sábado, 17 de febrero de 2024

Citas: Ella y su gato - Naruki Nagakawa y Makoto Shinkai


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 "A mi alrededor todo era calma, salvo por el ruido lejano del tren, que se parecía a un trueno. El traqueteo que producía al pasar por la vía elevada era intenso y acompasado.
Ese ruido me despertó un fuerte anhelo.
Si los tenues latidos de dentro de mi pecho bastaban para mantenerme en movimiento, qué es lo que no haría aquel sonido.
Con toda seguridad era el palpitar del mundo. Un mundo fuerte, grande,perfecto. Pero yo no lograba formar parte de él.
Las finas gotas caían al mismo ritmo, sin hacer ruido. Con la mejilla pegada al fondo de la caja de cartón, comencé a sufrir una alucinación en la que mi cuerpo levitaba lentamente.
Cada vez subía más alto, hacia el firmamento.
Pronto se oiría el sonido de un corte y en ese instante me separaría de este mundo.
Al principio la que me mantenía unido al mundo era mi madre.
Cálida, buena, me daba todo lo que deseaba.
Ahora ya no estaba.
No me acuerdo de cómo ocurrió, de cómo terminé calado por la lluvia dentro de una caja de cartón".

"Empapados, tanto su pelo como mi cuerpo se habían vuelto más pesados; la agradable fragancia de la lluvia lo inundaba todo.
Tras esforzarme en erguir el cuello, la miré a la cara con los ojos abiertos.
Sus pupilas temblaron. Durante un segundo apartó la mirada pero luego volvió a contemplarme fijamente, con decisión. Y así pasamos un rato, observándonos el uno al otro.
El eje de la Tierra rotaba en silencio mientras nuestra temperatura corporal, la suya y la mía, no paraba de enfriarse de manera callada en medio del mundo.
—¿Te vienes conmigo?
Las yemas de sus dedos, frías como el hielo, tocaron mi cuerpo. Me levantó con cuidado entre sus brazos. Vista desde arriba, sorprendía lo diminuta que era la caja de cartón. Ella me envolvió entre la chaqueta y  el jersey. Costaba creer la calidez de su cuerpo.
Sentí sus latidos. Echó a andar en dirección al ruido del tren. Ella, yo los latidos del mundo nos pusimos en movimiento a la vez".

"Mientras cocinaba, tarareaba canciones. A mí me chiflaba su voz.
—Chobi.
Así era como me llamaba siempre. Ese nombre me unía a ella y ella me conectaba con el mundo".

"Me gustaba observarla de perfil mientras se maquillaba delante del espejo. Desplegaba los pequeños utensilios con habilidad y los usaba siguiendo una pauta. Ella todo lo hacía ordenadamente. Devolvía lo que había usado a su sitio y, cuando por último se echaba perfume, la  fragancia se expandía por toda la habitación.
Su perfume olía a hierba empapada de lluvia.
El parte de la televisión informaba del tiempo para ese día.
Todas las mañanas salía de casa justo acabado el programa.
Me encantaba su aspecto cuando dejaba el piso para irse a trabajar.
Llevaba la melena recogida, vestía una chaqueta del mismo color que su pelo y calzaba unos zapatos de tacón alto.
Yo la miraba desde el recibidor.
—Nos vemos después —decía ella, ponía la espalda recta y abría la pesada puerta metálica.
La luz de la mañana se colaba entonces por el umbral y yo entornaba los ojos.
Que tengas un buen día.
Ella salía a la luz y sus zapatos repiqueteaban con un delicioso sonido.
Todavía con la sensación del tacto de su mano en mi cabeza, escuchaba cómo sus pasos se alejaban por la escalera exterior hacia abajo.
Una vez la perdía de vista, me subía a una silla y contemplaba a través del balcón cómo el tren cruzaba el paso elevado. Tal vez ella estuviera dentro.
Tras deleitarme observando el tren, me bajaba de la silla de un salto.
El olor de su perfume aún permanecía en la habitación. Entonces volvía a quedarme dormido envuelto por su aroma".

"Al cabo de un rato fui a parar a una casa con un jardín exuberante.
Enseguida entendí por qué en aquella zona no vivían más gatos: había un perro grande.
A primera vista se notaba que era viejo, tenía las orejas largas y un pelaje blanco con manchas negras.
Por norma, los perros no suelen recibirnos bien. Sin embargo, cuando me disponía a escabullirme, fue precisamente él el que se dirigió a mí:
—¡Cuánto tiempo, Shiro!
Su voz era tan mansa que parpadeé. No parecía altivo, como es costumbre en los perros de su tamaño.
—Buenos días —lo saludé con miedo.
—Sigues tan guapa como siempre.
¿Guapa? Parecía que los perros no sabían distinguir si los gatos éramos macho o hembra.
—Oiga, que soy macho —respondí un poco molesto. Cosa que, naturalmente, hice tras haberme asegurado de que el perro estaba atado con correa.
—Ah, bueno —dijo antes de continuar como si no me hubiera ofendido—: Entonces eres un hermoso macho —añadió sin estar realmente convencido de ello".

"Kamada, un profesor veterano, cogió el ejercicio de Reina.
—Conservar un talento es más difícil que desarrollarlo. Lo dice Kenji Miyazawa en un poema: «Ningún talento, poder o material perdura en los humanos».
Kamada miró al infinito.
—Ni siquiera las personas perduran en la vida de los demás. Eso es así —añadió.
Sentí sus palabras como un mazazo".

"Ya era plena noche. Se oía la lluvia golpear el cemento.
Después de una larga, muy larga llamada, ella rompió a llorar.
Yo no sabía por qué. Nunca antes la había visto así.
Pero estuvo llorando mucho tiempo con la cara hundida entre las rodillas.
Pensé que la culpa no era suya.
Yo era el único que la veía en todo momento.
Sabía que era más buena y bella que nadie, que vivía con más empeño que nadie.
—Eh, Chobi —dijo sin secarse las lágrimas.
Estaba agachada junto a una silla tirada en el suelo y en el móvil que sujetaba en la mano se oía el ruido monótono que se produce al cortar  una llamada.
—Estás ahí, ¿verdad, Chobi?
En el instante en que su mano me acarició, mi cuerpo notó el intenso dolor de su tristeza.
La luz fría de la farola que se colaba por la cortina nos iluminó.
Se oyó su voz.
—Por favor, por favor.
Entonces supe que su relación con alguien a quien amaba se había terminado.
—Que alguien me ayude.
No paraba de llorar.
El mundo que nos había arrojado a aquellas tinieblas infinitas seguía dando vueltas".

"—¿Te acuerdas de lo que te conté de ella? Pues me gustaría llenar el vacío que hay en su corazón.
—Chobi, ya te lo dije la última vez: eso es prácticamente imposible. —John puso un gesto triste—. ¿No ves que ni tú ni ella os acordáis?
—¿De qué tenemos que acordarnos?
—Yo me acuerdo del instante en que se originó la vida. Por eso no me siento solo".

"La estación cambió y llegó el invierno.
Aunque me resultaba algo nuevo, tenía la sensación de conocer desde hacía mucho tiempo aquel paisaje nevado.
Al respirar, la ventana se empañaba y no veía nada. La luz de la máquina expendedora a la orilla de la calle, difuminada por el vaho del cristal, era preciosa.
La blanca nieve se acumulaba sobre semáforos y buzones de correos, y todo parecía haber renacido".

"La nieve amortiguaba todos los sonidos.
Salvo uno que hizo que mis orejas se pusieran de punta: el del tren al que ella se había subido.
El palpitar del corazón que movía el mundo.
De entre todos los cambios que se estaban produciendo, me quedé con esos gratos e inmutables latidos.
No podía hacer nada para ayudarla.
Tan solo permanecer a su lado y vivir mi propio tiempo".

"Total, que me daba de comer, pero yo no era su gata.
—Lo siento, no puedo cuidarte —me dijo cuando nos conocimos—. Es que los gatos os morís.
Yo opino igual: los gatos enseguida nos morimos".

"Chobi olía a humano.
—¿Tienes dueño?
—Sí. Mi dueña es ella.
—¿Quién es «ella»?
—No sé cómo se llama. Ni me interesa. Pero es mi novia.
—Qué raro.
—Ah, ¿sí?
—Sí, es raro que tengas una novia y no sepas su nombre —le dije un poco celosa.
—Un nombre solo es un nombre. Un gato no dejaría de serlo aunque le llamaras «perro», ¿verdad?".

"Me arrimé en silencio a Reina, que estaba tumbada.
—Me está ganando… ¡Qué digo! En realidad estoy fuera de competición. No he presentado nada.
Reina me acarició.
—¿Qué va a ser de mí ahora? Mi único fuerte es la pintura. Mimi, todo acaba volviéndose contra una. Todas las palabras que le dijiste a  alguien a quien creías peor que tú: el «No tienes talento», el «Retírate», todo…
Reina temblaba.
—Necesito ayuda, no me soporto a mí misma.
Con la lengua recogí suavemente las lágrimas que corrían por sus  mejillas. Estaban calientes y sabían a su vitalidad. Había perdido su fuerza".

"Él, sin darle importancia a mi timidez, empezó a hablarme amistosamente, como si la última vez que nos habíamos visto hubiera sido el día anterior.
—Tranquila, Mimi, tranquila —me repitió una y otra vez.
—¿Cómo sabes que puedo estarlo?
Delante de Chobi siempre acababa usando ese tono mimoso.
—Porque no existen humanos que sean siempre fuertes o siempre débiles".

"Yo creía que, si podía escribir para mí, podía hacerlo para cualquiera.
De modo que, en mi cabeza, su incapacidad significaba que no se estaba esforzando lo suficiente. Me parecía que la excusa de que no se encontraba bien era una mera disculpa. Dejé de pensar en ella y me desasosegué porque veía que aquella oportunidad se nos escapaba de las manos.
Cuando la oí disculparse entre balbuceos, sentí rabia por primera vez en la vida.
—¿Por qué no te mueres?
La frase que le solté fue verdaderamente espantosa.
Mari la encajó en silencio. Nunca olvidaré su cara lívida. Al día siguiente, mis palabras se hicieron realidad".

"Aoi se pasaba la mayor parte del tiempo en la cama con los ojos cerrados y dormía tanto como los gatos. No obstante, a diferencia de nosotros, a veces lloraba. Mamá me enseñó que, cuando una llora todo el rato, se le hincha la parte de debajo de los ojos y se le pone un  aspecto horrible. Yo se lo advertí a Aoi, pero no sé si me entendió.
Desconozco por qué estaba tan triste.
A veces, yo lloraba porque quería ver a mi mamá, pero no estaba siempre triste como ella.
De vez en cuando, sentía angustia al mirar a Aoi.
Ese fue el primer invierno de mi vida que pasé dentro de una habitación en silencio, casi conteniendo la respiración".

"La ansiedad era constante y, aunque amenazase con aplastarme, no podía hacer nada".

"Ya lo sabía, lo sabía todo. Y en realidad quería ir. Quería arreglarlo de una vez por todas. Pedirle perdón frente a su tumba.
—¡Lárgate!
Pero no valía de nada.
De un empujón eché a mi madre del cuarto. Cerré de un portazo. Cookie se encogió.
Mi madre siguió diciéndome algo desde el otro lado de la puerta, pero tapé sus palabras chillando cosas sin sentido.
Al poco rato oí cómo bajaba las escaleras. Eran los pasos de un cuerpo agotado.
Entonces empezaron a caérseme las lágrimas y no paré de llorar".

"Aoi lloró un rato largo en la cama. Yo quise consolarla, pero se había encerrado en sí misma.
Un graznido rasgó el aire y Aoi se encogió.
Un cuervo descendió planeando hasta el balcón. Luego otro y varios más.
Enseguida comprendí el significado de aquellos graznidos.
Estaban esperando que Aoi muriera para comérsela.
Resultaba que existía alguien más débil que yo en el mundo.
Un sentimiento que nunca antes había experimentado brotó en mi interior.
Iba a proteger a Aoi. Estaba decidida".

"Una vez saciado, Kuro se tumbó a la sombra de la caseta.
—¿Sabes por qué comemos los animales? —dijo John al terminar, acostándose también con la cabeza apoyada en las patas delanteras.
—Supongo que porque tenemos hambre.
«¿Qué clase de pregunta es esa?», pensó Kuro.
—Pero ¿por qué tenemos hambre?
—Porque estamos vivos".

"John sacudió el cuerpo y echó a andar con paso firme bajo la luz de la luna.
—Oye, John, la verdad es que no da la impresión de que vayas a morir… —le dijo Chobi siguiéndolo.
—Es que no voy a morir. Voy a volverme eterno.
—¿Qué quieres decir con «eterno»?
Kuro se hacía la misma pregunta que Chobi.
—Si me muriese aquí mismo, Shino y vosotros sabríais que estoy muerto. Pero si ninguno me descubre, nadie sabrá realmente si he muerto no.
—¿Y eso es ser eterno?
—Sí".

"El último día en la empresa, mi jefe me dijo:
—Uno tiene que ser dueño de al menos una parte de su vida.
No fue hasta mucho más tarde que comprendí el sentido de aquellas palabras".

"Al terminar aquel larguísimo invierno, llegó la estación de los cerezos.
Ese día me llevé a Chobi en el transportín y paseamos bajo una hilera de árboles a la orilla del río. Los pétalos rosados inundaban el ambiente.
Aquellos pétalos de cerezo que revoloteaban por doquier nos mostraban en todo momento las corrientes invisibles del aire.
—Los sentimientos de la gente son invisibles y no hay nada que puedas hacer —me dijo una vez la persona que caminaba a mi lado.
Esa frase bastó para hacerme sentir un gran alivio".

"La brisa que soplaba de frente nos trajo pétalos de cerezo.
—¡Qué bonito! ¿Eh, Chobi?
Él me devolvió un maullido desde dentro del transportín.
Tras encontrarnos aquella mañana nevada en el parque, empezamos a quedar y hablar de vez en cuando.
Mi intención era irnos conociendo sin prisas el uno al otro.
Aquel día lluvioso yo, en mi soberbia, creí haber salvado a Chobi.
En realidad, fue él el que me salvó a mí".

"Yo estaba a su lado, observando el azul oscuro del firmamento desde su piso.
Vibró el viento y las delgadas nubes corrieron a toda velocidad.
Sus finos dedos me tocaron el pelaje.
—Eh, Chobi… —me dijo ella.
—¿Qué? —le contesté.
No abrió la boca, pero yo sabía en qué pensaba.
Ambos sentíamos lo mismo.
«Me gusta este mundo», me dije convencido.
Ella se rio en silencio. Yo alcé la vista hacia aquella sonrisa radiante.
Ella también captaba mis pensamientos.
Y es que a ella seguramente también le gustaba este mundo".








Naruki Nagakawa y Makoto Shinkai