martes, 7 de julio de 2020

Citas: La formula preferida del profesor - Yoko Ogawa


"MI HIJO Y YO LE LLAMÁBAMOS PROFESOR. Y el profesor llamaba a mi hijo «Root», porque su coronilla era tan plana como el signo de la raíz cuadrada.
—Vaya, vaya. Parece que aquí debajo hay un corazón bastante inteligente —había dicho el profesor mientras le acariciaba la cabeza sin preocuparse de que se le despeinara".

"—Pero… ese número… ¿quizá no exista? —comenté con prudencia.
—Sí, claro que sí, está aquí —señaló su pecho—. Es un número muy discreto, no se muestra en público, pero está ahí dentro del corazón y sostiene el mundo con sus pequeñas manos".

"—¿Podría ser presentada a su cuñado?
—No es necesario.
Se negó de manera tan tajante que me sentí como si, irremediablemente, hubiera dicho algo inconveniente.
—Aunque hoy la viera, mañana él la habría olvidado. Por eso no es necesario.
—¿Qué quiere usted decir…?
—Pues bien… le seré franca. Tiene trastornos de memoria. No es que esté ido.
Digamos que las neuronas le funcionan normalmente, pero hará unos diecisiete años se le averió una parte del cerebro y perdió la facultad de recordar las cosas. Se golpeó la cabeza en un accidente de tráfico. Su memoria se acaba en 1975. Desde entonces, por más que intente acumular nuevos recuerdos, se le borran enseguida. Recuerda teoremas y fórmulas matemáticas que él mismo descubrió, pero no es capaz de recordar lo que cenó anoche. Para entendernos, es como si en su cabeza sólo pudiera ponerse una cinta de video de ochenta minutos. De tal manera que si graba encima de esa cinta, los recuerdos anteriores grabados hasta entonces van desapareciendo. La memoria de mi cuñado menor no dura más de ochenta minutos. Es decir, para ser exactos, una hora y veinte minutos".

"Unos días después de acudir regularmente al pabellón como asistenta, me di cuenta de que el profesor, cuando estaba confuso, sin saber qué decir, tenía la manía de hablar con números en lugar de palabras. Era la manera que había ingeniado para comunicarse con los demás. Los números eran la mano derecha que tendía para estrechar la del prójimo y, al mismo tiempo, un abrigo para resguardarse de sí mismo.
Un abrigo tan pesado que nadie conseguía que se lo quitara, tan recio que no permitía distinguir el contorno de su cuerpo, aunque se deslizara una mano por encima. Pero por el mero hecho de llevarlo puesto lograba proteger su propio espacio".

"—¡No tengo nada que decir! —gritó de repente el profesor, volviendo la cabeza—. Estoy pensando. Que se me interrumpa cuando estoy pensando me duele más que si me estrangularan. Entrar así cuando estoy en pleno diálogo amoroso con los números es una falta de educación, peor que espiar en el cuarto de baño, ¿sabes?".

"Me llamó la atención un papelito nuevo, sujeto en la bocamanga, que no estaba el día anterior. Cada vez que metía la cuchara en el plato estaba a punto de mancharse con el estofado.
«La nueva asistenta»
Eran unas letras débiles y pequeñas. Detrás, había dibujada una cara femenina.
Con el pelo corto y la cara redonda, tenía un lunar al lado de los labios. Era un dibujo infantil, pero enseguida me di cuenta de que era una caricatura mía. Imaginé al profesor dibujando, deprisa, antes de que su memoria se borrara en cuanto yo me hubiera marchado. Aquella hojita era el comprobante de que había interrumpido su tiempo más preciado para pensar en mí".

"Nuestras miradas permanecieron fijas en el trivial folleto durante un buen rato.
Mis ojos reseguían los números escritos por el profesor y los escritos por mí, encadenados con fluidez, como si se dibujara una constelación que une las estrellas parpadeantes en el cielo nocturno".

"En medio de una confusión indescriptible, sólo aquella línea permanecía tensa como si estuviera dotada de voluntad propia. Rebosaba energía, casi como si, tocándola, pudiera hacer daño".

"—Nosotros, los seres humanos, somos demasiado estúpidos para haber creado los números.
Sacudió la cabeza, se arrebujó en el butacón y abrió una revista matemática.
—¿Sabe usted? Cuanta más hambre tenemos, más estúpidos nos volvemos. Así que nutramos hasta el último rincón del cerebro, comiendo mucho, sin dejar nada".

"—Y tu hijo, en este momento, ¿qué estará haciendo?
—Pues, no lo sé. A estas horas, creo que ya habrá vuelto del colegio y estará jugando al béisbol con sus amigos en el parque o algo así, sin hacer los deberes.
—¿Cómo que no lo sabes? ¡Eres demasiado despreocupada! Pronto va a oscurecer, ¿no crees?
Por más que esperara, no parecía querer resolver el misterio del número 10. En aquel momento el 10 significaba para él solamente un niño pequeño.
—No se preocupe. Está acostumbrado, es así todos los días.
—¿Todos los días? ¿Dejas a tu hijo solo todos los días para amasar hamburguesas, como haces ahora?
—No es que lo deje. Simplemente esto es mi trabajo…
Eché la pimienta y la nuez moscada en el bol, sin comprender por qué el profesor se obstinaba tanto con mi hijo.
—¿Quién le cuida durante tu ausencia? ¿Tu marido vuelve pronto? Estará la abuela, ¿verdad?
—No, desafortunadamente no tengo ni marido ni suegra. Somos dos, y nadie más.
—Entonces, ¿tu hijo está solo en la casa? ¿Está esperando a su madre, en una habitación oscura, con el estómago vacío, y solo? Y su madre está preparando la cena a un desconocido. Mi cena. Ay, ¡qué desagradable! Esto no puede ser, no es posible".

"—Tú eres «Root». La raíz cuadrada, es un signo realmente generoso que puede dar refugio dentro de sí a cualquier número sin decir nunca que no a ninguno.
Y añadió el signo a continuación de la nota de la bocamanga:
«La nueva asistenta… y su hijo de 10 años v»".

"Tenía un espíritu muy combativo y nada la disgustaba más que la gente me mirara como a una niña de familia pobre, sin padre. Realmente éramos pobres, pero mi madre hacía todo lo posible por que pareciéramos ricas, de apariencia y de corazón".

"Mi madre sólo me hablaba de mi padre para decirme que era un hombre apuesto.
Nunca me habló mal de él. Por lo visto era un hombre de negocios que tenía un restaurante, pero ella me escamoteaba la información concreta, y se limitaba a repetirme cosas agradables sobre su persona: que era alto y guapo, hablaba muy bien inglés, conocía a fondo la ópera, era un hombre orgulloso pero a la vez modesto, y su sonrisa cautivaba a cualquiera que se encontrara con él…
En mi imaginación, mi padre estaba de pie, posando como una escultura de museo. Por mucho que me acercara a esa estatua, no parecía dispuesto a tenderme la mano, y sus pupilas miraban hacia algún punto lejano".

"El acontecimiento que desbarató de golpe y porrazo todas aquellas quimeras y que destrozó el edificio que mi madre había levantado con sus ropas de retales, el piano y las flores fue mi embarazo. Sucedió cuando yo acababa de empezar el último curso del instituto. 
Él era un universitario que estudiaba ingeniería electrónica, al que conocí donde yo trabajaba por las tardes. Era un chico tranquilo e instruido, pero incapaz de aceptar la responsabilidad de lo que surgió entre nosotros. Sus misteriosos conocimientos sobre ingeniería electrónica que tanto me habían fascinado de nada sirvieron, pues se convirtió en un hombre cobarde que se esfumó dejándome sola".

"—Esto no es más que un juego —decía con un tono más triste que modesto—.
Los que inventan el problema conocen la solución. Resolver un problema del que tenemos garantía de que existe solución, es como ir de excursión por el monte, con un guía, hacia una cumbre que ya avistamos. La verdad última de las matemáticas está escondida al final del camino, entre los arbustos, sin que nadie sepa dónde. Además, ese lugar no tiene por qué ser la cima. Puede estar entre las rocas de un despeñadero o en el fondo de un valle".

"Al final de la tarde, cuando se oía el «¡Ya estoy aquí!» de Root, el profesor salía del estudio sin importarle lo concentrado que pudiera estar con sus matemáticas. A pesar de que odiaba ser interrumpido cuando estaba pensando, abandonó fácilmente aquella manía por Root. Pero como mi hijo, después de dejar su cartera en el suelo, enseguida salía al parque a jugar al béisbol con sus amigos, el profesor regresaba entonces a su estudio un poco desilusionado.
Por eso el profesor se alegraba tanto cuando llovía, pues podía hacer los deberes de matemáticas con Root.
—Cuando estudio en la habitación del profesor, es como si me hubiera vuelto más inteligente".

"—¿Por qué no va a dar un paseo por el parque y luego pasa por la peluquería?
—¿A qué me conducirían estas actividades? —me contestó, lanzándome una mirada molesta por encima de sus gafas de présbite.
—No hay por qué tener siempre un objetivo, ¿no le parece? Las flores de los cerezos aún no han caído, y las del cornejo florido han empezado ya a abrirse".

"En aquel momento se escuchó un llanto que provenía del arenero. Una niña de unos dos años de edad, a la que quizá se le había metido arena en los ojos, estaba llorando sin soltar su pala de juguete. El profesor se le acercó con una agilidad que nunca antes había demostrado y le dijo algo mirándola a la cara. Sacudió la falda de la niña, que estaba llena de arena, con unas manos cariñosas. Comprendí entonces que aquel hombre adoraba no sólo a Root sino también a todos los niños.
—No se meta —dijo la madre, que apareció de no se sabe dónde; apartó la mano del profesor, y se marchó corriendo con la niña en brazos.
El profesor se quedó solo, de pie, inmóvil en el arenero. Yo, incapaz de ayudarle, me limité a mirar su figura de espaldas. Los pétalos del cerezo cayeron trazando círculos en el aire, añadiendo nuevos dibujos al secreto del universo".

"—Vas por buen camino, ¿verdad?
—Qué manera más irresponsable de animar a alguien.
—Bueno, es mejor animarte que no hacerlo, ¿o no?".

"Tiempo atrás, cuando me echaba a llorar por las injusticias de los empleadores conmigo (me habían acusado sin motivo de robar, delante de mis propios ojos habían tirado al cubo de la basura la comida que había preparado, me habían llamado inútil, etc.), Root, que aún era pequeño, me consolaba:
—Tú eres guapa, mamá, así que no pasa nada… —me decía con un aire muy convencido. Para él, aquélla era una frase de primera para consolarme.
—¿Ah, sí…? Conque mamá es guapa…
—Claro que sí. ¿No lo sabías? —fingía sorpresa, exagerando, y repetía—: Así que no te preocupes, porque eres guapa".

"5 × 9 + 10 = 55
El profesor se quedó inmóvil durante un rato. Contemplaba la fórmula con los brazos cruzados, sin pronunciar palabra.
Pensé que al fin y al cabo mi chispa había sido una ridiculez infantil. Sabía desde un principio que, por mucho que me concentrase con toda mi alma, lo que podía sacar de mis pobres células grises era poca cosa, y que era una osadía no exenta de orgullo el querer contentar de esta manera a un matemático…
Entonces el profesor se levantó inesperadamente, y se puso a aplaudir. Era un aplauso tan enérgico y afable que pensé que ni siquiera la persona que demostró el Teorema de Fermat habría recibido un elogio como aquél. Resonó por todo el pabellón y su eco no cesó durante largo rato.
—¡Excelente! ¡Qué fórmula más hermosa! ¡Magnífico, Root!
El profesor abrazó a Root. Entre tanto abrazo, el cuerpo de Root estaba medio aplastado.
—¡Realmente magnífico! Es increíble que una fórmula como ésta salga de tu mano…
—Sí, ya lo he entendido, profesor, pero suéltame. Que no puedo respirar".

"NO ESTÁ CLARO SI GUARDABAN RELACIÓN con su talento matemático o no, pero el profesor tenía extrañas facultades. La primera era la de poder hacer capicúas con las palabras.
No lo recuerdo exactamente, pero fue un día en que Root sudaba tinta haciendo palíndromos; eran sus deberes de lengua.
—Es lógico que si leemos las palabras al revés pierdan su significado. ¿Quién demonios diría «El bosque de bambúes se quemó»? Para empezar, nunca se ha visto un bosque de bambúes en llamas. ¿A que no, profesor?
—Maslla en búesbam de quebos un tovis ha se canun —murmuró el profesor.
—¿Qué has dicho, profesor?
—Sorfepro chodi has qué.
—Oye, oye: ¿qué te ha pasado?
—Dosapa ha te qué yeo yeo.
—¡Dios mío, Mamá! ¡El profesor se ha vuelto loco! —exclamó Root, pidiéndome ayuda, desconcertado.
—Tienes razón, Root. Todos nos volvemos locos si leemos al revés —dijo el profesor, impertérrito".

"Acaricié la página. Sentí en la punta del dedo las fórmulas matemáticas que el profesor había escrito. Las fórmulas se solapaban una a otra formando una cadena hasta mis pies. Yo iba bajando por esa escalera los peldaños uno a uno. El paisaje desapareció, no penetraba la luz del sol ni se oía ningún sonido, pero yo no tenía miedo. Porque sabía que la baliza señalada por el profesor tenía una carga de verdad eterna que nadie podría violar.
Me asombraba sentir que la tierra en la que ahora reposaba se sustentaba en un mundo aún más profundo. Para llegar allí no existía otra manera más que seguir la cadena de cifras, pues las palabras no significaban nada, y era incapaz de distinguir si estaba yendo hacia las profundidades o hacia las alturas. Lo único de lo que estaba segura era de que la cadena llevaba a la verdad".

"—Si queréis comprar un refresco, comprádselo a aquella señorita de allí.
La que señaló el profesor era una vendedora que iba subiendo el pasillo del otro lado.
—¿Por qué? ¿Da lo mismo quién sea, no?
Por muchas veces que se lo preguntara, no me aclaraba el motivo; sin embargo, después de que Root lo acosara porque no podía más de sed, finalmente confesó:
—Porque aquella señorita es la más hermosa.
Su sentido estético era acertado. Mirando a mi alrededor, ella era la más guapa y tenía la cara más agradable".

"—Mi hermano político no tiene amigos. Perdone que le diga que nunca ha venido a visitarle ninguno.
—En tal caso, Root y yo somos sus primeros amigos.
En ese momento el profesor se levantó de repente.
—¡No, no es posible! ¡No es tolerable herir los sentimientos de un niño!
Y mientras lo decía, sacó un papel de apuntes del bolsillo, garabateó algo en él, lo puso en el centro de la mesa y se marchó de la habitación. Fue un gesto resuelto, como preparado con antelación. No había en él ni ira ni confusión, sólo un silencio envolvente.
Nosotros tres, callados y abandonados por el profesor, clavamos los ojos en el papel de apuntes. Permanecimos así durante un rato, sin movernos. Allí había escrita, en sólo una línea, una fórmula.
« π + 1 = 0 »
Nadie decía nada. La viuda había dejado de hacer ruido con las uñas. Entendí que poco a poco iban desapareciendo de sus pupilas la turbación, la frialdad y la duda. 
Pensé que tenía la mirada de alguien que entiende perfectamente la belleza de una fórmula matemática".

"Aún recuerdo muy bien el tono de voz del profesor, mientras yo fregaba los platos en la cocina, diciéndome al oído, por la espalda:
—¿No crees que debería tratarse ese bulto? —me lo susurró como si aquello fuera el fin del mundo—. Los niños tienen un metabolismo muy activo, de manera que si se inflama más y más, podría tener consecuencias dañinas como, por ejemplo, constreñir las glándulas linfáticas u obstruir la tráquea.
Su aprensión habitual, si se trataba del cuerpo de Root, alcanzaba cotas máximas.
—Bueno, pues se lo reventaré con una aguja.
Ante mi respuesta un tanto irresponsable, se encolerizó de veras.
—¿Y qué harás si se le infecta?
—Es que pensaba desinfectarla con la llama del gas; no ha de pasar nada —dije aposta, para irritarlo, porque me hacía gracia ver cómo su aprensión se iba haciendo cada vez más absurda. Y también, creo, porque me gustaba que se preocupara por él.
—¡No! Los microbios están en todas partes. Si penetran por una vena y llegan hasta el cerebro, el mal es irremediable, ¿sabes?
El profesor se obstinaba sin desfallecer hasta conseguir que le dijera «sí, de acuerdo, ahora mismo lo llevo al médico».
Él siempre trató a Root igual que a un número primo. De igual manera que los números primos son primordiales para formar todos los números naturales, él pensaba que los niños eran los átomos necesarios e imprescindibles para nosotros, los adultos. Creía que su existencia, aquí y ahora, se debía también a los niños".

"—Cuando no está Root, siento que mi corazón está vacío —dije.
—¿Vacío significa que se reduce a 0? —murmuró el profesor, a pesar de que yo no le había preguntado nada en concreto—. Es decir, ahora existe un 0 dentro de ti, ¿es eso?".

"El profesor señaló con el dedo la oscuridad del patio, como si el pajarillo acabara de salir volando en aquel mismo instante. Las tinieblas, mojadas, se hicieron aún más oscuras.
—1 – 1 = 0. ¿No te parece hermoso?
El profesor se volvió hacia mí. Sonó un trueno aún más fuerte y tembló la tierra.
Parpadeó la luz de la casa principal y no se vio nada durante un instante. Yo agarré con fuerza la bocamanga de su americana.
—No te preocupes. No pasa nada. El signo de la raíz cuadrada es muy fuerte. Protege a cualquier tipo de número —me dijo acariciando mi mano".

"El profesor, aunque no estaba acostumbrado a hacer regalos a nadie, tenía un talento extraordinario para recibirlos. Nunca olvidaremos la cara que puso cuando Root le regaló el cromo de Enatsu. Comparado con el pequeño esfuerzo que hicimos para conseguirlo, el agradecimiento que nos dedicó era demasiado grande. En el fondo de su corazón, siempre había un sentimiento de «Cómo puedo merecerlo si mi existencia es tan insignificante…». Igual que se postraba ante los números, dobló las piernas, bajó la cabeza y juntó las manos cerrando los ojos ante mí y ante Root. Pudimos sentir que estábamos recibiendo algo más de lo que le habíamos ofrecido".

"—Root ha aprobado unas oposiciones para profesores de escuela secundaria. Será profesor de matemáticas a partir de la primavera del año siguiente.
Se lo comuniqué al profesor con orgullo. El profesor se levantó e intentó abrazarle. Sus brazos eran frágiles y temblaban. Root cogió aquellos brazos y los acercó a sus hombros. En el pecho del profesor se agitaba el cromo de Enatsu".





Yoko Ogawa

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