jueves, 9 de abril de 2020

Citas: Cómo explicarte el mundo, Cris - Andrés Aberasturi


"¿Cómo explicarte la vida, Cris, esa permanente agitación convulsa en la que participas tan de lleno y que sin embargo ignoras, ausente en una parte y presente en otra?".

"Escribo —y es justo decirlo— después de una cadena negra de desgarros, amortiguado el corazón, adormecido —que no muerto— mientras la razón intenta poner luz en los rincones más oscuros de nuestra breve historia".

"Me estoy haciendo viejo, hijo, y la vejez es muchas veces un territorio que se hace cada vez más inhóspito, en el que se van desmoronando los recuerdos hasta dejarte solo frente al presente, contra el presente que se deshilvana, que se va destruyendo pedazo a pedazo sin estrépito hasta que te aleja de todo aquello que has amado y que es lo único que al fin justifica una vida, hasta que levanta un muro atroz entre tú y el pasado y termina recluyéndote en ese gueto de soledad y silencio en el que solo se vive el instante que se vive, solo ese, solo ese sin más, sin nada más que ese segundo que te conecta con la realidad y te abandona en el segundo siguiente y el anterior ha dejado de existir".

"Los últimos meses de tu abuela los reduje en unos pocos versos que aún hoy se me revuelven:

Su tiempo final
fue solo un laberinto de cables y gusanos,
un pánico infantil,
una demencia oscura.
A veces la vejez
es una casa llena de horror y desamparo
una soledad que habitan los fantasmas.
(Descolgada
por detrás de sus ojos
estaba la locura)".

"El hombre regresa a su interior siempre lleno de respuestas que luego no sirven para nada. El camino que uno anda no va a ninguna parte y los paisajes son solo decorados que se montan y se queman y se vuelven a montar; cartón piedra y mentiras para justificar esta tarea incoherente que es vivir".

"El mundo que trato de explicarte no es ese que me estremece hasta la ira. Te hablo de nosotros, de este microcosmos que somos los tuyos y cuanto te rodea de una forma cercana y que se va apagando lentamente.
Los pulmones, tus pulmones cien veces heridos sin que tú hicieras nada los míos machacados por la vida".

"Tengo miedo y no sé ni por qué".

"Abrázame fuerte que por dentro me oigo muertes, viejas muertes".

"Moriré en Buenos Aires, será de madrugada, que es la hora en que mueren los que saben morir".

"Hoy necesito que me abraces fuerte, Cris, muy fuerte, porque yo también oigo viejas muertes por dentro, tantas muertes que me habitan, otoños que me crecen y me ahogan, las brasas que se apagan de un fuego ya extinguido".

"Te escribo todo esto, Cris, como si fueras a leerme una tarde llena de paz y de verano, como si de pronto un día nos fuéramos a despertar juntos de este sueño, no por cotidiano y dulce menos atroz, que dura, a día de hoy, treinta y tres años, siete meses y tres días; te preguntaría: «¿Cómo estás?», y te acariciaría el pelo, aunque sé que no ibas a dejarme que lo hiciera: 
tu pelo y tu boca son dos templos sagrados casi inexpugnables.
Te preguntaría: «¿Cómo estás, hijo?». Y hasta ahí llego".

"Vivimos «como si» —esta es una idea que le leí a Pániker hace ya mucho tiempo—, porque es la única forma de vivir que hemos tenido, que nos ha sido dada. Vivimos como si realmente nos reconocieras, como si realmente reconocieses en nosotros, aunque solo fuera por algún instinto primario, que somos tuyos y que tú eres nuestro".

"Y cuando extiendes la mano con la vehemencia que lo haces, ¿nos estás pidiendo algo que existe y que tú ves y deseas o no es más que un acto reflejo? Esa ignorancia de tu voluntad —o de tu instinto—es el resumen de todo cuanto hoy me lleva a reflexionar sobre nosotros: la no comunicación, esa carencia que nadie puede llegar a imaginar lo que supone hasta que no se vive junto a los que quieres y tan solo alcanzas las fronteras de una piel que es la pantalla final de posibles emociones, porque más allá del tacto todo es silencio o grito, sonidos que se repiten soledad, soledad e ignorancia".

"El «como si» ha sido siempre nuestro escudo, nuestra absurda justificación teñida, disfrazada de esperanza, la respuesta fácil y profundamente humana que necesitábamos. Pero ya no quiero jugar a ese juego, ya no quiero razones en las que no creo o que al menos cuestiono, sino enfrentarme a los hechos, aunque la conclusión carezca de sentido".

"Nos iremos los dos, Cris, y si muero yo antes, no tendrás nada que llorar, no habrá sufrimiento en tu corazón ni luto en tu conciencia. Bendito seas".

"La consciencia en ocasiones es una trampa llena de culpas y de miedos".

"Cierto que sus raíces son como los lazos que te unen a la vida; pero el oficio de los hombres, Cris, es vivir, con todos sus peligros, sus riesgos, sus absurdos inesperados, pero vivir, vivir, no sobrevivir. Y tú, hijo, desde que llegaste al mundo has sido un sobreviviente, te has enfrentado a la muerte cara a cara tantas veces que vivir no ha sido en tu caso una costumbre, un oficio, ni siquiera una aventura apasionante, arriesgada, elegida: solo una lucha instintiva, irracional y permanente.
Vivir".

"¿Qué me quieres decir?
Una palabra tuya, tan solo una.
¿Acaso pido demasiado? Una palabra, Cris, tan solo una antes de separarnos.
No va a ocurrir".

"Tu mirada. Tus ojos. Hay tanta vida dentro de tus ojos y, sin embargo, muchas veces miras como desconfiando, frunces el ceño y te agazapas; es como si te escondieras detrás de tu mirada o de pronto cierras los ojos muy fuerte. ¿Por qué? ¿Qué mundo contemplas cuando aprietas los párpados como negándote? ¿Qué ves cuando nos miras serio y lejano, cuando te niegas a mirar?
También te ríes, también de pronto te ríes y en tus ojos entonces galopa la vida libremente y es hermoso".

"¿Pero qué ocurre cuando sucede todo lo contrario? Cuántas veces me acerco hasta tu silla, hasta tu cama y esas espadas tuyas de plumas y algodones que son tus brazos fuertes me detienen, me apartan de tu cara, de tu cuerpo. «Solo iba a darte un beso, Cris, solo era eso». Pero has cerrado de pronto las fronteras sin motivo —pienso que sin motivo— y rechazas tercamente mi presencia. Te vuelvo a hablar «como si», te digo en broma «vale, vale, hoy no quieres…». Y te ofrezco mi mano, la dejo así extendida, sin tocarte, en espera de la tuya, de que tú, al menos, acerques tu mano a la mía que te espera. Y hay veces que lo haces y nuestras manos se rozan sin tomarse, libres; tu mano tan caliente, tan suave, tu mano y la mía, palma con palma, reconociéndose. No quiero equivocarme ni forzarte, pero tras ese roce me inclino otra vez sobre tu frente y otra vez me paras con tu brazo, me paras, me separas.
Solo iba a darte un beso, Cris, solo era eso, pero, vale, vale, hoy no quieres".

"Los vacíos forman parte de la realidad, son la realidad no tangible, pero existen y nuestro mundo, Cris, está lleno e huecos, de vacíos".

"Tendría que explicarte qué es el dolor, diferenciar el dolor del sufrimiento porque aunque todo dolor —hablo del dolor físico— implica sufrimiento, no siempre el sufrimiento es consecuencia del dolor; este aguijón clavado de tenerte y no tenerte es otra cosa distinta al dolor, es el sufrimiento".

"En tus ojos se reflejaba una angustia animal y en el continuo agitar de todo tu cuerpo reclamabas el aire que te faltaba. 
No pude más y te cogí en brazos muy fuerte y te agarraste a mí en el mayor de los abrazos como si yo pudiera poner fin a ese descalabro, a esa sinrazón que reinaba en tu cuerpo, en aquel cuarto, tu cuarto, que se había convertido de pronto en un infierno de silencios en espera de algo que no iba a suceder. Te cogí en brazos para nada, para que me sintieras cerca y para sentirte, para tenerte y que me tuvieras".

"«Ya, Cris, ya —te decía mientras te abrazaba fuerte—. Ya, mi vida, tranquilo, tranquilo».
Pero todas mis palabras, todo el amor y el miedo de mi abrazo no te daban el oxígeno que necesitabas.
«Ya, ya, tranquilo hijo, despacito, tranquilo…». Y te apretaba fuerte, fuerte y tu palidez lo llenaba todo, tu agitación.
Quiero creer que tras ese abrazo instintivo, animal, largo, tras esa conjunción física de tu angustia y mi impotencia, recobraste un poquito de calma y fue más fácil que aguantaras la mascarilla salvadora. Luego, la terrible ceremonia de siempre: la ambulancia, el ingreso por urgencias, las pruebas… Pero jamás olvidaré aquellos minutos en los que casi me abalancé sobre ti para cogerte en brazos y allí, cuerpo a cuerpo, agarrados muy fuerte tu angustia con mi miedo, fuimos uno en busca de una paz que no encontramos pero que logró calmar, aunque fuera un poquito, la espera atroz de la sirena de una ambulancia que te iba a llevar, otra vez, hacia el siempre incierto camino de la vida)".

"No es sencillo explicar cómo se puede añorar lo que para otros es un drama, pero con qué pasión gozosa esperaría una mirada tuya culpándome por ese abandono, por dejarte allí sin mí, sin nosotros. Pero tú te alejas sin reproches y es muy posible que ya ni existamos en tu memoria.
Una vez más, me digo que así es mejor porque no sufres, aunque realmente ignoro lo que sientes".

"Estabas tan presente pese a todo que el teléfono volvió a ser el cordón umbilical que nos unía a ti, que nos traía noticias tranquilizadoras de tu estado".

"Hasta que un día, después de muchos años, cuando los cuerpos empiezan a romperse y el tiempo te castiga la espalda y tal vez el corazón, cuando te faltan las fuerzas para vivir el día a día y has probado ya todo, entonces te planteas la gran decisión de la residencia, dejarte en aquel sitio que fuimos construyendo, junto a otros padres, para cuando llegara este momento. 
Y es una de esas decisiones que te marcan para siempre".

"(Como también es el precio que después de tantos años aún me despierte angustiado de pronto alguna noche oyéndote en tu cama de casa que no ocupas. Te oigo con tanta claridad que al final me levanto y voy a tu cuarto vacío y sonrío pensándote dormido ajeno a mí en la residencia, ajeno a mi sobresalto, al no sonido que yo oigo. Sonrío porque me hace feliz saber que, pese a todo, la distancia no existe. Quiero no acostumbrarme a tu ausencia y sé que así será siempre también ese es el precio)".

"Pero Dios no tenía nada que decirme.
La única respuesta de Dios fue su silencio".

"»¿Qué puedes decirme Dios? ¿Qué le puedes decir a este hijo tuyo al que dicen que amas?
Pero Dios guardó silencio".

"Vamos a hacer una disección escrupulosa de este enjambre de sentimientos que no hemos compartido, tú, tan distante y tan siempre cercano a nosotros y nosotros intentando una y otra vez deshacer las distancias, vivir como si los vínculos que nos ataron desde el primer latido de tu corazón aún dentro del vientre de la madre  hubieran seguido el curso pacífico de aquella vida que crecía en sus entrañas".

"Nos educan para tener hijos sanos, Cris, y es cierto que, aunque uno se pone en lo peor, nunca piensas que te va a tocar a ti, ni siquiera a nadie de tu entorno. Pero eso ya no importa. Tú fuiste la excepción a lo que normalmente ocurre y nadie sabía muy bien lo que pasaba".

"No te voy a contar —ya lo hice— cómo fue tu llegada al mundo, cómo atravesamos Madrid en una ambulancia los dos juntos, tú dentro de una incubadora y yo a tu lado mirándote sin entender nada, convenciéndome de que todo sería una falsa alarma o el problema de unos pocos días. Tu madre, aún medio dormida, solo llegó a escuchar lejanamente la sirena de la ambulancia en el patio y un reflejo de sus luces amarillas que se encendían y apagaban. Nevaba sobre Madrid y las calles estaban abarrotadas de gentes que nada sabían de la tragedia presentida que viajaba en aquella ambulancia: un niño apenas recién llegado a la vida y un hombre impotente y abrumado".

"Fue todo demasiado rápido, tan rápido que nunca terminaba. Pasillos, batas blancas, voces, manos que entraban y salían en aquella cápsula que era la incubadora para llegar a ti, para manipular tu cuerpito en peligro, para tocarte, para buscarte venas, colocarte ventosas, pincharte en la cabeza, ponerte boca abajo para que no te ahogaras con tu propia lengua que no se había terminado de fijar bajo un paladar abierto. Es bonita esa expresión: el cielo del paladar.
Pero a ti se te negó ese paraíso. No había cielo.
No había paladar".

"Era tan urgente huir, tan necesario y tan humano".

"Yo no estaba en tu mundo en blanco y negro, tu mundo de destellos y negruras. Pero no debí irme porque la cruz que tú llevabas era mi cruz, porque fuimos nosotros los que te trajimos, porque yo no era inocente de esa sangre tuya que llevaban urgente de un laboratorio a otro".

"Tendría que haberme quedado contigo, junto a ti, a tu lado, dijeran lo que dijeran las normas por si pasaba algo, por si no pasaba nada. Debí quedarme, hijo, debí quedarme. Pero me fui. Cobarde y solo. Recorrí los pasillos despacio, muy despacio en busca de la noche y de la nieve, del olvido imposible.
Y te dejé solo en aquella madrugada de cuchillos.
Necesitaba descansar.
Y te dejé solo".


"No es fácil, Cris, llenar de flores la desgracia, vestir con puntillas la desnudez del dolor, endulzar con bombones la amargura ni sonreír ante una madre que ni siquiera ha tenido tiempo de conocer al hijo. Nueve meses juntos y de un solo tajo la separación, el exilio, la soledad de los dos unida por el puente inútil de un hombre arrumbado por la ignorancia que intenta disimular con una pátina de tranquilidad lo que era ya una tragedia consumada".

"No, no hubo muchas visitas ni regalos tras tu llegada al mundo. En realidad, no sabemos qué hacer en estos casos, no sabemos si es mejor respetar el silencio y la angustia, no sabemos si nuestra visita va a calmar ese miedo o inevitablemente hay que preguntar sabiendo que cada pregunta es una nueva herida que se abre sobre la gran herida ya abierta".

"Hay tantas soledades que se podría hacer un catálogo, una guía, clasificarlas de mil formas. Las soledades nos llevan".

"Y ella
«Ella me preguntaba de cosas ignoradas y yo le respondía de cosas imposibles…».
Lo escribió Juan Ramón, pero no había de fondo ninguna dulce música de piano. Ella me preguntaba de cosas que yo ignoraba y yo de vez en cuando le medio mentía con respuestas imposibles".

"¿Cuál era tu verdad, Cris, cuál era realmente la verdad? Tu verdad solo podía ser el minuto siguiente, el instante apenas perceptible entre una respiración y otra. Tu verdad era que pasara ese minuto, y que luego pasara otro y otro y...".

"Estabas saliendo ya de la anestesia y apenas medio abrías de vez en cuando unos ojos que ni siquiera podían verme, unos ojos durísimos, grises y azules, que no buscaban nada, que no tenían lágrimas, que no veían al hombre que al otro lado, vacío casi de emociones, apoyaba su frente contra el cristal, solos los dos en aquella sala grande y blanca, tú y yo, solos entre tanta gente, tú y yo tan lejos y tan cerca separados por la enorme cristalera, los dos allí, inútiles, al borde, cada uno, de su precipicio".

"A última hora, cuando los médicos de paliativos avisaron a los padres de David que ya era el final, le dijeron a la madre —generosos— que tal vez no era necesario que estuviera allí presente, que no  tenía por qué pasar por ese trance. Y la respuesta de MJ. fue de una sencillez y de una rotundidad apabullante: «Si estuve cuando vino al mundo, cómo no voy a estar cuando se va»".

"Me cruzo con un millón de coches camino del tanatorio. Nadie sabe nada, en esta ciudad abarrotada, de David, de sus hermanos, de sus padres. 
Nadie sabe nada de nosotros. Nadie sabe nada de ti, Cris, nadie en esta ciudad que se desangra. El semáforo en rojo. Vuelve a llover, y David, que es como si hoy no hubiera querido amanecer, como si se hubiera retirado ya de esta carrera inútil harto de tanta cosas, como si hubiera dicho: «No sigo, ha sido suficiente». Pero no es verdad. No dijo nada, ni quiso nada, ni deseó otra cosa que no fuera".

"Dónde están tus venas, hijo, por qué todo resulta siempre tan difícil, tan duro, tan doloroso.
Ya, Cris, ya. No podemos más, ya no más.
¿He escrito «no podemos»? ¿Qué inmoralidad es esta de escribir que ya no puedo más cuando eres tú la víctima inocente y yo solo el testigo? 
Ni pediste nacer ni opinaste en aquel día atroz que volvimos a decidir tu destino entre nosotros. ¿Cómo me atrevo siquiera a teclear ya-no-puedo-más?".

"Solo era eso, Cris, llevarte de la mano hasta que tú solo hicieras tu camino, hablar contigo, sufrir contigo, alegrarnos de tus éxitos y compartir la frustración de tus fracasos. 
Solo queríamos traer una nueva vida y que esa vida hiciera del mundo un lugar más hermoso.
Nada más.
Y ya ves.
Somos dos abismos que ni siquiera pueden conversar".

"Fue un tiempo duro, largo, un desconcierto lleno de charcos negros".

"Es estúpido, seguramente es estúpido, pero odio a las moscas que te buscan, las odio".

"Y Madrid era un océano escarlata al otro lado de la ventana mientras en la habitación solo había aparatos con suero, mascarillas, estetoscopios buscando silbidos y sonidos metálicos en tu cuerpo tan nuestro, tan amado".

"No sé cuánto tiempo pasó. Al fin la sonda llegó donde debía y todos respiraron con alivio. Entonces pude mirarte; iba a secarte el sudor de la frente con una toalla mojada.
Entonces me encontré con ellas y el corazón se partió.
Estaban allí, inmóviles aun en tus mejillas. Nunca antes la había visto.
Habías llorado, hijo, habías llorado.
Por primera vez, sin ruido, sin aviso, sin saber qué pasaba, y yo más preocupado de sujetarte para que la sonda no saliera por la boca o no rozara el pulmón y sin ver tus ojos.
Y tú lloraste en silencio y yo ni me di cuenta.
Aún tenías tres lágrimas en las mejillas cuando iba a refrescarte la frente con una toalla húmeda.
Allí estaban tus lágrimas mirándome, quietas, bajo tus párpados, inmóviles, esperándome, sin llegar a caer, quietas bajo tus párpados.
Y entonces me rompí".

"Pero la vieja pregunta sigue en pie: ¿dónde está la verdad? Y yo no tengo respuesta, pero me niego a retirarme sin más para lavarme las manos y declararme inocente de tu vida.
No lo soy.
Debe ser el otoño".

"El mundo no es hermoso, aunque tal vez se pueda aún vivir hermosamente sin necesidad de engañarse".

"Esto es parte del todo. No es el principio ni tampoco el final porque el final en realidad no existe. La vida continúa y nosotros en ella".







Andrés Aberasturi

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