lunes, 27 de mayo de 2019

Citas: Algo que brilla como el mar - Hiromi Kawakami


"—¿Cómo te ha ido el día? —me pregunta mi madre todos los días.
—Bien, normal —le respondo yo. 
«Bien» y «normal», siempre las dos mismas palabras. Las ocasiones en las que le doy una respuesta diferente se pueden contar con los dedos de una mano. Cuando tengo que responderle otra cosa, como «fatal» o «muy bien», intento no tenerla delante".

"Cada vez que le respondo «Bien, normal», me lanza una mirada escéptica. «Ya —dice—. Bueno, pues me parece estupendo». Pero yo sé que es mentira. A mi madre no le gusta esa respuesta. Le encantaría decirme que la vida es mucho más que «normal»".

"—Aunque el mismísimo Godzilla apareciera en la colina que hay detrás de tu colegio, a ti te parecería lo más normal del mundo —me reprocha ella, con un suspiro.
—Detrás de mi colegio no hay ninguna colina.
—No tienes sentimientos.
—No es una cuestión de sentimientos.
—Los chicos de tu edad no sois capaces de comprender la belleza y la tristeza que encierra la figura de Godzilla.
—No es verdad. A mí Godzilla me gusta bastante.
—Tiene una cola digna de admiración.
—Sí, esa cola de reptil le da un aire especial".

"Las piernas de Mizue resplandecían exuberantes bajo la luz del sol. 
«Quiero hacer el amor con Mizue —pensé intensamente—. Quiero hacerlo, quiero hacerlo, quiero hacerlo con desesperación», pensé. Aquella idea había surgido con la misma fuerza con que el agua brota de una fuente".

"Mi abuela es una persona capaz de decir cosas como:
—A veces desearía chuparte la sangre, Midori.
—¿La sangre?
—Si lo hiciera, creo que me aliviaría un poco el dolor de riñones y el dolor de espalda.
—¿Qué? —me sorprendía yo".

"Cuando era pequeño, llamaba «mamá» a mi abuela. Lo hacía imitando a mi madre, que también la llamaba «mamá». Cuando entré en la escuela primaria, mi abuela me dijo:
—A partir de ahora, quiero que me llames Masako. Ma-sa-ko. Y punto.
«Y punto» era la frase favorita de mi abuela.
—¿No puedo llamarte «mamá»?
—No.
—¿Por qué?
—Porque yo no soy tu madre.
—Entonces, ¿me he quedado sin madre?
—Tu madre es Aiko.
—¿Aiko?
Aquello me dejó perplejo. Yo creía que Aiko era la hija de mamá, es decir, de mi abuela. Además, para mí Aiko siempre había sido simplemente «Aiko».
—Aiko fue quien te parió.
—¡Vaya!
—Te lo he dicho mil veces.
—Pues no lo sabía.
—Porque siempre estás en las nubes".

"Parece mentira la cantidad de energía que podemos liberar las personas cuando nos concentramos en una sola cosa y nos olvidamos de todo lo demás".

"—Masako, tú discutes porque te apetece limpiar, ¿verdad? —le pregunté un día a mi abuela.
—Es posible —admitió ella riendo—. Es posible. Puede que empecemos a discutir para limpiar, ordenar y arreglar todas las pequeñas cosas molestas que tiene la vida.
—No me gusta.
—¿En serio?
Mi abuela me observó fijamente, y yo desvié la mirada.
—Si hay que limpiar, se limpia. Y si hay que recoger material, te sientas y recortas periódicos con calma y tranquilidad. ¿Por qué siempre esperáis a discutir para hacer limpieza y recortar revistas?
—Eso lo piensas porque todavía no estás cansado.
—¿Cansado? —me extrañé.
—Has vivido muy poco. Uno se va desgastando y acaba cansándose".

"Hacemos el amor. Vagamos por la vida sin rumbo fijo. Y luego ¿qué?, suelo pensar. Entonces, doy un chasquido con la lengua que significa: «¡Qué fastidio!».
Quizá sea cierto que soy demasiado infantil. A pesar de todo, no puedo evitar pensarlo. Vagamos por la vida sin rumbo fijo, y luego ¿qué?".

"Era mi abuela la que salía a recibir a Otori. Cruzaba el pasillo a paso ligero, se detenía frente a la entrada y le hacía una reverencia. Otori le devolvía el saludo con aire distraído, inclinando ligeramente la cabeza. Mi madre nunca salía a recibirlo, y yo tampoco le daba la bienvenida.
Hasta que empecé a estudiar cuarto de primaria, cada vez que Otori nos visitaba me levantaba de un salto y corría por el pasillo tarareando: «¡Otori ha venido!». Él me cogía en brazos y me sentaba encima de sus hombros.
Dejé de ir corriendo a recibir a Otori el día en que mi abuela me explicó:
—Otori es el hombre que plantó tu semilla.
—¿Mi semilla? —repetí.
Por un momento creí que Otori se dedicaba al cultivo de dondiegos. Se me ocurrió porque las semillas que había plantado el año anterior como deberes de verano habían dado lugar a una decena de dondiegos de color azul vivo.
—Me refiero al esperma, Midori —me aclaró mi abuela".

"—¿Por qué vivimos en una casa tan vieja? —preguntaba yo cuando era pequeño.
—Porque no tenemos dinero para reformarla —me respondía mi abuela brevemente.
—¿Y por qué no nos mudamos a otra casa?
—Porque tendríamos que pagar un alquiler.
—Pues lo pagamos.
—¿Y quién lo pagaría?
—Aiko.
—Aiko no tiene recursos.
«Tener recursos» es otra de las expresiones favoritas de mi abuela.
—¿Qué significa «tener recursos»? —le pregunté a mi abuela aquel día, cuando era pequeño.
—Es una mezcla de esnobismo y fortaleza mental —me respondió con una sonrisa.
—¿El esnobismo es bueno o malo?
—Las cosas no siempre son blancas o negras, Midori".

"En aquel momento debería haber habido un cambio de escena, pero no fue así. En cuanto salimos, Otori se acercó a Mizue y le susurró algo al oído.
—¿Qué? —dijo ella, y enrojeció levemente.
—¿Qué? —dije yo también.
¿Qué le dijo Otori que la hiciera sonrojarse durante un instante?
—Pero… oye, ¿qué se supone que…? —balbució Mizue.
(...)
—¿Qué te ha dicho? —le pregunté.
—Nada —replicó Mizue, con la misma expresión tierna y ligeramente dulce de cuando tenía un caramelo en la boca.
—¿Cómo que nada?
—Nada importante, da igual.
—No da igual.
—¿Por qué no?
(...)
—¡Eres demasiado escrupuloso, Midori! —Las palabras se me quedaron atascadas en la garganta—. ¿Quieres saber qué me ha dicho antes Otori? —me preguntó Mizue, sacudiendo el brazo.
—No hace falta que me lo digas —repuse, malhumorado.
—Verás…
—¿Qué?
—Otori es un tipo curioso.
—Ya.
—Me ha dicho que tú estabas ardiendo de deseo por mí.
—¿Qué?
—Es lo que me ha dicho. Y la verdad es que me ha gustado —añadió, riendo de nuevo".

"Luego, eché una ojeada al móvil y vi que había recibido un mensaje de Mizue Hirayama.
Hola, Midori. ¿Cómo estás? ¡Yo muy bien! Mi horóscopo para mañana dice que «la Luna está bajo el signo del amor». Tu horóscopo dice: «Recibirás la visita de la inspiración. 
¿Iluminación de genio?». Te quiero mucho.
Mizue
Acerqué la mejilla a la pantalla del móvil. Echaba de menos a Mizue, a pesar de que nos habíamos visto aquella misma tarde. «La Luna está bajo el signo del amor».
Aunque no acababa de entender lo que significaban aquellas palabras, me parecieron bonitas".

"Supongo que la gente a quien no le sobra ni le falta nada es más fácil de olvidar que los demás".

"—Dime, ¿cómo es?
—Es adulto.
Mi abuela profirió una exclamación de admiración.
—¿Adulto?
—Sí, adulto.
—En ese caso, no le durará mucho.
—Tienes razón. Los adultos deben tratar con adultos, y los niños, con niños.
—Los asuntos del corazón no siempre son tan sencillos —rio mi abuela, pero me dio la razón".

"—Quiero presentaros a mi novio —dijo mi madre. Pronunció «novio» con el tono indiferente que solía usar para las palabras modernas como software.
—¿No te da vergüenza pronunciar «novio» con esa entonación? —le pregunté yo.
Ella abrió los ojos como platos.
—¿Por qué debería darme vergüenza?
—¿Quieres hacerte la moderna?
—Ya sabes lo que dicen, renovarse o morir.
—Si quieres hacerte la moderna es porque ya estás anticuada.
—Lo sé".

"—¿El señor Sato toma alcohol? —preguntó mi abuela.
—Casi nunca.
—¿No bebe?
—¿Te parece mal?
—¿Cómo puede estar saliendo contigo un hombre que no toma alcohol? —exclamó mi abuela, sofocando una risita".

"—Qué lugar más tranquilo —comentó.
—Sí —respondí yo.
El señor Sato y yo volvimos a observar las rosas, o a fingir que lo hacíamos.
—¿Cuál es tu equipo de béisbol favorito, Midori?
—¿Cómo? —exclamé.
No es que no hubiera oído la pregunta, pero me había sorprendido que el señor Sato me hubiera llamado por mi nombre. Yo no conseguía recordar su nombre de pila.
—No soy muy aficionado al béisbol.
—¿De veras? Yo soy fan de los Hawks.
—Ajá —asentí, aunque apenas había oído hablar de los Hawks.
—¿Prefieres el fútbol, quizá? —aventuró el señor Sato, con mucho tacto.
—El fútbol tampoco me interesa.
—Ya veo —repuso él, y volvió a desviar la mirada hacia las rosas del jardín.
Mientras tanto, mi abuela y mi madre susurraban en la cocina. Me sentía soñoliento. El señor Sato seguía contemplando el jardín y me mostraba su proporcionado perfil. «Pobre hombre —pensé—. ¿Por qué tiene que ir un domingo a una casa desconocida y aguantar una situación de lo más incómoda con un adolescente también desconocido?»".

"—Yo creo que ese estado de fusión con la sociedad en el que me encuentro no es bueno —prosiguió Hanada mientras cogía su tazón con ambas manos y acababa de sorber el caldo de cerdo.
—Ajá —dije yo.
—Lo que quiero decir es que, si siempre estás rodeado de lugares familiares y llevas ropa que te sienta bien, empiezas a fundirte progresivamente en la sociedad.
—Ajá —repetí.
—Aquí es donde entra la ropa de mujer.
—¿Por?
—Si llevo ropa que no me sienta bien, conseguiré mantener el equilibrio.
—¿Cómo?
—Acabo de explicarte por qué quiero vestirme con ropa de mujer. Fin del asunto.
—De eso, nada".

"—Dentro de dos sábados, los padres irán al colegio —le anuncié a mi abuela.
—En nuestra familia no tenemos padre —me respondió ella rápidamente.
—Ya —repuse. Eso ya lo sabía—. Pero la jornada de puertas abiertas es justo antes del día del padre, por eso necesito un padre.
—Da igual que sea el día del padre o el día del abuelo. No puedes pedirle peras al olmo —insistió mi abuela, aún más tajante que antes.
—¿Y quién me hará de padre? —le pregunté, sin poder aguantar más. De pequeño era un niño muy responsable.
—Nadie —atajó mi abuela.
—¿No podemos alquilar un padre?
—¿Alquilarlo? —rio Masako".

"—Las personas podemos alquilar cosas, pero no podemos alquilar a otras personas —me explicó mi abuela, mirándome a los ojos.
—¿No podemos?
—No podemos. Ni podemos alquilar a una persona, ni debemos apropiarnos de su forma de pensar ni de su alma, ni siquiera de un pedacito de ella. La gente no se alquila. Y si se pudiera alquilar a alguien, saldría muy, pero que muy caro".

"—La cerveza de esta casa sabe a gloria —observó Otori, con un deje de admiración en la voz.
—La cerveza sabe igual en cualquier lugar —replicó mi abuela".

"—Buenas —saludó Otori, cabizbajo como de costumbre.
—Buenas noches —le respondí en voz baja.
—¡Hola! —dijo otra voz que venía de detrás de Otori.
—¿Eh? —me sorprendí.
Miré hacia donde procedía la voz, pero Otori estaba justo delante y me tapaba la visión. Eché un vistazo por encima del hombro izquierdo de Otori, pero él torció la columna, adoptando una postura muy poco natural, y no me dejó ver a su acompañante. Lo intenté de nuevo alargando el cuello por encima de su hombro derecho, pero Otori se inclinó hacia el lado opuesto.
—¿Eres Hirayama? —pregunté.
El acompañante de Otori no dijo nada. Cuando intenté ver quién era por enésima vez, Otori empezó a balancear su cuerpo sin ton ni son, como si se divirtiera, impidiéndome ver a la persona que tenía detrás.
—Hoy hace mucho bochorno —observó Otori.
—Hace calor —añadió su acompañante.
—Entra —lo invité bruscamente.
Otori se sacó las chanclas de goma y empezó a caminar por el pasillo. 
Sus pies descalzos hacían tap, tap a cada paso. Por fin pude ver a la persona que se escondía tras él.
Tal y como sospechaba, era Mizue Hirayama. Se quedó de pie en el recibidor, con la cabeza gacha. Tenía gotitas de sudor en la frente, donde le nacía el pelo corto.
—¿Qué ha pasado? —le pregunté con el mismo tono brusco con que había
invitado a Otori a entrar.
—He venido —dijo ella. Llevaba una gran bolsa de tela en la mano.
—¿Por qué? —le pregunté, haciendo un esfuerzo por recuperar mi tono de voz habitual.
—¿No te gusta? —me preguntó ella, con una voz muy grave.
—Creo que ha venido a verte, Midori —me dijo Otori desde el pasillo.
—¿Qué?
—No, no es eso —desmintió rápidamente Mizue, sacudiendo la cabeza.
—¿Estás segura? —repitió Otori, riendo.
—No, no es eso, pero tampoco es que no lo sea, aunque no es exactamente eso —balbució Mizue, mientras nos miraba alternativamente a mí y a Otori.
—Eso ha sido feo —dijo Otori, riendo.
—¡No es lo que quería decir!".

"—¿Por qué te has sentado tan lejos de mí? —preguntó ella, sin responderme.
—No estoy tan lejos —le aseguré.
—Ven a mi lado.
—Es que toda mi familia está abajo".

"—No se necesita ningún motivo para llorar —prosiguió ella, mientras saltaba de nuevo.
—¿Tú crees? —le pregunté, escéptico.
—Llorar me tranquiliza —dijo, encogiéndose de hombros".

"—¿De verdad te gusto, Midori? —me preguntó, lanzándome una penetrante mirada. De mi garganta salió un gruñido que se podía interpretar como un «sí» y al mismo tiempo como un «no»—. Tú a mí me gustas mucho.
—Ya…, ya.
—Me gustas aunque yo a ti no te guste tanto.
—Ya…, ya.
—¿Te gusta otra chica, Midori?
«¿Por qué me pregunta tantas cosas a la vez?», pensé, exasperado".

"—Hay una forma de poder confiar en lo que te dicen las mujeres, naturalmente — añadió Otori con una sonrisa—. Pero es un camino muy duro —me advirtió, dándome una palmadita en el hombro—. Puede que no haya ni un solo hombre en todo el mundo que haya llegado al final de ese camino.
—¡Qué exagerado!".

"—¿Cómo te sentiste la primera vez que te hicieron una tarjeta de visita personalizada? —preguntó Mizue.
El señor Sato reflexionó un instante y luego le respondió educadamente.
—Me sorprendí.
—¿Te sorprendiste? —le preguntó mi madre.
—Sí. Me sorprendí. Me di cuenta de que aquello no era un sueño fugaz de los que se esfuman al amanecer, sino que había pasado a formar parte de la sociedad — explicó el señor Sato, mirando alternativamente a Mizue y a mi madre".

"—¿Por qué os separasteis?
Mi madre no respondió. Guardó el recibo en el monedero junto con las monedas del cambio. Durante unos treinta segundos, se limitó a abrir y cerrar la boca. A diferencia del señor Sato, aquel gesto le daba un aire de persona mayor. Con la boca entreabierta, mi madre parecía una mujer de sesenta años.
—Yo no quería, pero Yasuro decidió romper —me explicó con un hilo de voz.
—¿Cómo pudo tomar una decisión así cuando ni siquiera sabía utilizar un preservativo? —le pregunté con una voz que contenía un ligero tono de enfado. Ella abrió los ojos como platos".

"—Debe de ser duro salir con una chica joven —observó el señor Sato tras una breve pausa.
—¿Duro? —repetí, desconcertado.
—Huyen sin rumbo fijo —musitó él.
—¿Sin rumbo fijo? —repetí.
—«Las doncellas son escurridizas como peces. Cuando están a punto de morder el anzuelo, mueven las aletas y huyen» —dijo el señor Sato lentamente.
—¿Qué es eso?
—Una canción de la época Meiji.
—Ya —asentí, confundido. Cuando el señor Sato y yo estábamos solos, nos comunicábamos mediante golpes de cabeza.
—Significa que, cuando intentas conquistar a una mujer, siempre se acaba escabullendo como un pez".

"—¿Desde cuándo eres una chica, Hanada? —le preguntó sin tapujos el profesor de matemáticas a primera hora.
—No soy ninguna chica —respondió él con seriedad.
—Entonces, ¿por qué llevas esa ropa?
—Porque creo que este mundo no es blanco o negro —repuso Hanada, con una expresión aún más seria".

"—¿En la clase de hoy tocaba estudiar haikus? —me preguntó en voz baja Tanaka, que se sentaba a mi lado.
—No, creo que hoy tocaban los artículos de periódico —le confirmé.
—Es cierto —corroboró Tanaka, ladeando la cabeza.
En la fotocopia que nos había repartido Kitagawa había impresos unos diez haikus.
Kitagawa, que había guardado silencio hasta entonces, empezó a recitar con voz potente:
—«Una nube en el cielo. | Cielo de invierno, nube de invierno. | De súbito, media nube». Hay un haiku que dice así —dijo Kitagawa súbitamente, tras haber leído el primer poema de la fotocopia.
Contrariamente a lo que habían hecho los profesores de la segunda y tercera hora, Kitagawa observaba fijamente a Hanada. Los demás se habían comportado como si no lo vieran. Él, en cambio, lo miraba como si Hanada fuera el único alumno en toda el aula.
—He escogido este haiku pensando en Hanada —continuó el profesor, agachando un poco la cabeza".

"—Las cosas que se repiten constantemente te transportan a lugares desconocidos —aclaró Mizue, sin afectación".

"—Creo que deberíamos dejarlo durante un tiempo —me espetó.
—¿Cómo? —exclamé—. ¿Qué? Pero… ¿A qué te refieres? —le pregunté.
—Ya lo sabes.
—¿Cómo que ya lo sé? Si no me lo explicas, no puedo saberlo.
—Vale —dijo Mizue, y se levantó. La bolsa de comida vacía que tenía en el regazo resbaló y cayó al suelo—. Ya sé que te lo he preguntado muchas veces, pero… ¿te gusto, Midori? —me preguntó mientras se agachaba para recoger la bolsa del suelo.
—Me gustas —farfullé.
—Eso ya lo sé, pero ¿te gusto de verdad?
Estaba perplejo. No tenía la menor idea de qué debía decir. Me había preguntado lo mismo en muchas ocasiones y, cuantas más veces me lo preguntaba, menos respuestas se me ocurrían.
—Yo siempre te digo que me gustas —continuó ella, enfatizando la palabra «siempre».
—S… sí.
—Pero yo a ti no te gusto demasiado, ¿verdad?
«No te gusto demasiado». Aquellas palabras resonaron en mi cabeza. «No te gusto demasiado».
—¿Por qué dices eso? —reaccioné al fin, tratando de ganar tiempo para recuperar la compostura.
—Porque es la verdad —dijo ella lentamente.
—¡Venga ya!
—Insisto.
«Esto debe de ser una broma pesada o una especie de trampa», pensé.
—Veamos… ¿he olvidado algo importante? —le pregunté al recordar que una vez había olvidado su cumpleaños.
Mizue es de las personas que se mantienen frías como un témpano cuando se enfadan. En aquel momento, su temperatura debía de ser de doscientos grados bajo cero. El frío que desprendía habría congelado hasta el mercurio.
—No —respondió ella, secamente.
—¿Tienes la regla?
—Tampoco.
—¿Tienes el síndrome premenstrual? —inquirí, intentando romper el hielo.
—Midori, si crees que estoy de mal humor y que por eso la pago contigo, te equivocas —me advirtió ella, con una mirada cargada de tristeza a pesar de que era yo quien debería estar triste, y no ella".

"—Siempre fue así. Tú me gustabas mucho más de lo que yo te gustaba a ti.
¿Mucho más? ¿Acaso el amor se puede medir en cantidades? Además, ¿por qué hablaba en pasado?".

"—Pero no podía hacer nada. Uno no puede elegir ser la persona más importante para el otro".

"—Por muy simpáticas, imaginativas y psicológicamente independientes que parezcan las mujeres, nunca descubres cómo son hasta el final —me dijo Otori por la noche, para consolarme".

"La casa estaría llena de rosas
y avispas.
Oiríamos, al atardecer,
sonar las vísperas;
y las uvas de color piedra
transparente
dormirían al sol
bajo la sombra lenta.
¡Cómo te amaría si allí estuvieras!".

"«Kitagawa —susurré—. Estoy a punto de llorar, Kitagawa». 
Pero no lloré. Tenía muchos problemas a los que enfrentarme, y muchos asuntos que debía solucionar. No eran problemas graves, más bien un sinfín de pequeñas tonterías parecidas a desgracias que me habían pasado a lo largo de mi día de mala suerte".

"—Lo siento, no creo que Otori le devuelva el dinero que le prestó —me disculpé.
Kitagawa sonrió.
—Te preocupas demasiado por todo, Edo —me tranquilizó él, con una sonrisa aún más amplia.
—No es cierto —protesté en voz baja.
—Las personas que se preocupan por todo acumulan cada vez más sufrimiento.
No deberías acostumbrarte a sufrir demasiado —musitó el profesor, sacudiendo la cabeza.
—Vale —respondí vagamente, dándome por vencido".

"—¡Una serpiente! —gritó Hanada.
Contuve el aliento. Una serpiente reptaba susurrando bajo nuestros pies. Hanada hizo un gesto para indicarme que no dijera nada. La serpiente me rozó el tobillo durante un instante y desapareció rápidamente entre la maleza.
—¡Bájate el calcetín, Edo! —exclamó Hanada.
—¿Qué? —dije yo.
Los intensos rayos del sol me habían aturdido. En vez de repetirme la orden,
Hanada me quitó rápidamente el zapato y el calcetín de la pierna derecha, la que me había rozado la serpiente, como si estuviera pelando una pieza de fruta, y me examinó el tobillo.
—¿Te duele? —me preguntó, sujetándome la pierna.
—No —le respondí.
—Lo tienes rojo e hinchado.
En el lugar que me indicaba Hanada había dos bultitos rojos.
—¿Crees que me ha mordido? —le pregunté.
—Eso deberías decírmelo tú —me reprochó Hanada, en un tono grave.
—Me estás asustando.
—Yo en tu lugar no estaría tan tranquilo —insistió él, esta vez con voz chillona.
—Es que no me ha dolido.
—Voy a chupar —dijo Hanada, y levantó mi tobillo hasta la altura de su cara.
Acto seguido, se llevó mi pierna a la boca y empezó a sorber enérgicamente.
—No sale sangre —gruñó.
—A lo mejor no me ha mordido.
—Es posible —concedió él, pero chupó mi tobillo de nuevo. Noté un pinchazo en la piel.
—¡Ay! —grité, y Hanada apartó la cara. Tenía los contornos de los labios manchados de sangre—. Si me muerdes, me haces daño —me quejé.
—Pues te aguantas —me espetó mirándome fijamente, y escupió la sangre en el suelo".

"—¿Soy lo más importante del mundo? —insistí.
—Sí, claro —admitió ella.
—¿De qué mundo?
—Sólo hay un mundo.
—¿Cuántos mundos tienes tú?
—Tres y medio —me respondió, tras una breve vacilación.
—¿Y en cuántos de esos mundos soy lo más importante para ti?
—Supongo que en casi tres de tres y medio.
—Vale —repuse".

"—¿Tanto me quieres?
—¿Cómo?
—¿Tú me quieres, Otori?
Continué incomodándolo con preguntas de ese tipo, al más puro estilo de Mizue Hirayama.
Otori salió al pasillo a fumar.
—Tú y yo no podemos comunicarnos por telepatía —me dijo, cuando volvió entrar al cabo de unos cinco minutos.
—Claro que no —le respondí.
—Lo digo porque todo me lo preguntas verbalmente —explicó Otori, rascándose la cabeza.
—No puedo hacerte preguntas sin palabras.
—No me refería a ese tipo de palabras.
—No te entiendo —reí.
Pero, en el fondo, lo entendía un poco. A ambos nos resultaba muy difícil hablar en serio. Ni Otori ni yo estábamos acostumbrados a comunicarnos con palabras trascendentales.
—¿Sabes, Midori?
—¿Qué?
—Verás, resulta que…
—¿Sí?
—Tú y yo…
—Dime.
—Creo que…
—¿Sí?
—Somos buenos amigos —dijo al fin, y guardó silencio".

"—Así que has venido —le dije.
Aún me sentía incapaz de mirarla a los ojos.
—He venido —respondió ella, brevemente.
—Me alegro de que estés aquí.
—A pesar del calor.
—Sí.
—Y del dinero.
—S… sí.
—Pero, sobre todo, a pesar de que no sé lo que sientes por mí.
—Te quiero —le dije sin pensar.
Ella abrió los ojos como platos.
—No me fío mucho de esa respuesta tan precipitada.
—Tienes razón —admití".



Hiromi Kawakami

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