martes, 28 de julio de 2020

Citas: La joven de la perla - Tracy Chevalier

"—Veo que has separado las blancas —dijo, señalando los nabos y las cebollas.
Y el naranja y el morado tampoco van juntos. ¿Por qué? —cogió un trocito de col roja y una rodaja de zanahoria y los agitó entre sus manos, como si fueran dados.
Yo miré a mi madre, que movió la cabeza en un leve gesto de asentimiento.
—Los colores se pelean cuando los pones juntos, señor.
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Arqueó las cejas, como si no hubiera esperado esa respuesta".

"—Por favor, señor —empecé—, ¿me podría ayudar a rescatar esa jarra?
—Así que ahora que quieres algo de mí te dignas mirarme. ¡Qué cambio!
Cornelia me miraba con curiosidad. Yo tragué saliva.
—No puedo alcanzarla desde aquí. ¿No podría usted…?
El hombre sacó medio cuerpo fuera de la barca y pescó la jarra, la vació y me la alargó. Yo bajé corriendo los escalones y la cogí.
—Gracias. Le estoy muy agradecida.
Él no la soltó.
—¿Eso es todo lo que me das a cambio? ¿Ni siquiera un beso? —se acercó y me agarró de la manga. Yo me solté de un tirón y le arrebaté la jarra.
—Otro día —dije con el tono más alegre que pude. Nunca se me dieron bien las conversaciones de este tipo. Él se rió.
—Pues desde ahora cada vez que pase por aquí miraré a ver si hay alguna jarra en el agua, ¿no, jovencita? —le guiñó un ojo a Cornelia—. Jarras y besos —agarró la pértiga y, hundiéndola en el agua, se alejó".

"Cuando se enderezó, con un gorrito en la mano, Tanneke dijo:
—El amo me pintó en una ocasión. Me pintó vertiendo la leche. Todo el mundo dijo que era su mejor cuadro.
—Me gustaría verlo —respondí—. ¿Está todavía aquí?
—¡Oh, no!, lo compró Van Ruijven.
Me quedé pensando un momento.
—Así que uno de los hombres más ricos de Delft se deleita mirándote todos los días de su vida".

"—Señor —empecé a decir nerviosa. No sabía cómo explicarle el impulso de limpiar que había tenido.
—Párate ahí.
Me quedé paralizada, espantada de haber hecho algo que iba contra su voluntad.
—No te muevas.
Me miraba como si de repente hubiera aparecido un fantasma en el estudio".

"Él seguía detrás de mí.
—¿Le parece bien, señor? —le pregunté.
—Vuelve a mirarme por encima del hombro.
Hice lo que me decía. Me estaba estudiando. Volvía a interesarse por mí.
—La luz —dije—. Es más clara ahora.
—Sí —dijo—. Sí".

"—¿Como la tuya? —me preguntó mi padre. Nunca me lo había preguntado, aunque siempre le había descrito la cofia del mismo modo.
—Sí, como la mía. Cuando te quedas un rato mirándola —añadí apresuradamente
— te das cuenta de que en realidad no la ha pintado con pintura blanca, sino con azul y violeta y amarillo.
—Pero la cofia es blanca, según dices.
—Sí, y eso es lo raro. Está pintada con muchos colores, pero cuando la miras, piensas que es blanca.
—Pintar azulejos es mucho más simple —susurró mi padre—. Sólo tienes que usar el azul. Azul oscuro para los perfiles y azul claro para las sombras. El azul es azul".

"—Primero me dices que la cofia es blanca, pero no está pintada con blanco.
Luego que la chica está haciendo tal cosa o tal otra. Me confundes —se pasó la mano por la frente como si le doliera la cabeza.
—Lo siento, Padre. Estaba intentando describírselo con toda precisión.
—Pero ¿qué cuenta el cuadro?
—Sus cuadros no cuentan nada".

"Él sonrió.
—Hola, Griet. ¿No me vas a decir nada amable?
—¿Por qué has venido?
—Asisto a los servicios de todas las iglesias de Delft, para ver cuál me gusta más.
Me llevará algún tiempo —cuando vio mi cara, abandonó ese tono; conmigo no valían las bromas—. He venido a verte y a conocer a tus padres.
Me sonrojé de tal forma que me pareció que me había subido la fiebre.
—Preferiría que no lo hubieras hecho —le dije en voz baja.
—¿Por qué no?
—No tengo más que diecisiete años. Yo no… yo no pienso todavía en esas cosas.
—No hay ninguna prisa —dijo Pieter".

"Van Leeuwenhoek alzó la vista de pronto.
—¡Pero hombre de Dios, deja que la chica vuelva a sus tareas!
Mi amo me miró como si le hubiera sorprendido que yo siguiera sentada detrás de la mesa, la pluma en la mano.
—Puedes retirarte, Griet.
Al salir me pareció ver una expresión de tristeza en la cara de Van Leeuwenhoek".

"—Pues a mí me parece que sus pinturas no son buenas para el alma —anunció de pronto mi madre.
Tenía cara de pocos amigos. Era la primera vez que hacía algún comentario sobre lo que pintaba mi amo.
Mi padre volvió la cara hacia ella, sorprendido.
—Son buenos para su bolsillo, diría yo —añadió Frans sarcástico".

"—¿Son sus cuadros cuadros católicos?
Se quedó parado, sosteniendo el frasco de aceite de linaza sobre la concha que contenía el albayalde.
—Cuadros católicos —repitió. Bajó la mano, golpeando suavemente la mesa al dejar el frasco—. ¿Qué quieres decir con eso de cuadros católicos?
Había hablado sin pensar. Y ahora no sabía qué decir. Intenté una pregunta distinta.
—¿Por qué hay cuadros en las iglesias católicas?
—¿Has entrado alguna vez en una iglesia católica, Griet?
—No, señor.
—¿Entonces no has visto nunca una iglesia con cuadros o estatuas o vidrieras?
—No.
—¿Sólo has visto cuadros en las casas o en las tiendas o en las posadas?
—Y en el mercado.
—Sí, en el mercado. ¿Te gusta ver cuadros?
—Sí, señor —empezaba a pensar que no contestaría a mi pregunta, que simplemente me haría un sinfín de preguntas.
—¿Qué ves cuando miras un cuadro?
—Pues, qué voy a ver. Lo que ha pintado el pintor, señor.
Aunque asintió, me pareció que no había dado la respuesta que esperaba.
—Entonces cuando miras el cuadro que hay abajo en el estudio, ¿qué ves?
—No veo a la Virgen María, eso seguro —dije esto más como un desafío a mi madre que como una respuesta a su pregunta.
Se me quedó mirando sorprendido.
—¿Esperabas ver a la Virgen María?
—¡Oh, no, señor! —contesté nerviosa.
—¿Crees que es una pintura católica?
—No sé, señor. Mi madre dice…
—Tu madre no ha visto el cuadro, ¿verdad?
—No.
—Entonces no puede decirte lo que se ve o se deja de ver.
—No.
Aunque tenía razón, no quería oírle criticar a mi madre.
—No son las pinturas las que son católicas o protestantes —dijo—, sino las personas que las contemplan y lo que esperan ver en ellas. Un cuadro en una iglesia es como una vela en una habitación a oscuras: la utilizamos para ver mejor. Es el puente entre nosotros y Dios. Pero no es una vela protestante o católica. No es más que una vela".

"Parecía que estaba esperando algo. Se me debió de notar en la cara el temor a no cumplir con sus expectativas.
—Griet —me dijo muy bajito.
No tenía que decir más. Los ojos se me inundaron de lágrimas que no llegué a verter. Ahora lo sabía.
—Sí. No te muevas.
Me iba a pintar".

"—Señor —dije finalmente—, o tal vez debería pintarme haciendo otras cosas. Las cosas que hacen las criadas.
—¿Y qué hacen las criadas? —me preguntó suavemente, cruzándose de brazos y levantando las cejas.
Tuve que esperar un instante antes de contestar. Me temblaba la barbilla. Se me vino a la cabeza la imagen de Pieter y yo en el callejón y tragué saliva.
—Coser —repuse—. Fregar y barrer el suelo. Acarrear el agua. Lavar las sábanas. Cortar el pan. Limpiar las ventanas.
—¿Quieres que te pinte con la escoba en la mano?
—No soy yo la que tiene que decidir estas cosas. No es mío el cuadro.
Frunció el ceño.
—No, no es tuyo —sonó como si estuviera hablando para sí.
—No quiero que me pinte con la escoba —dije esto sin saber lo que iba a decir.
—No, no. Tienes razón, Griet. No te pintaría con una escoba en la mano.
—Pero no puedo ponerme la ropa de su esposa. Se hizo un largo silencio.
—No, supongo que no —dijo—. Pero tampoco te pintaré de criada.
—¿De qué, entonces, señor?
—Te pintaré como te vi la primera vez, Griet. Como tú misma".

"—¿De qué debo cuidarme, señor? —dije en un susurro.
—De seguir siendo tú misma.
Levanté la barbilla.
—¿De no dejar de ser una criada?
—No es eso lo que he querido decir. Las mujeres en sus cuadros… las atrapa en su mundo. Puedes perderte en él.
Mi amo entró en la habitación.
—Griet, te has movido —dijo.
—Lo siento, señor —musité, y volví a adoptar la pose en la que me estaba pintando".

"—Ve a prepararte.
Incliné la cabeza y me apresuré hacia el almacén, donde guardaba las telas amarilla y azul. Nunca había sentido su desaprobación de una forma tan palpable.
Pensaba que no podía soportarlo. Me quité la cofia y, sintiendo que se estaba soltando la cinta que me sujetaba el cabello, tiré de ella. Estaba intentando volver a atármelo cuando oí una de las baldosas sueltas del estudio. Me quedé paralizada. Nunca había entrado en el almacén mientras yo me preparaba. Nunca me lo había pedido.
Me volví, con las manos todavía alzadas, sujetándome los cabellos. Estaba parado en el umbral, y me miraba. Bajé las manos. Mi cabello cayó en una cascada sobre mis hombros, marrón como los campos en otoño. Nadie lo había visto nunca, salvo yo.
—Tu cabello… —dijo, y ya no parecía enfadado.
Por fin apartó la vista de mí".




viernes, 24 de julio de 2020

Citas: Golpeate el corazón - Amélie Nothomb

"Olivier se equivocó respecto a la naturaleza de aquellos escalofríos y creyó ser amado. Conmovido, se arriesgó a darle un beso. Marie no lo rechazó, se limitó a entreabrir los ojos para comprobar la execración de la que estaba siendo objeto. Para ella el beso coincidió con el soberano mordisco de su demonio y gimió".
"—¡Eres la niña más hermosa que he visto en mi vida!
A Marie se le heló el corazón. Olivier le mostró la carita de la niña.
—Querida, mira tu obra maestra.
Marie hizo acopio de fuerzas para contemplar a su criatura. El bebé era moreno, y tenía el pelo negro de un centímetro. No presentaba ninguno de los sarpullidos tan frecuentes entre los recién nacidos.
—Pareces tú en niña —dijo ella—. Deberíamos llamarla Olivia".

"La criatura sintió que su corazón se comprimía de dolor. Pero en su fuero interno algo potente y claro susurraba: «Yo me acuerdo, sé que no era un sueño, sé que la diosa es mi madre y sé que me quiere igual que yo la quiero y que ese amor existe»".

"Cuando Diane interrogaba a Nicolas, él se limitaba a encogerse de hombros:
—Mamá está loca por Célia, eso es todo. Por lo demás, bien.
—¿Qué dice de mí cuando no estoy?
—Nunca habla de ti".

"Sus abuelos estaban un poco preocupados:
—Eres tan seria… Deberías salir a divertirte con tus amigas.
—No me gusta divertirme. Me parece aburrido.
—Con tantos libros te acabarás marchitando.
—No me parece que me esté marchitando".

"—Sabes, la nube de Chernóbil no se detuvo en la frontera.
—¿Por qué me hablas de eso?
—Seguro que nuestra esperanza de vida se ha visto reducida por culpa de la radiación. Seamos amigas.
—No veo la relación entre ambas cosas".

"—Es porque es usted guapa —dijo Olivia riendo.
—Usted tampoco está mal.
—¡Por fin alguien me lo dice!
—No debo de ser la única".



Amélie Nothomb

lunes, 20 de julio de 2020

Citas: Un pedigrí - Patrick Modiano

"Otras personas que iban de visita por el piso del muelle de Conti: un joven ruso, Georges d’Ismailoff, que estaba tuberculoso pero siempre salía sin abrigo durante los gélidos inviernos de la Ocupación. Un griego, Christos Bellos. Había perdido el último paquebote que salía para América,
adonde iba a reunirse con un amigo. Una muchacha de la misma edad, Geneviève Vaudoyer. De ellos, solo quedan sus nombres".
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"Curiosa gente. Curiosa época entre dos luces. Y entonces es cuando se conocen mis padres, en esa época, entre esas personas que se les parecen. Dos mariposas extraviadas e inconscientes en una ciudad sin mirada".

"Pero no hay que hablar en lugar de los demás y siempre me ha resultado violento romper los silencios, incluso cuando duelen".

"Dejando aparte a mi hermano Rudy y su muerte, creo que nada de cuanto cuente aquí me afecta muy hondo.
Escribo estas páginas como se levanta acta o como se redacta un currículum vitae, a título documental y, seguramente, para liquidar de una vez una vida que no era la mía. Solo es una simple y fina capa de hechos y gestos".

"Cojo la sarna. Voy a ver a una doctora cuyo nombre he
encontrado en la guía de teléfonos de Annecy. El estado de debilidad en que me hallo parece asombrarla. Me pregunta: «¿Tiene usted padres?». Ante esa solicitud y esa ternura maternal tengo que contenerme para no echarme a llorar".

"Voy a seguir desgranando esos años sin nostalgia, pero con voz presurosa. No tengo la culpa de que las palabras se me apelotonen. Tengo que darme prisa o se me acabará el valor".

"1963. 1964. Los años se confunden.
Días de lentitud, días de lluvia… No obstante, a veces disfrutaba de un estado irreal en el que me evadía de tanta grisura, una mezcla de embriaguez y somnolencia, como cuando caminamos
por la calle en primavera después de una noche en vela".

"Y van sucediéndose acontecimientos mínimos que le resbalan a uno sin dejarle demasiadas huellas".

"Aquella noche me sentí ligero por primera vez en la vida. La amenaza que pesaba sobre mí todos aquellos años y me obligaba a estar continuamente en
guardia se había disuelto en el aire de París. Había zarpado antes de que se derrumbara el pontón podrido. Por poco".




Patrick Modiano

miércoles, 15 de julio de 2020

Citas: La soledad de los números primos - Paolo Giordano

"—Bueno, ¿qué? ¿Te bebes la leche o no? -volvió a apremiarla su padre.
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Alice tragó tres dedos de leche hirviendo que le quemó sucesivamente la lengua, el esófago y el estómago.
—Bien. Y hoy demuestra quién eres, ¿vale? 
¿Y quién soy?, pensó ella".

"Acto seguido salieron a la calle, la niña enfundada en su traje de esquí verde lleno de banderitas y fosforescentes letreros de patrocinadores. A aquella hora había diez grados bajo cero y el sol era un disco algo más gris que la niebla que todo lo envolvía. Alice sentía la leche revolvérsele en el estómago y se hundía en la nieve con los esquíes a hombros, porque has de cargarlos tú mismo hasta que logres ser tan bueno que otro los cargue por ti.
—Con las puntas por delante, y no mates a nadie —le recordó su padre".

"Alice se quitó los esquíes y anduvo otro poco, hundiéndose en la nieve hasta mitad de la pantorrilla. Por fin se sentó, respiró hondo y relajó los músculos. Un agradable estremecimiento le recorrió el cuerpo y acabó alojándosele en la punta de los pies.
Seguro que fue por la leche; seguro que fue porque el trasero se le medio congeló de estar sentada en la nieve a más de dos mil metros de altura. Nunca le había pasado, al menos que ella recordara, nunca, pero el hecho es que se lo hizo encima. Se lo hizo encima. Y no sólo pipí; también se cagó, a las nueve en punto de aquella mañana de enero".

"Y mientras, a su lado, Mattia aprendía a leer y escribir y a hacer las cuatro operaciones aritméticas fue el primero de la clase en aprender a dividir con resto; su mente funcionaba como un engranaje perfecto, del mismo modo misterioso como la de su hermana funcionaba de manera tan defectuosa".

"Ella besó su reflejo sacando los labios y tocando con la lengua la fría superficie. Cerró los ojos y, como se hace en los besos de verdad, empezó a girar la cabeza a un lado y otro, aunque demasiado mecánicamente para que resultara creíble. El beso que ella deseaba aún no lo había encontrado en la boca de nadie".

"Sexo había practicado de verdad, como también había probado alguna de las drogas cuyos nombres tanto le gustaba pronunciar, aunque solamente con un chico y una sola vez. Ocurrió veraneando en el mar y él era un amigo de su hermana, que aquella noche bebió y fumó mucho y olvidó que una chiquilla de trece años es demasiado joven para ciertas cosas. Se la folló deprisa y corriendo, detrás de un contenedor. Cuando los dos volvían cabizbajos con los otros, Viola le tomó la mano, pero él se soltó con desdén. A ella le hormigueaba la cara y el calor que sentía entre las piernas la hizo sentirse muy sola".

"Su secreto tenía un nombre terrible, que se ceñía como nailon a sus pensamientos y los asfixiaba. Gravitaba en su conciencia como una condena ineluctable, con la que antes o después tendría que enfrentarse".

"—Aquél no me parece mal.
—¿Cuál? ¿El de la venda o el otro?
—El de la venda.
Viola se quedó mirándola con unos ojos abiertos que parecían océanos.
—No seas loca, ¿tú sabes lo que ha hecho ése?
Alice negó con la cabeza.
—Se clavó un cuchillo en la mano, adrede, aquí en el colegio.
Alice se encogió de hombros.
—Pues a mí me parece interesante.
—¿Interesante? Es un psicópata. Ése es capaz de descuartizarte y meterte en el congelador.
Alice sonrió, pero sin dejar de mirar al chico del corte en la mano: tenía la cabeza gacha en una actitud que le daban ganas de acercarse, levantarle la cara y decirle: «Mírame, que estoy aquí»".

"Mattia miraba hacia fuera por los cristales opacos de la ventana. Era un día luminoso, un anticipo de primavera a principios de marzo. El fuerte viento, que por la noche había limpiado la atmósfera, parecía llevarse también el tiempo, haciendo que pasara más rápido. Contando los tejados que desde allí lograba ver, Mattia trataba de calcular a qué distancia se hallaba el horizonte.
A su lado, Denis lo observaba de soslayo intentando adivinar sus pensamientos. No habían comentado lo ocurrido en el laboratorio de biología.
Hablaban poco, pero pasaban mucho tiempo juntos, sumido cada cual en su propio abismo, aunque sintiéndose sostenidos y salvados por el otro, sin necesidad de muchas palabras".

"Por un gesto torpe, por una falta de sincronía, al llegar a casa de los Della Rocca, en vez de despedirse como amigos, con dos castos besos en las mejillas, se rozaron los labios. Ernesto se excusó, pero acto seguido se inclinó de nuevo y la besó en la boca; Soledad sintió que el polvo que en todos aquellos años se le había depositado en el corazón se levantaba en torbellino y se le metía en los ojos".

"—¿Y yo? ¿Te gusto? —se aventuró a preguntar Alice; la voz le salió un tanto chillona y se sonrojó.
—No lo sé —contestó Mattia mirando al suelo.
—¿No lo sabes?
—No, no lo he pensado.
—Esas cosas no se piensan".

"—Este juego no me gusta —replicó Denis sin convicción.
—¡Qué pelmas sois tú y tu amigo! Yo elijo. Verdad. Veamos... —Se llevó el dedo a la barbilla y, aparentando reflexionar, paseó en círculo la mirada por el techo-. ¡Ya lo tengo! Has de decirnos cuál te gusta más de las cuatro.
Intimidado, Denis se encogió de hombros y contestó:
—Pues...
—¿Pues qué? Alguna te gustará, ¿o no?
Denis pensó que no, que no le gustaba ninguna; que lo que quería era que se fueran y lo dejaran volver con Mattia; que sólo le quedaba una hora para estar con él, para ver cómo existía también de noche, a unas horas en que por lo general no podía hacer otra cosa que imaginárselo durmiendo en su cuarto, entre sábanas cuyo color no conocía. Pero pensó también que si escogía una, la que fuera, lo dejarían en paz".

"Fueron los otros quienes primero supieron lo que Alice y Mattia no comprenderían hasta muchos años más tarde. Entraron en el salón cogidos de la mano, sin sonreír, sin mirarse ni mirar al mismo sitio, pero era como si sus cuerpos fluyeran uno en el otro a través del contacto de las manos".

"El lunes por la mañana, Alice se encerró con llave en el cuarto de baño y se quitó definitivamente la gasa del tatuaje, la hizo una pelota y la tiró al váter junto con las galletas desmigajadas que no se había comido en el desayuno. 
Se miró la violeta en el espejo y pensó, con un agradable estremecimiento de emoción y pesar a un tiempo, que por segunda vez había cambiado su cuerpo para siempre; que su cuerpo era sólo suyo y podía destruirlo si quería, o cubrirlo de marcas indelebles, o dejar que se ajara como una flor que una niña arrancase por capricho y arrojara luego al suelo".

"Ahora me besa, se dijo. Y pensó: Pues bésala tú también, es fácil, todo el mundo lo hace".

"Los números primos sólo son exactamente divisibles por 1 y por sí mismos.
Ocupan su sitio en la infinita serie de los números naturales y están, como todos los demás, emparedados entre otros dos números, aunque ellos más separados entre sí.
Son números solitarios, sospechosos, y por eso encantaban a Mattia, que unas veces pensaba que en esa serie figuraban por error, como perlas ensartadas en un collar, y otras veces que también ellos querrían ser como los demás, números normales y corrientes, y que por alguna razón no podían. Esto último lo pensaba sobre todo por la noche, en ese estado previo al sueño en que la mente produce mil imágenes caóticas y es demasiado débil para engañarse a sí misma".

"En primer curso de la universidad había estudiado ciertos números primos más especiales que el resto, y a los que los matemáticos llaman primos gemelos: son parejas de primos sucesivos, o mejor, casi sucesivos, ya que entre ellos siempre hay un número par que les impide ir realmente unidos, como el 11 y el 13, el 17 y el 19, el 41 y el 43. Si se tiene paciencia y se sigue contando, se descubre que dichas parejas aparecen cada vez con menos frecuencia. Lo que encontramos son números primos aislados, como perdidos en ese espacio silencioso y rítmico hecho de cifras, y uno tiene la angustiosa sensación de que las parejas halladas anteriormente no son sino hechos fortuitos, y que el verdadero destino de los números primos es quedarse solos. Pero cuando, ya cansados de contar, nos disponemos a dejarlo, topamos de pronto con otros dos gemelos estrechamente unidos. Es convencimiento general entre los matemáticos que, por muy atrás que quede la última pareja, siempre acabará apareciendo otra, aunque hasta ese momento nadie pueda predecir dónde.
Mattia pensaba que él y Alice eran eso, dos primos gemelos solos y perdidos, próximos pero nunca juntos. A ella no se lo había dicho. Cuando se imaginaba confiándole cosas así, la fina capa de sudor que cubría sus manos se evaporaba y durante los siguientes diez minutos era incapaz de tocar nada".

"Alice no sabía cómo despedirse; se sentía en deuda con él, no sólo porque le había pagado el agua, sino también por haberle abierto la botella. De hecho, tampoco sabía si quería despedirse tan pronto.
Fabio así lo intuyó y le preguntó, sin cortarse:
—¿Puedo acompañarte a donde vayas?
Alice se sonrojó.
—Voy al coche.
—Pues al coche.
Ella no dijo ni sí ni no, sino que miró a otra parte y sonrió. Fabio hizo un ademán cortés como diciendo después de ti".

"El médico extendió la mano y dijo, refiriéndose a la cámara:
—¿Puedo?
—Claro.
Se la desenrolló de la muñeca y se la pasó. Él la observó un momento, le quitó la tapa y dirigió el objetivo al frente y después al cielo.
—¡Uau! Parece profesional.
Ella se ruborizó. Fabio fue a devolvérsela.
—Si quieres puedes hacer una —le dijo Alice.
—De ninguna manera, no sabría cómo. Hazla tú.
—¿A qué?
Él miró a un lado y a otro, dubitativo. Se encogió de hombros y contestó:
—A mí.
Alice se quedó mirándolo extrañada, y con cierta malicia involuntaria le preguntó:
—¿Y por qué a ti?
—Porque así tendrás que volver a verme para enseñármela".

"—No tenía importancia, no quería que... —susurró.
—¡Cállate! —lo interrumpió ella. Alguien hizo chitón y en el silencio subsiguiente quedó vibrando el eco de ese sonido. Alice se fijó mejor en Mattia y se alarmó—. Pero estás pálido... ¿Te ocurre algo?
—No sé, me siento como mareado.
Ella se puso en pie, se retiró el pelo de la frente, como si conjurase malos pensamientos, e inclinándose sobre él le dio un beso en la mejilla, leve y silencioso, que al instante espantó los insectos.
—Seguro que lo has hecho muy bien, lo sé -le dijo al oído.
Mattia notó su pelo cosquillearle en el cuello, y cómo el corto espacio que los separaba se llenaba con su calor y le oprimía la piel con suavidad de algodón. Tuvo el impulso de estrecharla contra sí, pero sus manos permanecieron quietas, como dormidas".

"—Di, ¿adónde vamos?
—Hum —murmuró Alice—. Tú no te preocupes. El día que conduzcas tú, podrás llevarme a donde quieras.
Por primera vez se avergonzó de no tener carnet de conducir a sus veintidós años. Ésa era otra de las cosas que se había saltado, otro de los consabidos pasos de la vida de un joven que él había preferido no dar, a fin de seguir al margen del engranaje de la vida; como comer palomitas en el cine, sentarse en el respaldo de los bancos, no respetar la hora de volver a casa impuesta por los padres, jugar al fútbol con pelotas de papel de aluminio o quedarse desnudo ante una chica. Y pensó que aquello cambiaría. Sí, obtendría el carnet cuanto antes. Y lo haría por ella, para llevarla de paseo en coche. Porque —miedo le daba admitirlo— cuando estaba con ella sentía que valía la pena hacer todas esas cosas normales que hacen las personas normales".

"Y sin esperar a que Alice le preguntase nada, se lo contó todo, a raudales, como un dique roto: lo del gusano, lo de la fiesta, lo del juego de Lego, lo del río, lo de los cristales, lo de la sala del hospital, lo del juez Berardino, lo del anuncio en televisión, lo del psicólogo, todo, lo que nunca le había contado a nadie. Y lo hizo sin mirarla y sin emocionarse. Cuando acabó se quedó callado. Con la mano derecha tentó debajo del asiento, pero sólo encontró formas redondeadas. Se había calmado.
Se sentía de nuevo lejos, ajeno a su cuerpo.
Alice le tomó delicadamente la barbilla y le volvió la cabeza. Mattia no vio sino un bulto que se le acercaba. Cerró los ojos y en los labios sintió sus labios calientes, y en las mejillas sus lágrimas, que quizá no eran suyas, y en la cabeza sus manos ligeras, sujetándosela y conteniendo los pensamientos, confinándolos en el espacio que ya no existía entre ellos".

"En el último mes se habían visto a menudo, sin citarse nunca expresamente pero tampoco sin encontrarse por casualidad".

"El amor que Denis sentía por Mattia se extinguió solo como una vela que arde olvidada en un cuarto oscuro, dejando paso a un hambre insatisfecha".

"Volvió otras noches. Siempre hablaba con un tío distinto y siempre inventaba una excusa para no decir su nombre. No volvió a estar con nadie. Coleccionaba historias de otros como él, que solía escuchar en silencio, y descubrió que se parecían: había un camino que recorrer, a lo largo del cual era preciso sumergirse hasta el fondo para luego poder salir a la superficie y tomar aire".

"—¿Te molesto? —preguntó Mattia.
—No. ¿Y yo a ti? —replicó Denis con burla.
—El que llama soy yo.
—Por eso, dime; por tu voz diría que pasa algo".

"—Sol —añadió Alice.
—¿Sí?
—¿Cómo te conquistó tu marido? La primera vez, digo. ¿Qué hizo?
Soledad dejó de masticar un momento y luego prosiguió más lentamente, para tomarse su tiempo. Lo primero que le vino a la memoria no fue el día que conoció a su marido, sino la mañana en que se levantó tarde y, descalza, lo buscó por toda la casa. Con los años todos los recuerdos de su vida conyugal se habían concentrado en aquellos pocos instantes, como si el tiempo compartido con su marido no hubiera sido sino el preludio del fin. Recordó que aquella mañana se había quedado mirando los platos sin fregar de la noche anterior y los cojines en desorden del sofá. Todo estaba exactamente como lo habían dejado y se oían los mismos ruidos de siempre. Sin embargo, algo había en la disposición de los objetos, en el modo como la luz incidía en ellos, que la dejó clavada en medio del salón, con el alma en vilo. Y de pronto supo, con una claridad abrumadora, que él se había ido".

"—Y eso que últimamente te han pasado un montón de cosas...
—Así es.
Alice dudó en decirlo, pero lo soltó con la boca seca:
—Algunas de ellas bonitas, ¿o no?
Mattia encogió las piernas y pensó: «Me lo temía.»
—Sí, algunas.
Sabía muy bien lo que debía hacer: levantarse, sentarse a su lado, sonreír, mirarla a los ojos y besarla; pura mecánica, trivial sucesión de acciones que lo llevarían a aplicar su boca sobre la de ella. Aunque en aquel momento no le apetecía, podía hacerlo, podía confiarse al automatismo del acto".

"—Me voy.
Mattia inclinó la cabeza y se volvió hacia la ventana cerrada para eliminar por completo a Alice de su campo visual. Aquel nombre, Fabio, caído del cielo, se le había incrustado en la cabeza como metralla y sólo quería que ella se fuera.
Vio que hacía una noche clara y supuso que soplaría una brisa cálida. Las pelusillas blancas de los chopos revoloteaban a la luz de las farolas como grandes insectos sin patas.
Alice abrió la puerta y él se levantó; la acompañó, dos pasos detrás, hasta el rellano de la escalera. Ella se miró distraídamente el bolso para ver si lo llevaba todo, para ganar un poco más de tiempo. Murmuró que sí y subió al ascensor. Y cuando las puertas se cerraban se dijeron un adiós que nada significaba".

"Fue la primera vez que eyaculaba dentro de ella, y al sentirlo pensó que aquel viscoso líquido cargado de promesas que se depositaba en su cuerpo seco se secaría también sin dar fruto".

"No quería hijos, o quizá sí; nunca se lo había planteado, no pensaba en eso.
No menstruaba más o menos desde la última vez que se había comido un pastel de chocolate entero. Pero ahora Fabio quería un hijo y ella debía dárselo; debía dárselo porque él consentía en hacer el amor con la luz apagada, desde la primera vez que lo hicieron en su casa; porque cuando acababa y descansaba, sin decir nada, sólo respirando, ella sentía que el peso de aquel cuerpo conjuraba todos sus miedos; porque, aunque no lo amaba, él amaba por los dos y eso los salvaba".

"—Las ciudades son aquí más oscuras -dijo Nadia, como pensando en alta voz.
Iban sentados cada uno en un extremo del asiento. Mattia miraba cómo cambiaban los números del taxímetro; cómo, apagándose y encendiéndose, los segmentos rojos componían las distintas cifras.
Ella iba pensando en el ridículo espacio de soledad que los separaba y armándose de valor para ocuparlo".

"El último año, desde que rompiera con Martin, venía sintiéndose más y más extraña a aquel lugar, padeciendo más aquel frío que secaba la piel y que ni siquiera en verano remitía del todo. Pero tampoco se decidía a marcharse, porque a esas alturas dependía de aquel mundo, se había atado a él con la obstinación con que uno se ata a las cosas que lo perjudican".

"Al menos, puso la mano izquierda en medio de los dos, como quien arroja un cabo al mar, y allí la dejó inmóvil, a pesar de que el escay le producía escalofríos.
Nadia comprendió y, sin hacer movimientos bruscos, se desplazó al centro, le cogió el brazo por la muñeca, se lo pasó por su nuca, descansó la cabeza en el pecho de él y cerró los ojos.
Su pelo desprendía un perfume intenso que impregnó la ropa de Mattia y le penetró en la nariz.
El taxi orilló a la izquierda, ante la casa de Nadia, y el taxista dijo:
—Seventeen thirty.
Ella se incorporó y los dos pensaron lo mismo: que costaría mucho encontrarse otra vez así, romper un equilibrio y recomponer otro distinto. Se preguntaron si volverían a ser capaces".

"Por la noche comía hojas de lechuga directamente de la bolsa. Eran levísimas y crujientes y sólo sabían a agua. No las comía para saciar el hambre, sino para cumplir con el rito de la cena y matar aquel lapso de tiempo con el que de otro modo no habría sabido lidiar. Y comía lechuga hasta que aquella materia liviana la asqueaba.
Se vaciaba de Fabio y de sí misma, de todos los esfuerzos inútiles que había hecho para llegar allí y descubrir que nada había conseguido. Observaba con curiosidad distante el resurgir de sus flaquezas y obsesiones, y se decía que esta vez se rendiría a ellas, ya que sus propias decisiones no la habían llevado a nada. Luchar contra ciertas partes de nuestro ser es imposible, se decía también, y se complacía en volver a sus tiempos de chiquilla, cuando Mattia y poco después también su madre se habían ido a dos lugares distintos pero igualmente lejanos de ella. Ah, Mattia... De nuevo pensaba en él, era como otra de sus enfermedades, de la que en realidad no deseaba curarse. Se puede enfermar de recuerdos, y ella enfermó con el de aquella tarde en el coche frente al parque, cuando le tapó con un beso la visión de aquel horror".

"Recordaba, sí, aquel momento, pero había olvidado muchos otros, porque el recuerdo de las personas que no amamos es superficial y se evapora pronto".

"—Hola —dijo él—. No pensaba...
—Ya —lo atajó ella, mirándolo con decisión—. Ni siquiera nos conocemos. Siento haberme presentado aquí...
—No, no... —epuso él, pero Nadia no lo dejó seguir.
—Al despertarme y no verte... Al menos podrías haber... —Se interrumpió.
Mattia hubo de bajar los ojos porque le escocían, como si hubiera estado sin parpadear un buen rato.
—Pero da igual —prosiguió ella—. Yo no voy detrás de nadie, ya no tengo ganas. -
Le tendió un papel y Mattia lo cogió-. Éste es mi teléfono, pero si decides usarlo no tardes mucho.
Los dos miraron al suelo. Nadia hizo amago de adelantarse, llegó a levantar los talones, pero al final dio media vuelta.
—Adiós.
Mattia carraspeó sin decir nada. Tuvo la impresión de que hasta que ella llegara a la puerta pasaría un tiempo infinito, infinito y aun así insuficiente para decidir, pensar algo. Nadia llegó a la puerta, se detuvo y dijo:
—No sé lo que es, pero me gustas".

"Por primera vez sintió que la inmensa distancia que los separaba era insignificante. Estaba convencida de que él seguía en el mismo sitio, donde ya le había escrito algunas veces, muchos años antes. Si se hubiera casado, ella lo habría percibido de algún modo. Porque estaban unidos por un hilo invisible, oculto entre mil cosas de poca importancia, que sólo podía existir entre dos personas como ellos: dos soledades que se reconocían".

"—Nos pasamos media hora dando vueltas para encontrar un sitio libre donde supieras aparcar.
—Era sólo una excusa para estar más rato contigo. Pero tú nunca te enterabas de nada.
Se echaron a reír para conjurar los fantasmas que aquellas palabras trajeron".

"Se inclinó sobre Mattia y lo besó en la boca; lo besó sin miedo de despertarlo, como se besa a una persona despierta, prolongando el contacto, oprimiendo sus labios cerrados. El tuvo un sobresalto, pero no abrió los ojos. Separó los labios y la besó a su vez. Estaba despierto.
Fue distinto que la primera vez. Sus músculos faciales eran ahora más fuertes, más conscientes, tenían un ímpetu y un sentido precisos, eran los de un hombre y una mujer. Ali ce permaneció inclinada, sin ocupar el sofá, como si hubiera olvidado el resto del cuerpo.
El beso duró largo rato, minutos enteros; tiempo suficiente para que la realidad se colase entre sus labios adheridos y los obligase a reflexionar sobre lo que estaba ocurriendo.
Se separaron. Mattia sonrió maquinalmente; Alice se tocó los labios húmedos, como para asegurarse de que no era un sueño. Había que decidirse y había que hacerlo sin palabras. Cada cual miró al otro, pero, faltos ya de sincronía, no llegaron a cruzar la mirada".

"Lo cierto era que, una vez más, ella había tomado la iniciativa y lo había hecho venir, cuando él mismo no deseaba otra cosa. Le escribía diciéndole que fuera y él acudía como por encanto. Los reunía una carta como una carta los había separado".

"Bien sabía lo que tenía que hacer: volver con ella y sentarse a su lado, cogerle la mano y decirle que no tenía que haberse ido, y besarla, besarla una y otra y otra vez, hasta que no pudieran dejar de besarse. Ocurría en las películas y ocurría en la vida real, todos los días. La gente no perdía el tiempo, se aferraba a unas pocas casualidades y fundaba sobre ellas su existencia. Tenía que decirle a Alice que ahí estaba, o irse de nuevo, tomar el primer avión y regresar al lugar donde había vivido como en vilo todos aquellos años.
Sí, lo había aprendido. Las decisiones se toman en unos segundos y se pagan el resto de la vida".



Paolo Giordano

sábado, 11 de julio de 2020

Citas: Lady Susan - Jane Austen


"Cuando el orgullo y la estupidez van unidos no hay disimulo que valga".

"Bien, mi querido Reginald, ya he visto a esa peligrosa criatura y debo describírtela, aunque espero que pronto puedas formarte tu propia opinión. En verdad es hermosa en exceso. Aunque puedes optar por poner en duda los atractivos de una dama que ya no es joven, por mi parte debo declarar que raras veces he visto a una mujer más adorable que lady Susan. Tiene el cabello de un delicado color castaño claro, unos bonitos ojos grises y las pestañas oscuras, y por su aspecto no le echarías más de veinticinco años, aunque en realidad debe de tener diez más".

"A mí me mimaron tanto en los años de mi infancia que nunca me obligaron a nada, y en consecuencia no he logrado tener nada de lo que una mujer hermosa necesita para ser completa".

"En realidad, se está enamorando de Reginald de Courcy. Desobedecer a su madre rechazando una proposición única no es suficiente; debe asimismo dar su afecto sin la aprobación de su madre. Nunca he visto a una chica de su edad que prometa más para ser el hazmerreír de la humanidad. Sus sentimientos son bastante evidentes, y ella los muestra con tan encantadora naturalidad como para llegar a acariciar las más razonables esperanzas de hacer el ridículo y ser despreciada por todo hombre que la vea.
La naturalidad no sirve en los asuntos amorosos".

"El señor De Courcy a lady Susan
Hotel

Os escribo sólo para despedirme. El encanto se ha evaporado. Os veo tal como sois".







Jane Austen

martes, 7 de julio de 2020

Citas: La formula preferida del profesor - Yoko Ogawa


"MI HIJO Y YO LE LLAMÁBAMOS PROFESOR. Y el profesor llamaba a mi hijo «Root», porque su coronilla era tan plana como el signo de la raíz cuadrada.
—Vaya, vaya. Parece que aquí debajo hay un corazón bastante inteligente —había dicho el profesor mientras le acariciaba la cabeza sin preocuparse de que se le despeinara".

"—Pero… ese número… ¿quizá no exista? —comenté con prudencia.
—Sí, claro que sí, está aquí —señaló su pecho—. Es un número muy discreto, no se muestra en público, pero está ahí dentro del corazón y sostiene el mundo con sus pequeñas manos".

"—¿Podría ser presentada a su cuñado?
—No es necesario.
Se negó de manera tan tajante que me sentí como si, irremediablemente, hubiera dicho algo inconveniente.
—Aunque hoy la viera, mañana él la habría olvidado. Por eso no es necesario.
—¿Qué quiere usted decir…?
—Pues bien… le seré franca. Tiene trastornos de memoria. No es que esté ido.
Digamos que las neuronas le funcionan normalmente, pero hará unos diecisiete años se le averió una parte del cerebro y perdió la facultad de recordar las cosas. Se golpeó la cabeza en un accidente de tráfico. Su memoria se acaba en 1975. Desde entonces, por más que intente acumular nuevos recuerdos, se le borran enseguida. Recuerda teoremas y fórmulas matemáticas que él mismo descubrió, pero no es capaz de recordar lo que cenó anoche. Para entendernos, es como si en su cabeza sólo pudiera ponerse una cinta de video de ochenta minutos. De tal manera que si graba encima de esa cinta, los recuerdos anteriores grabados hasta entonces van desapareciendo. La memoria de mi cuñado menor no dura más de ochenta minutos. Es decir, para ser exactos, una hora y veinte minutos".

"Unos días después de acudir regularmente al pabellón como asistenta, me di cuenta de que el profesor, cuando estaba confuso, sin saber qué decir, tenía la manía de hablar con números en lugar de palabras. Era la manera que había ingeniado para comunicarse con los demás. Los números eran la mano derecha que tendía para estrechar la del prójimo y, al mismo tiempo, un abrigo para resguardarse de sí mismo.
Un abrigo tan pesado que nadie conseguía que se lo quitara, tan recio que no permitía distinguir el contorno de su cuerpo, aunque se deslizara una mano por encima. Pero por el mero hecho de llevarlo puesto lograba proteger su propio espacio".

"—¡No tengo nada que decir! —gritó de repente el profesor, volviendo la cabeza—. Estoy pensando. Que se me interrumpa cuando estoy pensando me duele más que si me estrangularan. Entrar así cuando estoy en pleno diálogo amoroso con los números es una falta de educación, peor que espiar en el cuarto de baño, ¿sabes?".

"Me llamó la atención un papelito nuevo, sujeto en la bocamanga, que no estaba el día anterior. Cada vez que metía la cuchara en el plato estaba a punto de mancharse con el estofado.
«La nueva asistenta»
Eran unas letras débiles y pequeñas. Detrás, había dibujada una cara femenina.
Con el pelo corto y la cara redonda, tenía un lunar al lado de los labios. Era un dibujo infantil, pero enseguida me di cuenta de que era una caricatura mía. Imaginé al profesor dibujando, deprisa, antes de que su memoria se borrara en cuanto yo me hubiera marchado. Aquella hojita era el comprobante de que había interrumpido su tiempo más preciado para pensar en mí".

"Nuestras miradas permanecieron fijas en el trivial folleto durante un buen rato.
Mis ojos reseguían los números escritos por el profesor y los escritos por mí, encadenados con fluidez, como si se dibujara una constelación que une las estrellas parpadeantes en el cielo nocturno".

"En medio de una confusión indescriptible, sólo aquella línea permanecía tensa como si estuviera dotada de voluntad propia. Rebosaba energía, casi como si, tocándola, pudiera hacer daño".

"—Nosotros, los seres humanos, somos demasiado estúpidos para haber creado los números.
Sacudió la cabeza, se arrebujó en el butacón y abrió una revista matemática.
—¿Sabe usted? Cuanta más hambre tenemos, más estúpidos nos volvemos. Así que nutramos hasta el último rincón del cerebro, comiendo mucho, sin dejar nada".

"—Y tu hijo, en este momento, ¿qué estará haciendo?
—Pues, no lo sé. A estas horas, creo que ya habrá vuelto del colegio y estará jugando al béisbol con sus amigos en el parque o algo así, sin hacer los deberes.
—¿Cómo que no lo sabes? ¡Eres demasiado despreocupada! Pronto va a oscurecer, ¿no crees?
Por más que esperara, no parecía querer resolver el misterio del número 10. En aquel momento el 10 significaba para él solamente un niño pequeño.
—No se preocupe. Está acostumbrado, es así todos los días.
—¿Todos los días? ¿Dejas a tu hijo solo todos los días para amasar hamburguesas, como haces ahora?
—No es que lo deje. Simplemente esto es mi trabajo…
Eché la pimienta y la nuez moscada en el bol, sin comprender por qué el profesor se obstinaba tanto con mi hijo.
—¿Quién le cuida durante tu ausencia? ¿Tu marido vuelve pronto? Estará la abuela, ¿verdad?
—No, desafortunadamente no tengo ni marido ni suegra. Somos dos, y nadie más.
—Entonces, ¿tu hijo está solo en la casa? ¿Está esperando a su madre, en una habitación oscura, con el estómago vacío, y solo? Y su madre está preparando la cena a un desconocido. Mi cena. Ay, ¡qué desagradable! Esto no puede ser, no es posible".

"—Tú eres «Root». La raíz cuadrada, es un signo realmente generoso que puede dar refugio dentro de sí a cualquier número sin decir nunca que no a ninguno.
Y añadió el signo a continuación de la nota de la bocamanga:
«La nueva asistenta… y su hijo de 10 años v»".

"Tenía un espíritu muy combativo y nada la disgustaba más que la gente me mirara como a una niña de familia pobre, sin padre. Realmente éramos pobres, pero mi madre hacía todo lo posible por que pareciéramos ricas, de apariencia y de corazón".

"Mi madre sólo me hablaba de mi padre para decirme que era un hombre apuesto.
Nunca me habló mal de él. Por lo visto era un hombre de negocios que tenía un restaurante, pero ella me escamoteaba la información concreta, y se limitaba a repetirme cosas agradables sobre su persona: que era alto y guapo, hablaba muy bien inglés, conocía a fondo la ópera, era un hombre orgulloso pero a la vez modesto, y su sonrisa cautivaba a cualquiera que se encontrara con él…
En mi imaginación, mi padre estaba de pie, posando como una escultura de museo. Por mucho que me acercara a esa estatua, no parecía dispuesto a tenderme la mano, y sus pupilas miraban hacia algún punto lejano".

"El acontecimiento que desbarató de golpe y porrazo todas aquellas quimeras y que destrozó el edificio que mi madre había levantado con sus ropas de retales, el piano y las flores fue mi embarazo. Sucedió cuando yo acababa de empezar el último curso del instituto. 
Él era un universitario que estudiaba ingeniería electrónica, al que conocí donde yo trabajaba por las tardes. Era un chico tranquilo e instruido, pero incapaz de aceptar la responsabilidad de lo que surgió entre nosotros. Sus misteriosos conocimientos sobre ingeniería electrónica que tanto me habían fascinado de nada sirvieron, pues se convirtió en un hombre cobarde que se esfumó dejándome sola".

"—Esto no es más que un juego —decía con un tono más triste que modesto—.
Los que inventan el problema conocen la solución. Resolver un problema del que tenemos garantía de que existe solución, es como ir de excursión por el monte, con un guía, hacia una cumbre que ya avistamos. La verdad última de las matemáticas está escondida al final del camino, entre los arbustos, sin que nadie sepa dónde. Además, ese lugar no tiene por qué ser la cima. Puede estar entre las rocas de un despeñadero o en el fondo de un valle".

"Al final de la tarde, cuando se oía el «¡Ya estoy aquí!» de Root, el profesor salía del estudio sin importarle lo concentrado que pudiera estar con sus matemáticas. A pesar de que odiaba ser interrumpido cuando estaba pensando, abandonó fácilmente aquella manía por Root. Pero como mi hijo, después de dejar su cartera en el suelo, enseguida salía al parque a jugar al béisbol con sus amigos, el profesor regresaba entonces a su estudio un poco desilusionado.
Por eso el profesor se alegraba tanto cuando llovía, pues podía hacer los deberes de matemáticas con Root.
—Cuando estudio en la habitación del profesor, es como si me hubiera vuelto más inteligente".

"—¿Por qué no va a dar un paseo por el parque y luego pasa por la peluquería?
—¿A qué me conducirían estas actividades? —me contestó, lanzándome una mirada molesta por encima de sus gafas de présbite.
—No hay por qué tener siempre un objetivo, ¿no le parece? Las flores de los cerezos aún no han caído, y las del cornejo florido han empezado ya a abrirse".

"En aquel momento se escuchó un llanto que provenía del arenero. Una niña de unos dos años de edad, a la que quizá se le había metido arena en los ojos, estaba llorando sin soltar su pala de juguete. El profesor se le acercó con una agilidad que nunca antes había demostrado y le dijo algo mirándola a la cara. Sacudió la falda de la niña, que estaba llena de arena, con unas manos cariñosas. Comprendí entonces que aquel hombre adoraba no sólo a Root sino también a todos los niños.
—No se meta —dijo la madre, que apareció de no se sabe dónde; apartó la mano del profesor, y se marchó corriendo con la niña en brazos.
El profesor se quedó solo, de pie, inmóvil en el arenero. Yo, incapaz de ayudarle, me limité a mirar su figura de espaldas. Los pétalos del cerezo cayeron trazando círculos en el aire, añadiendo nuevos dibujos al secreto del universo".

"—Vas por buen camino, ¿verdad?
—Qué manera más irresponsable de animar a alguien.
—Bueno, es mejor animarte que no hacerlo, ¿o no?".

"Tiempo atrás, cuando me echaba a llorar por las injusticias de los empleadores conmigo (me habían acusado sin motivo de robar, delante de mis propios ojos habían tirado al cubo de la basura la comida que había preparado, me habían llamado inútil, etc.), Root, que aún era pequeño, me consolaba:
—Tú eres guapa, mamá, así que no pasa nada… —me decía con un aire muy convencido. Para él, aquélla era una frase de primera para consolarme.
—¿Ah, sí…? Conque mamá es guapa…
—Claro que sí. ¿No lo sabías? —fingía sorpresa, exagerando, y repetía—: Así que no te preocupes, porque eres guapa".

"5 × 9 + 10 = 55
El profesor se quedó inmóvil durante un rato. Contemplaba la fórmula con los brazos cruzados, sin pronunciar palabra.
Pensé que al fin y al cabo mi chispa había sido una ridiculez infantil. Sabía desde un principio que, por mucho que me concentrase con toda mi alma, lo que podía sacar de mis pobres células grises era poca cosa, y que era una osadía no exenta de orgullo el querer contentar de esta manera a un matemático…
Entonces el profesor se levantó inesperadamente, y se puso a aplaudir. Era un aplauso tan enérgico y afable que pensé que ni siquiera la persona que demostró el Teorema de Fermat habría recibido un elogio como aquél. Resonó por todo el pabellón y su eco no cesó durante largo rato.
—¡Excelente! ¡Qué fórmula más hermosa! ¡Magnífico, Root!
El profesor abrazó a Root. Entre tanto abrazo, el cuerpo de Root estaba medio aplastado.
—¡Realmente magnífico! Es increíble que una fórmula como ésta salga de tu mano…
—Sí, ya lo he entendido, profesor, pero suéltame. Que no puedo respirar".

"NO ESTÁ CLARO SI GUARDABAN RELACIÓN con su talento matemático o no, pero el profesor tenía extrañas facultades. La primera era la de poder hacer capicúas con las palabras.
No lo recuerdo exactamente, pero fue un día en que Root sudaba tinta haciendo palíndromos; eran sus deberes de lengua.
—Es lógico que si leemos las palabras al revés pierdan su significado. ¿Quién demonios diría «El bosque de bambúes se quemó»? Para empezar, nunca se ha visto un bosque de bambúes en llamas. ¿A que no, profesor?
—Maslla en búesbam de quebos un tovis ha se canun —murmuró el profesor.
—¿Qué has dicho, profesor?
—Sorfepro chodi has qué.
—Oye, oye: ¿qué te ha pasado?
—Dosapa ha te qué yeo yeo.
—¡Dios mío, Mamá! ¡El profesor se ha vuelto loco! —exclamó Root, pidiéndome ayuda, desconcertado.
—Tienes razón, Root. Todos nos volvemos locos si leemos al revés —dijo el profesor, impertérrito".

"Acaricié la página. Sentí en la punta del dedo las fórmulas matemáticas que el profesor había escrito. Las fórmulas se solapaban una a otra formando una cadena hasta mis pies. Yo iba bajando por esa escalera los peldaños uno a uno. El paisaje desapareció, no penetraba la luz del sol ni se oía ningún sonido, pero yo no tenía miedo. Porque sabía que la baliza señalada por el profesor tenía una carga de verdad eterna que nadie podría violar.
Me asombraba sentir que la tierra en la que ahora reposaba se sustentaba en un mundo aún más profundo. Para llegar allí no existía otra manera más que seguir la cadena de cifras, pues las palabras no significaban nada, y era incapaz de distinguir si estaba yendo hacia las profundidades o hacia las alturas. Lo único de lo que estaba segura era de que la cadena llevaba a la verdad".

"—Si queréis comprar un refresco, comprádselo a aquella señorita de allí.
La que señaló el profesor era una vendedora que iba subiendo el pasillo del otro lado.
—¿Por qué? ¿Da lo mismo quién sea, no?
Por muchas veces que se lo preguntara, no me aclaraba el motivo; sin embargo, después de que Root lo acosara porque no podía más de sed, finalmente confesó:
—Porque aquella señorita es la más hermosa.
Su sentido estético era acertado. Mirando a mi alrededor, ella era la más guapa y tenía la cara más agradable".

"—Mi hermano político no tiene amigos. Perdone que le diga que nunca ha venido a visitarle ninguno.
—En tal caso, Root y yo somos sus primeros amigos.
En ese momento el profesor se levantó de repente.
—¡No, no es posible! ¡No es tolerable herir los sentimientos de un niño!
Y mientras lo decía, sacó un papel de apuntes del bolsillo, garabateó algo en él, lo puso en el centro de la mesa y se marchó de la habitación. Fue un gesto resuelto, como preparado con antelación. No había en él ni ira ni confusión, sólo un silencio envolvente.
Nosotros tres, callados y abandonados por el profesor, clavamos los ojos en el papel de apuntes. Permanecimos así durante un rato, sin movernos. Allí había escrita, en sólo una línea, una fórmula.
« π + 1 = 0 »
Nadie decía nada. La viuda había dejado de hacer ruido con las uñas. Entendí que poco a poco iban desapareciendo de sus pupilas la turbación, la frialdad y la duda. 
Pensé que tenía la mirada de alguien que entiende perfectamente la belleza de una fórmula matemática".

"Aún recuerdo muy bien el tono de voz del profesor, mientras yo fregaba los platos en la cocina, diciéndome al oído, por la espalda:
—¿No crees que debería tratarse ese bulto? —me lo susurró como si aquello fuera el fin del mundo—. Los niños tienen un metabolismo muy activo, de manera que si se inflama más y más, podría tener consecuencias dañinas como, por ejemplo, constreñir las glándulas linfáticas u obstruir la tráquea.
Su aprensión habitual, si se trataba del cuerpo de Root, alcanzaba cotas máximas.
—Bueno, pues se lo reventaré con una aguja.
Ante mi respuesta un tanto irresponsable, se encolerizó de veras.
—¿Y qué harás si se le infecta?
—Es que pensaba desinfectarla con la llama del gas; no ha de pasar nada —dije aposta, para irritarlo, porque me hacía gracia ver cómo su aprensión se iba haciendo cada vez más absurda. Y también, creo, porque me gustaba que se preocupara por él.
—¡No! Los microbios están en todas partes. Si penetran por una vena y llegan hasta el cerebro, el mal es irremediable, ¿sabes?
El profesor se obstinaba sin desfallecer hasta conseguir que le dijera «sí, de acuerdo, ahora mismo lo llevo al médico».
Él siempre trató a Root igual que a un número primo. De igual manera que los números primos son primordiales para formar todos los números naturales, él pensaba que los niños eran los átomos necesarios e imprescindibles para nosotros, los adultos. Creía que su existencia, aquí y ahora, se debía también a los niños".

"—Cuando no está Root, siento que mi corazón está vacío —dije.
—¿Vacío significa que se reduce a 0? —murmuró el profesor, a pesar de que yo no le había preguntado nada en concreto—. Es decir, ahora existe un 0 dentro de ti, ¿es eso?".

"El profesor señaló con el dedo la oscuridad del patio, como si el pajarillo acabara de salir volando en aquel mismo instante. Las tinieblas, mojadas, se hicieron aún más oscuras.
—1 – 1 = 0. ¿No te parece hermoso?
El profesor se volvió hacia mí. Sonó un trueno aún más fuerte y tembló la tierra.
Parpadeó la luz de la casa principal y no se vio nada durante un instante. Yo agarré con fuerza la bocamanga de su americana.
—No te preocupes. No pasa nada. El signo de la raíz cuadrada es muy fuerte. Protege a cualquier tipo de número —me dijo acariciando mi mano".

"El profesor, aunque no estaba acostumbrado a hacer regalos a nadie, tenía un talento extraordinario para recibirlos. Nunca olvidaremos la cara que puso cuando Root le regaló el cromo de Enatsu. Comparado con el pequeño esfuerzo que hicimos para conseguirlo, el agradecimiento que nos dedicó era demasiado grande. En el fondo de su corazón, siempre había un sentimiento de «Cómo puedo merecerlo si mi existencia es tan insignificante…». Igual que se postraba ante los números, dobló las piernas, bajó la cabeza y juntó las manos cerrando los ojos ante mí y ante Root. Pudimos sentir que estábamos recibiendo algo más de lo que le habíamos ofrecido".

"—Root ha aprobado unas oposiciones para profesores de escuela secundaria. Será profesor de matemáticas a partir de la primavera del año siguiente.
Se lo comuniqué al profesor con orgullo. El profesor se levantó e intentó abrazarle. Sus brazos eran frágiles y temblaban. Root cogió aquellos brazos y los acercó a sus hombros. En el pecho del profesor se agitaba el cromo de Enatsu".





Yoko Ogawa

viernes, 3 de julio de 2020

Citas: La bibliotecaria - Ileana Fernández


"En su interior Carmen también sentía un ligero orgullo porque era la única persona a la que la policía había llamado a declarar, por lo que iba a toda prisa a buscar a Aurelio, el portero de la biblioteca y a quien consideraba su mejor amigo para comentarle los detalles de su entrevista con el comisario, pero para su sorpresa, Aurelio no se mostró entusiasmado con lo que Carmen le estaba contando, más bien, parecía contrariado y usaba un tono que la bibliotecaria jamás había escuchado en boca de Aurelio, quien siempre medía y seleccionaba sus palabras, en aras de no lastimar a sus semejantes.
—¡Fue una imprudencia tuya involucrarte en la investigación de un hecho tan espantoso! Además, ¿Cómo quieres que muestre entusiasmo si se trata de dos vecinos a los que conocemos hace muchísimos años? ¡Esto es una tragedia, una horrorosa tragedia!  decía con un tono histérico que a Carmen le parecía exagerado. Luego le advirtió con un inusual tono rotundo".

"¡Era el novio de Lourdes! Esta vez, para no variar, blandía un pequeño estuche en la mano:
—¡Dime que no es cierto! ¡Dime que ella está viva!
Gritaba con la voz agrietada por el llanto. Se recostó a la pared y, con su cabeza entre las musculosas manos, comenzó a llorar.
Era evidente que estaba haciendo todo lo posible por autocontrolarse. Se puso de pie y se acercó a la mesa preguntando:
—¿Cómo pudo ser? ¡Cómo pudo ser? Yo que venía hoy a proponerle matrimonio —sollozaba mientras abría un pequeño estuche que contenía un caro anillo de compromiso.
—¡Todo por no tener un maldito celular! ¡Ustedes están locos todos!
Estaba fuera de sí. Tanto que le gritó a Aurelio:
—Y tú, ¿qué hiciste? ¿Acaso no eres el maldito custodio? ¡Imbécil!".

"Para romper el mutismo le preguntó:
—Tendrá un cigarrillo que me regale? Estoy muy estresada, ha sido el día más largo de mi vida y necesito fumar.
—Disculpe, pero yo no fumo. Y usted debería dejar de hacerlo por su salud. Tengo entendido que en este pueblo nadie fuma.
Carmen hizo un gesto de resignación y una cuadra más adelante se separaron".

"—¡Llévame contigo, Lourdes de mi alma! Toda una vida tratando de encontrarte, pero ya eso terminó. Ahora sabré dónde estás durante el resto de mi vida".






Ileana Fernández