domingo, 28 de abril de 2019

Citas: Haikudo - Vicente Haya



"Al borde del río,
el culo de una olla
hace dormir a una mariposa".

Autor: Issa
Kigo: chô [mariposa]

"¡Ah, la lluvia de primavera!
Las gotas de agua recorren
los árboles hasta abajo".

Autor: Bashô
Kigo: harusame [lluvia de primavera]

"Lluvia de primavera
Alguien que no escribe
profundamente emocionado".

Autor: Buson
Kigo: harusame [lluvia de primavera]

"En la inmensidad de un cielo
sin sombras ni recovecos,
se esconde la alondra".

Autor: Rikuto
Kigo: hibari [tipo de ave]

"Vendida la vaca
se aleja del pueblo
por entre la niebla".

Autor: Hyakuchi
Kigo: kasumi [niebla]

"Con un cuerpo
dispuesto a morir donde sea
Viento de primavera".

Autor: Santôka
Kigo: harukaze [viento de primavera]

"Más veloz que la serpiente
fluía río abajo
el palo que la mató".

Autor: Takaha Shugyo
Kigo: hebi [serpiente]

"Con una mancha de tinta en los labios
un estudiante
tomando el fresquito".

Autor: Senna
Kigo: suzumi [fresquito]

"No se muere…
En la mano, los cabellos que peina
¡Mirando las luciérnagas!".

Autora: Masajo
Kigo: hotaru [luciérnaga]

"La Luna llena
No importa a donde vaya,
el cielo me es ajeno".

Autora: Chiyo-jo
Kigo: meigetsu [fase de la Luna]

"Al morir, el tsugumi
dejó a sus alas
abrirse por última vez".

Autor: Seishi
Kigo: tsugumi [tipo de ave]

"La libélula se posó
en el bambú que señalaba
la tumba del difunto".

Autor: Kitô
Kigo: tonbô [libélula]

"Él dijo algo
Yo dije algo…
¡Qué hondura la del Otoño!".

Autor: Kyoshi
Kigo: aki [otoño]




Vicente Haya

miércoles, 24 de abril de 2019

Citas: Poemas de amor - Alfonsina Storni


El ensueño:

"¿Quién es el que amo? No
lo sabréis jamás".

"Y Él vive en mí
como un muerto en su
sepulcro, todo mío, lejos de
la curiosidad, de la
indiferencia y la maldad".

"Por sobre todas las cosas
amo tu alma".

"Entonces hablo para sentir
que existo, porque si no
hablara mi lengua se
paralizaría, mi corazón
dejaría de latir, toda yo me
secaría deslumbrada".

"Y Toda la
noche, con la yema rosada de
los dedos, acaricio los ojos
que te miraron".

"Te amo profundamente y no
quiero besarte. Y Me basta
con verte cerca, perseguir las
curvas que al moverse trazan
tus manos, adormecerme en
las transparencias de tus ojos,
escuchar tu voz, verte
caminar, recoger tus frases".

"Cuando recibí tus primeras
palabras de amor, había en mi
cuarto mucha claridad. Y Me
precipité sobre las puertas y
las cerré. Y Yo era sagrada,
sagrada. Nada, nadie, ni la
luz, debía tocarme".

"Estoy en ti. Y Me llevas y
me gastas. En cuanto miras,
en cuanto tocas, vas dejando
algo de mí. Y Porque yo me
siento morir como una vena
que se desangra".

"Tú, el que pasas, tú dijiste:
ésa no sabe amar. Y Eras tú el
que no sabías despertar mi
amor. Y Amo mejor que los
que mejor amaron".

"Y Pero
proyecto mi alma fuera de mí
y te alcanzo, te toco. Y Tú
estás despierto y te
estremeces al oírme. Y
cuando está cerca de ti se
estremece contigo".

"Si el silencio invade mi
cuarto y nada se oye mi
pensamiento se clava en ti".

Plenitud:

En la casa silenciosa, de
patios calmos, frescos y
largos corredores, solamente
yo velo a la hora de la siesta.
Y Quema el sol sobre los
mármoles. Y La blanca y
familiar perrita apoya sus
patas delanteras sobre mis
rodillas y me mira de un
modo extraño. Y Yo le
pregunto: ¿también sabes tú
que lo amo?".

"Susurro, lento susurro de
hojas de mi patio al atardecer.
¿Por qué me enloquecéis
susurrándome su nombre? Y
Él no vendrá hoy. Y Piensa en
mí, pero no vendrá hoy".

"En una columna me apoyo, y
te sueño. Y Mi mejilla, en
contacto con el frío mármol
hiela mi corazón. Y Gruesas
lágrimas caen de mis ojos. Y
Soy feliz, pero lloro".

"Pienso si lo que estoy
viviendo no es un sueño. Y
Pienso si no me despertaré
dentro de un instante. Y
Pienso si no seré arrojada a
la vida como antes de
quererte. Y Pienso si no me
obligarás a vagar de nuevo,
de alma en alma, sin
encontrarte".

Agonía:

"Sentados en un banco,
¿cuántas horas?, no me
atrevía a tomarte las manos. Y
En la blusa de mi vestido de
primavera cayeron, al fin,
pesadas, mis lágrimas. Y El
género las absorbió en
silencio, allí mismo, donde
está el corazón".

"Como el ladrón, en puntillas,
me acerqué, una, dos, tres
veces, a tocar las paredes que
te protegían".

"Un pájaro repite
insistentemente la misma nota
y mi corazón el mismo latido".

"No te
engañes: si me has encontrado
un día por las calles y te he
mirado, mis ojos iban ciegos
y no veían. Y Si te hallé en
casa de amigos y hablamos,
mi lengua dijo palabras sin
sentido. Y Si me diste la
mano o te la di, en un sitio
cualquiera, eran los
músculos, sólo los músculos,
los que oprimieron".

Noche:

"No volverás. Todo mi ser te
llama, pero no volverás. Si
volvieras, todo mi ser que te
llama, te rechazaría".

"Y De tu
ser mortal extraigo, ahora, ya
distantes, el fantasma
aeriforme que mira con tus
ojos y acaricia con tus manos,
pero que no te pertenece. Es
mío, totalmente mío. Me
encierro con él en mi cuarto y
cuando nadie, ni yo misma,
oye, y cuando nadie, ni yo
misma, ve, y cuando nadie, ni
yo misma, lo sabe, tomo el
fantasma entre mis brazos y
con el antiguo modo de
péndulo, largo, grave y
solemne, mezo el vacío...".



Alfonsina Storni

sábado, 20 de abril de 2019

Citas: Llámame por tu nombre - André Aciman


"«¡LUEGO!» Una palabra, una expresión, una actitud.
Nunca había escuchado a nadie utilizar «luego» para despedirse. Me resultó arisco, seco y despectivo, dicho con la velada indiferencia de  alguien a quien le daría igual no volver a verte o no saber nada de ti".

"Puede que todo comenzase precisamente allí y en aquel instante: la camisa, las mangas remangadas, los pulpejos redondeados de su talón que se escapan de las alpargatas desgastadas, ansiosos por probar la cálida gravilla del camino que lleva a nuestra casa y preguntando con cada zancada por dónde se va a la playa.
El huésped de este verano. Otro pelmazo".

"—¿Hay alguna estación abandonada en algún lugar? me pregunto mientras observaba entre los árboles bajo un sol abrasador, con la intención probable de formular una consulta típica que se debe hacer al hijo del dueño.
—No, nunca hubo una estación. El tren simplemente paraba cuando se le solicitaba.
Le llamaba la atención el tren; las vías parecían muy estrechas. Había gitanos que vivían en ellas ahora. Llevan habitando ahí desde que mi madre venía a veranear aquí cuando era niña. Los gitanos han transportado dos vagones descarrilados más hacia el interior. ¿Quería ir a verlo?
—Quizá luego.
Una indiferencia educada, como si se hubiese percatado de mi inoportuno entusiasmo por darle coba y se estuviese alejando de mí sumariamente.
Me dolió".

"¿Qué se podía hacer por allí?
Nada. Esperar a que acabase el verano.
Y entonces, ¿qué se hacía en invierno?
Sonreí al pensar en la respuesta que estaba a punto de darle. Él lo pilló al vuelo y dijo: «No me lo digas: esperar a que llegue el verano, ¿a que sí?»".

"Y justo cuando parecía que de nuevo comenzaba a gustarme, me dio con un canto en los dientes: «Quizá luego»".

"Miras a alguien, pero en realidad no ves a la persona, está entre bastidores".

"¿Cómo pude no notarlo?, os preguntaréis. Reconozco el deseo cuando lo veo y así, sin embargo,  esta vez, se me pasó por completo. Iba en busca de la sonrisa maliciosa que arrojase una repentina luz sobre su gesto cada vez que me leyese la mente, cuando lo único que quería era piel, tan sólo piel".

"Me gustaba cómo nuestras mentes parecían trabajar de forma paralela y, de manera instantánea, inferíamos los juegos de palabras del otro, pero al final siempre nos conteníamos".

"Nunca era demasiado tiempo el que pasabas mirándolos, sino que necesitabas seguir al tanto para averiguar por qué no podías evitarlo".

"PD: No estamos compuestos para un solo instrumento; ni yo, ni tú".

"Fuego como el miedo, como el pánico, como un minuto más así y me muero si no llama a mi puerta".

"Nunca se me había ocurrido pensar que lo que me había producido pánico cuando me tocó fuese lo mismo que asusta a las vírgenes cuando las toca por primera vez la persona que han elegido: descubren sensaciones que no sabían que existían y que producen placeres muchísimo más  perturbadores que los que se consiguen en solitario".

"—¿Quieres ir a nadar? —preguntó.
—Quizá luego —le respondí yo, haciendo uso de su palabra, pero intentando hablar lo menos posible para que no se diese cuenta de que estaba sin aliento.
—Vamos ahora.
Extendió la mano para ayudarme a levantar. Se la cogí y ocultándole el lado de la cara que daba a la pared para evitar que me viese le pregunté:
—¿Debemos hacerlo?
Esto es lo más cerca que jamás he estado de decirle quédate. Quédate a mi lado".

"Había deseado a otros chicos de mi edad con anterioridad y me había acostado con chicas. Sin embargo, hasta que él se bajó del taxi y se adentró en mi hogar, nunca me habría parecido ni tan siquiera remotamente factible que alguien tan contento consigo mismo hubiera querido compartir su cuerpo tanto como yo anhelaba ofrecer el mío".

"Ahí estaba una persona a la que no le faltaba de nada. No entendía este sentimiento. Le envidiaba.
—Oliver, ¿estás dormido? —solía preguntarle cuando el aire de la piscina se había vuelto aletargado y tranquilo hasta la opresión.
Silencio.
Luego llegaba su respuesta, casi como un suspiro, sin que se moviese un solo músculo de su cuerpo.
—Lo estaba.
—Perdona.
Podía haberle besado todos y cada uno de los dedos del pie en el agua.
Después besarle el tobillo y las rodillas. ¿Cuántas veces me habría quedado mirándole el bañador mientras el sombrero le tapaba la cara? No se podría ni imaginar en lo que me fijaba".

"—Elio.
—Dime.
—¿Qué estás haciendo?
—Leer.
—No, no estás leyendo.
—Pensar, entonces.
—¿Sobre qué?
Me moría por decírselo.
—Es privado —le respondía.
—¿Así que no me lo vas a decir?
—Así que no te lo voy a decir.
—Así que no me lo va a decir —refrendaba, pensativamente, como si le estuviese explicando a alguien algo sobre mí".

"—Escucha esto —decía de vez en cuando mientras se quitaba los auriculares, rompiendo con ello el silencio opresivo de aquellas mañanas estivales largas y sofocantes—. Escucha esta chorrada —y se ponía a leer en alto algo que no podía creer que hubiese escrito unos meses antes—. ¿Tiene algo de sentido para ti?, porque para mí no.
—Quizá lo tenía cuando lo escribiste —le dije yo.
Recapacitó un rato, quizá midiendo mis palabras.
—Eso es lo más tierno que me ha dicho nadie en los últimos meses — dijo de una forma muy honesta, como si le hubiese sobrevenido una revelación repentina y estuviese otorgando a lo que dije un  significado mayor del que yo quise implicar. Me sentí enfermo de forma súbita, aparté la mirada y finalmente pude murmurar lo primero que se me pasó por la cabeza:
—¿Tierno? —pregunté.
—Sí, tierno".

"Para mí aquellas tardes que pasábamos alrededor e la mesa de madera del jardín con el enorme parasol sombreando de forma imperfecta mis papeles, con el repiqueteo de los hielos en la limonada, el sonido no muy lejano de las olas besando las enormes rocas y de fondo, proveniente de alguna de las casas vecinas, una emisora de grandes éxitos repetidos una y otra vez de forma entrecortada y velada, todas estas cosas quedaron enmarcadas para siempre en aquellas mañanas en las que lo único que deseaba era que el tiempo se detuviese. Que el verano no terminase jamás, que él nunca se alejase, que la música repetida una y otra vez siguiese para siempre, pido muy poca cosa y juro que no exigiré nada más en la vida".

"Existe una ley en algún lugar que dice que cuando una persona está totalmente enamorada de otra, es inevitable que la otra lo esté también".

"Amor ch’a null’amato amar perdona. «El amor no exime de amar a quien es amado», palabras de Francesca en el Inferno. Solo tienes que aguardar y tener esperanza. Yo la tenía, aunque quizá esto fuese lo que he querido todo el tiempo. Esperar para siempre".

"Mientras estaba allí sentado trabajando en mis transcripciones en la mesa redonda por la mañana, lo que hubiese aceptado finalmente no era su amistad, ni cualquier cosa. Tan sólo levantar la cabeza y verle, loción solar, sombrero de paja, bañador rojo, limonada. Elevar la vista y encontrarte allí, Oliver. Muy pronto llegará el día en que mire y ya no estés más en tu lugar".

"Me costó mucho tiempo darme cuenta de que tenía cuatro personalidades según el bañador que llevase puesto. El hecho de saber a qué atenerme me hizo pensar que poseía una cierta ventaja.
Rojo: descarado, testarudo, muy maduro, casi brusco y malhumorado. Mantenerse alejado.
Amarillo: enérgico, optimista, gracioso aunque no carente de púas. No ceder con facilidad, puede volverse rojo en cualquier momento.
Verde, casi nunca lo llevaba: conformista, con ganas de aprender, hablador, deslumbrante. ¿Por qué no sería siempre así?
Azul: lo llevaba la tarde que entró en mi habitación por el balcón, el día que me dio un masaje de hombros o cuando recogió el vaso del suelo y lo colocó justo a mi lado".

"Pero ¡Luego! era también una forma de evitar decir adiós y facilitar todos los adioses. Se dice ¡Luego! sin dar a entender que es una despedida sino para decir que en breve estarás de vuelta".

"¿Qué podía tener de malo que me gustase alguien que le gustaba a todo el mundo? La mayoría estaban encantados con él, incluidos mis dos primos, así como los demás parientes que venían quedarse los fines de semana y a veces más tiempo. A pesar de ser conocido por sacar defectos a todo el mundo, me producía cierta satisfacción ocultar mis sentimientos por él bajo mi usual indiferencia, hostilidad o rencor hacia cualquiera que me eclipsara en la casa. Debido a que les gustaba a todos, yo debía decir que me gustaba también. Me sentía como esos hombres que dicen de otro varón que es muy guapo como la mejor forma de ocultar que en realidad se mueren por abrazarle".

"Pero no podía engañarme. Estaba convencido de que nadie en el mundo lo deseaba tan físicamente como yo; ni había alguien dispuesto a viajar la distancia que yo estaba preparado para recorrer por él. Ninguno había estudiado cada hueso de su cuerpo, tobillos, rodillas, muñecas, dedos de las manos y de los pies, nadie codiciaba cada pliegue de sus músculos, ninguno se lo llevaba a la cama cada noche y al verlo por la mañana tumbado en su cielo junto a la piscina le sonreía y cuando una sonrisa se aproximaba a sus labios pensaba: ¿sabes ya que anoche me corrí en tu boca?
Quizá los demás también albergasen algo especial hacia él que ocultaban hasta que se lo demostraban de manera particular. Pero a diferencia de los otros, yo era el primero que lo veía cuando volvía de la playa o cuando la silueta inconsistente de su bicicleta, borrosa entre la bruma de media tarde, aparecía por el camino de pinos que daba a nuestra casa. Fui el primero en reconocer sus pasos cuando una noche llegó tarde al cine y se quedó allí de pie buscándonos, sin decir una palabra hasta que me di la vuelta sabiendo que le haría muy feliz que le hubiese visto. Le reconocía por la forma en que pisaba las escaleras que le conducían a nuestro balcón o el descansillo justo delante de la puerta de mi habitación. Sabía cuándo se detenía delante de las puertaventanas, como si se estuviese decidiendo a llamar, pero luego recapacitase y continuase caminando. Sabía que era él quien conducía la bicicleta por la forma en que ésta derrapaba siempre de manera  juguetona en el camino de gravilla y después seguía rodando a pesar de que era imposible que tuviese tracción, para luego pararse de forma repentina, enérgica decidida y proferir una especie de voilà! al bajarse".

"Su vida, al igual que sus papeles, incluso cuando daba toda la impresión de ser caótica, estaba meticulosamente compartimentada. En ocasiones se saltaba la cena del todo y tan sólo le decía a Mafalda: «Esco, me marcho».
Su Esco, me di cuenta lo bastante pronto, era tan sólo otra versión del ¡Luego! Un adiós incondicional y sumario que no se exponía mientras te ibas sino cuando ya estabas fuera. Se pronunciaba de espaldas a aquellos de los que te despedías. Me daban pena las víctimas que deseaban apelar, presentar declaración.
Ignorar si se iba a personar en la cena era una tortura. Pero era soportable. El auténtico trauma consistía en no atreverme a preguntar si asistiría. Que se me saliese el corazón del pecho si por fin oía su voz o le veía sentado en su sitio cuando ya casi había perdido la esperanza de que aquella noche se encontrase entre nosotros, mostrándose de repente como una flor envenenada. Verle y creer que se iba a unir a nosotros para cenar y luego escuchar un Esco tajante me enseñó que hay ciertos deseos que deben ser sujetados con alfileres como las alas de una radiante mariposa".

"Luego se me ocurrió que en lugar de eso podía suicidarme, o dejarme gravemente herido y hacerle saber el motivo de haberlo hecho. Si me laceraba la cara desearía que me mirase y se preguntase por qué, por qué iba alguien a hacerse eso a sí mismo, hasta que luego —sí, ¡Luego!—, años mas tarde, atase cabos y se diese golpes contra la pared".

"¿Se le aceleraba el corazón al verme entrar en la habitación?
Tenía serias dudas.
¿Me ignoró aquella mañana de la misma forma que yo le ignoraba a él: a propósito, para sacarme de mis casillas, para protegerse, para demostrar que no significaba nada para él? ¿O no era consciente, de la misma forma en que, a veces, las personas más observadoras son incapaces de entender los signos más obvios pues simplemente no están prestando atención, no les interesa, no les preocupa?".

"—¿Estás intentando hacer que me sienta atraído por ella?
—¿Qué problema habría en ello?
—Ningún problema. Excepto que a mí me gusta ir por mi cuenta, si no te importa.
Me llevó un tiempo entender lo que buscaba en realidad".

"Entonces ¿era él mi hogar, mi vuelta a casa? Tú eres mi retorno al hogar. Cuando estoy contigo y estamos bien juntos no deseo nada más.
Consigues que me guste quién soy y en lo que me convierto cuando estás conmigo, Oliver. Si existe la verdad en el mundo, ésta miente cuando estoy contigo y si algún día encuentro el coraje para decirte mi verdad, recuerdame que encienda una vela de agradecimiento en todos los altares de Roma".

"Nunca se me ocurrió pensar que si bien una palabra suya podía hacerme tan feliz, otra me destruiría con igual facilidad; si no quería ser infeliz, debía aprender a tener cuidado de esas pequeñas alegrías".

"Cuando ya no estábamos desnudos la cogí de la mano y le besé en la palma, luego en los espacios entre los dedos, a continuación en la boca. Le costó devolverme el beso, pero después no quería parar".

"Me dolió cuando por fin soltó lo que se guardaba. Solamente alguien que me hubiese descifrado a la perfección podía haberlo dicho.
—Si no es luego, ¿cuándo?
A mi padre le gustó: «Si no es luego, ¿cuándo?». Le recordaba al famoso mandato judicial del rabino Hillel: «Si no es ahora, ¿cuándo?»".

"Inténtalo luego eran las últimas palabras que me decía a mí mismo cada noche cuando me juré que iba a hacer algo para atraer a Oliver. Inténtab luego quería decir: ahora no tengo el coraje. Las cosas no estaban listas en ese instante".

"Mejor hundirme ahora, pensé, que vivir otro día más barajando las posibles soluciones al inténtalo luego".

"—¿Cómo lo consigues? —me preguntó una mañana mientras descansaba en el cielo.
—En ocasiones, la única forma de entender a un artista es ponerse en su lugar, adentrarse en él. Después, el resto fluye de forma natural".

"La primera vez que se inmiscuyó en nuestras mañanas fue precisamente el día que estuve tocando la última variación de Brahms sobre una variación de Händel.
Su voz rompió el intenso calor de media mañana.
—¿Qué estáis haciendo?
—Trabajar —respondí.
Oliver, que estaba tumbado sobre su estómago al borde de la piscina, miró hacia arriba mientras le caía el sudor entre sus omoplatos.
—Yo también —respondió cuando ella se giró y le hizo la misma pregunta.
—Tú estabas hablando, no trabajando.
—Es lo mismo".

"Luego están las escenas secundarias: mi padre preguntándose siempre qué hacía yo con mi tiempo, por qué estaba siempre solo; mi madre recomendándome que hiciese nuevos amigos si los viejos no me interesaban y sobre todo que no estuviese constantemente por casa —libros, libros y más libros, siempre con libros y todos esos cuadernos de notas—. Ambos me pedían que jugase más al tenis, que fuese a bailar más a menudo, que conociese a gente, que averiguase por mí mismo por qué son tan  necesarios los demás en la vida y no sólo cuerpos extraños a los que acercarse furtivamente".

"Haz locuras si crees que debes, me decían todo el tiempo, fisgoneando constantemente para destapar los posibles signos misteriosos y reveladores en un corazón roto, que de manera torpe, indiscreta y devota, ambos deseaban esconder, como si yo fuese un soldado que se hubiese extraviado en su jardín y necesitase que le curasen las heridas de forma inmediata o de lo contrario moriría".

"Siempre puedes hablar conmigo. Yo también tuve tu edad, solía decir mi padre. Las cosas que sientes y crees que solamente las sientes tú, créeme, yo las he vivido y sufrido también y en más de una ocasión. Algunas aún no las he superado y otras las sigo ignorando como lo puedes hacer tú hoy y aun así conozco casi cada recodo, cada guarida, cada estancia del corazón humano".

"—¿No te asusta un poco?
—¿Quién?
—Anchise.
—No, ¿por qué? El otro día me caí cuando volvía y me hice una gran herida. Él insistió en ponerme un poco de un mejunje embrujado. 
También me arregló la bici.
Manteniendo una mano en el manillar se levantó la camiseta y me mostró una costra enorme y un moratón en el lado izquierdo de la cadera.
—Aun así me asusta —dije yo, repitiendo el veredicto de mi tía.
—Simplemente es un alma solitaria.
Hubiese manoseado, acariciado y alabado esa costra".

"—Este es mi sitio. Todo mío. Vengo aquí a leer. He perdido la cuenta de cuántos libros me he leído aquí.
—¿Te gusta estar solo? —me preguntó.
—No. A nadie le gusta estar solo. Pero he aprendido a vivir con ello.
—¿Eres siempre tan sabio? —siguió preguntando".

"—Estás poniéndome las cosas muy difíciles.
¿Podría estar refiriéndose por casualidad a nuestro cruce de miradas?
No me vine abajo. Ni tampoco él. Sí, se refería a eso.
—¿De qué manera estoy poniendo las cosas difíciles?
Mi corazón latía demasiado rápido como para poder expresarme con coherencia. Ni siquiera estaba avergonzado por mostrarle mi sonrojo. 
Vamos, házselo saber, díselo".

"—Sin embargo, hay muchas cosas que están mal.
—¿Qué, tu familia?
—Bueno, eso también.
—¿Pasar aquí todo el verano, leer todo el tiempo, conocer todos esos trucos que tu padre saca a la luz en cada comida?
De nuevo se estaba mofando de mí.
Sonreí con cierta satisfacción, pero tampoco era eso.
—¿Entonces qué es? ¿Nosotros?
No contesté.
—Bueno, pues veamos...
Y antes de que pudiese darme cuenta, se me acercó furtivamente. Pensé que estábamos demasiado cerca, nunca había estado tan cerca de él aparte de en un sueño o cuando me aproximó las manos ahuecadas para encender un cigarro. Si arrimaba su oreja un poco más podría oír mi corazón. Lo  había leído en alguna novela pero hasta entonces no me lo había creído. Me miró fijamente a la cara, como si le encantase y quisiese estudiarla y entretenerse en ella, después me tocó el labio inferior con un dedo y lo dirigió de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, una y otra vez mientras yo permanecía tumbado, viéndole sonreír de tal manera que me hacía temer que podría pasar cualquier cosa y no habría vuelta atrás, que esa era su manera de preguntar y allí estaba mi oportunidad de negarme o decir algo y ganar tiempo, para así poder debatirlo conmigo mismo, una vez llegado a ese punto.
Pero no me quedaba tiempo pues adosó sus labios a mi boca y me dio un beso cálido, conciliador, perfectamente medido hasta que me percaté de lo famélico de mi beso. Ojalá supiese calibrar el mío de la forma que lo hacía él.
Pero la pasión nos permite esconder más y en aquel instante, en el muro de Monet, si deseaba esconderlo todo sobre mí tras aquel beso también estaba desesperado por olvidarlo perdiéndome en su interior".

"—No volveremos a hablarnos —dije mientras nos deslizábamos por la
interminable colina con el viento entre nuestros cabellos.
—No digas eso.
—Es que lo sé. Hablaremos de trivialidades. Trivialidades y palabrería.
Sólo eso. Y lo gracioso es que lo soportaría.
—Acabas de hacer una rima —dijo".

"Yo también esperé unos pocos segundos
más y sin haber planeado mis movimientos, le di permiso a mi pie para que comenzase a buscar el suyo. No había hecho más que comenzar la investigación cuando mi dedo gordo se topó con su pie; apenas lo había alejado, como un barco pirata que daba continuas indicaciones de haberse alejado mucho, pero que en realidad estaba oculto en la niebla a apenas cincuenta metros, a la espera de poder abalanzarse en cuanto se presentase la oportunidad".

"—Te gusta, ¿a que sí?
—Sí —le contesté.
—A él también le gustas, más que él a ti, creo.
¿Era la impresión que le daba a ella?
No, lo había dicho Oliver.
¿Cuándo se lo había dicho?
Hace tiempo".

"Y si de camino a su cuarto le diese por entrar en mi cuarto para decirme:
Sólo estaba asomando la cabeza antes de meterme en la cama para ver cómo te encontrabas. ¿Todo bien?
No respondo.
¿Estás cabreado?
No respondo.
¡Estás cabreado!
No, en absoluto. Pero me dijiste que te quedarías por aquí.
O sea, que estás cabreado.
Pero ¿por qué no te quedaste por aquí?
Me mira, y como si fuésemos dos adultos. Ya sabes por qué.
Porque no te gusto.
No.
Porque nunca te guste.
No. Porque no te convengo.
Silencio.
Créeme, hazme caso.
Levanto la esquina de la sábana.
Dice que no con la cabeza.
Sólo un segundo.
Vuelve a negarse. Me conozco.
Ya le había oído usar esas palabras antes. Quieren decir: Me muero por
hacerlo, pero puede que no consiga controlarme una vez que comencemos, así que mejor no empiezo. Qué gran aplomo decirle a alguien que no puedes tocarle porque te conoces".

"Traidor, pensé a la espera de escuchar la puerta de su cuarto chirriar al abrirse y de nuevo al cerrarse. Traidor. Qué fácil nos olvidamos. 
Estaré por aquí. Claro. Mentiroso".

"—¿Bebiste mucho anoche?
—Hice eso y otras cosas —estaba untando mantequilla en el pan.
—Prefiero no saberlo —dijo mi padre.
—Tampoco mi padre quiere saberlo. Y para serte completamente franco, me parece que a mí tampoco me interesa recordarlo.
¿Hacía esto por mi bien? Mira, nunca va a ocurrir nada entre nosotros cuanto antes te lo metas en la cabeza, antes estaremos todos más tranquilos".

"—¿Ahorras las ganancias?
—Lo ahorro y lo invierto, Pro.
—Ojalá hubiese tenido esa cabeza a tu edad; me hubiese ahorrado
muchas decisiones equivocadas —dijo mi padre.
—¿Decisiones equivocadas tú, Pro? Sinceramente, no te figuro siquiera
imaginándote una decisión equivocada.
—Eso es porque me ves como una figura, no como un ser humano. Peor aún: como un anciano. Pero hubo alguna que otra. Me refiero a decisiones equivocadas. Todo el mundo atraviesa un periodo de traviamento: cuando tomamos, por poner un ejemplo, un camino diferente en la vida, la otra via.
El propio Dante lo hizo. Algunos se recuperan, otros fingen hacerlo, otros nunca vuelven, algunos se rajan incluso antes de empezar y otros, por el miedo a no tomar decisiones, se encuentran siguiendo un camino equivocado durante toda su vida.
Mi madre suspiró de forma melodiosa. Era su manera de avisar a los presentes de que esto podía convertirse en una conferencia improvisada de aquel gran hombre.
Oliver comenzó a romper otro huevo.
Tenía unas bolsas enormes bajo los ojos y un aspecto adusto.
—A veces el traviamento resulta ser el camino correcto, Pro. O tan bueno como cualquier otro".


"—Aquel día pertenece a un pliegue temporal totalmente distinto.
Deberíamos aprender a no menear más las cosas.
Oliver me escuchaba.
—La voz de la experiencia es tu más valioso rasgo.
Él había levantado los ojos y estaba mirándome fijamente a la cara, lo que me provocó una sensación de incomodidad.
—¿Tanto te gusto, Elio?".

"Me sentí especial. Como si le mostrase a alguien una capilla privada, una guarida secreta, el lugar donde, como ocurrió con el muro, uno viene a estar solo, a soñar con los demás. Aquí es donde soñé contigo antes de que entrases en mi vida".

"—¿Por qué me has comprado este libro?
Por un momento pensé que me iba a preguntar que por qué le había besado.
—Perché mi andaba, porque me apeteció.
—Sí, pero ¿por qué lo compraste para mí? ¿Por qué me compraste un libro a mí?
—No entiendo por qué lo preguntas.
—Cualquier idiota entendería el motivo de mi pregunta. Pero tú no. ¡Claro!
Sigo sin seguirte.
—¡Eres todo un caso!".

"Un beso en la boca no era el preludio de un contacto más exhaustivo, ya era un contacto total en sí".

"Arranqué un trozo de papel de mi cuaderno escolar.
Por favor, no me evites.
Luego lo reescribí:
Por favor, no me evites. Me moriría.
Una vez más:
Tu silencio me está matando.
Demasiado exagerado.
No puedo dejar de pensar en que me odias.
Muy llorica. No, lo haré menos lagrimoso, pero manteniendo el manido
discurso sobre la muerte.
Antes me moriría que saber que me odias.
En el último momento volví al original.
No soporto el silencio. Necesito hablar contigo".

"En vez de decir algo, me encogí de hombros, con la esperanza de que se percatase de mi encogimiento y no me preguntase nada más. No quería que hablásemos. Cuanto menos dijésemos, más desenfrenados serían nuestros movimientos. Me gustaba abrazarle.
—¿Esto te hace feliz? —me preguntó".

"—No hemos hablado —dijo.
Me encogí de hombros indicando que no había necesidad de ello.
Me levantó la cara con ambas manos y se me quedó mirando como aquel día en el muro, en esta ocasión aún con más intensidad pues ambos sabíamos que habíamos cruzado el umbral.
—¿Puedo besarte?".

"Sin asentir, acerqué mi boca a la suya, de la misma manera que había besado a Marzia la noche antes. Algo inesperado pareció ocurrir entre ambos y, por un segundo, parecía no haber diferencia de edad, sino sólo dos hombres besándose e incluso esto parecía disolverse, al comenzar a pensar que ya no éramos ni tan siquiera dos personas sino dos seres".

"Me matarás si paras, me matarás si paras, y era también mi forma de cerrar el círculo completo de mi sueño y mi fantasía, él y yo, el ansia de palabras de su boca a mi boca y de vuelta a la suya, intercambiando palabras entre ambas, que fue cuando debí de empezar a soltar obscenidades que él repetía después de mí, con suavidad al principio hasta que dijo «Llámame por tu nombre y yo te llamaré a ti por el mío», algo que no había hecho jamás en mi vida y que, en cuanto pronuncié
mi propio nombre como si fuese el suyo, me llevó a un lugar que no había compartido jamás con nadie antes, ni desde entonces he vuelto a hacerlo".

"—Tenía que verte —le dije mientras me acercaba a él.
—¿Por qué? ¿Ha ocurrido algo?
—Simplemente tenía que verte".

"—¿Te arrepientes de que haya venido? —estaba siendo un poco tonto a propósito.
—Te agarraría y te comería a besos si pudiese.
—Yo también".

"—¿Qué haces? —le pregunté.
—Pensar.
—¿En qué?
—En cosas. En volver a Estados Unidos. En las clases que tengo que impartir en otoño. En el libro. En ti.
—¿En mí?
—¿En mí? —se burlaba de mi modestia.
—¿En nadie más?
—En nadie más —se quedó en silencio un rato—".

"Oliver quiso coger el primer taxi. Yo, en cambio, prefería el autobús.
Anhelaba los autobuses atestados. Quería entrar en uno, abrirme paso entre la muchedumbre sudorosa mientras él se abría paso detrás de mi. Pero tras varios segundos dando saltitos en el interior, decidimos apearnos. Era demasiado auténtico, bromeamos. Di marcha atrás a través de la aglomeración furiosa de gente que iba camino de sus casas y que no entendía qué estábamos haciendo".

"Encontraremos a
Cupido en todos los lugares de Roma pues cortamos una de sus alas para forzarle a volar en círculos".

"—No te pongas rojo —le dije—, pero quiero mirar.
Lo que vi me movió un poco a la compasión por él, por su cuerpo, por su vida, pues de repente parecía muy frágil y vulnerable.
—Nuestros cuerpos ya no guardarán ningún secreto para el otro —dije mientras llegó mi turno y me senté.
Él se metió en la bañera y estaba a punto de encender la ducha.
—Quiero que me veas tú a mí —dije".

"No quería que hubiese ningún secreto, ningún filtro, nada entre nosotros.
No tenía ni idea de que si soltaba las sogas de franqueza que nos ataban más fuerte cada vez que jurábamos mi cuerpo es tu cuerpo era también porque me divertía reavivar el pequeño farol de la vergüenza olvidada".

"Sonríe y el mundo te sonreirá.
—Oliver, soy feliz.
Me miró con asombro.
—Simplemente estás cachondo.
—No, feliz".

"—Por aquí es por donde empezó.
—¿El qué?
—Eso.
—¿Y por eso querías venir por aquí?
—Contigo.
Ya le había contado la historia. Hace tres años, un joven, probablemente el ayudante del frutero o un chico de los recados, que bajaba en bicicleta por un camino muy estrecho con el delantal puesto, se me quedó mirando a la cara, yo le aguanté la mirada, sin sonreír, con un matiz de preocupación, hasta que pasó de largo. Y luego hice lo que esperaba que otros hiciesen en esos casos. Esperé unos segundos, y me gire. Él había hecho exactamente lo mismo".

"—He rechazado a tantos. Nunca perseguí a ninguno.
—Me perseguiste a mí.
—Me dejaste".

"»Me estás mirando, le dije finalmente.
»Ya lo sé.
»¿Por qué me estás mirando?
»Se apoya en mi lado de la mesa. Porque me gustas".

"»No me voy a acostar contigo.
»Quizá no lo hagas. O quizá sí. La noche es joven. Y no me he dado por
vencida.
»En aquel instante se quita la gorra y deja caer una mata de pelo que yo no entendía cómo todo aquello podía haber sido enrollado y arropado bajo una gorra tan pequeña. El era una mujer".

"Ahora, con la distancia de los años, puedo pensar que aún escucho la voz de dos jóvenes entonando esas palabras en napolitano dirigiéndose al amanecer, sin darse cuenta, ninguno de ellos, mientras se agarraban y se besaban una y otra vez a través de las calles de Roma, que aquélla iba a ser la última noche en que hiciesen el amor. 
—Vayamos mañana a San Clemente —dije.
Mañana es hoy —contestó".

"—Me he quedado sin ella —dijo—, y solo escribo con tinta negra".

"Mi padre nunca había hablado así de la bondad. Me descolocó.
—Yo creo que era mejor que yo, papá.
—Estoy seguro de que él diría lo mismo sobre ti, lo que os favorece a ambos.
Estaba a punto de golpear su cigarrillo con el dedo y, al inclinarse hasta el cenicero, me tocó la mano.
—Lo que viene ahora va a resultar muy difícil dijo, alterando la voz. 
Su tono implicaba: No tenemos por qué hablar de ello, pero no finjamos que no sabemos a lo que me refiero.
La única forma que tenía de decir la verdad era hablando de manera abstracta.
—No temas. Todo llegara. Al menos eso espero. cuando menos te lo esperas. La naturaleza tiene maneras extrañas de encontrar nuestros puntos débiles. Tan sólo recuerda: estoy aquí. 
Ahora mismo puede que no quieras sentir nada. Quizá nunca lo deseaste. Y tal vez no sea yo la persona con la que te apetezca hablar de esto. Pero aprecia lo que hiciste".

"Sin embargo, no sentir nada por miedo a sentir algo es un desperdicio".

"La forma de vivir tu vida es cosa tuya. Pero recuerda, nuestros corazones nuestros cuerpos sólo nos los entregan una vez. La mayoría no podemos evitar vivir como si tuviésemos dos vidas, una es la maqueta a escala y la otraes la versión final y luego están todas las adaptaciones intermedias. 
Pero sólo hay una, y antes de que te des cuenta, tienes el corazón gastado y en lo que respecta a tu cuerpo, hay un punto en el que nadie se fija en él, y mucho menos quiere acercarse a él. Ahora sientes pena. No envidio ese dolor. 
Pero sí envidio que puedas sentirlo ahora".

"Respiró hondo.
—Puede que nunca volvamos a hablar de esto. Y espero que no me tengas en cuenta que lo hayamos hecho. Hubiese sido un padre horrible si algún día tú hubieses querido hablar conmigo y yo hubiese dejado la puerta cerrada o no lo suficientemente abierta".

"Le miré: deseaba otro beso.
Debía, podía, haberme aprovechado".

"—Probablemente no me recuerdes —comencé diciendo mientras me miraba con extrañeza, intentando situarme. De repente se puso a la defensiva, como si se hubiese asustado al pensar que me podía conocer de algo que prefería olvidar. Mostró una mirada irónica e inquietante, una sonrisa incómoda y fruncida como si estuviese preparando algo como Me temo que me estás confundiendo con otra persona. Luego se quedó parado.
—Madre mía, ¡Elio!
Me dijo que lo que le había despistado era mi barba. Me abrazó y luego me dio unas palmaditas en mi peluda cara como si fuese más joven que durante aquel verano. Me abrazó de la manera que no pudo el día que entró en mi habitación para decirme que se iba a casar.
—¿Cuántos años han pasado?
—Quince. Los conté anoche mientras venía hacia aquí y añadí—: En realidad eso no es del todo cierto. Siempre lo he sabido.
—Así que quince. Pero mírate —dijo—. Mira, vamos a tomar algo o a cenar esta noche, o ahora, y así conoces a mi mujer, a mis hijos. Por favor, por favor, por favor.
—Me encantaría.
—Tengo que dejar algo en mi despacho y después nos vamos. Es un buen paseo a través del aparcamiento.
—No me has entendido. Me encantaría, pero no puedo.
Ese «no poder» no significaba que no era libre de ir, sino que no estaba seguro de que pudiese soportarlo".

"—Creo que no se fue del todo —repetí.
—Entonces... —dijo él. Era la única palabra que podía resumir mis inseguridades. Pero quizá también hubiese querido decir ¿Entonces? Como si estuviese preguntándose qué podía chocarme tanto de que aún le desease después de tantos años.
—Entonces... —repetí yo, intentando hacer referencia a las penas y sufrimientos caprichosos de un tercero que en este caso era yo".

"¿Te vas a quedar en el pueblo? me preguntó para cambiar de tema mientras se ponía la gabardina.
—Si. Una noche. Tengo que ver a unas personas de la universidad mañana y luego me voy.
Me miró. Sabía que estaba pensando en aquella noche durante las vacaciones de Navidad y él sabía que lo sabía.
—Entonces estoy perdonado.
Presionó sus labios en silenciosa disculpa.
—Vamos a tomar algo a mi hotel.
Noté su malestar.
—He dicho a tomar, no a follar".

"—¿Esto qué es? —pregunté, mientras le señalaba la mano sin llegar a tocarla.
Las tengo por todos lados.
Manchas solares. Me rompían el corazón y quería besar todas y cada una de ellas hasta que desapareciesen".

"—Dentro de ocho años yo tendré cuarenta y siete y tú cuarenta. Cinco después, yo tendré cincuenta y dos y tú cuarenta y cinco. ¿Vendrás entonces a cenar?
Sí, lo prometo.
—Así que me estás diciendo que sólo vendrás cuando creas que eres lo suficientemente mayor como para importarte. Cuando mis hijos se hayan ido. O cuando sea abuelo".

"Se me quedó mirando.
—Me alegro mucho de que hayas venido.
—Yo también me alegro de haber venido.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo.
¿Por qué de repente comencé a estar nervioso?
—Venga.
—Si pudieses, ¿volverías a empezar de nuevo?
Me quedé mirándole.
—¿Por qué me lo preguntas?
—Por nada. Responde.
—¿Empezaría de nuevo si pudiese? Al instante. Pero ya he vivido esto dos veces y estoy a punto de hacerlo otra vez".

"—Me pregunto si nuestros padres...
Se quedó un rato pensativo, luego sonrió.
—Lo que no quiero es recibir una carta de uno de tus retoños con las malas noticias: Y por cierto, adjunta encontraras una postal que mi padre me pidió que te devolviese. Ni tampoco quiero tener que responder con algo como: Puedes venir cuando lo desees, estoy seguro de que le hubiese gustado que te quedases en su habitación. Prométeme que eso no pasará.
—Lo prometo.
—¿Qué has escrito en la parte de atrás de la postal?
—Iba a ser una sorpresa.
Soy demasiado mayor para sorpresas. Aparte de que siempre llevan un canto afilado para hacer daño. No quiero que me hieran, al menos tú no.
—Solamente dos palabras.
—Déjame que adivine: Si no es luego, ¿cuándo?
—He dicho dos palabras. Además, eso sería muy cruel.
Pensé por unos instantes.
—Me rindo.
—Cor cordium, corazón de corazones, jamás le he dicho a nadie algo tan cierto en mi vida".

"Iba a acompañarle hasta el vestíbulo del hotel y quedarme allí de pie mientras él se alejaba. Nos íbamos a despedir en cualquier momento. De repente, una parte de mi vida iba a serme arrancada y nunca me la iban devolver.
—Supón que te acompaño hasta tu coche —le dije.
—Supón que vienes a cenar.
—Supón que lo hago".

"Ante nosotros estaba la roca en la que se sentaba por las noches, donde él y Vimini habían pasado juntos tardes y tardes.
—Ella cumpliría treinta años hoy —dijo.
—Lo sé.
—Me escribió todos los días. Absolutamente todos. Estaba mirando a su sitio. Recordaba cómo se tomaban de la mano y se escabullían hasta la orilla.
—Entonces un día dejó de escribirme. Y lo sabía. Simplemente lo sabía.
He guardado todas las cartas.
Le observé con melancolía.
—También he guardado las tuyas —añadió de inmediato para tranquilizarme, aunque vagamente, sin saber si esto era algo que quería oír".

"—¿Te alegras de haber vuelto?
Supo leer entre líneas mi pregunta antes que yo.
—¿Te alegras tú de que haya vuelto? —replicó.
Le miré, con la sensación de estar desarmado, aunque no amenazado.
Como la gente que se pone roja fácilmente pero no se avergüenza de ello.
Sabía bien cómo suprimir ese sentimiento sin que me influyese demasiado.
—Sabes que sí. Quizá más de lo que debería.
—Yo también".

"—Ven, te mostraré dónde enterramos algunas de las cenizas de mi padre. Bajamos por las escaleras de la parte de atrás hasta el jardín donde se ubicaba la mesa del desayuno.
—Este era el lugar de mi padre. Lo llamo el lugar fantasma. Mi sitio solía estar allí, si es que aún lo recuerdas —señalé donde solía estar mi vieja mesa junto a la piscina.
—¿Y yo tenía un lugar? —me preguntó con una media sonrisa.
—Siempre tendrás un lugar".

"—Vamos, te llevaré a San Giacomo antes de que cambies de opinión —dije finalmente—. Aún tenemos tiempo antes de comer. ¿Te acuerdas de cómo se va?
—Sí, me acuerdo.
—Sí, te acuerdas —repetí.
Me miró y sonrió. Eso me animo. Tal vez porque sabía que me estaba haciendo burla.
Veinte años fue ayer, y ayer era esta mañana, y esta mañana parece estar a años luz.
—Soy como tú -dijo— Me acuerdo de todo.
Me detuve un instante. Si te acuerdas de todo, quise decirle, y de verdad eres como yo, entonces antes de que te vayas mañana, o cuando estés a punto de cerrar la puerta del taxi, te hayas despedido de todos los demás y no quede nada que decir en esta vida, entonces y sólo entonces, vuélvete hacia mí, aunque sea en broma o como una última ocurrencia que hubiese significado todo para mí cuando estábamos juntos y, al igual que hiciste en aquel entonces, mírame a la cara, aguántame la mirada y llámame por tu nombre".




André Aciman