jueves, 9 de febrero de 2023

Citas: La paciente silenciosa - Alex Michaelides

x

 

 "Me gusta mirar a Gabriel mientras se mueve por la cocina. Es un cocinero gentil: elegante, grácil, ordenado. Al contrario que yo, que solo organizo desastres".


"Me llamo Theo Faber. Tengo cuarenta y dos años y me hice psicoterapeuta porque yo mismo estaba jodido. Esa es la verdad, aunque no fue lo que dije durante la entrevista de trabajo, cuando me plantearon la pregunta.
«¿Qué cree que lo llevó a la psicoterapia?», preguntó Indira Sharma, escudriñándome por encima de la montura de sus gafas de intelectual.
(...)
«Quería ayudar a la gente, supongo —dije, y me encogí de hombros—. Sí, eso era.»
Y una mierda".

"Nacemos con un cerebro a medio formar, más parecido a un trozo de arcilla fangosa que a un dios del Olimpo. En palabras del psicoanalista Donald Winnicott: «No existe eso que llamamos “bebé”». El desarrollo de nuestra personalidad no tiene lugar de forma aislada, sino en relación con otras personas; somos formados y completados por fuerzas que ni se ven ni se recuerdan".

"Esa noche cayó una fuerte tormenta de nieve. Mi madre se acostó y yo fingí que dormía, pero luego salí a hurtadillas al jardín y me quedé de pie bajo la nevada. Levanté las manos extendidas para atrapar los copos de nieve y vi cómo se derretían en la yema de mis dedos. Era una sensación de dicha y
frustración simultáneas, y hablaba de una suerte de verdad que yo no era capaz de expresar. Mi vocabulario era demasiado limitado; mis palabras, una red demasiado holgada para capturarla. Intentar atrapar copos de nieve que desaparecen es de alguna manera como intentar atrapar la felicidad: un acto de posesión que al instante deja paso a la nada".

"Me costó un esfuerzo inmenso tomarme todas las pastillas, pero me obligué a tragarlas una tras otra. Después me arrastré hasta mi cama, incómoda y estrecha, cerré los ojos y esperé la muerte.
Solo que la muerte no acudió.
En lugar de eso, un dolor punzante y desgarrador tiró de mis entrañas. Me doblé por la mitad y devolví, me vomité encima bilis y pastillas a medio digerir. Tumbado a oscuras, sentí que me ardía un fuego en el estómago durante lo que me pareció una eternidad. Y entonces, poco a poco, todavía en la oscuridad, me di cuenta de algo.
No quería morir. Todavía no; no cuando aún no había vivido".

"Marqué el siguiente número del expediente: el de la tía de Alicia, Lydia Rose. Esta vez contestaron tras un solo tono.
—¿Sí? ¿Qué pasa? —una voz de mujer mayor que sonaba sofocada y bastante molesta.
—¿La señora Rose?
—¿Quién es usted?
—La llamo en relación con su sobrina, Alicia Berenson. Soy un psicoterapeuta que trabaja en…
—Váyase a la mierda —dijo, y me colgó.
Arrugué la frente.
No era un buen comienzo".

"Mi padre me recibió con la hostilidad de siempre.
—Estás hecho un asco, Theo. Demasiado delgado. Y llevas el pelo demasiado corto. Pareces un presidiario.
—Gracias, papá. Yo también me alegro de verte".

"Mientras subía la cuesta se me han saltado las lágrimas. No lloraba por mi madre, ni por mí, ni siquiera por ese pobre indigente. Lloraba por todos nosotros. Hay demasiado dolor en todas partes, solo que cerramos los ojos para no verlo. La verdad es que todos tenemos miedo. Nos aterrorizan los demás".

"Pensé en Ruth, que solía decir: «Para ser buen terapeuta, debes recibir los sentimientos de tus pacientes…, pero no te aferres a ellos, no son tuyos, no te pertenecen»".

"Christian se rio.
—¿A eso lo llamas comunicación?
—En efecto. La ira es una poderosa vía de comunicación. Las demás pacientes, esas zombis que están ahí sentadas sin más, ausentes, vacías, se han rendido. Alicia no. Su ataque nos dice algo que no es capaz de articular de manera directa: sobre su dolor, su desesperación, su angustia. Me estaba diciendo que no me rinda con ella. Todavía no.
Christian puso los ojos en blanco.
—Una interpretación menos poética podría ser que le falta medicación y está como una cabra".

"—¿Sabe que parece más un inspector de policía que un psiquiatra?
—Soy psicoterapeuta.
—¿Hay alguna diferencia?
—Solo intento entender el estado mental de Alicia".

"—Es una idea interesante… Me ha ayudado usted mucho. Gracias, señor Martin.
—Llámeme Jean-Felix. Y cuando vea a Alicia, dígale que la quiero.
Sonrió, y de nuevo sentí cierta repulsión; Jean-Felix tenía algo que me resultaba difícil de digerir. Veía con claridad que había estado muy cerca de Alicia; hacía muchísimo que se conocían y era evidente que él se sentía atraído por ella. ¿Estaría enamorado? No estaba del todo seguro. Pensé en la cara de Jean-Felix mientras miraba el Alcestis. Sí, en sus ojos había amor, pero amor por el cuadro, no necesariamente por la pintora. Lo que Jean-Felix codiciaba era el arte. Si no, habría ido a ver a Alicia a The Grove. Se habría mantenido a su lado. De eso no me cabía ninguna duda. Un hombre nunca abandona así a una mujer.
No si la ama".

"Encontré a Diomedes en su despacho. Estaba sentado en un taburete, frente a su arpa, que tenía un gran marco de madera ornamentada y una lluvia de cuerdas doradas.
—Un bello objeto —comenté.
Diomedes asintió.
—Y muy difícil de tocar —hizo una demostración pasando los dedos amorosamente por todas las cuerdas. Una escala resonó como una cascada por la habitación—. ¿Te gustaría intentarlo?
Sonreí… y negué con la cabeza. Él se echó a reír.
—Seguiré preguntando, ¿sabes?, con la esperanza de que cambies de opinión. Si algo soy, es persistente.
—No tengo talento para la música. Ya me lo dijo bien claro mi profesora de música en el colegio.
—Al igual que la terapia, la música es en realidad una relación, y depende por completo del profesor que se elija.
—En eso le doy toda la razón".

"Me estremecí… y sentí la mirada de unos ojos en la nuca.
Di media vuelta, pero allí no había nadie. Estaba solo. La calle estaba vacía, llena de sombras, y en silencio".

"—. La verdad es que no creo…
El profesor se encogió de hombros.
—Mi opinión personal es que Alicia siempre ha tenido una fuerte tendencia suicida. Como sabemos, cuando alguien quiere morir, a pesar de todos los esfuerzos que hagamos por protegerlo, muchas veces es imposible impedírselo.
—¿No es ese nuestro trabajo? —soltó Stephanie—. ¿Impedírselo?
—No —Diomedes sacudió la cabeza—. Nuestro trabajo es ayudarlos a sanar, pero no somos Dios. No tenemos poder sobre la vida y la muerte".








Alex Michaelides

No hay comentarios.:

Publicar un comentario