sábado, 30 de noviembre de 2019

Citas: Carta al padre - Franz Kafka


"Queridísimo padre:

No hace mucho me preguntaste por qué afirmo tenerte miedo. Como de costumbre, no supe qué responderte, en parte precisamente a causa de ese miedo que te tengo y en parte porque para explicarlo necesitaría tener presentes más factores de los que soy capaz de manejar al mismo tiempo cuando hablo. Esta respuesta que intento darte ahora por escrito será igualmente muy incompleta, porque también a la hora de escribir me atenazan el miedo y sus consecuencias, y porque las dimensiones del asunto van mucho más allá de lo que mi memoria y mi entendimiento son capaces de abarcar".

"Sabes muy bien lo que se puede esperar de «la gratitud de los hijos»—, pero sí habrías agradecido al menos algún tipo de correspondencia por mi parte, algún signo de comprensión y solidaridad; sin embargo yo, lejos de eso, no he hecho otra cosa que escabullirme de ti y refugiarme en mi habitación, en los libros, en los tipos raros que tengo por amigos, en ideas extravagantes; nunca te he hablado con franqueza, nunca he ido al templo para estar contigo".

"Tu juicio sobre mi persona se puede resumir así: no me acusas de indecencia ni de maldad en sentido estricto (a excepción quizá de mis recientes proyectos de matrimonio), sino de indiferencia, distanciamiento, ingratitud. Y me lo reprochas como si fuera culpa mía, como si hubiera estado en mi mano cambiar todo eso de un golpe de timón y tú no tuvieras la menor culpa, a no ser la de haberte portado demasiado bien conmigo Así es como lo pintas habitualmente, y en todo ello solo estoy de acuerdo con una cosa: yo también creo que no tienes la culpa de nuestro distanciamiento".

"Hace poco, por ejemplo, me dijiste: «Siempre te he apreciado, por más que en apariencia no me haya comportado contigo como suelen hacerlo otros padres, precisamente porque no soy capaz de fingir como otros»".

"Me habría encantado tenerte por amigo, por jefe, por tío, por abuelo, e incluso por suegro (aunque de eso no estoy tan seguro). Pero precisamente como padre fuiste demasiado fuerte para mí, sobre todo si tenemos en cuenta que mis hermanos varones murieron de pequeños, y mis hermanas llegaron bastante tarde, de modo que tuve que parar yo sólo el primer golpe, pese a ser demasiado débil para ello".

"Has ejercido sobre mí la influencia que tenías que ejercer; sólo te pido que dejes de interpretar como una singular maldad por mi parte el hecho de que sucumbiera a ella".

"Sólo recuerdo de primera mano un suceso de los primeros años. Quizá también tú lo recuerdes. Una noche me dio por gimotear una y otra vez pidiendo agua, no porque tuviera sed, sin duda, sino para fastidiar y al mismo tiempo distraerme. Después de intentar sin éxito hacerme callar con graves amenazas, me sacaste de la cama, me llevaste a la galería, cerraste la puerta y me dejaste
un rato allí sólo en camisón. No pretendo decir que fuera un error, ya que quizá en aquel momento ésa era la única manera de obtener el necesario silencio nocturno, pero este episodio revela con toda claridad el carácter de tus métodos educativos y el efecto que estos producían en mí. Seguramente aquello me hizo más obediente, pero abrió una herida en mi interior. Debido a mi manera de ser, jamás pude comprender la relación entre mi absurdo empeño en pedir agua, que a mí me parecía perfectamente natural, y el hecho extraordinariamente terrible de que me sacaras de casa. Pasados algunos años todavía me atormentaba la idea de que aquel hombre enorme, mi padre, el detentador del poder absoluto, pudiera, sin apenas motivo alguno, aparecer en plena noche, arrancarme de la cama y sacarme a la galería, demostrando con ello lo poquísimo que yo le importaba".

"Nunca he podido comprender tu absoluta insensibilidad ante el dolor y la vergüenza que pudieran causarme tus palabras y tus opiniones; era como si desconocieras por completo el poder que tenías. Por supuesto que yo también te habré molestado con mis palabras muchas veces, pero siempre he sabido que lo hacía, y me dolía, pero no podía contenerme ni retener mis palabras, de las que me arrepentía en el mismo momento de pronunciarlas".

"Por suerte, también había excepciones a esa regla, especialmente cuando sufrías en silencio y el amor y la bondad derrotaban y envolvían con su fuerza y su inmediatez todo lo que se les oponía. Aunque no sucedía muy a menudo, era maravilloso. Por ejemplo cuando, hace tiempo, en los veranos calurosos, te veía en la tienda, cansado, dormir una pequeña siesta después de comer, con el codo apoyado en el pupitre, o cuando venías los domingos acalorado a reunirte con nosotros en la casa de campo; o la vez que, estando mamá muy enferma, te vi agarrarte a la librería, tembloroso por el llanto; o cuando, durante mi última enfermedad, viniste a verme a la habitación de Ottla, pero te quedaste callado en la puerta, estiraste el cuello para verme en la cama y, por consideración, te limitaste a saludarme con la mano. En esos momentos uno se tumbaba a llorar de alegría, como yo vuelvo a llorar ahora cuando escribo esto".

"Acerca de Ottla casi no me atrevo a escribir, porque sé que al hacerlo pongo en peligro todo el efecto que espero conseguir con esta carta. En circunstancias normales, es decir, no hallándose ella en peligro o en un trance singular, no sientes por Ottla otra cosa que odio; a mí mismo me has confesado que, en tu opinión, se dedica a causarte penas y disgustos por sistema, y que mientras tú sufres, ella está contenta y se ríe de ti. O sea, una especie de demonio".

"Eres una parte tan débil y ciega como nosotros".

"Mis escritos trataban sobre ti, lo único que hacía en ellos era llorar lo que no podía llorar en tu pecho".

"Según tú, de pequeño no hacía más que estudiar, y luego, de mayor, no he hecho más que escribir".

"Siempre estuve convencido —y tu gesto de desaprobación era la prueba palpable— de que cuanto más lejos llegara, peor acabaría".

"Así pues, ¿por qué no me he casado? Había algunos obstáculos, como los hay en todas partes, pero la vida consiste precisamente en superarlos. Sin embargo, el obstáculo esencial, por desgracia invariable en todos los casos, es el hecho de que por lo visto soy mentalmente incapaz de casarme".

"Casándome, tendría una familia, la meta más alta que a mi parecer puede alcanzarse, y por tanto también la más alta que tú has alcanzado; así que por fin estaría a tu altura, y todas las humillaciones y abusos antiguos y eternamente renovados pasarían inmediatamente a la historia. Sería fabuloso, desde luego, pero precisamente ahí está el problema: es demasiado, no se puede aspirar a tanto. Es como el preso que tiene no sólo la intención de evadirse, lo que quizá sería factible, sino también, y al mismo tiempo, la de transformar la cárcel en un palacete para sí mismo. Pero si huye no puede transformar la cárcel, y si transforma la cárcel no puede huir".

"Si me imagino tan hermosa esa igualdad de rango que se establecería entre nosotros —y que tú podrías entender mejor que ninguna otra—, es porque haría de mí un hijo libre, agradecido, digno, sin sentimiento de culpa, y de ti un padre aliviado, ya no un tirano, sino un hombre satisfecho y capaz de ponerse en mi lugar. Pero para eso habría que borrar todo lo sucedido entre nosotros, es decir, borrarnos a nosotros mismos".

"Puedo tener dudas, pero está claro que he de acabar echándome atrás. La imagen del pájaro en mano y los ciento volando no puede aplicarse directamente a mi caso. En la mano no tengo nada, todo está volando, y aun así me veo obligado a escoger la nada: así lo exigen las circunstancias de nuestro conflicto y mi angustia ante la vida".

"Reconozco que luchamos el uno contra el otro, pero hay dos maneras de luchar. Por un lado, la lucha caballeresca, en la que se miden las fuerzas de dos rivales independientes: cada uno se vale sólo de sí mismo, gana para sí mismo, pierde para sí mismo. Y luego está la lucha del insecto que, al mismo tiempo que pica, chupa la sangre para alimentarse".

"No niego que hay algo de razón en tus argumentos, que por otro lado contribuyen a caracterizar aún mejor nuestra relación. Por supuesto, en la realidad las cosas no encajan tan limpiamente como los razonamientos de mi carta; la vida es algo más que un simple rompecabezas. Pero con las matizaciones que se derivan de esta objeción, que no puedo ni quiero exponer con detalle, hemos llegado, a mi parecer, a algo tan cercano a la verdad, que puede tranquilizarnos un poco a los dos y hacernos más llevaderas la vida y la muerte".








Franz Kafka

lunes, 25 de noviembre de 2019

Citas: Mis memorias - Roman Polański


"Desde que recuerdo, la línea entre la fantasía y la realidad ha estado siempre irremediablemente borrosa".

"Cuando era un muchacho, en la Polonia comunista, el arte y la poesía  —el reino de la imaginación— siempre me parecieron más reales que los limitados confines de mi ambiente. Desde muy temprana edad me di cuenta de que no era como la gente que me rodeaba: vivía en un mundo de mentirijillas, completamente aparte del verdadero".

"La «guerra», tal como la llamábamos los polacos, arrojó una alargada y siniestra sombra sobre lo que hubiera tenido que ser un gozoso hito en mi carrera".

"Aunque mi padre no era rico, jamás me faltó nada. Y, sin embargo, era en muchos sentidos un niño exigente, difícil e irritable, con tendencia a la murria y a los berrinches —un chiquillo mimado, en suma—. ¿Por qué? Tal vez por culpa del largo cabello rubio que yo aborrecía y que inducía a los mayores a tomarme por una niña".

"Mi padre solía herir mis sentimientos en las pequeñas cosas. Sin embargo, jamás me causó ningún daño físico, ni siquiera cuando quebranté el único tabú de mi casa: me tenían estrictamente prohibido tocar el mayor orgullo y deleite de mi padre, la enorme máquina de escribir Underwood que utilizaba para despachar su correspondencia comercial, tecleando a impresionante velocidad. No obstante, me estaba permitido permanecer de pie a su lado, mirando, y él acostumbraba invitarme a identificar las letras del teclado. Así fue cómo aprendí el alfabeto.
Fue una suerte, porque me expulsaron del jardín de infancia al primer día por haberle dicho «Pocaluj mnie wdupe» a una niña de mi clase… ¿O tal vez se lo dije a la maestra? Le debí de oír la frase a uno de mis tíos. Significa «bésame el trasero»".

"Mi sexto cumpleaños coincidió con nuestras vacaciones en Szczyrk. Mi madre invitó a unos niños a merendar. Llegaron temprano, cuando yo estaba todavía en el orinal, y oí que mi madre les decía con la mayor soltura:
—Romek está en el trono.
Hubiera querido que me tragara la tierra con orinal y todo —¿cómo era posible que mi madre me hubiera traicionado de aquella manera?—, y me negué a salir. Ella trató entonces de arreglarlo, diciendo que lo de «estar en el trono» significaba algo muy distinto: que yo era el rey del día porque festejaba mi cumpleaños. Se inventó todo un juego basado en mi nuevo título, pero no pudo convencerme de que me reuniera con los demás".

"Algunas veces, cuando mi madre no estaba, Annette y yo nos asustábamos, temiendo lo peor.
—Vámonos a dormir —decía Annette—. El tiempo pasa más deprisa de esta manera.
Y era cierto".

"A partir del 1 de diciembre de 1939, mi familia se vio obligada a llevar unos extraños brazales blancos con la estrella de David estarcida en azul. Me dijeron que eso significaba que éramos judíos".

"El hecho de ser judíos significó que ya no podíamos seguir estando donde estábamos".

"En la calle Rekawka supe por primera vez qué era la sexualidad. Solía recorrer las calles con otros chicos, recogiendo toda clase de objetos. Nuestro botín incluía a veces unos pequeños tubos de goma parecidos a unos globos deshinchados que encontrábamos en los portales y junto a los bordillos de las aceras. 
Un chico de nuestro grupo dijo que eran preservativos. Los mayores los utilizaban para no tener hijos; y explicó que, para tenerlos, el hombre introducía el miembro en la mujer. La revolucionaria revelación me dejó perplejo. ¿Era esa la única forma en que nacían los niños o había una combinación de circunstancias? A mí siempre me habían dicho que a los niños los traía la cigüeña".

"Pawel ya no estaba: se lo habían llevado en la primera remesa de deportados. Por primera vez en mi vida, comprendí lo que significaba tener el corazón destrozado".

"Poco antes de cruzar el puente, vi una columna de prisioneros varones custodiada por unos alemanes con las armas a punto. Eran los últimos supervivientes del gueto y entre ellos se encontraba mi padre.
Al principio, no me distinguió. Tuve que correr un poco para seguirles el paso. La columna de hombres estaba despertando una gran expectación: muchas personas se detenían y se volvían a mirar. Sin dejar de correr, traté de llamar la atención de mi padre.
Al final, me vio.
Gesticulé e hice girar una imaginaria llave en una cerradura para describirle mi apurada situación.
Él se quedó rezagado unos dos o tres puestos con la tácita ayuda de otros compañeros del grupo, cambiando disimuladamente de sitio con ellos para alejarse del guardián más próximo y acercarse un poco más a mí. Entonces, por la comisura de la boca, me dijo en un susurro:
—¡Lárgate!
La brusca palabra me obligó a detenerme en seco. Contemplé la columna que se alejaba de mí y después di media vuelta sin mirar hacia atrás".

"Cuando vino a interrogarme el investigador de la policía, comprendí la suerte que había tenido. No existía ninguna bicicleta, claro, solo una piedra envuelta en un periódico. Pregunté qué le iba a ocurrir a Dziuba. El investigador se pasó un dedo por la garganta. Pensé que me estaba tomando el pelo.
—¿Por haberme golpeado la cabeza? —pregunté.
El investigador esbozó una siniestra sonrisa.
—Puedes dar gracias por tener una cabeza muy dura, chico".

"Ataviado de esta guisa, mientras jugaba un día con mis nuevos amigos en la sala de juegos, vi por primera vez a la chica cuyo nombre sigue evocando en mi mente una visión de inocencia, juventud y belleza, una visión que ni siquiera el paso del tiempo ha conseguido empañar".

"Hubiera deseado tomarle la mano, pero no me atreví. Caminando el uno al lado del otro, salimos al pasillo. 
Ya había anochecido y este estaba iluminado por la luz de la luna. Con cierta timidez inicial, rodeé a la chica con mis brazos. Lleno de emoción y azoramiento, observé que ella me correspondía. Su boca era suave y tibia. Nuestros besos no poseían la violencia o la desnuda pasión de los amantes, pero fueron unos besos muy reales".

"Súbitamente, me imaginé a la señora Winowski exhalando su último aliento en aquella misma cama hacía apenas unos días. Al recordar su voluminosa figura, sus labios llamativamente pintados y sus mejillas empolvadas, me quedé helado.
—¿Qué pasa? —preguntó la muchacha.
—¿Sabes una cosa? —dije—. Hagámoslo en el suelo".

"—¿Qué pierdes con intentarlo? —me dijo en esencia, y fue entonces cuando Zubrzycki y yo presentamos nuestras solicitudes".

"Aquella noche se celebró una gran fiesta en Lodz. Mi padre se alegró enormemente cuando le telefoneé para comunicarle la noticia. Era la primera vez en mi vida que no le defraudaba".

"Le pregunté a Gesa si querría pasar la noche conmigo. Me contestó que sí, pero entonces tuvimos que superar otro obstáculo. Ninguno de los míseros hoteles de Les Halles podría acoger a un par de auténticos enamorados; lo suyo eran los encuentros rápidos".

"Nos dirigimos hacia la parte este. Algo más allá del Boulevard de Sebastopol encontré un establecimiento un poco más respetable. Pagué por adelantado, me dieron una llave y subí con Gesa, rodeándole la cintura con el brazo. 
Al llegar, abrí la puerta, encendí la luz y la volví a apagar inmediatamente. La habitación era tan sórdida que era mejor no verla".

"—Es la primera vez —me dijo entonces Gesa en voz baja.
Debió de intuir mi asombro porque me tomó de la mano y me acompañó a la cama.
Después de aquello, nos hicimos todavía más inseparables. París en primavera es tan dulce para los enamorados como dicen todas las baladas sentimentales y recorrimos la ciudad cogidos de la mano… hasta que, como todas las cosas buenas de la vida, nuestro idilio primaveral tuvo que terminar".

"Una noche me telefoneó muy angustiada desde su hotel —algo relacionado con la aventura, pensé—. Dije que iría enseguida. Al llegar, me la encontré llorando y traté de consolarla lo mejor que pude —la abracé y le dije que se animara—. Pensé que un cambio de ambiente le podría ser útil, la acomodé en el asiento trasero de mi moto Peugeot y la llevé a mi casa. Estuvimos hablando hasta muy entrada la noche y percibí un asomo de afecto en su actitud para conmigo. Al final, le sugerí sin demasiadas esperanzas que nos acostáramos juntos.
Ella se negó. Puesto que ya me lo esperaba, procuré no mostrarme ofendido y no hacer nada que pudiera comprometer algún futuro cambio de idea. Me ofrecí a acompañarla de nuevo al hotel. Era una hermosa noche de cielo estrellado y decidimos ir a pie. En determinado momento, nos detuvimos para hablar. 
Ella debió de observar la profunda decepción que reflejaban mis ojos porque, de repente, me dijo:
Volvamos a tu casa.
Una vez en mi habitación, se desnudó y se metió en la cama… así, por las buenas".

"Roustang nos llevó a tomar unas copas con Jean Louis Trintignant, el principal protagonista masculino de la película. Por debajo de toda la ceremoniosa politesse francesa y las corteses palabras de bienvenida, pude advertir que ocurría algo.
Empecé a comprender la verdad cuando Samuel se apartó conmigo.
—¿No me dijo usted que hablaba francés?
—No.
—Sí lo hizo…, me dijo: «Elle parle bien».
—Lo que yo dije fue: «Elle parle rien».
—¡Ah!".

"Un día, cuando volvíamos de rodar, nos recibieron con la noticia de que Andrzej Munk había muerto. No pude soportar la idea de no volver a verle jamás; era mi primera confrontación desde hacía mucho tiempo con la trágica y repentina desaparición de una persona muy allegada. Nos dijeron que un camión había chocado de frente con el pequeño Fiat negro de Munk en la carretera Varsovia-Lodz. Tal como él hubiera deseado, aquella noche brindamos por su memoria en la taberna, recordando anécdotas suyas, sus innumerables bromas y su desaforado sentido del humor. Kuba Goldberg, que ya no pudo resistirlo por más tiempo, se fue a llorar al lavabo. Abrumado también por la emoción, me reuní con él.
Entró un policía a orinar y, al vernos, preguntó:
—Pero, bueno, ¿qué es lo que pasa aquí?
Kuba le espetó bruscamente entre sollozos:
—¿Por qué no se larga y nos deja en paz?
El policía le arrestó inmediatamente por «insultos a un representante del Estado».
Traté de intervenir y entonces me arrestó también a mí. Pasamos la noche en calabozos separados".

"Una noche, tras haber pedido conferencia desde un restaurante, conseguí localizarla.
Me habló en un tono extraño, más turbada que arrepentida.
—¿No has recibido mi carta? —me preguntó.
Contesté que no.
Dijo que me había escrito una larga misiva, «explicando cosas». Hizo una pausa y después añadió:
—No es una carta agradable".

"Laskowski organizó una fiesta de despedida en su casa. Allí conocí a una atractiva modelo de alta costura llamada Renata.
—No pierdas el tiempo con ella —me aconsejó Laskowski—, no vas a sacar nada.
Me tomé inmediatamente aquel comentario como un desafío. Salí con Renata al balcón y ambos estuvimos contemplando las farolas de la calle mientras conversábamos durante un rato que a mí se me antojó una eternidad. 
Observé que estaba interesada y me llené de júbilo. Mi júbilo debió de ser contagioso, porque enseguida subimos al tejado por la escalera de incendios e hicimos el amor en medio de un ventarrón de otoño".

"Dejaba una prisión para irme a otra".

"A medida que nos íbamos emborrachando, la conversación adquirió un sesgo más mundano y empezaron a sentarse a nuestra mesa una legión de mujeres, pidiendo bebidas sin parar. No sé al final qué ocurrió con los demás, pero yo me encontré solo con una chica muy atractiva que parecía estar locamente enamorada de mí. Por suerte, Taub me había prestado un poco de dinero, porque mi  acompañante tenía una sed inextinguible de champán. Mientras estaba pagando la cuenta, desapareció. Y no supe más de ella".

"Me sentía muy agotado y le dije que condujera él. Me contestó que no sabía.
Le recordé que en El final de la noche conducía un camión.
—Aquello era una película —replicó, pero por fin accedió a regañadientes a sentarse al volante—. ¿Cuál de ellos es el freno? —preguntó.
Decidí conducir yo".

"Encontré a un abogado a través de Lola Mouloudji y concerté una cita con Barbara a la puerta de su despacho, situado justo enfrente del parque Monceau, cuajado completamente de flores. La esperé en la acera, tan destrozado que el solo hecho de entrar en un café hubiera sido una extravagancia. 
Barbara no apareció y, tras pasarme una hora paseando arriba y abajo, llamé al apartamento de Boehm. Ella misma contestó al teléfono. Me quedé pasmado. ¿Cómo podía ser tan desconsiderada? ¿Acaso lo había olvidado?
Su respuesta fue muy desapasionada.
—He pensado que sería mejor no volver a vernos más.
Y entonces ocurrió una cosa muy rara. Fue como si se hubiera roto algún lazo invisible. Me sentí ingrávido, libre como un pájaro. Esto es París, me dije. Tengo talento, amigos y toda una vida por delante. Abandoné la cabina telefónica y eché a andar calle abajo, silbando una melodía, en paz conmigo mismo y con el mundo".

"—Mi pobre muchacho —me dijo con tristeza—, no te alegres demasiado, tu película va a ser un fracaso comercial, Braunberger no se ha gastado ni un céntimo en la promoción. No aprecia el valor de la publicidad.
Me quedé boquiabierto de asombro y dije que iría a verle enseguida, pero Siritzky sacudió la cabeza.
—Ahora ya es demasiado tarde. Recuérdalo siempre, una película es como una cerilla…, solo se puede encender una vez".

"Al cabo de un rato, la chica le hizo a Gérard una extraña confesión:
—Hay algo que usted debe saber de mí —dijo—. Tengo una cicatriz en una mejilla. Sufrí una grave quemadura.
—Pues también hay algo que usted debe saber acerca de mí —replicó Gérard.
—Que es bajito —dijo ella sin más".

"Un día apareció Gesa, mi antiguo amor, por los estudios. Trabajaba como reportera en la revista de modas alemana Brigitte y, aunque ya no era la dulce ingenua que recordaba, seguía siendo muy atractiva. Recordando nuestro idilio en París con nostálgica ternura, di por sentado que íbamos a reanudar nuestras relaciones. Me sentí decepcionado y molesto cuando, tras cenar en el Ad Lib, ella me pidió que la acompañara a su hotel. Así lo hice, y cuando apenas llevaba en mi casa unos minutos, sonó el timbre de la puerta. Miré a través de las cortinas y vi a Gesa fuera. Permaneció allí un buen rato, llamando a intervalos, hasta que, al final, se dio por vencida. Más tarde, me envió una nota lamentando nuestra obstinación: la suya al no querer regresar conmigo y la mía al negarme a abrir la puerta, «porque vi cómo danzaban tus cortinas», me escribió".

"—Primero viene el amor —dije en voz alta.
Por encima de mi pulgar apareció suspendido en el aire un cuadrado lleno de signos del tarot y del zodíaco.
Levanté el dedo índice.
—Después viene el sexo".

"Ambos experimentamos accesos de angustia y tristeza y nos echamos a llorar sin que el dolor nos sirviera de nexo de unión. Llorábamos en solitario, sin abrazarnos el uno al otro".

"Durante el vuelo, pensé en Sharon. Lo que más me impresionaba en ella, aparte de su excepcional belleza, era aquella especie de resplandor que suele emanar de un temperamento dulce y bondadoso; tenía algunas evidentes inhibiciones de tipo emocional y, sin embargo, parecía una mujer completamente liberada. 
Jamás había conocido a nadie como ella".

"La llamé unos días más tarde y concertamos una cita, pero me dejó plantado.
Concertamos otra y volvió a hacer lo mismo. La llamé de nuevo. Dijo que le encantaría cenar conmigo, pero que no podía dejar a su instructora de diálogo. No me dijo por qué. Pensé que me estaba tomando el pelo.
—Oye, Sharon —le dije muy tranquilo—, ¿por qué no te vas al carajo?
Más tarde me confesó que aquel brusco desaire fue lo que de veras la indujo a interesarse por mí".

"Sharon se mudó a vivir conmigo cuando todavía estábamos rodando en Elstree. Fue un proceso gradual que coincidió con el número cada vez mayor de horas que pasábamos juntos. Poco a poco, sus prendas de vestir empezaron a acumularse en el armario de mi dormitorio, y ella me sugirió entonces unas relaciones semipermanentes.
—No te preocupes —me dijo—, no te voy a devorar como hacen algunas señoras.
Sabiendo el pánico que me causaban las mujeres posesivas, quiso dejar bien claro de mil maneras que comprendía mi estilo de vida y no tenía intención de entorpecerlo. Nadie me había ofrecido jamás unas seguridades semejantes".

"La escena de El baile de los vampiros en la que Sharon aparece desnuda en la bañera —uno de cuyos fotogramas se eligió para el reportaje gráfico de Playboy— fue el tema de uno de los muchos memorandos que Filmways me envió. Ben Kadish me escribió: «No sería sincero si pasara por alto el hecho de que, en esta escena, a Sharon Tate se le nota un imperceptible bigote. Convendría que la volviera a rodar».
Yo le contesté: «Te vas a alarmar todavía más cuando te diga que le están creciendo también un par de pelotas»".

"Fue entonces cuando el matrimonio de Gene Gutowski y Judy empezó a desintegrarse. Uno de sus motivos de discordia era la aventura amorosa que Judy había tenido con un pintoresco personaje de Broadway llamado Hilly Elkins. Ambos vivían con nosotros y se respiraba en la casa una atmósfera muy cargada. Ya estábamos acostumbrados a sus peleas, seguidas de largas y apasionadas reconciliaciones, pero hubiera deseado que decidieran de una vez si hacer las paces o separarse. Un día, mientras me encontraba en el salón en compañía de Tony Curtis, el rumor de otra encarnizada batalla vino a turbar nuestra paz. Tony se puso un poco nervioso.
—Convendría que fueras a calmarles.
—Ocurre constantemente —contesté con la mayor indiferencia.
—Puede que sí —dijo él—, pero es que esta vez Gene está subiendo al piso de arriba perseguido por Judy.
—¿Y qué?
—Pues que ella lleva un cuchillo de cocina enorme.
Conseguí separarles, pero al día siguiente Gene salió y se compró un revólver automático".

"Tenía que irme a Londres para dar los últimos retoques a La semilla del diablo, básicamente intercalar algunas voces de Mia, que ya estaba trabajando allí en otra película. Recordé que mi estancia en Londres coincidiría con el cumpleaños de Victor Lownes. Sharon y yo lo comentamos con Gene Gutowski. ¿Qué se le podía regalar a un hombre como Victor?
—Lo tiene todo menos un falo de oro —contestó Gene.
—Pues muy bien —dije—, eso es lo que le vamos a regalar.
Sharon conocía a un joyero de Hollywood llamado Marvin Himes y le llamó enseguida.
—Marvin —le dijo—, ¿tienes un pito de oro?
Él creyó que se refería a un silbato.
—No —dijo ella—, quiero decir un miembro viril.
—¿Para colgar de una cadena?
—De tamaño natural.
La respuesta de Marvin fue espectacular.
—Si me proporcionas el modelo, te lo podemos hacer".

"Una vez me pidió que le definiera a mi mujer ideal.
—Eres tú —le dije.
—¡Vamos! —exclamó, echándose a reír.
—En serio —insistí.
—¿Qué te gustaría que fuera y no soy?
—Nada —contesté con absoluta sinceridad—. No te querría distinta en ningún sentido".

"Como para recordarme que todos los horizontes, por esplendorosos que sean, siempre ocultan alguna nube, recibí una afligida llamada de Wojtek Frykowski desde Los Ángeles. Les habíamos pedido a él y a su amiga Abigail Folger que cuidaran de la casa de Cielo Drive en nuestra ausencia. Tras su salida de Polonia, Wojtek había llevado una existencia errante en París y Nueva York, donde Jerzy Kosinski le presentó a Abigail. Posteriormente ambos se trasladaron al oeste porque Wojtek deseaba abrirse camino en el cine. Era un hombre muy viril y atractivo, pero carecía de talento para triunfar. Yo pensaba darle algún papel en El día del delfín —algo que le permitiera lucir sus habilidades acuáticas—, pero Wojtek seguía siendo tan propenso a los accidentes como siempre. Aquella llamada telefónica me lo acababa de confirmar: mientras aparcaba el automóvil, se las apañó para atropellar a Doctor Saperstein.
Aquel perro era un miembro de nuestra familia, casi como un hijo. Tuve un disgusto tremendo y me aterraba la idea de tener que darle la noticia a Sharon. Lo consulté con Victor Lownes.
—Primero —me dijo él—, cómprale otro perro".

"Aquella despedida tuvo más emoción que otras y, al final, se nos llenaron los ojos de lágrimas.
—Bueno, vete ya —me dijo Sharon bruscamente.
Bajamos hasta la salida principal, donde me abrazó comprimiendo con fuerza su vientre contra mí, como jamás había hecho, como si quisiera recordarme al niño.
Mientras la besaba y abrazaba, un extraño pensamiento cruzó por mi mente: nunca más volverás a verla. Si no hubiera sucedido nada, posiblemente habría olvidado aquella premonición; pero ahora la conservo como un recuerdo indeleble".

"La muerte de Sharon es la única divisoria importante en mi vida. 
Antes de que ella muriera, yo navegaba por unos serenos e ilimitados mares de optimismo y esperanzas. Ahora, siempre que me divierto, me siento culpable".

"—Bueno —le dije—, me parece que ya está bien.
—Tienes mucha razón —contestó él con una sonrisa—, ya nos hemos divertido bastante.
Aquella noche, sin embargo, tras beberse un par de copas de vino, dijo con aire inocente:
—Vamos a ver qué hace Simon.
Resultado: le sacamos de la cama y nos fuimos de parranda por quinta noche consecutiva. Estaba tan agotado a causa de la falta de sueño que no podía tenerme en pie. Llevábamos casi una semana en París y Warren aún no había leído ni una sola página del libro.
—Mierda —le dije—, ya estoy harto.
Y me fui a pasar un par de días a Londres. El teléfono de mi casa-caballeriza sonó antes de que me despertara a la mañana siguiente. Era Warren.
—No pienso aparecer en pelotas —dijo—. Es un prejuicio que tengo. ¿De cuánto me dijiste que era el presupuesto?".

"Le pregunté cuándo había empezado a mantener relaciones sexuales.
—A los ocho años.
Me quedé de una pieza. La miré, pensando que no hablaba en serio, pero vi que efectivamente lo había dicho en serio.
—¿Con quién?
—Con un niño de mi calle —contestó—. A esta edad, ni te enteras de lo que ocurre.
Hablaba con absoluta indiferencia, como si la cosa no tuviera la menor importancia".

"Estábamos a punto de salir a la calle por la puerta principal cuando un hombre con una camisa deportiva se me acercó, mostrándome una placa.
—¿Señor Polanski? —dijo en voz baja—. Pertenezco al departamento de policía de Los Ángeles. ¿Podemos hablar? Tengo una orden de arresto contra usted".

"El sargento del escritorio me dijo:
—Pero ¿quién demonios se ha creído usted que es, violando a la gente por ahí?".

"Aparte de las visitas de unos clérigos y un rabino, fui entrevistado por dos psiquiatras y una psicóloga, cumpliéndose de este modo la finalidad de mi encierro.
La psicóloga me sometió a toda una serie de test escritos en los que podía elegir entre varias respuestas. Me dio también dos hojas de papel y me pidió que dibujara a un hombre y una mujer. Había asistido en la Escuela de Bellas Artes de Cracovia a tantas clases de dibujo del natural que la costumbre me impulsó a representarlos desnudos.
—¡Mierda! —exclamó Doug Dalton cuando se lo comenté.
—¿Y qué querías que hiciera? —le pregunté—. ¿Ponerles unas hojas de parra?".

"—¡Es demasiado larga! —gritó. Todo el mundo enmudeció repentinamente—.¡Es demasiado larga! —repitió con toda la fuerza de sus pulmones—. ¡Hay que eliminar una hora y tiene que estrenarse el treinta y uno de octubre! —Fui a decir algo, pero él me lo impidió—. ¡Yo no soy más que el hombre del dinero, pero el hombre del dinero dice que es cochinamente larga!".

"Mi trabajo, mis fantasías han nacido sobre todo de un deseo de complacer, divertir, sorprender o hacer reír a la gente. Me gusta hacer el payaso, exhibiéndome por ahí sobre el escenario del mundo. Es más, si pudiera volver a empezar, preferiría ser actor que director.
Sin embargo, tan absurdo es arrepentirse del pasado como hacer planes para el futuro".

"Mi padre siempre me ha reprochado que sea un derrochador y no sepa organizar mi vida. No lamento las elevadas sumas de dinero que he malgastado. Me repugna la idea de tener que morirme con una saneada cuenta bancaria; la vida —y el dinero— están ahí para que gocemos de ellos".

"No obstante, desde que murió Sharon y a pesar de todas las apariencias, he disfrutado de la vida de manera incompleta".

"En consecuencia, no me arrepiento de nada de lo que ha ocurrido en el camino.
Por paradójico que pueda parecer, si los acontecimientos de mi existencia no hubiesen sucedido tal como lo han hecho, hoy no tendría a mi familia ni disfrutaría de la vida que llevamos juntos. Tendría otra cosa, y no quiero otra cosa.
No pienso renunciar a eso por cambiar el pasado".





ROMAN POLANSKI
París, 15 de noviembre de 2015.

viernes, 22 de noviembre de 2019

Citas: Querido nadie - Berlie Doherty


"Es posible que todos deseemos cruzar el horizonte, entrar en el espacio quizá, llegar a un territorio desconocido y, allí, encontrarnos a nosotros mismos. Este libro es una especie de viaje, pero todavía no sé dónde va a terminar".

"Hoy, 2 de octubre, empiezo a escribir y es como abrir una puerta al pasado".

"Cuando miré el paquete reconocí enseguida la letra. Era de Helen. Recordé la última vez que nos vimos; la expresión de su rostro entonces, mi sufrimiento. Abrí el paquete y lo vacié encima de la cama. Sólo había un montón de cartas. Las cogí una por una, sin entender qué significaba aquello. Todas empezaban igual:

Querido Nadie.
Me senté y una creciente sensación de angustia se apoderó de mí. Ella y yo fuimos una vez las personas más importantes de nuestro mundo".

"Ella miró a otro lado con una chispa de risa en los ojos y se levantó para ayudar a su madre a descargar detergentes y zumo de pomelo no azucarado.
Yo la observaba mientras colocaba cosas en un armario debajo de la pila.
Podía verla reflejada en la ventana, dos Helen que se juntaban y separaban cuando se movía hacia atrás o hacia delante, de la mesa al fregadero. Yo quería que se diese la vuelta y me sonriera. Sabía que yo la estaba mirando, lo mismo que yo sabía que estaba en medio de sus pensamientos".

"Llamé a Helen en cuanto tuve ocasión. Sólo quería oír su voz. Estaba de pie en el vestíbulo, sonriendo sin decir nada, seguro de que ella también sonreía al otro extremo del teléfono.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté.
—Sonreír.
—Lo sabía.
—¿Y qué estás haciendo tú?
—Sonreír también".

"Me quedé escuchando el zumbido del teléfono e imaginé que Helen subía aquellas escaleras verde musgo hasta su habitación, corría las cortinas y quizá se paraba a mirar cómo caía el agua nieve iluminada por las farolas de la calle.
Eres tan dulce. Tan suave —murmuré al colgar el teléfono.
—Gracias —dijo mi padre, que bajaba las escaleras a mis espaldas—. Creía que no lo habías notado".

"—¡Qué raro! —dijo, papá—. Yo no supe cuánto quería a tu madre hasta
que me dijo que me dejaba. Pensarás que debería odiarla, y así fue más tarde.
A nadie le gusta ser rechazado, ¿sabes? La odié porque no me quería. Y la odié porque estaba separando a una familia".

"Si hubiera muerto, yo lo habría superado mejor. Hay manera de enfrentarse a la muerte. Hay funerales y flores y llanto. Hubiera sido terrible, pero yo habría sabido con absoluta certeza que se había ido para siempre y que no volvería a verla, y de alguna forma habría continuado con mi vida y
con vosotros. Pero mientras alguien está vivo, siempre hay una posibilidad de que regrese y nunca puedes desvincularte por completo. Yo quería que volviese, a pesar de lo mucho que la odiaba por haberse ido".

"—Uno cree que es el único al que le ha sucedido eso, hasta que entra en el bar y habla de ello. Entonces, uno se pregunta: ¿y esto es amor? Yo no sé qué es el amor. Una trampa para conservar la especie humana, eso es lo que es".

"Llevé la carta en el bolsillo unos cuantos días y, por fin, Helen la echó al buzón de correos. Después de un par de semanas, dejé de esperar respuesta. A fin de cuentas, yo no era nada para mi madre. Era una mota de polvo, y me habían echado de un soplo".

"—Tengo que decirte algo —empecé muy decidido.
Ella se había puesto a dar vueltas, se apartaba de mí y volvía otra vez.
—Y yo tengo que decirte algo a ti —me contestó—. La tutora de sexto quiere que me examine de danza. ¡Hasta ahora nadie lo ha hecho en nuestro instituto!
Seguía dando vueltas, excitada como un niño pequeño, y yo me contagié y empecé a bailar igual que ella, como si sólo tuviera piernas y unos codos que empujaban por todas partes. Me reía y ella se reía conmigo.
—¿Qué querías decirme? —me gritó.
—Lo he olvidado. No sería importante.
Recuerdo que me aparté el pelo de los ojos y le sonreí, con ganas de broma. Me callaría. Tenía la sensación de que habría muchas ocasiones para decirlo. Además, de momento, no sabía si podría pronunciar las palabras sin sonrojarme.
—¿Cuántas palabras eran, Chris? —me preguntó tranquilamente Helen.
—Dos —dije yo.
Y ella se rió de mí y dijo:
—Yo también dos, Chris".

"—Helen, ¿qué pasa?
Y entonces ella contestó con una voz hueca, asustada, cansada, que difícilmente hubiera reconocido como la suya y que no olvidaré en mi vida".

"Querido Nadie:

En el cuarto de baño de casa hay un grifo que no cierra bien. Necesita una nueva válvula, eso es todo, según dice mamá. Unas veces no se oye y otras tiene a uno despierto toda la noche con su monótono e insistente tap, tap tap.
Así me siento yo contigo.
Es como oír el latido de mi propio corazón y no ser capaz de pararlo.
Como pisadas en la oscuridad.
No sé siquiera si estás ahí.
Pero la idea de que puedas estar es como un tap, tap, tap, que no desaparece de día ni de noche, de día y de noche ahora, monótono, lento e insistente como el latido de un pulso que no se detiene, como un reloj que nunca apaga su tictac".

"—No quiero que entres —dijo.
—No, no quiero entrar. Pero tampoco quiero separarme de ti".

"Es sorprendente lo que uno puede llegar a creer si de verdad quiere creerlo".

"Y si estoy embarazada, qué, qué, qué.
Pasé un día espléndido con Chris, cuando creímos que todo podía ser una falsa alarma.
Pero todo sigue igual. Todo.
Un pequeño y horrible pulso late dentro de mí, muy dentro.
Vete, vete, vete.
No hay nadie ahí.
Por favor, no estés ahí".

"22 de marzo

Querido Nadie:

Hoy he traído a casa un test de embarazo. Esta mañana me encontraba mal otra vez. Tú eres un cultivo extraño dentro de mí. Eres una enfermedad. No quiero que existas".

"He sacado la varilla, y no tenía la punta coloreada. La tenía blanca. He leído las instrucciones otra vez. Si la punta está rosa, estás embarazada. Si está blanca no estás embarazada. No estoy embarazada. Tú no existes. No eres nadie".

"30 de marzo

Querido Nadie:

Anoche decidí lo que tenía que hacer. No te pido perdón por esto.
Después de todo, tú no me pediste permiso para instalarte en mí. Eres como esos sicomoros que siguen brotando, no se sabe de dónde, en nuestro jardín.
Mamá siempre los arranca.
—No os queremos aquí —dice.
Ahora sé bien lo que quiere decir".

"Querido Nadie: tú no lo pediste. Yo no tengo nada que darte. Nada. Lo siento con todo mi corazón".

"«Querida Nell», escribí. Las letras flotaban sobre el papel: «El bebé es también mío, es un huevecito, es la vida misma». No sabía lo que estaba escribiendo; a decir verdad, ni siquiera veía bien la hoja de papel.
«Doscientos millones de espermatozoides intentaron penetrar en ti, y sólo éste lo hizo. Nada en el mundo volverá a ser igual, nunca, nunca. Es único. Soy yo en ti, Helen, y tú en mí. Por favor, no lo destruyas. Yo te amo, hagas lo que hagas»".

"Chris fue uno de los últimos en salir. Tenía aspecto de haber pasado la noche en vela. Iba solo, con la cartera colgada al hombro, y caminaba como ausente. Si no le hubiera llamado, habría pasado de largo. Se puso pálido al verme. Fui hacia él y esperé a que dejara la cartera en el suelo. Y cuando me abrazó se lo dije. 
Pequeño Nadie. Ahora no quiero separarme de ti".

"—¡No me reconozco! —dijo riendo—. Parece de otra vida. Aunque en aquellos días yo era el dueño del mundo. Como tú ahora, Chris.
Yo cerré los ojos.
—Pero tú tienes más oportunidades de las que yo tuve nunca —continuó papá.Me sentía incapaz de alejarme de su voz.
—Aprovéchalas. Nunca se puede volver a empezar".

"—El problema no va a desaparecer, ya lo sabes —me decía—. Será cada vez más grave. Y cuanto más tiempo lo dejes, peor".

"—El lenguaje es poder —solía decir—. La literatura es amor. Y la poesía es el alimento del alma".

"—El tiempo lo curará —dijo mi madre".

"Helen tiene razón: no estoy preparado para ti ni para ella. No estoy todavía preparado para mí mismo".





Berlie Doherty

domingo, 17 de noviembre de 2019

Citas: Anatomía de las distancias cortas - Marta Orriols


Princesa:

"Una nota agria ha quedado sostenida en el aire como el preludio de la melodía que la acompaña cada vez que baja al infierno: Princesa. Princesa. Princesa".

"Se aparta el pelo de la cara, debatiéndose con furia hasta conseguir que ningún rizo le tape los ojos. Se escurre por la boca del metro y de pronto las escaleras se suceden sin fin. La pendiente la invita a la oscuridad, escabrosa, como cada una de las veces que se adentra en ella desde que ha perdido un poco de sí misma".

"Dos minutos para el próximo tren. Solo un par de almas perdidas esperan como ella bajo tierra".

Kind of Blue:

"La brisa, como si de una inspectora se tratara, revisaba cada rincón del comedor bellamente dispuesto para la cena. No había nadie y, visto así, los objetos adoptaban una presencia casi humana con esa quietud imponente solo turbada por el movimiento volátil de las cortinas".

Sísifo en la novena planta:

"—Sabía que al final un día me llamarías. ¿Qué pasa? ¿Qué es de tu vida?
Marc le hace un gesto con la cabeza para que entre y ella mira el piso, estupefacta. Hace una pompa de chicle.
—La madre que te parió, Marc. Aquí no debes de tener problemas de humedades, cabrón".

"—¡Marc, pst, Marc! —Va hacia ella con los hombros encogidos, turbado—. Marc, abajo en recepción hay una señora que pregunta por ti. Dice que es tu abuela.
(...)
—Ahora esperarás aquí sin moverte. Di que no te moverás, yaya.
—No te moverás, yaya. —Ríe su propia broma, pizpireta.
—¡Yaya, por favor! Espérame aquí, no tardaré, ¿de acuerdo? —La deja sentada, con las medias de nailon que le caen por las delicadas piernecillas. 
Marc corre hacia el ascensor con un nudo en el estómago. De nuevo la quietud. Se muerde las uñas mientras el ascensor asciende. El aviso sonoro, las puertas, la moqueta, la mirada inquisitiva de Fernández, la sonrisa maliciosa de la heroína de cómic manga con superpoderes cuando se cruzan por el pasillo, y finalmente Elisenda, que le barra el paso cargada con unos archivos.
—Me avisan de recepción. —Mira hacia los lados para asegurarse de que nadie la oye—. Es tu abuela… Pregunta por ti, está alterada.
(...)
—Señoras, señores, disculpen. Les presento a mi abuela. —Ella se quita la boina de lana rosa y hace una leve reverencia—. No nos molestará, descuiden. Si me permiten, podemos continuar.

El anuncio del ascenso de Marc no llega y, a pesar de que la reunión culmina con éxito, ya no llegará. Tendrá que volver a empezar de cero. Sentado en la silla del que ya no es su despacho, observa a Angelina de espaldas, con su boina de lana rosa, que contempla embelesada el mar y tararea su melodía con una voz casi imperceptible, casi como si le contara aquel cuento antes dormir".

La buena nueva:

"—¿Crees que podemos vernos algún día? ¿Podemos quedar? Tampoco estuvo tan mal, ¿no?
Marta no dice nada y sigue andando.
—¡Marta!
Se detiene, furiosa.
—Nico, tengo mucho trabajo. No debería haberte contado nada, ha sido un error.
—Pero los errores nunca pasan porque sí".

Ficción:

Él deja caer la mano por dentro de la blusa hasta rozarle el sujetador. Se miran de reojo y se sonríen. Quizá hagan el amor, hoy —es probable, piensa Ariadna, porque es viernes y no hay excusas—, y además hace semanas que los dos están muy cansados y se duermen mientras deciden en silencio quién dará el primer paso de tocar al otro y poner en marcha unas intenciones vagas".

"Acabarán letárgicos, tendidos con piernas y brazos que ya conocen el camino de regreso.
El amor, el sexo, el hambre, el sueño.
Lejos, allá afuera, la luna infinita embellece la ciudad como un fotograma incapaz de abarcar tanta realidad".





Marta Orriols

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Citas: Atentado - Amélie Nothomb


"La primera vez que me vi en un espejo, me reí: no creía que fuese yo.
Ahora, cuando contemplo mi imagen, me río: sé que soy yo. Tanta fealdad tiene cierta gracia".

"Debía de tener seis años el día en que un chaval, en el patio, me gritó: «¡Quasimodo!». Locos de alegría, los niños corearon: «¡Quasimodo! ¡Quasimodo!».

Sin embargo, ninguno de ellos había oído nunca hablar de Victor Hugo.
Pero el nombre de Quasimodo resultaba tan adecuado para mí que bastaba oírlo para comprender.
Ya no me llamaron de otro modo".

"Respecto a la belleza, hay una cuestión poco clara: todo el mundo está de acuerdo en decir que el aspecto exterior tiene poca importancia, que lo que cuenta es el alma, etc. En cambio, se sigue encumbrando a las stars de la apariencia y relegando al pozo del olvido a caras como la mía.
O sea: la gente miente. Me pregunto si miente a conciencia. Eso es lo que me crispa: la idea de que la gente mienta sin saberlo".

"Por consiguiente, me visto demasiado holgadamente: así, parezco esquelético, lo que no me repugna. Algunas personas bien intencionadas se empeñan en aconsejarme:
—Debería usted alimentarse más.
—¿Por qué? ¿Quiere que mi fealdad ocupe más espacio?
No me gusta que se preocupen por mí".

"—¡Este niño tiene la lepra!
—No, señora, es acné".

"—¿Estás enamorada actualmente?
—No.
—¿Por qué?
—Nadie me incita a estarlo.
—¿Lo echas de menos?
—No. El amor crea problemas".

"—¡Qué hermosa eres! —No podía evitar exclamar de vez en cuando.
Ella sonreía, como si le gustara oírlo.
Esa reacción de Ethel me trastornó tanto que me creí autorizado a decirles lo mismo a otras mujeres bonitas. Lo que me valió miradas ultrajantes, muecas de enojo o frases tan gratas como «¡Vaya tipo más estúpido!».
A una beldad, que acababa de reprenderme con aspereza, le pregunté:
—¡Un momento! Me he dirigido a usted con galantería, sin un ápice de obscenidad, y sin segundas intenciones. ¿Por qué me agrede?
—¡Lo sabe de sobra!
—¿Porque soy feo? ¿Hay alguna ley por la que la fealdad me impida tener buen gusto?
—No, no hay ninguna ley que se lo impida. La fealdad no tiene nada que ver.
—Pues, ¿por qué se ha molestado?
—Decirle a una mujer que es hermosa equivale a llamarla tonta.
Me quedé anonadado; reaccioné y repuse:
—En tal caso, es cierto: es usted tonta, y lo confirma.
Recibí una bofetada.
Lo comenté con Ethel.
—Si te digo que eres hermosa, ¿crees que estoy diciendo que eres tonta?
—No. ¿Por qué?".

"—A mí me gusta la belleza.
—Tú eres especial.
—A todo el mundo le gusta lo bello.
—Te aseguro que no es cierto.
Empezaba a ponerme nervioso:
—¡Reconoce, al menos, que no hubieras preferido ser fea!".

"Epiphane Otos
nacido en 1967
experiencia: lecturas, salas oscuras".

"—No es una broma.
—¿Se ha mirado alguna vez en un espejo?
—¿Creen ustedes que me hubiera presentado aquí sin tener pleno conocimiento de la configuración de mis rasgos?".

"—¿Y a qué esperas? ¿Prefieres a los hombres?
Solté una carcajada.
—¿Crees que tengo un físico gay?
—Tu físico, querido Quasimodo, no es apto ni para gays ni para heteros".

"—No comprendo tu manera de razonar.
—Con alguien tienes que acostarte, ¿no?
—No. ¿Por qué?
—Todo el mundo folla.
—Yo no.
—¿Lo has hecho alguna vez, al menos?
—No.
Ante mi respuesta, escupió su jengibre confitado.
—¿Qué? ¿Eres virgen?
—Sí.
—¿A los veintinueve años? ¿Desde cuándo amas a esa chica?
—Hace seis meses.
—Y, antes de ella, ¿amabas a alguien?
—No.
—¿Qué te impedía follar?
—No lo tengo muy claro.
—¿Por qué las chicas no querían saber nada de ti?
—No tengo la menor idea, no les proponía nada.
—¿Y nunca has ido con una puta?
—No.
—¿Te lo impide tu religión?
—No tengo religión.
—¡Hay que hacer algo, Quasimodo! No puedes seguir siendo virgen".

"—¿No deberías ver a un médico?
—No. Es mi alma la que está enferma.
—Eso no te impide ir al médico".

"—La noche de ayer, la temperatura era idéntica a la de hoy, y le pareció bien, señor.
—Estaba agotado. El cansancio da frío.
—Quizá el señor debería tomar un somnífero".





Amélie Nothomb