sábado, 30 de marzo de 2019

Citas: El sabotaje amoroso - Amélie Nothomb



"Algunos países actúan como una droga".

"La pretensión induce a escribir".

"Mi madre siempre ha tenido el carácter más alegre del universo. La noche de nuestra llegada a Pekín, la fealdad la impactó de tal modo que se echó a llorar. Y se trata de una mujer que nunca llora".

"Sólo venden té. «China es un país en el que se bebe té», pienso.
Bien. Me acerco al viejecito que sirve este brebaje. Me ofrece un cuenco de té hirviendo.
Me siento en el suelo con el enorme cuenco. El té es fuerte, fabuloso.
Nunca había bebido uno así. En pocos segundos, me emborracha el cerebro.
Experimento el primer delirio de mi vida. Me encanta. Voy a hacer grandes cosas en este país. Doy brincos por el aeropuerto y voy dando vueltas como una peonza.
Y, bruscamente, me doy de narices contra el comunismo".

"Sin enemigo, el ser humano no es nada. Su vida es un sufrimiento, un agobio de vacío y de aburrimiento".

"Si te reconcilias con tu enemigo, deja de ser enemigo.
Y si ya no hay enemigo, hay que encontrar uno nuevo: todo vuelve a comenzar.
O sea que no resuelves nada en absoluto.
Así pues, hay que amar al enemigo pero no decírselo. En ningún caso hay que pensar en una reconciliación".

"Pero la auténtica belleza debe dejar lugar a dudas: debe dejar al alma una parte de su deseo".

"Actualmente ya no vivo en Pekín ni tengo caballo. He sustituido Pekín por el papel y el caballo por la tinta. Mi heroísmo se ha vuelto subterráneo".

"Un coche desconocido se detuvo delante del edificio contiguo.
Unos vecinos nuevos: otros extranjeros a los que encerrar en el gueto para que no contaminaran a los chinos.
El coche contenía enormes maletas y cuatro personas, entre las cuales figuraba el centro del mundo.
El centro del mundo vivía a cuarenta metros de mi casa.
El centro del mundo tenía nacionalidad italiana y se llamaba Elena. Elena se convirtió en el centro del mundo en el momento en que sus pies se posaron sobre el hormigonado suelo de San Li Tun".

"Con una sola mirada, uno percibía que amar a Elena sería al sufrimiento lo que Grévisse es a la gramática francesa: un clásico abucheado e indispensable".

"Aquel día llevaba un vestido de película en bordado inglés blanco. Yo me habría muerto de vergüenza si hubiera tenido que ponerme semejante atuendo. Pero Elena no pertenecía a nuestro sistema de valores y su vestido la convertía en un ángel en pleno proceso de floración".

"Salió del coche y no me vio.
Poco más o menos, aquélla fue la política que seguiría durante todo el año que íbamos a pasar juntas".

"Necesité tiempo para darme cuenta de que a Elena sólo le importaba una cosa: ser mirada. Así, sin saberlo, la hice feliz: la devoraba con la mirada. Me resultaba imposible dejar de mirarla. Nunca había visto nada tan hermoso. Era la primera vez en mi vida que la belleza de alguien me impactaba".

"Pero el misterio no acaba aquí.
Comprendí que no podía limitarme a amarla: era necesario que ella también me amara. ¿Por qué? Porque sí".

"Se lo comuniqué con toda sencillez.
Me resultaba natural tener que informarla:
—Tienes que amarme.
Se dignó mirarme, pero se trataba de una mirada que habría podido ahorrarme. Emitió una pequeña risa despectiva. Estaba claro que acababa de decir una tontería".

"—Tienes que amarme porque yo te amo. ¿Lo entiendes?".

"—¿Fabrice está enamorado de ti?
—Sí —respondió con indiferencia, como si resultase obvio.
—¿Y tú le amas?
—Soy su novia.
—¡Su novia! Entonces debes de verle muy a menudo.
—Todos los días, en la escuela.
—Ah, no, todos los días, no. Ni el sábado ni el domingo.
Silencio distante.
—Y por la noche tampoco lo ves.
Sin embargo, es sobre todo por la noche cuando los enamorados deben verse".

"—¿Así que harías cualquier cosa por mí? —retomó en tono divertido.
—¡Sí! —dije, esperando que me ordenase lo peor.
—Pues quiero que des veinte vueltas al patio corriendo, sin detenerte.
(...)
—Ya está —dije.
—¿Qué? —se dignó preguntarme—. Ah. Se me había olvidado. Vuelve a empezar, no te he visto.
(...)
—Aquí estoy otra vez.
—Bien —dijo ella, sin dar la impresión de haberme visto—. Veinte vueltas más.
Ni ella ni el ridículo parecían verme.
(...)
—Vuelve a empezar.
—¿Recuerdas lo que te conté? —pregunté tímidamente.
—¿Qué?
 —El asma.
—¿Acaso crees que te pediría que corrieras si no me acordara? —respondió con absoluta indiferencia".

"—Elena, te he mentido. Hace meses que te miento.
Dos ojos se levantaron. Me sorprendió su ausencia de sorpresa: estaban solamente al acecho.
Ya era demasiado tarde.
—Te quiero. Nunca he dejado de quererte.No te miraba por culpa de la consigna. Pero te miraba de todos modos, a escondidas, porque no puedo dejar de mirarte, porque eres la más hermosa y porque te quiero".



Amélie Nothomb

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