sábado, 29 de agosto de 2020

Citas: El elefante desaparece - Haruki Murakami

El pájaro que da cuerda y las mujeres del martes:

"Sin embargo, cuando me voy al sofá para reanudar la lectura de la novela de Len Deighton que he sacado de la biblioteca, un simple vistazo con el rabillo del ojo al teléfono basta para que mi mente se disperse. ¿Qué clase de sentimientos son esos que necesitan diez minutos para ponerse de acuerdo? ¿Se puede hacer algo así en diez minutos?".

"—Me atribuyes demasiadas virtudes —protesto mientras pienso que no me he dado cuenta del momento en que he empezado a tutearla—. No sé quién eres, pero te aseguro que yo no soy ese maravilloso ser humano del que hablas. Ni siquiera soy capaz de terminar las cosas. Doy vueltas y más vueltas a las cosas solo para desviarme de mi camino.
—A pesar de todo, sentía algo por ti. Hace mucho tiempo.
—¿Entonces hablamos del pasado?
Dos minutos y cincuenta y tres segundos.
—No tanto. No es historia.
—Sí, es historia —replico yo".

"Aun cuando pudiera dormir en un lugar entre Saturno y Urano, el pájaro que da cuerda seguiría ocupándose de que las cosas marchen.
Pienso en escribir un poema sobre él, pero no se me ocurren los primeros versos.
Además, no creo que a las chicas de instituto les emocione leer un poema sobre un pájaro que da cuerda. No creo que sepan siquiera que existe semejante cosa".

Nuevo ataque a la panadería:

"Sigo sin estar seguro de si hice bien en hablarle a mi mujer del ataque a la panadería. Quizá no se tratara de una cuestión sobre el bien o el mal, de lo que es correcto o incorrecto. Quiero decir, elecciones incorrectas producen a veces resultados correctos y al contrario. Ante este tipo de absurdos (creo que se les puede llamar así), he llegado a la convicción de que en realidad no elegimos nada. Esa es mi forma de entender la vida. Respecto a las cosas que ya han ocurrido, no hay nada que podamos hacer. En cuanto a las que aún no han tenido lugar, todo está por ver".

"Yo trabajaba en un despacho de abogados y mi mujer como secretaria en una escuela de diseño. Yo tenía veintiocho o veintinueve años (no sé por qué nunca recuerdo el año exacto de nuestro matrimonio) y ella era dos años y ocho meses menor que yo. La comida era la última de nuestras preocupaciones.
Teníamos demasiada hambre como para quedarnos en la cama. Fuimos a la cocina y nos sentamos uno frente al otro sin hacer nada especial. No podíamos conciliar el sueño (incluso estar tumbados nos resultaba doloroso) y el hambre era tan voraz que nos impedía hacer nada. No sabíamos de dónde surgía con semejante intensidad".

"—Los tiempos cambian —me limité a decir—. Cambian las circunstancias, cambian las personas, lo que pensamos".

"—¿Aún la sientes? ¿Y tu amigo?
Alcancé las seis anillas del cenicero e hice una pulsera.
—No lo sé. El mundo parece estar inundado de maldiciones. Si te sucede algo extraño, es difícil saber qué maldición exacta lo ha causado.
—No estoy de acuerdo —dijo ella con sus ojos clavados en los míos—. Si lo piensas detenidamente, terminarás de entender el porqué. Si no ahuyentas esa maldición con tus propias manos, te hará sufrir hasta la muerte, como una muela picada. Y no solo sufrirás tú. A mí también me incumbe.
—¿A ti también?
—Sí, porque ahora soy tu mujer, tu compañera. Este ataque de hambre atroz que nos atenaza es la clara demostración de ello. Antes de casarme nunca había sentido algo parecido. ¿No te parece anormal? Esa maldición de la que hablas también me afecta a mí".

"—Apenas han pasado dos semanas desde que empezamos a vivir juntos —dijo mi mujer—, y en todo este tiempo he sentido como una presencia, una especie de maldición. —Sin dejar de mirarme fijamente, entrelazó los dedos encima de la mesa—. Antes de contarme esta historia —continuó—, no pensaba que se tratase de eso, pero ahora lo veo claro. Te han lanzado una maldición.
—¿Una presencia? ¿A qué te refieres?
—Como si colgara del techo una cortina pesada, polvorienta, sin lavar desde hace años. 
Quizá no se trate de una maldición, sino de mí —dije con una sonrisa.
Mi comentario no le hizo gracia.
—No se trata de ti.
—Está bien, supongamos que se trata de una maldición. ¿Qué puedo hacer en ese caso? —Asaltar otra panadería. Ahora mismo. Es la única salida.
—¿Ahora?
—Sí, ahora. Mientras aún tengamos hambre. Debes terminar lo que dejaste a medias".

"—Asaltaremos el McDonald’s —dijo con el mismo tono que hubiera utilizado para decir que íbamos a cenar allí.
—¡Pero eso no es una panadería!
—Como si lo fuera —replicó al entrar en el coche—. A veces no queda más remedio que hacer concesiones. Para delante de la puerta".

El comunicado del canguro:

"¡Pum, pum, pum…! Una verdadera masacre.
Bueno, ahora simplificaremos un poco el asunto.
Quiero decir, su carta me excita sexualmente.
Eso es, sexualmente.
Me gustaría hablar de sexo.
¡Toc, toc, toc! (Llamada a la puerta)".

"¿Lo entiende?
Trataré de explicarme.
A veces, cuando pienso en entidades, en entidades separadas, siento como si me rompiera en pedazos".

Sobre el encuentro con una chica cien por cien perfecta en una soleada mañana del mes de abril:

"Una soleada mañana del mes de abril me crucé con una chica cien por cien perfecta en una bocacalle del distrito de Harajuku.
A decir verdad, ni era tan guapa, ni tenía nada llamativo, ni vestía de una manera especial. Su pelo aún estaba un poco revuelto a la altura de la nuca a causa del sueño.
No era tan joven, rondaría los treinta, así que para hablar con propiedad no debería referirme a ella como una chica. Fuera como fuera, cuando estaba a unos cincuenta metros de distancia me di cuenta: era cien por cien perfecta para mí. Desde el momento en que la vi, mi corazón se puso a brincar como si la tierra se moviera bajo mis pies, se me secó la boca, transformada, de pronto, en un desierto".

"Tal vez tú tengas definido el tipo de chica que te gusta. Por ejemplo, las de
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 tobillos finos, ojos grandes, con las manos estilizadas, tal vez, y puede que ni sepas por qué, las que comen despacio. A mí también me gustan las chicas así, por supuesto. En ocasiones estoy en un restaurante y me quedo embelesado cuando veo la nariz de una chica sentada cerca.
Sin embargo, nadie puede decir que su chica perfecta al cien por cien corresponda a un tipo preconcebido".

"Ella venía en dirección este y caminaba hacia el oeste. Yo al contrario. Era una preciosa mañana de abril".

"Me hubiera gustado hablar con ella aunque solo fuera media hora. Saber algo de su vida, contarle de la mía. Sobre todo, explicarle los complejos mecanismos del destino que nos llevaron a cruzarnos en una calle de Harajuku en una soleada mañana de 1981. Todas esas cosas debían ocultar cálidos secretos, como el mecanismo de los relojes antiguos cuando el mundo aún vivía en paz".

"La posibilidad llamaba a las puertas de mi corazón.
La distancia entre nosotros se redujo a unos quince metros".

"Tal vez lo mejor fuera la honestidad.
«Hola. Eres la chica cien por cien perfecta para mí.»
Tampoco hubiera servido. Es probable que no se lo hubiera tragado y, en caso de que sí, lo más seguro es que no hubiera querido hablar conmigo. Podría haberme dicho:
«Aunque yo sea cien por cien perfecta para ti, tú no lo eres para mí. Lo siento».
Es más que probable. De encontrarme en esa situación, no habría sabido qué hacer, seguro, habría estado perdido. Quizá no hubiera podido recuperarme nunca de semejante golpe. Tengo treinta y dos años y hacerse mayor trae consigo este tipo de cosas".

"Me crucé con ella frente a una floristería. Una pequeña bolsa de aire cálido me acarició la piel. El asfalto de la calle estaba mojado y desprendía un aroma a rosas.
Fui incapaz de decirle nada. Llevaba un jersey blanco y un sobre también blanco sin franquear en la mano derecha. Había escrito a alguien. Tenía ojos de sueño. Quizá se había pasado la noche en vela escribiendo. Puede que ese sobre encerrase todos sus secretos".

"En este momento sé cómo debería haberme dirigido a ella, obvio, pero las frases resultan demasiado largas, así que mis opciones de hacerlo sin equivocarme hubieran sido más bien escasas. No se me ocurren cosas prácticas".

"Ya no estaban solos. Habían encontrado a la persona cien por cien perfecta, la querían y eran correspondidos. Querer a alguien y ser correspondido.
¡Qué cosa tan maravillosa! Es un milagro. Un milagro de dimensiones cósmicas".

"El tiempo pasó. El chico cumplió treinta y dos años y la chica treinta.
El tiempo pasó a una velocidad de vértigo.
Una preciosa y soleada mañana del mes de abril, mientras buscaba un lugar donde tomarse el café para empezar el día en una bocacalle del distrito de Harajuku, el chico caminaba hacia el oeste y la chica en dirección contraria, hacia la oficina de correos donde debía enviar una carta urgente. Se cruzaron en mitad de la calle. El tenue destello de un recuerdo perdido iluminó por un instante sus corazones, que dieron un vuelco. Lo supieron.
Ella es cien por cien perfecta para mí.
Él es cien por cien perfecto para mí.
Sin embargo, ese destello era tan débil que las palabras no pudieron brotar con la misma facilidad que catorce años antes. No se dijeron nada y se desvanecieron entre la multitud. Para siempre.
Una historia triste. ¿No le parece?

Sí. Eso es lo que debería haberle dicho".

Sueño:

"El mundo empezaba a temblar sin hacer ruido. Se me caían las cosas de las manos, los lápices, el bolso, el tenedor, y provocaban un estruendo al golpear el suelo. Solo quería dormir profundamente allí donde estuviese. Sin embargo, me resultaba imposible. La vigilia rondaba siempre cerca. Sentía su gélida sombra, que en realidad era la mía. Qué extraño, me decía soñolienta. Estaba dentro de mi sombra. Caminaba, comía y hablaba medio dormida, pero por alguna razón nadie se percataba de que me encontraba en una situación límite. En ese mes adelgacé seis kilos y ni mi familia ni mis amigos se dieron cuenta.
No notaron nada".

"Vivía literalmente adormilada. Mi cuerpo llegó a perder la sensibilidad como el cadáver de un ahogado. Estuviera donde estuviera, todo se me antojaba turbio, sordo".

"Imaginaba que si se levantaba un fuerte viento, arrastraría mi cuerpo a una tierra lejana de la que no tenía noticias, en el fin del mundo".

"No sé qué me curó el insomnio. Es un misterio. Había aparecido como una amenazante nube negra arrastrada desde muy lejos por el viento. Estaba cargada de cosas siniestras desconocidas para mí. Nadie sabía de dónde venía y adónde se dirigía, pero ahí estaba, ocultando el cielo sobre mi cabeza, y un buen día desapareció".

"Tengo treinta años. Al llegar a esa edad, una se da cuenta enseguida de que el mundo no se acaba".

"Las cosas bellas lo son por sí mismas y nada más. Así están bien.
—Como tú —le digo yo en broma.
—Como yo —responde con una amplia sonrisa de hombre complacido".

"A las diez me fui a la cama con mi marido. Fingí dormir. Él se había quedado dormido nada más apagar la lámpara de la mesilla, como si el interruptor estuviera conectado mediante a un cable a su conciencia".

"Cerré los ojos para tratar de hacerlo. En mi interior solo habitaba una vigilia que me hacía pensar en la muerte.
¿Iba a morir?
En ese caso, ¿qué sentido había tenido mi vida?
No había respuesta a esa pregunta.
De acuerdo. En ese caso, ¿qué era la muerte?".

"La muerte solo era un sueño mucho más profundo de lo normal carente de toda conciencia de sí mismo. El descanso eterno. El desvanecimiento total".

Lederhosen:

"—Mi madre abandonó a mi padre —me dijo un día una amiga de mi mujer— por culpa de unos pantalones cortos.
—¿Por unos pantalones cortos? —le pregunté extrañado.
—Sé que sueña raro —contestó—, pero es, realmente, una historia extraña".

"—Darf ich Ihnen helfen, Madame? ¿Puedo ayudarla, señora? —le preguntó el que parecía mayor de los dos.
—Quisiera unos Lederhosen —respondió ella en inglés.
—Eso es problema —dijo el hombre—. No hacemos Lederhosen para clientes que no existen.
—Pero mi marido existe —dijo ella muy segura.
—Jawohl, Madame. Marido existe, por supuesto, por supuesto —respondió el hombre aturdido—. Perdón por mal inglés. Quiero decir, no podemos vender Lederhosen a persona que no está aquí.
—¿Y eso por qué? —preguntó desconcertada.
—Política de tienda".

Quemar graneros:

"La conocí en la boda de un amigo y nos hicimos íntimos. Fue hace tres años.
Entre nosotros casi había una generación de diferencia; ella tenía veinte años, yo treinta y uno, aunque en verdad eso no representaba ningún impedimento. Tenía muchas otras preocupaciones en mente en aquel momento y, para ser sincero, no le dediqué un solo minuto de mi tiempo al asunto de la edad. Tampoco significó nada para ella desde el principio. Yo estaba casado y eso tampoco le importó".

"De ningún modo insinúo que se acostase con hombres por dinero. Puede que la realidad no fuera muy distinta, pero eso tampoco representaba un problema para mí.
Su encanto residía en algo mucho más simple: tenía un carácter abierto y sencillo que atraía a la gente. Al toparse con esa sencillez, los hombres se sentían arrastrados por ella y trataban de aplicarla a sus complejos sentimientos. No sé cómo explicarlo mejor, pero sucedía algo así. Digamos que vivía sostenida por su sencillez".

"—A veces quemo graneros —dijo él.
—¿Cómo? —le pregunté, debía de haber oído mal.
—A veces quemo graneros —repitió.
Le miré".

"—¿Y por qué a mí?
Estiró los dedos de la mano izquierda y se rascó la mejilla. La barba hizo un ruido seco, como el de un bicho al desplazarse por un papel fino.
—Usted se dedica a escribir novelas. Pensé que quizá le interesaría un comportamiento como el mío. Un escritor disfruta de una historia antes de juzgarla.
Si disfrutar no le parece la palabra adecuada, diré mejor que la recibe tal cual. Por eso se lo he contado. Tenía ganas de hacerlo".

"—Estaré atento a los graneros —le dije antes de despedirnos.
—De acuerdo. Recuerde que está muy cerca.
—¿Qué es eso de los graneros? —preguntó ella.
—Cosas de hombres —dijo él.
—¡Uf!
Desaparecieron los dos".

"Llegó diciembre. El otoño tocó a su fin y el aire de la mañana empezó a calar en la piel. Los graneros seguían en pie. La escarcha cubría los tejados y los pájaros de invierno aleteaban en el interior de la arboleda congelada. El mundo seguía su curso sin apenas cambios".

Asunto de familia:

"—No deberías despreciar la comida de esa manera —me dijo cuando la camarera se llevó el plato.
—Estaba malísimo —me limité a explicar.
—No tanto como para dejar la mitad. ¿No podías haber comido un poco más?
—Si quiero comer, como. Si no quiero comer, no como. Se trata de mi estómago, no del tuyo, ¿no crees?".

"—¿Desde cuándo te consideras tan importante?
—¿Por qué te empeñas en discutir? ¿Acaso tienes la regla?
—¡Cierra el pico! No digas estupideces. No te atrevas a decir eso.
—Está bien, cálmate. Se trata de mí. Sé incluso cuándo tuviste tu primera regla.
Tardó mucho en venirte y mamá te llevó al médico, ¿a que sí?
—Si no te callas te voy a tirar el bolso a la cara".

"—Puede ser, pero se trata de mi vida, no de la tuya.
—Y encima te da igual si hieres a la gente. Solo te dedicas a limpiar tus inmundicias, como cuando te masturbas.
—¿Cuando me masturbo? ¿De qué diablos hablas?
—Cuando estabas en el instituto ponías las sábanas perdidas de tanto pajearte. Lo sé. No sabes lo que cuesta limpiar esas manchas. ¿No podías hacerlo sin manchar las sábanas? Lo que digo es que esas cosas tuyas son un verdadero fastidio.
—Tendré más cuidado, pero repito, se trata de mi vida y hay cosas que me gustan y otras no. Es irremediable".

"Paramos en Yokohama para cenar algo y nos besamos en el coche. Le sugerí que fuéramos a un hotel, pero ella no quiso.
—Llevo un tampón.
—Pues quítatelo.
—¡Ni en sueños! Es mi segundo día".

"—Lo siento, pero no te miento —se disculpó ella.
—Da igual, no es culpa tuya. Más bien mía.
—¿Tengo la regla por tu culpa? —preguntó extrañada.
—No, me refería a mi suerte".

"—¿Puedo llamarte otro día? —le pregunté.
—¿Para quedar o para ir a un hotel?
—Las dos cosas —dije con una sonrisa—. Las dos cosas van juntas, ya sabes, como el cepillo y la pasta de dientes.
—Está bien, lo pensaré".

"—¿Cuántas veces lo habéis hecho? —le pregunté.
—¡No digas tonterías! —exclamó sonrojada—. No mires el mundo con tu vara de medir. No todos son como tú".

"—¿En qué universidad estudió? ¿Cómo es su familia?
—¿Cómo voy a saber yo esas cosas? —me impacienté.
—¿Por qué no te las arreglas para conocerle y le sonsacas?
—No quiero, estoy ocupado. Pregúntaselo tú misma cuando vaya".

"—No está tan mal —concluí sin dejar de rascarme el lóbulo de la oreja.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Quiero decir que es un tipo decente. Como mínimo más que yo.
—Tú también eres decente.
—¡Qué alegría oírte decir eso! Gracias —dije con los ojos clavados en el techo.
—¿En qué universidad ha estudiado?
—¿Universidad?
—¿Dónde cursó sus estudios superiores?
—Pregúntaselo a él —le dije antes de colgar el teléfono".

"—Te lo ruego, solo un día. Si lo haces, no volveré a interrumpir tu vida sexual hasta finales del próximo verano —dijo ella.
—Mi vida sexual es exigua. No creo que sobreviva hasta el verano.
—De todos modos, estarás el domingo que viene en casa, ¿verdad?
—Qué remedio".

"Nos terminamos las cervezas y nos fuimos a nuestras respectivas habitaciones.
Mis sábanas estaban limpias y planchadas. Me tumbé encima y contemplé la luna a través de las cortinas. Adónde nos dirigíamos, me pregunté. Estaba demasiado cansado para pensar en profundidad en ese tipo de cosas. En cuanto cerré los ojos, el sueño se abatió sobre mí como una red oscura y silenciosa".

La ventana:

"¿Debería haberme acostado con ella?
No es la cuestión central de esta historia.
No conozco la respuesta. Aún hoy no lo sé. Por muchos años que cumpla, por mucho que mi experiencia de la vida aumente, aún hay muchas cosas que no llego a entender. Miro las ventanas de los edificios desde el tren. A veces, todas se parecen a la de su casa. Otras, ninguna. Hay demasiadas, sencillamente".

Un barco lento a China:

"No tenía amigos propiamente dichos y las clases de la universidad resultaban muy aburridas. La verdad es que quería tomarme un respiro, invitarla a bailar, beber algo, hablar como amigos y divertirnos. Nada más. Tenía diecinueve años, una edad perfecta para disfrutar de la vida".

"Se lo pensó alrededor de cinco segundos antes de contestar.
—Pero nunca he bailado —dijo al fin.
—Es fácil. Tampoco es un salón de baile. Solo tienes que dejarte llevar por el ritmo. Eso puede hacerlo cualquiera".





Haruki Murakami

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