"El primer día, la vi sonreír. Inmediatamente, deseé conocerla".
"La universidad era eso: creer que ibas a abrirte al universo y no encontrar a nadie".
"Una semana más tarde, sus ojos se posaron en mí.
Creí que iban a desviarse enseguida. Pero no: permanecieron allí y me analizaron.
No me atreví a mirar aquella mirada: el suelo se hundía bajo mis
pies, me costaba respirar".
"Tenía dieciséis años. No tenía nada, ni bienes materiales, ni bienestar espiritual.
No tenía amiga, ni amor, no había vivido nada. No tenía idea de nada, no estaba segura de tener alma. Mi único patrimonio era mi cuerpo".
"A los seis años, desnudarse no significa nada. A los veintiséis años, desnudarse ya se ha convertido en una vieja costumbre.
A los dieciséis años, desnudarse es un acto de una inusitada violencia".
"Dieciséis años de soledad, de odio a uno mismo, de miedos no formulados, de deseos nunca alcanzados, de dolores inútiles, de enfados que no conducen a nada y de energía por explotar estaban contenidos en aquel cuerpo".
"En los ojos de los demás, nunca había visto encenderse la llama que, por sí sola, consuela de vivir".
"Hasta conocer a Christa, uno de los placeres de mi vida de adolescente había consistido en leer: me tumbaba en mi cama con un libro y me convertía en el texto. Si la novela era buena, el libro hacía que yo me convirtiera en él. Si era mediocre, no por ello dejaba de compartir horas maravillosas, deleitándome en lo que no me gustaba, sonriendo por las ocasiones fallidas".
"—¿Por qué me besas?
Respondió encogiéndose de hombros:
—Porque no eres más fea que otras".
"—¡Cuando uno quiere a alguien, confía en él hasta el final! —exclamó ella".
Amelie Nothomb
"«… no puedo creer que exista un cuentos de hadas en el que se haya luchado por una mujer más y con mayor desesperación de lo que en mi interior se ha luchado por ti, desde el principio y siempre de nuevo y tal vez para siempre»."
"Ahora que la puerta entre usted y yo comienza a abrirse, o al menos tenemos ambos la mano en el picaporte, puedo decirlo ya, aun cuando no esté obligado a hacerlo. ¡Qué humores me dominan, señorita! Una lluvia de neurastenias cae ininterrumpidamente sobre mí. Lo que quiero ahora al momento siguiente ya no lo quiero."
"Es que a aquella carta me ha contestado usted con esta que tengo ahora a mi lado, con esta carta que me produce una ridícula alegría y sobre la que en este instante pongo mi mano para sentir que la poseo."
"Su flor, por la que beso su mano, me he apresurado a colocarla dentro de mi cartera."
"Y he empezado a creer que, en alguna parte, aunque sea difícil descubrirla, tiene que haber una buena estrella bajo la cual pueda uno seguir viviendo."
"Ahora mi vida se ha hecho más ancha de pensar en usted, apenas pasa un cuarto de hora estando despierto sin que le haya dedicado un pensamiento, así como muchos otros cuartos de hora en los que no hago otra cosa que pensar en usted."
"Puede decirse que mi corazón goza de una relativamente buena salud, pero no es nada fácil, para un corazón humano, resistir la tristeza que produce el escribir mal y la dicha que produce el escribir bien."
"Pero es preciso, pues si no contestas tengo el sentimiento —que ningún razonamiento consigue disipar— de que te apartas de mí, de que hablas con otros y de que me has olvidado."
"Por otra parte, no hay curación sino de persona a persona, al igual que solo de persona a persona hay transmisión de dolor, como sucede en este caso entre sus dolores de cabeza y yo."
"Para mí cada una de tus cartas es infinita, por corta que sea ,la leo hasta llegar a la firma y vuelvo a empezarla, y así sigo en el más hermoso de los círculos."
"Pero a fin de cuentas, me veo obligado a dejar de ignorar que la carta tiene un punto final, que tú has dejado de escribir y te has levantado y te has ido, desaparecido para mí en la oscuridad. Entonces le entran a uno ganas de darse golpes en la frente."
"Dios mío, son tantas las cosas que me quedan por decirte y por contestar, y una vez más hay que poner punto final, que además ya son las 3".
"Los padres no quieren otra cosa que arrastrarle a uno hacia ellos, hacia la sima de aquellos tiempos de los que uno deseaba elevarse en busca de respiro, esto lo quieren por amor, desde luego, pero eso es lo verdaderamente espantoso".
"¡La literatura es «pasatiempo»! ¡Dios mío! Como si no nos devorara el corazón; pero nos sacrificamos a gusto".
"Querida, inauguremos una vida mejor junto con este papel de cartas de mejor calidad. Acabo de sorprenderme en el acto de mirar hacia lo alto mientras escribía la última frase, como si tú estuvieras allí".
"Mi amor, es hora de irse a la cama, ojalá tengas un hermoso domingo, y yo algún que otro pensamiento tuyo".
"Pero antes de irme a dormir quiero, puesto que tú lo deseas y puesto que es tan sencillo, decirte una vez más al oído cuánto te amo".
"Te quiero tanto, Felice, que si permaneces a mi lado quisiera vivir eternamente, pero, no hay que olvidarlo, como una persona sana y que fuera tu igual".
"Así es, para que lo sepas, la verdad es que estamos ya más allá de los besos, y habiéndolo reconocido así, no me queda otro signo que el de simplemente acariciar tu mano".
"Así es, para que lo sepas, la verdad es que estamos ya más allá de los besos, y habiéndolo reconocido así, no me queda otro signo que el de simplemente acariciar tu mano".
"Luego llegó una señorita que por no sé qué pequeño rasgo en su manera de comportarse me recordaba a ti. (La verdad es que no se necesita mucho para hacer que me acuerde de ti). Me quedé mirándola como fascinado, y de buena gana, después de haber embebido con mis ojos la pequeña semejanza, me hubiera acercado a la ventana y me hubiese puesto a mirar hacia afuera para no ver a nadie y pertenecerte a ti por entero".
"Una carta no tiene importancia, por una te escribiré diez, Y si rompes las diez, las reemplazaré con cien".
"Esta es la cena, pero hay momentos en los que mi hermana más querida no basta, y en los que yo tampoco le basto a ella".
"Querida, cómo le zarandea a uno el tener que ocuparse de algo. Hubo días en que esperaba tranquilo la llegada de tus cartas, las cogía en mi mano tranquilo, las leía una vez, me las metía en el bolsillo, las leía otra vez y me las volvía a guardar, pero todo con tranquilidad. En cambio hay otros días, y hoy ha sido uno de ellos, en que la insoportable expectación ante la llegada de tu carta me hace ya temblar, en que la recojo como si fuera un ser vivo, y mi mano no puede soltarla".
"¡Pero estas palpitaciones, querida! ¿Cómo puede ser verdad que posea una parte de tu corazón, cuando palpita de ese modo, y yo lo quiero sereno?".
"Tú te esfuerzas en permitirme participar en tu existencia, Dios mío, cuando lo que yo quiero es poseer cada instante de tu vida. Sin embargo haces todo lo humanamente posible, y si no fuera que te quiero por la totalidad de tu ser, tendría que amarte solo ya por tu bondad".
"(...) el miedo me sobrecoge si te oigo decir que me quieres, y si no lo oyera querría morirme".
"Es por eso sobre todo, y no tanto por amor hacia ti, que necesito tus cartas y, como aquel que dice, las devoro, es por eso que no doy suficiente crédito a tus buenas palabras, y por eso me retuerzo ante ti con esos ruegos lamentables, solo por eso".
"Jamás tendré la fuerza necesaria para prescindir de ti, lo siento así, pero esto, que en otros lo consideraría una virtud, será mi mayor pecado".
"La oficina se hace más fea por el contraste que forma con tus cartas, pero por otro lado se hace más bella por ser allí donde tus cartas llegan".
"Las manos quieren caérseme de la mesa, de puro desvalimiento y deseo de ti".
"Dices, por ejemplo, que el domingo por la noche te escribí solo un par de líneas, cuando debieron de ser por lo menos ocho páginas y un interminable suspiro. Mi amor, si Correos no nos acerca muy pronto, jamás nos encontraremos".
"Encargo mil discos con tu voz, y no tendrás que decir otra cosa sino que me permites tantos besos como necesito para olvidar toda mi tristeza".
"Ignoro por completo la edad que tengo ahí. En aquel entonces aún me pertenecía por entero, y me parece que esto ha debido de ser muy agradable. Por ser el primogénito me han hecho muchas fotos, y por tanto hay toda una serie de metamorfosis".
"¡Basta ya de esto! ¿Vendrán tiempos mejores? Felice, abre los ojos y déjame mirar en ellos, si contienen mi presente, ¿por qué no habría de encontrar también mi futuro en ellos?".
"Pero también hay cosas que no se cumplen. En nuestras dos cartas deseamos vernos, y esto no ocurre".
"Pero basta ya de palabras, ahora solo besos, una cantidad especialmente grande de besos por mil razones, porque es domingo, porque ya ha pasado la fiesta, porque hace buen tiempo, o quizás porque hace malo, porque escribo mal y porque es de esperar que escriba mejor, porque sé muy poco de ti y solo a través de los besos se consigue aprender algo serio, y porque, a fin de cuentas, estás completamente dormida y no puedes defenderte".
"Pero baila cuanto querrás, yo me voy a dormir, y gracias al poder de los sueños —si Dios quiere— te arranco, contra la voluntad de todos, del torbellino de la danza y te atraigo silenciosamente hacia mí".
"Decididamente, creo que deberíamos seguir amándonos por encima de las cartas perdidas o delirantes".
"¿Que si me enamoré de ti inmediatamente aquel día? ¿Es que no te lo dije ya por carta? Desde el primer momento, y del modo más sorprendente e incomprensible, me resultaste indiferente, y por eso mismo familiar".
"Mi amor, esta instantánea me pertenece ya, sea por algún tiempo o para la eternidad, pase lo que pase".
"Pero si es posible me haré una para ti, tanto me importa el que, al menos en imagen, me tengas en tus manos, en tus manos reales, quiero decir, pues entre tus manos imaginarias hace ya mucho que estoy".
"Mi amor, mi amor, ¿dónde está el timbre que te llame a mi lado? Te asalto a besos. Y ahora punto final".
"No, ya no escribo más, se me han quitado por completo las ganas, voy a acostarme pronunciando tu nombre, Felice, Felice, tu nombre que lo puede todo, tanto inquietar como serenar".
"Y estoy solo. Pero no estoy solo, pues pienso que bien puedo besarte después de haber firmado".
"Ah, querida, ya es hora de terminar y de besarte, de lo contrario mi jefe se interpondrá entre nosotros, y eso hay que evitarlo. ¡Mi amor, mi amor! Estos dos gritos más".
"Cierto que el primer pensamiento que se adhiere a este tipo de tristeza es siempre: te tengo a ti, mi amor, y por lo tanto tengo una segunda justificación para vivir, pero ello no deja de ser una vergüenza, el hecho de que busque uno justificar su vida en la existencia de su amada".
"Bueno, mi amor, las puertas están cerradas, hay silencio, de nuevo estoy contigo. ¡A qué de cosas no llamamos ya «estar contigo»!".
"Ojalá pudiera sentarte en la silla que hay a mi lado, tomarte en mis manos y mirarte a los ojos. Hay algo de casa de locos en mi vida. Inocente, y desde luego también culpable, no estoy encerrado en una celda pero sí en esta ciudad, llamo a la chica que más quiero, deseo que esté tranquila y feliz, pero mi llamada se queda en las paredes y en el papel y mi pobre niña sufre".
"Mi amor, me encuentro en un estado de considerable confusión, no me tomes a mal la falta de claridad de lo que haya de decirte. Te escribo porque estoy totalmente lleno de ti y porque, de algún modo, he de hacérselo saber al mundo exterior".
"Déjame, mi amor, decirte que te quiero con besos en vez de con palabras".
"Cuando pregunto qué ocurrirá no lo hago pensando en mí, yo he pasado ya por peores momentos, y poco más o menos sigo viviendo, además si no escribo para mí tendré más tiempo para escribirte a ti, para gozar de tu presencia soñada, recreada en la escritura, tu presencia por la que lucho con todas las fuerzas de mi alma, pero tú, tú ya no podrás seguir queriéndome".
"Ayer, lunes, recibí solamente tu carta del sábado, hoy, martes, no he recibido nada, nada en absoluto. ¿Cómo habría de conformarme con semejante cosa? ¡De qué modo apreciaría el más mínimo saludo en una tarjeta! Mi amor, no te suenen estas palabras a reproche, no hay reproche en ellas; escucha en ellas, por el contrario, el amor y las inquietudes del amor, de esto sí que están llenas, esa es la verdad, todas mis palabras".
"Ahora que me acuerdo: hoy es Nochebuena, la noche santa. Me ha transcurrido malamente y sin santidad, salvo por este beso de despedida".
"Para no escribirte ahora, te escribo, mi amor, estas líneas que en todo caso recibirás al mismo tiempo que una carta ulterior y más detallada; te escribo para sentir de nuevo mi vinculación a ti, para haber hecho algo real por esta vinculación, ese es el motivo".
"Suponiendo que valga la pena decirlo, mi boca te pertenece por completo, excepto a ti no beso a nadie, ni a mis padres ni a mis hermanas ni a mis implacables tías, nadie tiene sitio en mi mejilla, que se aparta estremecida".
"Acabo de besarte, y acto seguido tu sonrisa se ha vuelto una pizca más amistosa que antes".
"Adiós, mi amor, pase lo que pase nos seguiremos queriendo, ¿no es cierto? ¿Dónde está tu boca?".
"Estas son mis preocupaciones, amor mío. ¡Malditos correos! ¡Maldita distancia!".
"Además, lo quieras o no, soy tuyo".
"¿No supone para ti un tormento el escribirme tanto? Una línea tuya me produce tanta alegría que no es posible que cinco me produzcan más".
"Buenas noches, mi amor. Mientras tú duermes apaciblemente, aquí me tienes a mí, que te pertenezco, vagando de un sitio a otro, a lo lejos".
"Aquí me tienes, mi pobre amada (cuando estoy mal, digo: «Pobre amada», lo que no significa otra cosa sino que mi mayor deseo sería arrojarme en tus brazos con todas mis desgracias, pobre, verdaderamente pobrecita amada mía.)".
"Soy tuyo a más no poder, esto puedo decirlo gracias a la visión de conjunto que, a estas alturas, poseo sobre mis treinta años de existencia".
"(...) la vida humana es un edificio de muchos pisos, el ojo no ve más que una posibilidad, pero en el corazón están reunidas todas las posibilidades".
"Para que lo sepas, mi amor, pienso en ti con tanto amor y devoción como si Dios te hubiera confiado a mí con las más inequívocas palabras".
"En estos momentos, mi amor, deberías de estar aquí (extraña invitación, hace ya mucho que sonó la medianoche), íbamos a pasar una noche hermosa, tranquila, tan tranquila que al final te sentirías inquieta".
"Me resulta imposible mantener una conversación. La simple visión de una cara conocida basta para hacer que me extravíe".
"Así que, ¡en pie, mi amor! ¡Manos a la obra! Sea lo que sea aquello que te empuje hacia mí, soy yo quien se beneficia, pues te tomo en mis brazos".
"¡Fuera, Lasker-Schüler! ¡Y ven tú, amor mío! Que nadie se interponga entre nosotros, que nadie esté a nuestro alrededor".
"El que tú me quieras constituye mi dicha, Felice, pero no mi seguridad, pues muy bien puedes estar engañándote, quizás en mis cartas hay trucos que te embaucan, la verdad es que apenas me has visto, apenas me has oído hablar, apenas has sufrido mis silencios, no sabes nada de mis casuales o necesarias ruindades, que mi presencia te hiciera tal vez patentes —mi seguridad reside más bien en que yo te amo, en que te reconocí en aquella corta velada, en que me sentí emocionado por tu persona, en que no he sido más débil que este amor y he logrado pasar la prueba, en que este amor se ha adaptado a mi naturaleza como si hubiese venido al mundo conmigo y solo ahora hubiese sido comprendido".
"Si me presentara ante ti tranquilamente en toda la extensión de mi miserable estado, el terror te haría dar un paso atrás. Por eso corro en todas direcciones —no deliberadamente, claro está—, como las ardillas locas dan vueltas y más vueltas en la jaula, con el solo fin, mi amor, de retenerte ante mi jaula y saberte cerca de mí, aunque yo no pueda verte. ¿Cuándo te darás cuenta de ello, y una vez que te hayas dado cuenta, cuánto tiempo permanecerás ahí?".
"Al despertarme, después, he hecho el recuento de mis actuales, reales o imaginarios males (para una imaginación poderosa no hay diferencia entre sus efectos), y he llegado a la cifra de 6, lo que representa una razón suficiente para estar de mal humor y cabizbajo, si no fuera porque, por otro lado, estás tú, mi amor, que eres capaz de resistir este complejo doloroso, y por ello, como gratitud y al mismo tiempo castigo, no cabe sino una interminable lluvia de besos".
"Es tarde; tú, Felice, sueles emplear una expresión que no te hace ninguna falta, dámela a mí y déjame que escriba: «¡Sigue queriéndome!»".
"Con cada respuesta a una pregunta de este tipo me siento penetrar en ti más hondo, obtengo una nueva autorización para vivir dentro de ti, y por un instante cambio un simulacro de vida por una ardiente realidad".
"Antes estuve dando un paseo con mi hermana, y mientras hablábamos de otras cosas me pasó por la cabeza, en medio de un sentimiento de soledad que me suele sobrevenir precisamente cuando estoy en compañía de otras personas (cosa que, por supuesto, no es tampoco nada rara en los demás), la idea de si me sigues, mi amor (siempre «mi amor», pues solo te tengo a ti y nunca tendré a nadie más que a ti), queriendo igual que antes".
"Tengo la sensación de estar ante una puerta cerrada, detrás de la cual vives tú, y que jamás se abrirá".
"Ayer por la noche me sentía, por diversas razones, especialmente solo, a decir verdad eso es lo más bonito, nadie te molesta (ni siquiera si en ese momento estás andando rodeado de parientes), todo es vacío a tu alrededor, todo está ni más ni menos que cuidadosamente preparado para que vengas, Felice. Y de hecho viniste, estabas muy cerca de mí, pese al aspecto de soledad, casi de cómica soledad, que yo pudiera tener".
"De nuevo «Fe» no me gusta tanto como Felice, es demasiado corto, el aliento no lo atraviesa con suficiente lentitud. Ojalá un día, Felice, pueda —pues un día sería ya siempre— estar tan cerca de ti que hablar y escuchar sean una misma cosa, silencio".
"Tienes razón, Felice, en los últimos tiempos con frecuencia me fuerzo a escribirte, pero el hecho de vivir y el hecho de escribirte son dos cosas que se me han convertido casi en una, de modo que también me fuerzo a vivir".
"Por otro lado, casi ninguna palabra me viene desde su propio origen, las atrapo al azar, bien lejos de su punto de partida, bajo circunstancias excepcionales. Una vez, cuando estaba en pleno trabajo literario y en pleno vivir, te dije que todo sentimiento verdadero no busca las palabras apropiadas, sino que se topa con ellas, o incluso se ve empujado por ellas. Tal vez no sea totalmente cierto. ¿Pero cómo poder, por muy firme que sea mi mano, alcanzar todo lo que quiero alcanzar cuando te escribo: convencerte simultáneamente de la seriedad de estos dos ruegos: «¡Sigue queriéndome!» y «¡Ódiame!»?".
"Ni una carta, ¡y un gran deseo de ti!".
"¿Sabes que ahora, tras mi regreso, eres para mí un milagro más incomprensible que nunca?".
"Mi querida Felice, no me tomes a mal el que te escriba tan poco, no significa que tenga poco tiempo para ti, por el contrario no hay apenas un solo instante en el que no te pertenezca por entero, hasta el fondo y con todo lo que yo soy".
"¡Cómo me he acercado a ti, por mi parte, gracias al viaje a Berlín! Solo respiro en ti".
"Te busco por todas partes, pequeños gestos de las gentes más diversas, en la calle, me recuerdan a ti, tanto por su semejanza como por el contraste que ofrecen respecto a ti, pero soy incapaz de expresar lo que me embarga de tal modo; me embarga totalmente y no me deja la más mínima energía para poder decirlo".
"He estado en tu presencia demasiado tiempo (en eso al menos he empleado bien el tiempo) como para que ahora puedan servirme de algo tus fotografías. No quiero mirarlas. En las fotografías apareces intachable y relegada a lo general, en cambio yo he contemplado tu rostro real, humano, necesariamente imperfecto, y me he perdido en él. ¡¿Cómo poder salir de esto y conformarse otra vez con meras fotografías?!".
"Evidentemente, no puedo olvidarte cuando te escribo, puesto que tampoco puedo hacerlo en ningún otro momento, pero no quiero, mediante la invocación de tu nombre, despertarme, por así decirlo, de esa modorra desde la que únicamente me sería permisible decir esas cosas".
"Cuando no te escribo me encuentro mucho más cerca de ti, cuando voy por la calle y sin cesar y por todas partes algo me recuerda a ti, cuando, solo o rodeado de gente, aprieto tu carta contra mi cara y respiro su olor, que es también el olor de tu cuello".
"¿Yo, mi amor, alejándote de mí? ¿Yo que, sentado a mi mesa, me consumo de deseo de ti? Hoy me estaba lavando las manos en el oscuro pasillo cuando, no sé cómo, me puse a pensar en ti con tal fuerza que no tuve más remedio que acercarme a la ventana para, al menos, buscar consuelo en el cielo gris. Así vivo".
"¿No te has fijado, Felice, que en mis cartas realmente no te quiero, pues si te quisiera tendría que pensar solamente en ti y hablar de ti tan solo, y que en cambio lo que sí hago realmente es adorarte y esperar de ti no sé qué ayuda y bendición en las cosas más descabelladas?".
"Hace un momento, al sentarme para ponerme a escribirte, pronuncié la palabra «amor mío», y no me di cuenta hasta después de haberlo hecho. ¡Ojalá pudiera hacerte comprender alguna vez lo que significas para mí! Y sin embargo soy aún menos capaz de hacerlo desde cerca que desde lejos".
"En el momento de hacer la maleta en Berlín tenía en la cabeza otro texto. «Sin ella no puedo vivir, y con ella tampoco», eso es lo que pensaba mientras arrojaba al interior de la maleta mis cosas, una tras otra, y algo estuvo a punto de hacerme estallar el pecho".
"Tuyo (ojalá no tuviera nombre, totalmente extinto y solamente tuyo)".
"Mi amor, escúchame. ¡No te apartes del camino por el que viniste a mí! ¡Pero si tienes que hacerlo, vuelve sobre tus pasos! Dime, ¿sientes cómo te quiero? ¿Lo sientes, a pesar de todo lo que en estos momentos —y en Berlín aún más que a distancia— me disimula ante tus ojos? Es algo que ahoga las palabras en mi garganta y desborda las letras que quiero escribir".
"Viernes por la tarde. Los días que paso aquí, separado de ti, puedo muy bien confundirlos, no tienen ningún sentido para mí. Para mí es como si el mundo entero se hubiera hundido en tu ser".
"Quiéreme un poco, Felice. El amor que de ti me llega pasa por mi corazón como si fuera sangre, no tengo otra".
"¡Qué efecto me produce su mirada, incluso desde lejos!".
"Piensa entonces, Felice, en la transformación que el matrimonio ocasionaría en nosotros, en lo que cada cual saldría perdiendo o ganando. Yo perdería mi soledad, que en su mayor parte es horrible, y te ganaría a ti, a quien amo más que a ningún otro ser".
"Queridísima Felice, si no puedes escribirme no me escribas, pero deja que yo lo haga y que te repita día a día lo que sabes tan bien como yo, que te quiero en la medida en que tengo fuerzas para amar, y que mientras viva quiero y debo servirte".
"Yo por mi parte seguiré siendo tan tuyo como lo soy ahora, eso desde luego".
"Felice, te lo ruego, ponme unas letras, ya sean bondadosas o malignas, no aumentes mis penas, no las hagas mayores de lo que son, el silencio es el peor castigo que se pueda imaginar".
"Querida, querida Felice mía, hoy no ha habido carta, claro que hoy es perfectamente normal que no la haya, pero tratándose de tus cartas me es imposible distinguir entre lo normal y lo anormal, simplemente quiero recibirlas, me es preciso recibirlas, ellas me mantienen vivo".
"¡De qué me sirve, ay, el que sueñes conmigo, si tengo la prueba de que por el día no piensas en mí!".
"¿Te he dicho ya que admiro a mi padre? ¿Que es mi enemigo y yo el suyo, tal cual nuestra naturaleza lo dispone? Eso lo sabes tú bien, pero por otro lado mi admiración hacia su persona es quizás tan grande como el miedo que me inspira. Si me apuran mucho puedo pasar por delante de él, pero jamás por encima".
"Pero ahora déjate besar por mí largamente y con la mayor serenidad posible, por favor te lo pido, después de todo lo dicho, deja que te bese como hace mucho tiempo no me atrevía ni a pensarlo".
"Esta mañana, al pasarme por la cabeza todos estos pensamientos mientras contemplaba el claro cielo veneciano desde la cama, me sentí bastante avergonzado y desdichado. Pero ¿qué puedo hacer, Felice? Tenemos que decirnos adiós".
"Mi único sentimiento de felicidad consiste en que nadie sabe dónde estoy. ¡Ojalá tuviera la posibilidad de hacer que tal cosa durara para siempre! Sería más justo que morir. En cada uno de los resquicios de mi ser no hay sino vacío y absurdo, incluso en el sentimiento de mi propia desdicha".
"Tú no estás satisfecha conmigo, tienes una serie de cosas que echarme en cara, quieres que sea distinto a como soy. Según tú, debería vivir «más dentro de la realidad», debería «regirme de acuerdo con los datos que se ofrecen», etc. ¿No te das cuenta de que si tal deseo responde a una necesidad real tuya no es, entonces, a mí a quien quieres, sino que lo que quieres es pasar de largo ante mí? ¿Por qué esa voluntad de modificar a las personas, Felice? Eso no está bien. A las personas hay que tomarlas como son o dejarlas como son. Es imposible modificarlas, a lo sumo se las puede molestar en su modo de ser, eso es todo. Pues la verdad es que el hombre no se compone de particularidades aisladas que cada cual pueda quitarle y remplazar por otras a su antojo. Se trata más bien de un todo, y si tiras de una punta, la otra —quieras que no— también se estremece".
"Permíteme que sea feliz sufriendo con tus sufrimientos, en lugar de solo con los míos".
"Siempre es lo mismo, como a lo largo de toda la historia del mundo cada cual elige su terreno para combatir. No me va a quedar otro remedio que conquistar yo también el otro terreno".
"Te quería como te quiero hoy, te veía en apuros, sabía que, no teniendo la culpa de nada, habías estado sufriendo por mí durante dos años, sufriendo como no hay derecho a que sufran los inocentes, pero también veía que eras incapaz de darte cuenta de mi situación".
"Querida Felice, puede decirse que es la primera vez en diez días que mi mano toma la pluma con objeto de escribir algo para mí. Así es como vivo".
"Querida Felice, ampliando el tema del sanatorio, que esta mañana traté solo de pasada. Mi principal objeción contra los sanatorios consiste en que consumen inútilmente demasiado tiempo y demasiados pensamientos".
"Mi pobre amor (pobre porque todos somos pobres y porque a los pobres, cuando no se les puede ayudar de otra manera, se les acaricia la mejilla)".
"Últimamente estaba tumbado allí, casi dentro del canalillo de la acera (este año la hierba es alta y tupida hasta en los canalillos), cuando un señor bastante distinguido, con el que a veces he tenido tratos por cuestiones relativas a la oficina, pasó por mi lado en un coche de dos caballos camino de una fiesta aún más distinguida que él. Yo me estiré y sentí las alegrías (ciertamente que solo las alegrías) de estar desclasado. ¿Pero y tú? El domingo estabas tan llena de vida a mi lado… y ahora este silencio".
"¡De qué sirve quejarse y escribir!".
"Si no soy capaz de nada, me siento desgraciado; si soy capaz de algo, no dispongo de suficiente tiempo; y si pongo mis esperanzas en el futuro, enseguida me sobreviene el miedo, ese miedo de otra especie, miedo de que con mayor motivo me resulte imposible trabajar. Un infierno magníficamente calculado. Pero —y esto es lo principal actualmente— no faltan en él los buenos momentos".
"Por otro lado, voy a decirte un secreto en el que yo por mi parte en estos momentos no creo en absoluto (pese a que, cuando trato de trabajar y pensar, la tiniebla que desde lejos cae sobre mí a todo mi alrededor tal vez pudiera convencerme), pero que tiene que ser verdad: jamás recobraré la salud. Ni más ni menos que porque no se trata de una tuberculosis a la que se coloca en la tumbona y a la que se cuida hasta su curación, sino que se trata de un arma cuya necesidad seguirá siendo extrema mientras yo continúe con vida. Y ambas no pueden continuar con vida".
"Yo no me sentía desdichado. Por supuesto que la palabra «felicidad» hubiera sido una designación muy desacertada de mi estado de ánimo. Me sentía atormentado, pero no infeliz, mis miserias, todas, más que sentirlas las contemplaba, tomaba consciencia de ellas, las constataba en su monstruosidad, esa monstruosidad que excede todas mis fuerzas (al menos en tanto que ser vivo), y dentro de esa toma de consciencia, con una relativa tranquilidad, persistí en mi actitud de mantener los labios cerrados, firmemente apretados".
Franz Kafka
"El error es creer que el físico sólo cuenta en el amor. Para la mayoría de las personas, entre las que me cuento, el físico es importante en la amistad e incluso en las relaciones más elementales. Y no me estoy refiriendo ni a la belleza ni a la fealdad, me refiero a esa cosa tan indefinida e importante que llamamos fisionomía. Hay seres que nos gustan a primera vista e infelices que no podemos ni ver. Negarlo sería una injusticia añadida".
"—¿Tiene algo que celebrar?
—Sí. Nuestro encuentro.
—No era necesario. No es tan importante.
—Para usted, puede que no. Para mí sí lo es.
—Ah, vale.
—Es el principio de una amistad".
"Debíamos de estar a medio camino cuando Pétronille me anunció que iba a ponerse a orinar allí mismo, entre dos coches aparcados.
—¿No podría esperar a llegar al Gymnase? —protesté—. Sólo faltan treinta metros.
—Demasiado tarde. Cúbrame.
Pánico. ¿Cuál debía ser mi papel? Estaba oscuro y nublado. No se veía nada a veinte metros sobre la acera de la rue Huyghens. En aquella atmósfera digna de Macbeth, yo tenía que proteger la intimidad de una joven que por razones que en parte se me escapaban había leído todas mis novelas.
Agucé el oído para escuchar eventuales pasos; sólo percibí el ruido de un pipí que parecía decidido a no terminar nunca. Mi corazón latía muy fuerte.
Imaginaba un discurso en el supuesto de que apareciera algún transeúnte:
«Perdóneme, señor, señora, mi amiga ha sucumbido a una urgente necesidad, no le falta mucho, ¿podría, si no es mucho pedir, esperar un momento?»".
"—Venga, es usted joven y famosa, la invitan a todas partes.
—¿Joven? Tengo treinta y cuatro años.
—Vale, es usted vieja y famosa".
"La realidad siempre se apresura a demostrarnos hasta qué punto carecemos de imaginación".
"—¿Qué es esa cosa?
—Soy yo.
Silencio, seguido de:
—De acuerdo. Es más grave de lo que imaginaba.
—Si quiere, voy a cambiarme.
—No, no. Si enciendo la luz, ¿se quemará?
—Por favor".
"—¿Nos tuteamos? —sugirió, tomando un sorbo de cerveza.
—¿Por qué?
—Hemos dormido en la misma cama, la he visto en pijama naranja, estamos compartiendo un fish and chips. Es extraño que sigamos tratándonos de usted".
"—Hasta que llegaste tú, me pareció el purgatorio.
—¿Y desde que llegué?
—El infierno.
Soltó una de sus grandes carcajadas.
—Tienes razón, lo hemos pasado muy bien".
"En el fondo tenía razón. Hay que forzar el destino. Si de mi capacidad de iniciativa dependiera, en la vida nunca ocurriría nada".
"—Con cuatro años, esquiaba muy bien.
—Sí. Ganaste tu copa de honor en el parvulario. Estoy impresionada.
—Es como ir en bicicleta, nunca se olvida.
—Claro que sí.
—Creo en el genio de la infancia".
"En la cima de la alegría, la imité. Dos metros más lejos, me desplomé. Me levanté inmediatamente y me lancé, para, al cabo de un segundo, volver a caer. Aquel juego se reprodujo quince veces seguidas. Pétronille había tenido tiempo de tomar el remonte y regresar a mi lado.
—Parece que el genio de la infancia no funciona demasiado bien.
¿Quieres que te enseñe?
—¡Déjame tranquila!
Menos de diez minutos más tarde, ella había bajado rápidamente, vuelto a subir, y estaba otra vez a mi lado, y yo me seguía cayendo cada cinco segundos.
—Tenemos un problema —dijo ella—. Vas a necesitar a un monitor muy paciente.
Rompí a sollozar.
—Y a un psiquiatra —añadió".
"—¿Esto es legal? —volvió a preguntar Pétronille.
—Lo que nunca se ha hecho no es ni legal ni ilegal —zanjé en tono categórico".
"—¡Voy a exprimir al máximo esta cláusula de anulación!
Llamó al microscópico número indicado y no necesitó fingir para hablar con voz de asmática.
—Es frecuente morir de un ataque de asma —oí que decía.
Cuando colgó, me anunció que la ambulancia estaba al llegar.
—¿Vas al hospital? —pregunté.
—No. Volvemos a París, tú y yo. Tú eres mi acompañante, es legal.
—¿Volvemos a París en ambulancia?
—Sí —dijo ella con orgullo—. No sólo te ahorraré una importante suma de dinero sino que, además, será mucho más rápido. Hagamos las maletas.
La sirena de la ambulancia no tardó en oírse. La ley exigía que Pétronille entrara en camilla. No se hizo de rogar".
"Tengo una larga experiencia en materia de separaciones, y sé mejor que nadie el peligro que entrañan: separarte de alguien prometiendo que volveréis a veros es el presagio de las cosas más terribles. El caso más habitual es que no vuelvas a ver nunca más al individuo en cuestión. Y ésa no es la peor de las eventualidades. La peor consiste en volver a ver a la persona y no reconocerla, ya sea porque ha cambiado mucho, ya sea porque entonces descubres un aspecto increíblemente desagradable que ya debía de existir antes pero que habías logrado ignorar en nombre de esa extraña forma de amor tan misteriosa y peligrosa y en la que siempre se nos escapa todo lo que está en juego: la amistad".
"Los grandes sentimientos necesitan combustible".
"Accesoriamente, continuaba siendo escritora y ser humano. Así que continué escribiendo y viviendo".
"Mi madre, que es incapaz de no deformar un título, felicitó a la invitada por Que la fuerza te acompañe.
—¿Lo has leído, mamá? —le pregunté en voz baja.
—Sí. No he entendido de qué trata, pero me ha parecido muy hermoso".
"Por más que sé que escribir es peligroso y que al hacerlo pones en riesgo tu vida, siempre acabo cayendo en la trampa".
Amélie Nothomb
"Todo lo que amamos se convierte en una ficción. De las mías, la primera fue Japón".
"En ningún momento tomé la decisión de inventar. Sucedió sin que yo interviniera.
Nunca se me ocurrió deslizar lo falso dentro de lo verdadero, ni disfrazar lo auténtico con apariencias de falsedad. Lo que has vivido te deja una melodía en el interior del pecho: ésa es la que, a través del relato, nos esforzamos en escuchar".
"—No es posible. —Rinri habló en un francés impecable.
—¡Qué alegría escucharte! —exclamé bobamente".
"—Su bonsái agoniza.
—Lo sé. ¿Qué me recomienda?
—Nada.
—Seguro que algo se podrá hacer.
—¿Contra la muerte?
—Todavía no está muerto. Mientras hay vida, hay esperanza".
"Cuando una historia es tan perfecta, uno teme no estar a la altura en el futuro".
"Cuando una historia es tan perfecta, uno teme no estar a la altura en el futuro".
"Suponiendo que el tiempo sirva para medir algo en el ser humano, son sus heridas".
"—Hemos llegado —dice el taxista.
—¿Dónde? —es la pregunta estúpida que hago.
—A la dirección que me ha dado.
La casa de mi infancia. Bajo del taxi. El Apocalipsis es cuando ya no reconoces nada".
"Cuanto más banal es una pena, más profunda resulta".
"La puerta se abre. Veo aparecer a una mujer muy anciana que mide un metro cincuenta. Primero nos miramos con terror. Los reencuentros son un fenómeno tan complejo que sólo deberían producirse tras un largo aprendizaje o simplemente prohibirse".
"¿Cómo sabemos que una persona anciana no está del todo bien de la cabeza? Hay como una vacilación. No es ella la que está perdida ante nosotros, somos nosotros los que estamos perdidos ante ella. Está en posesión de un poder capital: domina el arte de no asimilar aquello que rechaza. A todos nos gustaría ser capaces de un prodigio semejante".
"Hace una hora pensaba que los reencuentros deberían estar prohibidos. Ahora pienso que las separaciones también deberían estarlo".
"Ha transcurrido un año y veintitrés días desde la tragedia. Hace frío, el cielo es gris, sopla un viento de muerte".
"—¿Puedo invitarla a tomar el té? —me pregunta la mujer embarazada.
—Sería un placer. Por desgracia, es imposible: dentro de media hora tengo una cita con mi novio japonés de hace veinte años".
"—Esto no lo recuerdo —digo.
—En efecto. Es la primera vez que venimos aquí. ¿Hasta qué hora tengo derecho a estar a solas contigo?
—Hasta la hora que quieras".
"—La memoria es una aventura extraña".
"—Hablemos de otra cosa.
—¿Qué opina del libro que Amélie escribió sobre usted? —pregunta la realizadora.
Por Júpiter, me gustaría no estar aquí.
Él inclina levemente la cabeza antes de decir:
—Una encantadora ficción".
"El pobre Yumeto, que es intérprete del japonés al inglés, no capta nada de nuestro intercambio. Temo que se esté aburriendo, y más aún teniendo en cuenta que no deja de mirarse las rodillas. Echo una ojeada bajo la mesa y me doy cuenta de que está en Facebook".
"La incomodidad es un extraño defecto del centro de gravedad: sólo pueden experimentarla aquellas personas cuyo núcleo permanece flotante. Los seres anclados en la solidez no comprenden en qué consiste".
"Unos años antes, tuve que posar para JeanBaptiste Mondino, probablemente el mayor artista que me haya fotografiado jamás. Al ver que insistía en ofrecerle expresiones varias —alegría, sorpresa, muecas—, se detuvo con humor y me increpó:
—¿Se puede saber qué estás haciendo?
—Intento darle algo —balbuceé.
—Yo no te he pedido nada. Eso es lo que quiero: que estés vacía. Que no sientas nada".
"Un recuerdo regresa a mí. Cuando Rinri se encontraba conmigo en el parque Shirogane, a la sincera alegría de volver a verlo se le sumaba una secreta angustia:
«Ahora voy a tener que ser feliz». Sonrío ante esa ansiedad ya superada y susurro para mí misma: «Desde entonces, no ha sido necesario ser feliz»".
"Experimentar el vacío es algo que debe tomarse al pie de la letra, no hay nada que interpretar: con la ayuda de los cinco sentidos, se trata de vivir la experiencia de la vacuidad".
"Como estoy en un callejón sin salida emocional, decido marcharme de viaje.
Esta vez, con destino desconocido".
Amelie Nothomb
"No entendí su nombre, él tampoco el mío".
"Hay que reconocer que el francés es un idioma perverso. No me habría gustado estar en la piel de mi alumno. Aprender a hablar mi idioma debía de resultar tan difícil como aprender a escribir el suyo".
"Declaré que tenía razón, que la vida era un juego: quienes creían que jugar se limitaba a la futilidad no habían entendido nada, etc".
"—Sus abuelos son… peculiares —observé.
—Son viejos —respondió el joven con sobriedad.
—¿Les ha ocurrido algo? —insistí.
—Han envejecido".
"Uno siempre debería acudir a las exposiciones así, por azar, con absoluta ignorancia. Alguien desea mostrarnos algo: eso es lo único que importa".
"—Perdóneme, no consigo entender su pintura. ¿Podría explicármela?
—No hay nada que entender, nada que explicar respondió con desagrado—.
Sólo hay que sentirla.
—Es que, precisamente, no siento nada.
—Peor para usted".
"Por mi parte, yo también seguía con mis clases y progresaba en japonés tanto como podía. No tardé en conseguir que me miraran mal. Cada vez que un detalle me intrigaba, levantaba la mano. Los distintos profesores casi sufrían un ataque cardíaco cada vez que me veían levantar las falanges hacia el cielo. Yo creía que se callaban para dejarme hablar y, con atrevimiento, planteaba mi pregunta, a la que respondían de un modo extrañamente insatisfactorio.
La cosa duró hasta el día en el que, al observar mi gesto habitual, uno de los profesores empezó a gritarme con una excepcional violencia:
—¡Basta ya!
Me quedé paralizada, mientras los demás alumnos me miraban fijamente.
Después de la clase, fui a excusarme ante el profesor, sobre todo para saber qué crimen había cometido.
—No se le hacen preguntas al Sensei —me riñó el profesor.
—¿Y si uno no entiende algo?
—¡Lo entiende y punto!".
"—¿Cómo piensa lavarse?
—Con agua y jabón.
—No, es demasiado pegajoso. El cazo es antiadherente, sus manos no.
—Eso ya lo veremos.
En efecto, el chorro de agua del grifo y el producto lavavajillas no mermaron lo más mínimo mis amarillentas manoplas.
—Voy a intentar pelarme las manos con un cuchillo de cocina.
Ante la mirada aterrorizada de Rinri, procedí a ejecutar mi proyecto. Lo que tenía que ocurrir ocurrió: me corté la palma de la mano y la sangre brotó de la plastificada membrana. Me llevé la herida a la boca para no convertir aquel lugar en la escena del crimen".
"Aquel episodio había actuado en él como una catarsis. Me tomó en sus brazos y ya no me dejó".
"Me acerqué a interrumpir su sueño y, con mucha dulzura, le dije que, en mi país, la tradición exige que el hombre se marche al llegar el alba.
(...)
Rinri preguntó si la costumbre belga autorizaba a volver a verse".
"Rinri y yo no teníamos ni idea de lo que hacíamos juntos ni de adónde íbamos. Con el pretexto de estar visitando lugares de un interés relativo, nos explorábamos el uno al otro con indulgente curiosidad".
"Rinri me cogía de la mano, como todos los enamorados del recorrido tomaban de la mano a su acompañante".
"Después del amor, ya no había reglas. Sobre la almohada, descubrí a alguien".
"—Cuéntame cosas de las japonesas.
Se encogió de hombros. Insistí. Acabó diciéndome:
—No puedo contarte nada. Me ponen nervioso. No son ellas mismas.
—Quizás yo tampoco sea yo misma.
—Sí. Tú estás aquí, me estás mirando. Ellas, en cambio, siempre se están preguntando si gustan. Sólo piensan en sí mismas".
"Le quería mucho. Y eso no puedes decírselo a tu novio. Lástima. Por mi parte, quererlo mucho significaba mucho".
"—Hola, Amélie. Me gustaría conocer tu estado de salud.
—Excelente.
—En esas condiciones, ¿te apetecería encontrarte conmigo?".
"—Rinri me ha hablado mucho de ti —dijo ella.
—También a mí me ha hablado mucho de ti —inventé.
—Mentís las dos. Nunca hablo mucho de nada.
—Es verdad, nunca dice nada —retomó Rika—. Me ha hablado terriblemente poco de ti. Ésa es la razón por la que estoy convencida de que te quiere".
"Cuando me quedé a solas con Juliette, le pregunté qué opinaba de Rinri.
—Es delgado —dijo ella.
—¿Y qué más?
No obtuve gran cosa más. Telefoneé al chico:
—Y qué, ¿qué te parece?
—Es delgada —dijo".
"—¿Dónde voy a dormir?
—Conmigo, en la cama de mis padres.
Protesté por semejante equivocación. Rinri procedió a su habitual encogimiento de hombros.
—¡La cama de tus padres, hay que ver!
—Mientras ellos no se enteren… —dijo él.
—Pero yo sí me entero.
—¿No querrás que durmamos en mi camita individual? Sería un infierno.
—¿No hay otra posibilidad?
—Sí. Dormir en la cama de mis abuelos".
"—¿Ocurre algo?
—No me gustan estos platos.
—¿Y por qué los has preparado?
—Para ti. Me gusta verte comer.
—A mí también me gusta verte comer —dije cruzándome de brazos.
—Por favor, sigue comiendo, es tan hermoso".
"El teléfono no deja de sonar. Al otro lado de la línea, un ser humano se dirige a mí:
—¿Quién es usted? —digo.
—Por fin, Amélie, soy yo, Rinri. ¿Ya no reconoces mi voz?
No me atrevo a decirle que había olvidado incluso su existencia".
"—El mar de Japón —dijo Rinri ceremoniosamente.
—Ya lo había visto cuando era pequeña, en Tottori. Estuve a punto de ahogarme.
—Estás viva —concluyó el chico para excusar al mar sagrado".
"—¡Qué maleta más enorme y pesada! —dijo el chico al ponerla en el maletero.
—Regalos —comenté.
Me llevaba todas mis cosas.
En Narita, le pedí que se fuera enseguida.
—Me horrorizan las despedidas en los aeropuertos.
Me dio un beso y se marchó. En el momento en que desapareció, el nudo de mi garganta se desató, mi corazón se dilató y mi pena dejó su lugar a una extraordinaria alegría".
"«Viejo hermano, te quiero. No te traiciono al marcharme. Huir también puede ser un acto de amor. Para amar, necesito ser libre. Me marcho para preservar la belleza de lo que siento por ti. No cambies nunca»".
"Al parecer, huir es poco glorioso. Lástima, porque es muy agradable. La huida proporciona la más formidable sensación de libertad que se pueda experimentar. Te sientes más libre huyendo que si no tienes nada de lo que huir".
"Los que huyen mueren perdidos en un exceso de espacio".
"Me ahorré ese episodio, siniestro entre todos, bárbaro y falaz, llamado ruptura.
Salvo en caso de crimen innoble, no entiendo que se rompa. Decirle a alguien que se ha terminado es feo y falso. Nunca se termina. Incluso cuando ya no piensas en alguien, ¿cómo dudar de su presencia dentro de ti? Un ser que ha contado para ti, siempre cuenta".
"Tratándose de Rinri, habría resultado particularmente malvado por mi parte:
«Mira, me has hecho un bien considerable, eres el primer hombre que me ha hecho feliz, no tengo nada que reprocharte, sólo conservo excelentes recuerdos de ti, pero ya no tengo ganas de estar contigo». Nunca me habría perdonado decirle una infamia semejante. Eso habría ensuciado nuestra hermosa historia".
Amelie Nothomb
"Mientras le quedó luz en los ojos, mi padre hizo fotografías. Había toda una estantería repleta de imágenes nuestras tomadas en las ocasiones especiales y en las corrientes. Duró diez años, más no, la recolección: los años del primer bienestar y de la pérdida de su vista. Queda así documentada hasta el detalle una sola época, quizá la única que he podido olvidar".
"Los álbumes, los archivos, no me sostienen la memoria, sino que la sustituyen".
"Un cuento que me persigue desde la memoria más remota habla de un ángel que toca la boca de los niños en el instante del nacimiento. A mí me debió de dar un golpecito más fuerte, por eso era tartamudo: ésa era la variante de la leyenda que me contaban. En las noches del niño que fui venía muchas veces un ángel a llamar a mi boca, pero yo no conseguía abrirla para darle la bienvenida. Un rato después se marchaba y en la oscuridad quedaban sus plumas y mis lágrimas".
"Ciudad, domingos: desde que tengo edad de memoria no he sabido ser parte".
"No eran años para muchachos los que nos habían tocado. Entonces no lo sabía y la adolescencia era una de las estaciones de la paciencia a la espera de consistir en plenitudes futuras".
"En el aula, cuando se pasaba lista, mi nombre exclamado me estremecía. Sólo era una sigla y ya era un orden, mal pronunciado, mal anunciado. Desde hacía poco era el mío y ya estaba ajado".
"Sólo de adulto remonté las generaciones. De niño no admitía el pasado".
"Los tubos de escape despedían humo negro cada vez que arrancaban y apestaban a la gente que esperaba".
"Indago con la mirada las caras de los transeúntes, ente ellas veo la tuya, madre.
Eres joven, una edad tuya que ya no recuerdo. Se dice que las madres no tienen edad. De niño te las veía todas, la vida duraba un día, moría con el sueño y resurgía al despertar".
"En el curso del día todas las edades te brotaban en la cara, ni una sola se detenía una hora. Tú eras él siempre, nacías por la mañana, morías por la noche, apareciendo y desapareciendo por la misma puerta, dirigiendo la luz de la mañana y llevándotela otra vez contigo por la noche, dejando una rendija de luz bajo la puerta que cerrabas mal.
Todas las edades en un día: tiene que ser difícil que nos mire un hijo con tanto desacierto y no saberlo nunca".
"Tiene que haber sido imposible adivinar el malestar del niño que no quiere dormir: no moría yo en la oscuridad cada noche, sino tú".
"Pronto llegaron las canas que no quisiste teñir, despreocupada por corregir los detalles de tu imagen. Aparentabas más años que las de tu edad, pero de mayor recuperaste ventaja sobre ellas. He visto caer a mujeres en la edad siguiente como se cae de un escalón que se calcula mal, por haber retenido demasiado una edad anterior.
A tu juventud la confundió la guerra".
"Estás mirando a alguien y no piensas en la calle.
Hay ojos en algunos cuadros que siguen al espectador donde éste se desplace.
Para mí ahora es así: tú miras y yo tengo la impresión de ser mirado".
"Es posible, porque lo posible es el límite variable de lo que uno está dispuesto a admitir".
"Soy el hijo, el extraño cuyo perfil se ha simplificado entre el cristal de una sección de maternidad que separa al recién nacido de la madre y el cristal de una ventanilla de autobús.
No me reconoces".
"Los ojos se me cerraron, como cuando una visión inesperada nos penetra en el interior y uno va a retenerla en la oscuridad dentro de sí, para entenderla bien".
"Hablar es recorrer un hilo. Escribir, en cambio, es poseerlo, devanarlo".
"En ese momento debí de comprender por vez primera que el daño es irreparable y que no hay manera de reparar un agravio por más que se haga después.
No hay remedio aparte de no cometerlos, y no cometerlos es labor de lo más ardua y secreta en medio del mundo".
"Te hablo de ella porque no habrá otra vez y no lo hemos hecho antes. Vivimos con personas queridas sin saberlo, maltratadas sin darnos cuenta: un día cualquiera desaparecen y ya no hablamos más de ellas".
"No lloraba de niño; no recuerdo mis lágrimas. Mucho más tarde las conmociones hallaron el camino de las palabras y el de los ojos".
"Cada zambullida aparta de la respiración, del calor, de lo seco.
Cada zambullida contiene la sexagésima parte de un adiós".
"Se aprende tarde a defenderse de las palabras".
"Entre madre e hijos no acontece progreso, no se desarrolla civilización: las palabras siempre serán pocas, raras, conservadas. No reemplazan nada, ni los golpes ni las caricias".
"Las cosas tienen un rostro secreto que un niño puede indagar.
Rompía el juguete: no por la insignificante curiosidad de ver lo que había dentro, cómo estaba hecho, sino para ver el instante en que de golpe se deshacía, antes de perderse en la indistinción de sus trozos".
"Sólo en muerte la vida es enteramente de quien la ha vivido, y la posesión no tiene donantes, ni reprimendas".
"Te hablo, madre, tan joven como eres respecto a mí por una noche, de este tu antiguo regalo, cuya posesión me parece que puedo completar precisamente ahora.
¿Es mía la vida que me diste? Ésta noche sí, es del todo mía".
"Nunca creí que estuviese muerto. De niño la palabra «muerto» significaba mantenerse aparte, no dejarse ver, una insistencia voluntaria en la ausencia. Podía ser lo mismo que decir: el abuelo se ha ofendido y no quiere venir a vernos, al abuelo lo han trasladado".
"Quise a ese abuelo que no podía abrazar a su hijo y se conformaba una vez al mes con acariciarle la nuca con la excusa de un servicio".
"Alrededor bulle el movimiento. Las puertas se han abierto, la gente sube y baja por todas partes, tropezándose. Me quedo cerca del cristal, hay alboroto, pero tú y yo seguimos quietos. Llegan el momento y la ocasión, cuando dos personas se detienen: entonces se encuentran".
"Si uno siempre se mueve, impone inclinación, dirección al tiempo.
Pero si uno se detiene, si se resiste como un burro en medio del sendero, dejándose llevar por una distracción, entonces también el tiempo se detiene y ya no es esa carga que perfila la espalda. Si no lo transportas, se vuelca, se extiende alrededor como la mancha de tinta que mi plumilla hacía sola, recta, en equilibrio sobre el papel secante, para caer luego, vacía".
"Quienes se detienen se encuentran, incluso una madre joven y un hijo viejo. El tiempo actúa como las nubes y los posos del café: cambia las figuras, mezcla las formas".
"Estamos detenidos en la fotografía, pero tú sabes lo que va a ocurrir enseguida porque has llegado más lejos. Yo, en cambio, sé quién eres tú, pero no la continuación que tú conoces. Yo conozco tu nombre, pero tú mi destino".
"No le gustaba llevar a nadie de la mano, ni siquiera la tuya la vi nunca en la suya".
"Para mí los días amados fueron aquéllos en los que lo imposible quedó guardado en el corazón, y no aquéllos en los que se cumplió".
"Se crece callando, cerrando los ojos de vez en cuando, sintiendo de pronto mucha distancia de todas las personas".
"La inocencia podía ser una especie de insolencia".
"De las primeras cosas que aprendí por mi cuenta recuerdo ésta: aprendí a no esperar".
"Hoy sé que en cada frase pronunciada yace el alma de una pregunta, pero entonces temía que cada pregunta contuviese una respuesta que no sabía identificar".
"Así que pregunté a través de la puerta entornada del baño:
—¿Por qué existe la espera?
—¿Qué espera?
Hice una pausa. Continuó con tono más amable: ¿La espera de qué?
—Si mamá no viene, tú la esperas.
—Claro.
—Si se va la luz, ¿esperamos que vuelva?
—No te entiendo bien, pero da igual. Sí, esperamos que vuelva.
—Por todo lo que se retrasa y hay que esperar, ¿quedamos siempre a la espera?
En ese momento, mi dicción se hizo más embarullada.
—Papá, si yo no quiero quedarme a la espera y quiero quedarme sin espera, ¿puedo?
Entonces dejó de afeitarse, abrió de par en par la puerta y, como si hubiese entendido algo, no sé qué, no dijo nada más que lo siguiente: «Si llegas a lograr quedarte sin espera, verás cosas que los otros no ven». Y añadió a renglón seguido:
«Aquello que te importa, aquello que te vaya a pasar, no llegará con una espera»".
"Debe ser también cierto, no compartir una tensión con alguien es como abandonarlo a su suerte".
"He seguido siendo católico, pero no he amado la religión. Para mí rezar nunca fue preguntar. En los momentos de mayor fervor he entrado en una iglesia no para preguntar, sólo para estar lejos".
"Más tarde he vuelto a querer la sombra, débil refugio; la luz fuerte de la mañana al despertar es para mí como un vaso que se rompe".
"No lo había perdido yo, el juego se fue de mí igual que había venido, como un duende amigo que acompaña a un niño durante un tramo de su vida y luego se marcha, callado, sin avisar".
"Cuando murió no me di cuenta. Dormía en la silla, las manos enlazadas con las suyas, mis ojos cerrados y los suyos abiertos hacia mí. Cuando solté los dedos de los suyos me quedé solo en el mundo".
"No es que crea que cada error se merece un castigo, no, no es eso, pues para mí el error que se comete contiene en sí mismo una penitencia, una disminución, sino que a cada fallo le corresponde una soledad".
Erri De Luca