domingo, 16 de junio de 2019

Citas: El señor Nakano y las mujeres - Hiromi Kawakami


"«Pues eso» era el tic lingüístico del señor Nakano.
—Pues eso, pásame la salsa de soja
—acababa de decirme. Yo no salía de mi asombro".

"—¿No te da rabia? —le pregunté.
—Lo que siento no es exactamente rabia —me respondió él, con una sonrisa torcida.
—¿Qué es, entonces? —inquirí de nuevo, pero él soltó una risita desganada.
—No lo entiendes, Hitomi —me dijo—. A ti te gustan los libros y tienes una mente compleja. Yo tengo una mente simple —prosiguió".

"—¿Cómo conoció a su actual esposa, señor Nakano? —inquirí.
—Es un secreto —repuso él.
—Con esa respuesta sólo conseguirá que tenga más ganas de saberlo — insistí, y él me miró fijamente—¿Por qué me mira así?
—No tienes por qué fingir que te interesa, Hitomi —repuso él".

"—¿Qué opinas de él? —le pregunté.
Reflexionó unos instantes, con la cabeza ladeada.
—A mí no me huele mal —repuso al fin.
—¿A qué te refieres? —inquirí, pero él agachó la cabeza sin decir nada más.
Mientras Takeo vertía un cubo de agua delante de la tienda para limpiar la calle, pensé en el significado de «oler mal». Intuí más o menos a qué se refería, pero también supuse que no había querido decir lo que yo pensaba.
Cuando terminó de limpiar la calle, se dirigió a la trastienda con el cubo vacío y oí que murmuraba:
—Los tipos que huelen mal son los que sólo piensan en sí mismos.
Tampoco acabé de entender a qué se refería".

"—Verás, me gustaría vender una cosa —dijo, atajando bruscamente la conversación.
Cuando un cliente acudía a la tienda para vendernos algún objeto pequeño de uso diario, yo misma me encargaba de fijar un precio y de comprárselo. Sin embargo, cuando se trataba de una vajilla, un aparato eléctrico o una pieza de coleccionista, como las figuritas de los caramelos Glico, el señor Nakano era el único que podía hacer una oferta de compra.
—Es esto —dijo Tadokoro, entregándome un gran sobre marrón.
—¿Qué contiene? —le pregunté.
—Primero quiero que le eches un vistazo —se limitó a responder, dejando el sobre junto a la caja.
Por su forma de hablar, supuse que no desistiría hasta que examinara el contenido del sobre.
—Esto debería verlo el dueño —sugerí, pero él se arrimó al mostrador y me miró fijamente.
—Nunca has visto algo así. Te aconsejo que lo abras. Vamos.
No tuve otra opción que abrir el sobre, que contenía un trozo de cartón del mismo tamaño. Apenas había espacio para introducir los dedos, de modo que me costó un poco sacarlo.
Además, Tadokoro me observaba atentamente. Cuanto más nerviosa estaba, más torpe me sentía.
Cuando al fin conseguí sacar el contenido del sobre, comprobé que se trataba de dos trozos de cartón unidos entre sí con tiras de celo. Había algo entre los dos cartones.
—Ábrelo —me animó Tadokoro, con su serenidad habitual.
—Tendría que romper el celo.
—No importa —me aseguró, mientras abría con un clic el cúter que había sacado sin que yo me diera cuenta y cortaba el celo con un hábil gesto. El cúter parecía un apéndice de su mano, que se movía con gracia y elegancia.
Por un instante, el estómago me dio un vuelco. Mientras cortaba el celo, Tadokoro me dijo unas palabras misteriosas:
—Míralo, anda. Te servirá para aprender.
Esperé a que acabara de arrancar el celo, pero como no volvió a tocar el envoltorio, acerqué los dedos despacio, separé los dos cartones y vi unas fotografías en blanco y negro.
Las imágenes mostraban los cuerpos desnudos y entrelazados de un hombre y una mujer.
—¿Qué diablos es esto? —fue lo primero que dijo el señor Nakano.
—Parecen fotografías antiguas —opinó Takeo.
Mientras yo sujetaba los cartones entre los dedos, desconcertada, Tadokoro se había despedido aprovechando mi confusión: «Volveré otro día para que me hagáis una oferta.
Hasta luego», dijo, y se fue de inmediato".

"—Pues eso. Cuando una familia se muda a un lugar mejor, quiere cambiar lo que tiene en casa por cosas mejores —le respondió el señor Nakano a Takeo—. Por eso salen bastantes cosas buenas
y baratas.
—Buenas y baratas —repitió Takeo, y el señor Nakano asintió sin inmutarse.
—¿Y qué pasa cuando una familia se muda a un sitio peor? —insistió Takeo.
—¿Quién se muda a un sitio peor?—rio el señor Nakano".

"Michi permaneció unos instantes en el recibidor, hasta que empezó a oír algo que parecían gritos.
—¿Gritos?
—Pues eso, como si Masayo y ese hombre estuvieran…, ya sabes —dijo exasperado el señor Nakano, agitando frenéticamente el plumero.
—¡No me diga que estaban haciendo el amor!
—Una jovencita como tú no debería ser tan explícita, Hitomi.
El señor Nakano volvió a suspirar con cara de inocente, como si no fuera él quien me había dado pie a que hiciera preguntas explícitas".

"A pesar del alcohol, Takeo estaba tan taciturno como de costumbre. Yo le iba haciendo preguntas inconexas: ¿Te gusta ir al cine? ¿Cuál es tu videojuego favorito? Es divertido trabajar en la tienda del señor Nakano, ¿no te parece? ¿A que está rico el hígado crudo que tienen aquí? Takeo se limitaba a darme respuestas breves y concisas:
No mucho. Lo normal. Bastante. Sin embargo, de vez en cuando levantaba la vista y me miraba a los ojos. Entonces me daba cuenta de que se encontraba a gusto conmigo".

"Takeo parecía concentrado en un punto muy lejano. Con el dedo amputado de la mano derecha se acarició el meñique de la izquierda.
—¿Puedo tocarlo? —le pedí cuando ya llevaba un rato observando sus movimientos, y él me dejó tocar el muñón. Mientras tanto, cogió el vaso con la otra mano y lo vació inclinando la cabeza hacia atrás y mostrándome todo el cuello.
—Es como un pisapapeles —dije, mientras apartaba la mano de su dedo.
—¿Un pisapapeles?
«Maruyama es como un pisapapeles —me había dicho Masayo—. ¿No te parece, Hitomi? Cuando un hombre está encima de ti, ¿no te sientes como un papel atrapado bajo el peso de un pisapapeles?». «¿Un pisapapeles es eso que hay en los estuches de caligrafía?», le pregunté. Ella frunció el ceño. «Los jóvenes me sacáis de quicio… Nunca has usado un pisapapeles, ¿verdad? No sólo sirve para sujetar el papel de caligrafía, sino cualquier tipo de hoja»".

"—Un pisapapeles —susurré, y Takeo me dirigió un breve vistazo.
—Sí, un pisapapeles —añadió en voz baja.
—¿Qué os pasa con el pisapapeles? ¿Es una especie de contraseña? —intervino el señor Nakano, interrumpiéndonos.
—Qué va —desmintió Takeo.
—En absoluto —corroboré yo".

"—El suegro de Tamotsu Konishi ha muerto —prosiguió.
—Ah —dijo Takeo, con su indiferencia habitual.
—Ah —repuse yo al mismo tiempo.
Era la primera vez que oía aquel nombre".

"—¿De quién es ese cuadro que hay en la pared? —pregunté.
—De Seiji Togo.
—Qué nostalgia transmiten sus cuadros, ¿verdad?
—No los conozco.
—¡Pero si acabas de decirme el nombre del pintor!
—Ha sido pura chiripa, lo siento.
—No hace falta que te disculpes, que no estamos en el trabajo.
—Es la costumbre, lo siento.
—¡Lo has hecho otra vez!
—Perdón".

"Por eso el amor es tan complicado. Pero lo más complicado es saber si quieres enamorarte o no".

"—Que pase lo que tenga que pasar —murmuré, mientras levantaba la mano para saludar a Takeo.
—Hola —dijo él, en un tono a medio camino entre la familiaridad y la formalidad—. ¿Qué es lo que tiene que pasar? —me preguntó a continuación.
—Ti… tienes un oído muy fino — balbucí, turbada. Takeo ya no era Takeo, era simplemente un chico llamado Takeo".

"Desesperada, me pregunté qué hacían el resto de parejas jóvenes del mundo durante los veinte minutos que el repartidor de pizzas tardaba en llegar".

"Cuando hay sexo de por medio, todo lo demás pierde importancia".

"—Tengo que irme —dijo, y se levantó. En el recibidor, me acercó los labios al oído. Creí que quería darme un beso, pero en vez de besarme, susurró:
—Soy muy malo en la cama, lo siento".

"—Lo siento, Hitomi. Soy un desastre.
—¿En qué sentido?
—En todos.
—No es verdad. Yo sí que soy un desastre.
—¿En serio? A ti… —vaciló, mirándome fijamente a los ojos, cosa que no solía hacer—. ¿A ti también se te dan mal las cosas de la vida?".

"En cuanto salí del edificio, delante de mí apareció el señor Nakano en compañía de «el banco».
El señor Nakano y «el banco» estaban doblando la esquina. Cerca de allí había un hotel por horas. Los seguí casi sin pensar, convencida de que al señor Nakano no se le ocurriría entrar en un hotel que se encontraba tan cerca de su propio negocio. «El banco» tenía unas piernas muy bonitas".

"—Lo han apuñalado con un abrecartas —me explicó.
—¿Con un abrecartas? —repetí.
—Exacto. Cuesta creerlo, ¿verdad?
—¿Los abrecartas están afilados?
—En absoluto.
—Pero ha perdido sangre, ¿no?
—Este sangra por cualquier cosa".

"—A partir de ahora, te prometo que gemiré —dijo.
—¿Cómo? —exclamó él, gritando un poco más de lo necesario.
—Gemiré con la condición de que no te acerques a otras mujeres aparte de la tuya —dijo Sakiko, en voz baja pero clara.
Sí —repuso el señor Nakano, en un tono que parecía el de un luchador de sumo derrotado que ha caído de bruces sobre la arena—. Sí, claro. Por supuesto —añadió, con voz temblorosa.
Takeo y yo también nos fuimos al cabo de un rato, y nos dirigimos a paso rápido hacia el ascensor.
—Menudo genio —susurró Takeo.
—Masayo dice que al señor Nakano le gustan las mujeres con carácter.
—Pero es muy atractiva.
—¿Es tu ideal de mujer? —le pregunté, intentando aparentar indiferencia sin conseguirlo.
—No tengo ningún ideal de mujer —repuso él—. Por cierto, Hitomi, ¿a qué se refería con eso de gemir?
—Le ha prometido que gemiría cuando llegara al orgasmo.
—¿Qué? —exclamó Takeo".

"De repente, al cabo de un rato, Takeo se interrumpió en mitad del dibujo y soltó una exclamación.
—¿Qué pasa? —le pregunté. Él se levantó y se abalanzó sobre mí.
Se quitó los vaqueros de un manotazo, y cuando yo también me disponía a desnudarme, él me detuvo.
Mis tejanos eran muy ajustados y tenía dificultades para quitármelos, pero Takeo me los arrancó como si pelara una pieza de fruta".

"Takeo tenía la mirada perdida.
—Takeo —lo llamé.
—Hitomi —me llamó él en voz baja, absorto".

"—¿Sabes? Me gusta…
—¿Qué es lo que te gusta?
—… tu cuerpo desnudo —terminó él, con una voz casi inaudible.
—No lo he oído, ¿puedes repetirlo? —le pedí.
—No puedo —me respondió él".

"—Oye, Hitomi —me dijo Masayo.
—¿Sí?
—¿Cómo terminó tu historia? —me preguntó sin volverse, mirando fijamente al vacío.
—¿A qué historia se refiere? —inquirí.
—A la de aquel chico.
—Ah…
—¿Cómo que «ah»?
—¿Cómo que «ah»?
—Uf…
—¿Cómo que «uf»?
—Bueno…
—¿Cómo que «bueno»?".

"«Estoy enamorada como una idiota —pensé—. El amor es un sentimiento idiota»".

"—Lo siento —le dije, y él puso cara de extrañeza.
—¿Por qué te disculpas?
—Porque no puedo dejar de quererte".

"—De la noche a la mañana —repetí estúpidamente—. ¿Tuvieron alguna discusión? —pregunté con timidez.
—No.
—¿Murió algún familiar suyo?
—Me lo habría dicho.
—¿Y si lo hubieran secuestrado?
—¿Quién querría secuestrar a un hombre más pobre que una rata?".

"«Por primera vez me he enamorado de Takeo de verdad», pensé en un rincón de mi cerebro".




Hiromi Kawakami

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