sábado, 4 de febrero de 2023

Citas: El acontecimiento - Annie Ernaux

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 "Me venía una y otra vez a la cabeza la misma escena borrosa de aquel sábado y de aquel domingo de julio: los movimientos del amor, la eyaculación. Debido a esa escena, olvidada durante meses, me encontraba ahora ahí. El abrazo y los movimientos de los cuerpos desnudos me parecían una danza mortal".


"Nada más bajarme de la camilla, con mi gran jersey cubriéndome los muslos, el ginecólogo me dijo que seguramente estaba embarazada. Lo que yo creía que era una enfermedad de estómago eran náuseas. Me prescribió unas inyecciones para que me bajara la regla, pero me pareció que ni él mismo estaba seguro de que fueran a hacer efecto. Ya en el umbral de la puerta, me dijo sonriendo jovialmente: «Los hijos del amor son siempre los más guapos». Me pareció una frase espantosa".

"Volví andando a la residencia. En la agenda aparece escrito: «Estoy embarazada. Es horrible»".

"Escribí a P. para decirle que estaba embarazada y que no quería tener el niño.
Nos habíamos separado sin saber si continuaríamos o no nuestra relación, y la idea de que la noticia fuera a turbar su despreocupación me complacía mucho, aunque no me hacía ninguna ilusión por el profundo alivio que le produciría mi decisión de abortar.

Una semana después, Kennedy moría asesinado en Dallas. Pero ese tipo de cosas ya no podía interesarme".

"Una noche soñé que tenía en las manos un libro que había escrito sobre mi aborto, pero era un libro que no se podía encontrar en ninguna librería y que no aparecía mencionado en ningún catálogo. En la parte inferior de la tapa estaba escrita con grandes letras la palabra AGOTADO. No sabía si el sueño significaba que debía escribir el libro o que era inútil hacerlo".

"Asistía a clases de literatura y de sociología, iba al comedor universitario y tomaba cafés al mediodía y por la noche en la Faluche, el bar reservado para los estudiantes, pero ya no vivía en el mismo mundo. A un lado estaban las otras chicas, con sus vientres vacíos, y al otro me encontraba yo".

"El año anterior, una joven divorciada me había contado que un médico de Estrasburgo la había ayudado a abortar. No me dio ningún detalle, solo me dijo que le había dolido tanto que había tenido que agarrarse al lavabo. Yo también estaba dispuesta a agarrarme al lavabo. No se me ocurría que pudiera llegar a morir".

"Deseaba permanecer en primera fila y no perderse la continuación de la historia. O sea, que quería verlo todo sin tener que pagar nada: me había advertido que, como miembro de una asociación que defendía la maternidad deseada, «moralmente» no podía prestarme dinero para abortar de forma clandestina. (Aparece escrito en mi agenda: «Comida con T en el muelle. Los problemas se acumulan»)".

"Una tarde salí de la residencia decidida a encontrar un médico que aceptara ayudarme a abortar. Ese ser tenía que existir en algún lugar. Ruan se había convertido en un bosque de piedras grises. Escrutaba las placas doradas y me preguntaba quién se encontraría detrás".

"Caminaba con el estribillo de una canción que estaba muy de moda entonces y que no se me iba de la cabeza: «Dominique nique nique». La cantaba una monja dominica, sor Sonrisa, acompañándose de la guitarra. La letra era edificante e ingenua —sor Sonrisa no conocía el significado de niquer (joder)—, pero la música era alegre y saltarina. Me animaba mientras buscaba. Llegué a la Place Saint-Marc: los puestos del mercado estaban recogidos. Vi el almacén de muebles Froger, al que, de niña, había ido con mi madre para comprar un armario. Había dejado de mirar las placas de las puertas, ahora vagabundeaba sin rumbo.
(Hace unos diez años leí en Le Monde que sor Sonrisa se había suicidado. El periódico contaba que, después del enorme éxito de Dominique, había conocido toda suerte de sinsabores dentro de su orden religiosa. Colgó los hábitos y se fue a vivir con una mujer. Poco a poco había dejado de cantar y había ido cayendo en el olvido. Acabó dándose a la bebida. Ese resumen de su vida me turbó. Me pareció que aquella mujer que había roto con la sociedad, que había colgado los hábitos, aquella mujer más o menos lesbiana y alcohólica, que no sabía qué sería de ella, fue la que me acompañó por Martainville cuando yo me encontraba sola y perdida. Habíamos estado unidas por el mismo desamparo, aunque desfasado en el tiempo. Y aquella tarde yo había sacado fuerzas para vivir de la canción de una mujer que más tarde no podría ni con su propia vida".

"Esos nombres y rostros me dan la clave de mi desasosiego: en relación con ellos, me había convertido interiormente en una delincuente.
Me prohíbo escribir aquí sus nombres, porque no son personajes ficticios, sino seres reales. Sin embargo, no consigo imaginármelos existiendo en algún lugar. En cierta medida, probablemente tengo razón: ahora su forma de vivir —sus cuerpos, sus ideas, sus cuentas bancarias— es completamente diferente a como vivíamos en los años sesenta, la que tengo ante mis ojos mientras escribo".

"Tenía la impresión de que en mi vida no había cambiado nada.
En mi diario aparece: «para mí, el hecho de estar embarazada es algo abstracto», «Sin embargo, me toco el vientre y está aquí. No es algo imaginario".

"Me preguntó cuándo había tenido por última vez la regla. Le respondí que hacía tres meses. Me dijo que era un buen momento para hacerlo. Me pidió que me desabrochara el abrigo. Me palpó el vientre con las dos manos por debajo de la falda y exclamó con una especie de satisfacción: «¡Tiene usted una buena tripa!». Cuando le hablé de mis esfuerzos en la nieve para perder al niño, me contestó encogiéndose de hombros: «¡Así lo único que ha conseguido es que se haga más fuerte todavía!». Hablaba del feto como si este fuera una bestia maligna".

"Pero no hace falta pensar en las cosas para que las tengamos a nuestro alrededor; quizá fuera el hecho de saber que el curso de la vida continuaba como antes para la mayoría de la gente lo que me hacía repetirme para mis adentros: «¿Qué estoy haciendo aquí?».
He llegado a la escena de la habitación. Excede a cualquier tipo de análisis. Lo único que puedo hacer es sumergirme en ella. Tengo la sensación de que la mujer que se afana entre mis piernas, que me introduce el espéculo, está haciéndome renacer".

"No me sentía diferente a las mujeres de la sala de al lado. Me parecía incluso que sabía más que ellas. En los servicios de la residencia universitaria había traído al mundo una vida y una muerte al mismo tiempo. Por primera vez me sentí atrapada en una cadena de mujeres por la que pasaban las generaciones. Fueron unos días grises e invernales. Yo flotaba rodeada de luz en medio del mundo".

"Me he quitado de encima la única culpabilidad que he sentido en mi vida a propósito de este acontecimiento: el haberlo vivido y no haber hecho nada con él. Como si hubiera recibido un don y lo hubiera dilapidado. Porque por encima de todas las razones sociales y psicológicas que pueda encontrar a lo que viví, hay una de la cual estoy totalmente segura: esas cosas me ocurrieron para que diera cuenta de ellas. Y quizás el verdadero objetivo de mi vida sea este: que mi cuerpo, mis sensaciones y mis pensamientos se conviertan en escritura, es decir, en algo inteligible y general, y que mi existencia pase a disolverse completamente en la cabeza y en la vida de los otros".







Annie Ernaux

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