miércoles, 15 de julio de 2020

Citas: La soledad de los números primos - Paolo Giordano

"—Bueno, ¿qué? ¿Te bebes la leche o no? -volvió a apremiarla su padre.
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Alice tragó tres dedos de leche hirviendo que le quemó sucesivamente la lengua, el esófago y el estómago.
—Bien. Y hoy demuestra quién eres, ¿vale? 
¿Y quién soy?, pensó ella".

"Acto seguido salieron a la calle, la niña enfundada en su traje de esquí verde lleno de banderitas y fosforescentes letreros de patrocinadores. A aquella hora había diez grados bajo cero y el sol era un disco algo más gris que la niebla que todo lo envolvía. Alice sentía la leche revolvérsele en el estómago y se hundía en la nieve con los esquíes a hombros, porque has de cargarlos tú mismo hasta que logres ser tan bueno que otro los cargue por ti.
—Con las puntas por delante, y no mates a nadie —le recordó su padre".

"Alice se quitó los esquíes y anduvo otro poco, hundiéndose en la nieve hasta mitad de la pantorrilla. Por fin se sentó, respiró hondo y relajó los músculos. Un agradable estremecimiento le recorrió el cuerpo y acabó alojándosele en la punta de los pies.
Seguro que fue por la leche; seguro que fue porque el trasero se le medio congeló de estar sentada en la nieve a más de dos mil metros de altura. Nunca le había pasado, al menos que ella recordara, nunca, pero el hecho es que se lo hizo encima. Se lo hizo encima. Y no sólo pipí; también se cagó, a las nueve en punto de aquella mañana de enero".

"Y mientras, a su lado, Mattia aprendía a leer y escribir y a hacer las cuatro operaciones aritméticas fue el primero de la clase en aprender a dividir con resto; su mente funcionaba como un engranaje perfecto, del mismo modo misterioso como la de su hermana funcionaba de manera tan defectuosa".

"Ella besó su reflejo sacando los labios y tocando con la lengua la fría superficie. Cerró los ojos y, como se hace en los besos de verdad, empezó a girar la cabeza a un lado y otro, aunque demasiado mecánicamente para que resultara creíble. El beso que ella deseaba aún no lo había encontrado en la boca de nadie".

"Sexo había practicado de verdad, como también había probado alguna de las drogas cuyos nombres tanto le gustaba pronunciar, aunque solamente con un chico y una sola vez. Ocurrió veraneando en el mar y él era un amigo de su hermana, que aquella noche bebió y fumó mucho y olvidó que una chiquilla de trece años es demasiado joven para ciertas cosas. Se la folló deprisa y corriendo, detrás de un contenedor. Cuando los dos volvían cabizbajos con los otros, Viola le tomó la mano, pero él se soltó con desdén. A ella le hormigueaba la cara y el calor que sentía entre las piernas la hizo sentirse muy sola".

"Su secreto tenía un nombre terrible, que se ceñía como nailon a sus pensamientos y los asfixiaba. Gravitaba en su conciencia como una condena ineluctable, con la que antes o después tendría que enfrentarse".

"—Aquél no me parece mal.
—¿Cuál? ¿El de la venda o el otro?
—El de la venda.
Viola se quedó mirándola con unos ojos abiertos que parecían océanos.
—No seas loca, ¿tú sabes lo que ha hecho ése?
Alice negó con la cabeza.
—Se clavó un cuchillo en la mano, adrede, aquí en el colegio.
Alice se encogió de hombros.
—Pues a mí me parece interesante.
—¿Interesante? Es un psicópata. Ése es capaz de descuartizarte y meterte en el congelador.
Alice sonrió, pero sin dejar de mirar al chico del corte en la mano: tenía la cabeza gacha en una actitud que le daban ganas de acercarse, levantarle la cara y decirle: «Mírame, que estoy aquí»".

"Mattia miraba hacia fuera por los cristales opacos de la ventana. Era un día luminoso, un anticipo de primavera a principios de marzo. El fuerte viento, que por la noche había limpiado la atmósfera, parecía llevarse también el tiempo, haciendo que pasara más rápido. Contando los tejados que desde allí lograba ver, Mattia trataba de calcular a qué distancia se hallaba el horizonte.
A su lado, Denis lo observaba de soslayo intentando adivinar sus pensamientos. No habían comentado lo ocurrido en el laboratorio de biología.
Hablaban poco, pero pasaban mucho tiempo juntos, sumido cada cual en su propio abismo, aunque sintiéndose sostenidos y salvados por el otro, sin necesidad de muchas palabras".

"Por un gesto torpe, por una falta de sincronía, al llegar a casa de los Della Rocca, en vez de despedirse como amigos, con dos castos besos en las mejillas, se rozaron los labios. Ernesto se excusó, pero acto seguido se inclinó de nuevo y la besó en la boca; Soledad sintió que el polvo que en todos aquellos años se le había depositado en el corazón se levantaba en torbellino y se le metía en los ojos".

"—¿Y yo? ¿Te gusto? —se aventuró a preguntar Alice; la voz le salió un tanto chillona y se sonrojó.
—No lo sé —contestó Mattia mirando al suelo.
—¿No lo sabes?
—No, no lo he pensado.
—Esas cosas no se piensan".

"—Este juego no me gusta —replicó Denis sin convicción.
—¡Qué pelmas sois tú y tu amigo! Yo elijo. Verdad. Veamos... —Se llevó el dedo a la barbilla y, aparentando reflexionar, paseó en círculo la mirada por el techo-. ¡Ya lo tengo! Has de decirnos cuál te gusta más de las cuatro.
Intimidado, Denis se encogió de hombros y contestó:
—Pues...
—¿Pues qué? Alguna te gustará, ¿o no?
Denis pensó que no, que no le gustaba ninguna; que lo que quería era que se fueran y lo dejaran volver con Mattia; que sólo le quedaba una hora para estar con él, para ver cómo existía también de noche, a unas horas en que por lo general no podía hacer otra cosa que imaginárselo durmiendo en su cuarto, entre sábanas cuyo color no conocía. Pero pensó también que si escogía una, la que fuera, lo dejarían en paz".

"Fueron los otros quienes primero supieron lo que Alice y Mattia no comprenderían hasta muchos años más tarde. Entraron en el salón cogidos de la mano, sin sonreír, sin mirarse ni mirar al mismo sitio, pero era como si sus cuerpos fluyeran uno en el otro a través del contacto de las manos".

"El lunes por la mañana, Alice se encerró con llave en el cuarto de baño y se quitó definitivamente la gasa del tatuaje, la hizo una pelota y la tiró al váter junto con las galletas desmigajadas que no se había comido en el desayuno. 
Se miró la violeta en el espejo y pensó, con un agradable estremecimiento de emoción y pesar a un tiempo, que por segunda vez había cambiado su cuerpo para siempre; que su cuerpo era sólo suyo y podía destruirlo si quería, o cubrirlo de marcas indelebles, o dejar que se ajara como una flor que una niña arrancase por capricho y arrojara luego al suelo".

"Ahora me besa, se dijo. Y pensó: Pues bésala tú también, es fácil, todo el mundo lo hace".

"Los números primos sólo son exactamente divisibles por 1 y por sí mismos.
Ocupan su sitio en la infinita serie de los números naturales y están, como todos los demás, emparedados entre otros dos números, aunque ellos más separados entre sí.
Son números solitarios, sospechosos, y por eso encantaban a Mattia, que unas veces pensaba que en esa serie figuraban por error, como perlas ensartadas en un collar, y otras veces que también ellos querrían ser como los demás, números normales y corrientes, y que por alguna razón no podían. Esto último lo pensaba sobre todo por la noche, en ese estado previo al sueño en que la mente produce mil imágenes caóticas y es demasiado débil para engañarse a sí misma".

"En primer curso de la universidad había estudiado ciertos números primos más especiales que el resto, y a los que los matemáticos llaman primos gemelos: son parejas de primos sucesivos, o mejor, casi sucesivos, ya que entre ellos siempre hay un número par que les impide ir realmente unidos, como el 11 y el 13, el 17 y el 19, el 41 y el 43. Si se tiene paciencia y se sigue contando, se descubre que dichas parejas aparecen cada vez con menos frecuencia. Lo que encontramos son números primos aislados, como perdidos en ese espacio silencioso y rítmico hecho de cifras, y uno tiene la angustiosa sensación de que las parejas halladas anteriormente no son sino hechos fortuitos, y que el verdadero destino de los números primos es quedarse solos. Pero cuando, ya cansados de contar, nos disponemos a dejarlo, topamos de pronto con otros dos gemelos estrechamente unidos. Es convencimiento general entre los matemáticos que, por muy atrás que quede la última pareja, siempre acabará apareciendo otra, aunque hasta ese momento nadie pueda predecir dónde.
Mattia pensaba que él y Alice eran eso, dos primos gemelos solos y perdidos, próximos pero nunca juntos. A ella no se lo había dicho. Cuando se imaginaba confiándole cosas así, la fina capa de sudor que cubría sus manos se evaporaba y durante los siguientes diez minutos era incapaz de tocar nada".

"Alice no sabía cómo despedirse; se sentía en deuda con él, no sólo porque le había pagado el agua, sino también por haberle abierto la botella. De hecho, tampoco sabía si quería despedirse tan pronto.
Fabio así lo intuyó y le preguntó, sin cortarse:
—¿Puedo acompañarte a donde vayas?
Alice se sonrojó.
—Voy al coche.
—Pues al coche.
Ella no dijo ni sí ni no, sino que miró a otra parte y sonrió. Fabio hizo un ademán cortés como diciendo después de ti".

"El médico extendió la mano y dijo, refiriéndose a la cámara:
—¿Puedo?
—Claro.
Se la desenrolló de la muñeca y se la pasó. Él la observó un momento, le quitó la tapa y dirigió el objetivo al frente y después al cielo.
—¡Uau! Parece profesional.
Ella se ruborizó. Fabio fue a devolvérsela.
—Si quieres puedes hacer una —le dijo Alice.
—De ninguna manera, no sabría cómo. Hazla tú.
—¿A qué?
Él miró a un lado y a otro, dubitativo. Se encogió de hombros y contestó:
—A mí.
Alice se quedó mirándolo extrañada, y con cierta malicia involuntaria le preguntó:
—¿Y por qué a ti?
—Porque así tendrás que volver a verme para enseñármela".

"—No tenía importancia, no quería que... —susurró.
—¡Cállate! —lo interrumpió ella. Alguien hizo chitón y en el silencio subsiguiente quedó vibrando el eco de ese sonido. Alice se fijó mejor en Mattia y se alarmó—. Pero estás pálido... ¿Te ocurre algo?
—No sé, me siento como mareado.
Ella se puso en pie, se retiró el pelo de la frente, como si conjurase malos pensamientos, e inclinándose sobre él le dio un beso en la mejilla, leve y silencioso, que al instante espantó los insectos.
—Seguro que lo has hecho muy bien, lo sé -le dijo al oído.
Mattia notó su pelo cosquillearle en el cuello, y cómo el corto espacio que los separaba se llenaba con su calor y le oprimía la piel con suavidad de algodón. Tuvo el impulso de estrecharla contra sí, pero sus manos permanecieron quietas, como dormidas".

"—Di, ¿adónde vamos?
—Hum —murmuró Alice—. Tú no te preocupes. El día que conduzcas tú, podrás llevarme a donde quieras.
Por primera vez se avergonzó de no tener carnet de conducir a sus veintidós años. Ésa era otra de las cosas que se había saltado, otro de los consabidos pasos de la vida de un joven que él había preferido no dar, a fin de seguir al margen del engranaje de la vida; como comer palomitas en el cine, sentarse en el respaldo de los bancos, no respetar la hora de volver a casa impuesta por los padres, jugar al fútbol con pelotas de papel de aluminio o quedarse desnudo ante una chica. Y pensó que aquello cambiaría. Sí, obtendría el carnet cuanto antes. Y lo haría por ella, para llevarla de paseo en coche. Porque —miedo le daba admitirlo— cuando estaba con ella sentía que valía la pena hacer todas esas cosas normales que hacen las personas normales".

"Y sin esperar a que Alice le preguntase nada, se lo contó todo, a raudales, como un dique roto: lo del gusano, lo de la fiesta, lo del juego de Lego, lo del río, lo de los cristales, lo de la sala del hospital, lo del juez Berardino, lo del anuncio en televisión, lo del psicólogo, todo, lo que nunca le había contado a nadie. Y lo hizo sin mirarla y sin emocionarse. Cuando acabó se quedó callado. Con la mano derecha tentó debajo del asiento, pero sólo encontró formas redondeadas. Se había calmado.
Se sentía de nuevo lejos, ajeno a su cuerpo.
Alice le tomó delicadamente la barbilla y le volvió la cabeza. Mattia no vio sino un bulto que se le acercaba. Cerró los ojos y en los labios sintió sus labios calientes, y en las mejillas sus lágrimas, que quizá no eran suyas, y en la cabeza sus manos ligeras, sujetándosela y conteniendo los pensamientos, confinándolos en el espacio que ya no existía entre ellos".

"En el último mes se habían visto a menudo, sin citarse nunca expresamente pero tampoco sin encontrarse por casualidad".

"El amor que Denis sentía por Mattia se extinguió solo como una vela que arde olvidada en un cuarto oscuro, dejando paso a un hambre insatisfecha".

"Volvió otras noches. Siempre hablaba con un tío distinto y siempre inventaba una excusa para no decir su nombre. No volvió a estar con nadie. Coleccionaba historias de otros como él, que solía escuchar en silencio, y descubrió que se parecían: había un camino que recorrer, a lo largo del cual era preciso sumergirse hasta el fondo para luego poder salir a la superficie y tomar aire".

"—¿Te molesto? —preguntó Mattia.
—No. ¿Y yo a ti? —replicó Denis con burla.
—El que llama soy yo.
—Por eso, dime; por tu voz diría que pasa algo".

"—Sol —añadió Alice.
—¿Sí?
—¿Cómo te conquistó tu marido? La primera vez, digo. ¿Qué hizo?
Soledad dejó de masticar un momento y luego prosiguió más lentamente, para tomarse su tiempo. Lo primero que le vino a la memoria no fue el día que conoció a su marido, sino la mañana en que se levantó tarde y, descalza, lo buscó por toda la casa. Con los años todos los recuerdos de su vida conyugal se habían concentrado en aquellos pocos instantes, como si el tiempo compartido con su marido no hubiera sido sino el preludio del fin. Recordó que aquella mañana se había quedado mirando los platos sin fregar de la noche anterior y los cojines en desorden del sofá. Todo estaba exactamente como lo habían dejado y se oían los mismos ruidos de siempre. Sin embargo, algo había en la disposición de los objetos, en el modo como la luz incidía en ellos, que la dejó clavada en medio del salón, con el alma en vilo. Y de pronto supo, con una claridad abrumadora, que él se había ido".

"—Y eso que últimamente te han pasado un montón de cosas...
—Así es.
Alice dudó en decirlo, pero lo soltó con la boca seca:
—Algunas de ellas bonitas, ¿o no?
Mattia encogió las piernas y pensó: «Me lo temía.»
—Sí, algunas.
Sabía muy bien lo que debía hacer: levantarse, sentarse a su lado, sonreír, mirarla a los ojos y besarla; pura mecánica, trivial sucesión de acciones que lo llevarían a aplicar su boca sobre la de ella. Aunque en aquel momento no le apetecía, podía hacerlo, podía confiarse al automatismo del acto".

"—Me voy.
Mattia inclinó la cabeza y se volvió hacia la ventana cerrada para eliminar por completo a Alice de su campo visual. Aquel nombre, Fabio, caído del cielo, se le había incrustado en la cabeza como metralla y sólo quería que ella se fuera.
Vio que hacía una noche clara y supuso que soplaría una brisa cálida. Las pelusillas blancas de los chopos revoloteaban a la luz de las farolas como grandes insectos sin patas.
Alice abrió la puerta y él se levantó; la acompañó, dos pasos detrás, hasta el rellano de la escalera. Ella se miró distraídamente el bolso para ver si lo llevaba todo, para ganar un poco más de tiempo. Murmuró que sí y subió al ascensor. Y cuando las puertas se cerraban se dijeron un adiós que nada significaba".

"Fue la primera vez que eyaculaba dentro de ella, y al sentirlo pensó que aquel viscoso líquido cargado de promesas que se depositaba en su cuerpo seco se secaría también sin dar fruto".

"No quería hijos, o quizá sí; nunca se lo había planteado, no pensaba en eso.
No menstruaba más o menos desde la última vez que se había comido un pastel de chocolate entero. Pero ahora Fabio quería un hijo y ella debía dárselo; debía dárselo porque él consentía en hacer el amor con la luz apagada, desde la primera vez que lo hicieron en su casa; porque cuando acababa y descansaba, sin decir nada, sólo respirando, ella sentía que el peso de aquel cuerpo conjuraba todos sus miedos; porque, aunque no lo amaba, él amaba por los dos y eso los salvaba".

"—Las ciudades son aquí más oscuras -dijo Nadia, como pensando en alta voz.
Iban sentados cada uno en un extremo del asiento. Mattia miraba cómo cambiaban los números del taxímetro; cómo, apagándose y encendiéndose, los segmentos rojos componían las distintas cifras.
Ella iba pensando en el ridículo espacio de soledad que los separaba y armándose de valor para ocuparlo".

"El último año, desde que rompiera con Martin, venía sintiéndose más y más extraña a aquel lugar, padeciendo más aquel frío que secaba la piel y que ni siquiera en verano remitía del todo. Pero tampoco se decidía a marcharse, porque a esas alturas dependía de aquel mundo, se había atado a él con la obstinación con que uno se ata a las cosas que lo perjudican".

"Al menos, puso la mano izquierda en medio de los dos, como quien arroja un cabo al mar, y allí la dejó inmóvil, a pesar de que el escay le producía escalofríos.
Nadia comprendió y, sin hacer movimientos bruscos, se desplazó al centro, le cogió el brazo por la muñeca, se lo pasó por su nuca, descansó la cabeza en el pecho de él y cerró los ojos.
Su pelo desprendía un perfume intenso que impregnó la ropa de Mattia y le penetró en la nariz.
El taxi orilló a la izquierda, ante la casa de Nadia, y el taxista dijo:
—Seventeen thirty.
Ella se incorporó y los dos pensaron lo mismo: que costaría mucho encontrarse otra vez así, romper un equilibrio y recomponer otro distinto. Se preguntaron si volverían a ser capaces".

"Por la noche comía hojas de lechuga directamente de la bolsa. Eran levísimas y crujientes y sólo sabían a agua. No las comía para saciar el hambre, sino para cumplir con el rito de la cena y matar aquel lapso de tiempo con el que de otro modo no habría sabido lidiar. Y comía lechuga hasta que aquella materia liviana la asqueaba.
Se vaciaba de Fabio y de sí misma, de todos los esfuerzos inútiles que había hecho para llegar allí y descubrir que nada había conseguido. Observaba con curiosidad distante el resurgir de sus flaquezas y obsesiones, y se decía que esta vez se rendiría a ellas, ya que sus propias decisiones no la habían llevado a nada. Luchar contra ciertas partes de nuestro ser es imposible, se decía también, y se complacía en volver a sus tiempos de chiquilla, cuando Mattia y poco después también su madre se habían ido a dos lugares distintos pero igualmente lejanos de ella. Ah, Mattia... De nuevo pensaba en él, era como otra de sus enfermedades, de la que en realidad no deseaba curarse. Se puede enfermar de recuerdos, y ella enfermó con el de aquella tarde en el coche frente al parque, cuando le tapó con un beso la visión de aquel horror".

"Recordaba, sí, aquel momento, pero había olvidado muchos otros, porque el recuerdo de las personas que no amamos es superficial y se evapora pronto".

"—Hola —dijo él—. No pensaba...
—Ya —lo atajó ella, mirándolo con decisión—. Ni siquiera nos conocemos. Siento haberme presentado aquí...
—No, no... —epuso él, pero Nadia no lo dejó seguir.
—Al despertarme y no verte... Al menos podrías haber... —Se interrumpió.
Mattia hubo de bajar los ojos porque le escocían, como si hubiera estado sin parpadear un buen rato.
—Pero da igual —prosiguió ella—. Yo no voy detrás de nadie, ya no tengo ganas. -
Le tendió un papel y Mattia lo cogió-. Éste es mi teléfono, pero si decides usarlo no tardes mucho.
Los dos miraron al suelo. Nadia hizo amago de adelantarse, llegó a levantar los talones, pero al final dio media vuelta.
—Adiós.
Mattia carraspeó sin decir nada. Tuvo la impresión de que hasta que ella llegara a la puerta pasaría un tiempo infinito, infinito y aun así insuficiente para decidir, pensar algo. Nadia llegó a la puerta, se detuvo y dijo:
—No sé lo que es, pero me gustas".

"Por primera vez sintió que la inmensa distancia que los separaba era insignificante. Estaba convencida de que él seguía en el mismo sitio, donde ya le había escrito algunas veces, muchos años antes. Si se hubiera casado, ella lo habría percibido de algún modo. Porque estaban unidos por un hilo invisible, oculto entre mil cosas de poca importancia, que sólo podía existir entre dos personas como ellos: dos soledades que se reconocían".

"—Nos pasamos media hora dando vueltas para encontrar un sitio libre donde supieras aparcar.
—Era sólo una excusa para estar más rato contigo. Pero tú nunca te enterabas de nada.
Se echaron a reír para conjurar los fantasmas que aquellas palabras trajeron".

"Se inclinó sobre Mattia y lo besó en la boca; lo besó sin miedo de despertarlo, como se besa a una persona despierta, prolongando el contacto, oprimiendo sus labios cerrados. El tuvo un sobresalto, pero no abrió los ojos. Separó los labios y la besó a su vez. Estaba despierto.
Fue distinto que la primera vez. Sus músculos faciales eran ahora más fuertes, más conscientes, tenían un ímpetu y un sentido precisos, eran los de un hombre y una mujer. Ali ce permaneció inclinada, sin ocupar el sofá, como si hubiera olvidado el resto del cuerpo.
El beso duró largo rato, minutos enteros; tiempo suficiente para que la realidad se colase entre sus labios adheridos y los obligase a reflexionar sobre lo que estaba ocurriendo.
Se separaron. Mattia sonrió maquinalmente; Alice se tocó los labios húmedos, como para asegurarse de que no era un sueño. Había que decidirse y había que hacerlo sin palabras. Cada cual miró al otro, pero, faltos ya de sincronía, no llegaron a cruzar la mirada".

"Lo cierto era que, una vez más, ella había tomado la iniciativa y lo había hecho venir, cuando él mismo no deseaba otra cosa. Le escribía diciéndole que fuera y él acudía como por encanto. Los reunía una carta como una carta los había separado".

"Bien sabía lo que tenía que hacer: volver con ella y sentarse a su lado, cogerle la mano y decirle que no tenía que haberse ido, y besarla, besarla una y otra y otra vez, hasta que no pudieran dejar de besarse. Ocurría en las películas y ocurría en la vida real, todos los días. La gente no perdía el tiempo, se aferraba a unas pocas casualidades y fundaba sobre ellas su existencia. Tenía que decirle a Alice que ahí estaba, o irse de nuevo, tomar el primer avión y regresar al lugar donde había vivido como en vilo todos aquellos años.
Sí, lo había aprendido. Las decisiones se toman en unos segundos y se pagan el resto de la vida".



Paolo Giordano

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