jueves, 6 de mayo de 2021

Citas: La caída - Albert Camus

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 "Tiene usted suerte, no gruñó. Cuando se niega a servir, le basta un gruñido, y entonces ya nadie insiste".


"Una de las raras frases que oí de su boca proclamaba qué todo era cuestión de tomarlo o de dejarlo. ¿Qué era lo que había que tomar o dejar? Probablemente a nuestro propio amigo".

"Se lo confesaré: me atraen esas criaturas hechas de una sola pieza. Cuando, por oficio o por vocación, uno ha meditado mucho sobre el hombre, ocurre que se experimente nostalgia por los primates. Éstos no tienen pensamientos de segunda intención".

"¿Se quedará usted mucho tiempo en Ámsterdam? Hermosa ciudad, ¿no le parece? ¿Fascinante? He aquí un adjetivo que no oía desde hace mucho tiempo, desde que abandoné Paris, para ser más preciso, hace ya varios años. Pero el corazón tiene su memoria y yo no olvidé nada de nuestra hermosa capital ni de sus muelles. París es un verdadero espejismo, una soberbia decoración habitada por cuatro millones de siluetas".

"Yo vivo en el barrio judío. O, mejor dicho, en el que se llamaba así hasta el momento en que nuestros hermanos hitleristas despejaron el lugar. ¡Qué limpieza! Setenta y cinco mil judíos deportados o asesinados. Eso es lo que se llama limpieza por el vacío".

"De manera que ahora yo habito en el lugar de uno de los mayores crímenes de la historia. Acaso sea eso lo que me ayuda a comprender al gorila y su desconfianza. De esta manera, puedo luchar contra esa inclinación de mi naturaleza que me lleva irresistiblemente a la simpatía. Cuando veo una cara nueva, algo en mi interior da la alarma. "Cuidado. Peligro." Y aun cuando la simpatía venza, yo continúo siempre en guardia".

"Felizmente, disponemos de ginebra, la única luz en estas tinieblas".

"En cuanto a aquellos cuya función es amarnos, quiero decir nuestros padres, nuestros allegados (¡qué expresión!), la cosa es diferente. Ellos siempre tienen pronta la palabra necesaria, pero más bien es una palabra como una bala".

"Mire usted, me hablaron de un hombre cuyo amigo estaba preso, y él se acostaba todas las noches en el suelo para no gozar de una comodidad de que habían privado a aquel a quien él quería. ¿Quién, querido señor, quién se acostará en el suelo por nosotros? ¿Si yo mismo soy capaz de hacerlo?
Mire usted, quisiera ser capaz, seré capaz, sí, un día todos seremos capaces de hacerlo y entonces nos salvaremos. Pero no es fácil, pues la amistad es distraída o, por lo menos, impotente. Lo que ella quiere, no puede realizarlo. Acaso, después de todo, lo que ocurre es que no lo quiere suficientemente, ¿no es así? ¿Acaso no amemos suficientemente la vida? ¿Advirtió usted que sólo la muerte despierta nuestros sentimientos? ¡Cómo queremos a los amigos que acaban de abandonarnos!".

"Pero ¿sabe usted por qué somos siempre más justos y más generosos con los muertos? La razón es sencilla. Con ellos no tenemos obligación alguna. Nos dejan en libertad, podemos disponer de nuestro tiempo, rendir el homenaje entre un cocktail y una cita galante; en suma, a ratos perdidos. Si nos obligaran a algo, nos obligarían en la memoria, y lo cierto es que tenemos la memoria breve. No, en nuestros amigos, al que amamos es al muerto reciente, al muerto doloroso; es decir, nuestra emoción, o sea, ¡a nosotros mismos, en suma!".

"Una mujer que con demasiada frecuencia me acosaba en vano, tuvo la buena ocurrencia de morirse joven. ¡Qué lugar ocupó entonces de pronto en mi corazón! ¡Y cuando por añadidura se trata de suicidio! ¡Señor mío, qué delicioso trastorno! Suena el teléfono, el corazón desborda de emoción, las frases son voluntariamente breves, pero cargadas de sobrentendidos. Uno domina la pena y en todo esto hasta hay, sí, un poco de autoacusación".

"El hombre es así, querido señor. Tiene dos fases: no puede amar sin amarse".

"La vida se me hacía menos fácil: cuando el cuerpo está triste, el corazón languidece".

"Me parecía que iba olvidando en parte aquello que nunca habla aprendido y que, sin embargo, sabía hacer tan bien, quiero decir, vivir".

"Las amaba, según la expresión consagrada, lo cual es lo mismo que decir que nunca amé a ninguna".

"Unos gritan: "¡Ámame!"; los otros: "¡No me ames!" Pero cierta clase de hombres, la más desdichada, dice: "¡No me ames, pero permanéceme fiel!".




Albert Camus

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