser algo más contigo». Eme responde con un simple y sincero «a mí también».
Y como si fuera automático o un imán entre nosotros, cerramos los ojos y empieza nuestro primer beso. Un beso lento, sincero, de cuento, real, pero sobre todo: nuestro. No dura mucho porque en nada van a llegar sus padres y tenemos que volver con sus amigas. Así que empezamos a andar de vuelta, aún
sin poder mirarnos del todo a los ojos.
—Entonces, ¿qué somos?
—No sé lo que somos, pero estoy feliz".

"—No lo olvides.
—¿El qué?
—Que me encanta el espacio entre tus dientes.
Y así siempre al terminar las llamadas. Hay cosas que no cambian".

"Se lo he dicho. Así, por mensaje. Sintiéndome la peor persona del planeta, pero haciendo lo que tenía que hacer. Lo que tendría que haber hecho desde el primer día.
Y, después de unos meses, una parte de mí se ha arrepentido de ya no tener a Eme. No es un «ojalá no haberla dejado», es un «ojalá haber sentido cosas para no haber tenido que dejarla»".

El día que compuse mi primera canción

"He escrito muchas canciones en mi vida. Hay días que escribo hasta tres canciones y hay canciones que tardo meses en acabar. Supongo que ahí reside la magia del arte, que no tiene cronómetro ni fecha de caducidad. El arte nunca muere y, de hecho, a menudo cobra mucha más vida una vez el autor, irónicamente, ya no vive. Paradojas del reconocimiento artístico que me molestan hasta la médula".

"Quiero contarte cómo fue mi primera vez. Quizá, técnicamente, esta no fue la primera primerísima. Los inicios siempre son duros y las primeras huellas que he dejado por el camino dan un poco de vergüenza. Quien diga lo contrario miente. Pero hay que empezar por algún sitio y, ese sitio, en mi caso, no recibe visitas".

"—Por fin solos.
No sé si es de locos hablarle a tu instrumento favorito, pero ya tengo confianza contigo como para tener secretos".

"Quiero escribir mi historia con pintura invisible
Viajar a lugares indescriptibles
No quiero más madrugadas de mensajes que no salen de la bandeja
Deseos con olor a cumple tras soplar las velas
Todo son sueños en estado de espera

Ah sí, recuerdo esta canción. Bueno, canción aún no, «en proceso de», más bien. Irónicamente, creo que habla sobre querer perseguir y cumplir sueños".

"Una vez me contaron que somos como un grifo. Sí, un grifo. Un grifo que a veces se atasca y te asustas cuando el agua empieza a salir marrón. Eso eres tú cuando todo lo que haces no te parece suficiente, no tienes fe en que salga bien o simplemente lo ves como una mierda. Te bloqueas y no quieres seguir haciendo esa mierda. Cierras el grifo, te apartas y te olvidas de él hasta dentro
de un tiempo. Cuando se te ha pasado un poco esa frustración y quieres volver a intentar sacar algo de ti, abres el grifo de nuevo y, para tu sorpresa, el agua sigue siendo igual de sucia. Tu grifo sigue atascado. Eso no va a cambiar si solamente lo abres y lo cierras tan rápido como que lo que ves no te gusta.
No te parecerá bonito, pero ábrelo y deja correr el agua. Así toda el agua marrón que tengas por dentro saldrá y se irá por el desagüe. Escribe, dibuja, pinta, compón, canta; haz cosas. Muchas cosas. Hazlas aunque te parezcan una mierda. El miedo a que todo lo que salga de ti sea perfecto te frena y cierras el grifo, pero a la próxima puede seguir siendo una mierda. Crear sin miedo a cómo vaya a ser al final es clave para que el arte fluya. Cuando has pasado un tiempo con el grifo abierto, sin darte cuenta miras la pila y el agua es completamente transparente. Ya no es marrón. Ahora lo que sale de ti no está tan mal, y casi ni te acuerdas de lo que era antes. Tampoco te voy a prometer que se quede así para siempre. Probablemente dentro de un tiempo te volverás a atascar, así es como funciona un grifo. La diferencia es que a la segunda ya habrás ganado terreno y cerrarlo no será una opción. Nunca se me va a olvidar una frase que un chico con gafas me dijo en el momento que más lo necesitaba: «Hay que creer en lo creas». Ahora te lo digo yo a ti. Cree en esa agua marrón. Quizá mañana no la veas tan mala o igual pasan diez años y la sigues viendo igual de turbia. Lo único que te puedo asegurar es que no siempre va a salir así".

"Con su permiso doy un par de pasos dentro de la habitación, cierro los puños con fuerza y abro los ojos por encima de toda la inseguridad que recubre mi piel.
—Hache, te voy a hacer una pregunta.
—Miedo me das, Ele.
—¿Cuál es tu frase favorita de «Aladdín»?
—¿La película?
—No, la canción…

… mi canción".

El día que empecé la universidad

"Todo el mundo sabe que la primera semana es crucial. Existe una presión desmesurada sobre los amigos de la universidad. Se supone que estos ya son los de verdad, los de toda la vida. «Elígelos bien, eh» y «tú sé tú mismo y ya verás como todo irá bien». El problema es que yo pienso que estas cosas deberían surgir solas, pero, ¿y si no surgen? No es tan fácil como ir a alguien y simplemente decirle «Hola, ¿quieres ser mi amigo?». Hacer amigos es bastante más complicado de lo que parece y, como ya sabes, no se me da muy bien".

"Si algo me ha quedado claro de lo que me han dicho todos los adultos que están en mi vida es que los años de universidad son los mejores años de tu vida. Esto es algo que no me gusta, porque yo quiero que cada etapa de mi vida sea mejor a la anterior. Como en matemáticas, yo quiero ser una función que solo pueda ir hacia arriba.

felicidad(x)= ×+1".

El día de mi cumpleaños

"Me lo repito una y otra vez. «No eres transparente», con la esperanza de que llegue el día en el que no necesite que los demás me llenen de color y me baste conmigo mismo. Que deje de sentir que el mundo me queda grande. Dejar de dividirme en dos (como Alicia y sus Maravillas) por cosas que se escapan de mi control. Intentar no sentirme así, especialmente, en días como hoy".

El día del campamento

"A veces lo complicado no es ejecutar una solución, es saber cuál es la solución que tienes que ejecutar".

El día de hoy (o la trágica vuelta de Navidad)

"Me bajo del bus, recojo la maleta y se abalanza sobre mí. Es un abrazo con sabor a te echo de menos agridulce. Se separa durante un segundo, me coge de la barbilla y me planta un beso que podría haber roto la estación de un terremoto. Ella ve fuegos artificiales, lo sé por cómo parpadean sus ojos sin abrirse. Para mí, no los hay, pero es imposible ver fuegos artificiales si no pones de tu parte. Solo me queda esperar a que termine este beso y decidir si seguir alimentando esto o dejar que esta bomba nuclear que hay detrás de mis ojos explote.
—¿Por qué tienes los ojos abiertos?".

El día que conocí al chico de los girasoles

"—Ponte más recto, pareces el Jorobado de Notre Dame.
—¿Así?
—No, espera.
Se acerca a mí y empieza a colocarme el cuerpo para que mi postura no quede tan rara en la foto. No es la primera vez que lo hace, se me da fatal posar.
Tengo que estirar la espalda al completo, relajar los hombros y tratar de no encoger las piernas. Lo único que no me sale del todo bien es la colocación de la cara. Jota se agacha y deja la cámara en la arena (es raro que lo haga porque nunca en su vida la dejaría así). Me coge la cara con las manos, y antes de que empiece a colocarla me mira y nuestras miradas se quedan pilladas.
Se paraliza el mundo y son los diez segundos más eternos.
¿Me va a besar? No creo. ¿Quiero que me bese? Creo que tampoco, tengo que serte sincero. Se me da fatal mentir. ¿Qué voy a hacer si lo hace? Sería muy raro dejarme llevar, aunque tampoco me veo apartándome, pobrecito. ¿Esta tensión la está notando él también? Pues claro que lo nota, no he estado más convencido de algo en mi vida. ¿Va a quedarse mucho rato así? Sus manos siguen sujetando los dos extremos de mi cara. Ay, dios. Una de ellas está rozándome la oreja y la otra sujetándome la barbilla. No me la sujeta de manera bruta, tiene un toque delicado que hace que todo esto sea aún más peculiar.
El corazón me empieza a latir más deprisa y no puedo apartar la mirada. Sus ojos son oscuros y siento que estoy atrapado en un agujero negro sin saber cómo va a acabar. Cuando la línea en una amistad se empieza a estrechar es señal de peligro, de eso estoy seguro.
—¿La foto?
—Ah, sí. Sí, sí. Es que tenías una pestaña".

"—Hola.
—Qué rápido has vuelto.
—¿Rápido? Yo nunca me he ido de aquí.
—No digas tonterías, Jota.
Confuso, despego los ojos de mi móvil, alzo la cabeza y me levanto de un salto. No grito y aún no entiendo muy bien por qué; la ocasión lo pide, irónicamente, a gritos. Como podrás adivinar, no, no es Jota. Estamos literalmente en medio de la nada y hay un chico aleatorio y descalzo delante de mí. Vuelvo a pensar en la peli del maizal. Casi me da un infarto al subir la cabeza y encontrarme con él. Ha tenido que salir de entre las plantas. Yo estoy sentado en medio del camino que hemos ido creando al pasar. Ha salido de entre los tallos. Bueno, tampoco me sorprende mucho por las pintas que me lleva. Entre el sombrero de paja, el peto vaquero y las flores en su bolsillo parece más de campo que las amapolas.
—Soy Ge, encantado.
—Ele.
—¿Qué haces por aquí?
Pues flipar en colores. Yo simplemente estaba esperando a que mi amigo volviera de comprar un par de botellas de agua y me encuentro con este loco descalzo. Eso es a lo que me dedico en este momento, pero no se lo digo.
—Nada, haciendo unas fotos, ¿y tú?
—Vivo aquí. Por algo me llaman así.
El chico de los girasoles, Ge, tiene sentido".

"—Estás completamente loco. ¿Por qué girasoles?
—Y ¿por qué no?
—Yo igual hubiera plantado flores de distintos tipos, ¿no? Y conseguir así un jardín mucho más llamativo y lleno de colores. No sé, Ge, igual no somos tan parecidos.
—Me haces reír. No te preocupes, Ele, lo seguimos siendo. A mí los colores también me encantan, incluso más de lo que te piensas. Aún no lo sabes, pero pronto lo entenderás. Estos son girasoles porque yo no solo necesito un sitio donde refugiarme en este descampado. Necesito poder encontrar salida a mis pensamientos. ¿Nunca te has sentido que necesitas ayuda y no la sabes pedir?
—Hum. Un poco.
—¿Nunca te ha costado abrirte a que alguien que te quiere echar una mano?
—Vale, tú ganas, un poco más.
—¿Nunca has necesitado ayuda para encontrar luz?
Ya está. Con cada palabra que sale por su boca estoy más seguro de que esta persona me ha conocido en otra vida o algo. Somos la misma persona y me conoce casi mejor que yo. Las palabras que dice son cosas que aún no he pensado pero que encajan a la perfección en el puzle de mi mente. Yo no creo en los marcianos y creo que la ciencia aún no ha desarrollado un sistema de clonación que funcione, pero vamos, esto es como mirarme en un espejo. Solo que él lleva un peto, un optimismo que baila y va un par de pasos por delante de mi voz"














David Rees

jueves, 16 de febrero de 2023

Citas: Ana y la casa de sus sueños - L. M. Montgomery

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 "—Bien, gracias a Dios que Ana y Gilbert van a casarse después de todo. 
Es algo por lo que siempre he rezado —dijo la señora Rachel con el tono de quien está absolutamente seguro de que sus plegarias han tenido una gran influencia—. Fue un gran alivio descubrir que no pensaba aceptar a ese hombre de Kingsport. 


Él era rico, cierto, y Gilbert es pobre, al menos ahora, pero es un muchacho de la isla.
—Es Gilbert Blythe —dijo Marilla, contenta.
Marilla habría preferido morir antes que poner en palabras el pensamiento que había en su mente cada vez que miraba a Gilbert desde que éste era un niño: el hecho de que, de no haber sido por su orgullo de hacía tanto, pero tanto tiempo, el muchacho habría podido ser hijo suyo. Marilla sentía que, de alguna extraña manera, su matrimonio con Ana corregía aquel error. Había aparecido el bien entre aquella antigua tristeza".

"—Si todo el mundo se quedara donde nació, los lugares estarían repletos, señora Lynde".

"—¿Y os casaréis en la sala?
—No, a menos que llueva. Queremos casarnos en el jardín, con el cielo azul sobre nuestras cabezas y la luz del sol entre nosotros. ¿Sabéis cuándo y dónde me gustaría casarme, si pudiera? Al amanecer, un amanecer de junio, con una espléndida salida de sol y rosas en flor en los jardines. Yo iría suavemente a encontrarme con Gilbert y juntos iríamos al corazón del bosque de hayas y allí, bajo las arcadas  verdes que formarían una espléndida catedral, nos casaríamos.
Marilla hizo un gesto despectivo y la señora Lynde se horrorizó.
—Pero eso sería muy raro, Ana. Ni siquiera parecería legal".

"—La historia se repite —dijo Gilbert, al encontrarla cuando pasó por el portón de los Blythe—. ¿Te acuerdas de nuestra primera caminata por esa colina, Ana? Fue nuestro primer paseo juntos.
—Yo volvía a casa al atardecer desde la tumba de Matthew y tú apareciste en el portón; yo me tragué el orgullo de años y te hablé.
—Y el cielo se abrió para mí —agregó Gilbert—. Desde aquel momento espero el día de mañana. Cuando te dejé en tu casa aquella noche y volví a la mía, me sentía el muchacho más feliz de la Tierra. Ana me había perdonado.
—Creo que tú eras quien tenía que perdonarme a mí. Fui muy desagradecida aquel día que me salvaste la vida en el estanque. ¡Cómo detestaba esa deuda, al principio! No me merezco la felicidad que tengo.
Gilbert rió y apretó con más fuerza la mano de la muchacha que llevaba el anillo que él le había regalado. El anillo de compromiso de Ana era un círculo de perlas.
Ella no había querido un diamante.
—Nunca me han gustado mucho los diamantes, sobre todo desde que averigüé que no eran del precioso color púrpura que imaginaba. Siempre me recordarán mi amarga desilusión.
—Pero dicen que las perlas traen lágrimas —había objetado Gilbert.
—No le tengo miedo a eso. Y las lágrimas también pueden ser de felicidad".

"—Te aseguro que deseo que tu felicidad sea duradera, niña —suspiró la señora Rachel. Lo deseaba con sinceridad, y así lo creía, pero temía que constituyera un desafío a la Providencia hacer gala demasiado abiertamente de la felicidad. Por el propio bien de Ana, era necesario hacerla más mesurada.
Pero fue una muy feliz y hermosa novia la que bajó las viejas escaleras cubiertas de alfombras tejidas en casa, aquel mediodía de septiembre: la primera novia de Tejas Verdes, esbelta y de ojos brillantes bajo su velo de novia, con los brazos llenos de rosas. Gilbert, que la esperaba abajo, en la sala, la miró con ojos rebosantes de adoración. Por fin era suya aquella Ana evasiva, tanto tiempo ansiada, ganada tras años de paciente espera. Hacia él venía, en la dulce entrega de una novia. ¿La merecía? ¿Podría hacerla todo lo feliz que quería? Si le fallaba, si no podía llegar a ser todo lo que ella esperaba de un hombre… Entonces ella tendió la mano, sus ojos se encontraron y todas sus dudas se desvanecieron y se convirtieron en una gozosa certidumbre. Se pertenecían el uno al otro y, fuera lo que fuere lo que  les deparara la vida, nada cambiaría eso. La felicidad de cada uno estaba en manos del otro y ninguno de los dos tenía ningún temor".

"Los vientos de la noche comenzaban sus danzas salvajes más allá del banco de arena; la aldea de pescadores, al otro lado del puerto, estaba cubierta de luces cuando Ana y Gilbert tomaron por la senda bordeada de álamos. La puerta de la casita se abrió y el cálido resplandor del fuego que ardía en el hogar destelló en la oscuridad.
Gilbert tomó a Ana del brazo y la condujo al jardín a través del portoncito, entre los abetos de puntas rojizas, por el sendero rojo y hasta el escalón de arenisca de la puerta.
—Bienvenida a casa —susurró y, de la mano, cruzaron el umbral de su casa de los sueños".

"Las risas de las buenas noches se desvanecieron. Ana y Gilbert caminaron de la mano por su jardín. El arroyo que lo atravesaba dibujaba motitas cristalinas en las sombras de los abedules. Las amapolas que crecían en la orilla eran como copas depositarías de la luz de luna. Flores que habían sido plantadas por las manos de la esposa del maestro de escuela lanzaban su dulzura hacia el aire ensombrecido, como la belleza y la bendición de sagrados ayeres. Ana se detuvo en la penumbra para recoger una ramita.
—Me encanta oler flores en la oscuridad —dijo—. Es cuando puedes apoderarte de tu alma".

"—Ahora entiendo por qué algunos hombres no pueden evitar embarcarse —dijo Ana—. Ese deseo que nos viene a todos en algún momento, «navegar más allá de los confines del ocaso», ha de ser muy fuerte cuando nace en alguien. No me extraña que el capitán Jim se dejara llevar por él. Nunca veo salir un barco del canal o volar una gaviota por encima del banco de arena sin desear estar a bordo del barco o tener alas, no como una paloma, «para irme volando y descansar», sino como una gaviota, para meterme en el corazón mismo de una tormenta.
—Te quedarás aquí conmigo, pequeña —dijo Gilbert, con pereza—. No voy a permitir que te vayas volando y te metas en el corazón de las tormentas".

"—Es bastante difícil decidir cuándo una persona es realmente madura —dijo Ana, riendo.
—Eso es muy cierto, querida. Algunos son maduros al nacer, y otros no son maduros ni a los ochenta años, créame. La señora de Roderick de la que le hablaba, jamás maduró. Era tan tonta a los cien como a los diez.
—Tal vez por eso vivió tanto —sugirió Ana.
—Tal vez. Yo preferiría vivir cincuenta años de sensatez y no cien de tonta.
—Pero piense en lo aburrido que sería el mundo si todos fuéramos sensatos —observó Ana".

"—¿No conoce a ningún buen esposo, señorita Bryant?
—Ah, sí, muchísimos. Están por allá —dijo la señorita Cornelia, señalando por la ventana abierta hacia el pequeño cementerio de la iglesia, al otro lado del puerto.
—Pero vivos, de carne y hueso… —insistió Ana.
—Ah, hay unos pocos sólo para probar que para Dios todo es posible —admitió la señorita Cornelia de mal grado—".

"—Esa muchacha ha nacido para ser líder en círculos sociales e intelectuales, lejos de Cuatro Vientos —le dijo Ana a Gilbert mientras caminaban de regreso a su casa una noche—. Está desperdiciada aquí, desperdiciada.
—¿No escuchaste al capitán Jim y a un seguro servidor la otra noche, cuando hablamos de ese tema en términos generales? Llegamos a la confortante conclusión de que el Creador probablemente sepa cómo dirigir Su universo tan bien como nosotros y que, después de todo, no hay tal cosa como «vidas desperdiciadas», salvo cuando un individuo intencionalmente malgasta y desperdicia su propia  vida, el cual no es por cierto el caso de Leslie Moore. Y hay quien podría pensar que Redmond B. A., a quien los editores comienzan a honrar, está «desperdiciada» como esposa de un médico rural en la comunidad de Cuatro Vientos.
—¡Gilbert!
—Si te hubieras casado con Roy Gardner, en cambio —continuó Gilbert, sin misericordia—, tú habrías sido «líder en círculos sociales e intelectuales, lejos de Cuatro Vientos».
—¡ Gilbert Blythe!
—Tú sabes que en determinado momento, estuviste enamorada de él, Ana.
—Gilbert, eso es mezquino, «mezquino y por ende típico de los hombres», como dice la señorita Cornelia. Nunca estuve enamorada de él. Hubo un tiempo en que creí estarlo, nada más. Tú lo sabes. Tú sabes que prefiero ser tu esposa en nuestra casa de los sueños a ser una reina en un palacio".

"—¡Cómo brillan esta noche las luces de las casas a través de la oscuridad! —dijo Ana—. Esa hilera de luces, a lo largo del puerto, parece un collar. ¡Y el fulgor en Glen! Ay, mira, Gilbert, allí está la nuestra. Me alegro tanto de que hayamos dejado encendida la luz. Odio volver a una casa oscura. ¡La luz de nuestra casa, Gilbert! ¿No es bonito verla?
—Apenas uno de los muchos millones de hogares de la Tierra, querida, pero nuestra, nuestra, nuestro faro guía en «un mundo malvado». Cuando un hombre tiene un hogar y una querida y pequeña esposa pelirroja en ese hogar, ¿qué más puede pedirle a la vida?
—Bien, podría pedir una cosa más —susurró Ana, feliz—. Ah, Gilbert, me parece como si no pudiera esperar a que llegue la primavera".

"—¿Quién es esa hermosa criatura? —preguntó.
—La señora Moore —dijo Ana—. Es muy hermosa, ¿no?
—Nunca… nunca vi nadie como ella —respondió él, algo aturdido—. No estaba preparado… no esperaba… ¡Cielo santo! Uno no espera tener a una diosa de casera.
Caramba, si estuviera vestida con un traje de algas, con una diadema de amatistas en el pelo, sería una verdadera reina del mar. ¡Y aloja huéspedes!
—Hasta las diosas tienen que vivir —dijo Ana—. Y Leslie no es una diosa. Sólo es una mujer muy hermosa, tan humana como el resto de nosotros".

"—A mí me encantan las rosas rojas —dijo Leslie—. A Ana le gustan más las rosadas y a Gilbert las blancas. Pero a mí me gustan las rojas. Satisfacen alguna ansia en mí, como ninguna otra flor.
—Estas flores son tardías; florecen cuando todas las demás ya se han marchitado y retienen toda la calidez y el alma del verano —dijo Owen, arrancando algunos de los resplandecientes pimpollos a medio abrir—. La rosa es la flor del amor; así lo ha aclamado el mundo durante siglos. Las rosas rosadas son el amor esperanzado y expectante; las blancas son el amor muerto u olvidado, pero las rosas rojas, ah, Leslie, ¿qué son las rosas rojas?
—El amor triunfante —dijo Leslie en voz baja".

"—Hay otro mundo, recuérdelo, Susan.
—Sí —dijo Susan, con un profundo suspiro—, pero, querida señora, en el otro la gente no se casa ni se pide en matrimonio".







L. M. Montgomery