lunes, 10 de mayo de 2021

Citas: La abuela - Chris Pueyo

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"De hecho, mi madre es mi abuela.
No porque me haya parido, es casi biológicamente imposible que te para tu abuela, pero es mi madre. Porque «madre» es algo más que un parto, y si en eso no estamos de acuerdo, este libro no es para ti.
Madre son las cinco letras de «hogar», un plato caliente en enero, unos pantalones nuevos cuando el asfalto deshace tus rodillas, un beso en la frente para saber la verdad; madre es el algodón que abraza la lenteja en el vaso que hay junto a la ventana.
Pero madre también es un castigo a tiempo. Y quien desatornilla los ruedines, quien coloca las manos sobre tu espalda para que llegues a cualquier parte, o sobre tus ojos cuando un suicida cruje contra el suelo. Una madre te salva del mundo al mismo tiempo que te lo presenta; lava tu pelo, se ríe de tus miedos y decide envejecer mientras tú estás creciendo".

"En definitiva, una madre te cuenta el mundo con la mirada, y la abuela siempre tuvo unos ojos tristes con los que me gustaba jugar. Quizá por eso nunca le he tenido miedo a la tristeza. De hecho, adoro la belleza de las cosas tristes pero me declaro terriblemente en contra de aquello que debería ser feliz y no lo es. Eso es algo más que tristeza, eso es un atentado: como un oso en los huesos, un niño sin seis de enero o una familia de mierda".

"Adoro los martes, pero aquel no me gustó porque aprovechó su plato estrella para soltar una bomba entre sorbo y bocado.
Pronunció lo prohibido. Una palabra vallada en todas sus direcciones. Con la velocidad justa y la seguridad exacta para que entendiese lo que estaba diciendo, aunque no terminara de creérmelo: testamento.
Aquello fue la chispa que encendió este libro.
Tuve un profesor en la universidad que me enseñó que la literatura nace de un chispazo. La inspiración es un rayo que se enciende a la vez que se despide. Un halo de electricidad. Un chasquido. La inspiración no es más que esos pequeños brotes de luz que preceden al incendio. ¿Cómo se atrapan?
Comprendiendo su fugacidad. Un chispazo puede venirte en el supermercado entre la leche y los cereales, a punto de dormirte o en el autobús. En definitiva, un libro puede nacer en cualquier parte y los chispazos son su porqué.
No siempre llegan al principio, a veces surgen en mitad del camino para recordarte cómo seguir. O incluso al final, para susurrarte el mejor modo de cerrar la historia. Hay que tener los ojos abiertos y el corazón alerta para atrapar una chispa. Y cuando mi abuela dijo lo del testamento sentí cómo la luz vino y se fue durante un segundo. El miedo a perderla. Por un momento la idea de su muerte revalorizó su vida y calculé mentalmente el tiempo que me quedaba a su lado. Era mucho menos de lo que me imaginaba".

"Los martes vuelvo a casa. Y por lo general solo lo hago ese día. De dos a nueve. Así que paso siete horas a la semana con mi abuela. Es bastante poco.
Paso más tiempo con mi gato. Lo cierto es que veo más series que a mi abuela. Es incluso posible que pase más tiempo con gente desconocida que con mi abuela. La esperanza de vida media para las mujeres nacidas en los cuarenta es de unos ochenta y cinco años. Y si un año tiene 48 semanas, me quedan 624 semanas a su lado. Lo que es verdad, pero es mentira, porque suelo estar con ella solo siete horas a la semana, así que en realidad solo me quedan 4368 horas a su lado. Y esto es la fría realidad de 182 días a su lado.
Medio año juntos".

"No estoy preparado para la muerte de mi abuela.
No sé despedirme.
No se me dan bien las despedidas.
Son grises.
Y os aseguro que esto no es una metáfora.
Es que cuando alguien se marcha, ya sea un amigo, un amor o una madre, no sé si darle un beso, la mano, una hostia, llorar, o no cerrar los ojos por si cuando los abro no vuelvo a verlo nunca más. Además, nunca me he despedido parasiempre de alguien. Por motivos que descubrirás en esta historia, mi padre quiso morir y mi madre original no supo hacerlo mejor. Lo que me deja más en evidencia porque, si nunca he dicho adiós, ¿cómo aprendo a decir hastanunca? O hastasiempre. O hasta… y una de esas palabras que son la antesala de una despedida".

"Sé que mi abuela está cansada porque nacer es aguantar la respiración para no ahogarse de vida. Y la vida es un camino crudo, aunque en ocasiones también delicioso, donde te derramas, gozas, sangras, te rompes y mueres un poco antes de volver a vivir.
Hasta que te cansas y llegas a la guillotina.
Y la guillotina corta el hilo.
Con la frialdad de las hilanderas.
Las grayas. Laima y sus hermanas.
Estamos destinados a las despedidas en nuestra vida.
A que mutilen nuestra raíz y el árbol se transforme.
Mi despedida vital será la de mi abuela.
Me crio. Me educó. Y me soltó.
Ninguna de las tres fue tarea fácil.
Y no quiero despedirme de ella.
No tiene ni idea de que no pienso despedirme de ella.
Ni de la Biblioteca X".
"He estado pensando mil maneras de volver a mi abuela inmortal porque medio año juntos, sinceramente, es poco.
Tirito de pensarlo.
Ni rastro de la piedra filosofal.
Nada de elixires de la vida eterna.
Disney ni siquiera está congelado, es un bulo.
Hasta que un día llegó Dani, mi mejor amigo, y me descubrió un lugar
donde los libros no mueren: la Biblioteca X.
Llegó en el mejor momento y eso provoca que lo quiera.
Obviamente no se llama Biblioteca X, pero lo bueno de escribir un libro es llamar a las cosas como te dé la gana. El depósito legal tiene como objetivo la recopilación del patrimonio cultural e intelectual de cada país, es decir, el derecho del acceso a la cultura. Por lo que no puedo hacer que mi abuela viva para siempre pero puedo escribir un libro que no muera nunca".

"Es la vida de mi abuela y mi abuela vive en este libro.
No te agobies, querido lector.
Es pequeño y voy contigo.
¿Lo tienes? Pues ya está.
Vamos con la abuela.
Tienes que conocerla".

"—¿Cómo podemos empezar la historia?
—No sé hijo, es que te empeñas en unas cosas…
—Érase una vez una niña…
—Érase una vez una señora —me corrigió.
—Bueno. Pero antes de ser señora, serías niña.
—A los nueve años yo ya era una señora —dijo mi abuela con una sonrisa de media luna.
—¿Y eso?
—Porque dejé de llorar".

"Empezó a contarme su historia un martes cualquiera en los que vuelvo a casa y merendamos café y pipas viendo Sálvame. Aquella tarde descubrí que nuestra infancia se parece en dos cosas: la primera es que nacimos en un sitio y nos criamos en otro. Los lugares, los números y las calles son importantes en cualquier historia, y no iba a ser menos en esta".

"De vez en cuando se peina la coronilla y vuelve a recostarse sobre un sofá marrón desde el que nos miramos sin miedo porque no la juzgo. Es importante no juzgar a la gente que te cuenta su historia porque es la única manera de construir un puente".

"El primer paso para abrirse es desarmarse".

"De siempre he sido una niña seria, demasiado seria, diría yo. Reír no es fácil, hablar de sentimientos, menos. Faltan escuelas de risa, deberían incorporarse clases de risoterapia en los colegios como asignatura obligatoria. Aprender a relativizar, a reírnos de nosotros mismos y a verbalizar las emociones es vital, algo de lo que no puedo presumir".

"Jamás olvidaré cómo hace un par de meses estuve una hora llorándole por teléfono a causa de la meningitis. Cuando vivía con ella y enfermaba no tenía que preocuparme de nada. Su respuesta fue algo así: «Deja de llorar ya que las desgracias nunca vienen solas. Mañana estarás peor»".

"Cuando estoy malo me vuelvo especialmente dramático. Siento que seré un viejo horrible. No tardé en llamarla lloriqueando otra vez, y ¿sabes lo que me dijo? «Pues muérete o no te mueras, pero deja de llorar.»".

"Nuevo traslado de mis padres a la calle Sainz de Baranda, una habitación compartida para los dos.
—¿Y tú? —pregunté extrañado.
—Como un paquete, de puerta a puerta".

"Vete antes de convertirte en un demasiado tarde.
Uno termina siendo un demasiado tarde si dedica su vida a lo peor que puede hacer: esperar.
No esperes, no te demores, no pidas algo más de dos veces, de lo contrario estarás esperando y serás un demasiado tarde casi sin darte cuenta. Por eso es importante lo de aprender a despedirse.
Yo aprendí a despedirme cuando me fui de casa de la abuela. Apagas la luz, giras el pomo y dibujas un «gracias» con el dedo antes de cerrar la puerta.
Tan importantes son los principios como los finales, y dependiendo de la  forma en la que terminas una historia te conviertes en dueño o esclavo de ella".

"Lo bueno de levantarse solo para ir al colegio es que puedes elegir tu ropa: una sudadera gorda y un chándal para correr en el patio. Me encantaba correr y debería hacerlo más porque es lo único que me aleja de crecer".

"La literatura es la historia, pero también puede serlo la historia que envuelve a la historia. ¿Por qué no?".

"Cuando uno dobla las rodillas ante los complejos se vuelve elitista y se cree con la capacidad de dictar lo que es y no es válido. Mi trabajo es emocionar, y si quiero meter fotos en un libro, meto fotos. Si quiero meter capítulos alternativos en mi novela, meto capítulos alternativos. Si quiero meter una cara feliz en este capítulo, meto una maldita cara feliz. Mira: :)".

"Él no hablaba casi español y ella poca idea tenía de francés, y a pesar de eso empezaron a compartir cosas. Supongo que el idioma no es tan importante cuando dos personas tienen ganas de entenderse".

"—¿Y ya está?
—Y ya.
—No, no. ¿Cómo que «y ya»?
—Pero ¿qué quieres que te cuente? —se alteró.
—Lo que pasó después. Si te lo llevaste a casa y te acostaste con él. TODO.
—Después hablamos y paseamos.
—¡Venga, no me jodas! —La abuela me miró con los mismos ojos con los que te mira la tuya cuando sueltas palabrotas.
—Qué pena, hijo, con el dinero que me he gastado en tu educación, que hables así.
—¿Os liasteis?
—¿Cómo que si nos liamos? Pero ¿tú te crees que yo te voy a contar esas cosas…? Eso tiene un precio —soltó entre risas, café y pipas".

"A pesar de la distancia y de la diferencia de idioma, las ganas y la fuerza mental hizo que salvaran obstáculos y la relación con el Francesito siguió. Las cartas se cruzaron en aviones de ida y vuelta mientras las palabras recorrían el cielo de España a Francia, salvando distancias de kilómetros y kilómetros.
Tanto fue así que no tardó mucho tiempo en llegar una carta dirigida a Manos de Fuego en francés, donde naturalmente le pedía la mano de su hija.
Con la ilusión con la que un niño descubre la nieve, la abuela me contó que era una carta llena de poesía y respeto. Tardó varios días en leérsela a su padre, ya que no sabía cómo la afrontaría. En uno de los párrafos decía:
Señor, no he podido evitar enamorarme de su hija, quien, con su bondad y cualidades, ha conseguido poner cadenas a mi corazón".

"Comenzó el año 1960, una década en mi vida con muchas luces apagadas. Dije adiós para decir hola. Lo bueno es que yo era muy joven y todo el mundo opinaba que el tiempo todo lo cura.
Pero es mentira, más bien cierra heridas, pero la cicatriz siempre queda ahí para recordarnos cómo nos la hicimos".

"Hubo un breve silencio de café y pipas.
—Esto no lo vayas a poner en el libro, ¿eh? —me advirtió con un dedo en alto.
—No, no, ¿por quién me tomas?
—Te lo aviso —sentenció—".

"—O sea que además te puso los cuernos.
—Bueno, me puso los cuernos, claro, con un chico, evidentemente, pero todo esto supuesto, ¿eh?
—Pero te puso los cuernos.
—Sí, pero en París.
—En París, en Manhattan o en Georgia, los cuernos son cuernos".

"—Entonces, tu primer amor era gay, te puso los cuernos y además no crees en las relaciones a distancia.
—Exacto.
—¿Aun así te sigues acordando de él?
—Pues claro, niño. Era especial, era dulce, era tierno, era cariñoso, era francés y me llevaba cuatro años…, ¿qué más podía pedir? —enumeró.
—Y ¿por qué nunca superaste esa historia?
—Porque el primer amor nunca se supera".

"El silencio entró sin llamar y aproveché para preguntar lo que quería saber realmente:
—¿Qué es el amor? —retomé.
—Una metáfora muy bonita que nunca se cumple.
—¿En serio?
—Sí, sí. Y tan en serio.
—Que no se te haya cumplido a ti no significa que…
—O que la gente no quiere pararse a analizarlo. Tampoco hay que llevarse las manos a la cabeza, ¿no? Queda muy bien lo de superar las cosas, pero a muy poca gente se le cumplen sus ideales de amor. Con esto quiero decirte que no tengo nada de especial. Cuando llega la realidad el mito se desvanece.
De hecho, cuando dejas de admirar a una persona, el amor se deshace.
—Entonces… ¿qué es el amor?
—El amor es admiración".

"No esperes a los mejores momentos porque no llegan solos, hay que buscarlos".

"Visto Notre Dame y el Arco del Triunfo, cenamos una hamburguesa con mostaza. ¿Has visto alguna vez a tu abuela cenar hamburguesa? Es divertido y puedes descubrir que no sabe pronunciar la «x».
En vez de «boxeo», mi abuela dice boseo; en vez de «taxi», mi abuela dice tasi; y en vez de «sexo», mi abuela dice «yo no hablo de esas cosas…»".

"Subimos al Sacré Coeur porque está en el barrio de los pintores. Nos montamos en un taxi donde gané jugando a palabras encadenadas mientras su risa se balanceaba sobre la mía. De pequeño siempre perdía y, en algún punto del tiempo que he olvidado, he empezado a ganar. Crecer es no recordar cuándo jugaste por última vez".

"Hay dos cosas que la salvaron de su rota historia de amor.
La primera fue la amistad. No conseguía superar la pérdida, las noches duraban calendarios enteros y luchaba contra el recuerdo con ese famoso nudo en el pecho que lleva quien se queda sin respuestas. Quedarse sin respuestas se parece mucho al miedo, y donde hay miedo, no cabe mucho más".

"La segunda fue un nuevo amor. El famoso clavo que saca a otro clavo. El remedio que empeora la enfermedad. Un quilombo".

"—Prométeme una cosa —dijo mi abuela congelándolo todo desde su sofá marrón, con una galleta de canela en la mano.
—¿El qué?
—Que cuando me muera me quemarás y esparcirás mis cenizas en el Sena. 
— Te lo prometo —contesté, tras una pausa de silencio.
Acababa de encontrar el segundo chispazo que ilumina este libro. El silencio me dio la clave, mi abuela no estaba bromeando, en lo más profundo de su alma desea morir en París. Y pasando por alto el tema de que es ilegal tirar a tu abuela al río más famoso de Francia, pienso hacerlo.
—Pero antes prométeme tú una cosa —dije.
—Dime.
—Que no te morirás nunca.
—Te lo prometo —respondió, desafiando con una sonrisa a lo imposible".

"Jamás hagas algo guiado por la compasión, Chris, es una mala consejera".

"Ni le gustaba la ciudad ni encontraba trabajo. La Chica de Alambre cogió la baja por maternidad y el Cabezón aprovechó la oportunidad para convencerla de volver a España en contra de su deseo. En esta etapa, él terminó siendo el ganador y ella la vencida. Abandonó sus ilusiones, la lavandería y al tío Juan. Los sentimientos de una persona no se pueden tocar con las manos, querido lector, se tocan con el corazón, seguramente por eso el
Cabezón nunca alcanzó los de mi abuela".

"Cuando la realidad se quita la capucha es el momento de tomar decisiones, ignorar la verdad es darle una oportunidad para que te mate por la espalda".

"Atrapaba los mechones con tanto cariño que después del corte, tras el beso del acero, estos
se enredaban sobre sí mismos como un esqueje desafiando la gravedad. El pelo es el recuerdo más latente del pasado que queremos dejar atrás, en él reposa el peso de la vida, así que los mechones cayeron al suelo como quien se despoja del miedo, de la desilusión o del hambre".

"Aquella tarde fue importante para ella y nunca la olvidará. También se necesitan este tipo de recuerdos para sobrevivir; aunque la nostalgia puede matarte, si sabes administrarla bien se convierte en arte".

"Lo que me hace pensar que las historias tienen dos momentos: cuando ocurren, que pueden llegar a ser desgarradoras, y cuando ya han sucedido, que pueden ser muy sabias".

"Los últimos capítulos me han afectado un poco hasta el punto de plantearme si realmente es necesario contar esta historia. Pero no es nada nuevo, ni con el primer libro que me sucede, es parte del proceso creativo, a veces cuesta seguir, te interrogas a ti mismo y te conviertes en tu mejor enemigo. Hay que aprender a no perseguirse. A cuestionarse un poco menos.
Cuando todo te parezca una locura es cuando tienes que sacar fuerzas de flaqueza para seguir".

"Nunca conocí a mi abuelo. No sé si tocaba el violín, le gustaban las aceitunas o era idiota. Ni idea de cuántos minutos estrellaba contra un lienzo al día, si leía, hizo la mili o zurcía calcetines. Puede que fuera más de gatos que de perros y más de perros que de personas. Igual tenía un dominó o un huerto.
Puede que construyera pajareras, amasara esculturas de barro o pintara un caballo azul. A lo mejor aplastaba con el dedo las miguitas de pan que quedaban sobre el mantel, coleccionaba monedas o las robaba. Quizá fuera un ladrón. Un artista. Un cabrón. O puede incluso que las tres cosas. Yo soy de los que piensan que podemos ser muchas cosas en esta vida, no descartes nada".

"Sería injusto no reconocer que a ella le costó abrir la puerta y aprender a volar de nuevo, aunque lo consiguió, porque ni al amor ni al campo se les pueden poner cerrojos".

"Un año después, cuando me harté de Fer y de mi casero militar, volví a ahorrar el valor y dinero suficientes para estar solo. Encontré un pequeño ático en los tejados de La Latina. A primera vista era la casita más bonita del mundo, yo la llamaba La Cabaña. Estaba junto a mi colegio hippie de cuando era pequeño, Nuestra Señora de La Paloma, en el que hacía manualidades con los pies descalzos y cuidaba de un huerto, la misma escuela a la que iba de la mano de mi abuela jugando a palabras encadenadas. Es curioso, ¿no? A veces el lugar al que queremos llegar es el mismo del que venimos".

"Lo descubrí viendo la lluvia por primera vez, deshizo mi soledad entre sus zarpas y aprendí que el amor es como un gato: abre los brazos cuando te escoja porque intentar atraparlo es inútil".

"Me regalaron un amigo sin saber que los amigos no se pueden regalar".

"Nadie sabe de dónde proviene, pero su ronroneo es sanador.
Mejoran la salud mental.
Y te esperan después del trabajo, siempre.
Es mi centinela.
El que aprendió a esperarme.
El final de todos mis capítulos, dueño de mi casa y amigo de mis ideas.
El que muerde las esquinas de este libro y camina sobre las letras de esta historia decidiendo sobre mis tiempos.
Elije cuándo escribo. Si quiere jugar, no escribo. Si tiene hambre, no escribo. Si quiere amor, no escribo. Si tiene sueño, escribo. Si tiene sueño pero poco, no escribo".

"En La Isla, y para celebrarlo, la Mano Derecha de Dios se pimpló una botella más entre acrílicos y aguarrás. Brindaba con su amante, la soledad, que lo escuchaba noche tras noche, pero con la que no tenía buen sexo".

"Hay una frase popular que dice: «A veces se gana, otras, se pierde». A mí me gusta más esta otra: «A veces se gana, otras, se aprende». Los que hemos perdido una y otra vez sabemos que no hay mejor escuela de la vida que caer y levantarse, hemos conservado la fuerza y la valentía para todo aquello que acontezca. Mi padre siempre decía: «No hay mejor instante que el presente». Y es cierto, este ha sido siempre mi salvoconducto para vivir. Amo la vida y por eso me la bebo".

"—Pero, cariño mío, ¿cómo te vas a atar con la edad que tienes?, yo quiero que seas libre.
—¿Qué quieres decir? —Hubo una pausa de silencio.
—Que es un borracho —sentenció el hombre, mirándola a los ojos con la tranquilidad de quien dice la verdad.
—No tienes derecho a hablar así del padre de tu nieta, siempre me ha ayudado mucho y se ha portado muy bien con todos nosotros.
—Cuando la botella se interpone en el amor siempre hay dos instantes, hija: cuando se descubre y cuando ya no hay nada que decirse".

"Nunca conocí a mi padre.
Bueno, en realidad sí.
Pero no.
Hay una foto lo suficientemente antigua como para decir que existió.
Que existimos juntos, incluso".

"Me lo dicen mucho.
A ver cuándo escribes algo que no sea de llorar.
Me ha gustado, pero es un poco triste.
¿Para cuándo una historia de amor?
A menudo las grandes ideas nacen de juntar muchas pequeñas: la diminuta escena de una película, la conversación breve en un taxi, la camarera de siempre con el pelo suelto o una cosa que te dice tu abuela.
Para contar una historia de amor profundamente feliz hay que saber mentir o, mejor dicho, inventar, que no es lo mismo.
La gente me ha dicho estas cosas. Gente a la que quiero y gente a la que ni un poco. Coinciden. Debe de ser que tienen razón. Aún no sé inventar historias".

"¿Cómo se hace una historia de amor? Sería incapaz de escribir un libro que me aburriera, que no me terminara de creer. Las historias de amor no son las que más me gustan porque les perdí la fe. Quizá un día las idealicé. No solo hablo de libros, también de películas, canciones o incluso experiencias personales".

"Acabé desencantado con las historias de amor porque, cuando uno baja de la nube, deja de mirar al cielo, y quienes miran al cielo siguen esperando algo mejor. Y yo creo que esperar es una de las peores cosas que podemos hacer.
Cuando me di cuenta de esto, empecé a mirar de frente".

"Hay un libro que habla de esto mucho mejor que yo: El amor dura tres años. Es un título incómodo, para algunos puede incluso resultar desagradable, pero de la misma forma que la muerte revaloriza la vida, la existencia de un final les otorga a las cosas una belleza infinita. Todo lo que acaba es lo único que puede ser para siempre, porque que algo termine solo significa que puede volver a empezar, es tan contradictorio como que para ser libre uno tiene que marcarse límites".

"A veces estoy contento todo el día solo porque al final oleré a champú.
Soy feliz incluso después, en ese difícil momento en el que abres la puerta del baño, escapa un manto de vaho y sopla el frío. Ese frío me despierta. Me pone alerta. Y es importante encontrar estabilidad en cosas que, en principio, no son cómodas. Como cuando sales a correr. Me gusta que lleguen las nueve porque hiervo, me enfrío y huelo a champú.
Y ya sabes que la historia de amor más digna siempre es la propia".

"Me gusta pensar que escribir sobre mi abuela para alejarla de la muerte es una bonita historia de amor, aunque haya quienes no vayan a darse cuenta. Que quedarse la noche en duermevela mirando los ojos de tu abuela hasta descubrir un fantasma también lo es.
Vive ahí y quiere decirme algo, pero todavía no he conseguido descifrarlo; ¿de dónde vienen?
Música fría, hijos arrancados de cuajo y la desnudez por el camino de los hombres…
Yo que sé.
Solo he descubierto dos cosas.
Una es que sus ojos vieron la muerte. (Y la tristeza es una liendre en sus pestañas que no acepta fármacos.)
La otra es que de ellos aprendo. (Y que escucharé sus ojos para guiar los míos, saber dónde colocarlos y no dejar que este mundo me cambie la mirada.)".

"Aunque la verdad a veces esté oculta, cuando existe, se puede".

"El caso es que desde que abandonó al Puño Izquierdo del Diablo se prometió a sí misma no volver a pisar nunca más el mundo de los hombres. Ni que decir tiene que es un gran error afirmar lo que no harás jamás, porque precisamente es lo que haces".

"El cáncer invadía cada vez más su cabeza.
Nunca mencionó su nombre, lo ignoró por el miedo a saber.
Su meta era ganar tiempo, en una palabra: vivir. Vivir y beberse cada momento de la vida por lo que pudiera pasar".

"Localicé a un doctor un tanto atípico, parecía más bien un locoplaya. Tocaba el saxofón y sus fotos en Nueva York decoraban su despacho. También tenía un póster colgado de la puerta de Jesucristo Superstar. Surrealista total.
Se peinaba y vestía un poco raro. Vamos, que era un cuadro de hombre. Eso sí, con las manos más mágicas que he conocido en mi vida después de las de mi padre. Él lo operó".

"En el verano del 98 empeoró bastante.
Sabíamos que el tren llegaba a su destino.
Todo a mi alrededor era un caos.
El cáncer siguió la ruta marcada por sus propias células hasta el punto de dejarlo paralítico. Lo terrible es que se dio cuenta. Su boca no se cerraba y su cabeza caía hacia un lado…
¿Qué hacer cuando la vulgaridad es una virtud universal?
¿Hay algo más vulgar que la muerte?".

"Sabía cuál iba a ser el desenlace; imaginar el mañana sin él era otra cosa. El 4 de febrero de 1999, exactamente, dio un suspiro, aunque recordaba más a un ronquido, el último, y su corazón dejó de latir para siempre.
Su muerte me robó la felicidad, me derrumbé y me obligó a preguntarme qué era ser feliz exactamente.
Un filósofo dijo una vez que la felicidad es la ausencia de dolor; hoy pienso que estaba en lo cierto. El eje de la felicidad está en la salud y en la victoria".

"Uno cree que ayuda a los demás pero no es cierto, son los demás, los enfermos, los que te ayudan a ti. Después de casi veinte años, no dejo de aprender a diario, el hospital ha sido una
escuela para mí.
Se aprende a ser mejor persona, a valorar lo que tienes, a relativizar los problemas. Toda esa gente a la que visitas (muchos de ellos saben que después de la quinta planta, paliativos, no hay más) te dan una silenciosa lección de generosidad y humanidad.
Te dicen… gracias.
Sientes el cariño de los enfermos extenuados, a quienes la vida se les escapa. Los visitas, les hablas, cuando pueden te escuchan, y sientes cómo te cogen de la mano, te la aprietan a modo de agradecimiento, en su cara se percibe una sonrisa, un gesto que apenas pueden esbozar por falta de
fuerza.
Al filo de la muerte es increíble lo que te dan, lo poco que reciben y lo mucho que te devuelven.
No existe ningún ánimo de lucro por ninguna de las partes, lo único que hay es un bálsamo en forma de… amor".

"No ha sido sencillo darse la vuelta y mirar los ojos de la verdad de la vida de mi abuela. Al fin y al cabo, es mi persona favorita en este mundo y, por más que lo he intentado, no ha habido manera de entrar por las páginas de este libro para ayudarle. La pena es que haya sufrido tanto mientras yo no existía".

"Yo creo que las mejores ideas nacen así, a lo tonto.
Un lápiz y un simple papel son suficientes para retenerlas una vez estalla la chispa, pero hay que saber construirla. Estoy contento con la manera en la que mi abuela no va a morir nunca".

"Por último, y si sirve de algo, pues no me considero capacitada para dar consejos: uno aprende a levantarse de sus propias caídas, ponerse tiritas y cortar el sangrado; de nada sirve que te digan lo que tienes que hacer".

"«Cuando la convivencia sea la ausencia de libertad, abre la puerta y vete.»".



Chris Pueyo

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