viernes, 16 de diciembre de 2022

Citas: El tiempo de las moscas - Claudia Piñeiro

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 "Un pasillo la conduce a otro. Cada tanto, Inés escucha que alguien la saluda, pero ella no mira, no se da vuelta, sólo levanta la mano a la altura de su cabeza y luego la baja. Repite ese mínimo gesto cada vez que escucha su nombre, intentando ser amable".


"Y en el almuerzo volvieron a estar juntas, pero en silencio, porque todo lo que tenían para decirse lo habían dicho en privado, o no lo dirían, al menos por el momento:
Inés, porque para poder decir algo hay que atreverse a pensarlo".

"Siente que está a punto de nacer por tercera vez: la primera, cuando la parió su madre; la segunda, cuando mató a Charo o Tuya; la tercera, en cuanto se abra la puerta y esté libre. Una nace desnuda, así que para qué llevar nada, eso pensó cuando le dijeron que preparara sus cosas, cuando supo que se iba. Eso piensa ahora, una nace desnuda".

"Lo que hizo Ernesto con su plata, Inés lo desconoce y trata de que no le importe. Pero le importa. Ya no son marido y mujer, no se pudo, no siempre se puede. Estaban destinados a serlo, ella cree. O creyó. O cree con la misma intermitencia con la que tose su caño de escape. “A veces, las cosas no resultan como una quisiera, por mucha voluntad que se ponga”, repite de tanto en tanto cuando recuerda aquellos años. Aunque cada vez menos".

"La planilla no tiene fecha, el espacio entre barras inclinadas que separa día, mes y año está en blanco. Siempre lo completa, pero hoy es un aniversario que Inés no nombra, no escribe, no menciona, como si así evitara una desgracia que le atribuye al karma de ese día en el pasado. Si pudiera, hoy no trabajaría, se quedaría en la cama, debajo de las sábanas. Pero como no se puede dar ese lujo porque si no fumiga no cobra, entonces sigue adelante, aunque sin dejar registro de la fecha que la abruma".

"—¿Qué tan efectivos son esos productos que utilizás para fumigar?
—Muy buenos.
—¿Qué tanto?
—Los mejores del mercado.
—¿Y para otros usos?
—¿A qué se refiere?
—No sé, por ejemplo, si yo tuviera una mascota, ¿se vería afectada por tu veneno?
—Ah, no, de ninguna manera. Imagínese que fumigo en muchas casas donde hay perros y gatos, y le garantizo que no les pasa nada. ¿Está por adoptar una mascota?
—Nada más lejos de mis intenciones —dice la señora Bonar y se queda unos instantes en silencio, mirando el líquido bordó que hace mover en el fondo de su copa, antes de largar la siguiente pregunta—: ¿Y si yo quisiera que les pasara?
—No entiendo.
—Si yo quisiera, por ejemplo, matar un gato con tus productos, ¿podría?
Inés ya no sólo está incómoda sino que le preocupan las preguntas de su clienta. Teme que la señora Bonar esté pensando en matar a la mascota de algún vecino. Se toma un tiempo antes de contestar para dar una respuesta certera, pero que no le haga perder el abono full de fumigación que contrató la mujer. La señora Bonar no le concede ese tiempo e insiste:
—¿Podría?
—No si los ingiere de la manera en que los preparo.
—¿Si los ingiere de otra manera sí?
—¿Por qué me lo pregunta?
—¿De otra manera sí?
—Si usa alguno de los productos concentrados, sin diluir, y lo pone en el agua o en la comida de la mascota, tal vez termine muriendo. No lo probé nunca pero no creo que un animal de porte mediano resista.
—¿Moriría de inmediato o sufriría?
—Depende de la cantidad de producto que se utilice y si es veneno para plaga de sangre fría o sangre caliente.
—¿Cómo es eso?
—Si es veneno para plaga de sangre fría se cortan los canales de sodio o los de colinesterasa, fallan los sistemas, los órganos dejan de funcionar. El veneno para plaga de sangre caliente produce hemorragias internas, es muy cruento.
—¿Y a un perro?
Inés mira el reloj. ¿Le quedan cuatro minutos? ¿Tres? Se levanta y va hacia los pulverizadores. No está dispuesta a seguir hablando sobre el posible envenenamiento de una mascota.
—Se me hace tarde. Necesito llegar a mi próxima clienta a tiempo, disculpe.
—¿A un perro? —repite Bonar.
—También —responde ella sin detenerse.
—¿Y a una persona?
La pregunta no la sorprende, es más, Inés de alguna manera la estaba esperando. Preferiría haberse ido antes de que la señora Bonar lo preguntara, lo que habría cambiado totalmente el curso de los hechos. Mira a la señora Bonar, trata de descubrir si está hablando realmente en serio. La mujer lo percibe y se ocupa de que no le queden dudas.
—A una mujer, para ser más precisa.
Inés siente un mareo. Apoya los equipos otra vez en el piso, acaba de confirmar que este intercambio de preguntas y respuestas no es una conversación casual, ni un “qué pasa si”.
Como no son casuales ni la limonada, ni el pinot noir, ni el franco de la empleada. Muy por el contrario, la señora Bonar le está haciendo un interrogatorio estudiado, con una finalidad
específica, hace preguntas pensadas con anterioridad, en base a un plan que sólo ella conoce. A Inés no le gusta sentirse manipulada por su clienta. Menos aún le gusta sentirse involucrada o comprometida con lo que esa mujer pretenda hacer. En su condición de expresidiaria, con salida por buena conducta antes de la fecha original de la condena, se reprocha con preocupación por haber aceptado la limonada, teme que el solo hecho de estar manteniendo esa conversación pueda perjudicarla.
—Nos vemos la próxima —dice dando por terminada la charla y levanta sus elementos de trabajo para irse.
—Una mujer que me quiere quitar a mi marido del mismo modo que a vos te quitaron el tuyo.
Inés ahora siente una puntada, ya no es sólo un mareo. La revelación de que la señora Bonar sabe quién es ella la impacta. El dolor es real, como si la mujer le hubiese clavado un estilete invisible en el esternón. Y tenía que ser este día, se lamenta, el de la fecha innombrable que no se atreve a escribir en la planilla".

"No le puede devolver la vida a Charo, como Charo no le podría devolver a ella la suya por más que siguiera viva. Antes Inés era otra, alguien que creía que la amante de su marido le había quitado lo que tenía. Ahora es ésta, que cada tanto sospecha que aquello que creyó que le usurparon lo había perdido mucho antes".

"—Debés de haber visto mi camioneta estacionada frente a la casa de la señora Bonar. ¿La conocés?
—No, no sé quién vive en esa casa, soy nueva en la zona. Inés se decepciona. Hubiera preferido que la conociera, así ella le habría podido preguntar acerca de la extraña mujer que huele a pinot noir y ofrece limonada a cambio de una charla, dólares a cambio de pensar y fortunas a cambio de veneno".

"—Los mundos íntimos, a veces, son pantanos en los que nos hundimos. Vaya una a saber qué hay debajo de tanta elegancia y buen pasar. Las mejores apariencias pueden esconder mucha miseria.
Si sabrá ella de esconder y de miserias, piensa Inés y asiente otra vez".

“Creía que entre vos y yo sí había amor verdadero”, fue lo último que le escuchó decir a su padre antes de que desapareciera para siempre. Amor verdadero. Dos palabras equívocas: amor y verdad. Desde entonces Laura se pregunta qué es el amor, por qué una misma palabra significa cosas tan diferentes para quien la enuncia".

"¿Por qué, si ella es feliz con esa familia que formó, por momentos sueña con irse para estar sola? ¿Le pasará a alguna de sus amigas, a alguna de sus compañeras de trabajo? ¿A todas y no se atreven a confesarlo? Intuye que tantos años de estar sola a una edad muy temprana —diecisiete años, mientras vivía con sus padres en aquella otra casa— la entrenaron para valorar la soledad, la compañía de sí misma, disfrutar de sus propios pensamientos.
Reconoce que esta nueva vida tan mancomunada que la contuvo durante muchos años, en ocasiones la asfixia un poco. ¿A sus treinta y pico se está poniendo vieja? A veces la felicidad la asfixia, apenas un poco; incluso, aleatoriamente, la abruma. Quizás está entrenada para la soledad pero no para ser feliz".

"El parto no puede negarse, la maternidad sí".

"Actúan como si estuvieran convencidos de que, dejando pasar el tiempo suficiente, en los expedientes aparecerán larvas y gusanos que luego, algún día, explicarán quién mató y por qué (y un juez tiene mejor prensa y jubilación que una mosca, me indigna).
Por eso, cuando me llaman a fumigar, el único insecto al que yo respeto es a ellas: mis moscas. Las saludo, les digo que por mí no teman. Hasta las siento casi de la familia (si es que hoy perteneciera a una). Es más, yo tengo una mosca propia que me vuela dentro del ojo. ¿Qué mal le hacen las moscas a nadie? No comen las plantas como las hormigas o los pulgones, no pican como los mosquitos, no mastican la madera como el bicho taladro, no producen ronchas como las arañas o las pulgas, ni dejan heces en cualquier parte de la casa como las cucarachas, las ratas o los murciélagos.
Yo no mato moscas.
Si una mata, que tenga sentido, un motivo válido, la necesidad de evitar un mal mayor. O de suprimir un dolor.
Un dolor es el mayor mal".

"A pesar de que hasta ahora no tuvo éxito, la Manca no abandona la idea de persuadirla para que se ponga a tono con los tiempos y con el negocio de las dos: para fumigar no es tan grave estar desconectado; para investigar, sí. Y MMM se ocupa de las dos cosas. Acepta que los argumentos de Inés son razonables:
“Antes no se miraba la pantalla cada dos o tres minutos y el mundo seguía su curso”. Pero la palabra clave es justamente “antes”, un antes con un intervalo de dieciséis años. El mundo cambió e Inés, que logró tantos avances en otros aspectos, en ese punto no sólo no cambió, sino que parece haber retrocedido".

"Si la que tiene apuro por matar es la señora Bonar, se dice. Si para ella ese fuego ya no existe. Sin embargo, y por más esfuerzo que ponga para convencerse de que la urgencia la tiene la otra, de inmediato reconoce su engaño, porque aun sin fuego, Inés puede esperar apenas tanto como pueda esperar el cuerpo de la Manca, antes de que lo que le crece dentro expanda su poder letal y lo destruya.
Y esos plazos, nadie sabe quién los maneja.
Enciende el celular otra vez. No hay ningún mensaje nuevo.
Evidentemente, esa mujer la está manipulando y ella, por el momento, no tiene más alternativa que dejarse manipular".

"A mí, con sobrevivir no me alcanza.
Sobrevivir es todo, si no sobrevivís no hay chance de nada".

"Él arranca. Hablan poco en el camino y, para que el silencio no se haga pesado, Rody2 enciende la radio. Busca música.
—¿Esto les gusta?
—Una mierda, pa —contesta su falsa hija.
Rody2 la mira con reprobación, como diciendo “tampoco hace falta tanta verdad”, pero la chica no lo advierte porque ya está en la suya buscando otra emisora en el dial".

"—Si es por juzgar, no juzgamos a nadie.
—A nadie. ¿Ahora sí me puedo tomar otro fernet?
—El último".

"—Triste, ¿no? Sobrevivir a un hijo debe ser muy difícil, a mí me mataría.
—No sabés, no sos madre, Manca.
—Pero me lo puedo imaginar.
—¿Se puede imaginar un dolor que jamás podríamos sentir?
—Todos sabemos lo que es el dolor.
—Sí, pero cada dolor es diferente. Hasta habría que inventarles distintos nombres. El dolor porque te dejan, el dolor porque te mienten, el dolor porque se muere un hijo, el dolor porque te quedaste sin trabajo, el dolor porque te dicen que vas a estar presa quince años. Una palabra no debería englobar a todos los dolores".

"—No nos creyó una palabra —dice la Manca.
—No nos creyó, no —confirma Inés.
—Lindo el pibe.
—Lindo, sí.
—…
—Se parece a Ernesto.
—Mierda".

"—¿Querías pruebas?, ahí las tenés —dice Javi.
—Pero esto inculpa a mi madre, podría volver a la cárcel —contesta Laura.
—¿Qué madre? ¿Qué cárcel? —pregunta Guillermina.
Javi mira a Laura, ella entiende, asiente, respira muy profundo.
—Vení, sentate, Guille. Tenemos que contarte una historia algo complicada —dice Laura.
—Todas las historias son complicadas, mamá —responde su hija".

"Está bastante de acuerdo con los subrayados que hizo cuando lo leyó, si no se equivoca, en el último año de la facultad. Eso le parece llamativo porque muchas veces le ha pasado encontrar marcas en distintos libros que se pregunta por qué hizo. Una tiene derecho a cambiar como lectora, también en lo que subraya, piensa".

"—¿Qué más podríamos pedir? —pregunta Inés.
—…
—…
—¿Un poco de amor? —dice la Manca.
—A mí el amor me hizo perder quince años.
—Quince años adentro, dieciséis años casada: treinta y uno, si las cuentas no me fallan.
—Cierto.
—…
—…
—¿Era amor, Inés?
—Vaya una a saber qué es el amor.
—Vaya una a saber.
—…
—…".






Claudia Piñeiro