lunes, 6 de febrero de 2023

Citas: Lo ha dicho Harriet - Beryl Bainbridge

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 "—Ahora no llores —dijo.
—No tengo ganas de llorar.
—Espera a que lleguemos a casa.
La palabra «casa» hizo que se me encogiese el corazón. ¡Era un lugar tan desolado!".


"Permanecimos un momento mirándonos, y me pregunté si iría a besarme. Nunca lo había hecho en todos los años que yo llevaba queriéndola".

"Nosotras le saludábamos brevemente, como saludábamos al pastor, a quien aborrecíamos, al señor Redman y a la querida Dodie. Pero sólo nos habló en dos ocasiones: una vez para admirar los renacuajos que habíamos capturado, los cuales, dijo, eran como embriones prehistóricos; y otra, más memorable, cuando, mirando hacia el mar, había dicho:
—Hace años estuve en Grecia… Su belleza es incomparable.
Harriet, mirándole a la cara y siguiéndole la corriente, exclamó:
—¿Cómo son las estatuas, todas esas estatuas maravillosas?
Y el Zar me había mirado a mí, sin duda alguna, aunque dirigiéndose a ella:
—Son bellezas melladas, Harriet. Estropeadas a más no poder. Figuras de noble nariz y robustos miembros, pero hermosas.
Cuando se hubo marchado, Harriet giró sobre un solo pie y me apuntó con el dedo:— Cree que tu nariz es noble —canturreó—, noble y robusta, pero hermosa, querida, muy hermosa.
Le respondí que no me hacía ninguna gracia que me comparasen con las ruinas griegas, pero eché a correr entre los árboles, íntimamente complacida".

"Me pregunté si sería realmente viejo. Siempre me había parecido igual, desde que éramos pequeñas.
¿Era realmente viejo? Me tumbé en el suelo y me cubrí la cara con las manos por si se volvía a saludarme. Cerré los ojos con fuerza y traté de ver su cara en la oscuridad, pero no podía componerla claramente. Veía su cabeza y su sombrero de fieltro, pero su cara era lisa y transparente como el cristal".

"—Recuerdo… —empecé a decir, y me interrumpí para golpear unas flores purpúreas que saltaron por el aire derramando pétalos a nuestros pies.
El Zar se detuvo, agitó una mano elocuente para abarcar el jardín y el cielo, y terminó su movimiento colocándola de nuevo sobre su corazón.
—No recuerdes nunca —me aconsejó—. Es muy enojoso. Piensa en el futuro y en los lugares que visitarás".

"Yo dije que el cuerpo histórico que yacía a nuestros pies era digno de veneración. A fin de cuentas, había deambulado entre las ruinas de Grecia. Pero él sólo dijo:
—Tonterías. Sólo es un montón de huesos.
—Es romántico.
Miró tristemente el paisaje verde y mojado, y dijo:
—¿De veras? ¿De veras lo crees así?".

"—Aquí me casé. Celebré el almuerzo de boda donde tú estás sentada.
Mala cosa, pensé, escuchar en el atrio los recuerdos de un viejo.
(...)
El Zar dijo:
—Era bonita, ¿sabes?
Esperé. Su voz era ahora más tenue, como si hablase consigo mismo.
—No, no precisamente bonita. Era robusta, llena… Su cuello era… Su cabello olía… Sus besos eran adorables…
Tosí; me sentía violenta escuchándole. Se volvió y dijo:
—Cuando éramos novios nos encontrábamos aquí. Debajo del farol, al pie del árbol.
¿Ah, sí?
Balanceé remilgadamente las piernas sobre la tumba y encogí los hombros.
—Muchas noches bajo la lluvia… El forcejeo bajo la fronda del haya… Las charlas que tuvimos… Las promesas que nos hicimos… Sí, uno promete, y lo cree de veras… El olor de la hierba… Yo creía…
Tenía que inclinarme para oírle. No quería escucharle, pero tenía que hacerlo.
—Yo creía que sus piernas eran de aljófar caído de los árboles… Cuando oíamos susurros en la hierba, yo sabía que era un pájaro o un animalito, no un hombre espiando, y me reclinaba suavemente y le decía: «Keine Mensch, amor mío, keine Mensch». Pero nuestros días alegres quedaron atrás.
Carraspeó, me miró reflexivamente y volvió la cara. Deseé con todas mis fuerzas que no hubiese existido jamás. Tuve la impresión de que mis ojos miraban desorbitados la lluvia; sentí que ya no volvería a ser feliz".

"—Vamos, Zar —exclamé—. Vamos a buscar a Harriet.
Pero él sólo se balanceó un poco más y me miró con ojos alegres.
—Quiero decirte algo.
—¿Qué? Yo quiero encontrar a Harriet.
El Zar se levantó y se acercó a mí; yo me volví en la dirección que había tomado Harriet y vi que el sol estaba al nivel de las copas de los árboles y las nimbaba de llamas.
Dios mío (sentí la mano del Zar sobre mi hombro), Dios mío, envíame a Harriet en seguida. Después, me volví para enfrentarme con el tigre. Parecía descolorido, pálida la piel, y sus finos cabellos cuidadosamente peinados hacia atrás. A pesar de toda su elegancia, de su gracioso andar, de su delicada manera de mover la cabeza, había en él una indefinible falta de juventud. Más tarde recordaría el silencio del bosque, la tarde plasmada en un chorro de luz entre troncos de árboles, y el Zar apoyando su mano en mi hombro. Yo no sabía entonces que le amaba, porque, como escribió más tarde Harriet en el Diario, todavía nos quedaba mucho camino que andar antes de alcanzar el amor verdadero".

"—¿Sabes a quién vi anoche?
—A Charlie Chester.
—En serio —dijo Harriet—. Al salir de la feria con aquel soldado, poco después de marcharte tú, me encontré con la señora Biggs, plantada en el pavimento.
Terriblemente mojada, sin sombrero, con los cabellos grises cayendo sobre sus hombros, y esperando al Zar.
—¿Qué te dijo?
Recordé que Harriet no sabía aún que él me había besado.
—Me dijo «hola», como si hubiese estado en las carreras, tratando de fingir que estar plantada en la calle en una noche de lluvia era para ella cosa acostumbrada. Me dio lástima y le dije que había visto al Zar en la feria, hacía sólo un momento. «Lo sé —me respondió—; olvidó algo». Estuve a punto de decirle: «A usted», pero no lo hice, y me alejé con mi soldado".

"—Bueno —dijo Harriet—, ¿qué pasó anoche?
—Me besó.
Mi voz era espesa y sofocada. Sonó grave e imponente, pero las palabras parecieron triviales.
—¿Y bien?
—No es por esto. Me he sentido triste de pronto. Ella, plantada bajo la lluvia, tú con un soldado, yo en la cama, y el Zar perdido y lejos de todos.
—¡Oh!
Harriet parecía enojada, arrancando hierbas con dedos nerviosos, golpeando el duro suelo con la mano.
—No veo que haya motivos para llorar —añadió—. A menos que te sientas sentimental".

"La palabra «divertirse» me causó un intenso dolor. Las lágrimas volvieron a asomar a mis ojos, esta vez al compadecerme de mí misma, y todo el parque pareció flotar en una enorme burbuja de humedad. Lloré en silencio.
—No seas absurda —dijo vivamente Harriet—. Esto nunca ha sido fácil, deberías saberlo".

"—Bueno, ¿qué ibas a decir?
—Amo al señor Biggs —dije.
E inmediatamente me pregunté por qué le habría llamado así. Sonaba muy raro:
«Amo al señor Biggs».
Harriet se sentó en la cama.
—Entonces tendremos que darnos prisa. Se están acabando las vacaciones.
Me dolió aquel «darnos». No éramos nosotras quienes amábamos al Zar: era yo sola.—Pero no estoy segura de querer que sea una experiencia —dije, tristemente—.
No creo que desee que sea algo digno de figurar en el Diario.
Harriet me habló en el mismo tono razonable que empleaba con su madre.
—A los trece años, puedes esperar muy poco del amor, salvo experiencia".

"Cuando él me miró y dijo, en tono seco y divertido: «Eres una pequeña musa trágica», creí estar sentada descalza en la arena, mientras el italiano me llamaba «angelito impuro».
¿Qué era una musa? ¿Una persona sabia, o una diosa griega que entonaba cantos de sirena en las rocas erguidas sobre el mar? Era una frase hermosa, muy hermosa.
«Eres una pequeña musa trágica», dije cariñosamente a Harriet, para mis adentros".









Beryl Bainbridge

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