jueves, 29 de septiembre de 2022

Citas: La muerte feliz - Albert Camus

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"Zagreus estaba ahora mirando la ventana. Se oyó pasar un auto por delante de la puerta con un leve ruido de masticación. Zagreus, sin moverse, parecía contemplar toda la inhumana belleza de aquella mañana de abril".

"Trastabillando un poco, se detuvo sin embargo y respiró hondo. Del cielo azul bajaban millones de sonrisas menudas y blancas. Jugueteaban en las hojas aún cubiertas de lluvia y en la toba húmeda de los paseos; volaban hacia las casas con tejas de sangre fresca y se remontaban con alas raudas hacia los lagos de aire y de sol de los que se habían desbordado poco antes. Un ronroneo suave bajaba desde un avión diminuto que navegaba en las alturas. Entre aquella dilatación del aire y aquella fertilidad del cielo parecía que la única tarea de los hombres fuera vivir y ser felices".

"—Sí —dijo por fin—, la enfermedad llega corriendo, pero irse le lleva su tiempo".

"Callaba acerca de las mismas cosas que en otras circunstancias lo habrían entusiasmado, puesto que las estaba viviendo, hasta que se veía solo en su cuarto y recurría a todas sus fuerzas y su precaución para apagar la llama de vida que ardía en él".

"Hasta que murió su madre, siguió leyendo y pensando. Y la enferma se pasó diez años soportando aquella vida".

"El discutible entorno, las sillas de paja un poco desfondadas, el armario con la luna amarillenta y el tocador al que le faltaba una esquina, no existía para él, porque la costumbre lo había limado todo. Se paseaba por una sombra de vivienda que no le exigía esfuerzo alguno. En otra habitación habría tenido que acostumbrarse a las novedades y, también en este caso, luchar. Él quería reducir la superficie que le brindaba al mundo y dormir hasta que todo se hubiera consumado. Y el cuarto apoyaba esa intención suya".

"Su cuarto y él se pasaban toda la noche de verano entre ese perfume al tiempo tan sutil y tan denso y era como si, tras llevar muerto muchos días, abriera por primera vez su ventana a la vida".

"Mersault se acordó de la cena.
Le dolía un poco el cuello porque había estado mucho rato apoyado en el respaldo de la silla. Bajó a comprar pan y pasta, la preparó y comió. Volvió a la ventana. Salía gente a la calle, había refrescado. Le dio un escalofrío, cerró las hojas de la ventana y volvió hacia el espejo que estaba encima de la chimenea. Salvo algunas noches en que venía Marthe o salía con ella y salvo su correspondencia con las amigas de Túnez, toda su vida cabía en la perspectiva amarillenta que le brindaba el espejo de un cuarto en que junto a la lámpara de alcohol mugrienta había unos trozos de pan".

"Al mirarle los labios gruesos y que el sueño abultaba, lo deseó. Él abrió los ojos a medias en ese momento y dijo sin enfadarse, volviendo a cerrarlos:
—No me gusta que me miren dormir.
Ella se le echó en los brazos y lo besó. Él se quedó quieto.
—Ay, cariño, otra vez con un capricho de esos tuyos.
—No me llames cariño, ¿quieres? Te lo tengo dicho.
Ella se echó a su lado y lo miró de perfil.
—Me pregunto a quién te pareces como estás ahora".

"—¿Me quieres? —dijo Marthe sin transición.
Mersault de pronto se animó y rió con fuerza.
—Ésa sí que es una pregunta seria.
—Contesta.
—Pero a nuestra edad no se quiere, mujer. Nos gustamos y ya está. Hasta más adelante, hasta que se es viejo e impotente, no se puede querer. A nuestra edad, creemos que nos queremos. Y nada más".

"Y de pronto, le arrimó la cara. Le brillaban las llamas sólo en la mejilla izquierda, pero algo en a voz y la mirada iba cargado de calor.
—Parece cansado —dijo.
Por pudor, Mersault se limitó a contestar: «Sí, me aburro» y, tras una pausa, se enderezó, anduvo hasta la ventana y añadió, mirando al exterior:
—Tengo ganas de casarme, de suicidarme o de suscribirme a L’Illustration. De hacer algo desesperado, vamos".

"—Atienda —siguió diciendo Zagreus— y míreme. Me ayudan a hacer mis necesidades. Y, luego, me lavan y me secan. Y lo que es peor: pago a alguien para que lo haga. Bueno, pues no haría nunca ni un gesto para abreviar una vida en la que tanto creo. Aceptaría cosas peores aún, ciego, mudo, todo lo que quiera, sólo con tal de notar en el vientre esta llama oscura y ardiente que soy yo y yo con vida. Sólo pensaría en darle gracias a la vida por haberme permitido seguir ardiendo".

"Zagreus bebió un sorbo de té y dejó la taza, llena. Bebía muy poco porque no quería orinar más que una vez al día. A fuerza de echarle voluntad, conseguía casi siempre limitar la carga de humillaciones que todos los días traían consigo. «No hay ahorro pequeño. Es un récord como otro cualquiera», le había dicho un día a Mersault".

"Zagreus, tras quedarse callado mucho rato, miró a Patrice y se limitó a decir:
—Muchas penas les esperan a quienes lo quieran a usted…
Se detuvo sorprendido ante el respingo repentino de Mersault, quien, con la cabeza en la sombra, dijo airadamente:
—El cariño que se me tenga no me obliga a nada…
—Es cierto —dijo Zagreus—. Sólo hacía constar un hecho. Algún día se quedará solo, y nada más".

"»Mire, Mersault, a un hombre bien nacido nunca le resulta complicado ser feliz.
Le basta con retomar el destino de todos, no con voluntad de renuncia, como tantos grandes hombres de pacotilla, sino con voluntad de felicidad. Pero se necesita tiempo para ser feliz. Mucho tiempo. La felicidad es también una prolongada paciencia".

"Zagreus volvió a hablar sin apresurarse:
—Sí, ya sé que la mayoría de los hombres ricos no tienen sentido alguno de la felicidad. Pero la cuestión no es ésa. Tener dinero es tener tiempo. No me sacarán de ahí. El tiempo se compra. Todo se compra. Ser rico o hacerse rico es tener tiempo para ser feliz cuando eres digno de serlo".

"—Nunca hay que ensuciar la vida con besos de inválido".

"Marthe fue a ver a Mersault y dijo, suspirando: «Hay días en que querría una estar en su lugar. Pero a veces hace falta más valor para vivir que para matarse»".

"Al notarse tan poroso, tan atento a todas las señales del mundo, Mersault sintió la honda grieta que lo abría a la vida".

"Toda esa agua que bajaba con su carga de gritos, de melodías y de aromas de jardines, llena de los resplandores cobrizos del cielo de poniente y de las sombras grotescas y retorcidas del puente Carlos le proporcionaba a Mersault la conciencia dolorosa y ardiente de una soledad sin fervor en donde el amor ya no participaba en absoluto. Y, deteniéndose ante el perfume de agua y de hojas que se alzaba hasta él, con un nudo en la garganta, se imaginaba unas lágrimas que no acudían. Habría bastado con un amigo o con unos brazos abiertos. Pero las lágrimas se detenían en la frontera del mundo sin ternura en que estaba sumido".

"Luego volvió a tumbarse en la cama. La cabeza del hombre estaba girada sobre la herida y en esa herida habrían cabido los dedos. Se miró las manos y los dedos y se le alzaban deseos de niño en el corazón. Un fervor ardiente y secreto se le henchía de lágrimas por dentro y era una nostalgia de las ciudades llenas de sol y de mujeres, con atardeceres verdes que cierran las heridas. Las lágrimas reventaron. Crecía en él un gran lago de soledad y de silencio por encima del que corría el canto triste de su liberación".

"—Créeme, no existen grandes padecimientos, ni grandes arrepentimientos, ni grandes recuerdos. Todo se olvida, incluso los grandes amores. Eso es lo triste y al mismo tiempo lo exaltante de la vida. Sólo existe cierta forma de ver las cosas y aparece de vez en cuando. Por eso es bueno haber tenido pese a todo un gran amor o una pasión desdichada en la vida. Por lo menos sirven de coartada para esas desesperaciones sin motivo que nos agobian".

"También para él los nuevos comienzos, las partidas, las vidas nuevas conservaban el atractivo. Pero sabía que sólo la imaginación de los perezosos y de los impotentes vinculaba la felicidad a eso. La felicidad implicaba una elección y, en el seno de esa elección, una voluntad organizada y lúcida".

"—No se vive feliz más o menos tiempo. Se es feliz. Y punto. Y la muerte no impide nada; como mucho es un accidente de la felicidad".

"—Siéntate —dijo Mersault—. Puedes quedarte.
—No hables, que te cansas —dijo Lucienne.
Llegó Bernard, le puso unas inyecciones y se fue. Grandes nubes rojas pasaban despacio por el cielo.
—Cuando era pequeño —dijo Mersault trabajosamente, hundido en la almohada y con los ojos clavados en el cielo—, mi madre me decía que eran las almas de los muertos, que subían al paraíso. A mí me maravillaba tener un alma roja. Ahora sé que casi siempre son promesa de viento. Pero es igual de maravilloso".






Albert Camus

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