sábado, 29 de agosto de 2020

Citas: El elefante desaparece - Haruki Murakami

El pájaro que da cuerda y las mujeres del martes:

"Sin embargo, cuando me voy al sofá para reanudar la lectura de la novela de Len Deighton que he sacado de la biblioteca, un simple vistazo con el rabillo del ojo al teléfono basta para que mi mente se disperse. ¿Qué clase de sentimientos son esos que necesitan diez minutos para ponerse de acuerdo? ¿Se puede hacer algo así en diez minutos?".

"—Me atribuyes demasiadas virtudes —protesto mientras pienso que no me he dado cuenta del momento en que he empezado a tutearla—. No sé quién eres, pero te aseguro que yo no soy ese maravilloso ser humano del que hablas. Ni siquiera soy capaz de terminar las cosas. Doy vueltas y más vueltas a las cosas solo para desviarme de mi camino.
—A pesar de todo, sentía algo por ti. Hace mucho tiempo.
—¿Entonces hablamos del pasado?
Dos minutos y cincuenta y tres segundos.
—No tanto. No es historia.
—Sí, es historia —replico yo".

"Aun cuando pudiera dormir en un lugar entre Saturno y Urano, el pájaro que da cuerda seguiría ocupándose de que las cosas marchen.
Pienso en escribir un poema sobre él, pero no se me ocurren los primeros versos.
Además, no creo que a las chicas de instituto les emocione leer un poema sobre un pájaro que da cuerda. No creo que sepan siquiera que existe semejante cosa".

Nuevo ataque a la panadería:

"Sigo sin estar seguro de si hice bien en hablarle a mi mujer del ataque a la panadería. Quizá no se tratara de una cuestión sobre el bien o el mal, de lo que es correcto o incorrecto. Quiero decir, elecciones incorrectas producen a veces resultados correctos y al contrario. Ante este tipo de absurdos (creo que se les puede llamar así), he llegado a la convicción de que en realidad no elegimos nada. Esa es mi forma de entender la vida. Respecto a las cosas que ya han ocurrido, no hay nada que podamos hacer. En cuanto a las que aún no han tenido lugar, todo está por ver".

"Yo trabajaba en un despacho de abogados y mi mujer como secretaria en una escuela de diseño. Yo tenía veintiocho o veintinueve años (no sé por qué nunca recuerdo el año exacto de nuestro matrimonio) y ella era dos años y ocho meses menor que yo. La comida era la última de nuestras preocupaciones.
Teníamos demasiada hambre como para quedarnos en la cama. Fuimos a la cocina y nos sentamos uno frente al otro sin hacer nada especial. No podíamos conciliar el sueño (incluso estar tumbados nos resultaba doloroso) y el hambre era tan voraz que nos impedía hacer nada. No sabíamos de dónde surgía con semejante intensidad".

"—Los tiempos cambian —me limité a decir—. Cambian las circunstancias, cambian las personas, lo que pensamos".

"—¿Aún la sientes? ¿Y tu amigo?
Alcancé las seis anillas del cenicero e hice una pulsera.
—No lo sé. El mundo parece estar inundado de maldiciones. Si te sucede algo extraño, es difícil saber qué maldición exacta lo ha causado.
—No estoy de acuerdo —dijo ella con sus ojos clavados en los míos—. Si lo piensas detenidamente, terminarás de entender el porqué. Si no ahuyentas esa maldición con tus propias manos, te hará sufrir hasta la muerte, como una muela picada. Y no solo sufrirás tú. A mí también me incumbe.
—¿A ti también?
—Sí, porque ahora soy tu mujer, tu compañera. Este ataque de hambre atroz que nos atenaza es la clara demostración de ello. Antes de casarme nunca había sentido algo parecido. ¿No te parece anormal? Esa maldición de la que hablas también me afecta a mí".

"—Apenas han pasado dos semanas desde que empezamos a vivir juntos —dijo mi mujer—, y en todo este tiempo he sentido como una presencia, una especie de maldición. —Sin dejar de mirarme fijamente, entrelazó los dedos encima de la mesa—. Antes de contarme esta historia —continuó—, no pensaba que se tratase de eso, pero ahora lo veo claro. Te han lanzado una maldición.
—¿Una presencia? ¿A qué te refieres?
—Como si colgara del techo una cortina pesada, polvorienta, sin lavar desde hace años. 
Quizá no se trate de una maldición, sino de mí —dije con una sonrisa.
Mi comentario no le hizo gracia.
—No se trata de ti.
—Está bien, supongamos que se trata de una maldición. ¿Qué puedo hacer en ese caso? —Asaltar otra panadería. Ahora mismo. Es la única salida.
—¿Ahora?
—Sí, ahora. Mientras aún tengamos hambre. Debes terminar lo que dejaste a medias".

"—Asaltaremos el McDonald’s —dijo con el mismo tono que hubiera utilizado para decir que íbamos a cenar allí.
—¡Pero eso no es una panadería!
—Como si lo fuera —replicó al entrar en el coche—. A veces no queda más remedio que hacer concesiones. Para delante de la puerta".

El comunicado del canguro:

"¡Pum, pum, pum…! Una verdadera masacre.
Bueno, ahora simplificaremos un poco el asunto.
Quiero decir, su carta me excita sexualmente.
Eso es, sexualmente.
Me gustaría hablar de sexo.
¡Toc, toc, toc! (Llamada a la puerta)".

"¿Lo entiende?
Trataré de explicarme.
A veces, cuando pienso en entidades, en entidades separadas, siento como si me rompiera en pedazos".

Sobre el encuentro con una chica cien por cien perfecta en una soleada mañana del mes de abril:

"Una soleada mañana del mes de abril me crucé con una chica cien por cien perfecta en una bocacalle del distrito de Harajuku.
A decir verdad, ni era tan guapa, ni tenía nada llamativo, ni vestía de una manera especial. Su pelo aún estaba un poco revuelto a la altura de la nuca a causa del sueño.
No era tan joven, rondaría los treinta, así que para hablar con propiedad no debería referirme a ella como una chica. Fuera como fuera, cuando estaba a unos cincuenta metros de distancia me di cuenta: era cien por cien perfecta para mí. Desde el momento en que la vi, mi corazón se puso a brincar como si la tierra se moviera bajo mis pies, se me secó la boca, transformada, de pronto, en un desierto".

"Tal vez tú tengas definido el tipo de chica que te gusta. Por ejemplo, las de
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 tobillos finos, ojos grandes, con las manos estilizadas, tal vez, y puede que ni sepas por qué, las que comen despacio. A mí también me gustan las chicas así, por supuesto. En ocasiones estoy en un restaurante y me quedo embelesado cuando veo la nariz de una chica sentada cerca.
Sin embargo, nadie puede decir que su chica perfecta al cien por cien corresponda a un tipo preconcebido".

"Ella venía en dirección este y caminaba hacia el oeste. Yo al contrario. Era una preciosa mañana de abril".

"Me hubiera gustado hablar con ella aunque solo fuera media hora. Saber algo de su vida, contarle de la mía. Sobre todo, explicarle los complejos mecanismos del destino que nos llevaron a cruzarnos en una calle de Harajuku en una soleada mañana de 1981. Todas esas cosas debían ocultar cálidos secretos, como el mecanismo de los relojes antiguos cuando el mundo aún vivía en paz".

"La posibilidad llamaba a las puertas de mi corazón.
La distancia entre nosotros se redujo a unos quince metros".

"Tal vez lo mejor fuera la honestidad.
«Hola. Eres la chica cien por cien perfecta para mí.»
Tampoco hubiera servido. Es probable que no se lo hubiera tragado y, en caso de que sí, lo más seguro es que no hubiera querido hablar conmigo. Podría haberme dicho:
«Aunque yo sea cien por cien perfecta para ti, tú no lo eres para mí. Lo siento».
Es más que probable. De encontrarme en esa situación, no habría sabido qué hacer, seguro, habría estado perdido. Quizá no hubiera podido recuperarme nunca de semejante golpe. Tengo treinta y dos años y hacerse mayor trae consigo este tipo de cosas".

"Me crucé con ella frente a una floristería. Una pequeña bolsa de aire cálido me acarició la piel. El asfalto de la calle estaba mojado y desprendía un aroma a rosas.
Fui incapaz de decirle nada. Llevaba un jersey blanco y un sobre también blanco sin franquear en la mano derecha. Había escrito a alguien. Tenía ojos de sueño. Quizá se había pasado la noche en vela escribiendo. Puede que ese sobre encerrase todos sus secretos".

"En este momento sé cómo debería haberme dirigido a ella, obvio, pero las frases resultan demasiado largas, así que mis opciones de hacerlo sin equivocarme hubieran sido más bien escasas. No se me ocurren cosas prácticas".

"Ya no estaban solos. Habían encontrado a la persona cien por cien perfecta, la querían y eran correspondidos. Querer a alguien y ser correspondido.
¡Qué cosa tan maravillosa! Es un milagro. Un milagro de dimensiones cósmicas".

"El tiempo pasó. El chico cumplió treinta y dos años y la chica treinta.
El tiempo pasó a una velocidad de vértigo.
Una preciosa y soleada mañana del mes de abril, mientras buscaba un lugar donde tomarse el café para empezar el día en una bocacalle del distrito de Harajuku, el chico caminaba hacia el oeste y la chica en dirección contraria, hacia la oficina de correos donde debía enviar una carta urgente. Se cruzaron en mitad de la calle. El tenue destello de un recuerdo perdido iluminó por un instante sus corazones, que dieron un vuelco. Lo supieron.
Ella es cien por cien perfecta para mí.
Él es cien por cien perfecto para mí.
Sin embargo, ese destello era tan débil que las palabras no pudieron brotar con la misma facilidad que catorce años antes. No se dijeron nada y se desvanecieron entre la multitud. Para siempre.
Una historia triste. ¿No le parece?

Sí. Eso es lo que debería haberle dicho".

Sueño:

"El mundo empezaba a temblar sin hacer ruido. Se me caían las cosas de las manos, los lápices, el bolso, el tenedor, y provocaban un estruendo al golpear el suelo. Solo quería dormir profundamente allí donde estuviese. Sin embargo, me resultaba imposible. La vigilia rondaba siempre cerca. Sentía su gélida sombra, que en realidad era la mía. Qué extraño, me decía soñolienta. Estaba dentro de mi sombra. Caminaba, comía y hablaba medio dormida, pero por alguna razón nadie se percataba de que me encontraba en una situación límite. En ese mes adelgacé seis kilos y ni mi familia ni mis amigos se dieron cuenta.
No notaron nada".

"Vivía literalmente adormilada. Mi cuerpo llegó a perder la sensibilidad como el cadáver de un ahogado. Estuviera donde estuviera, todo se me antojaba turbio, sordo".

"Imaginaba que si se levantaba un fuerte viento, arrastraría mi cuerpo a una tierra lejana de la que no tenía noticias, en el fin del mundo".

"No sé qué me curó el insomnio. Es un misterio. Había aparecido como una amenazante nube negra arrastrada desde muy lejos por el viento. Estaba cargada de cosas siniestras desconocidas para mí. Nadie sabía de dónde venía y adónde se dirigía, pero ahí estaba, ocultando el cielo sobre mi cabeza, y un buen día desapareció".

"Tengo treinta años. Al llegar a esa edad, una se da cuenta enseguida de que el mundo no se acaba".

"Las cosas bellas lo son por sí mismas y nada más. Así están bien.
—Como tú —le digo yo en broma.
—Como yo —responde con una amplia sonrisa de hombre complacido".

"A las diez me fui a la cama con mi marido. Fingí dormir. Él se había quedado dormido nada más apagar la lámpara de la mesilla, como si el interruptor estuviera conectado mediante a un cable a su conciencia".

"Cerré los ojos para tratar de hacerlo. En mi interior solo habitaba una vigilia que me hacía pensar en la muerte.
¿Iba a morir?
En ese caso, ¿qué sentido había tenido mi vida?
No había respuesta a esa pregunta.
De acuerdo. En ese caso, ¿qué era la muerte?".

"La muerte solo era un sueño mucho más profundo de lo normal carente de toda conciencia de sí mismo. El descanso eterno. El desvanecimiento total".

Lederhosen:

"—Mi madre abandonó a mi padre —me dijo un día una amiga de mi mujer— por culpa de unos pantalones cortos.
—¿Por unos pantalones cortos? —le pregunté extrañado.
—Sé que sueña raro —contestó—, pero es, realmente, una historia extraña".

"—Darf ich Ihnen helfen, Madame? ¿Puedo ayudarla, señora? —le preguntó el que parecía mayor de los dos.
—Quisiera unos Lederhosen —respondió ella en inglés.
—Eso es problema —dijo el hombre—. No hacemos Lederhosen para clientes que no existen.
—Pero mi marido existe —dijo ella muy segura.
—Jawohl, Madame. Marido existe, por supuesto, por supuesto —respondió el hombre aturdido—. Perdón por mal inglés. Quiero decir, no podemos vender Lederhosen a persona que no está aquí.
—¿Y eso por qué? —preguntó desconcertada.
—Política de tienda".

Quemar graneros:

"La conocí en la boda de un amigo y nos hicimos íntimos. Fue hace tres años.
Entre nosotros casi había una generación de diferencia; ella tenía veinte años, yo treinta y uno, aunque en verdad eso no representaba ningún impedimento. Tenía muchas otras preocupaciones en mente en aquel momento y, para ser sincero, no le dediqué un solo minuto de mi tiempo al asunto de la edad. Tampoco significó nada para ella desde el principio. Yo estaba casado y eso tampoco le importó".

"De ningún modo insinúo que se acostase con hombres por dinero. Puede que la realidad no fuera muy distinta, pero eso tampoco representaba un problema para mí.
Su encanto residía en algo mucho más simple: tenía un carácter abierto y sencillo que atraía a la gente. Al toparse con esa sencillez, los hombres se sentían arrastrados por ella y trataban de aplicarla a sus complejos sentimientos. No sé cómo explicarlo mejor, pero sucedía algo así. Digamos que vivía sostenida por su sencillez".

"—A veces quemo graneros —dijo él.
—¿Cómo? —le pregunté, debía de haber oído mal.
—A veces quemo graneros —repitió.
Le miré".

"—¿Y por qué a mí?
Estiró los dedos de la mano izquierda y se rascó la mejilla. La barba hizo un ruido seco, como el de un bicho al desplazarse por un papel fino.
—Usted se dedica a escribir novelas. Pensé que quizá le interesaría un comportamiento como el mío. Un escritor disfruta de una historia antes de juzgarla.
Si disfrutar no le parece la palabra adecuada, diré mejor que la recibe tal cual. Por eso se lo he contado. Tenía ganas de hacerlo".

"—Estaré atento a los graneros —le dije antes de despedirnos.
—De acuerdo. Recuerde que está muy cerca.
—¿Qué es eso de los graneros? —preguntó ella.
—Cosas de hombres —dijo él.
—¡Uf!
Desaparecieron los dos".

"Llegó diciembre. El otoño tocó a su fin y el aire de la mañana empezó a calar en la piel. Los graneros seguían en pie. La escarcha cubría los tejados y los pájaros de invierno aleteaban en el interior de la arboleda congelada. El mundo seguía su curso sin apenas cambios".

Asunto de familia:

"—No deberías despreciar la comida de esa manera —me dijo cuando la camarera se llevó el plato.
—Estaba malísimo —me limité a explicar.
—No tanto como para dejar la mitad. ¿No podías haber comido un poco más?
—Si quiero comer, como. Si no quiero comer, no como. Se trata de mi estómago, no del tuyo, ¿no crees?".

"—¿Desde cuándo te consideras tan importante?
—¿Por qué te empeñas en discutir? ¿Acaso tienes la regla?
—¡Cierra el pico! No digas estupideces. No te atrevas a decir eso.
—Está bien, cálmate. Se trata de mí. Sé incluso cuándo tuviste tu primera regla.
Tardó mucho en venirte y mamá te llevó al médico, ¿a que sí?
—Si no te callas te voy a tirar el bolso a la cara".

"—Puede ser, pero se trata de mi vida, no de la tuya.
—Y encima te da igual si hieres a la gente. Solo te dedicas a limpiar tus inmundicias, como cuando te masturbas.
—¿Cuando me masturbo? ¿De qué diablos hablas?
—Cuando estabas en el instituto ponías las sábanas perdidas de tanto pajearte. Lo sé. No sabes lo que cuesta limpiar esas manchas. ¿No podías hacerlo sin manchar las sábanas? Lo que digo es que esas cosas tuyas son un verdadero fastidio.
—Tendré más cuidado, pero repito, se trata de mi vida y hay cosas que me gustan y otras no. Es irremediable".

"Paramos en Yokohama para cenar algo y nos besamos en el coche. Le sugerí que fuéramos a un hotel, pero ella no quiso.
—Llevo un tampón.
—Pues quítatelo.
—¡Ni en sueños! Es mi segundo día".

"—Lo siento, pero no te miento —se disculpó ella.
—Da igual, no es culpa tuya. Más bien mía.
—¿Tengo la regla por tu culpa? —preguntó extrañada.
—No, me refería a mi suerte".

"—¿Puedo llamarte otro día? —le pregunté.
—¿Para quedar o para ir a un hotel?
—Las dos cosas —dije con una sonrisa—. Las dos cosas van juntas, ya sabes, como el cepillo y la pasta de dientes.
—Está bien, lo pensaré".

"—¿Cuántas veces lo habéis hecho? —le pregunté.
—¡No digas tonterías! —exclamó sonrojada—. No mires el mundo con tu vara de medir. No todos son como tú".

"—¿En qué universidad estudió? ¿Cómo es su familia?
—¿Cómo voy a saber yo esas cosas? —me impacienté.
—¿Por qué no te las arreglas para conocerle y le sonsacas?
—No quiero, estoy ocupado. Pregúntaselo tú misma cuando vaya".

"—No está tan mal —concluí sin dejar de rascarme el lóbulo de la oreja.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Quiero decir que es un tipo decente. Como mínimo más que yo.
—Tú también eres decente.
—¡Qué alegría oírte decir eso! Gracias —dije con los ojos clavados en el techo.
—¿En qué universidad ha estudiado?
—¿Universidad?
—¿Dónde cursó sus estudios superiores?
—Pregúntaselo a él —le dije antes de colgar el teléfono".

"—Te lo ruego, solo un día. Si lo haces, no volveré a interrumpir tu vida sexual hasta finales del próximo verano —dijo ella.
—Mi vida sexual es exigua. No creo que sobreviva hasta el verano.
—De todos modos, estarás el domingo que viene en casa, ¿verdad?
—Qué remedio".

"Nos terminamos las cervezas y nos fuimos a nuestras respectivas habitaciones.
Mis sábanas estaban limpias y planchadas. Me tumbé encima y contemplé la luna a través de las cortinas. Adónde nos dirigíamos, me pregunté. Estaba demasiado cansado para pensar en profundidad en ese tipo de cosas. En cuanto cerré los ojos, el sueño se abatió sobre mí como una red oscura y silenciosa".

La ventana:

"¿Debería haberme acostado con ella?
No es la cuestión central de esta historia.
No conozco la respuesta. Aún hoy no lo sé. Por muchos años que cumpla, por mucho que mi experiencia de la vida aumente, aún hay muchas cosas que no llego a entender. Miro las ventanas de los edificios desde el tren. A veces, todas se parecen a la de su casa. Otras, ninguna. Hay demasiadas, sencillamente".

Un barco lento a China:

"No tenía amigos propiamente dichos y las clases de la universidad resultaban muy aburridas. La verdad es que quería tomarme un respiro, invitarla a bailar, beber algo, hablar como amigos y divertirnos. Nada más. Tenía diecinueve años, una edad perfecta para disfrutar de la vida".

"Se lo pensó alrededor de cinco segundos antes de contestar.
—Pero nunca he bailado —dijo al fin.
—Es fácil. Tampoco es un salón de baile. Solo tienes que dejarte llevar por el ritmo. Eso puede hacerlo cualquiera".





Haruki Murakami

martes, 25 de agosto de 2020

Citas: Clarissa - Stefan Zweig

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"Tras la muerte de la anciana, llevaron a Clarissa con la hermanastra mayor de su padre, mientras que la menor se hizo cargo de su hermano. En cada nueva casa cambiaban las caras, el aspecto de los criados alemanes, bohemios y polacos; nunca había tiempo para acostumbrarse, adaptarse, acomodarse, calentarse".

"Cualquier práctica que se repita incesantemente se convierte en costumbre, se petrifica súbitamente en rutina, y la rutina, a su vez, se solidifica y se transforma en una obligación y en una atadura".

"Era el único puesto de observación hacia el mundo que se abría al otro lado de los muros y que empezaba en las grandes puertas, y cada vez le despertaba el secreto deseo de ver más de aquellas calles y tiendas y casas; la ciudad, lo «otro» que no conocía y que, para ella, no era más que una ranura, una grieta; el aire olía diferente porque contenía muchos alientos extraños".

"Luego regresaban los días de clase, la semana escolar, el tiempo gris y descolorido, una pequeña ola en la que su vida confluía de forma imperceptible con los años y que, con su corriente constante y monótona, se llevó consigo su infancia antes de que pudiera darse cuenta".

"Debemos aprender a ser humildes, limitarnos a las pequeñas dimensiones, a pequeñas asociaciones y grupos. Es lo que permanecerá cuando el mundo se desmorone".

"Las semanas transcurrieron como si siempre hubieran estado juntos, como si se conocieran de toda la vida. Todo era distinto para ambos. Parecía más alegre, más luminoso. Clarissa hablaba con más facilidad. Sus pasos eran más ligeros. Se sentía más libre. Por primera vez, el mundo se había abierto ante ella".

"—¡Habríamos vivido seis días más! Ahora, vivimos a ritmo del tiempo.
Para nosotros es algo desconocido. Ya no estamos solos. Solo tú y yo, los dos juntos formábamos el mundo, que parecía más grande y generoso que nunca.
¡Ojalá hubiéramos tenido ocho días más de vida para nosotros, para vivir nuestra vida en vez de sufrirla!".

"Los días les parecían cada vez más oscuros. Pero las noches los sorprendían con amorosos abrazos. Ella se recostaba contra él. Era un alto en el camino. Un cuerpo estrechado contra el otro. Para ellos lo era todo, aquellos dos cuerpos significaban todo un mundo. La noche reinaba en el exterior, una noche llena de peligros. Había algo que querían arrancarse el uno al otro. Incluso su sueño era distinto".

"Regresó a la habitación. Él acudió inmediatamente a su encuentro, más bien se abalanzó sobre ella y la miró con inquietud.
—¿Dónde estabas?
—No me preguntes nada —le pidió ella. Estaba pálida. Él parecía asustado.
—Me he despertado y no estabas. Nunca en mi vida había pasado tanto miedo. Me he sentido abandonado. Me he dado cuenta de lo que representas para mí, ¡de lo que significaría separarme de ti! Lo he sabido en tan solo un minuto. Despertar y no verte a mi lado ha sido terrible".

"Clarissa notaba las manos del anciano envolviendo las suyas. Era una sensación reconfortante, y sus palabras acabaron venciendo su resistencia. Se sintió invadida por una oleada de calidez que la recorrió hasta su seno, donde reposaba el bebé. Su sangre llevó el calor hasta cada rincón de su cuerpo. Fijó la mirada en el vacío.
—Pero ¿cómo se llamará el niño? No tiene apellido. La gente preguntará por su apellido… ¿Y dónde voy a esconderlo? No puedo…, no quiero dejarlo con desconocidos…
—Tendrá que ser valiente".

"—La mayoría de la gente no hace preguntas, pero las casualidades existen".

"—Confía en mí. No tiene importancia. Me gusta que estés aquí. No me molestas.
—¿De veras?
Él le tomó las manos. Ella se sintió incómoda, porque era de noche y estaba en su habitación.
—Déjame.
Solo llevaba el camisón y la bata encima. Él la estrechó.
—¡No me rechaces!
—Déjame —repitió ella, con más firmeza.
—Vas a despertar al niño. Podría entrar en cualquier momento.
Ella se entregó. Él la tomó".





Stefan Zweig

viernes, 21 de agosto de 2020

Citas: Harry Potter y el cáliz de fuego - J. K. Rowling

"Si dicen que te dejan, envía a Pig inmediatamente con la respuesta, e iremos a recogerte el domingo a las cinco en punto. Si no te dejan, envía también a Pig e iremos a recogerte de todas maneras el domingo a las cinco".

"—¿Qué hacemos aquí? ¿Algo ha ido mal?
—No, Ron, qué va —dijo sarcásticamente la voz de Fred—. Éste es exactamente el sitio al que queríamos venir.
—Sí, nos lo estamos pasando en grande —añadió George, cuya voz sonaba ahogada, como si lo estuvieran aplastando contra la pared".

"—¿Por qué no le enseñas a Harry dónde va a dormir, Ron? —propuso Hermione desde la puerta.
—Ya lo sabe —respondió Ron—. En mi habitación. Durmió allí la última...
—Podemos ir todos —dijo Hermione, con una significativa mirada.
—¡Ah! —exclamó Ron, cayendo en la cuenta—. De acuerdo.
—Sí, nosotros también vamos —dijo George.
—¡Ustedes quedesen en donde están! —gruñó la señora Weasley".
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"—¡Jo! ¡Espero que esta vez sea igual! —dijo Harry entusiasmado.
—Bueno, pues yo no —replicó Percy en tono moralista—. Me horroriza pensar cómo estaría mi bandeja de asuntos pendientes si faltara cinco días del trabajo.
—Desde luego, alguien podría volver a ponerte una caca de dragón, ¿eh, Percy?
—dijo Fred.
—¡Era una muestra de fertilizante proveniente de Noruega! —respondió Percy, poniéndose muy colorado—. ¡No era nada personal!
—Sí que lo era —le susurró Fred a Harry, cuando se levantaban de la mesa—. Se la enviamos nosotros".

"—Tan sólo tienes que ponerte esto, Archie, sé bueno. No puedes caminar por ahí de esa forma: el muggle de la entrada está ya receloso.
—Me compré esto en una tienda muggle —replicó el mago anciano con testarudez—. Los muggles lo llevan.
—Lo llevan las mujeres muggles, Archie, no los hombres. Los hombres llevan esto
—dijo el mago del Ministerio, agitando los pantalones de rayas.
—No me los pienso poner —declaró indignado el viejo Archie—. Me gusta que me dé el aire en mis partes privadas, lo siento".

"—Winky se ha portado esta noche de una manera que yo nunca hubiera creído posible —dijo despacio—. Le mandé que permaneciera en la tienda. Le mandé permanecer allí mientras yo solucionaba el problema. Y me ha desobedecido. Esto merece la prenda.
—¡No! —gritó Winky, postrándose a los pies del señor Crouch—. ¡No, amo! ¡La prenda no, la prenda no!".

"—Vamos a jugar a quidditch en el huerto, Harry —propuso Ron—. Vamos, seremos tres contra tres. Jugarán Bill, Charlie, Fred y George... Puedes intentar el «Amago de Wronski»...
—Ron —dijo Hermione, en tono de «no creó que estés siendo muy sensato»—,
Harry no tiene ganas de jugar a quidditch justamente ahora... Está preocupado y cansado. Deberíamos ir todos a dormir.
—Sí que me apetece jugar a quidditch —la contradijo Harry—. Vamos, cogeré mi Saeta de Fuego.
Hermione abandonó la habitación, murmurando algo que sonó más o menos cómo a: «¡Hombres!»".

"—Sólo fue un sueño —afirmó Ron para darle ánimos—. Una pesadilla nada más.
—Sí... pero ¿seguro que no fue nada más? —replicó Harry, mirando por la ventana al cielo, que iba poniéndose más brillante—. Es extraño, ¿no? Me duele la cicatriz, y tres días después los mortífagos se ponen en marcha y el símbolo de Voldemort aparece en el cielo.
—¡No... pronuncies... ese... nombre! —dijo Ron entre sus dientes apretados".

"—No me habléis —les dijo Ron a Harry y Hermione en voz baja cuando unos minutos más tarde se sentaban a la mesa de Gryffindor, rodeados de gente que comentaba muy animadamente lo que había sucedido.
—¿Por qué no? —preguntó Hermione sorprendida.
—Porque quiero fijar esto en mi memoria para siempre —contestó Ron, con los ojos cerrados y una expresión de inmenso bienestar en la cara—: Draco Malfoy, el increíble hurón botador...
Harry y Hermione se rieron, y Hermione sirvió estofado de buey en los platos.
—Sin embargo, Malfoy podría haber quedado herido de verdad —dijo ella—. La profesora McGonagall hizo bien en detenerlo.
—¡Hermione! —dijo Ron como una furia, volviendo a abrir los ojos—. ¡No me estropees el mejor momento de mi vida!".

"—¿Has visto a Ron? —la interrumpió Harry.
Hermione dudó.
—Eh... sí... está desayunando —dijo.
—¿Sigue pensando que yo eché mi nombre en el cáliz?
—Bueno, no... no creo... no en realidad —contestó Hermione con embarazo.
—¿Qué quiere decir «no en realidad»?
—¡Ay, Harry!, ¿es que no te das cuenta? —dijo Hermione—. ¡Está celoso!".

"—Genial —dijo Harry con amargura—, realmente genial. Dile de mi parte que me cambio con él cuando quiera. Dile de mi parte que por mi encantado... Verá lo que es que todo el mundo se quede mirando su cicatriz de la frente con la boca abierta a donde quiera que vaya...
—No pienso decirle nada —replicó Hermione—. Díselo tú: es la única manera de arreglarlo.
—¡No voy a ir detrás de él para ver si madura! —estalló Harry. Había hablado tan alto que, alarmadas, algunas lechuzas que había en un árbol cercano echaron a volar—.
A lo mejor se da cuenta de que no lo estoy pasando bomba cuando me rompan el cuello o...
—Eso no tiene gracia —dijo Hermione en voz baja—, no tiene ninguna gracia.
—Parecía muy nerviosa—. He estado pensando, Harry. Sabes qué es lo que tenemos que hacer, ¿no? Hay que hacerlo en cuanto volvamos al castillo.
—Sí, claro, darle a Ron una buena patada en el...".

"—¡Harry, has estado genial! —le dijo Hermione con voz chillona. Tenía marcas de uñas en la cara, donde se había apretado del miedo—. ¡Alucinante! ¡De verdad!
Pero Harry miraba a Ron, que estaba muy blanco y miraba a su vez a Harry como si éste fuera un fantasma.
—Harry —dijo Ron muy serio—, quienquiera que pusiera tu nombre en el cáliz de fuego, creo que quería matarte.
Fue como si las últimas semanas no hubieran existido, como si Harry viera a Ron por primera vez después de haber sido elegido campeón.
—Lo has comprendido, ¿eh? —contestó Harry fríamente—. Te ha costado trabajo.
Hermione estaba entre ellos, nerviosa, paseando la mirada de uno a otro. Ron abrió la boca con aire vacilante. Harry se dio cuenta de que quería disculparse y comprendió que no necesitaba oír las excusas.
—Está bien —dijo, antes de que Ron hablara—. Olvídalo.
—No —replicó Ron—. Yo no debería haber...
—¡Olvídalo!
Ron le sonrió nerviosamente, y Harry le devolvió la sonrisa".

"—Creo que ya sé de qué se trata —dijo Harry.
Le dio un codazo a Ron y señaló la pintura que había justo detrás de Hermione: representaba un gigantesco frutero de plata.
—¡Hermione! —dijo Ron cayendo en la cuenta—. ¡Nos quieres liar otra vez en ese rollo del pedo!
—¡No, no, no es verdad! —se apresuró a negar ella—. Y no se llama «pedo», Ron".

"—¡Winky puede ser una elfina desgraciada, pero todavía no recibe paga! —chilló—. ¡Winky no ha caído tan bajo! ¡Winky se siente avergonzada de ser libre! ¡Como debe ser!
—¿Avergonzada? —repitió Hermione sin comprender—. ¡Pero, vamos, Winky! ¡Es el señor Crouch el que debería avergonzarse, no tú! Tú no hiciste nada incorrecto. ¡Es él el que se portó contigo horriblemente!
Pero, al oír aquellas palabras, Winky se llevó las manos a los agujeros del sombrero y se aplastó las orejas para no oír nada, a la vez que chillaba:
—¡Usted no puede insultar a mi amo, señorita! ¡Usted no puede insultar al señor Crouch! ¡El señor Crouch es un buen mago, señorita! ¡El señor Crouch hizo bien en despedir a Winky, que es mala!
—A Winky le está costando adaptarse, Harry Potter —chilló Dobby en tono confidencial—. Winky se olvida de que ya no está ligada al señor Crouch. Ahora podría decir lo que piensa, pero no lo hará.
—Entonces, ¿los elfos domésticos no pueden decir lo que piensan sobre sus amos? —preguntó Harry.
—¡Oh, no, señor, no! —contestó Dobby, repentinamente serio—. Es parte de la esclavitud del elfo doméstico, señor. Guardamos sus secretos con nuestro silencio, señor. Nosotros sostenemos el honor familiar y nunca hablamos mal de ellos. Aunque el profesor Dumbledore le dijo a Dobby que él no le daba importancia a eso. El profesor Dumbledore dijo que somos libres para... para... Dobby se puso nervioso de pronto, y le hizo a Harry una seña para que se acercara más. Harry se inclinó hacia él. Entonces Dobby le susurró:
—Dijo que somos libres para llamarlo... para llamarlo... vejete chiflado, si queremos, señor".

"—. Bueno... ¿ya tenéis todos pareja para el baile?
—No —respondió Ron.
—Pues mejor te das prisa, tío, o pillarán a todas las guapas —dijo Fred.
—¿Con quién vas tú? —quiso saber Ron.
—Con Angelina —contestó enseguida Fred, sin pizca de vergüenza.
—¿Qué? —exclamó Ron, sorprendido—. ¿Se lo has pedido ya?
—Buena pregunta —reconoció Fred. Volvió la cabeza y gritó—: ¡Eh, Angelina!
Angelina, que estaba charlando con Alicia Spinnet cerca del fuego, se volvió hacia él.
—¿Qué? —le preguntó.
—¿Quieres ser mi pareja de baile?
Angelina le dirigió a Fred una mirada evaluadora.
—Bueno, vale —aceptó, y se volvió para seguir hablando con Alicia, con una leve sonrisa en la cara.
—Ya lo veis —les dijo Fred a Harry y Ron—: pan comido. —Se puso en pie, bostezó y añadió—: Tendremos que usar una lechuza del colegio, George. Vamos...".

"—Hermione, Neville tiene razón: tú eres una chica...
—¡Qué observador! —dijo ella ácidamente.
—¡Bueno, entonces puedes ir con uno de nosotros!
—No, lo siento —espetó Hermione.
—¡Oh, vamos! —insistió Ron—. Necesitamos una pareja: vamos a hacer el ridículo si no llevamos a nadie. Todo el mundo tiene ya pareja...
—No puedo ir con vosotros —repuso Hermione, ruborizándose—, porque ya tengo pareja.
—¡Vamos, no te quedes con nosotros! —dijo Ron—. ¡Le dijiste eso a Neville para librarte de él!
—¿Ah, sí? —replicó Hermione, y en sus ojos brilló una mirada peligrosa—. ¡Que tú hayas tardado tres años en notarlo, Ron, no quiere decir que nadie se haya dado cuenta de que soy una chica!".

"—Myrtle —dijo Harry pensativamente—, ¿cómo se supone que me las arreglaré para respirar?
Al oír esto, los ojos de Myrtle se llenaron de lágrimas.
—¡Qué poco delicado! —murmuró ella, tentándose en la túnica en busca de un pañuelo.
—¿Por qué? —preguntó Harry, desconcertado.
—¡Hablar de respirar delante de mi! —contestó con una voz chillona que resonó con fuerza en el cuarto de baño—. ¡Cuando sabes que yo no respiro... que no he respirado desde hace tantos años...! —Se tapó la cara con el pañuelo y sollozó en él de forma estentórea.
Harry recordó lo susceptible que Myrtle había sido siempre en lo relativo a su muerte. Ningún otro fantasma que Harry conociera se tomaba su muerte tan a la tremenda.
—Lo siento. Yo no quería... Se me olvidó...
—¡Ah, claro, es muy fácil olvidarse de que Myrtle está muerta! —dijo ella tragando saliva y mirándolo con los ojos hinchados—. Nadie me echa de menos, ni me echaban de menos cuando estaba viva. Les llevó horas descubrir mi cadáver".

"—Potter —murmuró.
—¿Qué pasa? —preguntó Moody muy tranquilo, plegando el mapa y guardándoselo.
—¡Potter! —gruñó Snape, y entonces volvió la cabeza y miró hacia donde estaba Harry, como si de repente fuera capaz de verlo—. Ese huevo es el de Potter, y ese pergamino pertenece a Potter. Lo he visto antes, ¡lo reconozco! ¡Potter está por aquí! ¡Potter, con su capa invisible!
Snape extendió las manos como un ciego y comenzó a subir por la escalera. Harry hubiera jurado que sus narices de por si grandes se dilataban, intentando descubrir a Harry por el olfato. Atrapado como estaba, Harry se hizo atrás para evitar los dedos de Snape, pero de un momento a otro...
—¡Ahí no hay nada, Snape! —bramó Moody—. ¡Pero me encantará contarle al director lo rápido que pensaste en Harry Potter!
—¿Con qué intención? —inquirió Snape, girando el rostro hacia Moody, pero con las manos todavía extendidas a sólo unos centímetros del pecho de Harry.
—¡Con la intención de darle una pista sobre quién pudo meter a ese muchacho en el Torneo! —contestó Moody, acercándose más al inicio de la escalera—. Lo mismo que yo, está muy interesado en el problema. —La luz de la antorcha titiló en su mutilado rostro, de forma que las cicatrices y el trozo de nariz que le faltaba fueron más evidentes que nunca.
Snape miraba a Moody, y Harry no pudo ver la expresión de su cara. Durante un momento nadie se movió ni dijo nada. Luego Snape bajó las manos lentamente.
—Sólo pensé —dijo intentando aparentar calma— que si Potter había vuelto a pasear por el castillo de noche... (es un mal hábito que tiene) habría que impedirlo. Por... por su propia seguridad.
—¡Ah, ya veo! —repuso Moody en voz baja—. Lo haces por Potter, ¿eh?
Hubo una pausa. Snape y Moody seguían mirándose el uno al otro. La Señora Norris emitió un sonoro maullido, todavía escudriñando desde los pies de Filch, como si buscara la fuente del olor del baño de espuma.
—Creo que volveré a la cama —declaró Snape con tono cortante".

"Cuando por fin llegaron a un paraje tranquilo, a escasa distancia del potrero de los caballos de Beauxbatons, Krum se detuvo bajo los árboles y se volvió hacia Harry.
—«Quisierra saberr» —dijo, mirándolo con el entrecejo fruncido— si hay algo «entrre» tú y Herr... mío... ne.
Harry, a quien la exagerada reserva de Krum le había hecho creer que hablaría de algo mucho más grave, lo miró asombrado.
—Nada —contestó. Pero Krum siguió mirándolo ceñudo, y Harry, que volvía a sorprenderse de lo alto que parecía Krum a su lado, tuvo que explicarse—: Somos amigos. No es mi novia y nunca lo ha sido. Todo se lo ha inventado esa Skeeter.
—Herr... mío... ne habla mucho de ti —dijo Krum, mirándolo con recelo.
—Sí —admitió Harry—, porque somos amigos.
No acababa de creer que estuviera manteniendo aquella conversación con Viktor Krum, el famoso jugador internacional de quidditch. Era como si Krum, con sus dieciocho años, lo considerara a él, a Harry, un igual... un verdadero rival.
—«Vosotrros» nunca... «vosotrros» no...
—No —dijo Harry con firmeza".

"Dumbledore movió la cabeza a los lados.
—La curiosidad no es pecado —replicó— Pero tenemos que ser cautos con ella, claro...".






J. K. Rowling

lunes, 17 de agosto de 2020

Citas: Un gran chico - Nick Hornby


"—¿Por qué iba a estar de coña?
—Bueno, ¿y a ti qué te parece?
—Pues me parece que os habéis separado, pero quería estar seguro.
—Nos hemos separado.
—¿Así que… se ha marchado?
—Sí, Marcus, se ha marchado.
Pensó que nunca llegaría a acostumbrarse a esto. Roger había llegado a caerle muy bien; los tres habían salido juntos unas cuantas veces; ahora, al parecer, ya no volvería a verlo nunca más. No es que le importase mucho, pero a poco que uno se parase a pensarlo era un tanto extraño. Una vez incluso compartió el retrete con Roger, cuando los dos estaban que se meaban encima después de un viaje en coche. Se podría pensar que si uno mea con alguien al menos debería mantener el contacto de alguna manera".

"A los veinte años, Will se habría mostrado sorprendido, y tal vez decepcionado, caso de haber sabido que llegaría a los treinta y seis sin haber encontrado una vida propia, aunque el Will que tenía treinta y seis años no sentía la menor tristeza por ello. Así había mucho menos desorden".

"Christine entró en el salón con la recién nacida en brazos, mientras John se preparaba una taza de té en la cocina.
—Ésta es Imogen —anunció.
—Ah —dijo Will—. Ya.
¿Qué se suponía que debía decir a continuación? Sabía que algo debía de haber, pero no lo habría averiguado ni aunque hubiese empleado en ello el resto de su vida.
Quiso decir: «Es muy…» Pero no, se había esfumado. Concentró todos sus esfuerzos de buen conversador en Christine.
—Vaya, ¿y tú qué tal te encuentras, Chris?
—Bueno, ya sabes. Bastante hecha polvo.
—¿Es que no has parado de darte caña, o qué?
—No. Es que acabo de tener una hija.
—Ah, claro. —Al final, todo volvía a resumirse en el puñetero bebé—. Supongo que eso debe de dejarlo a uno para el arrastre".

"—Estábamos preguntándonos —dijo John— si no te gustaría ser el padrino de Imogen.
Los dos permanecieron sentados, con una sonrisa expectante pintada en los labios, como si él estuviera a punto de ponerse en pie de un salto y echarse a llorar y abrazarlos con tanta euforia que diese con los dos a la vez por el suelo del salón. Will rió con nerviosismo.
—¿El padrino? ¿En la iglesia y todo eso? ¿Y luego los regalos de cumpleaños y hacerme cargo de la niña si os matáis en un accidente de aviación?
—Sí.
—Estáis de broma".

"Durante la noche que siguió al primer día, Marcus se despertó más o menos cada media hora. Lo supo por las manecillas luminosas de su reloj en forma de dinosaurio: las 10.41, las 11.19, las 11.55, las 12.35, las 12.55, la 1.31… No podía creer que tendría que volver allí a la mañana siguiente, y a la mañana siguiente, y a la mañana siguiente, y… sí, entonces por fin llegaría el fin de semana, pero con todo y con eso tendría que volver allí casi todas las mañanas del resto de su vida".

"Durante las semanas siguientes fue Will el Bueno, Will el Redentor, y le gustó serlo.
De hecho, no tuvo que hacer el menor esfuerzo. Nunca llegó a desarrollar una estrecha relación con Maisy, la sombría y misteriosa hija de Angie, que tenía cinco años y parecía considerarlo un frívolo hasta la médula de los huesos. En cambio, Joe, de tres años, se encariñó con él casi de inmediato, sobre todo porque durante su primer encuentro Will lo sostuvo boca abajo, sujetándolo por los tobillos. Así de fácil. No le hizo falta nada más. Se preguntó por qué las relaciones con los auténticos seres humanos no podían ser igual de sencillas".

"—No tienes que lamentar nada, de veras. —De veras, de veras, de veras.
—Pero lo lamento.
—Pues no lo lamentes".

"—¿De qué estás enferma? —Hizo la pregunta a bocajarro, tal como un profesor preguntaría a un alumno como Paul Cox si había hecho los deberes.
Tampoco hubo respuesta.
—Mamá, ¿enferma de qué?
—Oh, Marcus, no es que esté enferma…
—No me trates como si fuera un imbécil, mamá.
Ella se puso a llorar de nuevo, con largos, lentos sollozos que a él lo aterrorizaron.
—Tienes que parar de una vez.
—Es que no puedo.
—Tienes que parar. Si no eres capaz de cuidar de mí como es debido, tendrás que encontrar a alguien que pueda hacerlo.
Ella se volvió sobre un costado y lo miró.
—¿Cómo te atreves a decir que no cuido de ti como es debido?
—Porque no lo haces. Sólo me preparas el desayuno y la comida, y eso podría hacerlo yo mismo. El resto del tiempo te dedicas a llorar. Eso… Eso está mal. A mí no me hace ningún bien".

"—Y… ¿nunca has tenido ganas de trabajar?
—Oh, sí. A veces. Lo que pasa… No sé. Es como si nunca acabara de decidirme.
Y eso era todo, así de simple. Nunca acababa de decidirse. Durante los últimos dieciocho años, se había levantado cada día por la mañana con la determinación de resolver su problema laboral de una vez por todas. A medida que pasaba el día, sin embargo, el ardiente deseo de encontrar un lugar propio en el mundo exterior terminaba por extinguirse de un modo u otro".

"—Bueno, Marcus. ¿Y quién es tu futbolista preferido?
—Odio el fútbol.
—Ya. Pues qué pena.
—¿Por qué?
Will no le hizo caso.
—¿Y tus cantantes preferidos?
Marcus soltó un bufido.
—Esas preguntas… ¿las has sacado de un libro, o qué?
Suzie se echó a reír. Will se puso colorado".

"—¿Qué le pasa a su madre? —le preguntó Will a Suzie en voz baja.
—Pues que está un poco… No sé. No está nada bien.
—Se está volviendo loca —dijo Marcus como si tal cosa—. Llora a todas horas. Ni siquiera va a trabajar.
—Venga, Marcus, no fastidies. Sólo se ha tomado un par de tardes libres. Eso mismo hacemos todos cuando estamos un poco indispuestos.
—¿Indispuestos? ¿Así lo llamas tú? —replicó Marcus—. Pues a mí me da que se está volviendo loca".

"—Lo echas de menos, ¿verdad?
—¿A quién? —preguntó él, y lo dijo en serio: no tenía ni idea de qué le estaba hablando. Sin embargo, Suzie sonrió con un gesto de complicidad, y Will, de nuevo sobre aviso, le devolvió la sonrisa.
—Lo veré más tarde. No pasa nada. Aunque aquí se habría divertido mucho.
—¿Cómo es?
—Oh… Simpático. Es un chiquillo muy simpático.
—Me lo imagino. ¿A quién se parece?
—Mmm… A mí, digo yo. Le tocó la china en el sorteo".

"—Bueno… —dijo Will. Empezaba a sentirse incómodo y algo asqueado. Si la conversación iba a tomar ese giro melancólico, más valía hacer algo por evitarlo—.
Tarde o temprano encontrarás a alguien.
—¿Tú crees?
—Seguro. Habrá muchísimos hombres… Lo que quiero decir es que eres muy, muy… Ya sabes. Es decir, me has conocido a mí, y yo ya sé que no cuento, pero… Ya sabes, hay muchísimos, seguro. —Terminó por callar sin saber qué decir. Si ella no mordía el anzuelo, más valía olvidarse.
—¿Y por qué dices que tú no cuentas?
Bingo.
—Porque… Pues no lo sé.
De pronto, Marcus apareció delante de ellos dos. Saltaba de un pie a otro como si estuviera a punto de mearse en los pantalones.
—Me parece que he matado a un pato".

"—¿Qué es eso que hay flotando junto al pato? —preguntó Will—. ¿Es el trozo de pan que le lanzaste?
Marcus sonrió con aire de desdicha.
—Eso no es un pedazo de emparedado, eso es una barra de pan francés, joder. No me extraña que lo tumbaras. Con eso podrías haberme matado incluso a mí".

"—Nos vemos —dijo Will—. Te llamaré.
—Espero que todo se arregle con Ned y con Paula.
Por un instante, Will quedó nuevamente en blanco: Ned y Paula, Ned y Paula… Ah, sí, su ex esposa y su hijo.
—Oh, seguro que sí. Gracias.

"—Busco una sillita de niño para el coche.
—Ah.
Estaban en la sección de accesorios para el automóvil.
—¿Y qué marca desea?
—No lo sé. Cualquiera. La más barata. —Will rió—. ¿Cuál es la que más se lleva?
—Ésta. Desde luego, no es la más barata. A la gente le preocupa la seguridad de sus hijos.
Ah, sí. —Will dejó de reír. La seguridad era un asunto muy serio—. No tiene ningún sentido ahorrarse unas cuantas libras si el crío termina estampándose contra el parabrisas, ¿verdad?".

"—No os quedéis así, como dos pasmarotes —dijo de repente.
Will y su madre lo miraron sorprendidos.
—Ya me habéis oído. No os quedéis así sentados. Hablad, hablad.
—Seguro que nos pondremos a hablar dentro de un momento —dijo su madre.
—A este paso habremos terminado el almuerzo antes de que se os ocurra algo que deciros —gruñó Marcus.
—¿Y de qué quieres que hablemos? —preguntó Will.
—Me da igual; de política, de cine, de asesinatos. De lo que sea.
—No estoy muy segura de que sea así como surgen las conversaciones —señaló su madre.
—Pues deberías saberlo, ya tienes edad suficiente.
—¡Marcus!
Will soltó una carcajada".

"Cuando Will concibió esa fantasía y comenzó a visitar el SPAT, se había imaginado dulces niños pequeños, no niños capaces de seguirlo por la calle y descubrirle todo el pastel. Había imaginado que entraría en un nuevo mundo, pero no había previsto que los integrantes de ese mundo serían capaces de penetrar en el suyo. Él era un visitante de la vida, pero no tenía ganas de que nadie visitase la suya".

"—¿Quiénes son esos que tienes en las paredes?
—Saxofonistas y trompetistas.
—Ya, pero ¿quiénes son? Y ¿por qué los tienes colgados en las paredes?
—Ése es Charlie Parker. Ese otro, Chet Baker. Y los tengo en las paredes porque me gusta su música y me parecen geniales.
—¿Por qué te parecen geniales?
Will soltó un suspiro.
—No lo sé. Seguramente porque tomaban drogas y murieron".

"—¡Ah! —exclamó Marcus— ¡Caca de la vaca!
Los dos se volvieron hacia él, que los miró sin agregar palabra.
No tenía forma de explicar su estallido de ira; sólo había pronunciado la primera frase que había acudido a su mente, porque se dio cuenta de que Will iba a sacar a colación el asunto del hospital, y eso sí que no le apetecía nada. No era justo. Que su madre se estuviera portando con una evidente estrechez de miras no le daba a Will el derecho de arrojarle eso a la cara. A su entender, lo del hospital era mucho más grave que el que le hubiesen bombardeado con caramelos y que lo de las deportivas, y nadie debería mezclar una cosa con la otra.
—¿Qué demonios te pasa? —preguntó Will.
Marcus se encogió de hombros.
—Nada. Sólo que… No sé. Tenía ganas de gritar.
Will sacudió la cabeza.
—Joder —dijo—. Qué familia".

"—Necesito ver a alguien aparte de ti.
—¿Y por qué no vas a ver a Suzie?
—Porque es igual que tú. Will no es igual que tú.
—No. Es un mentiroso y no hace nada en todo el día y…
—Me compró aquellas deportivas.
—Sí, es un mentiroso rico que no hace nada en todo el día".

"—Él entiende todo lo que pasa en el colegio. Él sabe de esas cosas.
—¡Qué va a saber de esas cosas, si ni siquiera sabe dónde tiene la mano derecha y dónde la izquierda!
—¿Entiendes lo que quiero decir? —Marcus empezaba a sentirse realmente frustrado—. Estoy pensando por mí mismo, y tú… No, no funciona. Siempre te sales con la tuya.
—Es porque tú no tienes argumentos. No basta con decir que estás pensando por ti mismo. También tienes que demostrarlo.
—¿Y cómo te lo demuestro?
—Dame una razón de peso para ir a ver a Will.
Podía darle una razón, una razón muy buena. No sería la más adecuada, seguro que no se sentiría bien al dársela, estaba casi seguro de que ella se echaría a llorar. Pero era una razón excelente, una razón que la haría callar, y si ésa era la manera de ganar las discusiones, no le quedaba más remedio que aprovecharla.
—Porque necesito un padre.
Eso la hizo callar y la hizo llorar. Funcionó".

"—Kurt Cobain, so bobo.
—¿Y quién es Kurt Cobain?
—El cantante y guitarrista de Nirvana.
—Ya me parecía que debía de ser un cantante. ¿Lleva el pelo teñido de rubio? ¿Se parece un poco a Jesucristo?
—Supongo.
—Pues ya lo tienes —dijo Marcus con aire triunfal—. Tú también lo conoces.
—Todo el mundo lo conoce.
—Yo no.
—No, tú no; pero es que tú eres diferente, Marcus".

"—¿Quieres pasar las navidades con nosotros? —le espetó Marcus antes siquiera de entrar en su piso.
—Mmm —repuso Will—. Es muy amable por tu parte.
—Estupendo.
—Sólo he dicho que es muy amable por tu parte.
—Pero entonces vas a venir.
—No lo sé.
—¿Por qué no?
—Porque no".

"—Sí, pero…
—¿Pero qué?
—Oye, deja de preguntarme «pero qué» cada vez que digo pero, ¿quieres?
—¿Por qué?
—Porque no es de buena educación.
—¿Por qué no?
—Porque… Está claro que tengo ciertas reservas, Marcus. Por eso digo a todas horas «pero». Obviamente, no estoy seguro de tener ganas de pasar la Navidad en tu casa.
¿Por qué no?
—Eh, ¿me estás tomando el pelo?
—No".

"—Yo no… consumo drogas —dijo Clive.
—¿Ah, no? Entonces, ¿cómo llamas a eso que haces? —preguntó la mujer.
—Eso no es consumir drogas. Es… algo normal y corriente. Tomar drogas es algo muy distinto".

"—¿Y cuál es tu método de trabajo? —preguntó la madre de Lindsey con toda cortesía, como si ésa fuera una conversación normal entre personas normales.
—No se dedica a nada —intervino Marcus—. Su padre compuso «Santa's Super Sleigh», y gana un millón de libras por minuto.
—Finge que tiene un hijo para unirse a los grupos de apoyo a padres y madres separados y de ese modo ligar —señaló Suzie.
—Sí, pero por eso no le pagan —apuntó Marcus".

"—¿Acaso hay alguno de vosotros que nunca haya hecho nada malo? —prosiguió Marcus—. O sea… —Tenía que andar con cuidado en ese punto. Sabía que lo mejor sería no mencionar el incidente del hospital—. A ver… ¿Cómo conocí yo a Will, eh?
—Pues porque le tiraste un chusco enorme a un pato, le diste en la cabeza y lo mataste. Más que nada por eso. Marcus se preguntó cómo era posible que Will sacara aquello a colación. Se suponía que había que hablar de que todo el mundo hacía cosas que estaban mal, no de que él había matado un pato. Y entonces Suzie y Fiona se echaron a reír, y Marcus comprendió que Will sabía muy bien lo que estaba haciendo.
—¿Es eso cierto, Marcus? —preguntó su padre.
—Algo le pasaba al pato, seguro —repuso Marcus—. Yo creo que se iba a morir de todos modos.
Suzie y Fiona rieron más fuerte. El público que ocupaba el sofá parecía horrorizado. Will volvió a sentarse".

"Will nunca había querido enamorarse. Cada vez que le ocurría a uno de sus conocidos, resultaba, en su opinión, una experiencia especialmente desagradable, con toda esa pérdida de peso y horas de sueño, y el desencanto que se sufría cuando el amor no era correspondido, y la sospechosa, falsa felicidad que se experimentaba si las cosas salían a pedir de boca. Toda esa gente, estaba claro, era incapaz de controlarse, de autoprotegerse; se trataba de personas que, aunque sólo fuera de modo temporal, ya no se contentaban con ocupar su propio espacio, con tener una chaqueta nueva, un montón de marihuana o con ver un pase vespertino de The Rockford Files para sentirse realizadas".

"Echó de menos a Ned. Ned le había proporcionado algo extra, un poco de il ne sait quoi que sin duda habría sido de gran utilidad en un momento como ése. Sin embargo, no pensaba devolver a la vida al pobre cabroncete. Mejor que descansara en paz".

"A medianoche se buscaron y se besaron; fue un beso a mitad de camino entre la mejilla y los labios, y la ambigüedad y el poso de vergüenza resultaron esperanzadores y significativos".

"—Pero es que me tiene a mí.
—A ti yo todavía no te conocía.
—No, pero… O sea, ¿a ti te gustaría que tu madre se suicidara?
Ellie sonrió.
—¿Que si me gustaría? No, no me gustaría, porque me gusta mi madre. Pero es su vida, claro.
Marcus se lo pensó. No supo decidir si era la vida de su madre o no".

"—Pues dile que no lo soy.
—No.
—¿Por qué no?
—Mira, Marcus, no le des más vueltas. ¿Por qué no te limitas a aceptar las cosas como son?
—Si quieres, se lo diré yo. A mí no me importa.
—Muy amable por tu parte, Marcus, pero no serviría de nada.
—¿Por qué no?
—¡Pero hombre, por Dios! Porque tiene una enfermedad muy poco conocida, y si ella cree en algo pero está equivocada y resulta que le dices la verdad, el cerebro se le pone a hervir y se muere.
—Eh, ¿cuántos años te crees que tengo? Mierda. Me has hecho perder una vida".

"—¿Cómo lo sabes?
—¿Que cómo lo sé?
—Eso. ¿Cómo sabes que quieres que sea tu novia?
—No lo sé. Es algo que noto en las tripas".

"—¿Qué le has dicho a tu madre? —le preguntó Will en el coche, camino de casa de Rachel.
—Le dije que tú querías presentarme a tu novia.
—¿Y no le pareció mal?
—No exactamente. Cree que estás chiflado.
—No me extraña. ¿Por qué iba a presentarte yo a mi novia?
—¿Por qué le dijiste a tu novia que soy tu hijo? La próxima vez, piensa bien en tus propias explicaciones si las mías no te satisfacen".

"—Creía que éramos amigos.
—Oh. Mierda. Joder. Lo siento. —Al tratar de retirar un panecillo, Will se había quemado los dedos—. ¿Tú crees que eso es lo que somos tú y yo, amigos?
Fue como si le hubiera hecho gracia. A decir verdad, estaba sonriendo.
—Sí. De lo contrario, ¿tú qué dirías que somos?
—Bien. Amigos, de acuerdo".

"—¿Estás ahí dentro, Marcus? Mira, lo siento. Perdóname. Se me había olvidado lo de tu madre, pero quiero que sepas que no es como Kurt.
Tras un instante de silencio, él abrió el cerrojo y echó un vistazo.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque tienes razón. Él no es una persona de verdad.
—Eso sólo lo dices para que me sienta mejor.
—De acuerdo, es una persona de verdad, pero de otra clase.
—¿En qué sentido?
—No lo sé, pero así es. Es como James Dean, Marilyn Monroe, Jimi Hendrix y todos ésos. Una sabe que tarde o temprano morirán, y que no pasa nada.
—¿Que no pasa nada? ¿Y qué me dices de la pequeña…? ¿Cómo se llama?
—Frances Bean.
—Eso es. Puede que no pase nada contigo, pero con ella…
Entró en los lavabos un chico del curso de Ellie.
—Vete. Fuera de aquí —masculló Ellie como si se lo hubiese dicho ya cien veces y el chico no tuviera ningún derecho a mear—. Estamos hablando —añadió.
El chico abrió la boca como si quisiera discutir con ella, pero pareció darse cuenta del riesgo que corría y se largó.
—¿Me dejas entrar? —le pidió Ellie a Marcus cuando el otro se hubo marchado.
—No sé si hay sitio.
Se apretaron bien juntos contra las tuberías calientes de la pared, y Ellie cerró la puerta y echó el pestillo.
—Tú crees que yo sé muchas cosas, pero no es así —le dijo—. La verdad es que no sé nada de nada. No entiendo ni por qué se siente él como se siente ni por qué a tu madre le pasa lo que le pasa. Tampoco sé cómo te sientes tú. Supongo que debe de darte mucho miedo.
—Sí. —Marcus se echó a llorar. No lo hizo ruidosamente, sino que los ojos se le llenaron de lágrimas que enseguida comenzaron a rodar por sus mejillas. A pesar de todo, se sintió avergonzado. Nunca creyó que fuese a llorar delante de Ellie.
Ella lo rodeó con un brazo.
—Lo que quiero decir es… No me hagas caso. Tú sabes mucho más que yo. Eres tú quien debería decirme de qué va todo esto.
—Pues no sé qué decir.
—Entonces, hablemos de otra cosa.
Sin embargo, pasaron un rato sin hablar de nada. Permanecieron juntos y quietos, moviendo el culo cuando sentían demasiado calor a causa de las tuberías, y esperaron hasta que tuvieron ganas de volver al mundo".

"—Está un poco desconcertado, pero te adora.
—¿Eso te parece?
—Pues claro que sí.
—Pero sigue sin ser ése el sentido. Si yo estuviera a punto de meter la cabeza en el horno, con el gas abierto, y si tú me dijeras que Marcus me adora, no por fuerza la sacaría de ahí dentro".

"—¿Qué le ha pasado? —preguntó Will al taxista.
—¿A quién?
—A Kurt Cobain.
—¿El chalado ese de Nirvana? Se ha volado la cabeza de un tiro.
—¿Ha muerto?
—No. Sólo tiene una jaqueca. Pues claro que ha muerto, hombre".

"—¿Y cómo te sentías?
—Enojada.
—¿Por qué?
—Por nada y por todo. Por la vida en general.
—¿Por qué? ¿Qué pasa con la vida?
—Que es una mierda".

"—Y… Tú necesitas un padre, ¿verdad? Ahora lo entiendo. Hasta ahora, no lo había visto tan claro.
—No sé qué es lo que necesito.
—Pero sabes que necesitas un padre.
—¿Por qué?
—Porque todo el mundo lo necesita".







Nick Hornby