domingo, 19 de mayo de 2019

Citas: El cielo es azul, la tierra blanca - Hiromi Kawakami


"Entonces fue cuando lo recordé en el instituto, de pie en la tarima del aula. Siempre llevaba el borrador en una mano y la tiza en la otra. Escribía en la pizarra citas clásicas como: «Nace la primavera, el rocío del alba», y las borraba cuando apenas habían pasado cinco minutos. Ni siquiera soltaba el borrador al volverse para dar alguna explicación a los alumnos. Era como un apéndice de la palma de su mano izquierda".

"—En aquella época llevabas trenza.
—Ya.
—Me acordé al verte entrar y salir de la taberna.
—Ya.
—Debes de tener treinta y ocho años.
—Todavía no los he cumplido.
—Perdona la indiscreción.
—Qué va.
—Estuve hojeando álbumes y consultando listas de nombres para asegurarme.
—Ya.
—Tienes la misma cara.
—Usted tampoco ha cambiado nada, maestro. —Me dirigía a él como «maestro» para disimular que no recordaba su nombre. Desde ese momento, siempre ha sido «el maestro»".

"—Hay gente que se dedica a coleccionar esta clase de objetos.
—Usted es uno de ellos, maestro.
—¡Qué va! Yo no soy ningún chiflado.
El maestro sonrió complacido y me explicó que él se limitaba a recopilar cosas que siempre habían existido".

"—«A través de los sauces | reluce el resplandor ceniciento, | el humo se levanta más allá de la pradera» —recitó el maestro con voz potente.
—¿Qué es eso? Parece un mantra budista —comenté.
—Tsukiko, veo que no prestabas atención en clase —me reprendió el maestro".

"Un día, un compañero de trabajo me dijo que mi forma de servir la bebida no tenía ningún encanto. La palabra «encanto» me pareció poco adecuada, y el comentario también, porque presuponía que las mujeres teníamos la obligación de servir las bebidas con gracia. Sorprendida, le dirigí una mirada fulminante. Al parecer interpretó mal mi expresión, porque cuando salimos de la taberna intentó besarme aprovechando la oscuridad. Dispuesta a impedírselo, cogí con ambas manos aquella cara que se abalanzaba sobre mí y traté de apartarla con todas mis fuerzas.
—No tengas miedo —susurraba él, sujetándome las manos y acercando su cara a la mía.
Era un anticuado en todos los aspectos. Tuve que reprimir el impulso de propinarle un guantazo.
—Hoy no es un buen día —le espeté, con el rostro serio y la voz grave.
—¿Por qué no?
—Porque es el día de la mala suerte. Y mañana también es un día desfavorable para todo.
—¿Eh?".

"—Se nota que está acostumbrado a encargar comida para llevar —observé.
El maestro asintió.
—Es porque vivo solo. ¿Tú sueles cocinar, Tsukiko?
—Sólo cuando tengo novio —respondí.
Él asintió de nuevo con gravedad.
—Es lógico. Yo también debería echarme una o dos novias.
—Debe de ser duro tener dos novias a la vez.
—Sí. Creo que no soportaría tener más de dos".

"El maestro y yo no nos hablábamos.
Eso no significa que no nos viéramos. Nos encontrábamos de vez en cuando en la taberna de siempre, pero no nos dirigíamos la palabra. Entrábamos, nos buscábamos con el rabillo del ojo y simulábamos no habernos visto. Yo fingía no conocerlo, y él hacía lo mismo conmigo".

"No dependía de su compañía, pero cuando estaba con él me sentía más completa. Era una sensación curiosa, como si me hubiera comprado un reloj nuevo y no quisiera quitar el plástico adherente que protegía el cristal. Si el maestro llegara a enterarse de que lo estoy comparando con un pedazo de plástico, probablemente se enfadaría.
Cuando coincidíamos en la taberna y nos tratábamos como perfectos desconocidos, me sentía como el reloj que ha perdido el plástico adherente. Por otro lado, las reconciliaciones fáciles nunca me habían gustado, y estaba segura de que al maestro también le resultaban ofensivas. Por eso seguíamos fingiendo que no nos conocíamos".

"—Ten cuidado, por favor —le pedí tímidamente, pero él no me oyó y alargó el cuello hacia mí para preguntarme:
—¿Cómo dices?
El coche seguía avanzando, pero él no hizo ademán de girar la cabeza.
—¡Mira hacia delante!
—¡Date la vuelta de una vez!
El maestro y yo gritamos al unísono al ver que nos acercábamos peligrosamente a un poste telefónico".

"—¿Crees que podremos volver a casa, Tsukiko? —me preguntó el maestro súbitamente.
—¿Cómo?
—Es que me da la impresión de que no saldremos de aquí nunca más.
—¡Qué tontería! —le respondí.
Él se limitó a sonreír, mirando por el retrovisor sin despegar los labios.
—¿Está cansado? —inquirí.
El maestro sacudió la cabeza.
—En absoluto.
—Si quiere podemos volver a casa, maestro.
—¿Por qué deberíamos volver?
—Pues…
—Prefiero que sigamos juntos. Me da igual adónde vayamos.
—Ajá".

"Cuando al fin los síntomas empezaron a remitir, le reproché su actitud y le pedí que reflexionara sobre las molestias que había ocasionado a los demás a lo largo del día. Los sermones eran mi especialidad. La regañé como si fuera una de mis alumnas.
Ella me escuchaba cabizbaja y acataba todo lo que le decía con un movimiento de cabeza. Me pidió disculpas varias veces.
»—Todo el mundo provoca molestias a los otros —repuso al fin".

"—¿Sigue enamorado de su esposa, maestro? —le pregunté en voz baja, y él rió con más ganas.
—Mi mujer sigue siendo un misterio para mí —me respondió, un poco más serio".

"—¿Has pasado las fiestas con tu novio, Tsukiko? —me preguntó.
—No.
—¿No tienes novio?
—Claro que sí. He estado cada día con un novio diferente.
—Ya veo".

"—Me duele el trasero, Tsukiko —me espetó a bocajarro nada más verme.
Lo miré perpleja, pero su rostro no traslucía dolor. Parecía tan tranquilo como siempre.
—¿Qué le ha pasado en el trasero? —le pregunté.
Él frunció el ceño.
—Una jovencita como tú no debería usar ese vocabulario".

"—Lo guardaré en el armario y lo sacaré de vez en cuando para recordar lo mucho que he disfrutado robándolo —respondió al fin.
—¿En el mismo armario donde guarda las teteras de barro? —le pregunté.
Él asintió con expresión solemne.
—Sí, lo guardaré en mi propio baúl de los recuerdos.
—¿Por qué quiere recordar una noche como la de hoy?
—Porque llevaba mucho tiempo sin robar nada.
—¿Cuándo aprendió a robar, maestro?
—En mi vida anterior —me respondió, sofocando una risita".

"—Hace frío. ¿Por qué no vamos a un lugar más cálido? —susurró él.
—No sé qué decir —murmuré con un esfuerzo.
—¿Cómo? —preguntó Takashi.
—¿Tan lejos hemos llegado?
Takashi se incorporó de un salto sin responderme. Yo me quedé sentada. Me sujetó la barbilla con la mano, me levantó la cara y me besó de improviso.
Fue un beso tan repentino, que no me dio tiempo a reaccionar. «¡Maldita sea!», maldije para mis adentros. Había bajado la guardia. Me había cogido desprevenida.
No me sentía violenta, pero tampoco feliz. Me invadió una oleada de inseguridad.
—¿Y eso? —le pregunté.
—Pues eso —me respondió Takashi, que parecía muy seguro de sí mismo. Pero yo tenía la sensación de que todo estaba ocurriendo en contra de mi voluntad.
Takashi, que seguía de pie, volvió a acercar su cara a la mía.
—No sigas —le advertí, tan claramente como pude.
—No pienso parar —me desafió él, con idéntica claridad.
—Ni siquiera estás enamorado de mí.
Takashi Kojima sacudió la cabeza.
—Siempre he estado enamorado de ti, Omachi. Por eso te invité a salir conmigo, aunque no funcionó.
Su rostro se ensombreció.
—¿Has estado enamorado de mí durante todo este tiempo? —le pregunté.
Él esbozó una tímida sonrisa.
—Bueno, eso es imposible. La vida da muchas vueltas".

"—¿Adónde iríamos tú y yo solos, Tsukiko?
—Con usted iría al fin del mundo, maestro —grité.
El viento soplaba con más intensidad, y las nubes cruzaban el cielo rápidamente.
El ambiente estaba cargado de humedad.
—Tranquilízate, Tsukiko —me advirtió el maestro.
—Estoy muy tranquila.
—Deberías volver a casa y descansar.
—No quiero volver a casa.
—No seas cabezota.
—No soy cabezota, lo que pasa es que estoy enamorada de usted".

"—No te arrimes así, Tsukiko. Me da vergüenza.
—Pero si usted me ha abrazado primero.
—No te imaginas lo que me ha costado".

"—¿Adónde te gustaría ir la próxima vez?
—¿Por qué no vamos a Disneyland?
—¿Desniland?
—Disneyland, maestro.
—Ah, Disneyland. Es que no me gustan mucho las aglomeraciones de gente.
—Pero yo quiero ir.
—Pues entonces iremos a Desniland.
—Es Disneyland, maestro.
—No seas tan quisquillosa, Tsukiko".

"Las tinieblas nos envolvían por completo y nosotros seguíamos hablando sin decir nada. Las palomas y los cuervos ya se habían refugiado en sus nidos. El maestro me rodeaba con su cálido brazo, y yo no sabía si reír o llorar. Al final, no hice ni una cosa ni la otra. Me tranquilicé y me acurruqué en sus brazos, en silencio. Oía los latidos de su corazón a través de la chaqueta. Nos quedamos sentados en la oscuridad".

"—Es que las luces nocturnas son muy tristes —se justificó, mientras se sonaba la
nariz con un enorme pañuelo blanco.
—No sabía que usted también lloraba.
—Las glándulas lacrimales de los viejos son más sensibles".

"Suelo llamarlo en voz baja: «¡Maestro!». De vez en cuando, oigo su voz que me responde desde algún lugar del cielo: «¡Tsukiko!». Preparo el tofu hervido como él, con bacalao y crisantemo. «Algún día volveremos a vernos», le digo, y el maestro me responde desde el cielo: «No tengo la menor duda».
En noches como ésta, abro el maletín del maestro. En su interior no hay nada, sólo un vacío que se extiende. Un enorme espacio vacío que crece sin parar".




Hiromi Kawakami

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