"Nací el 31 de enero de 1979, un miércoles. Sé que era miércoles porque para mí esa fecha es azul, y los miércoles siempre son azules, como el número nueve o el sonido de voces discutiendo".
"Siento ansiedad si no puedo beber mis tazas de té todos los días a la misma hora. Cuando me estreso demasiado y no puedo respirar bien, cierro los ojos y cuento. Pensar en números me ayuda a calmarme.
Los números son mis amigos y siempre han estado cerca de mí. Cada uno de ellos es único y cuenta con su propia «personalidad». El 11 es simpático y el 5 es chillón, mientras que el 4 es tímido y tranquilo. Es mi número favorito, me recuerda a mí mismo".
"Era una fría mañana de enero en el este de Londres. Mi madre, entonces embarazada de mí, se hallaba sentada y mirando silenciosamente por la única ventana grande del piso, hacia la estrecha y helada calle de abajo. Mi padre, madrugador habitual, se sorprendió de encontrarla despierta al volver a casa después de comprar el periódico en el quiosco. Preocupado por si algo no iba bien, se acercó suavemente a ella y la tomó de la mano. Mi madre parecía cansada, igual que durante las últimas semanas, y no se movió, continuando con la mirada fija y en silencio. Luego, poco a poco, se volvió hacia él. Su rostro reflejaba emoción, mientras sus manos se posaban suavemente sobre el estómago. Dijo: «Pase lo que pase, le querremos, simplemente le querremos»".
"El impacto acumulativo de los diversos efectos secundarios sobre mi primer año en el colegio fue bastante considerable. Me resultaba muy difícil concentrarme en clase o trabajar a un ritmo regular. Fui el último niño de mi clase que se aprendió el abecedario. Mi profesor, el señor Lemon, trataba de ayudarme mediante adhesivos de colores si cometía pocos errores al ir escribiendo el alfabeto. Nunca me sentí avergonzado ni cohibido por ir retrasado respecto a otros niños, porque no los consideraba parte de mi mundo".
"A los padres de niños que les hayan diagnosticado epilepsia les diría que se informasen todo lo posible acerca de esta dolencia. Y lo más importante de todo, que ofrezcan a su hijo la autoconfianza necesaria para que pueda persistir en sus sueños, porque los sueños dan forma al futuro de cada persona".
"Lo cierto es que no eran pocas las ocasiones en que sentí que quería evaporarme. No parecía encajar en ninguna parte, como si hubiese nacido en el mundo equivocado. La sensación de no acabar de sentirte nunca bien o seguro, de estar siempre de alguna manera fuera de juego y separado, me pesaba mucho".
"Quienes tienen el síndrome de Asperger quieren hacer amigos, pero les resulta muy difícil. La aguda sensación de aislamiento era algo que yo sentía muy profundamente y que me hacía daño".
Daniel Tammet
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