miércoles, 28 de agosto de 2019

Citas: ¿Qué tengo de malo? - María José Caro


Árbol de Navidad:

"Me veo siguiéndolos, vestida con aquel pijama de Gasparín que había deformado de tanto jalar hacia abajo. Tal vez intentando convertirme yo misma en un fantasma".

"La única vez que vi llorar a mi padre fue junto a tío Mario. Había bajado a la cocina por un vaso de agua y terminé espiándolos al pie de la escalera. Mi padre tenía los ojos hinchados y la camisa salpicada de alcohol. 
«Estamos jodidos, compadre. ¿Qué vamos hacer?», decía presionándose las sienes. 
Alzó la mirada en mi dirección y luego la devolvió al cenicero que tenía en  frente sin decir nada. Su llanto contenido se convirtió en descontrolado. Tal vez mi presencia había sido un detonante. Tal vez nos recordó a los cuatro juntos en un día feliz y cada uno de nosotros se volvió un sollozo en la composición de su llanto. Subí corriendo a mi cuarto y me escondí entre las sábanas hasta que mis lágrimas se convirtieron en una prolongación inevitable de las suyas".

"Mi abuela no sabía mentir. Había ocultado la fotografía de boda de mis padres detrás de un florero para no tener que observarla. Tal vez se sentía cómplice del plan fallido en que nos habíamos convertido. Al final, ella también era un personaje sonriente de la foto, un testigo que no logró identificar las señales".

A mitad de la noche:

"Mi madre llegaba tarde de la oficina y siempre traía dulces en la cartera.
Yo la llamaba por teléfono al regresar de clases: Mamá, cómprame algo.
«Macarena, hay galletas en la cocina», refunfuñaba, pero igual compraba chocolates. Se sentía culpable y no sabía cómo manejarlo. Lloraba y otras veces nos gritaba sin razón. Su angustia era tan profunda que se le pelaban las manos, se abrían llagas que permitían ver otras capas de piel, como  buscando llegar al centro de su dolor".

"Cuando mi madre regresaba del trabajo se acercaba a mi dormitorio, me daba un beso en la frente y revisaba mi agenda de tareas. Después se acercaba al cuarto de Sergio y le revisaba los cuadernos. En cuestión de minutos, volvía a mi habitación. Se asomaba sonriente porque en el universo de los padres, las buenas notas significan buenas vidas".

"Después se echaba a mi lado y veíamos una telenovela hasta que el sueño me vencía. A la mitad de la noche me despertaba. A pesar de las cucharadas de agua de azahar, me despertaba. Abría los ojos y huía al cuarto de mi madre.
Corría porque tenía miedo de que algo sucediera. Huía porque la noche es el inicio de grandes cambios".

"Cuando abrí los ojos el mundo era distinto. Nos cubría la noche y el parque estaba oscuro. Sin embargo, en medio del caos algo subsistía. Mi hermano seguía allí, con la mirada fija.
Camuflado en la penumbra, nos esperaba un auto del otro lado de la calle. Se trataba del Lada rojo de mamá y tenía las luces encendidas. Llevaba largo rato detenido allí. Mi madre no fue a buscarnos, simplemente esperó del otro lado de la pista a que estuviéramos listos para volver. Aguardó con las manos sujetas en el timón, el regreso de esos dos pedazos suyos que se desmoronaban en una fría banca".

Charcos:

"No tenía amigas en el colegio. Las niñas me observaban desde lejos y murmuraban acerca de mí como si conocieran hasta mi ADN".

"Además, me conocía demasiado bien; ella iba en mi movilidad.
Sabía todos los cuentos sobre mi padre. Mi padre: el paracaidista, el médico, el capitán de submarino, el mejor amigo de Fujimori. Camila no me sacaba los ojos de encima. Las mentiras siempre terminan por volvernos transparentes. Las mentiras nacen, crecen, se reproducen, pero nunca mueren".

Pasajeros:

"Héctor no era como mi abuelo materno. Me asustaba. Siempre hablaba de política, del poder salvador de los golpes de estado y de sus tiempos como piloto de caza. En una ocasión me hizo llorar contándome que en la guerra de 1941 habían comido hasta perro. Sin embargo, su muerte me enfadaba, la tenía atascada y no sabía cómo escupirla".

"Cada uno de mis tíos se encontraba acompañado de sus hijos. Dos de mis primos se habían enlazado a su madre de los brazos y la llevaban hacia el ataúd. Metros a la izquierda encontré a mi padre. Estaba sentado en una banca desierta, cerca de una máquina expendedora de café. A su costado había dos vasos a medio consumir y una cartera. Parecía perdido como un niño abandonado en medio de una avenida transitada. Llevaba un terno negro una corbata gris. Por mi culpa estaba solo".

"Le conté a mi padre del accidente. De mi confusión con la bolsa de plástico. Me dijo que seguramente había estado pensando en el abuelo Héctor y todo en mi cabeza se había mezclado. 
Que la vida se construía casi siempre a partir de malos entendidos".

Fiesta:

"Me acerqué a la mesa y cogí algunos dulces. Tomé una servilleta y coloqué un par de trufas para mi amiga. Fue entonces que sentí un toque en el hombro y una voz plagada de gallos me habló:
—¿Quieres bailar?
Era alto, llevaba puesto un polo verde. Sus ojos eran del mismo color.
Pero no era cualquier verde, era del tono de las uvas. Solté la servilleta y los dulces de mi amiga rodaron bajo la mesa.
—No te preocupes. Primero termina de comer —dijo sonriendo.
Tragué lo más rápido que pude y lo seguí a la pista".

"Adriana bailaba salsa con el chico de camisa a cuadros. Se miraban directo a los ojos. Lo hacían con tal fijación que podían transportar una manzana entre sus frentes".

"Me llevó hasta el centro de la pista de baile. Avanzábamos lento, yo no quería soltarlo. Era la primera vez que un chico me tomaba de la mano. 
Las chicas del salón me contemplaban como si presenciaran mi matrimonio. Miguel podía elegir a cualquiera, pero estaba conmigo. Pensé que al final de la fiesta me pediría mi teléfono. Que me llamaría y hablaríamos por horas mientras hacía zapping frente al televisor. Que a partir de esa noche empezaría a vivir la vida de otra persona".

Farallones:

"Macarena llevaba mi nombre con un orgullo que yo no conocía. Desde que la vi sentí la urgencia de tenerla cerca".

"—¿Algo que nadie sepa? De niña fui mentirosa compulsiva. Antes estaba en tu colegio. Me cambiaron a uno más pequeño. Uno que nadie conoce.
—¿Por qué mentías? —preguntó haciendo girar su vaso.
Yo solo quería mantener su atención. Firmar un contrato que no involucrara a nadie más".

Las palabras:

"Los «te quiero» de mi madre se materializaban en trazos sobre una hoja de papel. Las monjas me entregaban sus palabras en un sobre sellado durante el retiro espiritual al que nos llevaban una vez al año".

"La semana previa al retiro, el basurero junto a su escritorio se llenaba de mensajes fallidos. Nunca intenté leerlos. Lo sentía como una traición. Ella hablaba solamente cuando tenía algo que decir. Hablaba sobre hechos concretos, no divagaba. 
Pero, sobre todo, decía su verdad. No me maquillaba la vida".

"Mi madre tenía los ojos verdes y la piel muy blanca, yo era una suerte de remedo barato. Poseía sus gestos, pero no sus facciones".

"Mi madre era un libro cerrado, pero nosotros latíamos dentro con toda su fuerza".




María José Caro 

sábado, 24 de agosto de 2019

Citas: Lo bello y lo triste - Yasunari Kawabata


"Algunos años la emoción era violenta y dolorosa. A veces se sentía abrumado por la pesadumbre y los remordimientos. Aunque el sentimentalismo de los locutores lo repelía, el tañido de las campanas despertaba un eco en su corazón".

"La charla en idioma extranjero lo hacía sentirse más solitario. La butaca que giraba en el vagón panorámico volvió a su memoria. Era como si viera su propia soledad, que giraba y giraba dentro de su corazón".

"Por el espejo vio el rostro de Otoko que se aproximaba al suyo.
Deslumbrado por su belleza fresca y punzante, se volvió hacia ella. 
Ella rozó su hombro, sepultó el rostro en su pecho y dijo:
—Te amo".

"¿Qué eran los recuerdos? ¿Qué era ese pasado que él recordaba con tanta nitidez?
Cuando Otoko se trasladó a Kioto con su madre, Oki tuvo la seguridad de que su relación había terminado. ¿Pero había terminado realmente? No podía evitar el dolor de saber que había arruinado la vida de aquella mujer, que posiblemente la había privado de toda oportunidad de ser feliz. ¿Pero qué habría pensado ella de él en todos esos años de soledad?".

"Todo lo que pudo hacer Oki fue agradecerle las molestias que se había tomado.
¡Pero eso de esperarlo con dos geishas, además de la discípula! Ni siquiera podría aludir al pasado compartido o permitir que sus miradas lo delataran. 
La llamada telefónica del día anterior debía de haberla turbado y preocupado tanto que había decidido invitar a las geishas. ¿Sería aquella resistencia a permanecer a solas con él un indicio de sus sentimientos?".

"—Nunca sospeché que escucharía las campanas en esta compañía —comentó Oki.
—Pensé que resultaría más grato con gente joven. Uno se siente solitario cuando suenan las campanas y sabe que ha envejecido un año más".

"—No me pareció bien explayarme sobre tus celos —explicó Oki.
—¡Lo que ocurre es que no puedes escribir sobre alguien a quien no amas, sobre alguien a quien incluso odias! Mientras escribo a máquina no ceso de preguntarme por qué no te dejé marchar.
—Estás diciendo disparates.
—Hablo muy en serio. El retenerte fue un crimen. Es probable que me arrepienta por el resto de mi existencia".

"—En ese caso podría ser que ella y Otoko fueran amantes.
—¿Amantes?
Había sorprendido a Fumiko con la guardia baja.
—¿Crees que pueden ser amantes?
—No sé. Pero no me sorprendería que fuesen lesbianas. Viven juntas en un antiguo templo de Kioto y, por lo visto, ambas son demencialmente apasionadas".

"—Quiero que tú me pintes.
—Me encantaría hacerlo, si pudiera —repitió Otoko.
—Es posible que tu cariño por mí se haya enfriado… ¿o es que me temes? —La voz de Keiko se había hecho cortante.
—Un hombre estaría encantado de pintarme. Aun al desnudo".

"—¿Tanto lo aprecias todavía? —exclamó Keiko en tono áspero también—. ¿Aunque yo diga que te voy a vengar?
—No es aprecio.
—Entonces es… amor.
—Quizá".

"—Ahora siento tu perfume.
—¿Mi perfume?
—El olor a mujer.
—¿Sí? Es por el calor… Lo siento.
—No se trata de eso. Me refiero al aroma grato de la mujer. Se refería al aroma que surge naturalmente de la piel de una mujer que yace en brazos de un amante. Toda mujer lo tiene, hasta las adolescentes. No sólo excita al hombre sino que le da confianza y lo gratifica. La disposición de una mujer a rendirse parece emanar de todo su cuerpo".

"—¡El hombre es la medicina que da vida a la mujer! Todas las mujeres tienen que consumirla".

"El tiempo pasó. Pero el tiempo se divide en muchas corrientes. Como en un río, hay una corriente central rápida en algunos sectores y lenta, hasta inmóvil, en otros.
El tiempo cósmico es igual para todos, pero el tiempo humano difiere con cada persona. El tiempo corre de la misma manera para todos los seres humanos; pero todo ser humano flota de distinta manera en el tiempo".

"—¿Por qué me miras así?
En un gesto de pudor, Keiko extendió la mano para evitar su mirada. El apoyó suavemente su palma contra la de ella.
—Es tan extraño estar aquí contigo… Por momentos me pregunto dónde estoy.
—Yo también —murmuró Keiko y se clavó las uñas en las palmas—. Y me pregunto quién es el que está a mi lado".

"Las manos de ella, que aún no habían dejado en libertad la mano de Taichiro, la guiaron hacia el otro pecho. Entreabrió entonces los ojos y lo miró.
—No toques el derecho. No me gusta.
—¡Oh! —Desconcertado, él apartó la mano del seno izquierdo.
Los ojos de Keiko continuaban entreabiertos.
—El derecho me hace sentir triste —dijo.
—¿Triste?
—Sí.
—¿Y por qué?
—No sé. Quizá sea porque mi corazón no está de ese lado. —Cerró los ojos con expresión tímida y aproximó su pecho izquierdo a Taichiro—. Quizá el cuerpo de una chica tenga algo de defectuoso. Hasta el hecho de perder ese defecto la puede hacer sentir triste".




Yasunari Kawabata

martes, 20 de agosto de 2019

Citas: La chica del cumpleaños - Haruki Murakami


"La mejor manera de pasar el vigésimo cumpleaños no es sirviendo gnocchi de calabaza y fritto misto di mare entre los berridos del cocinero. Pero el resfriado de la compañera con quien debería haber intercambiado el  turno empeoró y la compañera tuvo que meterse en cama. Con casi cuarenta grados de fiebre y una diarrea imparable, de ninguna manera podía ir a trabajar".

"En su corazón, algo se había endurecido como una piedra y había muerto".

"Dos camareros fijos trabajaban seis días a la semana. Ella y otra estudiante trabajaban a tiempo parcial, por turno, tres días a la semana cada una. Además, había un encargado. Y una mujer delgada de mediana edad que se sentaba tras la caja registradora. Se decía que la mujer llevaba en el mismo sitio desde la inauguración del local. Apenas se levantaba de su asiento, como la patética abuela de La pequeña Dorrit de Dickens. Cobraba y contestaba el teléfono. No tenía otra función. No abría la boca si no era estrictamente necesario. Siempre vestía de negro. Su apariencia era dura, fría, y, de estar flotando en el mar de noche, el barco que hubiese chocado con ella seguro que se habría hundido".

"—Aquí tiene su cena —dijo ella con voz ronca. Y volvió a carraspear ligeramente. El nerviosismo siempre le enronquecía la voz.
—¿La cena?
—Sí. El señor encargado se ha sentido indispuesto de repente y le traigo yo la cena en su lugar.
—¡Ah, claro! —dijo el anciano, como si hablara para sí, con una mano apoyada en el pomo de la puerta—. Ya veo. ¿Así que se encuentra mal?
—Sí. Ha empezado a dolerle el estómago de repente —le contó ella—. Y ha ido al hospital. Dice que posiblemente se trate de apendicitis.
—¡Vaya! —exclamó el anciano—. ¡Lo siento!
Ella carraspeó.
—¿Desea el señor que le entre la cena?
—¡Ah, claro! —dijo el anciano—. Si tú quieres.
«¿Si yo quiero?», pensó ella. «Vaya manera más extraña de hablar. ¿Qué diablos voy a querer yo?»".

"—Lo que quiero decir —prosigue ella en voz baja; se rasca el lóbulo de la oreja, un lóbulo muy bien formado— es que una persona, desee lo que desee, llegue hasta donde llegue, jamás puede dejar de ser ella misma. Sólo eso".




Haruki Murakami

viernes, 16 de agosto de 2019

Citas: La lluvia en tu habitación - Paola Predicatori


"Aún recuerdo el día que me pillaron robando. Tendría ocho, quizá nueve años, y era uno de esos supermercados pequeños, de barrio, en que se ven todos los pasillos desde la caja. En la sección de papelería había una goma roja con forma de corazón que había llamado mi atención. No pude resistirme. Una de las cajeras se acercó a mí y me dijo que le enseñara de inmediato lo que había cogido, que me había visto.
Sin siquiera mirarla a los ojos, le devolví la goma y salí a la carrera.
El miedo es como lo recuerdo ese día.
El corazón se acelera, y un ruido ensordecedor sube desde el pecho hasta los oídos y te impide oír tus propias palabras. De repente, todo resulta tan real que parece falso".

"Por aquel entonces comprendí que me había comportado como una adulta por primera vez: me había callado para protegerla y porque yo necesitaba estar sola, alejada de las cosas que se dicen en ciertos momentos, del parloteo inútil, para poder entender el verdadero alcance de lo que ocurría".

"Si quieres a alguien, tienes que cuidarlo. Si mi amor había sido tan irresponsable, ¿era porque no la quería bastante?".

"Pocos días antes de la operación, no pude contenerme más y se lo conté a mis amigas del instituto. El día que operaron a mi madre recibí un montón de SMS y emails, incluso de chicos y chicas de los que hacía siglos que no sabía nada. No había dicho a nadie que la operación no era una solución, de manera que todos esos mensajes rebosantes de confianza y vida me produjeron el efecto contrario: cada vez que llegaba uno, debía reprimir el impulso de estampar el móvil contra la pared".

"Si me preguntaran qué recuerdo de esos dos años, respondería que nada en especial, exceptuando los gestos, las sonrisas, los pequeños detalles cotidianos; la vida es eso, ahora lo comprendo, lo que cuenta son los instantes, no las cosas".

"Antes de volver a hacer la cama de mi madre me susurró que era mejor airear un poco la habitación. Me lo dijo apretándome una mano con las suyas, mirándome con sincera comprensión, con la mirada del que no teme la tristeza de los demás".

"Di a Rosa las instrucciones necesarias para que volviese a colocar las cosas en su sitio, fui yo la sacerdotisa que se ocupó del templo, y lo hice en silencio, como si temiese que al alzar la voz mi abuela y yo despertáramos y nos diésemos cuenta de que mi madre había muerto".

"Hacer ciertas cosas equivale a ponerse una máscara; si te ocultas tras ella desapareces y ya no cuentas para nada".

"Es que después de tu muerte nada puede volver a ser como antes, soy el aprendiz de brujo al que nadie podrá arreglar las cosas. No tengo nada que expiar, no me siento culpable, lo único que noto es que ha ocurrido algo y que la vida cambia, se transforma en algo que no habías pensado, se convierte justo en lo que habías visto que les sucedía a los demás, sólo que esta vez te ha tocado a ti y debes reaccionar, liberarte de las certezas, arrojar un puñado de barro sobre lo que siempre hiciste sin preguntarte por qué y acostumbrarte a lo imprevisto, a la pequeña chiflada que llevas dentro y que  se muere de ganas de ponerse a gritar en el momento más inoportuno".

"No tengo ningunas ganas de relacionarme con nadie. Con nadie. Quiero que todo sea diferente, aunque todavía no sé de qué manera. Quien dice que la vida sigue es un idiota. No, la vida se para. El tiempo sigue su curso, pero la vida se para un montón de veces dentro de sí y se convierte en algo irreconocible".

"La parte más difícil es cuando te toca estar parado y esperar. Hoy he decidido aguardar sentada aquí, en el último banco. Me resisto, no quiero que mi vida vaya a ninguna parte sin ti".

"Estaban hablando del ensayo, y sobre la cama había una faldita de tul rosa que su madre le había cosido para la ocasión. Sin pensármelo dos veces, la cogí y la miré extasiada. Luego le pregunté si podía probármela. No noté ni su expresión de alarma ni la sonrisita pérfida de su amiga. Cecilia soltó una risita y, a la vez que recuperaba la falda, me dijo que no, que si lo hacía se la ensancharía.
Sentí una profunda vergüenza, sobre todo porque su amiga me miraba como si fuese una bola de grasa. Jamás había pensado en Cecilia y yo como la flaca y la gorda, éramos amigas, ¿qué importancia tenía cómo fuéramos? ¿Qué tenía que ver el afecto con nuestros cuerpos?".

"Me gustaban los nadadores lentos, que iban y venían por las calles sin
detenerse nunca, como si estuviesen en el Caribe gozando de la cosa más hermosa del mundo. Deseé sentirme así, que mi cuerpo se olvidase de sí mismo y se convirtiese en un movimiento puro, infinito".

"Como siempre, me deslizo por la superficie del agua sin detenerme jamás, concentrándome en la respiración, en las burbujitas azules que se forman a cada brazada. Me gusta imaginarme que, de repente, las paredes de la piscina desaparecen y por fin puedo respirar bajo el agua y marcharme sin volver a emerger".

"Ha pasado casi un mes desde que cambié de pupitre y Cero sigue sin hacerme caso.
Podría sentarme en sus rodillas, y no sucedería nada".

"—Pero ¿qué he hecho?
—No se mira a la gente de esa manera —me contestó con severidad.
—Es la madre del que ha suspendido —dije, como si eso fuera una justificación.
—¿Y qué? —zanjó ella.
—No estoy haciendo nada malo —solté—. Además, todos la miran.
—Razón de más para que dejes de hacerlo, ya me gustaría verte en su lugar.
«¿Qué lugar?», pensé, pero decidí que no valía la pena discutir. Al volver a mirarla comprendí, en efecto, que su situación no debía de ser fácil: el bolso, la ropa y los zapatos recordaban los de ciertos ancianos, si bien no parecía una vieja sino tan sólo una mujer pobre. Aparté la vista y me dediqué a observar a mi madre y a las personas que nos rodeaban. Recuerdo que pensé en lo difícil que tenía que resultar no sentirse incómodo cuando, al comparar tu vida con la de los demás, comprendías que tus circunstancias eran las peores".

"Barbara, por su parte, ahora está siempre con Silvia: en clase las llaman «la extraña pareja», y no porque entre ellas haya algo, sino porque Barbara es guapa y Silvia no. Ninguna sabe cómo saltó la chispa, porque Silvia es no sólo feúcha, sino también muy antipática, y Barbara no suele frecuentar gente fea, según declaró en una excursión, provocando un gran coro de silbidos y haciendo añicos el corazón de varios desafortunados ilusos que, con toda probabilidad, seguirán pensando en ella hasta la jubilación".

"Examen oral de Inglés: me ofrezco voluntaria y quedo muy bien. Respondo correctamente a todas las preguntas sobre el Romanticismo. Ayer por la tarde me entristecí pensando en Mary Shelley y sus fantasmas".

"Cuando era pequeña e iba al cementerio con mi madre para saludar a mi abuelo, como decía ella, todo era distinto.
Hablábamos sin parar y mirábamos las estatuas de las tumbas más antiguas.
Contemplábamos los altos cipreses recortados contra el azul del cielo y el gran pino con forma de paraguas que se elevaba por encima del muro que separa el camposanto del huerto de los frailes. La visita no era triste y morir parecía algo tan dulce como las flores, como la sonrisa de esas estatuas que tanto nos gustaban".

"Me gustaría ser invisible. Una cosa que está sola, en cualquier parte".

"Ahora que ya no estás, mis ocupaciones me parecen un sinsentido, como recitar de memoria un guión en que no abundan las improvisaciones".

"Vivo el instante, sin mirar adelante ni atrás. Existo".

"Al buscar los kleenex encuentro también el tabaco y le ofrezco un cigarrillo. Niega con la cabeza y coge los pañuelos; mientras se limpia las manos con parsimonia, sólo alza los ojos dos veces, y su mirada se cruza con la mía.
Entonces advierto que la suya no es la habitual indiferencia que me dedica en clase, esta vez me parece más cohibido, de manera que desvío la mirada hacia el parque".

"Tu alegría me gustaba, pero en ocasiones la rechazaba simulando que me parecía estúpida e inútil. A mi rabia, en cambio, la consideraba profunda y justificada.
Ahora echo mucho de menos tu alegría, tanto como la amiga que jamás tuve".

"A menudo me siento en uno de los sillones a los pies de la cama y te imagino durmiendo. Me quedo
allí sin saber qué pensar. Me siento como tu bata, como tu bolso, como tus zapatos.
Abandonada por tu amor". 

"Mi mirada se fija en sus labios, que me preguntan dónde he aparcado la motocicleta. Si uno pudiese morir cuando lo desea, ya estaría más que muerta. Agacho de nuevo la cabeza y casi rompo a llorar, pero de improviso la alzo una vez más y le pregunto:
—¿Cuánto es cero más cero? Porque esta noche yo soy más cero que tú".

"Alzo los ojos y escruto el cielo sobre mi cabeza: negro y tachonado de estrellas.
Cierro y abro los ojos varias veces: ¿estás realmente muerta?".

"El mundo aún estaba en orden, el dolor bajo control, mi madre era el roble secular en la cima de la
colina, yo la cálida semilla del invierno, protegida por el más poderoso de los escudos".

"—Está bien —dice por fin dando un paso atrás—. Será mejor que me vaya.
Me ofrezco a llevarlo.
—Claro, así nos pasaremos la noche acompañándonos el uno al otro —comenta divertido".

"Me gustaría pronunciar su nombre en voz alta en el aire frío, pero me limito a mirarlo unos instantes más y luego vuelvo a casa más confundida que nunca".

"En ocasiones tomo conciencia de que estás muerta y lo acepto todo: la casa que ya no reconozco, tus cosas que lentamente van deslizándose hacia una lejanía de objetos olvidados. Ahora me doy cuenta de que tu muerte se repite en cada cosa, también en mí: tu muerte es mi muerte".

"Creo que también se muere así: cuando se deja de usar ciertos objetos o de entrar
en algunas habitaciones. Aprisionamos el pasado para que no nos dé alcance con el peso de los recuerdos".

"—¿Cómo está? —me pregunta una vez en la puerta.
Como si a mi abuela se le hubiese muerto su hija y a mí, el gato. Ni siquiera mi futuro albañil sería tan insensible.
—Hecha una mierda —le respondo fríamente, y la atajo, porque he comprendido que ha venido sólo por su propio interés, así que debería ahorrarse el resto de la escena".

"Me acuerdo de que cada vez que acababa de hacer algo —lavarte, secarte o peinarte—, me decías «Gracias, Alessandra» y sonreías, como si quisieses que te dejase, pero yo continuaba, casi convencida de que podía compartir mi fuerza contigo, de que mis manos podían restituirte algo, retroceder en el tiempo y borrar, además de la enfermedad, la espantosa cicatriz que te iba de la espalda al abdomen. Me resultaba imposible dejar de hacer cosas por ti. Había encontrado el remedio, había experimentado mi amor".

"Cuando no estaban juntos pasaban horas hablando por teléfono, se enviaban mensajes, eran oxígeno puro, era el amor".

"Yo, por mi parte, seguía convencida de que se lo había buscado, la consideraba culpable de todo, aunque en el fondo supiera que no era cierto, que es imposible decidir cuándo se deja de querer a alguien, ni siquiera elegir de quién nos enamoramos".

"Es guapo cuando sonríe y ahora veo que ha salido con otras chicas. Chicas que, a buen seguro, decían más palabras que yo, palabras un tanto estúpidas, aunque quizá no; en cualquier caso, palabras auténticas y no este silencio en que me encierro por orgullo y miedo intentando parecerme a alguien que no existe".

"Me vuelvo y lo miro dar una calada. Él también se vuelve y nos miramos sin reírnos, nos miramos para comprobar si aún no nos hemos arrepentido de estar aquí juntos en lugar de en el instituto, si no estamos arrepentidos de este silencio. Tira la colilla al agua y se vuelve a mirarme.
¿Qué ves realmente en mí? Yo estoy bien, ¿y tú?".

"—Será mejor que nos vayamos —sugiere Gabriele en voz baja.
Me suelto de mala gana de su brazo y nos ponemos en pie. El viento me arroja el pelo a la cara. Saco una goma del bolsillo de los vaqueros y mientras lo recojo para hacerme una coleta, me atrae hacia él y me besa. Es un beso dulce y cuando nos separamos tengo la sensación de que ha durado muchísimo".

"—Si te apetece podemos ir a casa de Petrit, mi amigo. Ahora está trabajando — me propone apartándome el pelo de la cara. Tardo un poco en responder y tengo la impresión de que basta con mi cara para comprender que la idea no me entusiasma.
—Tranquila —me dice divertido—, no me abalanzaré sobre ti".

"—¿Te gustaría que un día publicasen tus dibujos? —le pregunto, contenta ante esa reacción inesperada.
—No soy tan bueno —responde, cogiendo el suéter para ponérselo.
—¿Quién lo ha dicho?
—Lo digo yo —zanja.
—¿Y tú qué sabes?
—Uno sabe si es bueno o no, eso se sabe".

"—Si él lo intentase contigo, me lo dirías, ¿verdad?
La mirada de esos ojazos azules y claros es desesperada, pero en lugar de darme lástima sólo consigue cabrearme, de manera que le contesto, irritada por la debilidad e hipocresía que exhibe:
—¿Por eso has venido? ¿Para arrancarme una estúpida promesa?
Ella se da cuenta de que se ha pasado y entonces me abraza, perdón, perdón, perdón, dice, dándome un fuerte beso en la mejilla".

"Cuando entro en casa veo que las amigas de mi madre todavía no han llegado, así que me pongo a navegar por internet y escucho el horóscopo de Paolo Fox: «Hoy estaréis algo más nerviosos de lo normal, corréis el riesgo de enfadaros con vuestra pareja.» «¿Qué pareja?», me pregunto.
A saber qué decía tu horóscopo el día de tu muerte".

"—Te buscaba, pero no sabía dónde estabas.
—Pero si estoy aquí, mamá ha vuelto. ¿Cuándo vuelves? Cuando estés durmiendo. Ahora me viene a la mente cada vez que despierto de un sueño inquieto, uno de esos en los que te precipitas sin llegar a caer, como a veces hacen los pájaros".

"—¿Y tú? ¿Cómo estás? —me pregunta de repente.
Sus palabras me dejan suspendida, con el teléfono apoyado en la oreja y la mirada fija al frente, como si la respuesta estuviese escrita en la pared; no sé qué contestarle porque ya no sé cómo me siento".

"Me concentro y recuerdo su voz, la última vez que me tocó, que me besó, y me pregunto si la memoria será capaz de llegar hasta el fondo sin olvidar nada. Porque sólo estás ahí. Sólo en la memoria te encuentro".

"Así que, después de todo, algo ha cambiado. Yo también he echado raíces en la nada".

"Mi madre tenía razón: si no quieres perderte las mejores ocasiones, hay que considerar las cosas con perspectiva".

"Qué maravilla estar juntas de nuevo. Aunque sabía que se trataba de un sueño, todo me parecía auténtico. Cuando desperté, lo retuve por un instante y la felicidad se introdujo en mi corazón como un proyectil de plata, y me mató".

"Si cierro los ojos y me esfuerzo por recordarte, no te veo como te vi en ese sueño. Era perfecto. Si pudiese soñar contigo cada vez que lo necesito, quizá no me resultaría tan doloroso".

"Te miraba y me preguntaba dónde escondías el miedo que llevabas dentro, porque ahora sé que el miedo a morir puede con todo, que no hay antídotos".

"Y, sin embargo, ahí estabas. Enferma, pero estabas, todavía teníamos oportunidades. Aún estabas conmigo, y para mí sola te querría incluso enferma, o dormida cien años, me conformaría con escuchar tu respiración más débil: dormida, pero viva".

"Tenía tu misma manera de andar, elegante y decidida. Hacía frío y vi cómo hundía el cuello en la trenca y apretaba los brazos contra el cuerpo mientras sus manos desaparecían en los bolsillos. Por un instante temí perder los papeles y llamarla, incluso abrazarla. Sentía un deseo irrefrenable, y por la forma en que me miraban los transeúntes debía de tener una expresión extraña. Mientras la seguía tropecé con un par de personas, pero no pedí disculpas sino que seguí adelante. Tú eras más importante".

"Siento frío y me meto bajo la manta sin pensármelo.
Él hace lo mismo. Después se vuelve hacia mí y me abraza delicadamente, como si temiese que un gesto en falso pudiese hacerme escapar. Lo abrazo a mi vez sin decir nada, agradeciendo que no me haga preguntas.
Si alguien nos mirase en este instante, vería una figura similar a una ilusión óptica: abrazados seguimos siendo nosotros, pero a la vez formamos algo que antes no se veía porque estábamos demasiado lejos".

"Hacemos el amor como dos desconocidos que no volverán a verse, como dos sombras que se han separado de la oscuridad para encontrarse en este lecho.
Al final permanecemos abrazados largamente, y mientras me adormezco Gabriele me dice: «Ese día te esperé.»"

"Todo lo que encontramos lo metemos en uno de sus cajones, como si pudiese pedírnoslo en cualquier momento. Todo lo que te pertenecía está ahora en tu habitación, en el pulmón enfermo en que se ha convertido tu ausencia".

"Siempre he pensado que ese día nos despedimos en privado, lejos de las miradas de la gente. Fue una despedida de amor en la estación más hermosa del año".

"—He estado ocupado. Nada especial — explica guiñando los ojos debido al sol.
—¿Acabas de llegar? —le pregunto, mirando alrededor para asegurarme de que está solo.
—Sí, estaba dando una vuelta y vi tu vespa. Te he mandado un mensaje, pero por lo visto hoy también estás enferma —dice con una sonrisa irónica. 
Rebusco en los bolsillos de la chaqueta, pero no encuentro el móvil. Tiro la mochila al suelo y hurgo hasta encontrarlo.
—Perdona —me apresuro a decirle—, lo metí aquí cuando me puse el casco y no he vuelto a mirarlo. De todas formas, me has encontrado.
—De todas formas, te he encontrado — repite, y empieza a patear la arena hacia mis pies".

"—Tú y yo hemos acabado. —Y se aleja.
—¿Acabado? ¿Por qué? —grito a sus espaldas, encolerizada—. ¿Qué se supone que empezamos?".

"Ese recuerdo es el hechizo más poderoso que conozco: tú te transformas en tierra y mi corazón en cristal".

"«Es increíble —pensé—, cómo el final de las cosas se parece siempre al inicio.»"

"Cuando recuerdo las veces que hemos estado juntos, se me antoja una historia que conozco sólo yo, que podría haberme inventado. Si tuviese que contarla no sabría cómo hacerlo, pero tal vez no puedo contarla porque es meramente fruto de mi imaginación".

"—¿Te has enterado? —me pregunta señalando con la cabeza el sitio vacío a mi lado. —¿De qué?
—Pues que ayer, mientras salíamos, Giovanni empujó a Cero por la escalera.
—¡¿Qué?! —exclamo estupefacta. Ilaria y Sonia me miran, pero finjo no darme cuenta.
—Pues sí —prosigue Pietro—, y Cero se cabreó de lo lindo. Lo lanzó contra la pared y parecía dispuesto a molerlo a puñetazos —explica riendo.
«Pobre idiota —pienso—, pringado y encima sádico.»"

"El paso se ha cerrado, los duendes y las hadas se han marchado, el hechizo se ha desvanecido, el tiempo ha concluido, y nosotros nunca hemos existido".

"La ausencia se transforma en presencia, el vacío se torna soportable, el tiempo hace el resto.
¿En qué se convierten las personas que ya no están, lo que fue, o todo lo que nos  faltó?".

"Cuando vuelva la felicidad, haré como si nada. Simularé no darme cuenta, como alguien que es capaz de vivir sin ella, que aprendió a hacerlo y está bien así. Cuando vuelva la felicidad, no le diré nada. Fingiré no verla y ya está".

"A veces, en el silencio me parece advertir ruidos al otro lado de la pared y aguzo el oído. Pego la oreja a la pared y escucho. En mi lado sólo el vacío, en el tuyo tu ausencia. Y vencen siempre: dejo que me aniquilen con el poder de las cosas invisibles".

"La felicidad no era un grito, sino un susurro velado".

"Voces procedentes de otra habitación.
Debo recordarlo, a pesar de que sé que nada volverá a ser como antes, que nada vuelve a ser idéntico a sí mismo. Ese quedo susurro es la única felicidad que conozco".

"Corro a mi habitación y le grito a la abuela que no tengo hambre, luego me siento en la cama, aún con el chaquetón puesto, y sostengo el sobre en las rodillas como si fuese de cristal. Al final lo abro procurando no romperlo, pues pienso que cuanto más
delicada sea más valioso será su contenido. Dentro hay un dibujo: soy yo, en la playa, a mi espalda se ve el mar y, por encima del horizonte, un cúmulo de nubes grises que se adensa. Aparezco de frente mirando a alguien o algo delante de mí. Lo observo y sé qué estoy mirando: te miro a ti".

"Hoy el aire es tan gris y cortante que casi parece otro invierno, a pesar de que hace dos días que estamos en primavera. Respiro hondo y pienso que no me has olvidado, que no me has borrado de tu mente. A partir de hoy es primavera".

"Y, al final, también tú te conviertes en algo distinto, aunque de algún modo más exacto. Ya no eres el pensamiento constante que duele, sino el hecho inesperado que nos sorprende y libera".

"Estamos esperándote, ¿sabes? Seguro que te preguntas quién te espera. Pues todos".

"Cuando vuelvo de la playa encuentro tu sobre. Justo ahora que empezaba a pensar menos en ti, que me había acostumbrado a la idea de no volver a verte... No sé por qué a veces me entra mucha prisa por olvidarte y luego, cuando recibo algo tuyo, me doy cuenta de que sería una estupidez que pasara".

"—Pienso a menudo en ti —dice al fin, como si fuese un problema que no logra resolver.
—Yo también —le digo sonriente y feliz".

"Entonces éramos inmortales. La vida nos parecía tanta...
Sentía el sol en la cara y oía el viento y tus palabras, y era lo único que importaba".




 Paola Predicatori

domingo, 11 de agosto de 2019

Citas: El tiempo entre nosotros - Tamara Ireland Stone

"—Disculpa.
Las cabezas de ocho adolescentes de dieciséis años se vuelven hacia mí con expresión de extrañeza y luego de curiosidad".

"Lo que acabo de hacer podría cambiarlo todo, o podría no cambiar nada. De todos modos, debía intentarlo. No tengo nada que perder. Si el plan no da resultado, mi vida seguirá siendo igual: segura, cómoda, totalmente normal.
El problema es que no es la vida que elegí en un principio".

"Pero cuando la curvatura de la pista me lleva de nuevo hacia allí, alzo los ojos directamente hacia él.
Me dedica una sonrisa más vacilante, pero cálida, como si me conociera; auténtica, como si fuera alguien a quien valiese la pena conocer. Sin poder evitarlo, le sonrío también.
Sigo sonriendo cuando tomo la siguiente curva y, sin siquiera pensarlo, me vuelvo hacia atrás mientras corro para verlo de nuevo.
Ya no está".

"Ya no está, pero ha estado allí".

"—Qué, ¿dándole un buen repaso al nuevo? — pregunta Danielle.
La miro, presa de la sorpresa, y luego del pánico.
—No. — Me siento y cojo mi vaso—. ¿Por qué?
—¡Oh, venga ya! He estado observándote. Nunca había visto a alguien servirse en un bufé de ensaladas con los ojos clavados en una persona situada a diez metros de distancia. Impresionante. Menuda habilidad".

"—Es que eres… Idéntico a él. Supongo que me he equivocado. —Espero que mi cara no delate la mentira. Ni el bochorno que siento. Extiendo el brazo por encima de la mesa—. Me llamo Anna.
Él adelanta la mano para tomar la mía, pero se detiene a medio camino.
—¿Anna? — Clava los ojos en mí con incredulidad—. ¿Te llamas Anna?
—Estoooo, sí… ¿Debería llamarme de otra manera? —digo, y me sorprende oír un dejo de coquetería en mis palabras.
—¡Así que ahora su nombre le suena de algo! — le comenta Emma a Danielle, en voz demasiado alta.
Él sigue mirándome y, por un instante, percibo un atisbo de reconocimiento en su rostro que me recuerda la mirada que me lanzó en la pista esta mañana. Pero enseguida se recupera de la impresión y me tiende la mano de nuevo.
—Encantado de conocerte, Anna. —Ahora habla en un tono forzado, me estrecha la mano con un gesto tenso, y todo rastro de reconocimiento ha cedido el paso a una cierta frialdad".

"Supongo que apartará la mirada cuando establezca contacto visual con él, pero no lo hace. Por el contrario, se le ilumina el rostro, como si se alegrara de verme. 
Luego baja la vista sin dejar de sonreírse y se pone a garabatear en su cuaderno. No vuelve a levantar los ojos".

"—¿Qué quieres que te traiga?
—Unas cuantas explicaciones. —Me agacho para sacar el billetero de mi mochila—. Y un café con leche, por favor".

"—¿Alguna vez te has sentido… atrapada?
—Todos los días — digo".

"Pero las dudas se borran de mi mente otra vez cuando él se inclina hacia delante y desliza lentamente el pulgar por el contorno de mi mandíbula hasta el mentón. Cierro los ojos mientras desplaza el dedo hacia mi boca y me roza el labio inferior, y noto que me acerco, como atraída por el campo gravitatorio que lo rodea. Hace ademán de besarme, y yo cierro los ojos de nuevo e inspiro brevemente, esperando el contacto de sus labios.
Pero el beso nunca llega".

"—Es tarde; tengo que regresar con Maggie. ¿Te acompaño a casa?
Me hundo en el sofá, confundida. Desalentada.
—No hace falta. Vivo a pocas calles de aquí.
—Me sentiría fatal si te pasara algo.
—¿Si desapareciera? —pregunto con sarcasmo—. Sí, por lo visto es el efecto que produces en la gente. — Estoy lo bastante cerca de él para ver que pone mala cara y luego adopta una expresión severa.
—Gracias. —Se aleja a toda prisa, lo que complace a la parte de mí que está molesta porque no me ha besado—. Vuelvo enseguida. —Se va en dirección al aseo, dejándome sola en el sofá, con ganas de darme cabezazos contra la pared".

"—Em — empiezo—, si te digo algo, ¿prometes no enfadarte?
Me lanza una mirada de irritación.
—¿Sabes? No entiendo a la gente cuando hace esa pregunta. ¿Cómo voy a prometer no enfadarme si no sé lo que vas a decirme?".

"Me gusta, ¿vale? Ya está. Ya lo he dicho. Me gusta mucho. —Clavo los ojos en ella—. Sé que seguramente es un error, pero, por favor, ¿podrías… dejarme disfrutar el momento?".

"—¿Qué es eso? — Señalo con un gesto una de las bolsas.
—Eso, Anna, es una mochila.
—Sí, ya me he dado cuenta, gracias".

"—No lo entiendo. ¿Por qué ibas a renunciar a la vida que llevas solo para estar conmigo?
—Porque tú… —Se interrumpe. Inspira. Vuelve a empezar—. Me gustaba tu espíritu aventurero.
Creía que sería divertido llevarte a algún sitio al que jamás irías en circunstancias normales. Pero ahora hay algo más. Ahora solo quiero conocerte mejor. —Estas palabras me aceleran el pulso de nuevo, y yo cierro los ojos y respiro hondo. Cuando los abro, él continúa mirándome.
—¿No me dijiste una vez que esto era una idea pésima?
Se ríe entre dientes.
—Sí. Creo que eso dije.
—Tenías razón, ¿sabes?
—Te lo advertí.
—A pesar de todo, elijo la segunda opción.
—¿Estás segura?
—Sí.
Una amplia sonrisa se dibuja en su rostro, él me abraza con más fuerza y me da un beso cálido, dulce, largo, lento, lánguido, y sé que esto es lo que quiero".

"—¿Te acuerdas de aquella primera noche en que te pasaste por casa de Maggie y yo estuve tan grosero contigo?
Asiento con la cabeza.
—Me acerqué a la librería a disculparme, y luego fuimos a tomar un café.
Asiento de nuevo.
—Te acompañé a tu casa.
No dejo de asentir, pues, por el momento, me acuerdo de todo eso. Lo que quiero que me cuente es la parte que no recuerdo.
—Te besé.
—¿Me besaste? — De eso me acordaría".

"Tal vez Bennett estaba en lo cierto: aunque poner a prueba el destino y jugar con él no siempre tiene consecuencias evidentes e inmediatas, al final algo acaba saliendo mal".





Tamara Ireland Stone 

jueves, 8 de agosto de 2019

Citas: El chico que amo a Ana Frank - Ellen Feldman


"Nada lo diferenciaba de la multitud, excepto el hecho de que no quería destacar.
Pero mirándolo, nadie habría dicho precisamente eso. Sólo se veía un joven esquelético de ojos lobunos, muy parecido a los demás componentes del tropel de   jóvenes que, finalizada la guerra, avanzaban dando empellones bajo el resplandor publicitario de las luces de los neones y el reclamo de las llamativas marquesinas".

"Y ahora él era uno de ellos. Había pisado el muelle después de descender por la pasarela aquella misma mañana, un inmigrante, un novato, un refugiado. 
Había emergido del barracón de aduanas una hora después, cien por cien norteamericano. Y ni siquiera había tenido que mentir. Lo único que había tenido que hacer era guardar silencio. Había pasado casi veinticinco meses, setecientos cincuenta y tres días para ser exactos, guardando silencio.
Silencio. No hables. No te muevas. Podrían oírnos".

"—¿Algún sueño?
—Yo no sueño.
Se quedó mirándome fijamente.
—No sueño —le repetí".

"—¿Así que estuvo en Alemania durante la guerra?
Nadie sabrá que estamos aquí. Ni siquiera se ve desde el exterior.
—Estuve en Europa.
—¿Es usted judío, señor Van Pels?
—¿Lo es usted, doctor?".

"—¿Y su familia? ¿Vino con ella a este país?
(...)
—Mis padres están muertos. —Siguió mirándome—. Víctimas de la guerra. 
—Las palabras fueron un susurro sibilante en el siniestro despacho.
—¿Hermanos o hermanas?
(...)
—Ni hermanos ni hermanas.
—¿Algún familiar que haya sobrevivido?
(...)
Negué con la cabeza.
—Lo siento —murmuró, y vi que se lo repensaba. Fuera lo que fuese lo que hubiera hecho yo durante la guerra, y el hombre seguía preguntándose al respecto, no había sido un camino de rosas. Muy prácticos estos anglicismos. Desde el principio sirvieron para diferenciarme de otros desplazados y novatos, de los greenies, que era como nos llamaban los que llevaban ya una generación en este país, o incluso sólo una década—. Debe de haber sido difícil.
Difícil. Ah, las palabras que se nos ocurren para mantener a raya lo impensable".

"—¿No has tenido nunca la sensación de que querías irte y a la vez la sensación de que querías quedarte? —preguntó con sonsonete, parodiando a Jimmy 
Durante. Le sorprendía también la familiaridad que yo tenía con los artistas y las estrellas de cine norteamericanas—. Es un signo de ambivalencia —dijo, comentando aún sobre mis pies".

"Cualquier existencia previa es un rumor que he oído por casualidad. En lugar de recuerdos, tengo instintos; en lugar de un pasado, tengo este inexplicable, ilícitamente adquirido y completamente destacable presente".

"—Estuve en Auschwitz. —Mi voz raspó como una llave que entra en una cerradura oxidada.
Levantó la vista del bloc de notas amarillo.
—¿Como vigilante o como prisionero?
El jodido hijo de puta.
—Como prisionero.
(...)
—Pensé que me había mencionado que estuvo en Ámsterdam.
—Y estuve allí. Hasta agosto del 44. El 4 de agosto, para ser exactos. 
Fui arrestado y enviado a Westerbork, luego a Auschwitz.
—¿Por qué motivo?
—¿Cree que necesitaban algún motivo?".

"—La verdad es que no consigo recordarlo. Me crea o no.
—Le creo. Es un fenómeno común entre la gente que ha estado en los campos.
—Yo no soy como ellos —dije con voz ronca.
—¿Se refiere a que no es judío?
—Me refiero a que me niego a vivir en el pasado. No hablo sobre ello. 
Nunca pienso en ello. Cuando mi mente viaja hacia el pasado, se detiene en la pasarela del barco a bordo del cual llegué aquí".

"—¿Te sientes culpable?
—¿Culpable? —repetí.
—Culpable. —Mintz separó los dedos de la placa, cogió un diccionario inglésalemán y se puso a hojearlo.
—Sé lo que significa esa palabra. —La rabia de mi voz me asustó. Era un lujo que no podía permitirme".

"Cierro los ojos, pero Ana, mi padre y mi madre, y todos ellos, incluso el pobre Pfeffer, siguen impresos en el interior de mis párpados. No hay forma de alejarse de ellos".

"Pero cuando el amanecer golpeó las ventanas, supe que no regresaría nunca. No podía volver a aquel mundo".

"No es lo que intento hacer. El hecho de que no vaya pregonando que soy judío no significa que te haya traicionado".

"De vuelta a casa la noche siguiente, me detuve a comprar una camelia. 
Me había dicho que no le comprara flores, pero sabía que no lo decía en serio. 
Además, no se trataba de un ramo que se marchitaría en unos pocos días, sino de una planta que seguiría floreciendo".

"—Es dinero —le expliqué—. Dinero que guardo por si alguna vez tenemos que huir.
Los ojos que me miraron estaban pegajosos de sueño.
—¿Huir?
—Irnos de aquí. Ir a otro sitio.
—¿Por qué?
—Porque a veces la gente tiene que hacerlo".




Ellen Feldman