domingo, 12 de febrero de 2023

Citas: Un gato callejero llamado Bob - James Bowen

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 "Según una famosa cita que leí en alguna parte, a todos se nos ofrecen segundas oportunidades cada día de nuestras vidas. Están ahí para que las tomemos, pero simplemente no lo hacemos.
He pasado una buena parte de mi vida confirmando esa cita. Se me dieron un montón de oportunidades, algunas veces a diario. Durante mucho tiempo no supe aprovecharlas, pero de pronto, a principios de la primavera de 2007, eso comenzó a cambiar. Fue justo entonces cuando me hice amigo de Bob. Al echar la vista atrás, algo me dice que también debía de ser su segunda oportunidad".


"—Pobrecillo, creo que es un gato perdido. No tiene collar y está muy delgado —declaré, alzando la vista hacia Belle, que esperaba paciente al pie de las escaleras.
Me conocía lo bastante como para saber que tengo debilidad por los gatos.
—No, James, no puedes quedártelo —indicó, moviendo la cabeza hacia la puerta del apartamento frente a la que estaba el gato—. No creo que estuviera simplemente merodeando por aquí y se apostara en este sitio. Debe de pertenecer a quien quiera que viva aquí. Probablemente está esperando a que regresen y le dejen pasar.
A mi pesar, tuve que darle la razón. No podía coger al gato por las buenas y llevármelo a casa, incluso aunque todo pareciera apuntar que estaba abandonado.
Hacía poco que acababa de mudarme a este lugar y todavía estaba intentando poner orden en mi apartamento. ¿Qué pasaría si de verdad perteneciera a las personas que vivían en ese piso? No creo que se tomaran demasiado bien que alguien se apropiara de su mascota, ¿verdad?
Además, lo último que necesitaba en ese momento era asumir la responsabilidad extra de un gato. Era un músico fracasado que intentaba recobrarse de su adicción a las drogas y que vivía precariamente en un piso tutelado. Ser responsable de mí mismo ya era lo suficientemente duro".

"Por simple curiosidad, solté al gato de la correa para ver si sabía hacia dónde dirigirse. Pero mientras caminábamos por las calles resultó evidente que no sabía dónde estaba. Se le veía totalmente perdido. Levantaba la vista hacia mí como diciendo: «No sé dónde estoy; quiero quedarme contigo»".

"Londres siempre ha tenido una gran población de gatos callejeros y asilvestrados que vagan por las calles y se alimentan de sobras y del cariño de extraños. Hace quinientos o seiscientos años lugares como la calle Gresham en la City, Clerkenwell Green y Drury Lane solían ser conocidos como «calles de gatos» y estaban abarrotados de ellos. Estos animales callejeros son los verdaderos desechos, los restos del naufragio de la ciudad, merodeando y peleando para sobrevivir a diario. Muchos de ellos eran como este gato anaranjado: criaturas ligeramente magulladas y rotas.
Tal vez éste había intuido en mí un alma gemela".

"A su favor debo decir que además se tomó la molestia de comprobar si el gato tenía insertado un chip. No había ninguno, lo que volvía a reforzar mi teoría de que era un gato callejero.
—Debería ponérselo cuando tenga oportunidad —dijo—. Y también creo que habría que esterilizarlo lo más pronto posible —añadió, tendiéndome un folleto con publicidad sobre la castración gratuita de gatos callejeros.
Dada la forma en la que el gato arañaba todo lo que había en casa y lo juguetón que estuvo conmigo, asentí en reconocimiento a su diagnóstico.
—Creo que es una buena idea —sonreí esperando que al menos me preguntara por qué.
Pero el veterinario no parecía estar interesado en saberlo. Solo le preocupaba redactar sus notas en el ordenador e imprimir la receta. Ambos formábamos parte de la cadena de producción que necesitaba seguir avanzando y dejar paso al siguiente paciente. No era culpa suya; así es el sistema".

"En los días siguientes, mientras le cuidaba para que se recuperara, llegué a conocerle un poco mejor. Para entonces ya le había puesto nombre: Bob. La idea surgió mientras veía en DVD una de mis viejas series de televisión favoritas, Twin Peaks.
En la serie aparecía un personaje llamado Bob, un espíritu maligno. De hecho era un esquizofrénico, una especie de Jekyll y Hyde. Parte del tiempo era una persona normal, sana y, al momento siguiente, se volvía totalmente loco y descontrolado. En cierto sentido, el gato se parecía un poco a él. Si estaba contento y feliz no se podía encontrar un gato más tranquilo y cariñoso, pero cuando le cambiaba el humor, podía ser un absoluto maníaco que arrasaba con todo lo que encontraba en el apartamento.
Una noche que estaba hablando con mi amiga Belle, se me ocurrió.
—Se comporta un poco como el maligno Bob de Twin Peaks —dije, ganándome una mirada vacía de ella.
Pero no me importó. Y se quedó con el nombre de Bob".

"Desde que di con mi vida en las calles, mucha gente se interesaba por mi pasado.
¿Cómo había acabado así?, me preguntaban. Algunos lo hacían desde un punto de vista profesional, claro. Hablé con docenas de trabajadores sociales, psicólogos e, incluso, agentes de la policía que me interrogaron sobre el motivo por el que acabé viviendo en las calles. Pero también me lo preguntó mucha gente corriente.
No sé por qué, pero a la gente parece fascinarle saber por qué algunos miembros de la sociedad acaban cayendo en el abismo. Creo que en parte es por la sensación de que eso puede sucederle a cualquiera. Pero también imagino que les hace sentir mejor respecto a sus propias vidas. Y les hace pensar: «Bueno, tal vez crea que mi vida es mala, pero podría ser peor, podría ser como la de ese pobre diablo»".

"Como era de prever, tras un período de esnifar pegamento, caí en las drogas, probablemente para escapar de la realidad. Sin embargo no me volví adicto. Solo lo probé un par de veces después de ver a otro chico hacerlo. Pero aquello no fue más que el principio del proceso. Después empecé a fumar chocolate y a esnifar tolueno,un disolvente industrial que se encuentra en la laca de uñas y en el pegamento. Todo estaba relacionado, todo era parte del mismo ciclo de comportamiento, una cosa llevaba a la otra, y a su vez a la siguiente, y así hasta el infinito. Me sentía furioso.
Me sentía como si nunca me hubieran ofrecido las oportunidades adecuadas.
Muéstrame a un chico de siete años y te mostraré al hombre, reza el dicho. No estoy muy seguro de que hubiera sido posible adivinar mi futuro cuando tenía siete años, pero, desde luego, podría predecirse lo que me esperaba cuando tenía diecisiete.
Estaba en el camino de la autodestrucción".

"Mientras estaba viviendo en la calle, conseguí encontrar un trabajo como pinche de cocina, pero me despidieron en cuanto descubrieron que era un sin techo, a pesar de no haber hecho nada mal en el trabajo. Cuando eres un indigente no tienes demasiadas oportunidades".

"La siguiente fase de mi vida está envuelta en una bruma de drogas, bebida, delitos menores y también desesperanza. No me ayudó demasiado el hecho de desarrollar una adicción por la heroína.
Al principio la tomaba como una ayuda para poder dormir por la noche en las calles. Era como un anestésico contra el frío y la soledad, que me transportaba a otro lugar. Desgraciadamente, también se llevaba consigo mi alma".

"Un año después de llegar a Londres y, aproximadamente nueve meses después de vivir en las calles, tuve la ocasión de vislumbrar el dolor que estaba causando.
Había establecido contacto con mi padre cuando llegué, pero llevaba meses sin hablar con él. Se acercaba la Navidad cuando decidí llamarle. Su mujer —mi madrastra— contestó al teléfono. Él se negó a ponerse y me tuvo esperando durante varios minutos por lo enfadado que estaba conmigo.
—¿Dónde c*** te has metido? Hemos estado muy preocupados por ti —dijo, cuando consiguió rehacerse lo suficiente para hablarme.
Inventé unas excusas lamentables, pero él continuó gritándome.
Me contó que mi madre se había puesto en contacto con él y que estaba desesperada por averiguar dónde estaba. Una señal evidente de lo preocupada que debía de estar, pues nunca hablaban entre ellos. Me estuvo gritando y regañando durante cinco minutos largos. Ahora comprendo que era una mezcla de rabia y alivio.
Probablemente hasta creyó que había muerto, lo que en cierta forma era cierto".

"Mientras esperaba en la acera, intentando encontrar un hueco por el que cruzar entre el denso tráfico hasta el autobús que ya se veía a lo lejos, a unos cien metros, sentí a alguien —o algo— frotarse contra mi pierna. Instintivamente, bajé la vista. Vi una silueta familiar a mi lado. Para mi horror, descubrí que Bob estaba, como yo, esperando su oportunidad para poder cruzar.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —le pregunté.
Me miró despreocupadamente, como si acabara de hacerle una pregunta verdaderamente estúpida. Luego se concentró nuevamente en la calzada, colocándose en el extremo del bordillo como si se preparara para lanzarse al asfalto en cualquier momento.
No podía dejar que se arriesgara. Con toda seguridad aquello supondría un suicidio. Así que lo cogí en brazos y lo coloqué sobre mi hombro, donde sabía que le gustaba sentarse. Se acomodó ahí, acurrucándose a un lado de mi cabeza mientras, esquivando y abriéndome paso entre el tráfico, yo cruzaba la calle.
—Está bien, Bob, hasta aquí hemos llegado —le dije mientras volvía a ponerlo en el suelo y le hacía un gesto para que se marchara.
Se alejó calle abajo perdiéndose entre la multitud. «Tal vez esta sea la última vez que le vea», pensé. Ahora estaba muy lejos de casa.
Unos minutos después llegó el autobús. Era uno de esos viejos autobuses rojos de dos pisos a los que se puede subir de un salto a la plataforma de atrás. Fui a sentarme en el banco del fondo y estaba colocando mi guitarra en el compartimento cerca de donde se encontraba el cobrador, cuando, detrás de mí, vi un fugaz destello de pelo naranja. Antes de darme cuenta, Bob había saltado dejándose caer en el asiento al lado del mío.
Me quedé petrificado. Entonces finalmente comprendí que nunca me quitaría al gato de encima. Pero también algo más. Invité a Bob a que se sentara en mi regazo, lo que hizo sin pestañear. Unos segundos más tarde, el cobrador apareció. Era una alegre mujer india que sonrió a Bob y luego a mí.
—¿Es suyo? —preguntó, acariciándolo.
—Supongo que sí —contesté".

"Cuando el final de la tarde se convirtió en noche y la muchedumbre aumentó debido a la gente que volvía del trabajo a sus casas o que salía a dar una vuelta por el West End, más y más gente se paraba para admirar a Bob. Estaba claro que había algo en él que les fascinaba.
Cuando empezó oscurecer, una mujer de mediana edad se detuvo para charlar.
—¿Cuánto tiempo hace que lo tiene? —preguntó, agachándose para acariciar a Bob.
—Solo hace unas semanas —contesté—. De alguna forma nos encontramos el uno al otro.
—¿Encontrarse el uno al otro? Suena interesante".

"Las calles de Tottenham son muy diferentes a las de Covent Garden, pero al igual que el día anterior, la gente empezó a mirarnos casi inmediatamente. E igual que había ocurrido entonces, uno o dos me lanzaron miradas desaprobatorias. Saltaba a la vista que pensaban que estaba chiflado por llevar a un gato naranja sujeto con un trozo de cuerda.
—Si esto se va a convertir en costumbre, voy a tener que comprarte una correa en condiciones —le dije en voz baja a Bob, sintiéndome súbitamente cohibido.
Pero, por cada persona que me lanzaba una mirada reprobatoria, otra media docena me sonreía y me saludaba con un gesto de cabeza. Una señora india cargada con bolsas de la compra nos mostró una enorme y luminosa sonrisa.
—¡Pero qué bonita pareja hacen ustedes dos! —declaró.
En todos los meses que llevaba viviendo en mi apartamento, nadie de los alrededores se había molestado en darme conversación. Era extraño, pero también sorprendente. Era como si la capa invisible de Harry Potter se hubiera deslizado de mis hombros".

"Poco después de que me pusiera a tocar, una guardia de tráfico de expresión pétrea pasó por allí. Vi cómo bajaba la vista hacia Bob y su rostro se deshizo en una cálida sonrisa.
—Aah, pero ¿a quién tenemos aquí? —declaró, deteniéndose y agachándose para acariciar a Bob.
Apenas me dirigió una mirada, y tampoco dejó dinero en la funda de la guitarra.
Pero no importaba. Empezaba a admirar el modo en el que Bob parecía alegrar el día a todo el mundo.
Era una hermosa criatura, de eso no había duda. Pero no solo eso. Había algo más en Bob. Era su personalidad lo que atraía su atención. La gente percibía algo en él. Yo mismo podía sentirlo. Había algo especial en él".

"Allí, en la acera de James Street, el sonido de las monedas aterrizando en mi funda se había convertido en música para mis oídos; no podía negarlo. Pero sin Bob a mi lado no pude dejar de advertir que la frecuencia del tintineo disminuía significativamente. Mientras tocaba era consciente de que no estaba sacando ni remotamente la misma cantidad. Incluso necesité unas cuantas horas más para ganar la mitad de dinero que reunía con Bob en un buen día. Era como volver a los viejos tiempos antes de Bob, pero no importaba.
Fue mientras volvía a casa esa noche cuando empecé a entenderlo. No era solo por hacer dinero, porque nunca me moriría de hambre, pero mi vida era mucho más rica con Bob en ella".

"La ayudante me pidió que rellenara un par de formularios de aspecto complicado.
Afortunadamente la información que necesitaba era muy sencilla.
—Está bien, necesitamos que rellene todos los apartados para poder guardarlos en la base de datos —explicó—. Debe darnos su nombre, dirección, edad, número de teléfono y esas cosas —sonrió.
No fue hasta que no vi como la ayudante rellenaba el formulario cuando caí en la cuenta. ¿Significaba esto que yo era el propietario oficial de Bob?
—Entonces, a efectos legales, ¿eso significa que ahora estoy registrado como su dueño? —le pregunté.
Ella levantó la vista de los papeles y sonrió.
—Sí, ¿le parece bien? —dijo.
—Claro, es genial —dije un tanto impresionado—. Realmente genial.
Para entonces Bob ya se había recuperado un poco. Le hice una caricia en la parte alta de la cabeza. Obviamente aún notaba la inyección, por lo que no quise tocarle el cuello, convencido de que me habría clavado la zarpa en la mano.
—¿Has oído eso, Bob? —le pregunté—. Por lo visto ya somos oficialmente una familia".

"Tener a Bob conmigo suponía una gran diferencia respecto a la forma en que llevaba mi vida. Él me había limpiado completamente en más de un sentido.
Además de proporcionarme una rutina y una sensación de responsabilidad, también me había obligado a mirarme a mí mismo, y debo confesar que no me gustó nada lo que vi.
No estaba orgulloso de ser un adicto en vías de rehabilitarse, ni mucho menos de tener que visitar una clínica cada quince días y recoger la medicación de la farmacia una y otra vez. De modo que me impuse la norma de que, salvo que fuera absolutamente necesario, no iba a llevar a Bob a esas salidas. Sé que puede sonar absurdo, pero no quería que él viera esa parte de mi pasado. Aquello era algo en lo que también me había ayudado; por fin lo veía como algo pasado. Y contemplaba mi futuro como una persona totalmente limpia, llevando una vida normal. Solo tenía que completar el largo viaje que llevaba hasta ese punto.
Aún había un montón de cosas que me recordaban ese pasado y el largo camino que aún me quedaba por recorrer. Unos días después de haberle insertado el microchip, estaba dando vueltas por casa buscando mi nuevo abono transporte —que acababa de recibir esa semana con el correo—, cuando empecé a vaciar el contenido de un cajón de mi dormitorio.
Allí, al fondo del todo, bajo una pila de viejos periódicos y ropa, encontré un recipiente de plástico. Lo reconocí de inmediato, aunque hacía tiempo que no lo veía.
Contenía toda la parafernalia que precisaba cuando me inyectaba heroína. Dentro había jeringuillas, agujas, todo lo necesario para mi vicio. Fue como contemplar un fantasma. Su visión me trajo un montón de malos recuerdos. Vi imágenes de mí mismo que hubiera deseado haber borrado de mi mente para siempre.
En ese momento decidí que no quería tener en casa aquella caja ni un minuto más. No quería que estuviera ahí para recordarme todo aquello y, tal vez, tentarme. Y definitivamente no quería que estuviera cerca de Bob, a pesar de que estaba oculta a su vista.
Bob, sentado junto al radiador como de costumbre, se levantó al ver que me ponía el abrigo y me disponía a bajar a la calle. Me siguió todo el camino hasta el cuarto de basuras, observándome con atención mientras tiraba la caja en el contenedor de reciclar residuos peligrosos.
—Ya está —dije volviéndome hacia él, que me miraba fijamente con ojos inquisidores—. Solo estaba haciendo algo que debería haber hecho hace mucho tiempo".

"La vida en la calle nunca es sencilla. Siempre debes esperar lo inesperado. Tuve que aprenderlo muy pronto. Los trabajadores sociales siempre utilizan la palabra «caótico» cuando se refieren a gente como yo. Consideran nuestras vidas caóticas porque no se ajustan a su idea de normalidad, aunque para nosotros sí lo sean".

"Bob aún seguía demostrando ser un auténtico imán para la gente, especialmente para los turistas. Cualquiera que fuera su país de origen, todos se detenían para hablar con él. A estas alturas, creía haber escuchado todas las lenguas existentes bajo el sol —desde las africanas hasta el galés—, y aprendido a decir gato en todas ellas. Sabía el nombre checo, kocka y el ruso, koshka; sabía la palabra en turco, kedo y mi favorita, en chino, mao. ¡Me sorprendió mucho cuando descubrí que su gran líder había sido un gato!
Pero daba igual en qué extraña o maravillosa lengua se pronunciara, porque el mensaje casi siempre era el mismo. Todo el mundo adoraba a Bob".

"Durante los primeros días y semanas después del dramático número de Piccadilly, Bob y yo nos aferramos el uno al otro como dos supervivientes agarrados a un bote salvavidas en el mar. Ambos habíamos quedado muy impactados por el incidente".

"Ver a Bob enfermo tuvo un profundo efecto en mí. Parecía ser un gato tan indestructible que nunca me lo hubiera imaginado enfermo. Y descubrir que era mortal me había impactado.
Aquello reafirmó los sentimientos que se estaban afianzando en mi interior desde hacía algún tiempo. Ya era hora de que me rehabilitara definitivamente.
Estaba harto de mi modo de vida. Estaba cansado de la rutina de tener que acudir al Centro de Drogodependencia cada quince días y a la farmacia cada día. Estaba cansado de sentirme como si pudiera recaer en la adicción en cualquier momento.
Así que la siguiente vez que fui a ver a mi consejero, le pregunté qué le parecía si dejaba la metadona y daba el último paso para quedar totalmente limpio. Ya lo habíamos hablado con anterioridad, pero no creo que entonces él me hubiera tomado en serio. En cambio hoy vio que lo decía de corazón.
—No va ser fácil, James —advirtió.
—Sí, lo sé.
—Tendrás que tomar un fármaco llamado Subutex. Entonces podremos ir reduciendo lentamente la dosis hasta que no necesites tomar nada —explicó.
—De acuerdo —declaré.
—La transición puede ser dura, y seguramente sufrirás un severo síndrome de abstinencia —anunció, inclinándose hacia delante.
—Ése es mi problema —aseguré—. Pero quiero hacerlo. Quiero hacerlo por mí y por Bob.
—Muy bien, de acuerdo, yo lo arreglaré todo para que podamos empezar con el proceso en unas semanas.
Por primera vez en años, sentía como si pudiera ver una pequeña luz al final de un túnel muy oscuro".

"—Mira, James —solía decir—, no creo que Bob deba estar aquí en las calles, creo que debería estar en una bonita y confortable casa viviendo una vida mejor.
Siempre terminaba la conversación con una pregunta del estilo de: «¿Así que cuánto quieres por él?».
Yo la rechazaba cada vez y entonces ella empezaba a soltarme cifras. Había comenzado con cien libras y llegado hasta más de quinientas.
Últimamente había venido a mí una tarde diciendo:
—Te doy mil libras por él.
Me limité a mirarla y contesté:
—¿Tiene usted hijos?
—Eh, sí, así es —contestó un poco sorprendida.
—Tiene hijos, de acuerdo. ¿Cuánto pide por su hijo más pequeño?
—¿De qué estás hablando?
—¿Cuánto pide por su hijo más pequeño?
—No creo que esto tenga nada que ver con…
La interrumpí.
—De hecho creo que tiene mucho que ver. Por lo que a mí respecta, Bob es mi hijo, es mi bebé. Y que usted me pregunte si lo vendo es exactamente lo mismo que si yo le pregunto por cuánto quiere vender a su hijo pequeño.
Se marchó indignada. Nunca más volví a verla".

"Un par de semanas más tarde, Bob y yo estábamos sentados fuera de la estación una tarde, cuando Davika apareció con una gran sonrisa en el rostro. Inmediatamente empecé a sospechar.
—¿Qué estás tramando? —pregunté.
—Nada, solo quería entregarle esto a Bob —sonrió. Entonces sacó un bono de transporte plastificado con la fotografía de Bob en él.
—¡Es fantástico! —exclamé.
—Saqué la foto de Internet —dijo dejándome totalmente sorprendido. ¿Qué diablos hacía Bob en Internet?
—¿Qué significa esto? —pregunté.
—Significa que puede viajar como pasajero gratis en el metro —se rió.
—Creía que los gatos no pagaban nunca —sonreí.
—Bueno, lo que realmente significa es que todos le hemos cogido mucho cariño.
Que pensamos en él como parte de la familia.
Tuve que recurrir a toda mi fuerza de voluntad para no echarme a llorar de la emoción".

"Todo el mundo necesita un respiro, todo el mundo merece esa segunda oportunidad. Bob y yo habíamos aprovechado la nuestra…".






James Bowen

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