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"—Oye, necesito ese libro de mierda.
—¿Podrías controlar tus groserías, Preppie?
—¿Qué te hace estar tan segura de que fui a una escuela preparatoria?
—Pareces estúpido y rico —dijo ella levantándose las gafas.
—Te equivocas —protesté—. Actualmente soy inteligente y pobre.
—Oh, no, Preppie. Yo soy inteligente y pobre.
Me miraba fijamente. Sus ojos eran marrones. Okay, probablemente yo tenga pinta de rico, pero no iba a permitir que ninguna Cliffie, por más lindos ojos que tuviera, me tratara de tonto.
—¿Y qué carajo te hace tan pero tan inteligente? —pregunté.
—El hecho de que no te aceptaría ni un café, —contestó.
—Oye: yo no te he invitado.
—Eso —replicó— es lo que te hace tan estúpido".
"—¿Música 201? ¿No es un curso para graduados?
Ella asintió sin poder disimular muy bien su orgullo.
—Polifonía Renacentista.
—¿Qué es polifonía?
—Nada sexual, Preppie.
¿Por qué iba yo a seguir aguantando esto? ¿No lee ella el Crimson? ¿No sabe quién soy?
—Eh… ¿sabes quién soy?
—Sáa —respondió con una especie de desdén—. Eres el dueño del Barrett Hall.
No sabía quién era yo.
—No soy el dueño de Barrett Hall —argüí—. Resulta que mi ilustre bisabuelo lo donó a Harvard.
—¡Para que su deslustrado bisnieto tuviera el ingreso asegurado!
Era el colmo.
—Jenny, si estás tan convencida de que no valgo un pito, ¿por qué me coaccionaste a invitarte con un café?
Me miró fijamente a los ojos y sonrió.
—Me gusta tu cuerpo —dijo".
"Mientras hablaba miraba hacia todas partes, tratando de descubrir a Jenny. ¿Se habría ido caminando de vuelta a Radcliffe, sola?
—¿Jenny?
Me alejé tres o cuatro pasos de los hinchas, buscándola desesperadamente. Ella surgió de improviso detrás de unos arbustos, su cara envuelta en un echarpe, dejando ver sólo los ojos.
—Hola, Preppie. Hace un frío loco aquí afuera.
¡Cómo me alegró verla!
—¡Jenny!
Casi instintivamente la besé, con suavidad, en la frente.
—¿Quién te dio permiso?
—¿Qué?
—¿Te dije que podías besarme?
—Lo siento. Me dejé llevar.
—Yo no.
Estábamos casi demasiado solos allí afuera, y estaba oscuro y hacía frío y era tarde. La besé otra vez. Pero no en la frente ni con suavidad. Duró un largo delicioso momento. Cuando terminamos, ella permanecía aferrada a mis mangas.
—No me gusta —dijo.
—¿Qué?
—El hecho de que me guste".
"Hablamos en susurros.
—Hola, Jen…
—Sáa?
—Jen… qué dirías si te dijera…
Vacilé. Ella esperaba.
—Pienso… Pienso que te quiero.
Hubo una pausa. Después ella respondió suavísimamente.
—Diría… que tienes la cabeza llena de caca.
Y cortó.
Pero no me sentí desgraciado. Ni sorprendido".
"—Mira, Jenny, ¿qué tal si lo olvidamos?
—Gracias a Dios, estás emperrado en lo que respecta a tu padre —contestó ella—. Eso quiere decir que no eres perfecto.
—Oh… ¿Piensas que tú sí lo eres?
—Mierda, no, Preppie. Si lo fuera ¿estaría saliendo contigo?
De vuelta a lo mismo, como siempre".
"Estábamos sentados en mi cuarto un domingo por la tarde, leyendo.
—Oliver, te vas a arrepentir si te vas a pasar el tiempo mirándome estudiar.
—No te estoy mirando estudiar. Estoy estudiando.
—Mentiroso. Me estás mirando las piernas.
—Sólo de vez en cuando. Una vez por capítulo.
—Los capítulos de ese libro deben ser muy cortos.
—Escucha, monstruo narcisista: ¡No eres algo tan pero tan grandioso!
—Lo sé. ¿Pero qué puedo hacer si tú piensas que lo soy?
Tiré mi libro y crucé la habitación hasta donde ella estaba sentada.
—Jenny, por el amor de Dios, ¿cómo voy a leer a John Stuart Mill si a cada segundo me muero de ganas de hacer el amor?".
"—Oliver, ¿te dije que te quiero? —preguntó.
—No, Jen.
—¿Por qué no me lo preguntaste?
—Tenía miedo, sinceramente.
—Pregúntamelo ahora.
—¿Me quieres, Jenny?
Me miró y al responder no fue nada evasiva.
—¿Qué te parece?
—Me parece que sí. Espero. Puede ser.
La besé en el cuello.
—¿Oliver?
—¿Sí?
—En realidad no es que te quiera…
—¡Oh, Cristo! ¿Qué era esto?
—Te adoro, Oliver".
"—Quiero decir… ¡Cristo! Barrett: ¿lo haces o no?
—Raymond, como amigo te pido que no hagas preguntas.
—¡Pero Cristo, Barrett! ¡Las tardes, los viernes a la noche, los sábados a la noche! ¡Cristo, debéis hacerlo!
—Si estás seguro ¿por qué preguntas tanto?
—Porque no me parece saludable.
—¿Qué cosa?
—Toda la situación, Ol. Quiero decir que antes nunca fue así. Quiero decir… ese total congelamiento de detalles dedicados al gran Ray. Quiero decir… la situación no tiene garantías. Insalubre. Cristo: ¿qué hace ella que es tan diferente?
—Mira, Ray, es un maduro asunto de amor.
—¿Amor?
—¡No la pronuncies como si fuera una palabrota!
—¿Amor? ¿A tu edad? Cristo, lo siento mucho, viejo.
—¿Por qué? ¿Te preocupa mi salud?
—Tu soltería. Tu libertad. ¡Tu vida!".
"—Entonces no me dejes, Jenny. Por favor.
—¿Y qué hago con mi beca? ¿Y con París, al que no he visto en mi perra vida?
—¿Y nuestra boda?
Fui yo quien pronunció esas palabras, aunque por algunos segundos no estuve muy seguro de haberlo hecho.
—¿Quién dijo algo de boda?
—Yo. Lo estoy diciendo ahora.
—¿Quieres casarte conmigo?
—Sí.
Ella inclinó la cabeza, no sonrió, pero preguntó simplemente:
—¿Por qué?
La miré fijamente en las pupilas.
—Porque sí —dije.
—Oh —dijo ella—. Ésa es una muy buena razón".
"—¿Cómo van tus cosas, hijo?
Para ser un maldito alumno de Harvard y Oxford, era un estupendo conversador.
—Bien, señor. Bien.
Como no queriendo ser menos, mi madre dio su bienvenida a Jenny.
—¿Tuvistéis un buen viaje?
—Sí —contestó Jenny—. Bueno y rápido.
—Oliver conduce muy rápido —interpuso el Viejo Fósil.
—No tanto como tú, padre —repliqué.
¿Qué diría de esto?
—Oh, sí. Supongo que no.
Te cortarías un huevo si no, padre".
"—Padre, no has dicho una palabra acerca de Jennifer.
—¿Y qué se puede decir? Nos la has presentado como un hecho consumado, ¿no es así?
—Pero ¿qué es lo que piensas tú, padre?
—Pienso que Jennifer es admirable. Para una chica de su extracción, llegar a Radcliffe…
—Vamos al grano, padre.
—El caso no tiene nada que ver con la jovencita —dijo— sino contigo.
—¿Eh? —dije yo.
—Tu rebelión —agregó—. Eres un rebelde, hijo.
Padre, no veo por qué casarse con una preciosa y brillante chica de Radcliffe ha de ser rebeldía. Ella no es ninguna hippie medio loca, digo…
—Ella no es muchas cosas.
Ah, llegábamos. El maldito nudo de la cuestión.
—¿Qué te fastidia más, padre? ¿Que sea católica o que sea pobre?
Él respondió en una especie de susurro, inclinándose hacia mí:
—¿Qué es lo que más te atrae?
Estuve a punto de levantarme e irme. Se lo dije.
—Quédate aquí y habla como un hombre —dijo él.
¿Para oponerme a qué? ¿A un muchacho? ¿A una chica? ¿A un ratón? De todos modos me quedé.
El jodeputa mostró una enorme satisfacción cuando vio que permanecía sentado.
Podría decir que lo consideró como otra de sus victorias sobre mí.
—Sólo te pediría que esperéis un tiempo —dijo Oliver Barrett III.
—Define «un tiempo», por favor.
—Termina la Escuela de Derecho. Si esto es verdadero, podrá superar la prueba del tiempo.
—Es verdadero. ¿Por qué narices someterlo a una prueba arbitraria?
Mi deducción era clara, creo. Me estaba alzando contra él. Contra su arbitrariedad. Contra su compulsión para dominar y controlar mi vida.
—Oliver —él empezaba un nuevo round—. Eres menor…
—¿Menor para qué? —Me estaba poniendo furioso, mierda.
—No tienes todavía veintiuno. No eres legalmente un adulto.
—¡Guárdate tus minucias legales, cretino!
Quizás algunos comensales vecinos oyeron esta observación. Como para compensar mi barullo, Oliver Barrett III lanzó sus siguientes palabras en un murmullo:
—Si te casas con ella enseguida, no te voy a dar ni la hora.
¿A quién le importaba una mierda si alguien escuchaba?
—Padre, tú no sabes ni la hora.
Salí de su vida y comencé la mía".
"—Él es okay, —dijo Phil Cavilleri a su hija.
¿Qué significaba eso?
Yo ya no necesitaba que me definieran «okay», tan sólo quería saber cuál de mis pocas y circunspectas actitudes me había ganado ese afectuoso epíteto".
"—Te dije que era okay, Phil —dijo la hija del señor Cavilleri.
—Bien, okay —dijo su padre—. Pero aún tenía que verlo por mí mismo. Ahora lo veo. ¿Oliver?
Se dirigía a mí.
—¿Sí, señor?
—Phil.
—¿Sí, señor Phil?
—Eres okay.
—Gracias, señor. Me alegro. Realmente me alegro. Y usted sabe lo que siento por su hija, señor. Y por usted, señor.
—Oliver, —interrumpió Jenny—. ¿Puedes dejar de parlotear como un estúpido preppie, y…?
—Jennifer —interrumpió el señor Cavilleri—. ¿Puedes dejar de decir palabrotas?
El jodeputa es un huésped".
"De todos modos, después de toda clase de bendiciones, subió al ómnibus y nosotros esperamos y lo saludamos hasta que se perdió de vista. Fue entonces cuando la terrible verdad empezó a alcanzarme.
—Jenny, estamos casados.
—Sáa. Ahora puedo portarme mal".
"—Mándalos al diablo, Oliver. Yo no quiero desperdiciar dos días hablando al pedo con un puñado de aburridos preppies.
—Okay, Jen, ¿pero qué les digo?
—Que estoy embarazada, Oliver.
—¿Lo estás? —pregunté.
—No, pero si nos quedamos en casa este fin de semana quizás me quede".
"—¿Estás bien, Jen? —pregunté, queriendo decírselo en un sentido relativo. Me contestó con otra pregunta:
—¿Eres lo bastante rico como para pagar un taxi?
—Seguro —respondí—. ¿A dónde quieres ir?
—Algo así como… al hospital —dijo.
Yo sabía —en el veloz barullo de movimientos que siguió— que aquello había llegado. Jenny estaba por salir de nuestro apartamento y nunca volvería. Sentada allí, mientras yo juntaba unas pocas cosas suyas, me preguntaba qué estaría cruzando por su mente acerca del apartamento. Quiero decir, ¿qué querría mirar para acordarse?
Nada. Estaba simplemente sentada, inmóvil, sin fijar sus ojos en nada.
—Eh —dije—. ¿No quieres llevar algo en especial?
—Mmm, mmm… —Ella dijo «no», y después agregó como con retardo—: Tú".
"—¿Podrías abrazarme muy fuerte?
Puse una mano en su antebrazo —Dios, tan fino— y le di un apretón.
—No, Oliver —dijo—. Abrázame, realmente. Bien cerca de mí.
Tuve mucho, muchísimo cuidado —con los tubos y esas cosas— mientras me metía en la cama con ella y la rodeaba con mis brazos.
—Gracias, Ollie.
Fueron sus últimas palabras".
"—Oliver —dijo mi padre urgentemente—, quiero ayudar.
—Jenny está muerta —le dije.
—Lo siento —dijo en un atontado murmullo.
Sin saber por qué, repetí lo que había aprendido mucho antes de la linda chica, ahora muerta:
—Amar significa nunca tener que decir «Lo siento».
Y entonces hice lo que nunca había hecho en su presencia, y menos aún en sus brazos. Lloré".
Erich Segal
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