sábado, 26 de febrero de 2022

Citas: Dickens enamorado - Amelia Pérez de Villar

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"Pero este amor de Dickens no sería el último, ni el único que ocultara su familia. Cuando a los cuarenta y cinco años de edad decidió aprovechar la recién aprobada ley de divorcio para romper su matrimonio con Catherine Hogarth, se inició otro capítulo apenas conocido de su vida: su historia de amor con la actriz Nelly Ternan, que en el momento de su encuentro sólo contaba dieciocho años de edad".

"Atravesó el condado de Kent un día lluvioso que se quedó grabado para siempre en su memoria y, durante el trayecto, pudieron fraguar en su recuerdo las primeras impresiones de su vida: el campo y la ciudad, los constantes traslados, los viajes, los lugares donde vivió y las gentes que pululaban por ellos servirían de caldo de cultivo para crear, en su madurez, el tejido que conformó no sólo sus novelas, sino también su carácter como ser humano".

"Sutil, lentamente, el joven Dickens alcanzaba la mayoría de edad.
Conseguiría su carnet de lector en la Biblioteca Nacional —que tenía entonces sede en el Museo Británico— un día después de cumplir los dieciocho y conocería a Maria Beadnell, su primer amor".

"No contamos con ninguna autobiografía del genial escritor. El propio Dickens confesó lo siguiente a Maria en una de las cartas que forman parte de esta correspondencia privada: «Hace algunos años (justo antes de David Copperfield) comencé a escribir mi biografía, con la pretensión de que alguien encontrara el manuscrito entre mis papeles cuando el tema de su objeto llegase a término. Pero a medida que me acercaba a esa parte de mi vida [la historia de amor de ambos] me faltó valor y prendí fuego a lo que quedaba»".

"Gracias a las cartas que Charles Dickens intercambió con Mana hemos podido constatar que los amores de Copperfield y Dora son, en realidad, los de Dickens y la menor de las Beadnell: ahí fue donde el escritor plasmó sus sentimientos y donde cuenta los detalles de su enamoramiento, y ahí también donde recreó al objeto de su admiración en la joven Dora, con todas las características que, a sus ojos, adornaban a Maria".

"He aquí un joven romántico que, en el umbral de la mayoría de edad, accede casi de súbito al mundo al que siempre sintió que pertenecía, y en el que se afanó por entrar contra viento y marea: sin abolengo, sin una formación académica rigurosa y con una experiencia vital ingente y variopinta, inusitada para un chico de su edad, que gozaba además de una sensibilidad extraordinaria y una gran capacidad de observación y plasmación de lo observado. La suerte estaba echada, sí, pero el camino había sido, como en la canción de los Beatles, largo y tortuoso".

"De sí mismo, dice Charles Dickens lo siguiente:
Charles Dickens, que tiene en esta fiesta su papel:
Es un merluzo, y sin corazón él.
No es que no tenga: alguien se lo robó en mayo hizo un año, según corre el rumor".

"Cito al editor: «Si, como parece, la carta anterior que entregó Kolle era una proposición de matrimonio, es evidente que Maria no dio a Dickens una respuesta definitiva. Pudo haber respondido con un “sí” o con un “no”: dejó a su enamorado con la intriga. Coqueta y joven como era, disfrutaba recibiendo cartas de amor, sobre todo si estaban bien escritas y por un joven atractivo y ardiente. Le dio largas, y sin duda jugó al ratón y al gato». Puede que Maria nunca tuviera verdadera intención de casarse con él, pero le consideraba su prometido y sabía que él sí esperaba casarse con ella, porque ella le dio esas esperanzas".

"¿Debo decir que nada hay más lejos de mi intención que herir sus sentimientos con las breves líneas que acompañan a este pequeño envoltorio? Soy probablemente la última persona del mundo que albergaría un propósito así. Pero me parece que ni es asunto ni momento para el juego frívolo, deliberado y calculador. Mis sentimientos sobre cualquier asunto, pero muy especialmente sobre éste, no deben ser para usted cosa de cuidado; a pesar de todo, los tengo: tengo unos sentimientos, comunes con otras gentes —que tal vez en lo que a usted se refieren han sido tan fuertes y verdaderos como alguna vez pudo albergar un corazón humano—".

"Mi deseo de que sea usted feliz, aun viniendo de mí, no puede ser peor por sincero y honesto. Acéptelo con el valor que tiene, y crea que nada me causaría mayor contento, ni más verdadero, que saber que usted, el objeto de mi primer y último amor, es dichosa. Si es usted tan feliz como yo creo que puede serlo, entonces estará en posesión de todas las bendiciones que este mundo puede darle.
C. D. ~".

"Nunca he amado y nunca podré amar a ninguna criatura que vive y respira como la amo a usted".

"La ausencia, sin embargo, no ha alterado mis sentimientos ni en lo más mínimo, y el amor que ahora le ofrezco es tan puro y duradero como lo fue en cualquier etapa de nuestra anterior correspondencia".

"El tiempo lo cura todo, y más a cierta edad. Se abre otra etapa en la vida de Dickens y esta sí es otra historia.
O parte de la misma: su búsqueda continua e incesante de la plenitud y la satisfacción; su afán, legítimo, de encontrar su lugar en el mundo".

"Mientras, organizó los trámites de alquiler y buscó ayuda doméstica para ellos, y escribió una carta a Catherine en la que dice: «Sería ridículo decir cuánto te echo de menos. También extraño a los niños, por las mañanas, sus vocecitas que nos ofrecen a ti y a mí sonidos que nunca olvidaremos»".

"Llegaron el 29 de junio.
Poco después de ellos lo haría la siguiente depositaría de sus peculiares afectos, Georgina Hogarth: quince años, bonita, inteligente y de ojos azules. Georgina llegó en aquel momento con el simple cometido de ayudar a su hermana a instalarse tras la prolongada ausencia y echar una mano con los niños, con los que actuó como institutriz. Era algo más joven que su hermana Mary cuando fue a vivir a Doughty Street, y sobre ella escribió su célebre cuñado lo siguiente: «Hasta tal punto atisbo en ella destellos de su hermana que, a veces, me parece revivir aquellos viejos tiempos con tanta intensidad que no alcanzo a distinguirlos del presente». Se confesó encantado de tener por casa «dos pares de enaguas». Se veía venir una nueva obsesión".

"Así fue: a finales de 1845 Dickens estaba de nuevo inmerso en su trabajo y dejó de lado estas ocupaciones menores, hasta tal punto que no visitó a los De la Rue en enero de 1846, aunque ellos le esperaban. Sí lo hizo sin embargo al año siguiente, cuando pasó otra temporada en Lausana con su familia, y continuaron escribiéndose hasta 1866. Pero Dickens no olvidó el episodio, habla de él a Sheridan La Fanu en una carta escrita seis meses antes de morir. Sí, era un hombre de obsesiones. De obsesiones de largo recorrido".

"—«¿Podré dejarte el manuscrito de mi vida cuando yo muera?»—, y dispuso las bases para comenzar la que sería según muchos la mejor de sus novelas y, en todo caso, la más autobiográfica: David Copperfield. Seguramente es a este hecho al que se refiere en una de las cartas a Maria: «Hace algunos años (justo antes de David Copperfield) comencé a escribir mi biografía, con la pretensión de que alguien encontrara el manuscrito entre mis papeles cuando el tema de su objeto llegase a término. Pero a medida que me acercaba a esa parte de mi vida [la historia de amor de ambos] me faltó valor y prendí fuego a lo que quedaba»".

"En septiembre de 1853, cuando terminó Tiempos difíciles, le escribió diciéndole que estaba pensando en marcharse una temporada fuera, él solo. Se encontraba en Boulogne con su familia, pasando el verano, y hablaba de irse seis meses a los Pirineos. Parece que no fuera Dickens quien está escribiendo esto, aunque el párrafo siguiente corrobora que sí: «La inquietud, me dirás. Lo que sea… Ha sido lo que siempre me ha impulsado a seguir adelante, no puedo evitarlo. He parado nueve o diez semanas y a veces me siento como si llevara un año sin hacer nada, y eso que antes de descansar me estaban atacando todo tipo de miserias, debido a los nervios. Creo que si no tuviera la posibilidad de caminar, muy lejos y muy rápido, explotaría»".

"Pero la vida, ya lo hemos visto, no siempre avanza en línea recta, ni siquiera una vida llena de éxitos como la de Dickens. Y, también lo hemos visto, a veces los fantasmas del pasado deciden hacernos una visita: Maria Beadnell volvía a entrar en escena".

"TAVISTOCK HOUSE
Sábado diez de febrero de 1855

Estimada Sra. Winter:

Recibo constantemente cientos de cartas con todo tipo de caligrafía, todas ellas desconocidas para mí y, como podrá usted suponer, no tengo especial interés en los rostros que hay detrás de tales epístolas. Pero la otra noche, cuando leía junto al fuego, vi un puñado de ellas apiladas en mi mesa: las miré por encima y, al no reconocer la caligrafía de ningún amigo cercano, las dejé estar y volví a mi libro. Advertí sin embargo que mi pensamiento divagaba de extraña manera, alterado, y volvía a mis años mozos. Esto me dejó perplejo, porque no había nada en lo que estaba leyendo, ni en lo que había estado pensando en momentos recientes, que hubiera podido desencadenar esos recuerdos, por lo que se me ocurrió que debió dispararse con algo que vi en aquellas cartas. Así que volví a ellas, y de pronto el recuerdo de su caligrafía me invadió con una fuerza que no sabría expresar. Veintitrés o veinticuatro años se habían desvanecido como un sueño, y abrí la carta como lo hubiera hecho mi amigo David Copperfield cuando estaba enamorado".

"Había algo tan urgente y a la vez tan placentero en su carta, tan de verdad, tan alegre, tan franco y afectuoso, que la leí con total delectación hasta que llegué al momento en que menciona a sus dos hijitas. En el estado, alterado como estaba, de mis pensamientos, la existencia de estas dos criaturas hizo su aparición como si de un prodigio se tratara, tanto que pensé de pronto que estuviera yo trastornado, hasta que se me ocurrió pensar que yo mismo tenía nueve criaturas en casa. Entonces los últimos veintitrés o veinticuatro años empezaron a acomodarse en un desfile sin fin entre lo que yo soy ahora y ese Pasado que no puede cambiarse, y no he podido evitar pensar de qué extraña estofa están hechas nuestras pequeñas historias".

"Si usted desea examinarme en el nombre de aquella atractiva sirvienta de Cornualles que tenían entonces (imagino que ahora tendrá veintinueve bisnietos y andará con bastón), se dará cuenta de que lo que digo es correcto, aunque el nombre también era monstruoso. No he olvidado nada de aquellos tiempos. Siguen siendo tan claros, perfectos y estáticos como si nada se hubiera movido nunca a su alrededor, como si no hubiera nunca visto u oído mi nombre fuera de mi propia casa. ¡Qué valor tendría yo, qué valor tendrían el trabajo y el éxito, de no haber sido por aquellos momentos!".

"Mi querida señora Winter, su carta me ha conmovido enormemente. Y el placer que me ha causado tiene un sutil tinte de dolor. En el tira y afloja de este mundo donde casi todos nosotros perdemos a alguien de manera incomprensible, no consigo expresar lo que me supone apartar la vista de los viejos tiempos sin sentir una dulce emoción".

"Usted pertenece a aquellos días en los que forjé mi carácter con cualidades que crecieron en mi interior, haciéndome mejor de lo que era. Por ello no puedo despedirme de usted sin más. La asociación que mi pensamiento establece con su persona convierte su carta en algo más, y más inmediato, que cualquier otra que yo pudiera recibir. El señor Winter no tendrá inconveniente: a fin de cuentas, todos nosotros navegamos rumbo al mar, y sólo encontramos placeres al pensar en el río que nos lleva, y en lo estrecho y pequeño que era antaño. Cordialmente, su amigo,
CHARLES DICKENS".

"Aunque esta no es más que una carta escrita en tono cordial por un hombre cuyo pasado surge de improviso, sin duda se sintió complacido y halagado al recibirla. En la siguiente carta, escrita desde París —durante el viaje que hizo con Collins—, el tono sube ligeramente, se hace más íntimo, más cercano. Pensemos que un hombre que se encuentra en una situación delicada, desde el punto de vista psicológico, que lleva meses dedicándose miradas introspectivas y acusando una insatisfacción —una angustia vital, en definitiva— sin precedentes recibe una carta de la mujer a la que amó veinte años atrás. Más que a broma del destino suena a segunda oportunidad, y debió de pasar por su cabeza la posibilidad de comenzar de nuevo: no necesariamente comenzar una historia con Maria, o reanudar el romance, pero tal vez, frente al espejo, Dickens sintió ese impulso que mucha gente siente cuando tiene su edad y se encuentra en su situación emocional".

"Siento de nuevo un peso en el corazón cuando leo su encargo escrito con aquella caligrafía que no ha cambiado en absoluto y, sin embargo, me causa gran placer que me lo haya confiado y poder recordar con usted aquellos tiempos que yo solo no logro rememorar sin conmoverme".

"Siento mucho, muchísimo, que no se decidiera a escribirme antes del nacimiento de su hijita. Espero no obstante que un día usted le enseñe cómo debe ella contarles a sus hijos, en tiempos venideros, que Charles Dickens amó a su madre con el más extraordinario fervor cuando sólo era un muchacho".

"Desde entonces, siempre he creído que nunca hubo un infeliz tan fiel y devoto como yo lo fui. Todo lo que en mí hay de extravagancia, romance, energía, pasión, aspiración y determinación para mí siempre ha ido unido a aquella mujeruca tan dura de corazón —usted— por la que, no es preciso que lo diga, yo hubiera muerto con total disposición".

"El sonido de su nombre siempre me ha colmado de una especie de compasión y de respeto por la verdad, hasta el punto de que en mis estúpidos años mozos tuve que hacer depositaria de mi amor a una criatura que para mí representaba el mundo entero. Nunca he sido bueno desde entonces, nunca tan bueno como cuando usted me hizo tan terriblemente feliz. Y ya nunca volveré a ser ni la mitad de bueno que entonces".

"Asimismo, espero que no le desagrade leerlo. Imagino, aunque tal vez no haya usted pensado mucho, en los últimos tiempos, que yo la amaba entonces como ama un hombre, que habrá visto reflejada en mis libros la pasión que por usted sentía, y habrá pensado usted que no es cosa de broma haber amado así".

"Hay cosas que he conservado guardadas bajo llave en mi corazón, y que nunca pensé que volvería a sacar. Pero ahora, ahora que me encuentro escribiéndole de nuevo, como antaño «sólo para usted»… ¡cómo no voy a dar a esas cosas toda la luz que es necesaria para que usted compruebe que están allí todavía! Si de los días más inocentes, más ardientes y más desinteresados de mi vida usted fue el Sol, ya lo creo que lo fue… Si yo sé bien que el sueño que viví me hizo tanto bien, refinó mi corazón, me volvió paciente y perseverante… Si ese sueño fue sólo usted, que Dios sabe que lo fue… ¿cómo puedo ser depositario de su confianza, y devolverle ésta, para sacar todo lo que llevo dentro?".

"Estaré aquí hasta el martes o el miércoles. Si la nieve permite que esta carta le llegue en este intervalo de tiempo, tal vez usted quisiera hacerme llegar otra «sólo para mí»".

"Cuando empecé, un gran número de recuerdos vinieron a mi pensamiento y mi intención fue recorrerlos todos, como si fueran una hilera, uno tras otro, y preguntarle a usted si también los conservaba. Pero todos están en éste al que me he entregado con placer y dolor a partes iguales: todos están ahí dentro, así que dejémoslo estar".

"¡Ah! Aunque sea ya tan tarde para leer con esa caligrafía lo que nunca leí antes, lo he leído con gran emoción y con la ternura de entonces, suavizada por un recuerdo algo más doloroso de lo que podría explicarle sin gran dificultad. ¡Cómo pudo suceder todo aquello de la forma en que sucedió! Nunca podremos saberlo, ahora que estamos ya a este lado del Tiempo. Pero me conozco lo bastante como para estar del todo seguro de que, si usted me hubiera dicho entonces todo lo que me dice ahora, tan sólo con la pura verdad y con la energía que mi amor contenía, me hubiera enfrentado a cualquier cosa".

"Pero me conozco lo bastante como para estar del todo seguro de que, si usted me hubiera dicho entonces todo lo que me dice ahora, tan sólo con la pura verdad y con la energía que mi amor contenía, me hubiera enfrentado a cualquier cosa.
Recuerdo perfectamente que, mucho tiempo después de alcanzar la mayoría de edad —mucho tiempo o, al menos, mucho me parecía entonces— le escribí a usted por última vez, la última de todas, abrumado por una idea cargada de sensatez: nos estábamos convirtiendo en un hombre y una mujer…".

"Sigue usted siendo la misma en mis recuerdos. Cuando me dice que está «desdentada, gorda, vieja y fea» (lo cual no creo en absoluto) mi memoria vuela hasta la casa de Lombard Street, ahora demolida, como si fuera necesario que aquellos ladrillos y aquel cemento empezaran a apilarse en mi mente para formar ese castillo en el aire donde vuelvo a verla con un vestido de color frambuesa con un ribete negro en la parte superior, de terciopelo negro, me parece que era… con volantes de encaje, un número infinito de volantes de encaje… y con mi corazón juvenil prendido de cada uno de ellos como si fuera una mariposa prendida de un alfiler".

"Me pide usted que guarde en mi corazón lo que me cuenta. No sabe usted lo que he guardado en él en todo este tiempo, y con todo lo que ha sucedido".

"Recuerdo que la pobre Anne me escribió una vez, en respuesta a algún estallido de locura en mis horas bajas, diciéndome: «Querido Charles, la verdad es que no logro entender a Maria, ni aventurarme a asumir la responsabilidad de decir cuál es el estado de sus afectos». Y añadió, lo recuerdo bien, que Dios la bendiga, una larga cita sobre la paciencia y el tiempo. Bien, bien… Pues la paciencia y el tiempo son los que nos han unido de nuevo.
Recuerde que aceptaré todo con toda mi alma.
Con afecto, su amigo, 
CHARLES DICKENS".

"Tampoco sabemos cómo se produjo el encuentro, tal vez fue primero conjunto, social, y decidieron dejar para después su reunión privada. Probablemente, a juzgar por la actitud de Dickens en la próxima carta, ese encuentro a solas no se llegó a producir. Pero sí conocemos el balance: desilusión. El recuerdo de un amor interrumpido en su cenit, la anticipación del reencuentro, la vanidad removida
y la curiosidad zarandeada, incluso la remota posibilidad —si la hubo— de encontrar un alma que le fuera más afín ahora que su matrimonio se tambaleaba… todo ello acabó, de pronto, en el más profundo abismo de la decepción. La siguiente carta no la ha escrito el mismo hombre que las anteriores: tal vez sí la misma pluma, pero no el mismo corazón. No el mismo ánimo".

"En medio de la fantasmal desazón que supone el comienzo de un nuevo libro[37], mi tiempo es como los espíritus de Macbeth y «no hay quien lo gobierne», ni siquiera yo".

"Así que he pasado una semana regular, y el viernes por la noche estaba tan mal que llegué a casa a las nueve y me metí en la cama. Ahora me invade la necesidad —como me sucede la mayoría de las veces— de ponerme en pie y empezar a dar vueltas como acostumbro, para pensar. El sábado, o ayer mismo por ejemplo, ya no podía aguantar más, de la misma manera que un ser humano no puede prescindir del alimento, ni un caballo puede renunciar a que lo guíen. Suelo dominar mi capacidad inventiva con gran dureza, la misma que rige toda mi existencia, pero a veces toma total posesión de mí y me impone sus propias demandas, o se pasa meses enteros manteniéndome alejado de todo lo demás".

"En agosto de 1859

Nelly hizo su última función, y no se sabe si fue por decisión propia, si es que nadie volvió a darle trabajo (a pesar, por cierto, de la insistencia de Dickens) o si él mismo le impidió que volviera a actuar. Como apunta Claire Tomalin, había quedado atrapada entre lo que podía decirse públicamente y lo que había pasado. Viviría entre lo que habría podido ser y lo que ya nunca sería.
Invisible. Inexistente".

"Entró en la vida adulta rechazado por un amor imposible; la abandonó ocultándose de otro, pero, en los dos casos, persiguiendo: siempre persiguió algo. Un sueño, una ilusión, lo que él consideraba su destino".

"De Chesterton, que también mencionó sus contradicciones, queremos quedarnos con otra frase sobre su bondad:
«Generoso lo fue siempre; pero el aprendizaje de la vida había sido para él tan difícil que no siempre resultó hombre de trato fácil. Y si nada jamás desmintió su buen corazón, a veces falló su buen carácter»".







Amelia Pérez de Villar

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