sábado, 1 de mayo de 2021

Citas: Los amigos - Kazumi Yumoto


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"—¡Kiyama!
Genial, el profesor había dicho mi nombre. Me levanté tan despacio como pude.

—¿La respuesta?
—Eeeh…
—«Eeeh» no es correcto".

"Entramos en la escuela en silencio. Quise decirle algunas palabras de consuelo, pero no me venía nada a la mente.
—¡Eh, gordinflón! ¿Es verdad que tu abuela estiró la pata?".

"—Esa noche tuve un sueño —siguió Yamashita. Luego se quedó en silencio.
—¿Una pesadilla?
—Mmm… ¿Sabéis ese tigre grande de peluche que tengo?
—Sí.
—Cuando era pequeño solía hacer combates de lucha libre con él. Me encantaba.
Estuve a punto de decir «seguro que lo sigues haciendo», aunque preferí callarme.
Yamashita continuó:
—Soñé que estaba luchando con el tigre. Pero, de repente, dejaba de ser mi tigre de peluche y se convertía en… en el cadáver de mi abuela.
—¡Ja, ja, ja! —Kawabe no pudo contenerse y empezó a reírse a carcajadas.
Yamashita lo miró fijamente, pero siguió hablando sin alterarse:
—Yo jugaba con el cuerpo muerto de mi abuela, como si fuera un peluche inanimado. Le daba patadas y no reaccionaba; estaba blando. No decía nada ni profería ningún sonido. Era una «cosa». Una cosa…
—¿Una cosa?
Yamashita asintió.
—Sí, una cosa. Daba miedo…".

"—¿Qué pasará después de morir? ¿Será el final? O quizá…
—Fantasmas —dijo Yamashita con expresión seria—. Siempre había pensado que eran ligeros como el aire, pero ahora…
—¿Pero ahora?
—Sé que son pesados. Estoy seguro. Pesados como sacos de arena.
Si los muertos sólo eran cosas, como decía Yamashita, los fantasmas también debían de serlo. Materiales, no como los espíritus o las almas, sino cosas que uno puede pesar, como la sal, una grabadora o un libro. No se me ocurre nada peor que encontrarme con un fantasma en la báscula de casa.
—Tengo miedo, mucho miedo —aseguró Yamashita en voz alta, y dio una patada al
suelo con la punta de la zapatilla.
Kawabe pegó un salto y se puso de pie en el banco. La mujer que estaba sentada en el otro extremo abrazó el bolso con las dos manos y se echó hacia atrás. Riéndose como un loco, Kawabe gritó:
—¡Soy inmortal!".

"Un día, Kawabe vino a la escuela con gafas nuevas y nos citó después de las clases en el aparcamiento del edificio donde vivía.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
Kawabe parecía muy nervioso. Me dio mala espina.
—¿Conocéis la escuela de caligrafía que está en la esquina de la parada de autobús?
—¿Te refieres a la que está al lado de los apartamentos Negishi? —Se lo pregunté porque por allí había muchas casas viejas de alquiler y un solar enano lleno de cabañas de madera medio abandonadas.
—Dos casas más allá de la escuela, vive un anciano solo en una cabaña.
—Y…
Kawabe nos miró a los dos, expectante. Yamashita, que parecía tan intranquilo como yo, no abrió la boca.
—¿Y qué? —repetí.
—¿Cómo que «y qué»? Ayer oí a mi madre hablar con la vecina. Le dijo que el viejo se morirá pronto.
No tenía ni idea de qué quería decir Kawabe con aquello.
—Kiyama, nunca has visto a un muerto, ¿verdad?
—Verdad.
—Yo tampoco.
—¿Y eso qué tiene que ver con el viejo?
—Está claro. —A Kawabe le brillaban los ojos; me daba miedo—. ¿Qué creéis que pasará si el hombre muere allí solo?
—¿Que qué pasará? ¿Si muere solo?
Me pregunté qué pasaría. Solo, sin amigos, sin familia. Si pronunciara unas últimas palabras y nadie estuviera allí para escucharlas, ¿flotarían en el aire hasta desvanecerse?
¿Desaparecerían como si no hubiera dicho nada, como si nunca hubiera hablado? Algo como «no quiero morir», «me duele», «tengo miedo» o «he sido muy feliz».
—¡Podremos ver cómo muere! —exclamó Kawabe.
—¿Qué?
—Cuando se muera, no lo hará solo. Estaremos allí.
—¿Quiénes?
—Nosotros. Está decidido.
—¿Yo? ¡Ni de coña! Me voy a casa —interrumpió Yamashita.
Kawabe le agarró rápidamente por el cuello de la camisa y no dejó que se moviera.
—¡No puedes irte! Eres el único que ha visto a un muerto.
—Escucha, vamos a espiar a ese viejo entre los tres. Tú eres el único que puede
decirnos cuándo se va a morir.
El pobre Yamashita parecía estar al borde del llanto. «Kawabe es un tipo extraño», pensé. —Pero ¿qué dices? —exclamé disgustado—. Los buitres sobrevuelan a otros animales cuando están a punto de morir para luego comérselos. Qué eres tú, ¿un buitre? Das asco".

"—Sólo pienso en gente muerta —continuó Kawabe—, en mi propia muerte, en qué pasa cuando uno se muere. En mi cabeza, sé que todo el mundo muere, pero de verdad, de verdad, no me lo creo.
—Yo tampoco —exclamamos Yamashita y yo al mismo tiempo.
—¿Veis? —Kawabe pareció recobrar la energía—. Y cuando le dais vueltas en vuestra
cabeza a algo que os parece increíble, ¿no os sentís extraños, raros, a disgusto?
—Supongo que sí —contesté.
—Bueno, pues yo no lo aguanto más. El profesor nos explicó el otro día que el ser humano progresa porque tiene ansias de saber. Pues me he dado cuenta de que, ahora que tengo doce años, eso mismo me pasa a mí. Cuando cruzaba ayer la vía del tren, me paseé un rato por una de las vías.
Yamashita tragó saliva.
—Oí un tren, a lo lejos. Venía hacia mí. Pensé: «Si me caigo ahora, el tren me arrollará y moriré». Y empecé a tener la sensación de que me iba a caer.
En mi mente oí el agudo pitido del tren avisando del peligro.
—Pero me acordé de vosotros. Aunque descubriera qué ocurre cuando uno se muere, ¿cómo podría contároslo si ya estuviera muerto? —Kawabe soltó de nuevo aquellas risitas extrañas—. Cuando me alejé de las vías, me di cuenta de que me había hecho pis.
Miré a Kawabe con respeto. Aunque era un tío raro, era más valiente que yo. Si de verdad quieres conocer la verdad de las cosas, tienes que arriesgarte, da igual que tengas miedo".

"—Vale —dije.
—¿Qué vale? —preguntó Yamashita, nervioso.
Evité sus ojos acusadores y seguí hablando:
—Pero con una condición: no molestaremos al viejo.
—¡No! —gritó Yamashita.
—¡Claro que sí! —exclamó Kawabe, exultante, y se puso a bailar de felicidad delante de nosotros".

"—Sigue vivo —dijo Kawabe de puntillas, apoyado en el muro cubierto de musgo que rodeaba la casa.
Me agaché para que no me viera.
—Kawabe, espiar a alguien no es cosa de un día. Hay que tener paciencia, ¿te enteras?".

"Siempre van juntos. Uno es alto y delgado, y el otro, bajo y gordo. Parecen una pareja cómica. Tienen vello por todo el cuerpo, melenas enmarañadas de animal y sus ojos brillan en la oscuridad".

"—Debe de ser genial poder ver la televisión todo el tiempo que quieras. A mí sólo me dejan verla una hora y media al día —murmuró Yamashita, agachado y pegado al muro—. Aunque si sólo haces eso, quizá sea un poco aburrido.
—Ya, tienes razón —dije.
—A mí me gustaría jugar también con la Play.
—¡Yamashita!
—¿Qué?
—¡Por eso estás hecho un gordinflón! —le solté.
—¿Insinúas que debo hacer más deporte?
—No. Insinúo que lo tuyo es la ley del mínimo esfuerzo".

"Kawabe seguía con los ojos fijos en la casa. Nunca se acuclilla, como Yamashita y yo.
—A lo mejor el viejo ya está muerto. No sé, siempre lo vemos delante de la tele, sin moverse. ¿Y si se ha muerto ya y pensamos que sigue vivo?".

"—¡Kiyama!
Al darme la vuelta, vi en los ojos de Kawabe ese brillo especial que significaba «peligro».
—Tienes las gafas torcidas —comenté, y Kawabe se las colocó bien. Pero en sus ojos siguió aquel brillo.
—Vamos a comprobarlo.
—Espera, espera —protesté.
—Está muerto. Te digo que está muerto. ¡Seguro!
—¿Y qué hacemos si está vivo?
—¿Y si está muerto? ¿Vamos a dejarlo ahí viendo la tele eternamente?".

"En ese momento se oyó el traqueteo del cristal y la ventana se descorrió unos dos palmos. Nos quedamos sin respiración, mirando fijamente. La flaca mano del viejo, con la piel llena de manchas, apareció temblorosa. Parecía la mano de un zombi saliendo de su tumba.
—¿Qué hacemos? ¡Se está muriendo! —gritó Yamashita, mirando la ventana de puntillas.
—¿Qué quieres decir con «qué hacemos»? —espeté.
—¿Qué hacemos? ¿Qué hacemos?
El cuerpo de Kawabe se puso rígido. Tenía los ojos como platos. Un sonido extraño, una especie de rugido sordo, comenzó a salir de su garganta.
—¡Kawabe! —grité.
Yo no sabía adónde mirar, si a la vieja mano de zombi o a Kawabe, que parecía ir a echar espuma por la boca en cualquier momento. Y no hacía más que girar la cabeza de un lado a otro como una gallina.
Pero, de repente, la mano dejó de temblar. Y los dedos índice y corazón formaron una V, la señal de la victoria. Iba por nosotros.
—¡Estúpido viejo! ¿Crees que puedes burlarte de nosotros? —Parecía que a Kawabe le fuera a salir vapor por las orejas de pura rabia.
—¡Se está burlando de nosotros! —salté, también furioso. ¡Y yo que me había preocupado por él!
—No sé, creo que simplemente está jugando —dijo Yamashita. Aunque daba la impresión de estar molesto, también aparentaba estar a punto de reírse a carcajadas.
—¡Cállate! —gritó Kawabe sin ponerse bien las gafas, que reposaban sobre la punta de la nariz—. Esto ha sido una declaración de guerra. —Y se giró bruscamente—. Nunca dejaré de espiarlo, ¿me oís? Me da igual lo que vosotros hagáis, seguiré espiándolo yo solo hasta el final.
—Vale, estoy contigo —secundé—. Si eso es lo que el viejo quiere, lo tendrá.
Ya no sentía culpa alguna, se había desvanecido por completo. Si el viejo quería guerra, la iba a tener.
—Es un viejo valiente —exclamó Yamashita.
Era verdad. Pensé que, aunque intentáramos matarlo, no moriría; aquel viejo era inmortal".

"—¿Te has cortado alguna vez? —le pregunté.
—¡Claro! —respondió, como si aquello no tuviera ninguna importancia—. Si tienes miedo de manejar un cuchillo, nunca aprenderás a hacerlo.
—Ése es un buen consejo —afirmó el viejo".

"—¿Sabéis qué significado tiene la flor? —dijo Yamashita.
—No.
—Doncella algo…
—¿A qué te refieres con «doncella algo»?
—Lo pone en la parte de atrás del paquete: doncella algo".

"Un tío mío me dijo hace mucho, mucho tiempo que morirse es dejar de respirar. En aquel entonces, le creí. Pero ahora sé que no es verdad. Vivir es algo más que respirar. Y morir tiene que ser algo más que dejar de respirar, supongo".

"—¿Ha estado casado alguna vez? —preguntó Kawabe.
—Sí —respondió el viejo. Parecía que hablase de otra persona.
—¿Y qué pasó? ¿Murió?
—No.
—¿Se separaron?
—Podría decirse que sí.
—¿Por qué?
—Lo he olvidado.
—¿Le gustaría volver a casarse?
—No.
—¿Por qué?
—No sé —dijo el viejo sin mucho interés.
—¿Cómo se llamaba?
—Lo he olvidado.
—¿Tiene hijos?
—No.
—¡Qué raro!
—¿El qué?
—Mi padre se ha casado dos veces y ha tenido hijos con las dos.
—¿Y qué? Está bien, cada uno es de una manera —respondió el viejo, tranquilo.
—¡A mí no me parece nada bien! —exclamó Kawabe, y luego se quedó en silencio, pensativo—. A lo mejor, si usted hubiera tenido hijos, mi padre no se hubiera vuelto a casar. —¡Eso no tiene sentido!
—¿Por qué?
—¿Por qué piensas que, de haber tenido yo hijos, tu padre no se habría vuelto a casar? —Las cosas a veces están conectadas de forma misteriosa —explicó Kawabe.
—No te entiendo, hijo.
—Yo tampoco pillo lo que digo —dijo Kawabe, enfadado—. No entiendo nada".

"—¡Afortunado! ¡Has besado a la señorita Kondo! —exclamó Kawabe, arqueando las cejas. Yamashita dio un respingo. La señorita Kondo es muy guapa: pestañas largas, ojos grandes y claros, una boca preciosa… Parece una estrella de televisión.
—¡Suertudo! —asentí.
—¿Te gustó? —preguntó Kawabe.
—Y yo qué sé… Estaba inconsciente, ¿o es que no lo recordáis?
—No te preguntaba por eso, idiota. —Kawabe pegó su cara a la de Yamashita—. Te preguntaba qué tal fue estar inconsciente. Has estado a punto de morirte, ¿sabes?".

"Cuando volvíamos a casa, mi padre me preguntó:
—¿Qué quieres ser cuando seas mayor?
Me quedé sin saber qué decir. Era la primera vez que me preguntaba algo así.
—No lo sé —contesté tras pensarlo—. Quizá no sea un trabajo… Me gusta mucho escribir.
—¿Escritor? —Parecía sorprendido—. ¿Novelista?
—No sé si podría escribir una novela —dije mientras sentía que las orejas me ardían—, pero sé que me gusta escribir. Aunque sólo sean cosas que no quiero olvidar y que quiero que los demás conozcan. —Mi padre me escuchaba sin decir nada—. Hay muchas cosas que no quiero olvidar nunca. Algún día escribiré también sobre ti.
«Y sobre este verano», pensé.
—Es una idea excelente —susurró mi padre, y miró al cielo.
Orión brillaba en el firmamento. El invierno había llegado".



Kazumi Yumoto

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