jueves, 26 de julio de 2018

Citas: Cosmética del enemigo - Amelie Nothomb


"—Caballero, por si todavía no se ha dado cuenta, no deseo hablar con usted.
—¿Por qué? —preguntó el desconocido con descaro.
—Estoy leyendo.
—No, señor.
—¿Cómo dice?
—No está leyendo. Quizás crea que está leyendo. Pero leer es otra cosa.
—Bueno, de acuerdo, no tengo ningún interés en escuchar sus  profundas consideraciones sobre la lectura. Me está poniendo nervioso. Incluso suponiendo que no estuviera leyendo, no deseo hablar con usted.
—Enseguida se nota cuando alguien está leyendo. El que lee, el que lee de verdad, está en otra parte. Y usted, caballero, estaba aquí".

"—¡Si supiera hasta qué punto lo lamento! Sobre todo desde que ha llegado usted.
—Sí, la vida está llena de estos pequeños sinsabores que la perturban de un modo negativo. Mucho más que los problemas metafísicos, son las ínfimas contrariedades las que nos muestran el lado absurdo de la existencia".

"—¿Por qué hace esto?
—Porque me apetece. Siempre hago lo que me apetece.
—A mí me apetecería romperle la cara.
—Mala suerte: eso no es legal. A mí, lo que me gusta en la vida son las molestias autorizadas. Como las víctimas no tienen derecho a defenderse, resultan todavía más divertidas".

"—Me llamo Texel. Textor Texel.
—¿Es un estribillo o qué?
—Soy holandés.
—¿Acaso creía que se me había olvidado?
—Si no deja de interrumpirme, no llegaremos muy lejos.
—No estoy muy seguro de desear llegar muy lejos con usted.
—¡Si supiera! Mejoro cuando me conocen. Basta que le relate algunos episodios de mi vida para convencerle. Por ejemplo, de pequeño, maté a una persona.
—¿Perdón?".

"Creo en el enemigo porque todos los días y todas las noches se cruza en mi camino. El enemigo es aquel que, desde el interior, destruye lo que merece la pena. Es el que te muestra la decrepitud contenida en cada realidad".

"—Ella no me ama.
—¿Pierde el tiempo importunando a desconocidos cuando podría estar
seduciéndola?
—Ya lo intenté.
—¡Pues insista!
—Es inútil.
—¡Cobarde!
—Sé perfectamente que no serviría de nada.
—¿Y se atreve a decir que la ama?
—Está muerta.
—¡Ah!".

"—(...) Mientras tanto, yo había visto su rostro. Nunca me recuperé de semejante emoción. Nada hay en el mundo más incomprensible que los rostros o, mejor dicho, algunos rostros: un conjunto de rasgos y de miradas que, de pronto, se convierte en la única realidad, el enigma más importante del universo, que uno contempla con sed y con hambre, como si un mensaje superior estuviera escrito en él".

"—¿Por qué me cuenta todo esto?
—Al alba, volví a esconderla en una de las catedrales en miniatura. 
Esperé a que los vigilantes abrieran de nuevo el cementerio, a que hubiera gente paseando por allí.
Entonces le dije a la chica que íbamos a salir juntos y que si emitía la más mínima llamada de socorro a quien fuera, le rompería la cara.
—Muy delicado por su parte.
—Cogidos de la mano, abandonamos el cementerio. Ella caminaba como una muerta.
—Maldito necrófilo.
—No. La dejé con vida.
—Qué gran corazón el suyo".

"—Una vez fuera del cementerio, en la calle Rachel, le pregunté cómo se llamaba.
Me escupió a la cara. Le dije que la amaba demasiado para llamarla escupitajo.
—Es usted un romántico".

"—No le he pedido su opinión.
—¿Y qué me pide, exactamente?
—Que me escuche.
—Para eso existen psicólogos.
—¿Para qué iba a visitar a un psicólogo si existen aeropuertos llenos de gente sin nada más que hacer dispuestos a escucharme?
—Lo que hay que oír".

"—Qué divertido es el lenguaje. Un segundo antes de cometer mi acto, era un ser humano; un segundo más tarde, era un violador".

"La miraba con tanto amor que debía de parecer muy amable. Ella me sonrió. ¡Aquella sonrisa! Sentí que el pecho se me abría en dos".

"—Si tanto necesitaba morir para poder expiar sus pecados, ¿por qué no se suicidó?
—¿De qué tonterías románticas me está usted hablando? En primer lugar, no tenía ninguna necesidad de morir, tenía necesidad de que me mataran.
—Es lo mismo.
—La próxima vez que tenga ganas de hacer el amor, deberían decirle: «Mastúrbate. Es lo mismo»".

"—Me está usted mareando con tanto «yo dije…, ella dijo…, yo dije…, ella dijo…».
—En el Génesis, cuando Dios acude a interrogar a Adán después del asunto de la fruta prohibida, así es como el muy cobarde describe el comportamiento de su mujer: «Yo dije…, ella dijo…» Pobre Eva.
—Por una vez estamos de acuerdo.
—Lo estamos mucho más de lo que cree. Yo dije: «Así pues, ¿qué me propone?». Ella dijo: «Desaparezca para siempre». Yo dije: «Ni hablar. La amo demasiado para eso. Necesito que ocurra algo»".

"—¡Qué manía ésa de calificar de locos a aquellos a los que no comprendemos! ¡Qué pereza mental!".



Amelie Nothomb

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