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domingo, 20 de julio de 2025

Citas: Lo que no tiene nombre - Piedad Bonnett

Autorretrato de Daniel Segura Bonnett


"Pamela nos abre la puerta y nos saluda con abrazos apretados y esa bella sonrisa suya que ni siquiera puede ser opacada por la tristeza. Después de un breve intercambio de palabras, cruzamos la cocina y la salita y entramos lentamente a la habitación. Lo primero que registran mis ojos es la enorme ventana abierta, y detrás la escalera de incendios que da a la calle.
Examino todo, brevemente, de un vistazo: la cama, tendida con pulcritud, el escritorio abarrotado de libros, los cuadernos apoderados de la mesa de noche, la chaqueta de cuadros colgada con cuidado en la silla. Durante algunos segundos no decimos nada, no hacemos nada, a pesar de que un turbión de emociones nos agita por dentro. Entonces Camila abre el clóset y vemos los zapatos alineados, los suéteres y las camisetas puestos en orden. Es la habitación de alguien pulcro, riguroso, aseado. Confusos, intercambiando frases cortas que quieren ser eficientes, nos dividimos los espacios a fin de poder hacer la tarea que nos ha traído hasta aquí. Nadie llora: si uno de nosotros se rindiera al llanto arrastraría con su dolor a los demás".

"Siento, por un instante, que profanamos con nuestra presencia un espacio íntimo, ajeno; pero también, atrozmente, que estamos en un escenario".

"En ese momento aparece en el descanso de la escalera una pareja con un niño; se detienen, con timidez.
¿Somos nosotros parientes del estudiante que se mató ayer? También ellos lo sienten mucho. La mujer, una rubia joven, de semblante amable, nos dice que ella estaba allí a la hora de la tragedia y que lo oyó correr. Mi hija Camila se asombra, se adelanta: ¿lo oíste correr?, ¿dónde estabas? En su piso, el
último. Desde ahí oyó un tropel de pasos en el techo. Entonces todo termina de aclararse: la ventana abierta, la escalera de incendios que trepa hasta el techo del edificio".

"En estos casos, trágicos y sorpresivos, el lenguaje nos remite a una realidad que la mente no puede comprender. Antes de preguntar a mi hija los detalles, de rendirme a la indagación, mis palabras niegan una y otra vez, en una pequeña rabieta sin sentido. Pero la fuerza de los hechos es incontestable: «Daniel se mató» sólo quiere decir eso, sólo señala un suceso irreversible en el tiempo y el espacio, que nadie puede cambiar con una metáfora o con un relato diferente.
Daniel se mató, repito una y otra vez en mi cabeza, y aunque sé que mi lengua jamás podrá dar testimonio de lo que está más allá del lenguaje, hoy vuelvo tercamente a lidiar con las palabras para tratar de bucear en el fondo de su muerte, de sacudir el agua empozada, buscando, no la verdad, que no existe, sino que los rostros que tuvo en vida aparezcan en los reflejos vacilantes de la oscura superficie".

"Alguna vez escribí que en el aire «el tiempo se hincha como un paréntesis», y hoy lo constato en estas seis largas horas de vuelo atravesadas de visiones. La sensación, abrumadora, es de extrañeza, de incredulidad: ¿puedo ser yo esa persona que viaja a enterrar a su hijo?
Sí, Piedad. Es un hecho. Sucedió. Y nunca palabras tan precisas me han sonado tan irreales".

"Trato de pensar en la lucha que debió librar entre el deseo de acabar y su miedo, y me pregunto si fue un suicidio por impulso, un acto irreflexivo, o por el contrario una acción premeditada, lo que los expertos llaman un «suicidio por balance». ¿Había subido antes hasta el techo a preparar el terreno? ¿En qué pensaba cuando saltó? ¿Qué se siente al caer? ¿Se pierde la conciencia? ¿En las últimas horas pasamos los que lo queríamos por su cabeza? Las preguntas se alzan y mueren al instante, vencidas, derrotadas.
«La verdad es maraña», escribe Javier Marías".

"Ahí arriba, en medio de la oscuridad de la noche, me asaltan implacables las imágenes. Imágenes de vida, imágenes de muerte. Y revivo el nacimiento de Daniel entre el agua, la luz tenue de la sala de partos, la música, el pequeño cuerpo todavía atado al cordón umbilical colocado cuidadosamente sobre mi pecho para que pudiera acariciarlo y besar su cabeza aún embadurnada: toda una escenografía con aire de nueva era, un poco sentimental, un poco cursi, planeada para que su ingreso a este mundo fuera un tránsito dulce; y pienso en tanta ternura y tanto cuidado derrotados por las sombras desquiciadas del miedo y de la muerte".

"Alguna vez, a su regreso de uno de esos cursos, nos contó, entre burlón y ufano, que muchos de sus compañeros, todos mayores que él, lo rodeaban a menudo mientras pintaba, admirados de su destreza. Aunque él mismo no acababa de creer en su talento, cuando ingresó a la Facultad de Artes lucía muy entusiasmado. El primer día de clases, sin embargo, llegó con una sonrisa irónica en los labios: uno de sus maestros, tal vez el de Historia del Arte, les había dicho, en forma teatral, la frase devastadora que iba a oír incesantemente durante sus cuatro años de carrera universitaria: «Muchachos, olvídense de la pintura. La pintura ha muerto»".

"«La vida es física». Siempre me gustó ese verso de Watanabe. Y también este de Blanca Varela: «[…] es la gana del alma que es el cuerpo». A pocas horas de su muerte lo que me empieza a hacer falta hasta la desesperación son las manos de Daniel, las mejillas por las que pasaba el dorso de mi mano cuando lo veía triste, la frente que besé tantas veces cuando era niño, la espalda morena de tanto sol. Su singularidad. Su modo de reír, de caminar, de vestirse. Su olor. Una idea absurda me persigue: jamás el universo producirá otro Daniel".

"Siempre vendrá quien me diga que nos queda la memoria, que nuestro hijo vive de una manera distinta dentro de nosotros, que nos consolemos con los recuerdos felices, que dejó una obra… Pero la verdadera vida es física, y lo que la muerte se lleva es un cuerpo y un rostro irrepetibles: el alma que es el cuerpo".

"Somos, mientras caminamos en medio de los árboles que destilan todavía gotas de lluvia, seis seres desolados y temblorosos. A pesar de la intimidad del acto nos hemos vestido de negro".

"Nos recibe un hombre impecable, discreto, que actúa con delicadeza pero sin alambicamientos. El edificio de mediados del siglo XIX tiene un vestíbulo amplio y pequeñas salitas amobladas, en una de las cuales esperamos en silencio. Yo tiemblo, traspasada por la emoción, porque siento ya la cercanía del cadáver de Daniel, su presencia. ¡Como si en el cuerpo que imagino hubiera todavía un latir de vida!".

"Mientras abandonamos la sala, mi marido pregunta, con voz ahogada, dónde está Dani. Mi hija Renata señala el pequeño altar blanco, el mantel que lo cobija. Comprendo que hemos estado sentados frente a sus restos, que reposan en una caja que no es de madera, sino de un material dispuesto para el fuego. (¡Daniel en una caja de cartón!, se dolerá Camila en medio del llanto, meses después, al recordar). En contravía de lo que he sentido hace unos minutos, me digo, estremecida, que eso no es ya mi hijo".

"Hace ya muchos años, cuando Daniel era todavía un niño, escribí un poema titulado «La noticia». En él hablo de cómo por la ventana abierta, en un día o una noche cualquiera, la ola entra alocada, dando tumbos,
[…]
la ola con su paréntesis vacío para siempre
que viene a recordarnos que vivir era esto,
que hacia ese lugar desde siempre veníamos.
A ese lugar acabo de llegar, a mis sesenta años recién cumplidos. Y
Daniel es mi paréntesis vacío".

"Hay bromas, silencios, lágrimas. De alguna prenda me llega de pronto su olor, la mezcla de algún perfume con el de la transpiración animal de un hombre muy joven. Quisiera hundir mi cara en esas ropas, llorar a gritos, pero me quedo quieta, en silencio, sintiendo palpitaciones en la boca del estómago".

"Nunca hace frío en los confortables apartamentos neoyorkinos, pero afuera llueve, llueve, llueve. Y también adentro".

"¿Si reverencio los cementerios, si los encuentro bellos, por qué entonces preferir para Daniel esa nada al viento, las cenizas? ¿Por qué no la memoria aferrada a la piedra en forma de un nombre y unas fechas?
Tal vez porque frente al dolor de la muerte de un hijo todas las mistificaciones literarias carecen de sentido, se desvanecen; y porque la sola idea de la putrefacción del cuerpo me resulta irresistible. Las cenizas, en cambio, me hacen pensar en la purificación por el fuego.
Pero también porque hago mía la reflexión de Julian Barnes: «¿Hay algo más triste que una tumba que no recibe visitas?»".

"Imágenes. Es todo o casi todo lo que nos queda de aquel muerto que tanto quisimos, que aún queremos".

"La fotografía, qué paradoja, recupera y mata. Muy pronto esas veinte o treinta fotografías se tragarán al ser vivo. Y habrá un día en que ya nadie sobre la Tierra recordará a Daniel a través de una imagen móvil, cambiante.
Entonces será apenas alguien señalado por un índice, con una pregunta: ¿y este, quién es? Y la respuesta, necesariamente, será plana, simple, esquemática. Un mero dato o anécdota".

"La noticia de que se trató de un suicidio hace que muchos bajen la voz, como si estuvieran oyendo hablar de un delito o de un pecado. Un pariente me llama para decirme que siente mucho lo del accidente. Yo, un tanto envalentonada por el dolor, no paso por alto el término que soslaya la verdad: no fue un accidente, digo. Entonces la voz del otro lado reacciona, y pregunta si acaso no lo atropelló un carro. Ahora comprendo con exactitud de qué se trata. No, no lo atropelló un carro. Daniel se suicidó, digo. Un silencio.
Alguien, evidentemente, ha mentido a mi pariente, un hombre mayor, religioso, intolerante. Qué cosa más rara, dice con torpeza. Da unas condolencias confusas, cuelga".

"Se veía tan normal.
Dicen que nunca nadie notó nada. Ni sus primos, ni sus compañeros, ni sus colegas.
Yo conozco un caso similar.
Y yo otro.
Pero además la enfermedad mental es una condena que aísla, que convierte al que la padece en alguien ajeno a los demás, al que queremos mantener un poco distante, ¿cierto?
Quizá fuera mejor así.
Genuinamente conmovidos, todos tienen, sin embargo, un pequeño temblor allá adentro: el estremecimiento agradecido de los sobrevivientes".

"El dolor abre otra vez su chorro y las imágenes se multiplican y mi hijo vuelve a estar vivo, y lo veo subir la pequeña cuesta que conduce a la casa, con el cuerpo ligeramente inclinado hacia adelante, serio, adusto, como enojado consigo mismo y con el mundo, como si le pesaran inmensamente el cuerpo y el futuro".

"No voy a pronunciar el nombre de esa enfermedad, piensa el médico, porque no quiero rotularlo, no quiero condenarlo, ni voy a hacerle perder las esperanzas y sumergirlo en la desesperación. Porque no hay enfermedades sino pacientes.
No voy a pronunciar ese nombre, dice el enfermo, porque van a huir de mí, porque me abandonarán, porque me recluirán, porque no me amarán ni se casarán conmigo. Porque me mirarán con miedo.
No voy a pronunciar ese nombre, dice el padre, dice la madre, porque no puede ser, no puede ser, no puede ser".

"No puede ser que a los veinte años, cuando empieza a dejar atrás el adolescente de rasgos desproporcionados, cuando se afina su quijada y los hombros empiezan a ensancharse, cuando los ojos se le notaban brillantes porque había hecho el tránsito a un mundo que creía más espacioso y libre, ahora que se ha enamorado, que tiene la pasión de la pintura, que sueña con dejarnos, no puede ser, no puede ser, no puede ser".

"Años más tarde, cuando parece definitivamente confirmado que lo suyo es un trastorno esquizo-afectivo, me atrevo a ser clara con Daniel sobre lo que ningún médico quiere llamar por su nombre frente a él. Me pregunta, con los ojos muy abiertos, si eso es para siempre. Y yo, tragándome las lágrimas, le contesto:
—Sí, Dani, para siempre".

"Sólo es bueno lo que nos hace felices, le decía yo en los últimos tiempos. Libérate. Y me duele pensar que en este punto me hizo caso.
Radicalmente".

"El mundo se ha reído siempre de los locos. De Don Quijote, aunque con un fondo de ternura. De Hamlet, no sin cierta admiración. ¿Cómo podría yo, ahora, reírme de la locura?".

"Una hora después trasladamos a Daniel en una ambulancia que ha llegado por nosotros. Yo me siento a su lado, lo tomo de la mano, le hablo al oído. Pero él no responde: está sumergido en un sueño

profundo, el único que 
garantiza que también duermen sus espantosas fantasías".

"—Daniel…
La puerta de su cuarto ha vuelto a cerrarse, como todos los días desde su adolescencia, pero esta vez con llave.
Nadie contesta. Insisto, tocando con suavidad, como siempre que necesito entrar. Me pregunto, ya con el corazón ligeramente acelerado, si estará dormido.
—Dani, Daniel…
Mi marido se ha acercado con sigilo, y me mira con ojos asustados.
Habrá que buscar las llaves. Dios. ¿Dónde pueden estar las llaves?
Toda suerte de fantasías me persiguen, apoyadas en las palabras del psiquiatra. Qué tal. Entonces Daniel abre con brusquedad la puerta, y nos mira, extrañado. Pareciera preguntarse qué hacen este par de locos en piyama espiando fuera de su cuarto. Lleva la chaqueta puesta y las llaves del carro en la mano.
—¿Te vas?
—Sí, ¿por qué?
Un silencio.
—¿Adónde?
—Donde unos amigos.
Lo veo bajar las escaleras, con una rigidez en el cuerpo que me conmueve.
—Dani, ¿no sería mejor…?
Pero él se niega, minimiza nuestra preocupación. De nada valdrá intentar una consulta telefónica con el psiquiatra. Como ortodoxo que es, sólo acepta hablar con el paciente. Así nos lo ha dicho. Sin excepciones.
¿Quién puede detener a un hombre de veintitrés años, así sea dos días después de que ha salido de una clínica de reposo?
¿Quién puede detener a un hombre, de cualquier edad —reflexiono ahora— cuando ha decidido terminar con su vida?".

"¿Qué pasa mientras tanto en su mente?
No sé qué visiones perseguían a Daniel. Sé por alguna novia que a medianoche despertaba muchas veces aterrorizado, daba un salto, y salía de la habitación para regresar al rato. Que más de una vez oyó voces, algunas de hombres que venían a atacarlo. Que en sus crisis, según le confesó a su psiquiatra, una de esas voces le decía al oído: «mátese, mátese». Que por temporadas sentía que era vigilado, censurado, perseguido. Que veía señales en las cosas minúsculas.
¿Y el miedo a la locura? ¿Y el miedo al fracaso en su arte? ¿Y el miedo a la soledad, a la falta de amor, al abandono?
Eres distinto, peligrosamente distinto, debía decirle su adolorida conciencia".

"Distinto era también el insecto en que se convirtió Gregorio Samsa, y por eso, agobiado por la culpa de avergonzar a su familia, se recluyó en su cuarto, lejos de la mirada de su hermana, que era su gran amor, para no asustarla".

"(...) La descripción de su viaje, demasiado locuaz, emotiva e hiperbólica para un muchacho callado como era él, me puso alerta. El 18, día de mi cumpleaños, mientras celebraba con mi marido en un restaurante, una llamada de mi hija confirmó mis sospechas: Daniel estaba fantaseando con que lo iban a echar del colegio donde trabajaba por haber expuesto sin autorización de sus jefes una pintura en una galería de arte. Hasta ahí llegó la cena. Volvimos a casa con la garganta oprimida por la angustia, y encontramos a un Daniel ansioso, que a veces aceptaba su delirio y a veces se empecinaba en él. Cuando le pregunté —pues ya sabía de estudios que muestran que un porcentaje altísimo de enfermos abandona en cierto momento la medicación— si se había dejado de tomar la droga, él, que jamás mentía, aceptó que había prescindido de ella desde hacía tres meses. También me la dejé de tomar mientras estaba en París, me confesó, y jamás fui tan feliz".

"El futuro parecía encerrar entonces una promesa. Cuando nos despedimos de él, con un abrazo y un beso, no sabemos que no volveremos a vernos".

"Todo suicidio encierra un mensaje para los que se dejan atrás. Los que lo quisimos no sabremos jamás hasta dónde cupimos en sus últimos pensamientos, ni qué palabra alcanzó a musitar para nosotros".

"Llámenme para el concierto de la tarde. Esas palabras de Daniel me hacen saber que la vida fue una opción para él hasta el último momento: mayo y sus lluvias y el adiós al invierno y sus jardines florecidos. Y enseguida el verano, con su agitación en la calle, los conciertos, los viajes a la playa. (Sin embargo leo que, según las estadísticas, los suicidios más numerosos ocurren en mayo y junio, esos meses que parecieran ser los más vitales y alegres).
Pero en la pelea que dio la luz con las sombras, estas ganaron. Cuando mis hijas quisieron hacer el cruce que llevaba a su casa, hasta donde corrieron para salvarlo, se encontraron con la calle acordonada. Como siempre, todo en la vida es una cuestión de tiempos".

"Vivir un duelo: una experiencia hasta ahora para mí desconocida. Se ha escrito y se ha estudiado tanto al respecto que pareciera que todo sentimiento o reacción está ya catalogado. Hay etapas, dicen los que saben, ciclos que el cerebro experimenta.
Tomo notas, me observo. Ahora sé que el dolor del alma se siente primero en el cuerpo. Que puede nacer de improviso, en forma de un repentino desaliento, de un aleteo en el estómago, de náusea, de temblor en las rodillas, de una sensación de ahogo en la garganta. O simplemente de lágrimas calientes que acuden sin llamarlas.
(Es sentimiento puro albergado en la amígdala —me dice mi terapeuta— que surge sin necesidad de pensamiento asociado)".

"Pasan los días, las semanas, y nos sigue persiguiendo una sensación de incredulidad, de estupefacción. Renata tiene un pensamiento persistente: Daniel va a llegar hasta su puerta y le va a mostrar su desconcierto, entre enojado y triste, porque lo han despojado de su casa, de su ropa, de sus libros.
¿Quién se ha atrevido a hacer eso durante su ausencia?".

"Mientras hago un inventario de su obra para el libro que regalaremos a nuestros amigos el día de su aniversario, hay momentos en los que no sé si se trata de carboncillo, o grafito, o lápiz. Entonces se me ocurre que tengo que llamar a Daniel porque sólo él puede resolverme esa duda.
En mí persiste la sensación de que esta es una situación provisoria, circunstancial. Siento que algo está por suceder, que algo tiene que pasar. Y de pronto comprendo: lloro y nada pasa. Leo y nada pasa. Escribo y nada pasa.
No, eso que espero no va a pasar".

"Siempre supe que Daniel moriría en forma temprana, aunque nunca supuse que tanto. Pienso, tal vez buscando consuelo, en aquellos que han muerto jóvenes: Keats a los veinticinco, Sylvia Plath a los treinta, Schubert a los treinta y uno, Alejandro Magno a los treinta y dos, Alejandra Pizarnik a los treinta y seis… Pienso también en Márai, que se suicidó a los ochenta y ocho años. Muertes que nos duelen o nos escandalizan. Pero cientos de fallecimientos ocurren cada día. Y, no me miento, la de mi hijo es tan sólo una de esas infinitas muertes".






Piedad Bonnett

domingo, 13 de abril de 2025

Citas: El buen amigo - Cynthia Lorenzon


"Justi se acercó aun más al borde de la tabla. La altura era impresionante. Una línea dorada se perdía entre los edificios más distantes. Contempló la inmensidad de esa ciudad anaranjada que se extendía bajo sus pies: diminutos coches aceleraban demasiado hacia sus destinos. Otros enloquecían a bocinazos frente al semáforo. Personas cruzaban la calle por cualquier parte, corriendo para no ser pisadas. Se apuraban tanto… Nada parecía tan importante desde ahí arriba".

"El murmullo del tráfico distante se desvaneció bajo el sonido de la brisa rozando sus oídos. Brisa que acariciaba sus mejillas y aliviaba su frente cubierta de sudor. Comenzó a alzar las manos a los lados, casi sin darse cuenta, como si fueran alas que esa misma brisa elevara".

"—Ah, vos —dijo, meneando la cabeza mientras soltaba un resoplido.
Definitivamente, no tenía buena pinta.
Buscó el sobre de Justi entre los más apartados. Era uno de los más ligeros.
—Bueno, acá tenés —dijo, estirando el brazo para acercarle el sobre. 
Justi estiró su brazo también—. Pero ya no vengas la semana que viene, ¿sabés? Ya no vamos a necesitarte más.
—Disculpe, pero…, ¿qué pasó, por qué no? —preguntó Justi, sintiendo cómo se le estrujaban las entrañas. Bajó el brazo lentamente, sin haber tomado el sobre aún. Su jefe lo imitó.
—¿Por qué no? ¿Me tomás el pelo, pibe? Roque me contó lo que pasó.
—¿Roque? ¿El grandote? —El jefe lo miró, enarcando las cejas—. ¡Ese pedazo de hijo de puta casi me mata! ¿Le contó eso también? ¡Me sacudió el tablón en el que estaba parado! ¡Terrible pelotudo! No, disculpe, pero yo no estoy para ese tipo de bromas, ¿está bien? Casi me da un infarto, la puta que lo parió.
El jefe esperó un minuto antes de hablar, clavándole una dura y relampagueante mirada.
—Ese… “hijo de puta”, “terrible pelotudo”… es mi hijo. Y la puta que lo parió es mi esposa".

"—Mierda, guacho, ¡solo faltó que te meara un perro!
—Uno casi me muerde.
Alan estalló en una carcajada, y ver que Justi lo miraba muy serio solo provocó que la gracia se intensificara. Trató de calmar el ataque de risa sin éxito, y tuvo que agacharse hasta el piso, rodeándose la panza con un brazo porque empezaba a dolerle. Justi, frustrado con aquella reacción, le lanzó una mirada rabiosa y se acercó a darle una patada tan fuerte que le arrancó un insulto a viva voz y provocó que la mitad de su cerveza se derramara.
—La reconcha tuya, boludo, ¿te cuento que estoy en la lona y vos solo te cagás de risa? Pelotudo. —Alan respiraba hondo entre risas ahogadas y se masajeaba el muslo pateado—. Sí, soy chiste, ya lo sé… —concluyó Justi, con amargura.
—No, guachín, no sos un chiste —respondió Alan, recomponiéndose—. Es solo que la vida a veces parece una joda cósmica, ¿o no?".

"—Entonces… estamos los dos en la calle —concluyó.
—Parece que sí, pa.
—¿No me estás jodiendo?
—No te estoy jodiendo.
—No… no puede ser, boludo… ¡La reputa madre! —rezongó Justi, deslizándose por la pared hasta caer rendido en el piso.
—Dale, no te pongas tan amargo, amigo. Mirale el lado bueno: ahora sos libre, completamente libre. No le tenés que rendir cuentas a nadie por nada. Todo te puede chupar un huevo. Todo".

"Justi le había prestado atención, pero se había perdido en algún punto, al notar que el humo en sus pulmones traía consigo una ola de satisfacción que se arrastraba por su cuerpo y suavizaba todos sus músculos en tensión; y al ver cómo ese humo después subía lentamente, llevado por la suave brisa, y parecía danzar cuando era acariciado por otros elementos que lo mecían.
—Me encanta, capo, cuando me venís con esas mierdas profundas. Serías un buen pastor o algo de eso —dijo, y Alan estalló en una carcajada—. Ya te veo con una túnica hecha bosta y una barba kilométrica, parado en una caja en una esquina, gritándole a todo el mundo que tienen que escuchar la verdad de sus corazones —continuó entre risas—. Alan, el puto profeta.
—El profeta puto, en todo caso".

"—Sos hermosa, ¿te lo dije?
—Sí, ya me lo dijiste. Aunque no estoy segura si me lo dijiste vos o el vodka".

"Salió completamente vestido. Ella se acercó a la puerta del departamento, apenas lo vio, y comenzó a abrirla.
—Bueno, ahora sí.
Él avanzó muy despacio, todavía no se quería ir. Se detuvo a su lado y le sonrió.
—Esperá, tengo algo para vos —dijo ella.
Se giró y sacó de un cajón algo que sostuvo entre dos dedos con una sonrisa: una curita. Ambos rieron.
—Sé que no va a arreglar todos tus problemas, pero seguro te va a servir para que no se te infecte esto. —La abrió y se la puso con delicadeza sobre una herida pequeña en el mentón, que ya había cerrado, pero vuelto a abrirse al ducharse".

"»Tenés que darles por el culo, Jus, porque si no, te van a culear a vos. Es la ley de la supervivencia, amigo.
Justi se quedó pensando un poco al respecto.
—Darles por el culo… —repitió en voz baja, para sí mismo.
Echó el humo por la boca y miró a la distancia distraídamente.
—¿Sabés a quiénes me hubiera gustado darles por el culo? A los tipos que empezaron todo esto, toda mi… espiral de desgracia".

"—¿Ya terminaste con el berrinche?
Justi lo empujó abruptamente contra una pared.
—¡No es un berrinche! ¡No es un puto berrinche! —gritó, aplastando el pecho de Alan con una mano, mientras él se humedecía los labios—. No me quieras arrastrar a tu pozo, Alan, no quiero ser un fracaso como vos, ¿está claro? —dijo, y lo soltó bruscamente.
Se alejó solo, Alan se había quedado en el lugar.
—Viniste a mi pozo vos solito —le dijo a la distancia.
Justi se detuvo, restregó las manos por su frente y se dio la vuelta. Se encaminó hacia Alan dando zancadas y con una mirada ardiente.
—¡No quiero echar a perder mi vida!, ¿entendés? No es que crea que sos un fracasado, no es eso. Es que… —Hizo una pausa mirando al piso—. Bueno, un poco sí, pero solo en algunas cosas. A veces pienso que sos un genio en serio, y otras, alto pelotudo. Sé que vemos la vida de forma diferente. Para vos el mundo es un lugar triste, lleno de hijos de puta y lo mejor es pasársela dado vuelta. Y no le tenés miedo a nada porque no tenés nada que perder… Bueno, yo sí tengo algo que no quiero perder: mi libertad, además de mi puta cordura. ¿Y sabés por qué no quiero perderla? Porque también tengo esperanza —Alan soltó una risa ahogada—. De levantarme, de recuperar mi vida. ¿De qué mierda te reís? —preguntó, incrédulo—. ¿Vos no te sentís así, miserable?
—Un poco, pero no es tan malo.
—Bueno, ¡para mí esto es una puta mierda! Toqué fondo amigo… Esto es un desastre. —La desesperanza de su voz se había convertido en angustia.
—Amigo, sos muy dramático. Estás muy lejos de tocar fondo, todavía te queda un buen trecho. Aunque estás bastante bien encaminado, eso sí —agregó, sonriendo.
—Gracias por levantarme el ánimo —dijo Justi en tono irónico.
—No quiero levantarte el ánimo. Quiero que seas realista, Jus. Decís que querés recuperar tu vida. ¡Bien! ¿Qué parte, pa? ¿vas a volver a estudiar esa carrera embole que hacías, para poder trabajar en algo que no soportás? ¿Vas a llamar a la mina que te gorreó, a ver si vuelve con vos?
—Pará —dijo Justi, cerrando los ojos y restregando su frente otra vez.
—Ah, no, ya sé, ¡es que extrañás a la pirada de tu tía! Che, le podés pedir que te deje vivir en una de las cajas que tiene tiradas fuera…
—Basta, basta, ya entendí. El fracasado soy yo. Está bien. —Terminó de restregarse toda la cara hasta la pera.
—Bueno, no hace falta competir, pa. Somos un buen par de giles los dos —dijo, dándole unas palmadas en el hombro.
—Lo que quiero decir es… Yo sé que a vos no te importa, pero yo no quiero cagarla, Alan, no quiero hacer algo de lo que vaya a arrepentirme, ¿entendés? Por ahí tenés razón, no tengo ninguna vida que recuperar, pero sí tengo una que conseguir… Tal vez te parezca una boludez, pero tengo sueños, metas y objetivos que quiero cumplir, y lo que me decís solo me aleja de todo eso.
—Uy, “metas y objetivos” —dijo con tono burlón, gestualizando las comillas—. Sí, la verdad que me parece una huevada, pa. Lo respeto ¿eh?, pero sí, me parece una boludez.
—¿Tener metas y objetivos te parece una boludez? ¿Te parece mejor vivir así, a la deriva?
—¿Sabés que sí? —respondió, abriendo los brazos—. Oíme, pa, vos te propones toda una lista de metas y objetivos para tu vida… ¿Para qué? Ni siquiera son tuyos, papu, ¿te das cuenta de eso? Te los metió en la cabeza algún gil que quería sacarte el jugo, ¿sabés? Y hay alguien más que pensó los objetivos de ese gil. Otro más arriba, y otro encima de ese. ¿Y sabés quién está arriba de todos, pa? Un hijo de puta que en vez de corazón tiene un puto carbón. Esos manejan todo y a todos.
—Vos no… —empezó a decir Justi, pero fue interrumpido.
—¡Ah!, pará, hay otra…, la del conocimiento, pa, la iluminación personal —dijo, exagerando la voz, apoyando los dedos en la frente y elevándolos por sobre su cabeza—. ¿Sabés quién está arriba de todo ahí? La persona más triste del puto planeta. Uno piensa que son todos piolas y felices, y te re jugás para estar ahí, por cumplir todas esas metas, aunque sea de a una, despacito. Hasta que te avivas de que al final nada de toda esa mierda tenía que ver con tu felicidad, ni con disfrutar la vida. —Alan hablaba con vehemencia y movía las manos de un lado a otro—. Porque eso no lo podés controlar, en realidad. No lo podés anotar en tu listita. Es tu verdadera vida, pero la dejás ahí, a un costadito. Solo si se da la casualidad y si te sobra tiempo. ¿Y qué pasa si cumplís todas esas metas, pero en tu verdadera vida, la que dejaste a un costado, no pasó una mierda? Entonces no estás realmente vivo, papá, apenas estás sobreviviendo. Hasta que agarra el bajón, te desesperás y te terminás tirando abajo de un tren. Pero, ¡eh, no te podés quejar, flaco!, cumpliste tus metas, ¿o no? —Hizo una pausa mientras soltaba una risita desdeñosa—. Es así, pa. Es la peor y la mejor parte de la vida: lo ridícula que es. Eso que no podés calcular… Eso es lo esencial, amigo. Así que, ¿para qué tanto objetivo?, si todo es un puto azar. Justi meneaba la cabeza y miraba a la distancia sin centrarse en nada en particular.
—No todo es azar…
—¿No? Entonces decime qué carajo hacés acá.
Justi abrió la boca para responder, pero ese argumento era una bofetada de realidad difícil de rebatir. Alan se pasó una mano huesuda por el pelo antes de continuar.
—Ya te dije, pa… Lo único que hay de lo que podés sostenerte es la verdad de tu corazón. Seguila, amigo. Es el único camino que te va a dar algo.
—Bueno, “la verdad de mi corazón” me dice que todo esto es una puta mierda, y que haga las cosas bien… Y que siga buscando laburo, como un tipo derecho".

"—Che, viejo, no sé…, no estoy muy seguro de esto —dijo Justi, en voz baja.
Alan hizo oídos sordos mientras miraba hacia todas partes en busca de cámaras de seguridad y de potenciales testigos, evitando las luces del alumbrado, refugiándose en la oscuridad. Notó que habría alguien adentro al ver un auto estacionado a poca distancia, y que la cadena no tenía el candado fuera, sino adentro, pero no dijo nada. No quería espantar a su amigo, que lo seguía unos metros más atrás.
—Vamos —dijo Alan, cuando el momento pareció propicio, y cruzó la calle.
—Esperá, esperá… ¡Esperá, Dios, pará un poco!
—¿Qué? —preguntó con impaciencia, abriendo los brazos y mostrando las palmas.
Justi sacudió la cabeza y miró a Alan. Una mirada penetrante y turbada.
—No entremos.
—¿Cuál es el problema, Jus? ¿Te dieron ganas de ir a mear? —preguntó con cierta irritación.
—No…, no quiero entrar. Me arrepentí.
—Dale, amigo, no la cagues justo ahora.
—Escuchá…, esperá.
—No hay tiempo para tomarse un tecito y filosofar, Justi. Yo me mando. ¿Venís o no?
—Alan…".

"—Mirame, Jus. Mirame. —Justi lo intentó, pero su cara estaba en la oscuridad total—. Tenés miedo, ya lo sé. Pero escuchá: estamos juntos. 
Así que tranqui, amigo…, y respirá… Todo va a salir bien. No va a pasar nada, ¿está? Te voy a cuidar. Te lo juro —dijo en un tono ranquilizador, frotándole los brazos con ambas manos—. Solo seguime, ¿sí?".

"—Esto no va a ser suficiente —dijo él, sacudiendo la cabeza.
—No te voy a dar absolutamente nada más que esto.
—Es… Es un adicto. Y sé que va a querer tomar más apenas pueda.
—¿Querés darle drogas a tu amigo drogadicto para que no se drogue?
—Solo, no sé, tengo miedo de que se pase, o de que quiera hacer alguna mezcla que no pueda soportar. Estoy seguro de que se las va a ingeniar para conseguir, por muy hecho mierda que esté.
—Si estás tan seguro, lo mejor que podés hacer es no sumarle ninguna cosa más. Ahora andate, por favor.Justi se restregó la frente y después asintió, titubeante. Comenzó a ir hasta la salida, pero se detuvo a medio camino y volteó.
—Gracias... Sos un ángel.
La contempló por unos segundos antes de continuar su camino.
—¿Y vos sos…? —Oyó su voz mientras cruzaba el umbral.
—Justi.
Le dedicó una última sonrisa antes de salir".

"Entonces se alejó y buscó algo entre sus bártulos, con cuidado. Sacó con delicadeza una bolsa y la abrió. Adentro había otra bolsa y de ella sacó una carpeta azul. Se acercó a mostrársela.
Justi la tomó y abrió, y una tierna pintura de una flor apareció frente a sus ojos: claramente obra de unas pequeñas manitos. Detrás había más.
—Los hizo mi hija. A ella también le gustaba pintar, como a mí. Algunos los hacíamos juntos. Estos los hizo un par de años antes de morirse. 
Desde que falleció, yo me perdí... Ya nada tenía sentido y caí…, y no estuve ahí para mi esposa cuando más me necesitó... Perdí todo lo que me quedaba. La droga te mata. Solo que más lentamente que un gatillo. —Lo miró con una tristeza cuyo alcance apenas podía imaginar—. Ayudalo".

"Notó los puntos en su frente cuando él sacudió su pelo para ver mejor.
—¿Qué pija te pasó en la cabeza, boludo?
—Ah, Justi y el Cefe quisieron chequear si en serio tenía algo adentro del marote o si estaba vacío, estaban con la duda —dijo, riendo entre dientes".

"Ella resopló, meneando la cabeza y frunciendo el ceño.
—Te vas a terminar matando si seguís así...
—¿No sabías, ma? Yerba mala nunca muere".

"—Entonces…, ¿por qué volviste? ¿No te importa?
—Quería agradecerte.
—¿Solo eso?
Justi se acercó más y la besó con ternura.
—Eso y todo lo que vos quieras.
Emilia lo contempló por unos segundos mientras soltaba un largo suspiro, después apoyó la cabeza en su hombro y él le acarició el cuello desnudo.
—¿Vos sí estás soltero?
—Sí.
—¿Hijos? 
—No.
—¿Alguna chica atrapada en tu sótano?
—Tal vez esta noche —dijo con una pícara sonrisa, y ambos rieron".

"—Tenés un corazón enorme, Justi.
—Ni tanto. Pero me parece que en esto sí puedo ayudar. ¿Y sabés qué?, puede que también me sirva a mí. Nunca me sentí tan… —Su tono se fue diluyendo y ninguna otra palabra tomó forma.
—¿Tan qué?
Justi suspiró.
—Tan perdido".

"Dios, había sido un idiota. Un pelotudo. Emilia acababa de demostrarle que, incluso cuando todo delante de tus ojos parece negro, una luz puede iluminarte. Que incluso cuando menos lo esperás, las cosas pueden cambiar. Que nunca es tarde".

"—Decime algo, pa: ¿qué tengo? Dale, mirame —dijo, ahora sí, enfocado en sus ojos—. Mirame por un rato y decime qué tengo... Un carajo. Nada. Eso es lo que tengo. Bueno, ¿sabés una cosa?, con un raquetazo de merca tengo todo lo que podría querer en la vida. Ya está. Porque "nada" es todo lo que necesito. Y todo está más que bien, está recontra bien. ¿Entendés, papu...? Sí... Lo entendés. Yo sé que lo entendés. ¿Y te digo la verdad, amigo? Mi chupa un huevo si puedo o no puedo. Porque no quiero. No quiero parar. ¿Por qué carajo me iba a privar de esta zarpada maravilla?
—¿Por qué? Viejo… Porque te estoy perdiendo. Porque te extraño. Al verdadero Alan. Estás cada día más lejos de vos mismo. Antes eras un tipo relajado y divertido, a veces medio loco, pero en el buen sentido. Ahora sos un boludo arrogante que solo se escucha a sí mismo, y cuando no estás arriba estás tan desesperado por estarlo que parecés una puta bomba a punto de estallar. Te está desquiciando, está convirtiéndote en un demente. Y sí que tenés algo. ¿Querés saber qué? Una vida por delante, viejo. Amigos, que te quieren y se preocupan por vos. La falopa te deja tan ciego que no podés verlo. Lo único que podés ver es tu nariz, chabón.
—Mis amigos tienen su propia vida y sus propias preocupaciones.
—Viejo, me conocés. ¿Hace cuantos años somos amigos? Me conocés, sabés que voy a estar ahí para vos. Si en algún momento te falté, es porque no sabía que me necesitabas. Pero eso no va a volver a pasar, porque ahora tengo más claro que sos un pelotudo que no pide ayuda, así que voy a buscarte hasta encontrarte. No vas a poder escaparte de mí, capo.
Alan clavó su mirada seria, de semblante frío y ojos ardientes sobre él.
—Si vas a estar para mí siempre que te necesite, entonces vas a estar para mí ahora. Ya sabés para qué te necesito".

"—¿Estás bien? —gritó por encima del rugiente motor y de todos los demás sonidos. Justi pareció sorprenderse a sobremanera y le dirigió una corta mirada llena de terror.
—Nos van a alcanzar.
—No.
—Nos van a volcar el auto a los tiros —gimió.
—Hey. Mirame, Jus. No nos vamos a morir hoy, ¿me oís? Ni nos van a agarrar. Te lo prometo —dijo Alan. Lo miró de reojo—. Jus, ponete el cinturón.
Justi se removió en su asiento, tiró del cinturón de seguridad demasiado fuerte varias veces, pero no pudo desplegarlo. Rugió, desesperado, y se restregó toda la cara con una mano temblorosa.
—Respirá, Jus, respirá… Hacelo de nuevo, más lento".

"Lo que sí le importaba, lo único que tenía en su cabeza en ese momento, era un fragmento del tiempo repitiéndose en su mente una y otra y otra y otra vez: Justi con el arma en mano, apuntando al motociclista, ordenándole que fuese a arrodillarse con los demás. Justi poniéndose de su lado. Justi estando ahí para él, sacando esa fuerza escondida en su interior, esa valentía, pisoteando sus miedos para estar ahí… para él. 
Enfrentando al mundo a su lado".

"(...) y no podía evitar recordar las palabras de Alan una y otra vez —¿Sabes cuándo te das cuenta de que sos adicto?—, pero las apartaba sin miramientos, porque era lo más ridículo que había escuchado en toda su vida. Pero, sobre todo, porque Emilia le había dado una oportunidad real. Y estaba decidido a no echarla a perder".

"—Sé que no tenés dónde ir, pero tenés el parador, la tenés a ella, me tenés a mí. Y a Alan también, solo que… Creo que se hacen mal, el uno al otro.
Esas palabras quedaron grabadas en la mente de Justi por el resto de la visita, a pesar de no haber vuelto a hablar de ello. Se sentía entre el cielo y el infierno. Por un lado, su vida se desmoronaba entre la mierda y el fuego y la sangre, y, por el otro, se elevaba en la gloria misericordiosa de la mujer más extraordinaria de la existencia. Y él estaba en el medio…, pero no flotando, sino estirado, halado tan fuerte por ambos extremos que podía percibir cómo su cuerpo y su alma se despedazarían en cualquier instante".

"No podés acostumbrarte al dolor. Los golpes no te hacen más fuerte. Solo te debilitan más y más. Y de algunos no podés curarte jamás. Había recibido uno que había destrozado algo en su interior, dejándole un enorme vacío. Había perdido todo. Había perdido a la amistad más larga e importante de su vida. A un hermano. Y no quería perderla también a ella. No podría soportar otro golpe más... Pero tampoco podía seguir ocultándose tras ese disfraz de tipo digno".

"—Carajo —exclamó, mientras lo examinaba de pies a cabeza en busca de heridas—. Amigo, ¿qué mierda te pasó?
Justi lo tomó de los hombros y acercó su rostro al suyo.
—Te necesito.
—¿Qué carajo pasó? ¿¡Quién te hizo esto!? —preguntó casi en un grito, tomando su mano cubierta con un trapo empapado en sangre y sosteniéndola cerca de sí.
Justi se soltó y le corrió el pelo que tapaba sus ojos en un movimiento que intentó ser suave pero resultó torpe y brusco, y después deslizó ambas manos sobre sus mejillas, manchándolas de rojo, mientras clavaba su mirada azulada en esos ojos color miel.
—Si me amás, me vas a ayudar. Aunque la odies, me vas a ayudar".

"—¡¡Sos vos el que no lo entiende!! ¡No voy a perderte por culpa de una puta cualquiera! —gritó de pronto—. ¡No voy a dejar que vayas a hacer que te maten por dártelas de héroe! Acá no hay héroes Jus, solo boludos haciendo pendejadas.
—¡No le vuelvas a decir así, pedazo de pelotudo! —exigió.
Lanzó un puñetazo en su dirección, del que Alan logró protegerse con sus propios brazos. Justi volvió a intentarlo, pero la desesperación entorpecía sus sentidos y la mano le dolía y solo logró lanzarse encima de él con torpeza y aferrarlo de la ropa. Examinó sus ojos dorados buscando una pizca de comprensión y otro tanto de compasión.
—¡Está ahí por mi culpa, yo la metí en esta mierda, vos y yo! —dijo con la voz ronca y quebrada—. ¿No entendés? ¡Vos y yo le hicimos esto! 
Tenemos que sacarla de ahí, Alan. Me muero si le hacen algo, boludo, te juro que me muero. No podría vivir con eso, Dios…
Alan le dirigió una larga mirada con la que intentaba entrar en la profundidad de esos ojos, mientras un nudo estrangulaba su garganta.
—¿Tanto la querés?
—Alan…, la amo, chabón…
Alan lo escrutó durante varios segundos, apretando los dientes, rodeado de sombras que oscurecían su rostro y envolvían su corazón. Se tragó su frustración con amargura.
—¡Reaccioná, puta madre, decí algo, carajo! —dijo Justi, exasperado.
—Está bien, pa, tranquilo... Lo vamos a hacer juntos".

"—Pará. Quiero que esté consciente antes de mandarlo al otro mundo. Y quiero que me vea bien —dijo Lu, con esfuerzo.
—Sigue consciente. ¿Le parto la cabeza?
—No, eso dejámelo a mí —respondió. Se acercó a Alan un poco más, moviéndose con pasos pequeños y lentos. Sacó su Beretta y le apuntó directo a la cabeza, mientras escrutaba sus ojos y se deleitaba con el momento—. Una rata de alcantarilla menos —concluyó, por lo bajo.
Un estruendo ensordecedor y doloroso los azotó y colmó cada rincón. Se desplomó en el piso con un agujero sangrante en la cabeza, encima de su oreja derecha. Alan lo observó estupefacto, sin comprender por completo lo que acababa de suceder. De pronto una voz, que entendió que eran gritos en cuanto el zumbido de sus oídos se suavizó, pero sin llegar a comprender lo que esas palabras reclamaban. Esa voz le resultó familiar. 
Y reconfortante. Los tipos que lo rodeaban se voltearon todos hacia ahí.
Después se apartaron de él un poco. Entonces vio a alguien que se le había acercado, aunque no lo reconoció inmediatamente.
Justi reclamó el arma del caído.
—Pateala hasta acá —ordenó a uno de ellos con voz nerviosa. Alguien lo hizo y Justi la guardó en su bolsillo. Les apuntaba a todos con su revólver y sus ojos turbados, intercambiando entre uno y otro. Sudor helado goteaba por su frente—. ¡Hijos de puta de mierda! —acusó con voz quebrada al acercarse a su amigo—. ¡Debería matarlos a todos! ¡A vos! ¡A vos debería matarte! —gritó, apuntando al del martillo. El tipo le devolvió una mirada desafiante mientras apretaba aun más las muelas y la mano alrededor del mango ensangrentado.
—Dejalo, loco —interrumpió otra voz—. Lu está muerto… Ya nadie va a pagarte. Dejalo. Es Rata, amigo, dejalo en paz. —Era el del gesto apenado. El del martillo pareció pensarlo y lo soltó en el piso al cabo de unos segundos.
—¿Dónde está ella? ¡La chica! ¿¡Dónde está Emilia!?
Nadie respondió. Un par de tipos se miraron entre ellos. Entonces oyó a Alan toser y vio que intentaba decir algo con un dificultoso hilo de voz.
—No, no hables amigo, vos no hables…
Pero Alan continuó intentándolo.
—Ella… —Eso captó su atención. Arrimó la cabeza cerca de la boca de su amigo, sin dejar de apuntar a los otros—, ella está bien… Ya la saqué de…, de acá…
Justi lo miró con ojos brillantes.
Sintió amor por su amigo… El hijo de puta lo había logrado…, pero no iba a lograr salir de esta si no recibía atención inmediata".

"—Alan…, amigazo. Yo también te amo, boludo…, solo que no como vos quisieras... Pero eso ya lo sabías, ¿no? —Los ojos de Alan también se empañaron—. Sabés, tal vez no seas el tipo más honrado, pero sos un gran amigo.
Justi dejó que sus lágrimas se deslizaran con libertad mientras acercaba su frente a la de su amigo y la apoyaba en la de él. Alan las sintió caer sobre su propio rostro.
—Viejo, lo que hiciste ahí… Gracias".

"En cambio amar a alguien, a alguien que jamás te devolvería ese amor…, ese era uno de los dolores más grandes de la vida. Ese destino solo podía merecerlo un ser despreciable y enfermizo. Un fracaso. Un proyecto fallido de algún Dios malicioso".






Cynthia Lorenzon

domingo, 6 de abril de 2025

Citas: Heraldos de la muerte - David Sanz

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 "—Esa historia es demasiado triste, ¿no crees? —apuntó ella, muy adormecida, con los ojos semientornados y una voz grave que arrastraba las susurrantes sílabas—. Los cuentos de hadas suelen acabar con finales felices.
—Los cuentos para adultos nunca tienen un final feliz, sino lógico".


"—¿Eres la Muerte?
—No… —respondió ella, negando con la cabeza y señalando hacia la pared de su izquierda—. Pero puedo avisarle, está en la sala de al lado.
—Ah, sentido del humor. Me gusta. Y más en ocasiones así. El mío casi lo perdí por completo cuando falleció mi mujer.
—Lo siento.
—Bah, han pasado más de diez años y todavía la sigo echando de menos. Pero no puedes autocompadecerte durante mucho tiempo. Hay que seguir adelante".

"—Pareces atribulada, casi ausente. ¿Qué te sucede? —dijo el hombre, al notar su mirada extraviada.
—Es complicado, no creo que pudieras entenderlo.
—Inténtalo, no tienes nada que perder. Ni tengo con quién compartirlo, ya ves.
Calíope miró a su alrededor, evaluando el entorno. El perro se había tumbado en un rincón, en silencio. Solo estaban ellos dos.
Y lo cierto era que quizá necesitaba hablar con alguien, por una vez, de lo que le rondaba a ella por la cabeza.
—Me he pasado toda mi existencia ayudando a los demás; es mi misión.
Y, sin embargo, llevo unos años pensando que no soy lo bastante competente para el cargo que ocupo.
El hombre se mesó los cuatro pelos que le crecían en la barbilla, reflexionando.
—Deberías echar la vista atrás y pensar en tus logros. Estoy seguro de que has tenido éxito en la mayoría de metas que te has propuesto.
—Pura suerte, nada más —admitió Calíope, agachando la cabeza.
—Paparruchas. No estás siendo objetiva.
—En serio, cuando me comparo con otras… profesionales como yo, no me veo a la altura. Soy un fraude. Cualquier día me descubrirán y perderé mi trabajo —respondió con tristeza, aguantando un mohín de angustia.
—Eso es el síndrome del impostor, claro. He convivido con gente que lo sufría".

"—Y tú, ¿qué quieres?
Calíope permaneció callada unos segundos, evocando sus mejores etapas del pasado.
—Quisiera inspirar a los demás… y al mismo tiempo sentirme reconocida.
—Mi jefe de redacción siempre me decía que el reconocimiento es más importante que el dinero. Maldito avaro. Y, aun así, mírame ahora: ¿de qué me valdría cualquiera de los dos?
—Para ser recordado.
—¿Y eso qué sentido tiene? En algún momento, nadie visitará nuestras tumbas".

"Muerte se materializó en una azotea. El sol estaba en su cénit, un duro contraste con la oscuridad nocturna que había dejado atrás en Londres.
Miró a su alrededor mientras el viento movía su túnica negra y descubría sus delgadas y blanquecinas piernas. Se hallaba en un edificio muy elevado.
No se veía ningún otro que pudiera rivalizar con él. Examinando el lugar, que parecía alzarse majestuoso sobre una ciudad cosmopolita, localizó a un hombre de rasgos asiáticos, con gafas y entrado en kilos, apoyado en el exterior de la cornisa más cercana, como si se dispusiera a saltar.
Perdón, no pretendía interrumpir. Por favor, sigue con lo tuyo.
El hombre se giró al escuchar aquella voz en su mente, tan fría e inquietante como una estalactita a punto de quebrarse.
—¡Oh, no! ¡Un shinigami! ¡Voy a morir!
Si te lanzas desde esta altura, sin duda. No hace falta ser científico".

"—Godric, hum, ¿no estarás metido en algún lío?
—Claro que no, Sencho. Ya me conoces —Muerte dudó por un instante.
¿Le explicaba sus preocupaciones a su amigo o se las guardaba dentro? —Todo va bien.
—Cuando regreses, prométeme que pasarás a verme. Este año hacemos la ruta de Shangri-La. El próximo es probable que estemos hilando en la zona más cálida, por la fortaleza de la Atlántida.
—Prometido.
Ambos se quedaron contemplando el horizonte, rumbo al Polo Sur, muy cercanos, cada uno rumiando acerca de sus propias inquietudes. A veces los amigos no necesitan nada más".

"—¿Podemos hablar ya de la misión, entonces? —preguntó la señora.
—Creo que antes deberías explicarnos quién eres—respondió Marina.
Soledad se quitó las gafas de pasta negra y las limpió con un trapito que había sacado de un bolsillo de la blusa.
Su sonrisa le dio a Sergio un poco de miedo.
Solo un poco".

"—Los británicos son muy fiesteros y de pubs. No perdonan ni una pinta —dijo Sergio, demostrando su limitado conocimiento de la cultura extranjera—. ¿Qué opinas, Soledad? Seguro que como psiquiatra tienes algo que decir.
—Psicóloga.
—Perdón, perdón.
—¡Ay, ¡qué agotador! —bufó la señora—. Sí, es probable que los sábados y domingos haya pocos laburantes. Y tenés razón, los británicos son como esponjas.
—Por lo que revela Calíope en sus notas, hay una investigación de células del bulbo raquídeo que está logrando resultados espectaculares. Os lo leo textualmente: «estas células producen enzimas y proteínas únicas que son capaces de contrarrestar por completo los efectos del envejecimiento.
Son moléculas con la capacidad de reparar daños celulares, prevenir la acumulación de toxinas y mantener la integridad genómica».
—Alucinante. No me entero de nada, pero es alucinante —confesó Sergio".

"—Somos un equipo —remarcó Sergio, como muestra de apoyo a sus palabras.
—No, te equivocas —puntualizó Marina, mirándolo a los ojos con una intensidad fuera de lo normal—. Teniendo en cuenta lo que vamos a hacer, lo que debemos hacer, somos heraldos de la muerte.
Sus palabras generaron un tenso silencio. Se observaron con evidente inquietud. El temor asomó en sus rostros. «¿Heraldos de la muerte…?» Sus implicaciones quedaron flotando en el aire, como un sombrío presagio de la realidad a la que se iban a enfrentar".

"Kike bajó del coche y ofreció la mano a Marina para ayudarla a salir.
Ella le sonrió.
—Empiezas a meterte en tu papel de guardaespaldas. Me gusta.
—Tendría que gastarme el sueldo de dos meses para comprarme un traje aquí. Es lo menos que puedo hacer.
—El dinero no lo es todo —dijo ella.
Kike le abrió la puerta del local.
No había clientes en su interior. Solo un empleado, que se aproximó a ellos con una mirada de tasador experto. Los evaluaba para deducir si eran dignos de acceder a ese sacrosanto espacio.
—Es cierto, Marina. Cuando lo tienes".

"—Kike, ¿te puedo hacer una pregunta indiscreta?
—Claro, dispara.
—Esta mañana, cuando te estabas cambiando… no pude evitar ver que tenías unas palabras grabadas en la… espalda.
—Donde acaba la espalda —precisó Kike.
—Sí, justo ahí —rio Marina—. ¿Qué pone? Me fascina la gente que se tatúa cosas.
—¿Por qué?
—Pues porque somos cambiantes. El que eras ayer se tatuaría una imagen. El que eres hoy, quizá no. Y el que serás mañana, o dentro de diez años, puede ser tan diferente a lo que has dejado atrás…
Marina suspiró y volvió a apretarse contra él. Tenía muchas ganas de llegar al restaurante, pero al mismo tiempo no quería que aquello se acabara nunca.
—Tu planteamiento es válido —reconoció Kike—. Sin embargo, creo que un tatuaje es también un mapa de quiénes hemos sido. Y en ocasiones es necesario recordarlo. Para no perder el rumbo, ¿sabes?
Marina asintió. Quizá algún día. Además, no tenía miedo a las agujas.
—¿Y entonces qué pone? No me dejes en ascuas.
—Es una frase de Borges, del primer relato que aparece en El Aleph.
—No he leído nada suyo —se disculpó.
—«Yo he sido Homero».
—¿Perdón?
—Es la frase que me tatué. «Yo he sido Homero». El relato se titula El inmortal y trata sobre el efecto que la vida eterna tendría en los hombres.
Muy adecuado en nuestra situación, ¿no crees?
—¿Cuándo te la tatuaste?
—Al cumplir los veinte. Justo después de una mala relación.
—¿Y qué significado tiene para ti? Porque yo no le encuentro mucho sentido.
—Es complicado de resumir. Pero lo voy a intentar —añadió al ver la cara de decepción de Marina por un instante—. Quiere decir que la inmortalidad se obtiene mediante los actos que uno ha hecho en vida. En la memoria de los otros. En las obras que dejamos atrás".

"Ahora, tras tanta planificación y esfuerzo, se sentía vacía.
Si tan solo pudiera conseguir su deseo…
Pero no debía obcecarse, sino disfrutar de los buenos momentos.
Y aquel chico era un tesoro. Sonrió con tristeza y le pidió un abrazo a Kike. Él se lo dio. Ambos lo necesitaban".

"—Sigo pensando que deberíamos destruir todo lo que hay en este laboratorio —apuntó Soledad—. No sería difícil. Y tenemos el tiempo contado.
—No somos vándalos, maldita sea —Sergio golpeó una mesa con el puño—. Tiene que haber otra forma. Sin violencia".

"Cruzaron miradas, intercambiaron sonrisas y se ruborizaron por tonterías, como si fueran adolescentes. Quizá el alcohol tenía la culpa.
Pasaron los minutos, las horas, y sin apenas darse cuenta, entre susurros y confidencias, ya era domingo. Estaban tan a gusto que les costaba cortar la conversación.
—¿Sabes? Tengo la extraña sensación de que después de Portchester no volveré a verte nunca más —musitó Sergio.
Ella permaneció en silencio, mirándolo con ternura, con una sonrisa que no terminaba de florecer.
—Es muy tarde, ¿no crees?
—Un mago nunca llega tarde, Marina. Ni pronto.
—Llega exactamente cuando se lo propone —respondió ella.
Se incorporó y se acercó a él, hasta situar su cara a centímetros de la suya. Sus labios, separados por apenas unos milímetros; un espacio infinito que él no se atrevió a cruzar.
Marina se apartó de él y se levantó del sofá, sin dejar de mantener la mirada. Ninguno la desvió ni un instante. Nadie sabía quién era el cazador y quién la presa".

"—Vamos, no seas tan delicado —dijo Soledad, cáustica—. Voy a pensar que te gustan los hombres.
Kike soltó una sonora carcajada que llenó el pequeño espacio con eco, como si fuera una caverna.
—Es que le gustan los hombres, Soledad —susurró Marina—. ¿No te habías dado cuenta?
Fue como una jarra de agua fría para la psicóloga, que se quedó boquiabierta.
—Entonces, ¿ustedes dos son pareja? —inquirió, señalando primero a uno y luego al otro.
—¡No, no! —dijo Kike, entre risas.
—¡Ni hablar! —manifestó Sergio, también riendo—. Somos compañeros de piso que se toleran a duras penas".

"—¿Qué llevas ahí? ¿Alguna ganzúa especial? ¿Un soplete?
—Explosivos —respondió Soledad, escueta.
Sergio palideció al instante.
—Dime que es un farol —balbuceó, dando unos pasos atrás—. Ja, ja, qué risa. ¿No?
—Voy a volar la puerta. No podemos perder más tiempo. Yo en tu lugar me pondría a cubierto".






David Sanz