viernes, 16 de agosto de 2019

Citas: La lluvia en tu habitación - Paola Predicatori


"Aún recuerdo el día que me pillaron robando. Tendría ocho, quizá nueve años, y era uno de esos supermercados pequeños, de barrio, en que se ven todos los pasillos desde la caja. En la sección de papelería había una goma roja con forma de corazón que había llamado mi atención. No pude resistirme. Una de las cajeras se acercó a mí y me dijo que le enseñara de inmediato lo que había cogido, que me había visto.
Sin siquiera mirarla a los ojos, le devolví la goma y salí a la carrera.
El miedo es como lo recuerdo ese día.
El corazón se acelera, y un ruido ensordecedor sube desde el pecho hasta los oídos y te impide oír tus propias palabras. De repente, todo resulta tan real que parece falso".

"Por aquel entonces comprendí que me había comportado como una adulta por primera vez: me había callado para protegerla y porque yo necesitaba estar sola, alejada de las cosas que se dicen en ciertos momentos, del parloteo inútil, para poder entender el verdadero alcance de lo que ocurría".

"Si quieres a alguien, tienes que cuidarlo. Si mi amor había sido tan irresponsable, ¿era porque no la quería bastante?".

"Pocos días antes de la operación, no pude contenerme más y se lo conté a mis amigas del instituto. El día que operaron a mi madre recibí un montón de SMS y emails, incluso de chicos y chicas de los que hacía siglos que no sabía nada. No había dicho a nadie que la operación no era una solución, de manera que todos esos mensajes rebosantes de confianza y vida me produjeron el efecto contrario: cada vez que llegaba uno, debía reprimir el impulso de estampar el móvil contra la pared".

"Si me preguntaran qué recuerdo de esos dos años, respondería que nada en especial, exceptuando los gestos, las sonrisas, los pequeños detalles cotidianos; la vida es eso, ahora lo comprendo, lo que cuenta son los instantes, no las cosas".

"Antes de volver a hacer la cama de mi madre me susurró que era mejor airear un poco la habitación. Me lo dijo apretándome una mano con las suyas, mirándome con sincera comprensión, con la mirada del que no teme la tristeza de los demás".

"Di a Rosa las instrucciones necesarias para que volviese a colocar las cosas en su sitio, fui yo la sacerdotisa que se ocupó del templo, y lo hice en silencio, como si temiese que al alzar la voz mi abuela y yo despertáramos y nos diésemos cuenta de que mi madre había muerto".

"Hacer ciertas cosas equivale a ponerse una máscara; si te ocultas tras ella desapareces y ya no cuentas para nada".

"Es que después de tu muerte nada puede volver a ser como antes, soy el aprendiz de brujo al que nadie podrá arreglar las cosas. No tengo nada que expiar, no me siento culpable, lo único que noto es que ha ocurrido algo y que la vida cambia, se transforma en algo que no habías pensado, se convierte justo en lo que habías visto que les sucedía a los demás, sólo que esta vez te ha tocado a ti y debes reaccionar, liberarte de las certezas, arrojar un puñado de barro sobre lo que siempre hiciste sin preguntarte por qué y acostumbrarte a lo imprevisto, a la pequeña chiflada que llevas dentro y que  se muere de ganas de ponerse a gritar en el momento más inoportuno".

"No tengo ningunas ganas de relacionarme con nadie. Con nadie. Quiero que todo sea diferente, aunque todavía no sé de qué manera. Quien dice que la vida sigue es un idiota. No, la vida se para. El tiempo sigue su curso, pero la vida se para un montón de veces dentro de sí y se convierte en algo irreconocible".

"La parte más difícil es cuando te toca estar parado y esperar. Hoy he decidido aguardar sentada aquí, en el último banco. Me resisto, no quiero que mi vida vaya a ninguna parte sin ti".

"Estaban hablando del ensayo, y sobre la cama había una faldita de tul rosa que su madre le había cosido para la ocasión. Sin pensármelo dos veces, la cogí y la miré extasiada. Luego le pregunté si podía probármela. No noté ni su expresión de alarma ni la sonrisita pérfida de su amiga. Cecilia soltó una risita y, a la vez que recuperaba la falda, me dijo que no, que si lo hacía se la ensancharía.
Sentí una profunda vergüenza, sobre todo porque su amiga me miraba como si fuese una bola de grasa. Jamás había pensado en Cecilia y yo como la flaca y la gorda, éramos amigas, ¿qué importancia tenía cómo fuéramos? ¿Qué tenía que ver el afecto con nuestros cuerpos?".

"Me gustaban los nadadores lentos, que iban y venían por las calles sin
detenerse nunca, como si estuviesen en el Caribe gozando de la cosa más hermosa del mundo. Deseé sentirme así, que mi cuerpo se olvidase de sí mismo y se convirtiese en un movimiento puro, infinito".

"Como siempre, me deslizo por la superficie del agua sin detenerme jamás, concentrándome en la respiración, en las burbujitas azules que se forman a cada brazada. Me gusta imaginarme que, de repente, las paredes de la piscina desaparecen y por fin puedo respirar bajo el agua y marcharme sin volver a emerger".

"Ha pasado casi un mes desde que cambié de pupitre y Cero sigue sin hacerme caso.
Podría sentarme en sus rodillas, y no sucedería nada".

"—Pero ¿qué he hecho?
—No se mira a la gente de esa manera —me contestó con severidad.
—Es la madre del que ha suspendido —dije, como si eso fuera una justificación.
—¿Y qué? —zanjó ella.
—No estoy haciendo nada malo —solté—. Además, todos la miran.
—Razón de más para que dejes de hacerlo, ya me gustaría verte en su lugar.
«¿Qué lugar?», pensé, pero decidí que no valía la pena discutir. Al volver a mirarla comprendí, en efecto, que su situación no debía de ser fácil: el bolso, la ropa y los zapatos recordaban los de ciertos ancianos, si bien no parecía una vieja sino tan sólo una mujer pobre. Aparté la vista y me dediqué a observar a mi madre y a las personas que nos rodeaban. Recuerdo que pensé en lo difícil que tenía que resultar no sentirse incómodo cuando, al comparar tu vida con la de los demás, comprendías que tus circunstancias eran las peores".

"Barbara, por su parte, ahora está siempre con Silvia: en clase las llaman «la extraña pareja», y no porque entre ellas haya algo, sino porque Barbara es guapa y Silvia no. Ninguna sabe cómo saltó la chispa, porque Silvia es no sólo feúcha, sino también muy antipática, y Barbara no suele frecuentar gente fea, según declaró en una excursión, provocando un gran coro de silbidos y haciendo añicos el corazón de varios desafortunados ilusos que, con toda probabilidad, seguirán pensando en ella hasta la jubilación".

"Examen oral de Inglés: me ofrezco voluntaria y quedo muy bien. Respondo correctamente a todas las preguntas sobre el Romanticismo. Ayer por la tarde me entristecí pensando en Mary Shelley y sus fantasmas".

"Cuando era pequeña e iba al cementerio con mi madre para saludar a mi abuelo, como decía ella, todo era distinto.
Hablábamos sin parar y mirábamos las estatuas de las tumbas más antiguas.
Contemplábamos los altos cipreses recortados contra el azul del cielo y el gran pino con forma de paraguas que se elevaba por encima del muro que separa el camposanto del huerto de los frailes. La visita no era triste y morir parecía algo tan dulce como las flores, como la sonrisa de esas estatuas que tanto nos gustaban".

"Me gustaría ser invisible. Una cosa que está sola, en cualquier parte".

"Ahora que ya no estás, mis ocupaciones me parecen un sinsentido, como recitar de memoria un guión en que no abundan las improvisaciones".

"Vivo el instante, sin mirar adelante ni atrás. Existo".

"Al buscar los kleenex encuentro también el tabaco y le ofrezco un cigarrillo. Niega con la cabeza y coge los pañuelos; mientras se limpia las manos con parsimonia, sólo alza los ojos dos veces, y su mirada se cruza con la mía.
Entonces advierto que la suya no es la habitual indiferencia que me dedica en clase, esta vez me parece más cohibido, de manera que desvío la mirada hacia el parque".

"Tu alegría me gustaba, pero en ocasiones la rechazaba simulando que me parecía estúpida e inútil. A mi rabia, en cambio, la consideraba profunda y justificada.
Ahora echo mucho de menos tu alegría, tanto como la amiga que jamás tuve".

"A menudo me siento en uno de los sillones a los pies de la cama y te imagino durmiendo. Me quedo
allí sin saber qué pensar. Me siento como tu bata, como tu bolso, como tus zapatos.
Abandonada por tu amor". 

"Mi mirada se fija en sus labios, que me preguntan dónde he aparcado la motocicleta. Si uno pudiese morir cuando lo desea, ya estaría más que muerta. Agacho de nuevo la cabeza y casi rompo a llorar, pero de improviso la alzo una vez más y le pregunto:
—¿Cuánto es cero más cero? Porque esta noche yo soy más cero que tú".

"Alzo los ojos y escruto el cielo sobre mi cabeza: negro y tachonado de estrellas.
Cierro y abro los ojos varias veces: ¿estás realmente muerta?".

"El mundo aún estaba en orden, el dolor bajo control, mi madre era el roble secular en la cima de la
colina, yo la cálida semilla del invierno, protegida por el más poderoso de los escudos".

"—Está bien —dice por fin dando un paso atrás—. Será mejor que me vaya.
Me ofrezco a llevarlo.
—Claro, así nos pasaremos la noche acompañándonos el uno al otro —comenta divertido".

"Me gustaría pronunciar su nombre en voz alta en el aire frío, pero me limito a mirarlo unos instantes más y luego vuelvo a casa más confundida que nunca".

"En ocasiones tomo conciencia de que estás muerta y lo acepto todo: la casa que ya no reconozco, tus cosas que lentamente van deslizándose hacia una lejanía de objetos olvidados. Ahora me doy cuenta de que tu muerte se repite en cada cosa, también en mí: tu muerte es mi muerte".

"Creo que también se muere así: cuando se deja de usar ciertos objetos o de entrar
en algunas habitaciones. Aprisionamos el pasado para que no nos dé alcance con el peso de los recuerdos".

"—¿Cómo está? —me pregunta una vez en la puerta.
Como si a mi abuela se le hubiese muerto su hija y a mí, el gato. Ni siquiera mi futuro albañil sería tan insensible.
—Hecha una mierda —le respondo fríamente, y la atajo, porque he comprendido que ha venido sólo por su propio interés, así que debería ahorrarse el resto de la escena".

"Me acuerdo de que cada vez que acababa de hacer algo —lavarte, secarte o peinarte—, me decías «Gracias, Alessandra» y sonreías, como si quisieses que te dejase, pero yo continuaba, casi convencida de que podía compartir mi fuerza contigo, de que mis manos podían restituirte algo, retroceder en el tiempo y borrar, además de la enfermedad, la espantosa cicatriz que te iba de la espalda al abdomen. Me resultaba imposible dejar de hacer cosas por ti. Había encontrado el remedio, había experimentado mi amor".

"Cuando no estaban juntos pasaban horas hablando por teléfono, se enviaban mensajes, eran oxígeno puro, era el amor".

"Yo, por mi parte, seguía convencida de que se lo había buscado, la consideraba culpable de todo, aunque en el fondo supiera que no era cierto, que es imposible decidir cuándo se deja de querer a alguien, ni siquiera elegir de quién nos enamoramos".

"Es guapo cuando sonríe y ahora veo que ha salido con otras chicas. Chicas que, a buen seguro, decían más palabras que yo, palabras un tanto estúpidas, aunque quizá no; en cualquier caso, palabras auténticas y no este silencio en que me encierro por orgullo y miedo intentando parecerme a alguien que no existe".

"Me vuelvo y lo miro dar una calada. Él también se vuelve y nos miramos sin reírnos, nos miramos para comprobar si aún no nos hemos arrepentido de estar aquí juntos en lugar de en el instituto, si no estamos arrepentidos de este silencio. Tira la colilla al agua y se vuelve a mirarme.
¿Qué ves realmente en mí? Yo estoy bien, ¿y tú?".

"—Será mejor que nos vayamos —sugiere Gabriele en voz baja.
Me suelto de mala gana de su brazo y nos ponemos en pie. El viento me arroja el pelo a la cara. Saco una goma del bolsillo de los vaqueros y mientras lo recojo para hacerme una coleta, me atrae hacia él y me besa. Es un beso dulce y cuando nos separamos tengo la sensación de que ha durado muchísimo".

"—Si te apetece podemos ir a casa de Petrit, mi amigo. Ahora está trabajando — me propone apartándome el pelo de la cara. Tardo un poco en responder y tengo la impresión de que basta con mi cara para comprender que la idea no me entusiasma.
—Tranquila —me dice divertido—, no me abalanzaré sobre ti".

"—¿Te gustaría que un día publicasen tus dibujos? —le pregunto, contenta ante esa reacción inesperada.
—No soy tan bueno —responde, cogiendo el suéter para ponérselo.
—¿Quién lo ha dicho?
—Lo digo yo —zanja.
—¿Y tú qué sabes?
—Uno sabe si es bueno o no, eso se sabe".

"—Si él lo intentase contigo, me lo dirías, ¿verdad?
La mirada de esos ojazos azules y claros es desesperada, pero en lugar de darme lástima sólo consigue cabrearme, de manera que le contesto, irritada por la debilidad e hipocresía que exhibe:
—¿Por eso has venido? ¿Para arrancarme una estúpida promesa?
Ella se da cuenta de que se ha pasado y entonces me abraza, perdón, perdón, perdón, dice, dándome un fuerte beso en la mejilla".

"Cuando entro en casa veo que las amigas de mi madre todavía no han llegado, así que me pongo a navegar por internet y escucho el horóscopo de Paolo Fox: «Hoy estaréis algo más nerviosos de lo normal, corréis el riesgo de enfadaros con vuestra pareja.» «¿Qué pareja?», me pregunto.
A saber qué decía tu horóscopo el día de tu muerte".

"—Te buscaba, pero no sabía dónde estabas.
—Pero si estoy aquí, mamá ha vuelto. ¿Cuándo vuelves? Cuando estés durmiendo. Ahora me viene a la mente cada vez que despierto de un sueño inquieto, uno de esos en los que te precipitas sin llegar a caer, como a veces hacen los pájaros".

"—¿Y tú? ¿Cómo estás? —me pregunta de repente.
Sus palabras me dejan suspendida, con el teléfono apoyado en la oreja y la mirada fija al frente, como si la respuesta estuviese escrita en la pared; no sé qué contestarle porque ya no sé cómo me siento".

"Me concentro y recuerdo su voz, la última vez que me tocó, que me besó, y me pregunto si la memoria será capaz de llegar hasta el fondo sin olvidar nada. Porque sólo estás ahí. Sólo en la memoria te encuentro".

"Así que, después de todo, algo ha cambiado. Yo también he echado raíces en la nada".

"Mi madre tenía razón: si no quieres perderte las mejores ocasiones, hay que considerar las cosas con perspectiva".

"Qué maravilla estar juntas de nuevo. Aunque sabía que se trataba de un sueño, todo me parecía auténtico. Cuando desperté, lo retuve por un instante y la felicidad se introdujo en mi corazón como un proyectil de plata, y me mató".

"Si cierro los ojos y me esfuerzo por recordarte, no te veo como te vi en ese sueño. Era perfecto. Si pudiese soñar contigo cada vez que lo necesito, quizá no me resultaría tan doloroso".

"Te miraba y me preguntaba dónde escondías el miedo que llevabas dentro, porque ahora sé que el miedo a morir puede con todo, que no hay antídotos".

"Y, sin embargo, ahí estabas. Enferma, pero estabas, todavía teníamos oportunidades. Aún estabas conmigo, y para mí sola te querría incluso enferma, o dormida cien años, me conformaría con escuchar tu respiración más débil: dormida, pero viva".

"Tenía tu misma manera de andar, elegante y decidida. Hacía frío y vi cómo hundía el cuello en la trenca y apretaba los brazos contra el cuerpo mientras sus manos desaparecían en los bolsillos. Por un instante temí perder los papeles y llamarla, incluso abrazarla. Sentía un deseo irrefrenable, y por la forma en que me miraban los transeúntes debía de tener una expresión extraña. Mientras la seguía tropecé con un par de personas, pero no pedí disculpas sino que seguí adelante. Tú eras más importante".

"Siento frío y me meto bajo la manta sin pensármelo.
Él hace lo mismo. Después se vuelve hacia mí y me abraza delicadamente, como si temiese que un gesto en falso pudiese hacerme escapar. Lo abrazo a mi vez sin decir nada, agradeciendo que no me haga preguntas.
Si alguien nos mirase en este instante, vería una figura similar a una ilusión óptica: abrazados seguimos siendo nosotros, pero a la vez formamos algo que antes no se veía porque estábamos demasiado lejos".

"Hacemos el amor como dos desconocidos que no volverán a verse, como dos sombras que se han separado de la oscuridad para encontrarse en este lecho.
Al final permanecemos abrazados largamente, y mientras me adormezco Gabriele me dice: «Ese día te esperé.»"

"Todo lo que encontramos lo metemos en uno de sus cajones, como si pudiese pedírnoslo en cualquier momento. Todo lo que te pertenecía está ahora en tu habitación, en el pulmón enfermo en que se ha convertido tu ausencia".

"Siempre he pensado que ese día nos despedimos en privado, lejos de las miradas de la gente. Fue una despedida de amor en la estación más hermosa del año".

"—He estado ocupado. Nada especial — explica guiñando los ojos debido al sol.
—¿Acabas de llegar? —le pregunto, mirando alrededor para asegurarme de que está solo.
—Sí, estaba dando una vuelta y vi tu vespa. Te he mandado un mensaje, pero por lo visto hoy también estás enferma —dice con una sonrisa irónica. 
Rebusco en los bolsillos de la chaqueta, pero no encuentro el móvil. Tiro la mochila al suelo y hurgo hasta encontrarlo.
—Perdona —me apresuro a decirle—, lo metí aquí cuando me puse el casco y no he vuelto a mirarlo. De todas formas, me has encontrado.
—De todas formas, te he encontrado — repite, y empieza a patear la arena hacia mis pies".

"—Tú y yo hemos acabado. —Y se aleja.
—¿Acabado? ¿Por qué? —grito a sus espaldas, encolerizada—. ¿Qué se supone que empezamos?".

"Ese recuerdo es el hechizo más poderoso que conozco: tú te transformas en tierra y mi corazón en cristal".

"«Es increíble —pensé—, cómo el final de las cosas se parece siempre al inicio.»"

"Cuando recuerdo las veces que hemos estado juntos, se me antoja una historia que conozco sólo yo, que podría haberme inventado. Si tuviese que contarla no sabría cómo hacerlo, pero tal vez no puedo contarla porque es meramente fruto de mi imaginación".

"—¿Te has enterado? —me pregunta señalando con la cabeza el sitio vacío a mi lado. —¿De qué?
—Pues que ayer, mientras salíamos, Giovanni empujó a Cero por la escalera.
—¡¿Qué?! —exclamo estupefacta. Ilaria y Sonia me miran, pero finjo no darme cuenta.
—Pues sí —prosigue Pietro—, y Cero se cabreó de lo lindo. Lo lanzó contra la pared y parecía dispuesto a molerlo a puñetazos —explica riendo.
«Pobre idiota —pienso—, pringado y encima sádico.»"

"El paso se ha cerrado, los duendes y las hadas se han marchado, el hechizo se ha desvanecido, el tiempo ha concluido, y nosotros nunca hemos existido".

"La ausencia se transforma en presencia, el vacío se torna soportable, el tiempo hace el resto.
¿En qué se convierten las personas que ya no están, lo que fue, o todo lo que nos  faltó?".

"Cuando vuelva la felicidad, haré como si nada. Simularé no darme cuenta, como alguien que es capaz de vivir sin ella, que aprendió a hacerlo y está bien así. Cuando vuelva la felicidad, no le diré nada. Fingiré no verla y ya está".

"A veces, en el silencio me parece advertir ruidos al otro lado de la pared y aguzo el oído. Pego la oreja a la pared y escucho. En mi lado sólo el vacío, en el tuyo tu ausencia. Y vencen siempre: dejo que me aniquilen con el poder de las cosas invisibles".

"La felicidad no era un grito, sino un susurro velado".

"Voces procedentes de otra habitación.
Debo recordarlo, a pesar de que sé que nada volverá a ser como antes, que nada vuelve a ser idéntico a sí mismo. Ese quedo susurro es la única felicidad que conozco".

"Corro a mi habitación y le grito a la abuela que no tengo hambre, luego me siento en la cama, aún con el chaquetón puesto, y sostengo el sobre en las rodillas como si fuese de cristal. Al final lo abro procurando no romperlo, pues pienso que cuanto más
delicada sea más valioso será su contenido. Dentro hay un dibujo: soy yo, en la playa, a mi espalda se ve el mar y, por encima del horizonte, un cúmulo de nubes grises que se adensa. Aparezco de frente mirando a alguien o algo delante de mí. Lo observo y sé qué estoy mirando: te miro a ti".

"Hoy el aire es tan gris y cortante que casi parece otro invierno, a pesar de que hace dos días que estamos en primavera. Respiro hondo y pienso que no me has olvidado, que no me has borrado de tu mente. A partir de hoy es primavera".

"Y, al final, también tú te conviertes en algo distinto, aunque de algún modo más exacto. Ya no eres el pensamiento constante que duele, sino el hecho inesperado que nos sorprende y libera".

"Estamos esperándote, ¿sabes? Seguro que te preguntas quién te espera. Pues todos".

"Cuando vuelvo de la playa encuentro tu sobre. Justo ahora que empezaba a pensar menos en ti, que me había acostumbrado a la idea de no volver a verte... No sé por qué a veces me entra mucha prisa por olvidarte y luego, cuando recibo algo tuyo, me doy cuenta de que sería una estupidez que pasara".

"—Pienso a menudo en ti —dice al fin, como si fuese un problema que no logra resolver.
—Yo también —le digo sonriente y feliz".

"Entonces éramos inmortales. La vida nos parecía tanta...
Sentía el sol en la cara y oía el viento y tus palabras, y era lo único que importaba".




 Paola Predicatori

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